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La inmovilidad

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La inmovilidad

El mimo, por observación externa e interna, sabe cómo se producen y se proyectan las emociones, pero tendrá que aprender a reconstruir ese proceso, por evocación, en una situación ficticia, concretizándolo en las acciones físicas de un protagonista, situando éstas en unos parámetros espacio-temporales, dándoles la forma física más apropiada, a semejanza de un escultor, pero con claras diferencias: el escultor talla con cincel y martillo una pieza de mármol, una materia inerte, hasta conseguir la forma expresiva deseada, una actitud inmóvil, silenciosa y permanente en el tiempo, mientras que el mimo se talla, se esculpe a sí mismo, materia viva, sensible, dinámica, consiguiendo actitudes, gestos, acciones cambiantes, expresivas, comunicativas.

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Pero esta imitación no es de lo periférico, sino de lo profundo del ser, evitando la utilización de un vocabulario de signos equivalentes a las palabras que pronunciamos o a los gestos socio-culturales convencionales, anecdóticos, cotidianos, La acción ha de sufrir un proceso de síntesis, de purificación, de alquimia, para despojarla de lo supérfluo, para extraer de ella su esencialidad y, una vez hecha esta difícil y costosa operación, se convertirá en un signo inteligible que será organizado sintácticamente al servicio de la expresión de un mensaje.

Esa acción parcial, gracias a la habilidad del mimo, se integra en la acción mímica total de una pantomima o mimodrama. Por lo tanto, no todas las acciones del hombre son mimo. La acción, en mimo, tiene unas características específicas, unas reglas. Debe ser: intencional, enfatizada, ralentizada, ampliada, rítmica, ordenada conforme a una serie de normas de construcción, motivada, aislada, controlada, creíble.

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