Apasionados por el Rock

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Ho b yDeF i no( Bue no sAi r e s ,1966)e s c o nduc t o rypr o duc t o rder a di oyt e l e v i s i ó n. T uv opr o gr a ma se nl a sr a di o sAl f a , Ac t i v a ,F unky So ul ,Supe r no v a ha s t a l l e ga ral aRo c k&Po p,do ndec o nduj o c o ns i ngul a ré x i t odur a nt es e i sa ño sl a t r a s no c hede“ Ques ev a y a n. . . ” .Co ne l mi s mo no mbr e ,c ur ó un di s c oc o n gr upo sder o c ka r ge nt i noe me r ge nt e . E ns u po l i f a c é t i c ac a r r e r ae nl o s me di o s ,f uee lDJde lr e a l i t yt e l e v i s i v o “ Ba rT V” , e s c r i bi ópa r al aRe v i s t aPl a y bo yye se lpr o duc t o rde s deha c e20 a ño sdeL udo v i c aSqui r r u. Ac t ua l me nt e c o nduc ee lpr o gr a ma“ E lVi s i o na r i o ” po re lc a na lmus i c a l “ Qui e r o. . . ” , do nde e nt r e v i s t a a mús i c o sy pe r s o na l i da d de la mbi e nt ea r t í s t i c o .Apa s i o na do s po re lr o c ke ss upr i me rl i br o .

E NAP AS I ONADOSPORE LROC KMI GUE LGRI NBE RGYHOBYDE F I NORE P AS ANL AHI S T ORI ADE LROC KARGE NT I NOAP ART I RDES USHI S T ORI AS YV I V E NC I ASPE RS ONAL E S :C OMOL L E GARONALROC K,C UAL E SS ON S UST RAC KL I S TF AV ORI T OS , S USPOL AROI DSI NOL V I DABL E S , S USOL I MPOSDEMUS I C OS , E S T I L OSYDI S C OS . PE RT E NE C E NADOSGE NE RAC I ONE SDI S T I NT AS , YS USGUS T OSMUS I C AL E SNOS ONNE C E S ARI AME NT E C OMP A T I BL E S , PE ROS USV OC E SS EE NT RE L AZ ANE NAUNAP AS I ÓN: E L ROC K, YS UAMORPORL ARADI O, C OMOUNAV I AE S PE C I ALP ARAE XPRE S ARS E , DI V UL GARE S T AMUS I C A, YC OMUNI C ARS EC ONS UT RI BU. Códi go60040

Mi gue lGr i nbe r g( Bue no sAi r e s ,1937) ha e s c r i t o pa r a di v e r s o s di a r i o s( E l Mundo , L aRa z ó n, L aPr e ns a , E lCr o ni s t aCo me r c i a l yCr í t i c adel aAr ge nt i na )y r e v i s t a s( L e o pl á n, 2001, L aBe l l aGe nt e , L aNa c i ó nRe v i s t a ,Humo ( ®) ,Vi ge nc i a , Ca nt a Ro c kyUnoMi s mo ) . F uea de má s pr o s e c r e t a r i odeRe da c c i ó ndel ar e v i s t aPa no r a maSe ma na l , e ldi a r i oL aOpi ni ó nyl aa ge nc i ana c i o na ldeno t i c i a s T é l a m.E sa ut o rdeunahi s t o r i ac l á s i c a de lr o c ka r ge nt i no :Co mov i nol ama no . Seha e s pe c i a l i z a do e n mo v i mi e nt o s j uv e ni l e s ,f e nó me no sc ul t ur a l e sa l t e r na t i v o s ,e s pi r i t ua l i da d y e c o l o gí a s o c i a l .Hae s c r i t o20l i br o s .Co moc o nduc t o rr a di a lr e a l i z óc i c l o spi o ne r o s :E l So nPr o gr e s i v opo rRa di oMuni c i pa ly Ri t o s Pa r a l e l o s po rF M Cul t ur a .Ho y c o nduc eRo c kquemehi c i s t ebi e npo r Ra di oNa c i o na l .


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Grinberg, Miguel Apasionados por el rock / Miguel Grinberg y Hoby De Fino. - 1a ed. - Buenos Aires : Atlántida, 2010. 168 p. ; 20x22 cm. ISBN 978-950-08-3845-0 1. Narrativa Testimonial. I. De Fino, Hoby II. Título CDD A863

Fecha de catalogación: 11/08/2010 Editora: Natalia Ginzburg Diseño de tapa e interior: Dan Waisman / ANDAESTUDIO Producción industrial: Leandro Savoia Fotos: Archivo Editorial Atlántida / Archivos personales: Miguel Grinberg, Hoby De Fino, Carmen Castro Título Original: Apasionados por el rock Copyright © Editorial Atlántida SA, 2010 Derechos reservados para todos los países del mundo: Editorial Atlántida SA Primera edición publicada por Editorial Atlántida SA, Azopardo 579, Buenos Aires, Argentina. Hecho el depósito que marca la ley 11.723 Libro de edición argentina. Impreso en Argentina. Printed in Argentina. Esta edición se terminó de imprimir en el mes de septiembre de 2010 en talleres gráficos Latingráfica S.R.L., Buenos Aires, Argentina. ISBN 978-950-08-3845-0

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RAíCES ROCKERAS

primera parte

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AMANECER

mg

p. 22

EL FERMENTO BEAT

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p. 30

LA PASIÓN DE los parques

mg

p. 34

TANGUITO Y LA GENERACIÓN DE LA BALSA PERDIDA

mg

p. 46

EL ESPíritu tanguero

mg

p. 50

entrevista A Luis alberto SPINETTA

mg

p. 60

AQUEL AMOR DE PRIMAVERA

MG & HD

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diálogo apasionado

segunda parte

p. 90

el largo dÍa del rock

HD

p. 92

anécdotas y grageas del rock

H D p. 112

entrevista a GUSTAVO cerati

H D p. 120

los argentinos y la cultura rock

H D p. 134

entrevista a CHARLY garcÍa

tercera parte p. 136 M G & H D p. 138

noche, radio el rock desde la radio

H D p. 150

los oyentes se expresan

H D p. 152

entrevista a fernando ruiz díaz

M G & H D p. 160

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prólogo

entrevista a skay beilinson Y poli castro

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pr ó logo

MIGUEL GRINBERG & HOBY DE FINO

palabras para la

tribu rock Pertenecemos a generaciones distintas, vivimos diferentes experiencias, y nuestros gustos musicales no son necesariamente compatibles. Sin embargo, además de la vida, algo nos reunió: la pasión por divulgar el rock argentino. Lo hicimos y lo hacemos por las noches, en nuestros programas de radio, un espacio que nos transporta a un mundo paralelo de bateas, lírica y resonancias. En la burbuja del estudio, nos abstraemos por unas horas de lo que retumba allá afuera y nos brindamos a la tribu rock. Revisando el pasado, discutiendo el presente y evaluando el futuro de esta música que nos conmueve y que amamos como a la vida.

Este libro quiere ser un reflejo de esas vivencias, a partir de nuestros propios itinerarios de vida: nuestros track lists favoritos, nuestras polaroids inolvidables, nuestro Olimpo de los músicos, estilos, discos y temas que amamos, y los que no tanto. Lo aclaramos: este es un libro apasionado, no uno correcto; nada aquí responde a la demanda de la crítica o del mercado. Busca ser un simple destello de nuestras vidas y del aprendizaje en la tribu rock. Para escribirlo, cada uno se concentró en sus preferencias personales y las fue volcando al papel. Después intercambiamos los escritos, y entendimos que el diálogo iba a ser la herramienta

primordial para la reconstrucción de los momentos y experiencias rockeras que con el paso de los años fueron modelando nuestras vivencias y nuestros caminos. Ese ida y vuelta se ve con todos sus matices en los capítulos “Raíces rockeras”, “El rock y la radio” y el “Diálogo apasionado”. A partir de allí, cada uno tiró de su ovillo para recorrer su propia historia, su propio laberinto. Creemos –queremos creer– que las dos voces de este relato se entrelazan en una misma dirección. La de una pasión –el rock– y la de ser partes de una tribu –músicos, especialistas y público– que durante más de medio siglo ha protagonizado una aventura única en la his-

toria de la música popular urbana. No es toda la historia, claro. Tampoco pretendemos que lo sea. Pero sí la síntesis de una época y una poética que nos hizo disfrutar de un género musical que, en nuestro idioma, una y otra vez, con nuevos grupos, voces y letras, contaba y contará lo más sublime de nuestras vidas –lo bello, lo dramático, lo sensual, lo frívolo–. Frente a un nuevo siglo que nos reclama ser más justos, más solidarios y más libres.

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raíces

MIGUEL GRINBERG & HOBY DE FINO

MG

rockeras

El rock and roll me atrapó en 1953, cuando yo tenía 16 años. Se incorporó a mi vida de manera sutil, como si hubiera estado de antemano en mi cuerpo y mi alma. Se manifestó al mismo tiempo como un ritmo contagioso y como si fuese un sabor, un aroma o un paisaje. La simultaneidad de impresiones sucede con frecuencia y con muchas cosas. Pero en este caso, lo particular era que se daba como si tuviéramos una cita en el tiempo y el espacio. Yo iba silencioso en su dirección y sin saber que eso estaba por suceder. Y caí en sus redes… gustosamente. No fue apenas una experiencia individual: constituyó el descubrimiento de toda una generación. Atrás quedaron mis cantantes favoritos de la infancia (Al Jolson, Doris Day, Frankie Laine, Jo Stafford, Johnnie Ray y Frank Sinatra) porque la onda corta me brindaba acceso a The Voice of America y al hit parade (desfile de éxitos) de la música popular del momento

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Serú Girán circa 1981. Imagen promocional del disco Peperina.

en Estados Unidos. Entonces, me inicié en los rituales pioneros de esos días con dos grabaciones que me dejaban parpadeando: “Crazy Man, Crazy” por Bill Haley y sus Cometas y “Mess Around” por Ray Charles. Al año siguiente Haley grabó el clásico “Rock Around the Clock”, Big Joe Turner registró “Shake, Rattle and Roll”, Elvis Presley hizo “That’s All Right Mama”, y de nuevo la pegó Ray Charles con “I Got a Woman”. Nada de eso sonaba en las radios argentinas, hasta que una noche descubrí por Radio Mitre el programa Música en el aire, que conducía Manuel Rodríguez Luque. Pasaba algunas novedades, pero sin situarlas con exactitud. Yo sentía intuitivamente que nacía una nueva música. Lo llamé por teléfono y me contó que una azafata amiga le traía semanalmente las novedades discográficas norteamericanas. Le ofrecí pasarle los fines de semana la marcha del hit parade, y le interesó. Y lo mandaba al aire con los discos correspondientes. Hasta que un día no lo pude creer: escuché que le atribuía las noticias a su corresponsal “Mike Green”. A veces iba a saludarlo, y me regalaba algunos LP. Años después, para su sello discográfico disc jockey, Rodríquez Luque grabaría La Biblia de Vox Dei.

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Donde nazco al rock

Estaba descubriendo un mundo nuevo. Tenía doce o trece años, y mientras Travolta giraba alrededor del mundo desde una pista de baile en Saturday Night Fever, había algo que empezaba a dar vueltas en mi cabeza. Era esa poesía, esa música que en la Argentina ya era popular pero a principios de los ochenta se volvería masiva: el rock argentino. Algunas de esas letras me partían la cabeza porque contaban cosas que yo no conocía. Me interesaba lo que relataban, sentía que me representaban... Parecían fotos de mi vida. Yo era un niño en una ciudad caníbal, en una época en que tener el pelo largo o vestirse un poco diferente era decididamente peligroso. Todo era descrubrir y abrir nuevos mundos adentro de mi cabeza.

Donde encuentro mi alma

La primera vez que sentí mi alma conectada con la multitud fue en 1980, en el recital de Serú Girán en La Rural: el primero de mi vida. Tal vez allí fui consciente de que tenía alma. Estaba extasiado, orgulloso del grupo, del amor que le tiraban a la gente, del lujo del recital. No cabía en mí, era pura emoción adolescente, esa que te deslumbra y, como el primer amor, nunca se olvida. Este es el primer recuerdo del alma entre la multitud que tengo. Es verdad que antes fue el fútbol en la cancha de Boca, pero sin lugar a dudas aquel 30 de diciembre de 1980, donde habitualmente posan las vacas campeonas todos los años, es la fecha mágica, vibraban cuerpos y almas en la dicha de los jóvenes de ayer.

Donde pierdo la ingenuidad

En abril de 1982 pasó algo que yo, a los 16 años, no podía entender: Argentina había recuperado las Malvinas, aunque en el colegio me habían enseñado que eran argentinas. En esos días extraños, yo me creí todo, y no imaginé los muertos por venir, el hundimiento del crucero General Belgrano, ni tantísimos horrores. En ese ambiente de ingenuidad, los músicos fueron solidarios con los combatientes de Malvinas. Es lógico y hasta natural que pasara. Los jóvenes fuimos convocados y allí estuvimos en Obras al aire libre. Yo me entregué con credulidad, como casi todos en aquel entonces.

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Charly García y Nito Mestre encabezan un ensayo en los comienzos de Sui Generis. Atrás quedaron Carlos Piégari, Alejandro Correa, Juan Belia y Beto Rodríguez.

La beatlemanía sería el detonante de la reinvención del rock and roll original y su posterior reedición en todas las latitudes del planeta.

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Llegó 1955, y el rock and roll se expandió al mundo entero. Aparecieron los discos de Bo Diddley, el “Maybellene” de Chuck Berry, el “Tutti Frutti” de Little Richard, y un clásico incomparable: “Blue Suede Shoes” (“Zapatos de gamuza azul”), en dos registros incomparables, el de Carl Perkins y el de Elvis Presley. En todas partes, los adolescentes empezaron a constituir una fuerza de mercado, como consumidores de todo lo que pudiesen inventar las industrias del entretenimiento para ganarlos como clientes. De paso, Hollywood dejó atrás la pantalla chica y el blanco y negro: nacieron el cinemascope y el tecnicolor. Asimismo, en 1953 había aparecido la revista Playboy, cuyo número inicial ofrecía los desnudos de Marilyn Monroe. La llamada “inocencia del sentirse bien” (feel-good innocence) se debió a la tendencia de insuflar optimismo a fin de dejar atrás las cicatrices de la Segunda Guerra Mundial y la guerra en Corea. Los jóvenes de la época (en Estados Unidos, luego en Europa, y enseguida en el resto del mundo en vías de globalización), surgieron como una fuerza denominada “los adolescentes”, ajenos a las penurias bélicas que habían atravesado sus padres. Anhelaban algo

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más excitante, más sensual, más vital. El rock and roll trajo algunas respuestas. Aunque no todas. Es cierto, se trataba de melodías livianas, letras dulzonas, por artistas políticamente correctos, inocentes, inofensivos, en medio de una gran complacencia colectiva, detrás de la cual vibraban poderosamente los blues rítmicos de los negros norteamericanos que luchaban para neutralizar el racismo imperante, la segregación social. Pero esa lucha aún no se había encarnado colectivamente. He sido parte de una generación pacífica que atravesó la segunda mitad del siglo XX imaginando buenas cosas para toda la humanidad. Queda mucha tarea por delante. No fui un caso único. Músicos como Gustavo Santaolalla me han contado lo importante que fue para ellos el ingreso del “combinado” al comedor de su casa. La vida es una escuela infinita. “No te dejes desanimar, no te dejes matar, quedan tantas mañanas por andar”, entonó Charly. “Aunque me fuercen yo nunca voy a decir que todo tiempo por pasado fue mejor, mañana es mejor”, cantó Spinetta. No te confundas: cualquier momento de lucidez puede convertirse en el primer día del resto de tu vida.

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A los soldados de Malvinas les tengo un gran respeto y guardo con mucho dolor recuerdos de una época en donde se imponía la mentira, sobre todo con los comunicados de prensa que circulaban por los medios.

Donde el rock se vuelve una pasión

Para cuando terminé la secundaria, en 1983, yo era un nuevo “Hoby”. Fue en ese momento que el rock argentino se metió en mí como una loca pasión, que entonces ni mis amigos entendían. Los sacudones de la política y la falta de libertad, en un país que iba y venía de la dictadura a la democracia, no ayudaban. Entonces, la música nos dejaba respirar el poco oxígeno que quedaba en esa ciudad de furia y silencio. El rock nacional –o mejor, el rock argentino– empezó a ser una forma de escape, un refugio lúdico de esperanza, de amor y contención; un mundo idílico en el que un tipo joven sentía que podía vivir… En definitiva, comencé a sentir que el rock podía salvarme.

Donde el rock es refugio de chicos un poco raros

El mundo adulto no me entendía. Todos me veían como un chico raro y pasé por varios colegios. Demasiados. Dos primarios, uno privado y otro público. Siete secundarios, algunos industriales y otros comerciales, y me recibí de bachiller. ¿Qué me pasaba? ¿Por qué tantos cambios? En los colegios, cuando me conocían y, sobre todo cuando me echaban, le decían a mi vieja que lo único que me interesaba era el rock: un rockero sin remedio. Empecé a pensar que quizás era el mundo adulto el que tenía el problema y no me entendía; creían que no servía para nada salvo para escuchar una musiquita que en aquel tiempo era bastante subestimada, que algunos sectores catalogaban como grasa. En realidad, por entonces, todo lo que se cantaba en castellano era grasa: sí, eso pensaban muchos de los que hoy adoran a Calamaro y a Soda. Uno era “raro” por escuchar Sui Generis, Pescado Rabioso, Vox Dei. Aunque me parece que raro no es la palabra justa. No nos entendían, y a nuestra pasión en esa época se la miraba con desconfianza.

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Luna Park, junio de 1977. El pianista Nicky Hopkins (en gira con Joe Cocker), junto a Charly García y Miguel Grinberg. Atrás conversan Pino Marrone y Peter D’Antoni.

Primerísimo primer plano del mítico rocker ítaloargentino Luca Prodan.

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Donde me entrego a la mística de los estadios

La química con la música en los estadios es otra. Allí se siente que la gente tiene un rol protagónico, como la hinchada en los partidos de fútbol. La energía de un estadio grande es descomunal: desde la liturgia de la llegada y la salida, pasando por la alegría de la colectividad masiva en donde encontramos al ser en un disfrute cuasi religioso y contagioso. También las canciones pueden cumplir otro rol en los recitales. No debe ser fácil cantarle a las masas y no todos los solistas o grupos pueden conseguirlo realmente. El piel a piel con la gente es algo difícil de transmitir. Los fanáticos de las primeras filas podrán hablar del pogo, los más tranca estarán alejados del escenario o en las plateas, en donde quizá ves a los músicos como una miniatura. Pero en cada lugar está la vibra del público que todo lo puede y se constela en una magia absoluta. Los encendedores prendidos en la noche del rock and roll… Las canciones en la cabeza de la gente antes de que suene la primera estrofa.

Donde descubro a Luca, una estampita

Un día llegó alguien de Europa a Nono, en la provincia de Córdoba. Era un ser extraño, nacido en Italia y educado como pupilo en colegios de Escocia. En su sangre circulaba por igual furia punk y humor de niño. Se afeitaba la cabeza y ponía cara de enojado. Luego se trasladó a Hurlingham, y pronto a la ciudad. Desde entonces, el Abasto, tierra de tangueros, también fue rock. Luca tocaba en bares chicos como los míticos Einstein, Boogie-Boogie, el Zero, lugares que luego fueron creciendo. Era un ser increíble. Algunas veces salía a saludar arriba y abajo del escenario con su máscara de mono. Luca venía de otra galaxia, daba miedo y era un santo, italiano… Una estampita. Tenía el desparpajo de un payaso y no le importaba nada, ni el ridículo. Era rockero de las tripas, de esos que nacen, que no se hacen. Lo llevaba adentro, parecía una canción viva de Lou Reed. Caminaba encorvado hacia adelante, siempre hacia adelante, le hablaba al cielo en varios shows, estaba en su mundo… Un genio, que no

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Hoby De Fino en el primer mural del rock argentino, réplica porteña del de Nueva York que fue imagen de tapa del disco Clics Modernos.

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fue del todo comprendido.

Donde me inicio en el Tao

Ella ha sido y es para mí oráculo. Como un ida y vuelta: yo fui y soy su camino de rock and roll y ella me inició en el Tao y en el I Ching. Ludovica es un ser único, de gran espíritu rockero, y por eso todos los músicos la adoran. Pappo, Vitico, Charly, Calamaro, Fito, León, Botafogo, Juanse, Luis, solo por nombrar algunos, la adoran... Ella tiene una imagen pública muy expuesta, pero también un costado hippie, que es primo hermano del rock. Le gustan las buenas canciones y mientras las escucha, hace guerra con la mano.

Donde me apronto a descubrir lo nuevo

En 1999 le hice una nota a los Illya Kuryaki & The Valderramas, el dúo de Dante Spinetta y Emmanuel Horvilleur, en el bar Voodoo del barrio de Las Cañitas. Yo tenía un programa de cable en el canal Magazine que se llamaba Mr. Vértigo, donde mostrábamos las nuevas tendencias en los géneros populares de las artes. Entonces convocamos a Emmanuel y Dante, porque ellos inventaron algo nuevo, algo que unía a la Argentina con sonidos latinos, que ya se advertía en algunos músicos de México, pero acá en la Argentina era toda una novedad. Algo que se consolidaría en mi carrera de periodista: estar atento siempre a lo raro, a lo nuevo, a marcar tendencias.

Donde se encuentran el pibe de ayer y el Hoby de hoy

En la preadolescencia, todos necesitamos ser diferentes, únicos. De ahí las tribus urbanas… Antes eran los stones o los rockeros, hace poco los floggers o emos... Nada de eso tiene que ver con las clases sociales a las que pertenecen. En el Festival Anti Discriminación del INADI lo volví a vivir. Chicos rasurados, rebeldes contra el sistema, buscando un símbolo de paz o uno que los identifique al menos. Es raro hablar de ese festival, de la responsabilidad de conducirlo en un estadio repleto. Soy un hombre que trabaja en el rock en este momento, pero también soy el pibe de doce años que no podía dormir porque no conseguía que parara de sonarle en la mente “necesito alguien que me emparche un poco y que limpie mi cabeza…”.

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amanecer M iguel grinberg

primera parte

N acimiento del R ock .

Duelo de estilo y de idiomas. Del tango al rock: una nueva música urbana. Sociedad, mitos, ídolos. La censura y el espíritu rock.

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Festival PinAp de la música beat, organizado por la revista del mismo nombre en 1969, en el Anfiteatro Municipal que existió en la Plaza Francia de Buenos Aires.

el fermento BEAT

M iguel

grinber G rock habían sido la campera de cuero

Estábamos en agosto de 1969. Día a día, noche a noche, numerosos extraños de pelo largo celebraban febriles ceremonias rítmicas. En boliches, clubes o habitaciones adornadas con afiches, muchos jóvenes argentinos asumían los rituales de una nueva devoción a menudo llamada beatlemanía, a ratos underground (subterránea), casi siempre música beat. Un fervor cuyas raíces habían tomado cuerpo cinco años antes, con frondosas melenas y espíritu rebelde. Tal ímpetu sonoro abrió una brecha musical en las ciudades del tango y en las planicies del folklore nativo. Fue un ritmo arrollador que contagió a multitudes de adolescentes de una generación cuyos hermanos mayores se habían mecido al compás del rock estadounidense, proyección de un vértigo musical que en vez de apaciguarse como el cha-cha-cha y el calipso, creció paulatinamente hasta convertirse en una pasión internacional. Una década antes, dos símbolos conexos de aquel

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negra y la navaja a resorte; los ídolos del cine se habían llamado James Dean, Marlon Brando y Elvis Presley. Al estallar las bengalas del beat mundial, la navaja se convirtió en una flor y la campera en ropas multicolores. Los nuevos íconos se llamaron John, Paul, George y Ringo: los Beatles. Aquello que al principio varios observadores consideraron una moda efímera creció velozmente por encima de las fronteras, y se convirtió en culto permanente de chicas y chicos de infinitas latitudes. En cada país, alarmados preservadores de los géneros tradicionales agredieron al recién llegado como si se tratase de un monstruo artificial y decadente. Pero finalmente lo beat adquirió en cada región de la Tierra ciudadanía y matices particulares. Poseía una galería de héroes precursores y en los pasillos de su no muy antigua mitología había plantado una temática, un lenguaje y una pasión creadora generacional nunca vista antes en las músicas populares. Cuatro o cinco jóvenes se asociaban en un barrio sueco, por ejemplo, y el idioma de sus creaciones rítmicas era inmediatamente comprendido en cualquier otro punto del planeta, libe-

rado de las singularidades idiomáticas. El beat no es solamente una cadencia sonora. Era también una sensibilidad, una forma particular de expresión. Un lenguaje sinónimo de amistad, de ansias de vida plena, de insurrección ante lo que se juzgaba como hipocresía o sometimiento a costumbres perimidas. Era un movimiento que también tenía sus Atilas y sus hunos: jóvenes que degradaban la libertad en libertinaje. Pero en el fondo se trataba de una genuina celebración de fraternidad humana, como quedó comprobado en el adiós a uno de sus próceres, cuando la muerte del ex Rolling Stone Brian Jones reunió a 250 mil jóvenes británicos en un parque londinense. Seres que, esclarecidos o confundidos, en algún lugar del corazón sabían que querían vivir para el amor y no para la guerra. 1969 fue el año del primer festival nacional de la música beat, donde se consagró Pajarito Zaguri. Diversos recintos de Buenos Aires –que el año anterior habían abierto tímidamente sus puertas al fenómeno– ya eran el ámbito de concurridos recitales. Durante el invierno, en el ciclo titulado Beat Baires, la enorme sala del teatro Coliseo fue varias veces atestada por la multitud de jóvenes. Cines suburbanos

brindaban también conciertos afines y no había ciudad del interior del país que no albergase un par de bandas. Hacia 1966, casi todos los ejecutivos locales de las compañías discográficas se concentraban en repertorios extranjeros. Pero en 1969 cada sello aspiraba a incluir en su catálogo a algunos exponentes locales del género. La canción beat ya era motivo de reuniones de musicólogos y sociólogos que procuraban desentrañar sus valores y motivaciones. Como es habitual en estos casos, la mayoría de los protagonistas de esta corriente rechazaba la etiqueta “beat”. El término les molestaba como si se tratara de un rótulo de fábrica. Entonces tal palabra pasó a ser un término provisional que identificaba en los medios de comunicación los matices de una música popular del siglo veinte, empecinada en demostrar que había llegado para quedarse. A mediados de aquel año, el vanguardista Instituto Di Tella organizó cinco mesas redondas donde se analizó la música popular argentina, disparando una serie de pautas sugerentes. Algunos tradicionalistas condenaron los nuevos ritmos. Pudo oírse a la folklorista Leda Valladares que lamentaba que el asfalto y la radios portátiles se

aproximaran al Altiplano (años después, la misma Valladares les enseñó a cantar bagualas a León Gieco y a Fito Páez, y se amigó con el rock). El tanguero Horacio Ferrer alababa el valor de “lo canyengue” como modalidad expresiva de los porteños, en una ciudad sin taitas ni costureritas tísicas. Buenos Aires era para Ferrer una de las diez mayores capitales terráqueas, ávida de una música urbana que la interprete y cante sacudiendo el polvo de su lánguida melancolía rioplatense. Era improbable que los jóvenes porteños de entonces pudieran apasionarse por las mismas cosas que agitaron, emocionaron y cautivaron a sus padres y abuelos. Muchos de éstos todavía no habían podido asimilar la invención del televisor. Por su parte, los adolescentes habían visto “en vivo” los primeros pasos de hombre sobre la Luna. La canción beat –cuyo nombre más exacto para nosotros era música urbana– no se preocupaba por cuestionar los ritmos de las generaciones que las precedieron. Tampoco era una imitación lisa y llana de expresiones foráneas. Surgía como forma expresiva de los jóvenes de la gran ciudad moderna, de seres sensibles y ansiosos que percibían de modo diferente los vaivenes

