Excmo. Ayuntamiento de Chiclana
Textos: Jesús M. Aragón
Fotografía: Andrés Parro www.arteimagen.net
Esta instantánea servirá por siempre para mantener viva en la memoria colectiva de los chiclaneros la imagen de su mercado tradicional de abastos. Los rostros, los gestos, el momento del día en que viven sus protagonistas, la actividad diaria de la calle a la que da nombre y su historia entre 1929 y 2009, encierran toda la magia que envuelve desde el alba a una plaza de abastos como la nuestra; el carácter acogedor y emprendedor de los ciudadanos de esta tierra. La atemporalidad de la actividad comercial que desempeñan y el afán de superación en tiempos difíciles de estos detallistas, quedan reflejados en unas fotografías que pretenden agradecer con cariño todo el esfuerzo de un gremio cercano y entrañable, de aquí, de Chiclana.
Vienen y van. Suben y bajan. Compran y venden. Susurran y gritan. Andan y corren. Sonríen y riñen. Parpadean y suspiran. Comen y beben. Entran y salen. Agarran y sueltan. Acarician y discuten. Negocian y pagan. Piden y dan. Tocan y huelen. Ven y oyen. Gustan y odian. Reponen y Agotan. Limpian y ensucian. Bromean y se enfadan. Miran y se dejan mirar. Esperan y se van…. El mercado es un universo en sí mismo. El mercado aglutina, reúne, conserva, recuerda, huele y sabe a todos aquellos que un día, en algún momento concreto de su día, o tal vez cada día, se refugian en él para comprar. Su tradición es y será siempre la de todos.
La ilusión se mide en gramos, en kilos, en paquetes con lacre, en gominolas, en caramelos con palo para chupar, en juguetes, en la sonrisa de un niño. Los sábados es fácil ver a los más pequeños rodeando a sus madres con los brazos a la altura de la cintura. Quieren chucherías, un dulce, un detallito para no olvidar que siguen siendo niños. Muchas madres, con gesto cómplice, sacan la cartera y entregan el pago a la dependienta. Ésta las mira, intercambia guiños con sus clientes más especiales, y les ofrece su pedacito de cielo. La ilusión se mide en caramelos, en frutos secos, en chocolates, en azúcar solidificada. La ilusión es plena si hay felicidad en quien la siente.
Los pasos cansados y la boina ajustada hablan de toda una vida vivida aprisa y casi sin pensar. El tiempo pasa y ya no somos los mismos. Las bolsas de los recados del día, el bastón para apoyar el peso que nos quitamos de encima y las manos en los bolsillos para recontar una vez más el cambio de estos euros tan raros. La mirada pesa. El espíritu no. A primera hora del día la vida discurre más rápido, casi vuela. Como una línea en el horizonte el destino separa mediante fracciones de años a los hombres de los niños. -Yo siempre seré un hombre-, piensa. Hecho y derecho, eso seguro. Y mañana volverá como cada día. Sin prisas. Sin desesperanza. Sólo. De nuevo con su bastón, con una mano inquieta y su boina recién lavada y sacada de un cajón. La mirada de la vida está en sus ojos, ¿no la ves?
Sin prisa pero sin pausa, la vida pasa, y hay quien la observa al detalle, casi al milímetro. La pose tranquila, sosegada, la meditación contemplativa o la charla de fútbol son indispensables. A pocos metros del antiguo mercado. Tras el café de por la mañana y la cerveza del mediodía. Piropos y silbidos a las niñas guapas, afecto a quien comparte a diario la visión del presente y la espera de un futuro que no termina de llegar. Años hace que esperan. Esperan sin desesperanza, sólo esperan. Sin prisa pero sin pausa la vida pasa, la vida tiene su ritmo. Qué más da el destino a quien ya ha llegado a su destino.
El bocadillo sabe mejor si se toma en compañía. Y con un cafelito. Y con un pastelito para endulzar la dura jornada que queda por delante. Y con un zumo. Y con una sonrisa. No nos pensamos quitar los delantales porque éstos forman parte ya de nuestros equipajes. Una caja vacía nos vale como asiento. Un asiento nos vale como modo de vida. Mientras llega la hora de abrir y los clientes empiezan a llegar todavía nos da tiempo a descansar otro poquito. Ese ratito no tiene precio, esa alegría ni se compra ni se vende. Ese bocadillo y ese cafelito bien valen todo el esfuerzo del día. De algo hay que comer. Sobre todo si es en compañía. Sobre todo si sonríen.
