Pregón a María Santísima de la Esperanza

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Desde el Paso del Señor nos dicen: “Que nos retrasamos. Que arriado el Paso, los costaleros se están enfriando”. “Una pequeña chicotá más, cortita muy cortita, que la vamos a esperar” Estamos cerca pero aún quedan emociones. El Domingo de Ramos comenzó con un momento sublime y con otro ha de terminar. Después de girar a los cuatro puntos cardinales y echar a tierra “arrugando” cinturas y piernas para que solo las flores acaricien con suavidad las jambas de la puerta, y que tu techo no roce el dintel, aún queda un momento esperado. Un último momento de gloria, cuando te cantemos el Ave María, acompañando a la banda hasta que el Paso por última vez baje. Y queda arriado, costaleros sudorosos y cansados, satisfechos por tan gran trabajo realizado. Poco a poco el Templo se va desalojando pero algunos aún tienen una última mirada, una última plegaría. En la quietud de la noche se puede leer en su cara que como cualquier madre nos habla, “Hijo mío descansa. No tardes en volver, que no puedo estar mucho tiempo sin verte”. Claro Madre, no te preocupes, nos vemos mañana mismo. Venimos a recoger la Iglesia y comenzamos un nuevo camino: Oficios, Resurrección, Ofrenda, Rosario, Cultos, Misas de Hermandad… No te preocupes, no te dejamos más que un rato. Ha vuelto, sigue preso. Guardabrisas apagados han quedado de regreso, y sin brillar los dorados. Candelabros de cola, cera en el cristal.

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