Catálogo. Artistas que dibujan el aire - Artistas japoneses en México

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las formas sirven aquí para expresar una idea interna. Apoyado firmemente en el suelo –los pies son grandes y sólidos; TAKAHASHI prefirió dejar una de las barras del armazón de hierro que asoma cerca del pie derecho para aumentar el sentido de solidez– la figura del joven se eleva, sin embargo, con una gran soltura; para lograr esto se han adelgazado extraordinariamente las coyunturas, especialmente las rodillas, y se le ha dado a todo el cuerpo una forma general de “S”. Cuando lo contemplamos del lado izquierdo, el Pensador nos resulta mucho más sólido: la pierna firmemente apoyada se levanta verticalmente y se continúa una línea recta hasta el cuello; viéndolo por detrás es perfectamente observable la doble curva que describe el cuerpo, el perfecto equilibrio de los volúmenes de los hombros, los glúteos y las pantorrillas, y el cuello que se dispara hacia adelante; colocados de frente, hacia el lado derecho, tenemos la visión más etérea de la escultura: desde este punto de vista, parece elevarse como una llama. En la escultura el acento expresivo está en el cuerpo mismo y no en la cara; la cabeza no es de ninguna manera más expresiva que el cuerpo y tiene el mismo tratamiento “descuidado” que se ha dado a otros detalles, juega sólo como un elemento más en el conjunto de la figura. El Pensador, moderno y antiguo a la vez, puede contemplar el tiempo desde su pedestal. El Árbol del desierto, forma vital Una de las últimas grandes obras de TAKAHASHI es el Árbol del desierto, ubicada a un costado del acceso principal a las oficinas de rectoría de la Universidad Veracruzana. En esta pieza trabajó con formas mucho más libres que en la escultura anterior pero, por lo mismo, ha sido todavía más estricto y riguroso en la estructura. El Árbol se inspira al mismo tiempo en las formas vegetales de los cactus del altiplano nacional y en los tótems de los indios del Norteamérica. Explica Manrique que después de los primeros proyectos dibujados, TAKAHASHI realizó la escultura en madera de unos 90 centímetros y pudo darse cuenta del carácter monumental de las formas.

Árbol del desierto (Imágen de Karlo Reyes)

La pieza se levanta sobre una base formada por bloques rectangulares de superficies planas, que producen un efecto rico y contrastado de luces y sombras; sobre el pedestal se yergue un grueso vástago que termina en una forma esférica que parece desparramarse sobre él, más arriba los volúmenes redondos se suceden hasta un momento en que surgen de ellos dos espigas verticales, aplanadas, que dejan un hueco en el centro; todo culmina con otras formas más amplias también atravesadas de agujeros. El tamaño monumental de la obra, la necesidad de relacionarla con el emplazamiento que ocupa, con los árboles cercanos y con las mismas construcciones que se encuentran al fondo del sitio, le obligaron a extremar esa cualidad; mucho más que en otras construcciones anteriores aquí se siente al escultor-arquitecto, el instaurador de formas. Curiosamente, y por una especie de paradoja, ahora que abandona completamente lo figurativo, la obra resulta con un carácter vital que difícilmente encontraríamos en sus esculturas naturalistas.

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