Martín Blaszko (Berlín, Alemania, 1920 - Buenos Aires, Argentina 2011)
cada escultura de Blaszko constituye en sí un monumento en potencia que los urbanistas deberían aprovechar Germaine Derbecq, 1962 Las palabras de Derbecq reconocían, en un periodo marcado por el fervor experimental, la singularidad de la obra de Martín Blaszko: el abandono de los límites asignados a la escultura y la voluntad monumental de una obra que aspiraba a integrarse en las ciudades delimitando espacios-hábitat transitables por un ciudadano-espectador. Detrás de cada proyecto existía la confianza en el poder del arte para lograr “un acuerdo entre hombre y naturaleza, estimulando los ritmos vitales de la fisiología humana”, como solía afirmar Blaszko. Sin embargo sólo Júbilo [Homenaje al Día Internacional de la Paz] (1986), en el Parque Centenario de la Ciudad de Buenos Aires y El canto del pájaro que vuela (1991) en el parque del Museo Hakone, en Japón, - monumentales, sí, pero no transitables - fueron elevadas en el espacio público, adeudándose aún la concreción a escala de uno de sus proyectos. Una apretada síntesis de su obra permite realizar un recorrido por hitos de las artes visuales del siglo XX. Así, las primeras pinturas y esculturas de Blaszko pertenecen a la mítica década del 40, cuando el arte argentino producía los primeros núcleos militantes de arte abstracto originados con la publicación de la revista Arturo. Sus preocupaciones lo vinculan con los postulados de las vanguardias europeas y sobre todo con el Constructivismo ruso. A ese período pertenecen sus pinturas de marco recortado y los monolitos madí que iniciaban las experiencias en el espacio real. Desde allí, tres principios rectores conducirían su trabajo: bipolaridad (la lucha entre fuerzas antagónicas), ritmo y monumentalidad. En 1952 Blaszko se presenta al concurso internacional convocado por el Institute of Contemporary Art, de Londres, con el tema El Prisionero Político Desconocido. Su proyecto recibe una mención pero, según señalaba Romero Brest en Ver y Estimar, hubiera merecido uno de los premios mayores. Se trata de una obra emblemática -propiedad del MAMBA - organizada a partir del cruce de dos cuerpos verticales. Es ya una obra transitable, hábitat, parque seco. Indica las preocupaciones abordadas luego por la escultura a nivel internacional. Son rasgos que aparecerían en sus trabajos de los años 80 y 90, obras pensadas para ser elevadas en espacios públicos que demandan grandes dimensiones pero, aún en proyecto adquieren carácter monumental. Rompen los límites entre escultura y arquitectura, buscan integrarse en la comunidad. A pesar de que él detestaba los datos biográficos, vale la pena recordar que, judío berlinés, Blaszko llegó a la Argentina huyendo del nazismo en ascenso. Hasta el final de sus días apostó al futuro de este país. En los últimos años, un coleccionismo de jóvenes industriales se acercó a su obra. Quizás su infatigable optimismo comience a concretarse en el reconocimiento y la permanencia de su obra. María Teresa Constantin Historiadora y crítica de arte
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