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La Cofradía de la Flor Solar: experiencia pionera nacida en la ciudad de La Plata como síntesis de hippismo, espíritu comunitario y vocación pacifista.

de la metrópolis y buscaban el vehículo sonoro más afín a sus sentimientos. Hasta ese momento, el folklore y su estilización polifónica (que siempre conservaron un público leal) no saciaban ninguna de las apetencias rítmicas juveniles. Astor Piazzolla logró en un momento retratar con el nuevo tango el universo anímico del habitante urbano, pero –a juicio de algunos críticos– luego su erudición resultó hermética para el público adolescente. La bossa nova era un asunto brasileño, el jazz fue siempre una excelente expresión afroamericana, la llamada “nueva canción” seguía pareciéndose demasiado a la canción europea de posguerra. El beat argentino capitalizó súbitamente muchas pasiones juveniles. Al despuntar los sesenta, los poetas que emergían de la adolescencia dedicaron sus energías a editar revistas literarias. Al finalizar esa década fundamental, la meta era aliarse en grupos de tres a cinco, rodearse de instrumentos y equipos electrónicos y cantar -de espaldas a la nada- toda la poesía de su juventud con ansias de un futuro signado por la fertilidad creadora. Como seres sensibles y como ciudadanos de ese “aquí y ahora”, con mayor o menor talento, sus vidas exudaban un inaudi-

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to germen de renovación liberadora. No querían tener nada que ver con el desaliento y la frustración, con una dolencia denominada por algunos “el desarraigo argentino”. Los rituales beat en la Argentina circulaban por dos rumbos. El primero, aferrado a la cadencia de los grupos que abrieron el fuego en las grandes capitales de la sociedad opulenta, cantaba sus temas en inglés, simplemente porque no lograban expresarse convincentemente en su lengua nativa. La voz “a lo negro” de Carlos Bisso, solista junto a Conexión Nº5, recordaba inmediatamente la gama sonora de Ray Charles o de Spencer Davis. En la otra vertiente, con carácter de precursores, se hallaba un núcleo de poetas que no sólo cantaban en castellano sino que además comunicaban a sus oyentes un sentimiento inexpresable fuera del contexto beat. Los poemas y el intenso timbre vocal de Luis Alberto Spinetta -con el cuarteto Almendra- representaban la libertad de un artista joven ubicado de lleno en el esquivo sonido que trasformaba a la llamada “canción beat” en una legítima expresión de la música urbana argentina. Cualquier noche de 1966, en un pequeño subsuelo de la avenida Pueyrredón

al 1700, era noche de gaseosas, rock y tragos en Buenos Aires. Antes, La Cueva había sido un reducto de jazz y folklore. El signo de los tiempos condujo hacia el culto beatlesco, y no bien oscurecía numerosos jóvenes se acurrucaban en ese boliche a fin de compartir sonidos que les complacía improvisar u oír, melodías totalmente ajenas a los híbridos musicales que habían saturado el mercado dos años antes. Al iniciarse el verano de 1964 en la Argentina, muchos jóvenes del país consumían los desabridos productos de una mercadería llamada “nueva ola”. El tronco principal de la música nuevaolera lo constituía un llamado Club del Clan, minitribu de jóvenes cantantes a tono con el mercado masivo. Un ámbito poco exigente donde los resortes comerciales y publicitarios de las productoras de discos imponían diversos nombres que a corto plazo se desintegraban en el gusto popular, reflejo de un buen momento musical italiano (Peppino di Capri, Teddy Reno, Rita Pavone) y de ciertas variaciones sudamericanas adscriptas a la cumbia. Buenos Aires tuvo su corte de cantantes con cabello controlado y escasa imaginación (Lalo Fransen, Billy Caffaro, Johnny Tedesco, Rocky

Pontoni, Jolly Land) y algunos otros que supieron soltar a tiempo el lastre nuevaolero (Palito Ortega, Violeta Rivas, Los Cinco Latinos) para ajustarse al gusto general y mantenerse a flote. Buenos Aires ha sido siempre una gran caja de resonancias donde todas las modas artísticas foráneas desatan amplios ecos inmediatos, un recinto permeable a todo lo que los centros culturales del mundo producen tanto para distraer pasajeramente, como para revolucionar a fondo. La idiosincrasia local, configurada sobre un poderoso caudal inmigratorio, explica en parte este fenómeno: la mirada hacia Europa para importar cultura fue siempre un modo de adornar el yermo pampeano. Lo demás se justifica como una sencilla historia de copia, imitación y variaciones apoyadas en el hecho de que es más fácil hacer una réplica de algo ya consolidado que inventarlo desde la base o la raíz. Una mirada retrospectiva hacia la cultura portuaria argentina del siglo XX ilustra fácilmente este proceso: literatura a la inglesa o a la francesa, eventualmente artes plásticas a la norteamericana, y otros mimetismos semejantes. Informarse de lo que sucede creativamente en otras partes del mundo globalizado es en la práctica un

deber. Calcarlo puede ser, con frecuencia, un valioso punto de partida para la recreación o la invención, o, en su faz más negativa, una manera de enmascarar la carencia de materia prima para la creación auténtica. En la historia del tango o de nuestro folklore pueden encontrarse sin dificultad muestras de perenne energía creativa. Pero el arrabal y el campo han sido desnaturalizados, invadidos por el concreto, la tevé y los electrónicos instrumentos de una era dominada por las comunicaciones colectivas instantáneas. El beat, junto a quienes en su momento lo asumieron aquí, fue una música popular argentina, acorde con el agitado ritmo de vida que se vivía. Los primeros gemidos de la beatlemanía rioplatense fueron dados por jóvenes músicos uruguayos que saltaron de Montevideo a Buenos Aires en busca de un ámbito mayor para sus presentaciones. Los Shakers y Los Mockers (entre otros) fueron algunos de los umbrales del beat regional. La imagen beatle de Los Shakers, temas propios cantados en inglés y el excelente timing de los hermanos Osvaldo y Hugo Fattoruso (formados a partir del jazz) impactaron localmente y atrajeron público a los bailes donde actuaban. En la

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Javier Martínez, Alejandro Medina y Claudio Gabis confluyeron en el trío Manal y crearon una potente y original manifestación de blues cantados en castellano.

vereda opuesta, y en un plano inferior de calidad a expensas del gusto por el pop masivo difundido por la nueva ola, estaban Los Iracundos, quienes, cantando en castellano, iniciaron sin prisa una carrera hacia doce exitosos LP, bajo el lema no explícito de “dar lo que nos piden”. El sexteto uruguayo supo producir potable material de consumo en la Argentina y la América hispanohablante en base a elementos musicales rutinarios. En cambio, la carrera de Los Shakers fue breve, en gran medida por cantar sólo en inglés por encima de las rutinas del mercado discográfico de ese momento. Temas de categoría y meditados arreglos no impresionaron

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al público joven y en mayo de 1968 (antes de la irrupción del rock argentino) el cuarteto se disolvió oficialmente. Dejaron como legado un último LP, “La conferencia secreta del Toto’s Bar”, talentoso documento beat. El 6 de julio de 1969 a las once de la mañana, en un templado domingo invernal, casi dos mil espectadores invadieron el teatro Coliseo para la clausura del ciclo Beat Baires. Durante las cuatro sesiones anteriores (los domingos precedentes) habían desfilado grupos desconocidos y debutantes del rock nativo. Los nombres de Almendra, Manal y Litto Nebbia concentraron la atención durante el recital de cierre que culminó en una

gran “pizza general”, como llamaban los músicos a las improvisaciones entre miembros de bandas diferentes. Entonces se convirtieron en remotas algunas jornadas del pasado, cuando Los Iracundos llenaban el vacío nuevaolero y facturaban a raudales y Los Beatniks entonaban sus protestas pacifistas en castellano en El Altillo, un pequeño teatro de la calle Florida. O en aquella Cueva de la avenida Pueyrredón, refugio de jóvenes “náufragos” y músicos debutantes, que finalmente fueron desplazados por una perniciosa secta seudo-hippie que atrajo disolventes visitas policiales, hasta que los dueños del lugar lo cerraron. Poco después, las grandes campanas del mercado sonaron en la voz de Litto Nebbia –solista de Los Gatos, primer grupo que logró imponer una imagen convincente en el preámbulo del emergente movimiento rockero– y con los versos de “La balsa”, himno de los náufragos porteños que no aceptaban la nomenclatura hippie. “El tedio y la insatisfacción son nuestra fuerza motriz”, explicaban algunos de ellos. Los Gatos habían comenzado a ganar adeptos con “Ayer nomás”, tema de Moris, poeta urbano de los fugaces Beatniks, podado de versos conflicti-

vos cuando llegó al disco en un sello grabador multinacional. La escalada ulterior de grupos beat aportó una serie de nombres que con variada calidad confirmaron una invasión rítmica, primero lateral y después generalizada. La cuota de canciones en inglés fue cubierta por Los Shakers, The Seasons, Los Vip’s, Los Walkers, los suecos del efímero Con’s Combo, The Sound & Company, Conexión Nº5, The Knacks y grupos menos divulgados. La multiplicación de cultores del beat en castellano fue mayor y produjo una onda polifacética donde se entrecruzaron agrupaciones como los primeros Abuelos de la Nada, Almendra, La Cofradía de la Flor Solar, Manal, La Joven Guardia, Los Náufragos, Los Mentales, Los Bichos, Engranaje, Vox Dei y una corte que se renovaba sin parar. Desde otras vertientes, las depuradas canciones de María Elena Walsh incentivaron una mini ola de candidatos a trovadores que un apresurado observador bautizó como la “nueva canción”, etiqueta que no complacía a ninguno de los así rotulados. Al margen de nombres implantados en el pop hispanoparlante –un insustancial Palito Ortega, un errático Leonardo Favio y un

ascendente Sandro (alguna vez mito de La Cueva)– el neo-cancionero trataba de expresar en profundidad sentimientos que los tres cantautores recién mencionados versificaban “periféricamente”. Su ruptura con las convenciones era de por sí estimulante, pero sus esfuerzos no se convertían en frutos demasiado trascendentes. Entonces, de pronto, irrumpió la poesía: “El hielo cubre la ciudad, / el cielo ya no existe aquí… / Siendo las 12 en mi reloj parece haberse puesto el sol / inmóvil ha quedado un tren / entre el hielo de la estación. / Mientras no hay nadie que pueda ayudar / los niños saltan de felicidad. / No es el diluvio, / no es el infierno. / Voy a perforar el hielo, / voy a remontarme al cielo, / para observar / hoy todo el hielo en la ciudad.” Así se expresaba Luis Alberto Spinetta a los 19 años. No se trataba de un iracundo agresivo y estaba componiendo las baladas más intensas del amplio planeta beat de entonces, hoy expandidas en muchos discos y adoptadas por varias generaciones. Una de las mayores dificultades para la trascendencia de aquel tipo de canciones urbanas renovadoras estaba en las oficinas de los productores discográficos, para quienes aquel “produc-

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Norberto Pappo Napolitano hacia el comienzo de la experiencia Pappo’s Blues, haciendo tiempo en las oficinas del sello rockero Talent.

Moris, trovador y poeta urbano por excelencia, en una imagen de prensa de su primer álbum como solista (1970).

to” no tenía grandes “posibilidades comerciales”. Gran cantidad de “demos” de buenos grupos desfilaban infructuosamente por las grandes empresas grabadoras. Paradójicamente, el mayor impacto comercial de Almendra había sido con su canción “Para saber cómo es la soledad”, pero en versión de Leonardo Favio. Las esporádicas apariciones en televisión y el escaso interés de los disc-jockeys radiales pudieron desanimar a los más inspirados cultores del beat argentino. Spinetta, junto a sus compañeros Emilio del Guercio, Edelmiro Molinari y Rodolfo García, comentaban que la calidad y la fe no movían montañas, mientras veían cómo el sello discográfico que los había contratado con exclusividad dedicaba su esmero y su aparato promocional a los conjuntos convencionales más vendedores, aunque fueran musicalmente menos valiosos. Así se establecía un círculo vicioso: el público del llamado “gusto popular” era consumidor de artistas estándar y desconocía la existencia de creadores más comprometidos y trascendentes cuyo triunfo podría haber demolido automáticamente el “éxito” de los más promocionados pero menos dotados. Se sabe, el negocio de la

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música siempre funcionó de esa manera. Igualmente, Almendra era a esa altura una de las cúspidesde la naciente música urbana pero, a diferencia de Conexión Nº5 y La Joven Guardia –artistas del mismo sello–, giraba en torno de sus discos simples y no había grabado todavía un solo LP. Simultáneamente, desde su presentación oficial en público en noviembre de 1968 hasta esos días fundacionales, el crecimiento expresivo del trío Manal, compuesto por Javier Martínez, Claudio Gabis y Alejandro Medina, había sido notable. Se habían olvidado las fallas de un opaco debut para ubicarlo en la plana mayor de los grupos locales. Martínez entonaba temas propios en la línea de los blues. Sus “No, pibe” y “Avellaneda blues” expresaban una neta decantación rítmica antes amenazada por la monotonía. El LP grabado por un sello “alternativo” –Mandioca Underground– lo presentó en sociedad junto a otros músicos jóvenes, entre los que reaparecía como solista Moris, autor de “Escúchame entre el ruido”, tema que quebraba todas las convenciones de la música pop nacional, aquella que muy pronto el nuevo público rockero comenzó a calificar como “complaciente”.

Los recitales de cada domingo en el Coliseo fueron el trampolín de un potente conjunto denominado Engranaje, donde sobresalía el guitarrista y cantante Pappo, ex Abuelo de la Nada. La disolución de Los Gatos puso en órbita como solista a Litto Nebbia, que ya no necesitaba los temas ajenos y en inglés a los que recurría cuando llegó desde Rosario a Buenos Aires. Algunas de sus composiciones de entonces evidenciaban su contundencia creativa, a ratos saboteada por una escasa autocrítica ante obras propias de mero valor sentimental. No obstante, en el Coliseo se expuso como importante activista de la nueva música urbana que crecía poco a poco con voluntad de convertirse en un vendaval armónico, pese a los condicionamientos de una comercialización unilateral. Como productor debutante, Nebbia impulsó las primeras grabaciones de Los Mentales, encabezados por el cantante Daniel Irigoyen, otra revelación del festival en el Coliseo. En un plano estéticamente menor (pero con mayores cifras de venta discográfica), La Joven Guardia impactó con “El extraño de pelo largo”, el preámbulo de la meritoria carrera solista de Roque Narvaja. A su vez, en el plano complaciente, Los Náufragos

ascendieron en los rankings con “Otra vez en la vía”, pero sus productores no supieron vislumbrar el nacimiento del rock argentino y los caminos que se abrían. Por su parte, ciertos monjes incomprendidos del creciente movimiento emigraron transitoriamente, como Miguel Abuelo. La mañana del domingo 24 de agosto de 1969, una sala de San Isidro –el cine General Belgrano– abrió las puertas para que Spinetta, Nebbia, Moris, Javier Martínez y otros dieran a conocer, cada cual con su guitarra, los fundamentos de una pasión que, llamada indistintamente beat, underground o urbana, era un irreversible baluarte de creatividad joven. Durante los cuatro lunes de septiembre, en el marco del Festival Nacional de la Música Beat llevado a cabo en el teatro El Nacional, el fenómeno ganó estado público en base a ese irresistible fermento rítmico. El público de flagrantes “melenudos” salió a la luz del día sin intimidarse por el asedio policial. La celebración de la primavera de 1969 en las piletas de Ezeiza y el Festival PinAp de la Música Beat en el Auditorio Municipal de Plaza Francia atrajeron a millares de adherentes a lo que comenzaba a perfilarse como música progresiva.

Todas las olas son nuevas, pero aquélla traía implícita una entrega, una sinceridad y un ímpetu creativo cuya mayor fortaleza estaba dada por un rechazo radical de lo convencional y lo frívolo. Era una ola nacida, en principio, para barrer el imperio de lo híbrido. El resto –con ton y son, con rebeldía y ternura– se convertiría con las décadas en la música popular argentina.

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la pasión

Pedro y Pablo (Miguel Cantilo y Jorge Durietz) encabezaron la protesta social en tiempos de represión.

de los parques

M iguel

Vemos, tocamos, oímos, gustamos, olemos, sentimos que estamos vivos. Queremos hacer, amar, lanzarnos, crear, recrear porque sabemos que sí, estamos vivos. Con la mente absorbemos aire nuevo y en él viene ese germen y crece desde adentro. Habrá que inventar hasta los nombres de todo, las palabras murieron con los muertos. Sí, estamos vivos. Las semillas se encontraron en los parques y eligieron crecer en un mismo aire, reguemos con amor esta energía y que nadie corte nuestras hojas de vida. Sí, estamos vivos. “Canción del Parque Centenario“ Albe Pavese

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grinber G

Entre los meses de abril y septiembre de 1973, hubo en Buenos Aires gente que, con mayor o menor claridad, decidió asumir los desafíos de “vivir en comunión de anhelos, problemas y búsqueda”. Su experimento no pretendía dar respuesta a todos los interrogantes contemporáneos. Al comienzo, todo consistió en querer estar juntos. Luego, salieron a relucir coincidencias, limitaciones y divergencias. Era natural, no somos iguales. Cada vida humana es un universo, con planetas, cometas errantes, estrellas fugaces, soles y lunas. Somos particulares, pero podemos confluir. Esto, la confluencia, también puede ser un arte. Un día de marzo de 1973 recibí una carta de Claudia Beatriz pidiéndome una copia del boletín gratuito editado por El son progresivo. Ella me pregun-

taba por qué no se podían reunir, una vez por mes, público, oyentes y músicos de rock, en un club o en un teatro. Terminaba el verano. El país estaba convulsionado por el triunfo del Frente Justicialista de Liberación en las elecciones. Pensé entonces que tenía más sentido organizar reuniones en un parque, como el Centenario. Le participé esta idea a un montón de gente amiga: Jorge Pistocchi, Marta Kelly, Hugo Tabachnik, Ángel del Guercio, y a un núcleo de músicos amigos: Luis Alberto Spinetta, Raúl Porchetto, Rodolfo García, Albe Pavese, Jorge Pinchevsky, Emilio del Guercio… Anuncié sistemáticamente por la radio que el día elegido era el 15 de abril, que llovió. Se postergó para el domingo siguiente, por la tarde siempre. Imprimí en mimeógrafo una hoja para contar de qué se trataba a quien pudiese aparecer por ahí. Aparecieron unos trescientos seres (oyentes de la audición) que sin tener en claro qué podía salir de todo eso, se habían acercado para estar con otros como ellos. Desde esa tarde hasta fines de septiembre de 1973, un núcleo humano concreto, compuesto por individualidades a veces antagónicas, compartió hechos y sueños, inquietudes y preocupaciones, problemas y

encuentros. El Parque Centenario pasó a ser simplemente “el Parque”, un sitio donde todos los domingos había gente en busca de comunicación, amistad, o música para reverenciar. De ninguna manera la experiencia del Parque –que luego se disolvería en el tiempo y el espacio– constituyó algo que pueda llamarse un “éxito” o un “fracaso”. Hubo aciertos y desaciertos, confluencias y desencuentros. Igual que cuando se constituye una nueva pareja o cuando se establece una amistad. Creo que cuando los músicos embarcados en la experiencia se vieron muy sofocados por fans a quienes les importaba un cuerno el Parque, empezaron a retirarse de la convocatoria. Por razones de coherencia y para neutralizar el “delirio”, se habían armado grupos en base a intereses comunes: cine, teatro, poesía, plástica, música, comunidades, etc. Al tercer encuentro, prosperó la idea de sacar una revista mimeografiada a la que cada cual aportaba una hoja personal tamaño oficio. Esa publicación se compaginaba el sábado precedente, entre quienes aportaban las hojas y los que colaboraban para armarla y abrocharla. Lo hacíamos en la oficina de Rock Centro, una productora de recitales que dirigíamos

Oscar López, Eduardo Plá y yo. También durante los primeros encuentros surgió la idea de alquilar un galpón que sirviera como sitio alternativo en caso de lluvia los domingos, o como centro de trabajo cultural durante la semana. El ímpetu de los doscientos participantes activos permitió recaudar más de doscientos mil pesos (de la época) en un par de domingos, con aportes que iban desde quinientos a mil quinientos. Aportaba quien podía, no era obligatorio. La revista se repartía gratuitamente y de cada número se hacían quinientos ejemplares. Cada uno de los participantes en la primera etapa del Parque podía dar un testimonio alentador o pesimista de la experiencia. Entonces yo no quería psicoanalizar lo que me pasaba a mí, ni juzgar a los demás participantes. Lo que sí me importaba era rescatar todo lo que me parecía válido de lo realizado, ya que en abril de 1974 quería realizar otra ceremonia parquense. Pero la censura radial implantada en la “Argentina liberada” dio por tierra con mi deseo. Lo que aquellos encuentros dejaron en evidencia era que el Parque era posible, que había gente alerta con hambre de contacto mano a mano, con voluntad

de conocimiento y descubrimiento. Sólo en la faz final hubo un atisbo de algo equivalente a la “lucha por el poder”, o sea, demostrar cuál de los grupos era “el Parque auténtico”. Salvo por ello, ni en el Parque ni en el espacio que se alquiló durante dos meses para convertir en realidad algunos proyectos hubo jefes o líderes delimitando labores. Y si hubo caos (afortunadamente) fue más por no establecer “mandantes”, puesto que muchos no estaban preparados para autogobernarse. Y me consta que a numerosos participantes de la experiencia, el Parque les cambió (positivamente) la vida... Quienes se acercaron al Parque suponiendo que allí estaba la Gran Revolución, se desilusionaron. Quienes acudieron para tratar de calzarlo en algunas de sus categorías sociológicas, entendieron todo al revés. Quienes llegaron para convertir la plaza en escenario de divagues propios, sólo fueron motor de algunos desencuentros. Pero quienes tímidamente arribaron para asumir una otra forma de amor y conocimiento, pudieron sacar conclusiones provechosas. El Parque Centenario, a poco de establecerse como punto de encuentro, como situación de confluencia, despertó las ganas de ha-

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Charly García, acompañado por José Luis Fernández y Alicia Scherman de Gieco, en uno de los numerosos festivales al aire libre que marcaron los años pioneros.

cer “parques” en otras zonas. Los hubo en el Gran Buenos Aires, también en Córdoba. Luego, apareció la voluntad de hacerlo en La Plata. Que durara mucho o poco el impulso, carecía de importancia. Lo fundamental –en un medio social tan conservador como el nuestro– residía en que ese capítulo inicial de algo con mucho camino por andar se constituyera de modo real y dinámico y sembrara otras semillas, como se vería en otras experiencias alternativas de los años siguientes. Junto a los habitués, el Parque Centenario era visitado alternativamente por gente del Maharaj Ji y de Hare Krishna, activistas del Frente de Liberación Homosexual, de la Juventud Peronista, del Siloísmo… Cada una de estas apariciones planteaba disyuntivas concretas. Del mismo modo, un estibador borracho, o un obrero joven que acudió a pedir ayuda para organizar a sus compañeros contra burócratas sindicales, trajeron signos inequívocos del mundo circundante. Otros acontecimientos plantearon opciones que fueron asumidas de modo variado: se planteó participar en las manifestaciones del 25 de mayo frente a la Casa Rosada y en la marcha sobre Ezeiza del 20 de junio. Hubo polémicas, dado que

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había parquenses politizados o apolíticos. Cada cual eligió de acuerdo a ello. Pero de ninguna manera puede decirse que la cuestión política haya socavado la solidez neocultural de la experiencia. En su faz inicial, duró el tiempo necesario para la delimitación de sus posibilidades inmediatas y sus limitaciones transitorias. Hubo diferentes actividades laterales al Parque. El grupo de plástica pintó un mural sobre una pared de Libertador y Manuela Pedraza, el grupo de música organizó un par de recitales con gente nueva, miembros de diversos grupos confluyeron en una manifestación ante la embajada de Francia como protesta por las experiencias atómicas de ese país en el atolón de Mururoa (fuimos recibidos por el embajador)… Y de la revista mimeografiada hubo nueve ediciones. El alquiler de la Casa permitió a los grupos reunirse durante la semana. El paso del césped bajo cielo abierto a una habitación cerrada colocó a varios grupos en posición de tratarse más a fondo, y naturalmente hubo escisiones en Psicología, Comunidades y Teatro. El trabajo necesario para acondicionar la Casa también puso en claro las individualidades: hubo gente activa y hubo

parásitos, constructores y destructores. Igual que en la sociedad: la Casa fue un reflejo de las represiones que actúan sobre el individuo en el sistema que nos envuelve. Parque y Casa exigían un compromiso real, concreto. Algunos resistentes veteranos y algunos adolescente rebeldes comprobaron sobre la marcha que la experiencia les reclamaba definiciones radicales. Durante un tiempo largo o corto habían hablado de “cambiar la propia vida”. Al llegar el momento de hacerlo, hubo quienes temieron perder cierto confort intelectual o ciertas comodidades de la vida burguesa. Con uno u otro pretexto, se borraron. Primero un parque, después el mundo. Sería ocioso hablar de éxito o fracaso. Cada uno de los participantes hizo su experiencia, positiva o negativa. El Parque del Rock fue (o puede ser) una confluencia de vidas, un cotejo de potencialidades. Embanderado o no con una, varias o ninguna ideología, el Parque fue de por sí un hecho político porque implicó opciones ante la realidad: la individual y la comunitaria, la visible y la invisible. Los cambios –exteriores e interiores– valieron en la medida de su dinamización, o sea, como agentes

liberadores. Medirlos con la vara de la “importancia” es perder el tiempo o invitar a perderlo. Casi todos estuvimos de acuerdo en esta meta: abolir toda represión. Lo cual de inmediato planteó la necesidad de educarse para la libertad. Y constatamos que muchos le tienen miedo a esa “libertad” tan mentada, porque la liberación es al mismo tiempo un terrible responsabilidad. Si todo esto suena muy intelectual, lo siento. Quejarse es fácil; cambiar la vida propia y por consiguiente transformar la sociedad no es un picnic de fin de semana, es una elección para toda la vida. Reitero que aquel Parque, como los venideros, no surgieron como respuesta final a todos los interrogantes. Fue, es (y puede llegar a ser) una situación donde seres humanos con voluntad de plenitud asumen sus herramientas vitales, nutridas por la historia del rock. Siempre habrá un Parque en un rincón del corazón.

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M iguel

Tanguito

grinber G

Y LA GENERACIÓN DE LA BALSA PERDIDA

Primer tiempo: el sueño

1. Sobre ese molde el productor radial Carlos Bayón acuñaría la exitosa empresa conocida como La escala musical, surgida como una emisión “ómnibus” del domingo a la tarde por Radio Excelsior. Guiada por el locutor Efraín Pérez Ibáñez y publicitariamente apoyada por la casa de música Lottermoser, llegó a constituir un poderoso circuito de bailes barriales juveniles.