Sí señor. Por aquí pasa mucha gente todos los días. Sobre todo 'guiris' ahora que viene el veranito. Yo le diría que se llevara a casa lo típico de aquí, un buen pescado, chicharrones y un buen vinito. Todo está muy rico. Y seguro que si espera un rato verá cómo cambian los precios. De una vuelta y vuelva dentro de una hora, seguro que cuando se hayan ido los turistas todo estará más baratito. Ya. Sé que usted también es un turista, pero si ha venido antes a Chiclana se le puede considerar como un chiclanero más, aquí somos muy hospitalarios y acogedores, ¿no es verdad? Bueno, le voy a ir dejando. Que veo que va usted con prisa. ¿De dónde me dijo que era?...
Tu mirada es sabia y tus manos escogen con cuidado. Te has criado entre huertas y conoces bien los frutos que da la tierra. Déjame que te diga que tienes una sonrisa preciosa, unas manos curtidas por el trabajo y unos ojos profundos cuando se sienten observados. Entre las ramas siempre encuentras el bosque, cuando llegas y cuando te marchas todos te siguen porque saben que eres un ejemplo para ellos. Llevas tanto tiempo entre nosotros que te mereces todos los homenajes del mundo, aunque sea sólo por la insistencia con la que intentas convencerme de que coma bien, de que ponga cariño en el trabajo y de que sea cortés con los clientes porque eso garantizará que algún día vuelvan.
La selva diaria que viven los comerciantes de la plaza de abastos se palpa en un instante. Precios, productos de caducidad inmediata, clientes desesperados por la espera, contraofertas para competir con el resto de puestos, guantes de látex de desecho, un gorro contra el frío y la humedad del antiguo mercado, que ya es historia. Pero en la balanza de la vida, como en la de cada uno de nuestros detallistas, la vocación y su modo de vida tradicional siempre arroja un saldo positivo. Luchar con todas sus fuerzas para seguir adelante. La guerra de precios los condena, los mayoristas ponen la puntilla a sus aspiraciones de supervivencia; pero ahí siguen, como los guerreros del mercado, sobreviviendo como auténticos héroes anónimos del comercio de esta ciudad.
Cuando te parezca caro un café piensa que por apenas un euro usas mis servilletas y me pides un vaso de agua, que por apenas un euro ensucias mi suelo con tus colillas, usas el jabón de manos de mi cuarto de baño, lees mi manoseado periódico y ocupas uno sitio en la barra durante al menos veinte minutos. El euro que cuesta tu café es muy poco comparado con el ratito de por las mañanas a solas contigo mismo. Los titulares de la crisis son menos dañinos si se digieren en una cafetería. Además te enterarás de los últimos cotilleos y podrás contarme tu última aventura en el fútbol. Aquí estarás como en casa. Me parece bien que tomes sólo un café, pero un café no deberías tomártelo nunca sólo.
-¡Ojú chiquilla, que poquitos me quean! -¿Quién vendrá ahora a vender camarones José? Y qué más da. Si ya las tortillitas ya no son como antes. Si ya nadie las cocina, to el mundo las compra congelás. -¡Venga María!. Llévese un cuartito de camarones vivos para los niños, que están mu ricos. -¡Mire señora!, ¡mire señora!, ¡vivitos los tengo, vivitos los vendo! La camaronera me costó trescientas pesetas y todavía sirve. ¿Alguien la quiere? Dentro de ná al nuevo puesto Antonio, seguro que allí estás más cómodo y venderás más hijo. Si es que son muchos años viéndonos todos los días joé… no hemos pasao tú ni yo crisis ehh… -¡Ojú chiquilla , que poquitos me quean!...
En qué piensa el viajero cuando se detiene en un mercado de abastos de cualquier ciudad a comprar viandas. En qué piensa el niño que va a comprar con su madre, en qué piensan los jóvenes cuando entran por primera vez como matrimonio a comprar pescado y les llama la atención la fruta tan escrupulosamente apilada, reluciente, sabrosa. En qué piensa esa ama de casa mientras espera el autobús para volver a casa cargada de bolsas. En qué piensa el anciano cuando camina despacio con su bastón hecho todo un caballero. Seguramente no piensan en nada. Se limitan a sentir. Se limitan a ver, a oler, a palpar, a degustar, a soñar que no tardarán demasiado en volver a esa plaza, a ese mercado de su ciudad, a ese rincón de imágenes, olores, tactos y sabores mezclados en la dosis necesaria para atrapar tanto al viajero como al niño, como a los jóvenes, como a la ama de casa o como al anciano…
Es tiempo de soñar. De imaginar. De mejorar. El edificio del mercado, de 1929, ha dado paso a unas nuevas instalaciones adaptadas a los nuevos tiempos. Pero la esencia del mercado tradicional no se pierde. Materiales más seguros e higiénicos. Cartelería más grande y luminosa. Puestos más cómodos y relucientes. Pero el mismo espíritu. Ese espíritu de supervivencia que reina en la plaza de Chiclana desde hace décadas contra viento y marea. Ese espíritu de superación, de lucha contra los vaivenes de la economía, ese espíritu de negociación, profesionalidad y servicio a los clientes. Nos vamos de un mercado antiguo y obsoleto a un mercado de futuro y garantías. Pero no olvidamos nuestras raíces, quienes somos ni de dónde venimos. Los chiclaneros no nos lo permitirían.
Antonio no perdona su café de las diez. Ni Manolo. Ni Pepe, ni Juan, ni José. La cafetería del mercado es un hervidero a cualquier hora, y por allí pasan pescaderos, fruteros, carniceros y buena parte de quienes viven a diario en el centro de Chiclana. El olor a tostadas y a café recién hecho, el soniquete de la televisión encendida y la pequeña ventana que conecta el interior del local con el resto del mundo se han convertido en inseparables para todos ellos. Allí, desde hace años, se ha hablado, opinado, discutido, reído, contado, recordado, ganado y perdido, cantado, aplaudido, intercambiado, comprado y vendido de todo. A partir de ahora, aquí, en Las Albinas, en el nuevo mercado, se seguirá haciendo todo eso con la misma ilusión y el mismo ímpetu.
El niño sube la escalera a escondidas. Abajo la actividad es frenética. Queda apenas media hora para que abra la plaza al público y la fruta se agolpa en los puestos sin colocar, casi sin precio, todavía sin clientes. La mirada del niño escruta los puestos que observa desde la escalera. El Mercado de Abastos a sus pies. El verde de las hojas de verdura contrasta con el colorido frutal. Naranjas. Tomates. Mango. Plátanos. Piña. Manzana. Peras. Coco. Apio. Melocotones. Acelgas. Patatas. Kilos por cientos. Cientos de cajas. Cajas vacías. Barajas a medio subir y precios a medio escribir. El niño observa. Se sienta. Espía. Aún queda media hora para abrir al público y el mercado es todo suyo.
Resulta difícil explicarle a un neófito la diferencia entre cazón y caella, como también lo es explicar cómo se prepara un buen atún encebollado. El secreto principal, como es de imaginar, es la materia prima de calidad. Por trozos o para guiso. Para amas de casa despistadas o para cocineros incipientes y amateurs. Los precios cambian, oscilan, suben y bajan. La calidad, frescura e inmediatez de los productos es siempre la misma. El mercado se mueve al ritmo de la oferta y la demanda. Las pescaderías, carnicerías y fruterías lo saben y ganan y pierden clientes dando todo lo que tienen. Competencia no falta. Tanto si usted compra chocos, gallo, cazón, puntillitas, merluza, pulpo o gambas tendrá el éxito garantizado entre los comensales que siente a su mesa.
Me voy. Ya está bien. Han sido muchos años de lucha y ahora les toca a otros. El que venga atrás que arree. Me toca disfrutar de mis nietos, levantarme a una hora decente, jugar, pescar pero por diversión, quiero estar con los míos. Aunque reconozco que no podré evitarlo. Cuando os vea en el nuevo mercado me embargará la nostalgia… Aún día vendré a visitaros. Total, si el negocio es de uno siempre y uno siempre tiene que estar en su negocio. A los que seguiréis luchando mucho ánimo y fuerzas. Esto es nuestra vida, siempre lo fue y siempre lo será. El mar en tierra, la pesca en la mesa, la lonja, los clientes de toda la vida. Gracias por todo. Gracias a todos.
Excmo. Ayuntamiento de Chiclana