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En uno de los dos únicos discos grabados en estudio por Tanguito (el del sello Talent), se oye durante la sesión de grabación la voz de Javier Martínez, baterista del trío Manal, repitiendo: “En el baño de La Perla del Once compusiste ‘La Balsa’…”. La canción se convirtió durante el verano de 1967 en el himno de los hippies o “náufragos” de Plaza Francia, y poco después, grabada por Los Gatos de Litto Nebbia, en el primer gran éxito discográfico del rock argentino. ¿Quién era Tanguito, aquel personaje mítico del underground porteño? Siento que antes que una leyenda, Tanguito fue un “leyendador”, si se me permite el término, alguien que encantaba con palabras mágicas: tenía un don para convertir en canciones los paisajes y las emociones de la galaxia Trixius (su mundo particular). Muchos de los que en 1993, tras el estreno de la película Tango Feroz y a

caballo de la fugaz “moda Tanguito”, se esmeraron en detallar su conexión con él, en verdad le pasaban de largo cuando circulaba entre nosotros. Tango existía en base a un ritmo personal muy difícil de acompañar. En parte, una poderosa intuición centrada en la música, signo de la generación mundial que emergió a comienzos de la década del sesenta: los hijos huérfanos del rock and roll. Y en parte, un ser confundido e indefenso, desestabilizador en cualquier situación, al punto de producir malestar: el típico “extraño de pelo largo” que el patrullero levantaba “por las dudas”. Después, la “leyenda” sirvió para vender los discos de la banda de sonido, sin entrar para nada en el alma de la historia real. Un poco de rock, un par de malas palabras, tetas y culos, bastante iconografía de los sesenta, y a facturar se ha dicho. Y no fue casual en qué momento creció la leyenda y aconteció el éxito. Porque había entonces otra, una nueva generación perdida dando vueltas en pos del esquivo amor de primavera. Es que la Argentina que supimos conseguir sigue devorando a sus hijos. Ayer con pastillas de anfetaminas, hoy con el paco. Maquinaria filicida que década tras década multipropala mentiras y

deglute jóvenes. Hubo una “Noche de los Bastones Largos”, una “Noche de los Lápices”, una “Noche de Malvinas”... Y después tuvimos –todo llega– una “Noche del Primer Mundo”, que viene naufragando sin balsas. Cuando la muchedumbre puja apenas por los mitos del mundo material, la vida se devalúa. Tanguito escribió en un poema: “Yo quiero que me digas pronto que me digas por favor, mira que tan solitario estoy que me muero por tu amor. Porque necesito tu calor Necesito de tu amor oh dime que me amas porque si no, me voy. Yo quiero que me digas pronto que me digas por favor mira que tan complicado estoy que no puedo entender si serán fantasmas nada más de mi imaginación oh dime si me amas porque si no me voy. Todos los días de la semana quiero verte sentada en el cosmos espacial de mi mente. Recuérdame como yo te recuerdo

porque así las noches son menos tristes para mí.”

su camino, y desde allí no paró jamás. Escribiría:

Cuando tenía quince años, José Alberto Iglesias Correa vivía lejos del Obelisco, en el barrio de Caseros. Su mundo era apenas el circuito de los bailes en clubes de barrio de sábado a la noche. José Alberto se dio vuelta escuchando los discos de los Teen Tops. Las antiguas grabaciones de Elvis y de Ricardito Penniman (Little Richard) hicieron el resto: “Perro feroz”, “Sally la lunga”, “Tutti-Frutti”. Descubrió también la historia del autor de “La Bamba”, un chicano (mexicano nacido en Estados Unidos) que murió muy joven en un accidente de avión llamado Ricardo Valenzuela, pero que el mundo conoció como Richie Valens. Era temprano todavía para los Beatles y los Rolling Stones. El mundo debía atravesar aún la moda del twist, pero como le sucede a quienes llevan el rock and roll en la sangre, no había tiempo que perder, y a los dieciséis años, José Alberto se convertía en cantante de Los Dukes, uno de los muchos grupos periféricos y efímeros de comienzos de los sesenta. Dos discos simples y un hit llamado “Mi Pancha” situaron en órbita al pibe de Caseros: sabía claramente cuál era

“Tengo soles en los bolsillos y una oreja detrás de la oreja. La sabiduría son sólo a veces imágenes, lo más importante es hacer el amor.”

Sólo al llegar a La Cueva José Alberto encontraría la posibilidad de ser el rockero que verdaderamente era. Corrían los años sesenta y en Buenos Aires no había muchos lugares donde tocar. Un trompetista, el Gordo Cáceres, alquiló el subsuelo de Av. Pueyrredón 1723, y lo bautizó La Cueva de Pasarotus. El lugar pasaría a ser punto de reunión obligado para todos los jazzeros de Buenos Aires, entre ellos, Leandro “Gato” Barbieri (rosarino), Gustavo Bergalli, Rubén “Baby” López Furst, Santiago Giacobbe, Rodolfo Alchourrón, Adalberto Cevasco, Roberto “Fats” Fernández, Jorge López Ruiz, Néstor Astarita, Ricardo Lew, Jorge “Negro” Fernández. El estilo anárquico de Cáceres –quien luego emigraría a Francia– marcó el modo caótico al lugar: a veces lleno de músicos y a veces, vacío. Al decir de Roberto Rosado, su dueño y organizador, se buscó hacer

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La Cueva de la avenida Pueyrredón, un lugar mítico de la noche porteña donde los jóvenes se reunían para sentirse libres de lo convencional y abiertos a la vida intensa.

del lugar un “un boliche donde se pudiera escuchar música, y pudieran venir a tomar una copa”. Después de ser frecuentado por la gente del jazz, en La Cueva tuvieron su época Sandro y los de Fuego. El Gitano supo ser habitué porque guardaba sus instrumentos en un cuartito lateral, y por ello se conoció como La Cueva de Sandro, pero el acuerdo duró poco. Sólo entonces, La Cueva pasó a albergar a un grupo de gente que dio lugar a los primeros grupos de rock que cantaron en castellano. El administrador Bravo convocó a Billy Bond para que se ocupara de que hubiera músicos todos los días. Actuaba como “el rebelde” en La escala musical TV y conocía a mucha gente, además de tener un contrato de grabación con el sello Music Hall (Sicamericana). Fue en esos días que Tango y Moris aparecieron en La Cueva, después Javier Martínez, Pipo Lernoud, Nebbia, Ciro Fogliatta, Miguel Abuelo, Miguelito Fender, Claudio Gabis, Ricky Rodríguez, Willy Verdaguer, los hermanos uruguayos Hugo y Osvaldo Fattoruso (de Los Shakers), “Actemín”, “Belmondo”, y “Silvita La Chupa”, la más famosa entre las mujeres que harían aparición entre el círculo de los músicos. Como dijo Litto Nebbia, quien llegó en

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1965 desde Rosario con Los Gatos: “En La Cueva había una cosa nueva, fresca. Una gran producción de tipos componiendo canciones a raudales. Era el fato de encontrarse todas las noches y uno tenía una letra nueva, y Javier Martínez otra, y Tanguito otra, y así todos. Existía una generación impresionante de energía, no como después, con tipos ya con discos grabados y recitales, porque nada de eso existía entonces”. En La Cueva, José Alberto Iglesias Correa, Tango o Tanguito, sería quien habría de mostrar el camino del nuevo cantar urbano. Aunque no bondadosamente o de manera lírica, porque era hijo –y finalmente víctima– de las peores calles porteñas. Oyéndolo cantar sus propias canciones en castellano, la gran mayoría absorbió sus fraseos, silabeos, entonaciones, frecuencias, pausas, respiraciones y por sobre todas las cosas la “intención” de lo que hoy configura el reconocido rock en castellano. Quique Guzmán y Luis Aguilé, pioneros a su manera, conservaban la tonalidad estadounidense-angloparlante.Tanguito, no. Mucho antes que los cantantes de su generación, él supo encarnar una modalidad enteramente original, donde además de articular las letras respetando las acentuaciones (algo que

le llevó todavía mucho tiempo a Litto Nebbia, Luis Alberto Spinetta o León Gieco), lograba ir más lejos, quebrando las sílabas y explorando los ritmos internos del lenguaje. Orquestaba íntegramente las canciones en su cabeza, pero como era incapaz de transcribirlo en escritura musical, tarareaba, “nana-neaba” usando emes, enes y eñes como apoyatura. Desgraciadamente, sus registros discográficos de 1970 no transmiten esa potencialidad espléndida, esa originalidad descomunal, como sí lo logra su grabación de 1967 para la RCA de “La princesa dorada” o parte del material recuperado bajo el título Yo soy Ramsés. El mismo espíritu melodioso que brota del registro de “Amor de primavera” en 1970 para el sello Talent, mínima expresión de lo que Tanguito logró en sus mejores momentos, grabados parcialmente. “A veces me da vergüenza, nena pensar como pienso. A veces me pregunto, nena oh, si será cierto o si vivo soñando o si vivo esperando como cualquier otro hombre que está solo y espera que está solo y espera.”

Tanguito no era un tipo fácil, todo lo contrario: vivía a la defensiva, distinto al resto, era un sobreviviente. Lejos de su naturaleza estaba la perspectiva de ser otra cosa que un cantor de rock, en tiempos donde nadie se ganaba la vida con eso. Tal vez de allí su fama de pedigüeño. Algunas veces lograba actuar en un club. Pero más allá del dinero que llegaría a recibir por los derechos autorales de La Balsa y el anticipo de la RCA, vivió sobre todo por la caridad ajena, recalando en la casa de sus padres y su hermana en Caseros, que también sirvió de refugio para algunos de sus aliados rockeros. Uno de los tipos con quienes mejor se daba Tango en La Cueva era Billy Bond, más adelante aglutinador de La Pesada del Rock and Roll. Una vez, casi de madrugada, Billy decidió quedarse a dormir en la casa de Caseros. Dado que la comodidad escaseaba, se tiró atravesado en un sillón que el dueño de casa usaba para leer. A la mañana, cuando al pasar por el comedor lo vio durmiendo como un tronco, el padre de Tanguito se puso histérico: ¡un intruso en su sillón favorito! Al escuchar el barullo, Tango se levantó para ver qué estaba pasando. Billy, medio dormido, miraba al hombre que gesticula-

ba y gritaba, sin terminar de entender lo que sucedía. Tango lo ve al viejo y le dice: “Pará, viejo, que éste es un amigo, ¿no lo conocés? Es Julio, el que canta con Las Sombras en televisión. ¡Una estrella!”. El viejo, medio incrédulo, mira a Billy, mira a Tango, y les responde: “En serio, che, tenés razón”. Y tras decir eso, lo agarra de las piernas y lo pone de nuevo en la posición original, diciéndole: “Disculpe, sabe, no lo había reconocido. Póngase cómodo”. Pajarito Zaguri fue otro medio compinche de Tango. Lo vio entrar a La Cueva una noche de 1965, junto con Horacio “Gordo” Martínez, quien al disolverse Los Beatniks se había quedado sin músicos para representar y se nombró a sí mismo como apoderado de Tango. A toda costa quería hacerlo grabar como solista, y finalmente lo consiguió en la RCA. Evocó Martínez: “Tanguito actuaba con un trajecito gris, una camisita blanca, una corbatita lisa. Era muy respetable, se iba a dormir temprano. Al mes, ya no existía ni traje, ni corbata ni nada. Venía con pantalones de mujer, camisas floreadas y la famosa media en la cabeza. Cantaba todas las noches “Perro feroz”. Lo hacía durar casi cuarenta minutos. Todos llegábamos al paroxismo. Tenía un fluido genial para

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Los Shakers llegaron desde Montevideo con los hermanos Fattoruso a la cabeza: corporizaban el espíritu beatle, pero con una intensa onda rioplatense.

enloquecernos. Como no sabía tocar la guitarra, tuve que acompañarlo un día que prometió actuar en el club Glorias Argentinas, de Mataderos. Abrió con “Errol Flynn”, un tema de Moris... ‘la menor llena de ardor, lo mató haciendo el amor...’ Al terminar de cantar eso las madres se llevaban a las hijas diciendo cosas tipo ‘Vamos a casa, nena’. Sólo quedaron en el club tipos pidiendo a gritos canciones como ésa. Hizo las que sabía y otras que inventó en el momento. Lo sacaron en andas... Del Tanguito de después no puedo hablar. Está completamente ido. Ya no le importa nada de nada. ¿Te acordás de una de sus primeras canciones? ‘Todavía no estamos perdidos, todavía no estamos perdidos’.” Todos sentimos el llamado del rock and roll, aquí, allá, donde fuera. Era como una descarga eléctrica que en vez de entorpecerte te despertaba. Gutural, natural, global. Pasabas a ser parte de algo que se extendía fuera de tu cuerpo, ligándote a realidades imposibles de describir. Lejos del blabla-bla ideológico de los intelectuales “de izquierda” que a comienzos de los sesenta suponían que el mundo empezaba y terminaba con la Revolución Cubana. Pero había “otra cosa” suce-

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diendo, incodificable. No pertenecía a un país en particular, era frontalmente planetaria y se desplegó a lo largo de la década. Como los artistas son las antenas de sus sociedades, la música venía sintonizando esa música de las esferas, de Trixius, y de galaxias más remotas todavía. El clima fluctuante e indolente del invierno del ’65 se sintió fuerte en La Cueva. De las historias sobre aventuras sexuales del verano, en Villa Gesell, en la playita Saint Tropez de la Costanera Norte o El Ancla de Olivos, la charla cambió súbitamente tras el golpe militar de 1966 en el que Onganía derrocó al gobierno de Illia. En el país se clausuraron el Congreso Nacional, se disolvieron los partidos políticos, cerraron los sindicatos y los centros universitarios. El mero hecho de llevar el pelo largo pasó a ser un pasaporte al arresto, en cualquier sitio, a cualquier hora. Una de las muchas noches en que la policía iba a La Cueva, se llevaron a medio mundo. Litto Nebbia, Tango y varios más fueron a parar al calabozo. Moris, gran conversador y partidario del diálogo negociador, encabezó la comitiva que pidió hablar con el comisario. El funcionario apareció y miró al grupo con cara para asustar. Moris,

con guitarra y todo, explicó el motivo de la presencia el grupo cuevero allí. El comisario lo miró fijo y exclamó: –Ustedes son amigos de esa manga de maricones y atorrantes que están adentro. Todos ustedes no sirven para nada, lo único que hacen es joder a los demás y armar bochinche. (Y dirigiéndose a Moris.) Vea, con esa guitarra, seguro que no sabe ni tocar un tango. –Mire señor comisario, no canto tangos, pero hago otras cosas. De tan rutinario, el hecho de ir preso pasó a formar parte del paisaje de los cueveros. Tanguito miraba de una manera particular, y eso venía de mucho antes de las pastillitas para no dormir. Tal vez sea el estilo de Trixius: mirarte bien a los ojos, sonreír levemente como si todo estuviera en su lugar y el mundo estuviese comenzando en ese mismo instante. No era el estilo argentino de entonces –ni de nunca. Además, de tanto en tanto, se ponía provocador. Para Billy Bond, “era un tipo que iba a a La Cueva a hinchar las pelotas, siempre jodía a todo el mundo”. Y terminaba contagiando al resto. Conocí a Moris, a Pajarito y al Gordo Martínez en aquel invierno del ’65 en el Teatro del Altillo de la calle Florida al 600, durante los recitales finales de Los

Beatniks. A Billy lo conocí convocado por el cineasta Rodolfo Corral, que le filmó un “promo” musical para su difusión en La escala musical TV: hice allí el papel de un motociclista “ángel del infierno”, montado en la moto de uno de los hermanos Fattoruso. A Carlos Mellino (cabeza de Los Seasons con Alejandro Medina) me lo presentó una amiga mía, Susana Salzamendi de Nadal, que trabajaba en la librería Nueva Visión de Viamonte y San Martín. Por ese entonces, yo estaba organizando con Jonas Mekas y la Cinemateca de Nueva York la muestra New American Cinema en el Instituto Di Tella. Fue Carlos Mellino quien me llevó a La Cueva una noche, la misma en la que me encontré por primera vez sentado junto a Tango. Se dio cuenta enseguida de que yo era un sapo de otro pozo. –¿Vos qué haces, Miguel? –Soy periodista. Estoy en Panorama. ¿Y vos? –¡Qué grave! Yo soy un trovador suburbano. Cenando en casa de los hermanos Mellino con Susana y Carlos, imaginamos la posibilidad de hacer un ciclo de recitales con lo más sólido de La Cueva. Tango, Moris y Javier Martínez aceptaron. Los Seasons, también. Alejandro

Medina conserva intensos recuerdos de aquellos momentos inaugurales. Empezamos a reunirnos para ensayar en el galpón de mi revista Eco Contemporáneo, llamado “El reducto de la Flor Solar” (emblema que varios músicos de La Plata usarían después para bautizar a La Cofradía). Quedaba en la calle Lambaré 1080, en el barrio de Almagro. La fama de “tiro al aire” que le hicieron a Tango no la aplicó conmigo. El nombre del ciclo fue “Aquí, allá y en todas partes”, por la canción de los Beatles. Sobre la marcha apareció Alberto Pezzi, un argentino recién llegado de Estados Unidos, que ofreció cantar los temas de Bob Dylan con el seudónimo de Bob Vincent. Así se fue completando nuestra historia del rock: abriríamos con Tanguito haciendo clásicos del rock and roll. Él, por motivos nunca claros, quiso actuar con otro seudónimo, y adoptó brevemente un apodo que le había gustado: Donovan. Hice algunos aportes bajo el nombre de Morgan X. Los Seasons cubrirían la beatlemanía. Carlos localizó a una chica llamada Susana Renzulli que cantaba como Joan Baez, y que acompañada en guitarra por su hermano (un chico con cara de asustado) preparó seis canciones compuestas por Rodolfo Ca-

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Diciembre de 1966: Bob Vincent, Carlos Mellino, Susana Salzamendi y Alejandro Medina se preparan para “Aquí, allá y en todas partes”, un recital fundacional.

bral, un tandilense que había decidido renunciar a su carrera pop (bajo el nombre de Indio Gasparino) pero que todavía no estaba a punto para su nueva etapa como Facundo Cabral. Alberto y yo haríamos canciones de Dylan, y para el cierre, Moris y Javier Martínez propondrían la nueva música urbana. Javier adhirió en primera instancia, pero cuando se le planteó que era necesario ensayar el espectáculo, repudió el concierto secundado por la plana mayor de la tribu cuevera, y se apartó. En vísperas del verano hicimos tres presentaciones en el Teatro de la Fábula, en la vecindad del mercado de Abasto. De los diarios solamente vinieron dos críticos: el de El Mundo (que nos tomó el pelo) y la cronista del Buenos Aires Herald (que nos hizo una reseña sensacional). Recuerdo este diálogo: –Tango, vamos a hacer un ciclo de conciertos, y pensamos que sería bárbaro que vos cantes allí... –¿Te parece? Pensaba que se trataba de una cargada. Me pidió detalles sobre los otros participantes, la idea, el lugar, las fechas. Abrió su bolsa de gimnasia, sacó un cuaderno, y anotó todo cuidadosamente. –Escuchame, Miguel. Hay una cosa que tengo que decirte, no voy a ser más

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Tanguito. Ahora soy “Donovan, el Protestón”. Me explicó que en verdad había otro “Tanguito” que cantaba música comercial, y que no quería ser confundido con él, ahora que íbamos a hacer publicidad. –Si van a venir periodistas, no quiero que se equivoquen. Tanguito no va más. ¿Me dejás cantar “Errol Flynn” y “El hombre restante”? Si bien yo sabía que en Inglaterra existía un Donovan Leitch, no me animé a pincharle el globo. Quería encontrar un lugar bien porteño, y elegí el Abasto, pensando que era lo nuestro y tenía que ser histórico, y qué mejor que en territorio de Carlos Gardel. Alquilé el Teatro de la Fábula (Agüero 444). Moris ironizaba: “Del Altillo de la calle Florida a un sótano de la calle Agüero... así son las victorias argentinas”. Serían tres noches de diciembre: 7, 12 y 14, a las 21. Programé dos ensayos generales en el teatro. Le temía a la fama de Tango y arreglé con Moris que si no aparecía, él se ocuparía también de la época inicial. Me equivoqué. La cosa –en cambio– se atascó con un futuro Manal. Un sábado de noviembre a la tarde, con un coro de cueveros criticones en la sala, Javier no embocaba

nada con la batería. Yo insistía en repetir y repetir. Se puso de mal humor. Yo también. Subió la presión, mientras la barra cuevera se ponía en mi contra, como si fuese el sargento de la colimba. Pegué algunos gritos. Tango se puso blanco. Susana Renzulli casi se pone a llorar. El Gordo Martínez agarró un pie de micrófono y amagó pegarme con él para vengar el honor de su amigo Javier. Moris lo frenó... Una ridiculez total. Desenlace: nos quedamos sin el batero. Miguel 1, Cueva 0. Recién después de esos recitales, Carlos lo puso a Tanguito al tanto de la cuestión sobre Donovan. Entonces empezó su tercera vida, como Ramsés VII. Tango llegó a cada encuentro dos horas antes. Traía en la bolsa, bien planchada, una camisa blanca con volados en los puños. Se peinaba con flequillo: mojaba bien el pelo, y se calzaba una media de mujer bien apretada en la cabeza, para aplacar los rulos. Me preguntó si no había tocadiscos en el teatro: lamenté la carencia. Estaba recopado con el “Lady Jane” de los Stones y quería traer el disco, no pudo ser. Me concentré en la puesta en escena. Él fue lo mejor de todo, porque al acompañarlo Los Seasons tenía una base real de rock and roll, como nunca

había tenido, un grupo eléctrico real. Freddy no era muy bueno en la batería, pero Carlos en guitarra y Alejo en bajo lo apoyaban sólidamente, en tanto Tango se expandía como si toda su vida hubiese tenido a su lado una banda rockera. Probablemente siempre la tuvo, aunque sólo él la veía y escuchaba. La noche final la sala se llenó, además del público, con la tribu de La Cueva. Todos estuvieron sensacionales, Tango y Moris como faros brillando en la noche del siglo. Terminada la función, sumé todo lo ingresado, resté los gastos de alquiler, fletes y publicidad, y dividí en partes iguales el saldo, tal como se había convenido. Tanguito casi se estaba yendo y lo atajé a un costado de la sala. Extendí la mano con la plata y le dije: –Esta guita es para vos. Miró los billetes, me miró a mí ladeando desconfiado la cabeza, esperando alguna sorpresa de último momento. Recordé las bromas pesadas que solían hacerle en La Cueva y le insistí: –Mirá, vos no estuviste cuando armé esto con Susy Salzamendi, pero la idea era que se repartiera la recaudación entre los que lo hicimos. Volvió a mirarme fijo. Sonrió. Estiró la mano, agarró la plata, y la guardó en

el bolsillo del saco sin mirar cuánto era. Dijo “gracias” muy bajito y apenas pronunció el “chau” se dio vuelta caminando muy rápido. Comprendí su apuro cuando vi que subía la escalera –viajero sideral– tomado de la mano con la otra Susana: “Nena, me gustas tanto como las tristezas del blues”. También escribió: “Cuando no tengas lugar adonde ir cuando no tengas ya más que decir siempre ilumíname”.

Segundo tiempo: la pesadilla

La Cueva no fue un lugar idílico a la manera de los espacios míticos del Greenwich Village neoyorquino o de California. No era un contexto para historias de amistad y solidaridad. Tango, golpeado por la intemperie y sucesivas noches de comisaría, o simplemente por ser un divagante nocturno de pelo largo, era desconfiado, arisco e insolente. Estaba muy por encima de la corte de almas en pena que constituyó la tribu de “cueveros”, músicos que no llegaron a parte alguna, o náufragos de mil historias y desafinetas urbanas. Resentidos y opacos a causa de la hostili-

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Willy Quiroga, Rubén Basoalto y Ricardo Soulé se sumaron como Vox Dei al pionero sello discográfico Mandioca, antes de concretar su versión rockera de La Biblia.

dad que recogían andando por la Reina del Plata de día: en La Cueva sacaban afuera todos sus espectros. Les divertía esconderle la bolsa a Tanguito. Debajo de algunas cosas de Bravo en el mostrador, colgada atrás de la puerta del baño, adentro de un cajón de bebidas. Él no se enojaba, ni criticaba. Iba de grupo en grupo, pidiendo... –Muchachos, me tengo que ir, dénme la bolsa. Por favor, tengo que atender un asunto urgente, díganme dónde está. Esperaban mucho tiempo para decírselo... Hasta que finalmente, cansados de escuchar la rogativa, le revelaban el lugar. Una noche, a la hora del desbande de La Cueva, él estaba semi distraído, de pie en la vereda, como esperando a alguien, tal vez a sí mismo. Uno de los insoportables de siempre le arrebató la bolsa. Formaron un círculo a su alrededor, y cada cual que tenía la bolsa le decía “tomá, tomá”, y cuando se acercaba la tiraban hacia alguien situado en el lado opuesto de la ronda, por encima de su cabeza. Se repetía el juego, en tanto él pedía “basta, muchachos, basta”... Al final se cansaron, y se la devolvieron. Nos fuimos caminando con él, Moris y algunos más hacia la plaza de la calle Posadas, que llamaban

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“Chaplin” y que ya no existe. Durante un largo rato jugamos a imaginar que era un gran departamento al aire libre: un sector de la plaza era el comedor, otro la cocina, etc. Cuando nos cansamos, nos sentamos en la escalinata del pasaje Seeber que unía la plaza con la avenida Del Libertador, ahora apenas un lugar querido en la memoria. Tango cantó pedazos de cosas suyas en la madrugada, como un solcito bailando con los faroles. Billy Bond, personaje bisagra de este capítulo, con un pie en los negocios del disco y otro en el rock de la ruptura, evocó La Cueva con desprecio absoluto: “Mucho se ha hablado de ese lugar como un templo del rock, y otras cosas por el estilo. No comparto esa idea. Pienso que La Cueva fue un bluff total. Con esto quiero decir que como ocurrió allí, pudo haber sido en cualquier otro lado”. En 1969, ya extinguida La Cueva, se consolidó el sello Mandioca a partir de una inversión del entonces exitoso editor Jorge Álvarez, conocido como el Zar de la “literatura comprometida”. Era obvio que había visto un nuevo horizonte comercial, y se jugó en esa dirección. Apoyó a un grupo de chicos egresados del Colegio Nacional

Buenos Aires, entre los que estaban Pedro Pujó, Rafael López Sánchez y Javier Arroyuelo. Moris, el trío Manal (Javier, Alejandro y Claudio), Tanguito, Miguel Abuelo y Vox Dei pasaron a ser el elenco de algo que aspiraba a ser en la Argentina lo que el sello Apple de los Beatles fue en Inglaterra: Álvarez puso el capital y se asumió como “la madre de los chicos”. Afiches, discos, conciertos, un largo viaje desde el delirio hasta el naufragio. Generaron algunas producciones cruciales, fracasaron como empresarios. Tango caía seguido a la oficina de Cangallo al 600, donde Mano Editora había establecido la sede central de Mandioca: era una de sus paradas usuales

en el arte del mangueo. Entre los divagantes del emprendimiento estaban Mario “Colorado” Rabey y un hermano de Pedro, Hernán (que más tarde se fue a California). Sobre una letra de éste, Tanguito compuso “Amor de primavera”. Otro polo para inventar unos pesitos de “arriba” eran las oficinas de Billy Bond en Sicamericana (Uriburu 40), donde además, en la prehistoria, Los Dukes grabaron “Mi Pancha”. En la primavera de 1969, el rock argentino se escuchaba por todas partes. En la fiesta estudiantil convocada en las piletas de Ezeiza, en el Festival PinAp de la Música Beat & Pop, y en el Festival Nacional de la Música Beat: este último en el teatro El Nacional

de avenida Corrientes 960, los días 1, 8, 15 y 22 de septiembre. Moris era el asesor artístico. Carlos Riccó, el animador. Yo formaba parte del Jurado con Daniel Ripoll y Juan Carlos Kreimer. Competían 16 conjuntos nuevos de todo el país, y triunfó el tema Alza la Voz de Pajarito Zaguri con La Barra de Chocolate. La estructura había convocado cada noche a alguna figura “reconocida” de la música joven, para cantar un par de temas durante el intervalo, como Litto Nebbia o Facundo Cabral. De pronto, apareció Tango. El público lo recibió afectuosamente, y Riccó lo invitó a cantar algo. Pidió la guitarra, un banco alto, y amagó comenzar. No se sostenía sobre sus pies:

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evidentemente estaba “mambeado” o con cuatro días sin dormir. Despegaba desconcentrado, desafinado y desentonado. Todo el mundo se sintió horriblemente incómodo. En la mitad del asunto, Riccó pidió un gran aplauso y lo despacharon hacia las bambalinas. El show debía continuar. Comenzó entonces un navegar interminable entre la nada y la indefensión. Tanguito no era un líder ni un héroe: entraba y salía de los calabozos como una ficha en el molinete del subterráneo, en una dura cabalgata de jinete magullado entre la cárcel de Devoto y el neuropsiquiátrico Borda, hasta que se volvió un caso de rutina para los detectives de Toxicomanía. Era como la cabeza de un muñeco negro de madera a la que en los antiguos parques de diversiones se le arrojaba una bola dura en el medio de la frente. Segunda y última aseveración: una metrópolis no es un buen lugar para los niños de Trixius. Un domingo de marzo de 1971, estaba tirado a la sombra, cerca del muro donde los artesanos de Plaza Francia hacían lo suyo. El murmullo agitado de los hippies de cinco años atrás ya no era novedad. Era otra década, el déspota Onganía se había perdido en su

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propia película totalitaria, y el albacea de esa “Revolución Argentina”, el general Lanusse, pulseaba con el general Perón (en el exilio desde 1955) rumbo a las elecciones presidenciales de una “Argentina liberada”. Lo vi venir derecho hacia mí. Se sentó a unos pasos y me dijo “hola” como si nos hubiésemos visto ayer nomás. Me pidió un puchito, y le dije que no fumaba. Dejó a mi lado el estuche de la guitarra y se fue a buscar un cigarrillo. Regresó fumando. “¿Cómo te va?”, insistió. Le dije que ya no estaba más en Panorama y que escribía la columna de rock en La Bella Gente. No le pregunté cómo le iba a él. Todos sabíamos muy bien cómo no le iba. Su trajecito oscuro se veía sucio, arrugado, vencido por el tiempo y su epopeya urbana. “Tengo unos poemas nuevos”, murmuró y abrió el estuche. No había guitarra adentro: alguna ropa, muchos papeles, unos estuches de pastillitas Obedrex, una anfetamina que las señoras gordas tomaban para sacarse el apetito. Leyó un poquito, y se cansó enseguida. Colocó el estuche como almohada y se recostó mirando hacia la copa de los árboles, mientras terminaba el cigarrillo. Se quedó quieto un rato más, se levantó, esbozó media sonrisa, y me dijo

“chau”, diluyéndose entre la gente. Otra noche en la puerta de La Giralda, oí mi nombre. Ahí estaba él, parado contra la columna. Reconocía a la gente, pero ya no estaba entre la gente. Babeó cuando me pidió cien pesitos. Se los di. No agradeció, ni nada. Apretó el papel en la mano, y se fue como se van las flores marchitas. Ya no brillaban sus ojos. El viejo estuche, abollado, iba atado con un hilo sisal, ya sin cerradura. Al año siguiente, haciendo mi programa de la mañana, La joven música, suplemento de El son progresivo por Radio Municipal, el operador me dice que hay un llamado urgente para mí. Subo a la cabina y alguien al que no conozco me da la mala noticia. La cruda, anticipable noticia. Regresé al micrófono y lo comunico. “Tanguito ha muerto, antes de cumplir 27 años”. Mucho tiempo después, un oyente me confesó que lloró cuando escuchó el anuncio. El rock puede ser una lágrima grande que baja y se pierde. Ahora lo recuerdo con el traje apretado que luce en la foto de la edición Fermata de la música de La princesa dorada. Como de costumbre, ajeno al paisaje. “Yo no estoy aquí, sólo mi sonrisa me delata”. Dueño únicamente de su ausencia, añorando un plane-

ta al que como el personaje de David Bowie en El hombre que cayó a la Tierra, no podrá regresar jamás. Veinte años más tarde, en la semipenumbra del estadio de River, en medio de un concierto de los australianos INXS, me encara un pibe: “Por favor, decime la verdad, ¿cómo murió Tango?”. Pienso para mí que vivir en la calle es un oficio peligroso. A veces, sin querer, se ven cosas que no deben verse, transas que sería saludable ignorar. Basta eso, y ser “marcado” para morir. ¿Acaso vio Tanguito algo inoportuno? Versiones de boca en boca en boca en boca: un laburante de la morgue lo vio en la camilla cuando lo trajo la ambulancia. El parte policial decía “accidente en el tren”. Todo el daño estaba en la cabeza, nada en el cuerpo... ¿Acaso es difícil dejar un cadáver al costado de unas vías? ¿O más difícil es vivir a la intemperie al compás del rock, en una cornisa canalla de la América del Sud? Leyenda, de ninguna manera. Emblema, tal vez. Miles de pibas y pibes hicieron fila en los cines a años luz de distancia de la puta Cueva de la calle Pueyrredón para asomarse a una arbitraria versión fílmica de la densa existencia de alguien que en verdad no partió al cielo dibujando mandalas,

acompañado por un famoso actor español. Lo que en verdad quedaría por saber es hasta cuándo seguirá sonando el Blues de las Generaciones Perdidas. Porque en el fondo o en la costra, de lo que se trata es de acabar esta pesadilla donde los dormidos les hablan a otros dormidos para que sueñen mejor. Una generación perdida no es apenas algo extraviado: perdido es algo que se fue, para no volver, con toda la excelencia de su exceso. Entretanto, Tango, el único, el de Caseros, garabateaba: “Quiero ser libre es mi deseo ser libre. El mundo está prisionero de su falsa libertad. Soy prisionero de esta sociedad que no camina sino para atrás. Ya no me importa la sociedad quiero ser libre estar así todo el día y la noche entera.”

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Dedicado a Enrique Santos Discépolo, Homero Manzi, Juan Carlos Cobián, Eduardo Arolas... y a todos los que como ellos no transaron frente a la ciudad del dolor.

M iguel

el espíritu

grinber G

tanguero

Al despuntar 1974 el rock argentino, asumido como “música progresiva”, ya era una realidad cultural indiscutible en nuestro país. No obstante, recibía críticas y cuestionamientos desde diferentes frentes: mientras algunos medios periodísticos lo minimizaban como una transitoria “música de protesta”, los ideólogos híper-nacionalistas o marxistas lo consideraban “música extranjerizante”. Desde abril de 1972, gracias al apoyo de Ricardo Costantino, entonces director de LS1 Radio Municipal de Buenos Aires, las nuevas músicas tenían presencia notoria en la programación de la emisora: mi programa El son progresivo, y otro que conducíamos junto con Ángel del Guercio, Rock en Buenos Aires. En este último también colaboraba Oscar del Priore como columnista de nueva música urbana, difundiendo la obra de los jóvenes bandoneonistas de la orquesta de Osvaldo Pugliese: Rodolfo Mederos, Juan

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Aníbal Troilo y Astor Piazzolla, dos figuras magnas de la música popular de la Argentina, que también expresaron el alma porteña con potencia y armonía supremas.

José Mosalini y Daniel Binelli y, por supuesto, la música de Astor Piazzolla. Incluso Litto Nebbia ofrecía dos emisiones semanales de media hora cada una tituladas Melopea. Cuando en junio de 1973 el director de LS1 Radio Municipal fue eyectado de su despacho a punta de metralleta por un grupo de ultraderecha, la programación vigente fue cancelada. El aire se saturó con cuotas altamente generosas de expresiones obsoletas de tango y folklore, pero el grupo de planificación –encabezado por el secretario municipal de Deportes– se halló con la necesidad de algún programa para “los jóvenes”. Al llamado “rock” no lo querían pues lo consideraban un “ritmo imperialista”. Uno de sus asesores dio su propuesta global, pasar la música que él le hacía escuchar a sus hijos: Glenn Miller, Benny Goodman y Tommy Dorsey, curiosamente también made in USA. Defendí los valores de las nuevas corrientes con férreos argumentos, se admitió mi continuidad en el aire. Rebautizaron mi programa como Discoteca privada, porque lo hacía con discos de mi propiedad. Matizaba las selecciones musicales con rock de Chile y Brasil (considerado como música latinoamericana) y pasaba rock de

Estados Unidos, aunque mayormente con temas instrumentales… Uno de los censores pidió que se me sumariara por haber emitido durante “muchos segundos” un canto de pájaros proveniente de un disco de Pink Floyd. Dedujo que se trataba de un mensaje cifrado para extremistas de izquierda. La medida no prosperó. Yo resolvía la cuota de tango y folklore con grabaciones de Piazzolla, Eduardo Rovira, Anacrusa, el Grupo Vocal Argentino, Miguel Saravia, pero no duró mucho. Poco después, como empleado municipal y por resolución del Intendente, fui adscripto a la mesa de entradas del Hospital Fernández, lo que determinó mi renuncia. En 1975, desplazados los ultras, asumió la dirección de LS1 el compositor Pocho Leyes, quien me convocó nuevamente; esto dio lugar a un nuevo programa de música progresiva, Confluencia. En este nuevo ciclo no pude rersistirme a reflexionar sobre la música porteña, si estaba o no caduca: a cuarenta años de su irrupción en la banda de sonido de la película El alma del bandoneón (1935), todavía se cantaba “Cambalache”, de Enrique Santos Discépolo. Y se seguiría cantando. Aún me pegaba el más añejo “Derecho vie-

jo”. O “Mi noche triste”, por ejemplo. Hacía tiempo que no reinaba el malevaje, y los tranvías eran una postal descolorida en el altillo de los recuerdos. Los antiguos inquilinatos habían sido reemplazados por las villas miseria, el arrabal se había llenado de fábricas y de máquinas, los “estaños” de los bares retrocedían ante el avance del “grill”. Nuevas luces y nuevos ruidos invadían la Reina del Plata, pero el porteño seguía solo, y esperando. Si el cantor había dicho que “el mundo fue y será una porquería”, y todavía teníamos millones de ejemplos para fundamentar el argumento. De pronto, se hacía evidente la cuestión: los rockeros sabíamos cómo es el mundo, pero decidíamos no aceptarlo. Había nueva gente tocando el bandoneón, y Piazzolla era un astro internacional, pero faltaban poetas populares que cantasen hondo, como en el veinte o el treinta, cuando la medida del éxito la daba el silbido de un canillita. Además, los poetas que importaban ya no recurrían al tango para canalizar sus imágenes de vida, o de bronca. El tango es la postal de una Buenos Aires que ya no existe. Sin embargo todavía golpea el corazón, porque cuando dio su testimonio lo hizo a fondo, igual

que el oxidado cuchillo de los gauchos. La música porteña, la de antes, sobrevive gracias a que sus creadores fueron grandes, y sobre todo porque la corrupción de nuestro mundo apenas ha cambiado. Yo no me burlé nunca del bandoneón, comprendí su dolor. Pero no podía aceptar eso de que el mundo será una porquería. No podía adorar una estampita del Gardel, ni aferrarme a los llantos del pasado, porque añoraba las alegrías del futuro. No me alcanzaban los poemas de la década del treinta, para acometer las infamias de la década del setenta. Entonces se suicidaba Alfonsina Storni, ahora lo hacía Alejandra Pizarnik. Es muy cierto, como expresó Norberto Galasso, que Discepolín hablaba “de la frustración del hombre argentino, de los aniquilados en vida, de la columna trágica de seres fracasados en un país sin horizontes”. Pero yo no lo aceptaba. Los músicos de rock, tampoco. Ni entonces ni, creo, ahora. Soy porteño, y amo a mi ciudad. Tengo pedazos del alma colgados en algún desaparecido farol de barrio. Lloré alguna vez abrazado a un árbol. Y anclado un día en Nueva York, se me puso la carne de gallina cuando tras el click de

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Enrique Santos Discépolo, poeta y tanguero mitológico, rebelde y solitario, abordó con sus letras un terreno existencial que algunos rockeros también han sabido manifestar.

la moneda un jukebox soltó el lamento de Charles Gardel. Pero yo sentía que la música porteña le cantaba a la muerte, no a la vida. Respetábamos al “zorzal criollo” en una ciudad donde ya no hay zorzales y donde el pan parece de plástico. La gente canonizaba a Gardel para afirmar su propia inexistencia, para escapar del presente y de la posibilidad de un cambio. Por eso en mi programa repetía: la música porteña, fundamental testimonio del ayer, es aquí y ahora un refugio de los “nopuedistas” que domesticaron su fracaso, y buscan eternizarlo. Yo me propuse no aceptar este mundo tal como es. Y hay quienes estaban y están en la misma. Otros no solamente lo aceptan, sino que luchan denodadamente para tornar imposible el advenimiento de lo nuevo. Son los cuervos que alguna vez denunció Leopoldo Marechal, esos que se disputan los despojos de una Argentina finiquitada, y a la vez no quieren que florezca otra Argentina “como en Navidad”. Decía Discépolo: “El hombre de las grandes ciudades caza mariposas de chico. De grande, no. Las pisa... No las ve. No lo conmueven”. Los nuevos bandoneones recreaban bellamente a Julio de Caro o a Troilo, y el amor de enton-

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ces resurgía como la foto de la primera novia. Pero no bastaba. Se habían acabado los viejos cafetines, seguíamos naufragando, y persistía el desafío de Arturo Jauretche: ‘Hay que optar: hacerse hombre de letras o hacer letras para los hombres”. El tango de hoy –el tango vivo– tiene música pero no tiene poetas. Y cuando tiene poesía, la mama de los Quijotes que se despedazaron a la hora de los cafishios y los antiguos comités. La música porteña de hoy se acurruca –con su ñata desangrándose– y se aferra al pasado. En tanto los poetas posibles no tienen acceso al pueblo, la música posible es tapada por los ruidos de la industria del disco (de la mano de su cómplice comercial, la radio), y somos “un arlequín que salta y baila para ocultar su corazón lleno de pena”. Y uno sigue lleno de esperanzas el camino que los sueños prometieron a sus ansias. Somos los mismos inmigrantes que fracasaron durante las primeras cuatro décadas del siglo XX, somos los mismos criollos que vimos traicionados en sus mejores anhelos, somos los mismos indios inmolados, somos los mismos porteños de la época de los garitos del Dock Sud o la Corrientes angosta. Pero nuestra canción de hoy

no pasa por el tango. Nos sacuden con malos versos, o con refritos que jamás podrán igualarse al “Yira yira” o a “Uno”, hermosas láminas de resistencia que el pueblo cantó porque nacieron del pueblo. Nos abruman con slogans, consignas y malabares demagógicos. Y el poema sigue ausente, la música porteña queda circunscripta al disco y a la memoria, mientras los últimos grandes se mueren en la penumbra del olvido. Horacio de Dios contó: “Discépolo se murió solo. Absolutamente solo. Y aunque parezca una cursilería se murió de tristeza. Harto de hipócritas”. Pero, ¿qué ocurría con quienes –en defensa de la música nacional y popular– a partir de 1974 se llenaron la boca con el tango y bramaban contra los melenudos y las guitarras eléctricas? ¿En nombre de qué erradicaron al rock de la radio? Pienso que le tenían miedo a la realidad, y necesitaban una música cualunque canonizada, estática, domesticada. No querían la menor innovación, no porque amaran de veras la música, sino porque cualquier cambio amenazaría sus renombres o los privilegios que pudieran haber obtenido en su rol de “baluartes” del sentir nacional. Como cronista de mi época sabía que

desde 1966 venía creciendo en nuestra ciudad una nueva música urbana. Despreciada, perseguida, exiliada por arbitrarios decretos radiofónicos, desplazada por los industriales de hibrideces insoportables al estilo Raphael o Heleno, persistía en su caravana hacia la plenitud. Hasta entonces, quienes la queríamos, habíamos procedido a la defensiva. De repente la ofensiva comenzó a corporizarse, pero era una ofensiva de creación y de amor. Hay mojones inapelables de esta corriente, que no pretende ser la única respuesta metropolitana en lo que se refiere a la música. A quien deseara saber de qué se trataba, le aconsejábamos que escuchara “Avellaneda Blues” o “No pibe” por el Trío Manal; “Muchacha”, “A esos hombres tristes” o “Cantata de Puentes Amarillos”, de Luis Alberto Spinetta; “Apremios ilegales”, de Pedro y Pablo; “Muchacho” por Moris; “Natural”, por Tanguito; “Blues de la Tierra Supernova”, por Claudio Gabis y Alejandro Medina; “El otro cambio, los que se fueron”, por Litto Nebbia, y decenas más. El patoterismo estético por decreto es otro modo de expresar el miedo que en nuestro país sienten algunos veteranos frente a los jóvenes. En música eso se mide por la obsesiva canonización de

los estereotipos, y la tremenda cerrazón ante las nuevas corrientes. Otros poetas de la ciudad estaban creciendo. Los nuevos músicos también. En algunos casos sus creaciones tuvieron que ver con el espíritu tanguero de siempre. En otros brotarían cadencias no habituales: a veces parece como si la música porteña se muriera de conformismo y prepotencia. Pero la última palabra, como siempre, la dará la gente, ese pueblo que torna popular una melodía no porque se la inocule por radio a mansalva, sino porque en algún lugar del corazón el canto coincide con la pena o con la sonrisa. Con el ansia de felicidad y el hambre de futuro.

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Spinetta

M iguel

Antonin Artaud Carta a Jean Paulhan, París, 1937.

1973: LAS FRONTERAS DE LA LOCURA grinber G

En un momento del vacío cultural porteño del ‘73, Spinetta dio dos pasos hacia la luz: cerró la experiencia Pescado Rabioso y concretó en su nombre una visión llamada Artaud. Grabamos este diálogo desnudo en el estudio de Radio Municipal, para mi programa El son progresivo, antes de presentar el disco en el teatro Astral. Algo nacía y algo moría, al mismo tiempo. Décadas más adelante esa obra sería considerada una cumbre del rock argentino. Creo que tiene sentido recuperar aquella conversación cuando, de nuevo, la metrópolis parece desintegrarse bajo el ojo adusto del Rey Caos y el alarido de los locos. Otra vez, algo muere y algo nace. Seguimos conversando en el interior de nosotros mismos, esquivando rejas, en neta conmoción, arañando el Todo.

Track 1: Un poeta revolucionario

Miguel Grinberg: Hace algunos años, cuando yo era más joven y trabajaba

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“¿Acaso no son el verde y el amarillo cada uno de los colores opuestos de la muerte; el verde, para la resurrección y el amarillo para la descomposición y la decadencia?”

en una revista semanal de cierta importancia, se acercó cierto día un muchacho con un impermeable clarito, y traía un disco simple en la mano. Tenía el pelo muy corto porque estaba haciendo el servicio militar y su nombre era Ángel del Guercio. El simple que traía era de un grupo nuevo llamado “Almendra”, el primer disco del cuarteto. Se acercaba tímidamente a esa redacción para ver si alguien le prestaba atención. Éramos muy jóvenes. Algunos ni siquiera eran jóvenes, eran niños. Recién ahora son jóvenes. Y desde entonces, hasta aquí, pasaron muchas cosas. También en esa época, en La Plata, había otros niñosjóvenes haciendo música. Allí se llamaban La Cofradía de la Flor Solar. Eran años especiales, porque lo que se hacía no tenía que ver con lo que se había hecho antes. Y se hacía no por frivolidad ni por imitación, sino porque realmente era imposible no hacerlo. Porque –y ahora nos vamos a poner poéticos– las cosas que pasan en la naturaleza, tienen que pasar. Y eso que entonces era un tímido asomarse a la ciudad con otra música, asomarse a todo el hielo de la ciudad, es ya el pasado, porque esas cosas fueron, así como son otras cosas, que tienen que ver con esto porque como ya anticipamos, hoy vamos a charlar un

rato con Luis Alberto Spinetta… Que se está riendo, porque debe pensar que esto es un divague… ¿O no? Luis Alberto Spinetta: Me río por la amplitud del vocabulario… MG: En este programa tratamos de poner sobre el tapete algunas cosas. Ya estuviste escuchando la grabación de dos encuentros anteriores, sabés más o menos cuáles son nuestras preocupaciones, y vamos a ir por orden, desde un punto de vista lógico, de lo más concreto a lo más inasible. Tenés por delante un recital, el domingo 26 a las 11 de la mañana en el teatro Astral. Estos días he andado por ahí, en varios recitales, y hay gente que todavía no sabe que la formación de Pescado Rabioso (la que tuvo en el álbum doble) ya no es tal. Se sorprenden porque no lo leyeron en la lista de defunciones de algún diario. Y realmente muchos se van a sorprender porque el tuyo es un recital solista, donde se va a presentar el material de un nuevo disco que aparecerá firmado como Pescado Rabioso y que se va a llamar Artaud. ¿En qué va a consistir tu recital del domingo? LAS: Básicamente, va a consistir en can-

ciones con guitarra acústica, especialmente, entre las cuales voy a tocar algunas canciones que quiero mucho y son antiguas, y voy a adelantar algunos de los temas de mi próximo álbum. Incluso, adelantaré temas que no se conocen. MG: Hemos estado mirando las letras del cuadernito. Estos temas son una mixtura de poesía y sonido de tu guitarra. En estos días te hemos visto con un libro sobre Artaud, y no es la primera vez que andás con un libro de o sobre Artaud debajo del brazo. Por esa razón suponemos que el nuevo álbum de Pescado se llama Artaud. LAS: Sí. MG: Hay mucha gente que no sabe quién es Artaud. O si lo sabe, lo sabe mal. Nos interesaría conocer el rol que juega Artaud en esto que te hacer bautizar tu álbum con el apellido de Antonin Artaud. LAS: Bueno. Antonin Artaud es un poeta francés que nació en 1896 y murió en 1948. Creo que fue un revolucionario, por eso lo utilizo para mi longplay en su nombre. Fundamentalmente, tengo una especie de predilección por la obra de Artaud y no

solamente por la obra que construyó, sino por lo que la obra significó en cada momento de su vida vivido con una intensidad que realmente se adelantó a su tiempo, y eso es lo que me interesa. Yo a Artaud lo siento vivir ahora. Creo que muchos jóvenes, no solamente intelectuales, recién ahora están empezando a comprender toda la locura estructural de Artaud, la contralocura de Artaud. Están empezando a entender su dinámica, su poesía, que yo considero como la poesía del más alto nivel. Y eso es justamente lo que hace sentir identificado con su poesía y con su vida, y por eso pienso que le tenía que dedicar algo mío. MG: La lucha de Artaud en su momento es la lucha de muchos ahora. Por eso, si fue un revolucionario total, sigue siéndolo porque la descomposición y la decadencia de determinada sociedad, o determinado concepto de la vida social está presente, porque todavía los coletazos de esa “bestia” siguen allí con vigor… Hablaste de “locura”. La locura, gracias a lo que últimamente han estado haciendo los anti-psiquiatras británicos, ha dejado de tener ese símbolo maligno, esa cosa terrorífica, ese hálito que en una época marcaba a la gente y la confi-

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“Sé muy bien que has oído hablar de mí y hoy nos vemos aquí / pero la paz en mí nunca la encontrarás / si no es en vos / en mí nunca la encontrarás”. (“La sed verdadera”, Artaud, 1973).

naba a veces en la más patética soledad y al más patético infierno… Track 2: El “hechizo de masa”

MG:… y precisamente desde ese infierno es que Artaud hizo su obra. Su lucha es una lucha antigua, y continúa, y va a continuar, porque esa confrontación entre la vida total y la vida castrante, la vida mutilante de una forma social está en pie. Ahora bien, al mismo tiempo nos preocupa la trascripción de toda esa problemática a nuestro contexto, donde en nombre de cosas que nos parecen dignas, se sigue traicionando… amistades, la música… y desdichadamente, no tenemos maestros. Maestros en este orden, no en el orden académico o enciclopédico, sino maestros de vida, gente que no pega rótulos… ¿Vos tuviste algún maestro de vida? LAS: Bueno, creo que la familia es un maestro de vida. Pero es un maestro de vida superficial y desgraciadamente esa superficialidad lo convierte en un maestro de vida represor… MG: Represor… ¿porque encarna voluntaria o involuntariamente las fórmulas represivas de la sociedad en la cual está sumergida…?

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LAS: Claro, y aparte porque hace repercutir el medio que le provoca la autorepresión y la represión de la sociedad en los seres a los que, en cierta forma, tiene que conducir hacia el camino del orden y la moral. O sea, vos hablaste del confinamiento en los infiernos de esta tierra, y Artaud justamente es una personalidad muy enfermiza… De chico es meningítico, desde los cinco años, por lo tanto comienza a sufrir a partir de una edad muy prematura una especie de martirio físico y mental terrible, en la más completa lucidez o luz –si así la podríamos llamar– de su conciencia. Y justamente todo ese sufrimiento en un momento se súpermultiplica porque Artaud es confinado en un asilo de alienados en un estado de delirio, en el cual escribe ¡quién sabe! sus obras más lúcidas, las que hicieron detonar entre la juventud la idea que ahora está tomando forma… No solamente la idea de Artaud sino de muchos revolucionarios, pero justamente Artaud es uno de los primeros poetas que yo conozco, que comienza a hablar de cosas que nosotros estamos viviendo ahora y que él las vivió en la época en que ningún otro poeta, o muy pocos, la podían percibir. Percibir esa

especie –como Artaud habla– de “hechizo de masa” donde el empleado tiene que someterse al hechizo del patrón para subir de puesto, y donde el patrón se tiene que amoldar al hechizo del súper ejecutivo de la empresa vecina para conquistar un puesto más alto… Por lo tanto, creo que la visión de Artaud no solamente tiene valor en su momento, sino que ahora tiene un valor, para mí una vigencia impresionante. Por eso me siento totalmente identificado con la personalidad luchadora de Artaud. No con su enfermedad, ni con su locura enferma, sino con su espíritu, con la fuerza de su espíritu… MG: Con su combate. LAS: Sí. MG: En la letra de “Todas las hojas son del viento”, evidentemente estás “preocupándote” por cierta cosa frágil que en este caso está simbolizada por un niño, que desdichadamente se confina o se prepara para nuevos martirios. Reediciones de los martirios antiguos, y que tienen que ver con toda esta necesaria lucha por cambiar la vida y transformar la sociedad. Lo cual va mucho más allá de la moda en una pilcha, por supuesto,

y tiene que ver con un compromiso de “adentro”. Al mismo tiempo, notamos que en esta letra hay un –perdonando la palabra– “mensaje” muy directo. Una diferencia entre estas letras y otras letras que alguna gente te criticaba por surrealista… pero era su limitación de comprensión, no porque fueran impenetrables. Hay mucha gente cómoda que quiere recetas servidas. De todas maneras, al margen de lo que toda esa gente piense, notamos una diferencia entre ciertos materiales anteriores tuyos y este material. En un plano consciente, ¿cómo lo asumís? LAS: Creo que a pesar de que pude haber escrito materiales que hablaban de una especie de alejamiento de la realidad, considero que nunca le faltó realidad a esos mensajes. Fijate que justamente Artaud trató el problema de una manera contundente, como los innovadores, una especie de “nueva razón” para la escritura. O sea, creo que los mensajes “irreales” que uno acostumbra a leer ahora en la poesía –enla poesía de los Beatles, la de Artaud o en la de Rimbaud, que es antiguo pero también como de ahora…– las palabras están cargadas con una energía que es la que provoca la violencia en la mente, la

“buena” violencia en la mente, es la que da a su vez una especie de “aparejo” de la realidad. Por supuesto, esta letra yo la asumo como una letra real, a pesar de que hay una metáfora que dice que “todas las hojas son del viento, ya que él las mueve hasta en la muerte”, pero eso también me parece real. Track 3: Conciencias de la sociedad

MG: Hablaste de energía, y hablaste de mente. Es una cosa que a nosotros habitualmente nos preocupa, no porque nos atormente, sino porque son temas fundamentales, a los que no se les presta atención. Porque la gente se ata mucho a la literatura, a la letra en sí, y olvida que la mente o la energía psíquica representan una realidad de la existencia humana, y en general todo apunta a otra parte. Inclusive la educación apunta hacia otra parte, que es “cargar” al supuesto estudiante con datos estáticos sobre hechos pasados que no lo preparan absolutamente para la vida. Y nosotros sentimos, en la nueva música joven, un compromiso que apunta a dinamizar esos contenidos que en ninguna otra parte se dinamizan. Nos pasa a veces escuchando música de otras partes, y a mí me pasa escuchando música de aquí.

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Presentación de Pescado Rabioso en el ciclo Rock en Teleonce (1972), cuando era todavía un trío formado por Luis Alberto Spinetta, Black Amaya y Carlos Cutaia.

MG: Y es allí donde de pronto la palabra “represión” no es solamente el tipo con un garrote pegándote en la cabeza, sino otra gente que te niega el acceso a esa información de la vida… LAS: Que es más terrible…

Suponemos que esa debe ser también tu preocupación. LAS: Claro. Mi preocupación es justamente cargar todo el mensaje de una buena energía, simplemente que no sea una energía que sea producto de una evocación del proceso esquizofrénico, al que no me refiero solamente como mi proceso esquizofrénico, sino de toda la sociedad. O sea, no cargarla con los elementos básicos de la represión, que es la mala energía, sino cargarla con una energía liberadora que provoque una concientización de esa energía, que provoque “verla”, y por lo tanto ver a cada objeto en su real lugar

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y en su real medida. MG: Tal vez lo que estamos charlando sea un poco intrincado para alguna gente, pues contiene algunos sobreentendidos... Como el hecho de que la conciencia y la experiencia de cada cual tiene planos, la realidad tiene planos… LAS: Porque en general las conciencias de la sociedad no tienen libre acceso, dada la represión, a tener este tipo de información, que no es una información de otro planeta. Es justamente una información basada en la observación de la realidad más pura.

MG: Porque ésa es invisible, no es explícita, está en todo momento, y es la que nos distancia de los verdaderos contenidos que darían a nuestra vida un carácter mucho más total. Mientras que ahora es mucho más parcial. Sabemos que existe cierta incógnita sobre la gente con la que estuviste grabando Artaud, que no es un álbum puramente solista. ¿Cuáles fueron las colaboraciones musicales que recibiste? LAS: Justamente, la idea para este disco fue tomar una cantidad de material que yo lo sentía en mi sangre, por la forma aparente y por la forma real. Traté de darle a ese material el sonido de mi sangre. O sea que espero que ningún tonto lo considere un material extranjerizante porque se llama Artaud, o que no tiene nada que ver con la realidad. Sino que al contrario, traté de encontrar mis hilos, mis ovillos, siempre los trato de encontrar, pero hay momentos

en que uno puede ver un poco más y entonces se encuentra con el ovillo real y justamente el ovillo real es haber grabado dos temas con mi hermano Gustavo Spinetta en batería, con Emilio del Guercio en bajo (por cortesía del grupo Aquelarre)… Y otros dos temas los grabé con Rodolfo García y Emilio, por la misma cortesía. Son nueve temas. Cuatro los grabé con batería, bajo y guitarra. Y el resto los grabé solo. MG: Charlando con Spinetta, no sólo sobre Artaud, y la poesía, y la música, se puede llegar a temas muy intrincados, y trataremos de evitarlo porque siempre el artista de verdad busca ser entendido por la mayor cantidad de gente, no hace sus cosas para dos o tres elegidos que lo adorarán, le imprimirán estampitas cuando se muera, y otro tipo de mercadeo, recuerdos, fotografías, y pedacitos recortados de su chaqueta favorita, la frazada con que agonizó, etcétera. LAS: O dejarse firmar un autógrafo en la nuca… Track 4: La claridad más clara

MG: Luis, ¿cómo te sentís en estos días, en general? ¿Cómo ves a la gente que te rodea, cómo ves su voluntad de vida?

LAS: Bueno, creo que estoy pasando por un momento en que veo con claridad todo lo que quiero, quién sabe, ahora lo que quiero, lo que veo con claridad sea más claro que lo que antes veía con claridad, pero era diferente. O sea, en primer lugar, estoy haciendo una experiencia grupal con dos músicos amigos, que es muy importante para mí, porque posiblemente de ahí pueda nacer un futuro grupo en serio, no un grupo en el que la participación de los integrantes sea una especie de “staff ” o mesa de ejecutivos, o de club. Justamente donde yo pueda evitar tener cierto liderazgo que no deseo porque los músicos con los que toque sean realmente del nivel que yo espero. No hablo del nivel humano, porque toda la gente con la que toqué han sido excelentes tipos; es sobre todo el nivel de trabajo lo que más me interesa. Es la preocupación por lograr una estructura de conjunto. Eso me tiene muy entusiasmado a todo nivel. Así como el hecho de presentarme por segunda vez, pero casi por primera vez, en un recital solista. Estuve una vez en el Pueyrredón de Flores, en un recital donde tocaron Aquelarre, Gabriela y Edelmiro, pero creo que este recital tiene otro carácter, mucho más desnudo,

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“El rock es el impulso natural de dilucidar a través de una liberación total los conocimientos profundos a los cuales, dada la represión, el hombre cualquiera no tiene acceso.” (Luis Alberto Spinetta)

mucho más abierto de mi parte. Quiero que la gente se conecte conmigo como siempre lo deseó, y quién sabe nunca pudo por las interferencias que provoca el movimiento de un grupo. En cierta forma lo que yo quiero expresar en este recital –por eso mi estado de ánimo en este momento es muy bueno– es que voy a poder estar en el escenario como a veces estoy en mi casa tocando la guitarra con amigos, y cantando y charlando. Eso es lo que yo deseo. Lógico que no voy a hacer un café-concert ni una mano “cabaretesca” sino que quiero hacer un contacto… Una especie de comunicación en otro nivel de la percepción. Que justamente yo pueda hacer la música que hago en mi casa y que nunca la escucha nadie. Muchos creen que yo estoy en la ruina o que estoy enfermo del bocho, como se corren asuntos por ahí, o de leucemia, como se decía la vez pasada, porque yo no aparezco en un escenario. O sea, creo que siempre estuve haciendo música. Incluso en los momentos en que peor estuve de dinero… MG: En el final de una entrevista que le hicieron hace poco a Bob Dylan, le preguntaron cómo veía el ambiente. Y después de murmurar para él algunas cosas, dijo que le daba la sensación de

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que prácticamente todo el mundo (se refería a su generación) estaba buscando un “padre”. Eso en Estados Unidos. Lo cual en este momento me hace recordar otra cita de Dylan, del final de otro reportaje, donde le preguntaron qué consejo le daría él a sus seguidores. También meditó un rato y el consejo fue: “Que no sigan a nadie”. Esto de seguir a alguien, o de buscar un papá, es un problema entre nosotros. A veces por miedo, a veces por comodidad, a veces por evasión. Pienso, y no creo que sea ilusión, estoy percibiendo ahora una apertura en muchos chicos y chicas, una fertilidad y una voluntad de compartir mucho más intensa y mucho más consciente que la que había por ejemplo en aquel primer gran recital PinAp [1969] en el anfiteatro frente a Plaza Francia, donde hubo cinco mil jóvenes que fueron a escuchar a Manal, a Almendra, y a todos los que en ese momento hacían la nueva música, y que entonces estaban mucho más a la intemperie que ahora. ¿Te parece que es una fantasía mía o percibís algo parecido? Track 5: La necesidad de vida

LAS: Bueno, en este momento yo percibo dos motivaciones. Creo que ahora, hablando de la música argentina,

y en cuanto a la música estrictamente del folklore urbano o de nueva música urbana, se están dando dos tendencias. Una, es la bola de ruido. Que es justamente la repercusión de cada uno de los tipos que ejecutan esa música, agrupada y fortificada por esa cantidad de pequeñas bolitas de ruido que forman una gran bola de ruido. Que generalmente creo que tiende a aturdir a la gente y que como tiene muy poca dosis de acto creacional o de creación en sí, margina un poco a la gente, la frustra y la aturde. Además que dado el carácter de esa música, realmente para ejecutarla o para hacer que llegue, necesita de representantes, managers, productores, etc. que son los que provocan que todavía los mensajes se distorsionen mucho más que lo que los pobres “boladeruideros” tratan de imaginar. Y la otra vertiente, creo que es la única vertiente en la que yo puedo estar, y es la única vertiente en la que siempre sentí el acto creacional del rock. Es la vertiente de ejecutar una música totalmente desprejuiciada y abierta con los elementos que se te dé la gana, y tratando de provocar en la gente una conciliación de la dispersión. Donde la gente empiece a unir sus partes dispersas, se totalice y se libere. Y creo que solamente eso se

puede dar a través de una estructura concreta para una música totalmente abierta, y en la que entren todos los elementos, los elementos prenatales, y futuros. Y ojo, creo que esto no significa menor o mayor ausencia de amplificadores, ni mayor o menor volumen de la presentación del conjunto, ni mayor o menor peso en la estética de la música que se está ejecutando. Fijate que en este momento, están las tendencias de lo “pesado” y lo “liviano” que yo ya no sé qué es eso, porque lo único que es… Es una etiqueta sobre la música. No es una carta ni nada. Es algo que flota en el aire y en la naturaleza antes de que nosotros podamos tomar una mínima nota de ahí. Y por lo tanto que eso no puede tener una etiqueta de “pesado” y de “liviano”. Creo que hay música que es muy liviana, así ejecutada con los elementos más livianos, como ser guitarras acústicas y voces, o flautas y lo que sea, donde realmente el mensaje es una bola de ruido porque no hay ningún tipo de definición ni de mensaje en claro… Ni de intensidad. Es solamente una cosa momentánea, pasajera, y aprovecha la circunstancia de que hay gente que está ávida de algo nuevo y eso aparentemente aporta un elemento nuevo. También hay músi-

ca de esa misma que no tiene ningún caudal, ni ningún mensaje, pero que es una música estruendosa y muy violenta, y por ejemplo, encima que la gente no entiende el mensaje de las letras ni de la música en sí, ve estereotipos de música que ya conoce, encima de todo eso los recitales son un aturdimiento de electricidad y de volumen que la gente sale sorda. O zumbándoles los oídos. En cambio, pienso que se puede ejecutar la música más pesada del mundo, por emplear una vez más este término bastante embromado, si uno realmente es “pesado” y si sus ideas pesan en un contexto en el que muchas cosas están flotando en el aire, y nunca se disponen a caer de una vez. MG: Dijiste recién la palabra “contexto” y con eso vamos a terminar. Porque nos preocupa siempre no sólo esto sino el contexto en el cual nos estamos moviendo, que es esa sociedad, esta república nuestra, esta Argentina, donde están pasando cosas. Cosas que consisten en dos grandes cuestiones: lo que se derrumba estrepitosamente porque ya no se sostiene más, porque su caducidad es total, y las cosas que nacen. Claro, nosotros tratamos de estar con las cosas que nacen, y entre estas cosas que nacen está esta

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Spinetta y Grinberg, tras la grabación de un reportaje realizado en 1979 para el diario La Opinión, en vísperas de la reaparición de Almendra en el estadio Obras.

música. Que alguna gente ataca porque considera que es imitación de otras, sin darse cuenta de que es la necesidad de vida de un montón de jóvenes que tienen que vivir esa vida, y que esa vida no se puede parecer a ninguna otra, sino a la que tiene que ser en ese momento. Y con esa gente, con los que han nacido, con los que están creciendo, con los que van a nacer, consideramos que está por delante una tarea muy concreta, que no la ven aquellos que no quieren verla. LAS: Exacto. Quiero decir para terminar que espero que la gente que siempre gustó de la música de acá se acerque al recital para ver cómo se siente, por lo menos. Para ver si puede encontrarse en algo más cercano a su mundo interior, y a su piel también, algo más cercano de aquello que lo margina, lo aleja. Y justamente te voy a decir que de lo que nace, no todas las cosas son buenas, a pesar de que nacen. Yo de lo que nace me quedo con lo nuevo.

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Los festivales BA ROCK fueron consolidando la presencia de un público masivo. Durante su tercera edición, Aníbal Uset filmó la película Hasta que se ponga el sol.

primavera aquel amor de

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grinber G

ACTO I: Del barrio a la multitud

Hay fenómenos generacionales que nadie organiza sino que se manifiestan espontáneamente por el simple vigor de sus raíces. Una vez que la fertilidad confirma su presencia, el fruto aparece. Los hechos transcurren en el invierno de 1966 en Buenos Aires. En el Teatro del Altillo (Florida 640) se ofrece un breve ciclo de recitales de rock –una novedad absoluta en la ciudad– a cargo del grupo Los Beatniks. En el mundo, y en la Argentina, la beatlemanía es un resplandor de cada amanecer. En todas partes, centenares de jóvenes músicos (muchos de ellos amateurs) tratan de emular al cuarteto de Liverpool. Algunos como necesidad expresiva generacional, otros por un mero asunto del marketing centrado en la música popular. Los Beatniks están entre los primeros, en especial dos de sus miembros: Moris y Pajarito Zaguri. Para ellos el

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asunto había tomado cuerpo durante el verano previo, en Villa Gesell, donde otros músicos –como Javier Martínez– sentían que una balada diferente les latía en el alma. No eran los únicos. El año anterior había bajado desde Rosario a la Capital Federal Litto Nebbia, con Los Gatos Salvajes. Para ellos, una fuente principal de trabajo sería La escala musical, circuito comercial compuesto por un programa de radio y bailes en clubes los sábados a la noche, a los que luego se añadió un programa de tevé. Hacia esa misma órbita expresiva, y desde Montevideo, peregrinaban Los Shakers, encabezados por Hugo Fattoruso. Por supuesto, la oferta discográfica local estaba dominada por la música pop convencional, en tanto desde el Swinging London brotaban decenas de cuartetos juveniles adscriptos a los flequillos de la imagen beatle. ROCK NATIVO A comienzos de 1965 me habían convocado de la revista Panorama (de la editorial Abril) para que me hiciera cargo de las secciones de cine y discos. Desde 1961, yo editaba una revista alternativa llamada Eco Contemporáneo. Y de tanto andar por las distribuidoras de películas para ver los estrenos

en privado y por las productoras de discos para retirar las novedades, comencé a estrechar vínculos con gente del medio: conocí a un cineasta llamado Rodolfo Corral, autor de un guión que protagonizarían Los Shakers, y que nunca se filmó. Corral me reclutó para actuar en un video-clip con el que buscaba promover el disco de Billy Bond, el Rebelde, en la emisión televisada de La escala musical. Yo mismo solía ir a los bailes de los clubes organizados por La escala musical. En el video, hice el papel de un motociclista “pesado” tipo Hell’s Ángel californiano: la moto nos la prestó el propio Hugo Fattoruso. Como Los Beatniks, también Los Gatos Salvajes cantaban temas propios en castellano, aunque su repertorio incluía temas de los Rolling Stones. Por su parte, Los Shakers (que emulaban con su vestuario y peinados a los Beatles) componían sus canciones, pero las letras eran en inglés. Igual que Los Seasons, otro grupo porteño, de trayectoria breve, aunque estos lo hacían con un particular inglés “made in barrio del Once”. La mayoría de ellos se habían cautivado con el rock and roll de la década del cincuenta: Elvis Presley, Bill Haley y sus Cometas, Little Richard o Gene Vincent. Algunos frecuentaban el jazz

moderno (a partir de discos de John Coltrane, por ejemplo) y apreciaban la bossa nova brasileña, nacida en 1958. En la Argentina ya era popular el grupo mexicano Los Teen Tops, cuyo cantante –Enrique Guzmán– había conseguido volcar al castellano los hits estadounidenses de los fifties. Pese a tratarse de adaptaciones, Guzmán estableció un punto de referencia que los otros –después– enriquecerían con singular obstinación y originalidad. Años más adelante, Charly García le rendiría tributo recreando su versión del tema “Popotitos”. Desde su irrupción en la escena, los Beatles hicieron imposible cualquier retroceso y abrieron vetas inéditas para la música juvenil global. Sus películas Yeah! Yeah! Yeah! (A Hard Day’s Night, 1964) y ¡Socorro! (Help!, 1965), y sus discos Rubber Soul y Revolver desembocaron en 1967 en un simple histórico, “Penny Lane / Strawberry Fields Forever”, y en un álbum monumental: Sgt. Pepper’s Lonely Hearts Club Band. Pero su música no fomentaba simples actos de mimetismo. Los jóvenes de comarcas disímiles no estaban meramente copiando los ritos del conjunto británico: estaban asumiendo su propia identidad no complaciente, su

poesía vital y su voluntad de confluencia. Fenómenos como este no fueron organizados (ni pueden organizarse). Emergió de pronto, a una hora del siglo XX en la cual muchos (al mismo tiempo) asumieron que al alma también hay que darle de comer. En cierto modo, los Beatles fueron anticipando cuestiones estéticas y éticas que luego serían encarnadas por millones de jóvenes en todas partes. Poco tiempo antes, un fervor análogo había tenido como ámbito la poesía, la novela, el teatro y el cine. La beat generation estadounidense, los angry young men británicos, la nouvelle vague francesa y otros fenómenos neoculturales de menor impacto, aunque con semejante relevancia, contribuyeron a clarificar cuestiones artísticas y espirituales. Los primeros indicios se habían expresado a partir de 1955, luego de la muerte accidental del joven actor estadounidense James Dean, la primera lectura pública del poema “Aullido” de Allen Ginsberg en San Francisco, y la inclusión del tema musical “Rock Around the Clock” (Haley y sus Cometas) en la banda sonora del film Semillas de maldad (The Blackboard Jungle). Una década después, durante el invier-

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Los Gatos Salvajes, encabezados por Litto Nebbia, primera ola de un fervor rosarino que no pararía de enviar rockeros talentosos a la Ciudad de Buenos Aires.

no de 1966, algo distinto comenzó a tomar cuerpo en Buenos Aires. No se trataba de la “nueva ola” estandarizada a la manera del Club del Clan (cuyas cúspides serían Palito Ortega y Violeta Rivas). Ese algo no dependía del éxito, ni de una abigarrada multitud. Era íntimo y empezaba a compartirse como el punto de partida del rock argentino. LA CUEVA En el 1723 de la avenida Pueyrredón había un boliche que todos conocieron como La Cueva. Antes había sido un reducto de jazz llamado Pasarotus, pero a mediados de 1966 otra onda comenzó a vibrar en ese subsuelo de la ciudad. Tenía mucho que ver con el rock, con los Beatles y los Stones, pero se componía andando por Buenos Aires y se cantaba en nuestro idioma. Hacia allí peregrinaron Moris, Pajarito Zaguri, Javier Martínez, Litto Nebbia, Billy Bond, y un pibe cuyos documentos decían José Alberto Iglesias, al que todos llamaban Tanguito. Los Beatniks y Los Seasons se habían “desbandado”. A La Cueva caían dos miembros de este último grupo: Carlos Mellino (que luego tocaría en Alma y Vida) y Alejandro Medina (más tarde integrante de Manal). Muchos otros aterrizaron

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allí para tocar y cantar, para escuchar lo de los demás, en una especie de crisol donde la música no paraba nunca. En un cuartito lateral guardaba sus equipos Sandro, que con Los de Fuego ya causaba sensación en los bailes de fin de semana. Por las madrugadas, la onda cuevera continuaba en La Perla del Once, en Plaza Francia o en la plazoleta enfrentada al pasaje Seeber (los habitués la llamaban “Plaza Chaplin”). Y cuando llegaba el frío-frío, la música seguía en todo departamento o casa que se pudiera “copar”. Al llegar las noches rondaba la pregunta: “¿Cómo viene la mano?”. En los barrios, la ceremonia rockera también tenía sus cultores, que no iban a La Cueva, pero que tiempo después también formarían parte del ciclo inaugural del rock argento, caracterizado por la búsqueda de un lenguaje cantado. Todo se hacía porque se sentía necesario, como respirar. Nadie estaba coordinando un movimiento, ni organizando una “ola” para pegar en la televisión. La música de rock empezaba a ser un estilo de vida. Algo similar a lo que estaba sucediendo en los cafés del Greenwich Village neoyorquino y en la ciudad de San Francisco. El trovador Bob Dylan había electrificado

el sonido del folk tradicional e impresionaba la respuesta norteamericana a la invasión rítmica británica, con un primer supergrupo llamado The Byrds. Hasta 1970, la movida argentina tuvo tres primeros referentes, en lo que a bandas se refiere: el trío Manal, el cuarteto Almendra y el grupo Los Gatos. Este último fue el primero en producir una grieta discográfica en el hielo de la ciudad (con “La Balsa”). Lo encabezaba Litto, quien lo armó con Ciro Fogliatta, Kay Galiffi, Oscar Moro y Alfredo Toth en 1967, tras la disolución de Los Gatos Salvajes. Moris por un lado y Tanguito por otro (como solistas) fueron otras vertientes de una catarata que también contó con los primeros Abuelos de la Nada (de Miguel Peralta), Vox Dei, Arco Iris y los platenses de La Cofradía de la Flor Solar. LA PROGRESIÓN 1967 llegó con un amor de primavera, y los primeros hippies dando vueltas por Buenos Aires, Córdoba y Rosario. Los Gatos grabaron “La Balsa” (que Tanguito firmó como Ramsés VII) y “Ayer nomás” (de Moris y Pipo Lernoud) para la RCA, cambiando en ambos casos un poquito las letras, a fin de ajustarlas a

los parámetros de la multinacional y el mercado de las trivialidades. A mediados de ese año, organizamos un recital gratuito en el Theatrón, con música y poesía, donde por primera vez se juntaron los bohemios del Moderno Bar (reducto céntrico de pintores, del que salió la tribu que protagonizó el film Tiro de gracia de Ricardo Becher) y los hippies de Plaza Francia. Cinco grupos editores de revistas leyeron sus poemas: La Loca Poesía, El Ángel del Altillo, Opium, Sunda y Eco Contemporáneo. Moris y Litto Nebbia cantaron alternadamente sus temas. Con la aparición de Manal (Javier Martínez, Alejo Medina y Claudio Gabis) y de Almendra (Luis Alberto Spinetta, Rodolfo García, Emilio del Guercio y Edelmiro Molinari), el bienio 1968/69 tomó un color diferente: emergía una música joven distinta a lo que se había escuchado hasta entonces. Manal con sus blues urbanos y Almendra con una poesía refulgente definieron buena parte del lenguaje “local” del rock argentino, en el primer ciclo de su existencia. Ya veremos que el segundo ciclo sería el de la conquista de un sonido inconfundible, y el tercero asentaría los estilos en búsqueda de una identidad perdurable.

Aquellos nuevos conjuntos no fueron la única variante de nuestro panorama musical. En cierto modo, inspirado por la experiencia de los Beatles con Apple, apareció un sello discográfico independiente concentrado en el rock local: Mandioca. Y tras un accidentado recital-debut en la sala Apolo de la avenida Corrientes, siguió el ciclo Beat-Baires en el Coliseo, un verdadero catálogo de todos los músicos que recién salían del cascarón. Pero lo más significativo fue la aparición de un público que daba la espalda a los “productos” sonoros masificados para manifestar su solidaridad con ese rock nativo que le hablaba de cuestiones ligadas a los avatares y vivencias de la vida cotidiana. El nuevo público también crecía y crecía. DE PINAP A PELO En una revista para jóvenes llamada PinAp, junto a notas sobre “artistas” de corte pulcro y complaciente como Donald o Bárbara y Dick, y afín al Swinging London, empezaron a imprimirse reportajes a Los Gatos, Almendra y Manal, con vistosas fotos en colores. En 1969, casi simultáneamente con el festival estadounidense de Woodstock (y no como mero reflejo de éste, según

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A partir de 1972, el santafesino León Gieco y otros pioneros del rock acústico impusieron en Buenos Aires su estilo a la par de lo electrónico del rock porteño.

creyeron algunos) hubo en Buenos Aires dos acontecimientos sin precedentes: un festival de la Música Beat (llevado a cabo en el teatro El Nacional, y del cual participé como jurado junto a Jorge H. Andrés, Juan Carlos Kreimer y Daniel Ripoll) y el Festival PinAp (patrocinado por dicha revista en el Anfiteatro Municipal General San Martín, frente a Plaza Francia). La industria discográfica había comenzado a explotar la etiqueta “beat” para definir a toda la música hecha por jóvenes con el pelo largo, sin importarle si se trataba de calcos de música anglosajona o del rock argentino en su etapa inicial. Hoy es claro que nunca hubo aquí una música “beat” propiamente dicha, pero en aquellos días nadie se preocupaba por discutir rótulos, ya que lo importante era tocar y ser escuchados. El Festival Beat consagró a Pajarito Zaguri y la Barra de Chocolate, con su tema “Alza la voz”, con invitados tan disímiles como Tanguito y Facundo Cabral. El Festival PinAp atrajo a unos cinco mil jóvenes: no sólo se trató de la primera concentración de rockeros al aire libre, sino que sirvió para demostrar el abismo que había entre las versiones de éxitos foráneos (como los

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de Carlos Bisso y su Conexión N° 5, o de Amadeo entonando en inglés “Con su blanca palidez”, igual que Procol Harum) y el canto urbano de bandas como Manal o Almendra. El rock local fue la música de fondo durante los festejos de la primavera en las piletas de Ezeiza y Manal cautivó al público estudiantil en el Anfiteatro de la Ciudad Universitaria. Todavía, diarios y revistas se burlaban o meramente ignoraban el fenómeno, y la radio no difundía los pocos discos existentes… pero cada vez había más seguidores de esa flamante pasión, mientras en los barrios se incubaba una nueva promoción de intérpretes. Discontinuada la revista PinAp, su secretario de redacción, Daniel Ripoll, lanzó a la calle otra publicación llamada inequívocamente Pelo. Esta revista auspició en 1970 el primer festival B.A. Rock, concretado en el Velódromo Municipal. Durante varias jornadas llegaron a reunirse quince mil jóvenes que se supieron portadores de una sensibilidad que no podía dar marcha atrás: la era 1966-70 había dado frutos. A esa altura del recorrido, la disolución de Los Gatos, Manal y Almendra no representó una frustración ni una renuncia. Con el segundo B.A. Rock

(1971, también en el Velódromo) pudo apreciarse que comenzaba una etapa igualmente crucial: el idioma propio ya había sido capturado y quedaba al frente la doma del sonido, o sea, la creación lisa y llana de una música total. El tercer y último B.A. Rock pionero (1972, en un camping deportivo porteño, durante el cual Aníbal Uset rodó la película Hasta que se ponga el sol) expuso algunas tendencias del Ciclo II, cuyas cúspides fueron el primer Pescado Rabioso (Spinetta, Bocón Frascino, Carlos Cutaia y Black Amaya), Aquelarre (Emilio del Guercio, Rodolfo García, Héctor Starc y Hugo González Neyra), Color Humano (Edelmiro Molinari, Moro y Rinaldo Rafanelli), Pappo’s Blues, Moris, Litto Nebbia y su trío, Pedro y Pablo, Vox Dei, Arco Iris, La Pesada del Rock and Roll (con óptimos aportes de dos ex cófrades solares: Kubero Díaz y Jorge Pinchevsky, y también como marco para estupendos álbumes solistas de Claudio Gabis y David Lebón) y Sui Generis, el dúo con mayor penetración a nivel juvenil a partir de la balada “Canción para mi muerte”, que fue hit de ese festival. Hubo otros dos hitos durante el período 1971/75: el ciclo televisivo denominado Rock en Teleonce y un concierto

del invierno de 1972 en el teatro Atlantic, el Acusticazo, que puso en órbita a tres solistas de variada significación: León Gieco, Raúl Porchetto y Gabriela. Por esa época, con Oscar López y Eduardo Plá montamos la productora Rock Centro para ofrecer recitales de cámara alquilando el cine Studio, la sala Planeta y el teatro Odeón, con Moris, Porchetto, Pescado Rabioso, Aquelarre, Pappo’s Blues, Gieco y Pinchevsky (solista). Nuestra oficina de la calle Viamonte sirvió como base para compilar un boletín mimeografiado que se editó durante legendarias reuniones entre músicos y público que promovimos en el Parque Centenario (1973). El diseño fue realizado en la casa de Jorge Pistocchi, quien en 1976 sería la fuerza motriz de la revista Expreso Imaginario, junto a Pipo Lernoud. En 1966, el país sufrió el golpe del militar Juan Carlos Onganía. Ese mismo año, una de sus primeras acciones represivas anti juveniles tuvo como blanco la Facultad de Ciencias Económicas, y afectó tanto a estudiantes como a docentes: se la evoca como “La Noche de los Bastones Largos”. Era también frecuente que a la salida de los recitales de rock los jóvenes fueran arrestados “para averiguación de antecedentes”

por tener el pelo largo, como ocurriría después del Festival Beat de 1969 en El Nacional. Recuerdo la fila de muchachos con las manos en la nuca, flanqueados por agentes policiales, atravesando la plazoleta del Obelisco rumbo a la comisaría 5ª. RADIOS: CULTURA Y REPRESIÓN Los “sucesos” del rock argentino no se detuvieron, en una y otra dirección. En 1972, Ricardo Costantino, director de LS1 Radio Municipal de Buenos Aires, aceptó en la grilla de la radio mi programa El son progresivo. Por esa misma emisora aparecieron enseguida Rock en Buenos Aires (por Ángel del Guercio), Nueva música urbana (por Oscar del Priore, con énfasis en los nuevos bandoneonistas), y Melopea (conducido por Litto Nebbia). Poco después del fallecimiento del presidente Perón, el Centro Cultural General San Martín, sede de la radio, fue “tomado” por una banda armada de ultraderecha: Costantino fue sacado de su puesto literalmente a punta de ametralladora y sus efectos personales, sustraídos. Se instaló una férrea censura. Paulatinamente, el rock fue desapareciendo de la emisora: sólo se permitía un 25 por ciento de música extranje-

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Ya convertido en solista, Litto Nebbia inició una larga carrera de colaboraciones con otros artistas de su generación. Al fondo, el baterista Oscar Moro.

te discográfico fue abierto por Billy Bond y Oscar López en la compañía local Sicamericana, bajo el sello Sazam Records. Aquí habría que reconocerle a Billy y a La Pesada del Rock and Roll todo lo que experimentaron en los estudios Phonalex, despabilando a más de un sonidista. Paulatinamente se salía del pantano.

ra y lo nuestro era vituperado como “música de protesta”. A mediados de 1975, como funcionario municipal, fui transferido a la Mesa de Entradas del Hospital Fernández en base a una resolución del Intendente (un general de brigada), por una presunta filiación comunista, en un diario de Salto Argentino donde nunca había trabajado como periodista. Hubo muchos otros intérpretes durante el ciclo II. Cada cual realizó su aporte y el crisol urbano siguió recibiéndo-

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los. Tras el fracaso financiero del sello Mandioca, su co-fundador, Jorge Álvarez, logró establecer dentro de la firma nacional Microfón el sello roquero Talent, donde se rescataron registros de la empresa fallida. Allí grabaron sus obras muchos músicos jóvenes que se desesperaban ante la limitada flexibilidad de los veteranos técnicos de grabación que, acostumbrados a lo “acústico” del tango y el folklore, consideraban los instrumentos eléctricos amplificados un intríngulis indescifrable. Otro fren-

HACIA EL CICLO III Durante el Ciclo II, los recitales de rock dejaron de ser actividades marginales realizadas en teatros pequeños y horarios de trasnoche para transformarse en alimento sonoro de multitudes en grandes recintos y en horarios centrales. No era resultado de la publicidad ni de una promoción estandarizada: se trataba de una pasión compartida a la hora de la fraternidad generacional. El paso por Buenos Aires de la banda Santana y de la trovadora pacifista Joan Baez atrajo a millares de jóvenes al estadio Luna Park. Las reuniones en el Parque Centenario (1973) dieron difusión a estos rituales donde lo más importante era la sinceridad, mientras que otros experimentaron situaciones “de libertad” en espacios abiertos como el Parque Rivadavia, para el intercambio de discos y boletines mimeografiados de poesía.

La cantidad de álbumes grabados durante el segundo ciclo del rock argentino reveló la paulatina consolidación de un sonido autóctono que no era un mero eco de la música norteamericana o inglesa, sino una manifestación genuina de los jóvenes habitantes de una de las diez mayores ciudades del mundo. Aunque resultaría conveniente aclarar era más acertado referirse al fenómeno fundacional como “rock porteño”, ya que si bien hubo expresiones dignas en ciudades del interior (como La Pequeña Banda de Trícupa, tucumana), casi todo lo que resonaba era de Buenos Aires. Que Gieco fuera santafecino o Porchetto mercedino no modificaba el parámetro, puesto que las vivencias básicas y el ámbito natural de la nueva música urbana se dieron en la Capital Federal. Por no tratarse de una expresión tradicional como el folklore o el tango, ciertos músicos o especialistas consideraban a nuestro rock una tendencia ajena a lo argentino. Para primeras figuras del tango como Osvaldo Pugliese, Julián Plaza o Edmundo Rivero, se trataba de una “infiltración estadounidense”. Descartaban el hecho vital de que el material estuviera compuesto por argentinos, cantado en castellano

con múltiples implicancias –valga el término– aborígenes. Otro fue el caso de Astor Piazzolla y Atilio Stampone, quienes sí captaron el surgimiento de un nuevo folklore urbano, al igual que los folkloristas Ariel Ramírez, Leda Valladares, o Manolo Juárez. Es claro que en los temas fundacionales de nuestro rock no cabalgan indios ni gauchos de la pampa con un facón en la cintura, ni sacan pecho los guapos del arrabal amargo. Pero las composiciones de Moris, Spinetta, Litto Nebbia, Gustavo Santaolalla, Charly García (en el repertorio de Sui Generis), Gustavo Moretto o Gieco recogieron muchas fibras del tango, la zamba u otros estilos musicales autóctonos. Lo que simplemente sucedió fue que nuestros primeros rockeros estaban generacionalmente más cerca del rock planetario y de los instrumentos electrónicos que de Gardel y Lepera o de Atahualpa Yupanqui. Aun así, jamás los rockeros argentinos despreciaron la música tradicional de nuestro país. Pero sí ocurrió a la inversa, e inicialmente fueron el blanco de ataques sin misericordia como resultado de la ignorancia, del prejuicio ideológico de la “derecha” nacionalista y la “izquierda” obtusa, y también del prejuicio y el resentimiento de los fa-

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Octubre de 1972. Noche dramática en el Luna Park: con tribunas populares atestadas y plateas (caras) semivacías, Billy Bond trata de manejar la febril del público.

La multitud derriba las rejas e invade el sector de plateas, mientras los encargados de la seguridad la enfrentan violentamente: el festival termina antes de empezar.

bricantes de una “música joven” que no representaba a nadie y que, por usar una definición del poeta santafesino Miguel Brascó, apuntaba nada más que a la fabricación en serie de “boludos alegres”. Cuando Sui Generis, convertido en grupo por el acople de Juan Rodríguez y Rinaldo Rafanelli al dúo originariamente integrado por Charly García y Nito Mestre, dio dos conciertos de despedida en el Luna Park en septiembre de 1975, casi 36 mil jóvenes se hicieron presentes para corear canciones que sabían de memoria. Hubo parejas que se conocieron y tuvieron hijos bajo el influjo de esa música que sólo pedía ser escuchada con el corazón despierto, o se referían al difícil oficio de ser joven en la Argentina. Las disquerías ya no venden vinilos, pero hoy existen docenas de CDs de muchos intérpretes que son tan explícitos al respecto como un amanecer junto al mar. Se le exigía al rock local un fruto que solamente podía dar con el paso del tiempo. Recién en el Ciclo III asomaron evidencias de carácter estilístico y conceptual –más allá de las clasificaciones “eléctrico” o “acústico”– que en el extranjero son apreciadas como inconfundiblemente argentinas, pero

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que créase o no, entre nosotros todavía dan pie para omisiones injustificables en la difusión masiva y en la valoración cabal de músicos urbanos tan originales como los que décadas antes le habían dado al tango sus mejores sueños y sus mayores fertilidades sonoras y poéticas. Durante los dos ciclos fundacionales que absorbieron la década que transcurrió entre 1965 y 1975, se logró un lenguaje y un sonido inconfundibles. De la música “beat” fabricada en serie durante el mismo lapso no queda nada recuperable. En la discografía rockera concretada hasta 1975 hay gamas de intensidad inaudita. Pero la canción más importante sigue siendo la de mañana nomás. ACTO II: De la multitud a la soledad

El verano de 1977-78 estaba llamado a ser la cúspide del Ciclo III de la nueva música urbana argentina, de la cual el rock o “la progresiva” era una vertiente fundamental. Pero no resultó así. Nuestro país había entrado en un cono de tiniebla dictatorial y una férrea censura se aplicaba a la radio y la televisión, en un contexto social

donde estaban prohibidos los comités políticos, las iniciativas sindicales y los centros estudiantiles. Comenzó entonces a ser rutinaria la revisión de las letras de las canciones a incluirse en los discos de las empresas grabadoras, tanto las nacionales como las multinacionales. Sin ese “visto bueno” no había manera de llevar al disco lo que entonces se componía. Valga la siguiente anécdota para que pueda visualizarse el clima imperante en la época: meses antes del golpe de estado castrense de 1976, el pionero Moris había sido objeto de una inédita agresión terrorista por parte de los encapuchados del mundo viejo. Una noche cantaba con un trío de rock en La Rueda Cuadrada, un boliche del barrio de San Telmo. Terminado el show, estacionó frente el local un auto del cual bajaron varios sujetos. Llamaron al sereno, que ante una explícita pistola apuntada a su cara abrió de inmediato la puerta de acceso. Los intrusos bajaron varios bidones de nafta, rociaron los equipos de sonido, el piano y el resto del mobiliario prendiendo fuego hasta que el local ardió por completo. Veinticuatro horas después, el músico, su esposa Inés y su pequeño hijo Antonio volaban hacia la seguri-

dad, en España. No fueron los únicos: también emigraron los integrantes del cuarteto Aquelarre, y Miguel Cantilo, Roque Narvaja, Miguel Abuelo y León Gieco (en lo que sería una gira continental). El grupo chileno Los Jaivas, que se había asilado en la Argentina tras el cruento golpe militar que en su país derrocó al presidente Salvador Allende, partió rumbo a Francia. Otro episodio violento tuvo lugar durante la inauguración del recinto Jazz & Pop en San Telmo, donde un policía de civil mató a quemarropa a un realizador de programas jazzísticos de Radio Municipal. Eran tiempos oscuros para nuestro rock: no tenía lugar el apogeo impulsado por los protagonistas principales del período precedente, ni se lograba vislumbrar el sonido y el rostro de los músicos del Ciclo IV. Así había funcionado en las dos etapas anteriores, en las que ambas instancias se superponían: los conjuntos básicos alcanzaban su vuelo máximo y los solistas o grupos nuevos ya proponían vivencias determinantes. En cambio, se aceleró el desbande de las formaciones principales y se demoró el surgimiento de los protagonistas del recambio. Se siguieron permitiendo manifestaciones masivas

como el fútbol y las peregrinaciones religiosas; e incluso tampoco se prohibieron los conciertos de rock, aunque éstos eran rigurosamente vigilados y tenían un saldo promedio de un centenar de melenudos rutinariamente demorados para la “averiguación de antecedentes”. El estadio Luna Park se llenó varias veces para conciertos memorables. A mediados de 1977, diez mil personas asistieron al Club Hípico convocados por artistas como Luis Alberto Spinetta, el trío Litto Nebbia-Jorge González-Néstor Astarita, Antonio Agri con su Conjunto de Arcos, y Rodolfo Mederos con Generación Cero; así quedó demostrado que el rock, el tango y el jazz habían hallado su zona de confluencia. Pero mientras pesados dinosaurios impulsaban la maquinaria para hacer desaparecer personas, en el aire vibraba un rumor de adioses y los días siguientes trajeron ondas solitarias. A su manera, nuestro rock fue entonces una modalidad de la resistencia civil. Como la proyección durante meses del clásico Woodstock en las trasnoches de sábado del cine Ritz de Belgrano, hasta que fue prohibida por iniciativa de un militar vecino a quien irritaban las filas de melenudos que se formaban allí semana tras semana.

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Gonzalo Farrugia, Gustavo Montesano, Aníbal Kerpel y Pino Marrone formaron Crucis, una de las máximas expresiones del rock progresivo de los ’70.

POR UNA IDENTIDAD DEFINIDA Uno de los momentos más intensos del tercer ciclo fue la gira a Córdoba y Rosario llevada a cabo en octubre de 1976 por Nito Mestre con Los Desconocidos de Siempre, Charly García con La Máquina de Hacer Pájaros, el cuarteto Crucis y León Gieco. Para documentarla, nos sumamos Horacio Fontova y yo en el mismo ómnibus alquilado por Pipo Lernoud. Un público joven hambriento de armonías y ondas musicales bien templadas dio carácter de gran fiesta al periplo. Esa confluencia del ansia de la multitud y la entrega absoluta de los intérpretes fueron la fuerza motriz de un rock ya sólido, mientras numerosas manifestaciones artísticas argentinas sucumbían entre los rituales del éxodo o el torbellino del acomodo institucional (rumbo al Mundial de Fútbol 1978, llamado “la fiesta de todos”). Hasta que sobrevino un extraño sabor a desamparo, algo parecido al de diez años antes, pero sin la polenta de aquellos “amaneceres reveladores”. A partir del éxito mundial de la película Fiebre del sábado por la noche, en la que se consagró John Travolta, y el despegue irresistible de la disco music bailable, la mayor parte de la juventud se volcó al consumo comercial, mientras

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la versión más mortífera del “terror azul” dominaba la realidad nacional. La aparición de la revista mensual ecorockera Expreso Imaginario constituyó hasta 1983 un sólido faro de resistencia sutil, pero indomable. Resueltos en gran medida los dilemas del lenguaje y el sonido, los estilos del Ciclo III giraron en torno de algunas fórmulas importadas, pero al mismo tiempo intentaron un entronque natural con las tradiciones musicales autóctonas. En ese ir y venir entre la invención o la copia, hubo logros de magnitud y fiascos insostenibles. Se anticipaba así un importante desafío para el Ciclo IV: la conquista de una “identidad” definida. Curiosamente, tal identidad ya era reconocida como tal en España, donde el rock argentino fue admitido como algo singular, y no como un apéndice del rock anglosajón. Los españoles se habían resignado a cantar rock en inglés, así que fueron los rioplatenses quienes les enseñaron a expresarse en su propio idioma. Sin embargo, había todavía mucha canción inédita que esperaba ser entonada y una armonía aún acurrucada en el alma de la música posible. Aquelarre fue el primer grupo proyectado a una experiencia europea. A di-

ferencia de lo sucedido con los demás conjuntos del Ciclo II, se había mantenido unido. Entre 1975 y 1977, logró impresionar favorablemente a los españoles, aunque encerrado en ciertos sonidos trillados del jazz-rock internacional. Recién a su regreso, el cuarteto se dispersó casi a la par de las principales experiencias del Ciclo III: Invisible (de Spinetta, Pomo y Machi), Crucis, La Máquina de Hacer Pájaros, Soluna (de Gustavo Santaolalla), Polifemo (de David Lebón) y Alas (de Gustavo Moretto). Un reverdecido Arco Iris (con Ara Tokatlián al frente) hizo un asomo promisorio con bases afro, pero se desbarrancó luego, tras un cambio de integrantes, seguido por la migración de los remanentes hacia Estados Unidos. En cambio, se mantuvieron en pie las agrupaciones menos rockeras y más experimentales del período: Bubu y MIA, apoyados en sus estudios de Conservatorio, emparentados con la escuela progresiva británica, sólidos pero sin grandes vías de acceso a la audiencia masiva. El caso de MIA (Músicos Independientes Asociados), cuya trayectoria se ha proyectado hasta el presente, es paradigmático. Se constituyó en Villa Adelina como una simultaneidad de

producciones autónomas y escuela de música, organizó con sus participantes una infinidad de recitales en salas pequeñas de la Capital, creó un sello grabador llamado Ciclo III, y promovió entre muchos otros la carrera de figuras como Lito Vitale, Liliana Vitale, Nono Belvis y Alberto Muñoz, intérpretes meritorios con personalidades muy disímiles. La efimera “popularidad” de aquella época fue privilegio de dos dúos acústicos adscriptos (sin carisma suficiente) a la fórmula del disuelto dúo Sui Generis, bien a gusto del público adolescente: Pastoral y Vivencia. A excepción de Rayuela, Plus, El Reloj, Contraluz, Orion’s Beethoven y otros grupos de menor difusión, 1977 dejó un aire de vacío, recompensado brevemente por el bello y fugaz grupo Seleste de David Lebón. En cierto modo, otras singulares conquistas sonoras del Ciclo III fueron el álbum Chico Cósmico de Raúl Porchetto y la inagotable veta poética de Miguel Cantilo. Todos los detalles referidos a lo cotidiano (en cuanto a cambios y despedidas tempranas) destacan la vulnerabilidad del Ciclo III en días de represión sistemática y de paranoia colectiva. El rock argentino se mantuvo activo pese

a infinidad de caminos cerrados y de problemas insolubles, como el achicamiento del mercado debido a una recurrente crisis económica. A medida que se encarecieron los discos y las entradas a los recitales, disminuyeron las posibilidades de grabar en las discográficas del país; no hubo modo de que nuestro rock entrara a los medios masivos (televisión y radio), y se empequeñecieron las opciones de supervivencia. El circuito de actuaciones en clubes los sábados por la noche o la espera de una gran presentación colectiva en el Luna Park o el Coliseo no fueron estímulo suficiente. De allí la impresionante caravana de músicos emigrados en el período hacia Europa y Estados Unidos. ¡Si el cepo de la censura llegó a vetar canciones con palabras en lunfardo (se prohibió por consiguiente la emisión por radio de muchos tangos históricos) y la circulación por las calles utilizando shorts deportivos, bajo pena de arresto! La intervención de Radio Belgrano prohibió un tema de Litto Nebbia porque incluía la palabra “hembra”, y el disco Durazno sangrando de Invisible, porque la portada impresionaba como una “vagina chorreando”.

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Tras la guerra de Malvinas, el rock argentino copó las radios de todo el país.

VUELTA A LA RAÍZ El empalme con las vertientes folklóricas argentinas (o latinoamericanas) estuvo presente como opción en numerosos casos. Igualmente, con la “música ciudadana”, es decir, el tango. En estos planos los resultados fueron muy variados, pero no se llegó a alcanzar el nivel del conjunto chileno Los Jaivas, dentro de la llamada Nueva Música Andina. Aquí corresponde hacer una breve referencia a la “cerrazón” del público argentino de rock durante una buena parte del desarrollo del movimiento. La respuesta en Buenos Aires a los primeros discos de los nuevos músicos de Chile, atentos a las manifestaciones progresivas como Los Jaivas, Blops, Congregación –e incluyo a casi todos los jóvenes músicos argentinos de rock–, fue el desdén. ¿Por qué? Pues los chilenos daban cabida en su música al folklore, utilizaban ritmos de cueca o chacarera, y eso, para la multitud rockera, era vulgar o “mersa”. Poco antes, en el B. A. Rock II (1971) había tenido lugar otro incidente: de Montevideo había llegado el grupo Tótem, con una buena base percusiva, un excelente cantante moreno (Rubén Rada) y el único ritmo afro del Río de la Plata: el

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candombe. La multitud local les tiró monedas a mansalva, y esto volvió a ocurrir en 1977, durante el Festival del Amor en el Luna Park. Tocaban Charly García y sus amigos Gieco, Santaolalla y Mónica Campins cuando, al promediar “Volver a los 17”, el célebre tema de Violeta Parra, la silbatina del público fue infernal. El abordaje de lo folklórico fue atractivamente resuelto por Los Jaivas, quienes vivieron en comunidad en Zárate, por casi tres años, hasta marzo de 1977, y tras explorar al máximo la cultura araucana lograron empalmarla con la cultura musical andina y los instrumentos eléctricos típicos del rock. En la Argentina nadie había ido tan lejos en la materia, fuera de las fugaces experiencias de Litto Nebbia con Domingo Cura primero, y con Manolo Juárez y el Chango Farías Gómez después. El primer Arco Iris procuró sintonizarse con el acervo indoamericano a través de varias obras integrales debilitadas por textos literarios irregulares. Miguel Abuelo siempre cultivó su sensibilidad por las bagualas. Durante el Ciclo II había aparecido el dúo Miguel y Eugenio, con aciertos parciales proyectados al Ciclo III, cuando se convirtió en Aucán. Un grupo sureño llamado Tupac

tenía ricas propuestas, pero se esfumó tras un par de recitales. Roque Narvaja abordó también los ritmos telúricos, pero no ayudó el tono panfletario de sus letras. Todo estos son ejemplos de músicos que trataron de abordar el folklore a partir del rock. Episódicamente, alguien componía una zamba, sin cautivar del todo al público. En cuanto al tango, el grupo más osado fue Alas, cuando el tecladista Gustavo Moretto convocó a tres bandoneonistas de primera (Juan José Mosalini, Rodolfo Mederos y Daniel Binelli) para un memorable concierto en el Coliseo. La propuesta se dispersó en algunas variaciones poco sustanciales tras un concierto personal con la orquesta del pianista Atilio Stampone. También Spinetta recurrió al bandoneón de Mederos para un buen concierto ofrecido en el Luna Park, pero no dio pie para nada más, ya que su grupo Invisible se disolvió, y sus nuevas pasiones apuntaron hacia el jazz-rock. LA DEMOCRACIA Fue un dato extra artístico el que reabrió la puerta del rock a los medios locales. En 1982, la guerra de Malvinas tuvo como efecto mediático la prohibi-

ción de toda música cantada en inglés, por lo que las radios comenzaron a difundir cuanto disco de rock argentino se había grabado en el país durante los quince años precedentes. Todo lo que había sido tabú se convirtió de pronto en “oficial”. Para tocar en la celebración del triunfo de Raúl Alfonsín, el primer presidente constitucional surgido de las elecciones democráticas tras la dictadura, fueron convocados Los Jaivas. Comenzaba una nueva época para el rock local, el renacer después de una década oscura. Podría considerarse que la línea divisoria la trazó Charly García en vísperas de la Navidad del ’82 con su monumental concierto “No bombardeen Buenos Aires” en el estadio de Ferrocarril Oeste, con Suéter y unos renovados Abuelos de la Nada como teloneros. Que en el Ciclo III hubiera reaparecido (para poco) Pappo’s Blues o que Vox Dei volviera a reunirse parcialmente para tocar La Biblia (un clásico del Ciclo II) no resolvía las carencias existentes en el movimiento rockero. El grueso del público de rock seguía fanatizado en torno de pautas importadas o lamentando que nadie inventara algo grande en esos días de apertura y algarabía libertaria. Aclimatados a la cultura subterránea, los

jóvenes accionaban “a media luz”. Al pueblo en general le ocurrió lo mismo y el primer gobierno de la joven democracia naufragó en un mar de retórica y estereotipos enmohecidos. No sufrían las mismas taras los músicos de Brasil (con figuras como Egberto Gismonti y Hermeto Pascoal), Colombia (con El Génesis), Perú, Venezuela (con Vytas Brenner), Uruguay y Chile (Congreso), de sucumbir al afán de crear únicamente cosas geniales, ni se desbarataba la energía de músicos latinoamericanos inspirados. En los Estados Unidos, los músicos sudamericanos ganaban terreno ante el alicaído jazz-rock (que brotó y floreció gracias a los vitales ritmos afrolatinoamericanos): como los brasileños Airto Moreira, Flora Purim y Eumir Deodato, o los hermanos Fatorusso convertidos en el Opa Trío, junto a Rubén Rada, uruguayos todos ellos. El “rock”, como concepción musical, comenzaba a quedar chico para la música contemporánea que empezaba a difundirse e incubarse en todas partes. Así como el primigenio rock and roll fue la música de los años cincuenta, el “rock progresivo” fue el sonido de los sesenta y los setenta. Pero al irrumpir los ochenta, las vibraciones de aquel

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Raúl Porchetto, León Gieco, Gustavo Santaolalla y Charly García: estilos diversos, compromisos unánimes, y una solidaridad generacional inclaudicable.

“ayer nomás” no alcanzaban para satisfacer las urgencias expresivas y los apetitos existenciales del “ya mismo”. Solamente Serú Girán (García, Lebón, Moro y Pedro Aznar) plasmó una actitud y un repertorio que se permitió sobrepasar el pantano socio-cultural que imperaba en la Argentina. Pasados los años, el devenido exitismo político combinado con quimeras económicas –que teóricamente nos situaban en un presunto “primer mundo”, pero que éticamente nos sepultaban en un torbellino de deuda externa que finalmente estallaría en 2001–, junto con la trivialización paulatina de la vida cotidiana, nos proyectaron hacia unos años noventa de simulación y desconcierto. Buenos Aires dejó de ser terreno de propuestas masivas sólidas, o ámbito para la experimentación sin condicionamientos materiales y espirituales. Algunos rockeros se acurrucaron en los ritos pioneros (y ya subdesarrollados) del Ciclo I. Otros se sobrepusieron a la debacle y fueron hasta la máxima expresión de su naturaleza rockera, con matices bien diferenciados como hicieron antes Sumo, Los Redonditos de Ricota y Soda Stereo. Algunos de los que emigraron, retornaron. Otros hicieron su carrera afuera, como Gus-

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tavo Santaolalla, que se convirtió en un héroe de Hollywood. Si el Ciclo IV desembocó en la dispersión, el Ciclo V se ha parecido mucho a una balsa después del naufragio general de una generación triturada. Con sus propios muertos famosos, claro está: Tanguito, Luca, Miguel Abuelo, Pappo, Alejandro De Michele, Federico Moura, y más. Hoy, el “negocio” de la música para jóvenes está nuevamente en mano de los grandes magnates del entretenimiento colectivo, con ceremoniales “mega” que lo concentran todo en festivales masivos, difusión estandarizada por estaciones FM y televisión por cable, monopolios discográficos y corporaciones organizadoras de idolatrías matizadas por el consumo de gaseosas o cerveza, y ningún contenido real. Dentro del sistema, todo para ti, muchacho del rock. El rating, los dólares, los premios de su Majestad la Industria, y las hermosas rubias siliconadas. El juego ya fue denunciado hace mucho tiempo por Pink Floyd en “Welcome to the Machine” (The Wall, 1979). Fuera del sistema, arréglate con un blog en la Internet y que te pudras en medio de la galaxia mp3. Pero, sin embargo… Mucho después, el 21 de septiembre de 2007, espontáneamente como cua-

renta años antes, un grupo de gente muy joven se reunió en la porteña plaza San Martín para cantarle a la vida, en lo alto de la barranca en cuya base un monumento recuerda a nuestros muertos en Malvinas. En sus camisetas artesanales se leía una vez más: “Vivo en el Universo”. El siglo XX terminó, nunca faltará el trovador porteño que en alguna madrugada de sábado entone “Imagina” de John Lennon en la peatonal Lavalle de Buenos Aires. Todos los días, en casas de todas partes, decenas de músicos adolescentes ensayan para tratar de ser mejores y más astutos que los que ya fueron. Seguirá haciéndose en nombre del rock, aunque entren a interactuar otras cadencias todavía sin nombre. Seguirá inventándose a sí mismo y construyéndose aunque el cielo esté gris y la gran ciudad luzca impermeable. El concierto de las almas libres no puede cesar jamás. A la hora de la vigilia entona su canción sabiendo que tarde o temprano habrá otro amanecer.

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HOBY DE FINO & MIGUEL GRINBERG

diá logo apasionA do

POETAS Y CUEVEROS

Hoby De Fino: Me da la impresión de que en los comienzos del rock argentino la poesía ocupaba otro lugar, que ahora no se apela tanto a la poesía en sí. Me pregunto si será un cuestión generacional, si me pasa por ser más grande... y que un chico de dieciocho siente que los grupos de ahora también están escribiendo poesía... Grupos como Almendra, Vox Dei, Aquelarre tenían otra poesía, creo...

Miguel Grinberg: Cuando el rock surge en la Argentina, aparece en un momento muy fértil desde el punto de vista cultural, donde en todos los planos de la realización artística había una riqueza infinita. A principios de los años sesenta, se daba un gran rebrote del cine argentino, además de un poderoso movimiento de teatro independiente, con un enorme nivel estético e intelectual; estaba el boom de los cines de arte, de los cineclubs donde la gente tenía gran cultura cinematográ-

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fica, se editaban libros de literatura internacional traducidos al castellano casi simultáneamente a su aparición porque acá se consumían intensamente, se leía poesía y había un inmenso movimiento de revistas literarias. A mediados de esa década se consolidaba el Instituto Di Tella como catedral de la experimentación artística y audiovisual: vivíamos en un contexto donde la gente estaba informada sobre lo que pasaba en todo el mundo a nivel cultural. De allí que, cuando aparece el rock, se encuentra conviviendo a corta o a mediana distancia con una bohemia intelectual muy rica y muy fuerte, muy sólida. HD: ¿Creés que los intelectuales, o un sector de ellos, tomaron el rock como si fuese una clase social?

MG: No exactamente. Al principio, el rock argentino fue desdeñado por todo el mundo, ni siquiera fue tomado en serio por el movimiento estudiantil universitario, que estaba muy politizado. Los sesenta fueron los años de la Revolución Cubana, del Che Guevara, del avance de los socialismos sobre Europa, las universidades estaban en plena efervescencia insurgente... Al rock no le daban bola, lo consideraban extranjerizante y pronorteamericano. En esa época también existía el café-concert y un importante movimiento de pintura de vanguardia. Recuerdo que en un reportaje que me hicieron en los setenta yo dije ¿por qué los universitarios invitan a las facultades a Nacha Guevara y al Cuarteto Zupay y no invitan a Sui Generis o a Aquelarre? Existía ese distan-

ciamiento... Curiosamente, el Instituto Di Tella, la experiencia local de más vanguardia, sí le abrió las puertas al rock. Los Manal, los Almendra y algunos músicos sueltos como Carlos Cutaia o Miguel Abuelo, todos recalaban de alguna manera en el Di Tella, que era en la Argentina la capital del Pop Art, como el rock pero con las artes visuales, y aunque fuera por ósmosis tomaban contacto con otra realidad diferenciada. HD: El ambiente entonces era más holístico, más integrado. Creo que por ejemplo Gustavo Cerati logra ese ejercicio de juntar lo visual con la música.

MG: Había mucha información, pero al mismo tiempo, nos deteníamos a ver qué pasaba con esa información, que no era homogénea. Por ejemplo, en el año 1967 ayudé en la organización de un recital poético en el Theatrón, que era sede de uno de los grupos teatrales de vanguardia. En esa ocasión se realizó un encuentro de música y poesía en el que el público estaba formado por diferentes tribus: los cueveros (el rock era La Cueva en ese momento), los pintores que paraban en el Moderno Bar de la calle Maipú (que ya no existe más), y estábamos los poetas de la avenida Corrientes que parábamos en los bares La Paz o La Comedia. Pero esa fue una experiencia inédita, que no se volvió a repetir... HD: ¿Cuál era la diferencia, la distancia, entre los cueveros y los poetas?

MG: La diferencia era cultural. Los cueveros eran chicos de barrio que no leían ni iban al cine, y eran muy primitivos en el sentido informativo, pero ese era el público de La Cueva, porque los músicos como Litto Nebbia, Moris o Spinetta veían todo el cine, leían como locos literatura y poesía de todas las épocas. En esos años eran frecuentes las traducciones de los libros de la generación beat, por lo que estaban familiarizados con la obra de Jack Kerouac, de Allen Ginsberg, con los movimientos rebeldes internacionales, y a eso contribuyeron también The Beatles, Bob Dylan. Los discos del rock progresivo se editaban rápidamente y aparece ese famoso programa de radio, Modart en la noche, que era un poco la usina informativa que escuchaba todo el mundo, donde pasaban rock y pop, y era el programa al cual todos acudían. Los editores de cinco revistas literarias nos reunimos en el Theatrón a leer nuestros poemas, pero entre revista y revista cantaban Moris, ya solista, y Litto Nebbia, que estaba en la transición de Los Gatos Salvajes a Los Gatos. Recuerdo ese acto con mucha fuerza por la heterogeneidad del público, venían los grandes bebedores de vino y whisky, los pintores que eran la bohemia de las artes plásticas, los cueveros que también le daban al trago, pero que de todas maneras eran de otra tribu... HD: ¿Qué pensás de Litto Nebbia, de cómo encaró su historia musical? Yo creo que comenzó con un beat de aquellos...

MG: Siento que Litto Nebbia es un gran explorador: ha to-

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cado con los jazzistas, con los folkloristas, con los tangueros; ha hecho la banda de sonido de varias películas... Es un músico por naturaleza y para él la música no tiene fronteras: ha tenido una permeabilidad enorme a la música brasileña, al jazz moderno, sin inhibiciones ni tabúes, y eso se ve en su discografía. En 1974, me tocó ser testigo directo de eso, porque por encargo del director de Radio Municipal lo fui a buscar para que hiciera un programa, que se llamó Melopea (como se llama su sello grabador). Él venía de formar un trío con Jorge González y Néstor Astarita, y llevaba al programa a los tipos que en ese momento se estaban haciendo lugar en la música argentina, los entrevistaba y los invitaba a tocar. Iban Roque Narvaja, Sui Generis, León Gieco y Moris, Miguel y Eugenio. Para mí, Litto sigue siendo una suerte de arquetipo de riqueza musical. Él mismo me ha confesado en entrevistas que se enamora de ciertas músicas que yo puedo considerar menores, pero que a él le parecen geniales. Después por ahí se da cuenta de que no valen nada, pero él graba todo, experimenta, ha documentado a través de su sello creaciones de músicos de jazz que de otro modo se hubiesen perdido... HD: Un verdadero pionero del rock que ha controlado su ego, sin estar detrás del hit.

MG: En la conmemoración de los 40 años del rock argentino, no tuvo problema en volver a armar Los Gatos Salvajes y se divirtió. Ellos tenían ganas y lo hicieron de la misma

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manera que los Aquelarre, que también se han vuelto a juntar. Alma y Vida hace lo mismo de vez en cuando. Hay otros que son irreconciliables como los Vox Dei originales, pero ésa es otra historia. Encuentro un paralelo en esa libertad, en esa originalidad, con Gustavo Santaolalla, que fue y jugó en las grandes ligas hollywoodenses así como se volcaba a explorar el folklore en la época de Arco Iris, cuando eso era tabú, los rockeros lo chiflaban cuando el tipo iba de invitado de algún músico de rock como Charly García. Como en el Festival del Amor, cuando tocaron “Volver a los 17”. ¿Vos creés que en esta generación desde la música se le presta atención a lo que está pasando en otras artes, como el teatro o la literatura? HD: Te diría que sí, pero no en los grupos masivos. Diego Frenkel con Clap primero y después con La Portuaria estuvo relacionado con el mundo intelectual, ha hecho giras universitarias, pero no podría decirse que es un artista masivo. Todo cambió en el ‘82.

MG: Creo que hay un factor muy importante a tener presente: en buena parte de su época pionera, el rock fue una música de resistencia en tiempos dictatoriales y tu generación es la de la democracia, donde el contexto es absolutamente distinto, en la medida en que todo está permitido. HD: Me acuerdo de los primeros recitales de Los Twist en tiempos de Alfonsín, durante el ‘83, ‘84, ‘85. Un momento genial

de Pipo Cipolatti, con un primer disco producido por Charly García, La dicha en movimiento, y sus shows en el Italpark. Era un Pipo muy interesante, muy sarcástico. Miguel Zavaleta también. En cambio, los pibes que ahora tienen veintipico conocen la importancia de Serú Girán, pero son más de Soda, o de los Redondos. El mismo Spinetta destacaba en una entrevista lo que lograron el Indio y los Redondos. Por cierto, Luis es otro gran referente, el poeta del rock, casi lo ubico más como poeta que como músico, y ocupa un lugar muy necesario para el ideal de mucha gente.

MG: Yo percibo una carencia… Los Redondos, por ejemplo, que son idolatrados por una cantidad infernal de gente, a mí no me encandilan... Su poesía me parece prosaica, en última instancia, se maneja en el nivel que maneja su público, pero que a mí no me expresa demasiado. Probablemente porque soy de otra generación, o por mi formación. MAPAS DEL ROCK HD: Te digo mi mapa del rock argentino. Pienso a Charly como el Lennon argentino, como el fusible de todas las generaciones que han asomado en los últimos cuarenta años. Muy diferente en espíritu de Spinetta o Gieco, cada uno en su cápsula personal, aunque los dos lo idolatran. Recuerdo un recital de Gieco en Figueroa Alcorta y Pampa durante el gobierno de De La Rúa, ante más de cien mil personas, él solo tocando con un charango, sonó más fuerte que AC/DC. Ese día realmente me impresionó, como su poder de convoca-

toria... ¡hasta Iorio lo apoya!, todos le dicen que sí. Charly reúne todas las condiciones del músico ideal: toca bien, es carismático, es muy visceral. Para mí Charly es el Artaud de esta generación, lo que se interpreta como su locura, en realidad es la dificultad que tienen los grandes artistas de convivir con el tiempo que les toca compartir con el resto de la sociedad. A Charly lo destruye la grasa de las capitales. No es que esté zarpado, ocurre que él traduce el grado de insatisfacción colectiva que es muy difícil de expresar para el común de los mortales, salvo que se tenga el genio que él tiene, que le cuesta la vida expresarlo. Charly está totalmente en llamas, él es testigo de sí mismo con una claridad increíble. Sobre el tema de la formación de los músicos, cuando comencé a frecuentar el ambiente del rock –a los Mellino, a Nebbia, a Moris– eran tipos con los que podías hablar de bossa nova, de Miles Davis y John Coltrane… Estaban informados, tenían conocimiento de qué pasaba en la música del mundo. En las entrevistas de grandes figuras predominantes ahora no veo que haya un nivel de información como había en esa época, pero no tiene que ver con el talento, creo... Juanse de los Ratones es a su modo también un intelectual pero no lo demuestra, no le interesa mostrarlo, como Mick Jagger que no es tonto, pero prefiere mostrar el bailarín, por así decirlo.

MG: En los sesenta y los sententa, a nivel mundial estaba impuesto lo que llamamos rock progresivo, el rock sinfónico de bandas como Pink Floyd, Emerson Lake & Palmer, King Crimson, Yes, que eran en sí información viva. Ahí está la

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gran diferencia con algunos de los grupos protagonistas actuales, que hacen música pero no han llegado a ser músicos en el sentido cabal de la palabra. Ser músico para mí significa estar en sintonía con una latitud de la creatividad y de la sensibilidad, de la expresividad que no es espontánea necesariamente; como hacer una escultura, el pequeño arte del detalle tras el detalle. Podés tener toda la información del mundo, pero eso no te hace madurar como artista. Ahora graba cualquiera, no solo por la facilidad para hacerlo sino porque hay una industria que necesita figuras y esos presuntos artistas se mantienen mientras hay publicidad a su alrededor. HD: Ahí entramos nosotros que somos difusores de música, –en la radio, en la tevé, en la prensa gráfica– para discernir cuáles son los verdaderos músicos. Yo creo que Joaquín Levinton es un verdadero músico, un músico que pasa todo el día tocando....

MG: A mí me basta escuchar los primeros treinta segundos de una canción para saber si merece seguir siendo escuchada hasta el final. HD: ¿Cómo te llevás con los hits? Yo creo que si un (buen) tema llega a hit, mucho mejor... Pero para ciertos sectores el hit sigue teniendo un estigma de malo o berreta berreta.

MG: Yo no tengo prejuicio con los temas comerciales, si bien en una época existía la división entre lo comercial y

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lo no comercial, lo progresivo y lo complaciente. Pero era la época formativa en la que el rock tenía en contra todo el viento de la industria comercial. Entonces era lógico que hubieran resistencia y reproches. Pero no pienso para nada que haya algo reprochable en un hit porque lo canta todo el mundo, o que a la inversa, que un tema sea bárbaro porque lo entienden sólo cuatro tipos. Hay grandes figuras de la música que son comerciales, como Rod Stewart. Stewart no es un progresivo, es un profesional, un fenómeno. Paul Simon fue una gran figura del pop rock, sin embargo es un poeta impresionante y las veces que quiso explorar primero lo hizo con los Urubamba y después exploró lo brasileño con Olodum. Salía de gira con músicos de jazz de primera línea, instrumentistas, una banda deslumbrante. Pero eran músicos, no los tipos que componen doce canciones de las cuales una es un hit y las otras once son un tedio.

han compartido escenarios con grandes como los brasileños Ivan Lins, Milton Nascimento, Gilberto Gil. Recuerdo el intercambio entre León y Pete Seeger.

HD: Charly García puede sentarse a tocar con cualquier músico de cualquier género de acá y del mundo: desde Mercedes Sosa, hasta Virgilio Expósito, cuando hicieron la banda de sonido de la película de Raúl De la Torre, con Os Paralamas do Sucesso. En el recital de Amnistía Internacional, León subió para hacer “Solo le pido a Dios” por cuestiones más “políticas”, pero el único músico local que Sting y Bruce Springsteen invitaron a cantar fue Charly, al que Peter Gabriel llamó “el loco de la Argentina”...

HD: ¿En qué lugar creés que habría que ubicar a Fito Páez, un músico al que la prensa consideró el hijo de Charly y Spinetta, y que tiene una excelente recepción en Brasil?

MG: Hay grandes músicos acá, como Gieco o Spinetta, que

HD: Hubo un cruce interesante, raro, entre Pappo y Spinetta, dos músicos y dos personalidades que parecen más opuestos que el agua y el aceite. En el momento en que se disolvió Almendra, en Spinettalandia y sus amigos, Spinetta canta dos temas de Pappo.

MG: Pienso que en cada etapa, Spinetta tuvo –y tiene– algunas cosas que las veo como borradores y otras que son realizaciones de primera magnitud, que son su exploración permanente, su búsqueda de la expresión. El suyo es un mundo interno poético muy singular, más atormentado que tortuoso, como obsesionado por la luz.

MG: Para mí Fito tiene a su favor una soltura, una desfachatez y una picardía muy grandes; por eso, aunque es muy irregular, logra impactar a un público sensible como es el brasileño. Con él a mí me pasa lo mismo que con Andrés Calamaro. Tiene momentos realmente increíbles... y porquerías insostenibles. Creo, igual, que Fito es más visceral que Andrés y tiene una energía descomunal.

HD: Si hay un tipo del rock argentino que es castigado por la gente, ese es Fito. No se le perdonan ciertos vaivenes con el éxito y la fama. Como esos recitales en el teatro Astral cuando dice se va a ir del país, pero no se va, o cuando festeja en un programa de televisión dice que si no le dan champagne francés, no lo toma, y después se manda una canción que decía “no me gusta la fama, no quiero ser famoso”, en el disco El amor después del amor. También a Charly lo criticaron mucho en la época de Clics modernos, decían que estaba vendido.

LA RADIO MG: Mirá... cuando yo tenía tu edad, la idea de tener acceso a la radio y por supuesto que en esa época no existía la FM, salvando las distancias, la posibilidad de llegar a la radio era, o ser un artista de teatro o de renombre, o un humorista. Pero si uno no era locutor profesional, no tenía acceso a la radio. Yo recién tuve acceso a la radio en 1972, pero ya no era un joven, ya estaba consolidado como periodista y tampoco comencé en una radio comercial: fue en la Radio Municipal de Buenos Aires, de corte cultural. Tuve arquetipos, fuimos criados al pie de la radio, donde el hecho de pasar música y descubrir mundos es fundamental. Por un lado, hubo para mí un Hugo Guerrero Marthineitz, y por el otro, un Carlos Rodari. Por él, por primera vez en una radio comercial escuché grabaciones de Astor Piazzolla en Nueva York, y eso me dio ganas de comunicar mis descubrimientos. En el campo del rock.

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HD: La radio es el medio que más me gusta. Me parece que en la radio está la conexión más directa con la gente. A mí la puerta me la abrió Juan Alberto Mateyko. Yo era el rockero dentro del mundo melódico. En esa época se hacían programas ómnibus, de diez o doce horas; yo aprendía de él mientras atendía más de tres teléfonos. Comencé a elegir lo mejor de esa música, Serrat o Sandro que me parecían lo más llevadero, al lado de Julio Iglesias o el Puma Rodríguez. Así, de a poco, diferentes periodistas o gente relacionada con la profesión comenzaba a darme oportunidades, hasta que empecé a hacer mis propios programas, el primero en Radio Alfa. Alfa era como el underground de las FM, con gente como Tortonese, las Locas Como tu Madre, Tom Lupo, Sergio Villarroel, y hasta Ari Paluch. Yo llegaba a la radio antes que nada como un coleccionista de música, rarezas no editadas. En mis viajes a Europa o Estados Unidos en lo único que gastaba era en música. Y si bien nunca fui un gran radioescucha –aunque sí seguí a Lalo Mir, a la Negra Elizabeth Vernaci y a Mario Pergolini–, sí me considero un trabajador de la radio. Y los metros cuadrados que más quiero de la Argentina son los del estudio de la Rock & Pop; la radio es un medio que me hace feliz.

MG: ¿Qué obtenés del contacto con los oyentes? ¿Te ayuda a sintonizar qué es lo que la gente está buscando? HD: La radio me nutre. Antes de la Rock & Pop, nunca había hablado al aire con oyentes por miedo... Pero una vez que lo hice, me fue bárbaro: me gusta charlar con gente de distintas

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clases sociales, de distintas edades. Con cada persona que sale al aire me sitúo, me armo enseguida la panorámica del lugar donde está. Eso es rock también, desde el rock como movimiento humano y cultural. Muchos de los oyentes van a recitales de rock y lo comparten con nosotros, aunque yo ya no voy tanto, ahora me cansa un poco: solo voy a ver bandas que me atraen mucho o que me pegaron en la adolescencia, como David Lebón o Pedro Aznar, que tocan mi sensibilidad... Supongo que tiene que ver con una cuestión generacional también, el hecho de seguir la carrera de un artista, de poder revivirlo años después. ¡Cómo explicar que para mí Serú era todo! Peperina fue el disco que más esperé en mi vida, y Bicicleta, el que más me hizo llorar. Y soy de los que creen que a Charly se le banca todo como a Maradona, porque hizo felices a tantos y dio mucha esperanza. Por eso lo que se le perdona a Charly no se le perdona a nadie... la gente lo espera más de dos horas en un recital. Pero bueno, antes tocar en Obras se daba una o dos veces al año, ahora toca cualquier hijo de vecino.... Para bien o para mal, todo es mainstream...

MG: La diferencia que yo siento sobre el vínculo entre la radio y el rock es que en mi época, en los setenta, uno se sentía partícipe de una tendencia que apuntaba a cambiar las reglas de la sociedad, a elevar la experiencia de la gente. Por eso, en la radio uno leía fragmentos de los libros que le conmovían, o comentaba las películas que lo habían exaltado. Solo había rock argentino en programas específicos, que podían ser los de Graciela Mancuso, Juan Alberto

Badía, Daniel Ripoll de la revista Pelo, o Alternativa, que producían Jorge Álvarez y el sello Microfón, donde empezó Pescado Rabioso, entre otros. HD: Me parece que Lalo Mir abrió una punta muy importante en los ochenta para lo que es la FM. Con 9 PM empieza algo distinto. 9 PM es el “feto” de la Rock & Pop. A sus oyentes les atrae del programa la música no editada –tampoco estaba la web. Años más tarde, Internet hizo posible que la música se pueda compartir, pero creo que el argentino en general no lo hace, y ni hablar del fanático más ortodoxo: ese retiene todo lo “especial”, porque si subís todo a la red se desvirtúa el valor. Por eso, yo creo la gente valora el material sin editar o raro, algo que yo suelo compartir en la radio. Me considero un coleccionista tal vez no tanto de recitales sino de outtakes, los no editados, aunque si durante un recital pasa algo muy distinto a lo que está en la placa también lo conservo. En las charlas con los oyentes aparecen muchísimos temas, se habla muy poco de música y cuando se habla, si son músicos que me apasionan, cuento anécdotas y vivencias.

EL ROCK Y SUS TEMAS MG: En la actualidad, yo me siento más tentado a llevar a la mesa de conversación otros temas, como la ecología. Tal vez porque es una AM pública de alcance nacional, creo que tengo que salir de la mentalidad porteña y dejar de pensar que la ciudad de Buenos Aires es el mundo. Por eso estoy abierto en lo que respecta a la actualidad al tema ecológico,

que creo que trasciende la ideología, pero que no está particularmente reflejado por el rock. No hay ningún grupo que levante la bandera de la ecología, aparece más por el lado de la declaración que por la composición musical. Hay viejos temas de batalla como uno de Miguel Cantilo: “No a la mina”, por el tema del oro. Spinetta lo ha hecho, quizá, pero de una manera muy metafórica, en Pescado o cuando hizo la banda de sonido de la película Fuego gris. El problema de ser directos en las canciones con algún tema social es que se corre el riesgo de volverse un jingle. Creo que eso es lo que le ocurre a veces a León con el tema de los derechos humanos: se convierte en columnista, y ahí pierde la música y no se aguanta porque es un discurso. La ausencia del tema ecológico en el rock argentino, desde una posición crítica, no creo que esté ni bien ni mal: sencillamente no está presente. Como tampoco el tema de la droga o la prostitución. HD: ¿Cómo saber si Pity Álvarez está a favor o en contra?

MG: Pienso que la música es una especie de crónica de la vida cotidiana de una generación. Cuando algún grupo pega muy fuerte, como fue el caso de Sui Generis, es porque logran plasmar lo terrible que era ser joven en la Argentina dictatorial... De hecho, muchas de las cosas que se tocaban en los recitales no se podían grabar en disco. Era un extremo, los famosos outtakes que hoy son vox populi. Hoy a los jóvenes les sigue gustando Sui... porque el país no

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ha cambiado mucho en su relación con la juventud: aun en democracia persisten la falta de sentido y la falta de protagonismo juvenil. Los jóvenes son solo convocados para ser público de festivales masivos de cualquier tipo, pero no a protagonizar su propio destino. En nuestro país, ser joven es un inconveniente para todo: desde salir a buscar trabajo, definir una vocación, o hacerse espacio en una comunidad que no existe como tal, donde lo único que predomina es la moda o el poder adquisitivo. No hay claridad en cuanto a la pregunta de qué estamos haciendo acá. Los musicólogos dicen que, efectivamente, el compás binario del rock, que se asemeja al latido del corazón, se relaciona con nuestra propia respiración, con la memoria de haber estado nueve meses escuchando el latido del corazón de la madre en el útero. La época de los pioneros ocurría simultáneamente al nacimiento del ecologismo. La presencia pacifista que tenía el rock en la época de la guerra de Vietnam no la tiene ahora en guerras como la de Irak y con otros movimientos que fueron un poco más imperceptibles como el feminismo, como el salir del underground del movimiento gay. El movimiento del rock fue el que se hizo más popular, porque compartía otros activismos, otra intervención en la realidad. La película que captó la cosa psicodélica y pacifista, el racismo y el rock fue Busco mi destino (Easy Rider), con Peter Fonda y Dennis Hopper. Ahí yo siento que está la carencia de las generaciones siguientes. Hoy el rock está muy lejos de esa experiencia pri-

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maria, disruptiva o alternativa. Hoy todo el mundo sabe de qué se habla cuando se habla de rock. Y no ha aparecido aún algo que lo reemplace. HD: Tal vez el rock maduró independizándose del resto de las artes.

MG: El salto de Charly a la pileta o la tapa de Spinetta con un cartel de protesta en la revista Gente son una especie de negociación, es como jugar al ajedrez: para hacerle jaque mate al rey vos sacrificás algunos peones, una torre, un alfil y a veces en la batalla terminás perdiendo el juego, pero en el fondo sigue siendo un juego. HD: Aunque el movimiento del rock argentino es el más sólido y el más fuerte del habla hispana, tal vez no esté pasando su mejor momento, como el mexicano o el español. No aparecen figuras como Charly, como León, como Spinetta, Fito o Calamaro.

MG: Es verdad: en este momento hay una ausencia de protagonistas de vigor. Tengo una anécdota que para mí fue muy pedagógica. En los años sesenta, trabajaba en una revista de la editorial Abril. A veces almorzábamos en algún bodegón de la recova de la avenida Leandro N. Alem, en los cuales había todavía vitrolas automáticas con los discos simples. En una mesa contigua había dos obreros de la construcción con cascos salpicados de cemento y de pronto uno de ellos se levanta y va a la vitrola. Prejuicioso, le digo a mi

compañero “ahora ponen un tema de Los Chalchaleros o Los Fronterizos”. Pero el tipo puso “No pibe”, de Manal, y me dejó con la boca abierta. Eso de “no hay que tener un auto ni relojes de medio millón para que alguien te pueda amar”, era un alegato que pegaba tanto en la cabeza de un oficinista, de un periodista o de un obrero de la construcción. HD: ¿Creés que el rock nace de alguna clase social?

MG: El rock salió de los barrios de clase media, y la mayoría de los rockeros son de clase media, pero hay de todos los estratos sociales. En cierta medida, para mí está faltando una representatividad generacional, porque el rock se trasladó del difícil arte de ser joven al difícil arte de ser argentino. En la primera época del rock el problema era conseguir buenos instrumentos, buena tecnología, buena amplificación, algo que ahora está al alcance de la mano de cualquiera. También se socializó y es accesible. Lo que está faltando es una poesía que llegue al corazón de la gente, no solamente de los rockeros; que hable de qué es lo que estamos haciendo y para qué estamos acá. Es para celebrar la vida. En 2008 se entregaron los premios de Radio Nacional, fui a la fiesta en el auditorio, y los tres premiados fueron tres emblemas: Luis Landriscina como comunicador/cuentista, Mercedes Sosa porque es grandiosa, y Lalo Mir, que es un animal de radio. Es ahí donde de pronto tres figuras arquetípicas son las que sintetizan un lugar que el rock en este momento no tiene. Ahora hay “grandes éxitos grandes”.

HD: ¿Cuál es la mejor manera de ser ecológicos en el rock?

MG: Creo que la mejor manera de ser ecológico en el rock, es ser ecológico en la vida. Antes, Spinetta, León, Charly o Cantilo, sin querer decir que todo tiempo pasado fue mejor, hablaban y comunicaban cosas que tenían que ver con el hecho de vivir juntos en este paquete de controversias y cemento. Ahora el espíritu latinoamericanista y la ecología están ausentes, en todo sentido, también como tema de conversación que establezca la diferencia. El rock sobrevivió porque se convirtió en una comunidad de músicos y público. Yo soy un ecologista, un rockero y un soñador. En el ´73 comencé con los encuentros de músicos y público en Parque Centenario y fue un hecho importantísimo. Y había un fuerte quórum. Hoy está todo el mundo enchufado en el espacio virtual.

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E L LDÍAADEl R ROCK GO hob Y

segunda parte

de

fino

E l rock , una forma de ser .

Dictadura, Malvinas y después. Los bares, los antros, las multitudes. Una cuestión de glam. El oficio de ser fan.

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hob Y

anécdotas

de

fino

Y GRAGEAS DEL ROCK

Escalera al cielo musical

Recién separado de Serú Girán, David Lebón dio un recital en la discoteca New York City. Era la época de El tiempo es veloz, y una remera dejó testimonio del exclusivo evento, en tiempos en los que el merchandising musical era aún una rareza.

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“¿Qué es eso?” –le pregunté al Chino Campos, que estaba sentado en el pupitre de adelante, en primer año del colegio. “Sui Generis. ‘Canción para mi muerte’” –me respondió. Hasta ese entonces, lo mío eran los Veinte Grandes Éxitos de los Beatles, los Rolling Stones, los Bee Gees, Rafaela Carrá y Julio Sosa. Entraba a las disquerías de la avenida Cabildo y confundía las imágenes de Sui Generis con las de Génesis. Hasta creía que los Sui también eran “importados”... Pero cuando escuché “Te encontraré una mañana, dentro de mi habitación...”, ahí todo cambió para siempre. Al día siguiente a la revelación corrí al quiosco a buscar revistas que pudieran darme un poco de información sobre mi descubrimiento. El Chino me había dicho que comprara la Pelo y la Rock Superstar. Corría 1979 y había poca información de rock nacional –la primera Pelo tenía a Ronnie Wood en la tapa–, pero la que había era muy sustanciosa y yo memorizaba esa data más que cualquier tarea de geografía o matemática. De a poco fui comprendiendo la importancia del rock argentino: su trayectoria, el momento histórico en el que había aparecido, la belleza del idioma, su poesía... Me identificaba más y más con esa poesía viva. Y sin darme cuenta, también, me mimetizaba con las estrellas de rock –aunque eran todavía tiempos de dictadura, y rockero no era la mejor palabra para definirse. En la tele, en el mítico programa Música prohibida para mayores, se podía ver en vivo a Spinetta y a Charly cantando “Que ves el cielo”, video que juntos regalaron a varias generaciones. Ese día, me parece, llegué a la puerta del cielo musical.

Bautismo Serú

Poco a poco crecían mis ansias de presenciar un recital. Antes de que terminara el año ochenta, volvíamos con mi familia de Mar del Plata, y yo fantaseaba con ver en vivo las bandas que escuchaba en mis cassettes. Todo indicaba que Serú Girán era el puré del momento, como decíamos en esa época. Un día, a la salida de la presentación de Bicicleta, me llegó un folleto que rezaba: “Música prohibida para mayores presenta”. Y del otro lado anunciaba: “30 de diciembre de 1980. Serú Girán en La Rural (gratis)”. Tenía en mis manos la invitación al que sería el primer recital de mi vida, al que asistiría junto a otras sesenta mil personas, un número impensado para

¡Qué placer las canciones de Virus! “Pronta entrega”, “Hay que salir del agujero interior”, “Densa realidad”, “Imágenes paganas”... Una banda respetada y admirada por la mayoría después de la muerte de Federico. Un pena que no lo hayan podido disfrutar antes.

esa época y para un chico de catorce años. Aquella noche salí del recital cantando “...a simple vista puedes ver como borrachos en la esquina de algún tango a los jóvenes de ayer...”, y nunca más dejé de hacerlo. Todavía, a veces cuando escucho Bicicleta, lloro compulsivamente. Temas como “Desarma y sangra”, “Canción de Alicia” o “Mientras miro las nuevas olas” me emocionan hasta la médula. Y constato lo que entonces recién comenzaba a intuir: que Charly es un genio musical. Serú era un flash y era el puro presente, lo que estaba pasando... Era como la Selección. Si no, miren: Moro, el primer baterista del rock argentino que entonces la rompía; Pedro Aznar, el mejor bajista de México para abajo (como un día le escucharía decir a Charly en una entrevista que le hizo Lalo Mir); David Lebón, que sería el gran guitarrista argentino, salvando a Pappo, como el mismo Carpo confesó al decir que Lebón fue el único que lo hizo darse vuelta para ver quién estaba tocando la guitarra... Y Charly García, gran capitán, en uno de sus mejores momentos. “Eiti Leda”, “Seminare”, qué temas... ¡Y pensar que les tiraron de todo en ese primer concierto en Obras! Peperina fue el disco que más esperé. Estaba en un pleno romance con Serú; deglutía La grasa de las capitales, Bicicleta y el primero, llamado igual que la banda,

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Me pongo de pie con los Redondos. “Cómo no sentirme así, si ese perro sigue allí”... “Todo un palo”, “Juguetes perdidos”. “Está dormida o finge que duerme, viene una mosca y se posa en su boca... la hija del fletero linda infinita... pero dos que se quieren se dicen cualquier cosa”. Gracias Indio, simplemente gracias Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota.

junto a otros como Alma de diamante de Spinetta Jade. En “Cinema verité”, no se podía creer la poética de Charly. Lebón estaba en un momento inigualable, Pedro Aznar en vivo tocaba con unos joggins alucinantes –y las chicas morían por él. Después de tocar en el Coliseo y antes del último Obras, los Serú hicieron una mini gira por la costa atlántica. Tuve la fortuna de verlos en un show en Babieka, en Santa Teresita, para no más de sesenta personas. Se rumoreaba que David no estaba bien de salud, que podía llegar a suspenderse el recital, pero se hizo igual. La puesta en escena, como en un living, en el mejor momento de la banda. En esa gira estrenaron su versión de “Popotitos” y la inédita “Presumida”. Ese 16 de febrero de 1982, a días de despedirse, fue para mí el éxtasis. Tres meses antes, en noviembre de 1981, un día abro la Expreso Imaginario y veo esta doble página: a la izquierda, un foto increíble de Pedro con su bajo. A la derecha el título: “Pedro deja Serú”. Fue para mí, hasta hoy, una de las peores noticias de nuestra historia del rock, junto con la muerte del Carpo. ¿Cómo que Pedro deja Serú? Lo sentí como si una novia me dejara. La nota continuaba en potencial: que lo podría reemplazar Beto Satragni, o que seguirían como trío. En la despedida estrenaron dos clásicos de los clásicos: “Yo no quiero volverme tan loco” y “No llores por mí Argentina”. Al final, pasaron... nueve años hasta su regreso en River, con televisación en directo, pero ya no sería lo mismo. La magia no estaba intacta.

Una marca llamada DG

También por aquella época comenzó a ganar fama Daniel Grinbank, un productor discográfico que creó su propio sello –DG– al estilo europeo o yanqui, con suscripciones como un fans club e información de los grupos agenciados, tales como Los Abuelos de la Nada, Celeste Carballo, Git, Serú Girán, entre otros. Entre las muchas innovaciones que produjo en el mercado del rock, DG comenzó a hacer circular la remera de Bicicleta de Serú Girán en Obras: tenían estampadas los conejos de la performance diseñada por Renata Schussheim... eran celestes... ¡divinas! Se conseguían en la disquería Suite, del barrio de Belgrano, en lo que fueron los primeros pasos del merchandising del rock argentino –sí: Grinbank lo hizo–. Hoy es imposible pensar en un fan sin la remera de su banda, pero fue en los los shows de Serú donde las tribus se empezaron a mostrar y mezclar.

DIVINAS DEL ROCK

Por el lado de las mujeres, Fabi Cantilo y su homenaje al rock de Inconsciente colectivo, pero me acuerdo también de “Detectives”. Celeste, siempre Celeste, una voz privilegiada, la de lindo color, “Seré judía”, “Es la vida que me alcanza”, “El chino”, “Me vuelvo cada día más loca”. E Hilda Lizarazu, súper equilibrada, con Man Ray o sus dos discos solistas. Divino triunvirato.

Spinetta en flashes

Flash uno: Spinetta Jade toca en San Bernardo. Lo espero al Flaco al final del show, le pido la púa –es roja–, me la da. Flash dos: en esa época el Flaco ya curtía mi barrio, Villa Urquiza. Su sala de ensayo quedaba en Iberá y Pacheco, y yo vivía a diez cuadras. A menudo lo veía pasar, a

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Fabi Cantilo, primera dama del rock argentino.

veces con su Mercedes viejo, cuando volvía de grabar en el estudio Del Cielito, en Parque Leloir. Flash tres: años más tarde, trabajando para la primera revista Playboy, hago una nota sobre el rock y el sexo. Voy a ver a Aníbal, su querido asistente, arreglo una nota y el Flaco se despacha muy amablemente sobre el caliente tema en una seguidilla de encuentros barriales, que nunca olvidaré. Flash cuatro: una tarde sentado solo en la esquina de Quesada y Lugones. La calle, vacía. El Flaco dobla con su auto, y tiene la grandeza de detenerse y preguntarme “¿Qué hacés, loco?”. Hablamos un rato, él baja del auto, yo en la esquina... ¡Fue total! Como esa vez en la parrilla, a una cuadra de su estudio, que le pregunté: “Luis, ¿quién es el mejor de acá?”, y él me respondió, sin dudar, “Charly”. Spinetta tiene muchos discos memorables. Pero no puedo dejar de nombrar los de Almendra, Pescado Rabioso, Invisible... Alma de diamante, Bajo Belgrano, Kamikaze, Mondo di cromo, Privé, y Para los Árboles.

ABUELO EN PARÍS

Y pensar que el mejor disco de Miguel Abuelo y uno de los mejores de la historia del rock argentino no está editado en la Argentina: se llama Nada y fue grabado en París en 1973, durante el exilio de Miguel. Las canciones del disco son en castellano; recomiendo el tema “Tirando piedras al río”. Ningún coleccionista de nuestro rock debería pasarlo por alto.

ALMA DE FAN

Charly ya es solista y toca en Ferro, el 26 de diciembre del ‘82. Sale de traje rosa. Antes habían tocado Suéter y Los Abuelos de La Nada. Lo presenta Jean François Casanovas. La gente estaba súper emocionada. Yo fui con mi novia de ese entonces y una amiga. Pasaban cosas increíbles: como que un pibe que estaba a diez metros de repente invitaba helados a todos “¡porque hoy toca Charly!”. Caballito era una fiesta de invitados: Nito Mestre, el “niño prodigio” Pedro Aznar y la Negra Sosa. Fue emocionante hasta ponerte los pelos de punta. Para ese día se habían hecho dos remeras, que no estaban a la venta: eran sólo para los músicos y la prensa especializada. Las fabricaban las marcas Lycra y Fio-

Rescato la imagen muy “barrio” de los primeros discos de los Ratones Paranoicos... “Descerebrado por las calles voy, desesperado sin saber quién soy...” y temas como “Enlace” y “Sucio gas”, hoy clásicos reversionados.

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“Monos y monos y monos a mi alrededor”... ¡Qué lindo recuerdo el disco de Clap, Amor y dureza!

rucci, y decían “Yo no quiero volverme tan loco”, con el bigote de Charly en blanco y negro (símbolo en esa época de Yendo de la cama al living). Había otra con la cara dibujada de Charly, ¡Imagínense cómo me puse yo! Enloquecí. ¡Quería esa remera! Ese día, todos me dijeron que no. Durante un año busqué la remera con la cara de Charly por todos lados. Llamaba a Fiorucci, a DG, iba a los locales, a la los de segunda selección en Munro y en todos lados me explicaban que se habían hecho solamente remeras de promoción para ese día, y nada más. Pero no me daba por vencido. Un año y un mes después, en enero del ‘84, estaba con un amigo en un Mehari a la salida de Pinamar, yendo para San Bernardo, y veo a un tipo flaco parado al lado de un Volkswagen con la remera de la cara de Charly. “¡Allá!”, le digo a mi amigo... “Mirá, es Charly!”. Él iba con su amiga Gabriela, una psicóloga, que manejaba. En medio de la ruta para el auto no sé por qué, y nosotros nos detuvimos atrás. Lo encaro y le digo que desde el recital en Ferro estoy buscando esa remera. Como era la de él, era un modelo único, igual a la que yo buscaba pero en musculosa. Charly me dice que esa noche iba a tocar en Santa Teresita: “Venite y te la doy”. Eran los tiempos de Clics modernos. Charly entra por el sector del público con su guitarra en la mano. Lo encaro y le digo “Acá estoy”. “Ok, esperame”, me responde. Al final del show baja del escenario con Daniel Melingo y me dice “Me olvidé la remera, te doy esta corbata si querés”. No me resigno. “Si querés dame la corbata también, pero yo quiero la remera”. “Venite al hotel”, me propone. Ante la vista de más de veinte personas, entre ellos Daniel Grinbank, Fabi Cantilo, los Git, el Gonzo y varios plomos, el mismo Charly me entregó la remera que busqué por más de un año por todos lados. En enero de 1983, después de un show de García en el Club Banco Provincia en Vicente López, me acerco a Grinbank y le empiezo a hablar de esos demos que Serú había grabado para Estados Unidos: “Peperina” en inglés, “Esperando nacer”, un material exquisito. Luego de esa mini charla, el manager me dice “Vení que te lo presento”. Charly estaba con Zoca, por entonces su novia brasilera. No tuve palabras… Lo estrujé en un abrazo y casi lo rompo. Después me prestó sus anteojos Christian Dior, esos que se ven en el video de “Yendo de la cama al living”, me los puse y se los mostré a la hinchada. Cuando me iba salía el tecladista de Charly de aquel momento, Andrés Calamaro, con una mochila colgando de un solo brazo, anteojos Bouquet celestes y su novia, Andy Cherniavsky.

Zuker y “Abarajame”

Un día leí en la Expreso Imaginario las letras del nuevo y fabuloso disco de Charly, Yendo de la cama al living. Una de esas letras nunca vio la luz en un estudio de grabación. Se llama “Loco, no te sobra una moneda” y es un verdadero hit inédito. Otra que no tuvo ni siquiera grabación casera es “Desde el país de la mente te estoy hablando ahora”. Siempre tuve la curiosidad de saber cómo suena esa canción.

La primera vez que vi a Javier Zuker fue en La Esquina del Sol, con el cassette Corpiños en la madrugada, de Sumo, en la mano. La Esquina del Sol tenía luz propia. Ahí tocaban los Git, Sumo, Soda, Charly y los Jovanis, Los Twist, las Viuda e Hijas de Roque Enroll, Suéter y Virus. En esa misma esquina vi, por segunda vez, a Soda Stereo. La primera había sido en un lugar en la calle Marcelo T. de Alvear, entre Libertad y Talcahuano. Ese día mi primo hermano, el Zorrito Fabián Von Quintiero, me dijo: “¿Me acompañás, que esta banda quiere que toque el teclado con ellos? Al que grabó el disco le da miedo el público y no puede tocar en vivo”. Hasta ese entonces tocaba los teclados con Suéter. Con Fabián íbamos a los recitales juntos desde chicos, y hoy mismo, eventualmente, seguimos haciéndolo. Otro reducto interesante, a principios de los noventa ya, era el bar Fuente de Soda en la calle Vuelta de Obligado, muy cerca del tercer Prix D’Ami. Imagine, amigo: Leticia Bredice era la moza, había varios shows improvisados y mil veces se constituía como la previa antes de ir a los recitales. Solíamos para allí los domingos con Leticia, su hermana Valeria, Dj Zuker, el Zorrito y los Kuryaki, entre otros. También frecuentábamos 1893, un lugar pionero en la preparación de la pizza a la parrilla. Nos divertíamos mucho y ya se auguraba un futuro más que próspero para Dante y Emmanuel. Cuando vi en vivo en Prix D’Ami lo que pasaba con “Abarajame”, supe que la cosa se iba a poner seria e interesante para ellos. Una vez, en una nota que les hice para un programa de tele que conducía, le pregunté a Emma “¿Por qué viviendo en Palermo cantás en chicano?”. Mucho no le gustó la pregunta, y me lo hizo saber.

Prix D´Ami

CHICA PLÁSTICA

iNéDITOS

Si Obras era el templo mayor, Prix D’Ami era uno de los más pequeños, pero uno con mucha onda. Hubo tres Prix: el primero, en la calle Arcos esquina Monroe; el

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segundo, en Ciudad de la Paz y Blanco Encalada –donde después funcionó Mix–; y el tercero, en Monroe entre Cabildo y Vuelta de Obligado, donde luego abrirían Dr. Jekyll y La Diabla y hoy hay un supermercado. En el primer Prix sucedieron cosas maravillosas. Cómo olvidar una noche en la que los recién estrenados Ratones Paranoicos tocaron, aún con Gabriel Carámbula, y sumaron a Charly para la zapada. Como por arte de magia se armó una fiesta con canilla libre para los cincuenta humanos que estábamos. Recuerdo algunas divas de la época como la modelo Elizabeth Márquez, o María Carámbula, tirándose champagne sobre sus remeras al mejor estilo wet t-shirts y de fondo temas paranoicos, algún “Cerca de la revolución” y satisfacción para todos. Ya en el segundo Prix, que duró poco, tocaron todos los grupos típicos de los ochenta y también los que recién empezaban, como La KGB y Cosméticos. Como a la vuelta estaba la disco Rainbow (segunda etapa), se mezclaba un poco el ambiente. El tercer Prix fue el más solvente: shows bien establecidos, recitales más organizados. Los domingos era casi obligatorio el Stud Free Pub, donde el postre era casi siempre Geniol con Coca, un amigo de Luca Prodan delirante en su genialidad. De día cortaba el pelo en Villurca, a media cuadra del colegio St. James, donde yo había estudiado.

La era de la boludez es el disco que más me gusta de Divididos. Está entre los quince mejores del rock de acá. “Dame un limón”, “Tajo C”, “Huelga de amores”: la aplanadora del rock paradójicamente pega más en su trip rock folklórico. “Par mil”, “Spaguetti del rock”, “Sobrio a las piñas”, ¡ese sí que arremete bien!

“Se me hace cuerpo Nylon, Diana Nylon”. Tuve la suerte de conocer a Diana, como a su hermana Claudia Fantini. Diana era lo más. Un solo disco y se nos fue a otro plano.

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MR. MODERNIDAD

Daniel Melero es el capo de la modernidad. Vanguardista como pocos, es la persona que más supo estar al costado, con perfil bajo: supo ser un cuarto Soda, realizó un disco maravilloso con Gustavo Cerati que se llama Colores santos, y tiene varios discos solista memorables. Es el gran productor de casi todo lo nuevo que sale o está por salir. Y un tema que te mata: “Trátame suavemente”.

BOCANADA DE ESTILO

Babasónicos, el glam rock argento: una maquinaria que crece de la mano de hits radiales y videos desfachatados.

Era divina, sexy como un gatito. Me acuerdo de su versión de “Ritmo colocado”, y de la canción “Conomeo”: “ahora estamos todas felices porque apareció conomeo... “

SAI BABAS Los Brujos son algo mítico que pasó en el sur. Son de esos grupos venerados por la gente. Tienen canciones memorables como “Kanishka”.

A los Babasónicos me los presentó Zuker en radio Alfa allá por los noventa. Los Babas son increíbles, y una banda súper “radiable”. Del primer disco me encanta “Sol naranja”. Después, “Patinador sagrado”, “¡Viva Satana!”, hasta llegar a Jéssico. Y de allí en más la masividad, que es una constante en la banda. Siempre apostando al crecimiento.

Soda y las salas de ensayo

A principios de los ochenta, Soda tocaba “Dietético”, “¿Por qué no puedo ser del jet set?”, algún cover de The Police. Eran el grupo nuevo. Charly Alberti fue quien observó al Zorrito en un show de Suéter y le pareció que era el tecladista que necesitaba Soda Stereo. Fabián habló con Zavaleta, el líder del grupo, y se hizo el pase. En la misma sala donde ensayaba Suéter, después caían los Soda y Andrés Calamaro. Era un mundo muy chico, donde todo estaba conectado. Y ese mundo increíble se reunía a la vuelta de mi casa, en Mariano Acha y Nahuel Huapi. Un día lunes arrancamos de la puerta de casa con Cerati y Fabián. En esa época Zeta y Cerati tenían autos Ford que serían, estimo, de los padres: Zeta un Taunus y Gustavo un Falcon. El de Gustavo tenía una particularidad: tenía roto el farol izquierdo delantero y él lo había pegado con una cinta blanca, que le daba un “toque stone” al auto. Ese lunes nos fuimos los tres bien entonados a la inauguración de Platino, una disco moderna que estaba en la calle Sinclair. Como los Stereo recién arrancaban, no eran tan conocidos. Con Gustavo al frente éramos tres, y en la puerta se escuchó “Ahí vienen los Sodas”. Adentro yo estaba medio embolado, casi aburrido... A Cerati y a Fabián los perdí apenas entré. Entonces él entró caminando con su estilo tan particular, vino hacia mí (yo creo que por portación de rostro) y me saludó con un beso en la mejilla. Yo le dije “¿qué haces vos acá?” y me respondió con su acento ítalo americano “me trajeron”. Era Luca Prodan.No lo soñé, fue real.

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Cuando Cerati presentó por primera vez Bocanada en el Gran Rex, en 1999, me quedé impresionado por la impecable puesta en escena de Eduardo Capilla. Colores y matices pocas veces vistos en escenarios rockeros, sólo comparable a las puestas de Renata Schussheim. Y un grupo de músicos impresionante: Leo García, Fernando Nalé, el fenómeno de Martín Carrizo, uno de los mejores bateristas de la Argentina, junto a Federico Gil Solá. De ese disco, “Río Babel”, “Raíz”, “Engaña” y el gracias por estar y venir de “Puente” son temas que quedarán por siempre.

Miedo a Sumo

Los primeros recitales de Sumo daban un poco de miedo. Los vi, por ejemplo, en la disco Fire, frente a la cancha de River. Allí el ambiente era pesadito, o tal vez yo era muy chico. ¿Sería eso? En medio de los temas, Luca mandaba “Vos, vos y vos” y al que señalaba, entre los cuarenta o cincuenta que éramos, todos lo miraban fijo. Yo pensaba “Si me señala a mí, ¿qué hago...?”. La pareja top en esa época en el ambiente era la de Emir Omar Chabán y Katja Alemman, siempre muy abrazados. Llamaba la atención el look de Roberto Pettinato, saxofonista de la banda, con un mameluco color naranja, su barba de dos puntas. Rarísimo. Los recitales de Sumo tenían una atmósfera especial. Una vez tocaron en un lugar en la avenida Dorrego, casi Corrientes. Al llegar, lo veo a Zuker con dos o tres chicas. Me agarré a una, linda por cierto, y me la llevé al baño para transar, y no recuerdo ninguna otra cosa, porque nos quedamos allí más de medio recital. Cosas que a veces pasaban... O el segundo Ferro de Charly que estuve todo el show recostado en el césped, un poco más hippie. También presencié el día que Sumo llegó a Obras. Pero en esa época ya no daban miedo.

Villurca, mi barrio

Por mi barrio, Villa Urquiza, pululaban los Clap (Diego Frenkel, Christian Basso, Adi Azicri y Fernando Samalea). Estaba minado de salas de ensayo. También circulaban Los Violadores, con los que siempre tuve alta onda, y para mí fueron el grupo más importante del punk rock en Argentina. El Polaco tenía un look muy fuerte para la época, una mezcla de Bart Simpson y los Beavis and Butthead. Habría ganado cualquier casting. Vivía en la calle Donado y Olazábal, en la misma zona donde vive actualmente Dante Spinetta; tenía en un caserón, y ahí ensayaban. Pil Trafa era un punk dulce y melancólico, siempre caminaba por el barrio. Cuando me relacioné con ellos empecé a curtir los ensayos. Me encantaba poder ser el único que estaba ahí. A mí nunca me interesó tocar nada, siempre sentí que para

“Billy... ¿ y quiénes son ellos?” Ellos eran... Serú Girán. Billy Bond era el productor del primer disco de Serú, quienes le devolvieron favores tocando en sus discos: Billy Bond y quienes son... y Billy Bond & The Jets.

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eso se nace, o tenés que tener mucha onda con tus manos y algún instrumento. Pero siempre me fascinó coleccionar música, ir a recitales, curtir ensayos.

¡AL COLÓN!

Recuerdo cuando se me ocurrió que Charly García debería tocar en el Colón, el gran templo de la música, y varios me miraban como si estuviera loco. Me moví bastante, tuve una reunión con la secretaria de Sergio Renán... pero nada. ¿Después? Tocaron la Sole, Memphis La Blusera, Pedro Aznar, Andrés Giménez (el cantante de A.N.I.M.A.L.), Los Nocheros, Fito Páez y Spinetta.

Eterno Norberto Napolitano El disco de Vivencia Mi cuarto lo escuché sólo un año, pero me bastó. “En mi cuarto se relamen las heridas”, “Los juguetes y los niños”. Como el célebre hit fogonero de Pastoral “En el hospicio”,“... de que el perro sea perro y nada más”.

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Pappo fue siempre Pappo. Aunque nunca lo hayas escuchado, seguro que lo escuchaste. Unas vacaciones de los ochenta yo veraneaba en un departamento de San Bernardo. Ya había marcado a un par de pibes más grandes, copados, con mucha onda, que paraban en la planta baja del edificio. De allí salía una seguidilla de de temas de Pappo’s Blues. Esa guitarra, esa voz, me impresionaron. La voz subía por el pulmón del edificio y el tono grave me sedujo de una manera especial. Curtí Riff en vivo: sus videos eran importantes, sus tachas, sus cueros. Los fuimos a ver un día con el Zorrito al Canal 9, en Tribuna caliente. Los veíamos también en los festivales de primavera en Parque Sarmiento, en el KDT, en Halley. A través de Ludovica Squirru, pegué mucha onda con el “canciller” Vitico. Vitico adora a Ludovica, y nosotros a él. Varias veces lo visitamos en el Tigre, donde vive como un lord con su estirpe singular del rock local. Con Pappo se complementaban de maravilla. Siempre me gustó mucho Riff, sus shows en Obras, la etapa con los dos Peyronel fue entre bizarra y alucinante... Recuerdo una fiesta para la presentación del horóscopo de Ludovica, justamente en el Tigre, en la que todos disfrutaron de un show del pre-Viticus con su hijo y demás músicos. Cuando quedaban pocos, se escucha una guitarra a lo lejos que empieza a ladrar finito hasta convertirse en canción. Era el Carpo, que no tocaba ni zapaba en cualquier lado. Ese día Norberto se llevó una remera que rezaba: “Año del perro”, la misma que usó en un par de videos de Que sea rock, la gran vuelta de Riff. Cuando vivía por el centro, en la calle Montevideo, un día yo estaba en un gimnasio a tres cuadras de casa, balconeando cual terrible vago en lugar de hacer bicicleta, y pasa Pappo con un amigo, que después me dijo que era su abogado. Cuando lo saludé, subió al gimnasio. Me sorprendió pero, ¡siempre le gustaron los fierros! Otras veces lo crucé por Las Cañitas bajándose del auto sin abrir la puerta, saliendo desde la ventana al mejor estilo Hugo Orlando Gatti. Me sorprendió verlo en un recital de Charly en Obras, por la supuesta rivalidad con Charly. Pero pensé enseguida que esas cosas la generaban los periodistas o alguna parte del público... ¿Los Redondos o Soda? ¿Virus o Zas? ¿Spinetta o Charly? ¿Cuál era la rivalidad de Pappo con García? Si a alguien le quedaba alguna duda, en el último show de Pappo’s Blues en Cosquín el Carpo presentó a “un amigo muy famoso”: era Charly, y juntos hicieron “Desconfío”.

NADA DECADENTES

¡Los Auténticos Decadentes, qué sorpresa! En sus comienzos, no me podía imaginar que fuera tomada por una banda de rock. Un día le escuché decir a Andrés Calamaro y a un periodista de rock de televisión que los Decadentes eran lo más. Y es verdad: en los últimos dos o tres discos hubo un cambio notable en la banda. Hay que decirlo: “Loco (tu forma de ser)” es una joya, y “Un osito de peluche de Taiwán”, “Los piratas” y tantos otros hits demuestran que saben lo que hacen y que tienen la llave de la popularidad.

Los Abuelos, Andrés y un cumplido

Los Abuelos de la Nada era una banda que todos saboreaban. Sus shows en Obras eran un gran refresco. Yo no era el más fan de ellos; en mi grupo de amigos había algunos a los que les gustaban más. Pero Miguel me llamaba mucho la atención, y Andrés Calamaro también, por tres cosas: una, porque las chicas ya me hablaban de él. Otra, porque había canciones lindas que el había compuesto (“Sin gamulán”, “Así es el calor”, el hitazo “Mil horas”, que le permitió dar la vuelta al mundo). Tercero porque Charly ya le había echado el ojo, y pasó a ser el primer tecladista que tuvo García en su etapa solista. No era poco. (Antes había tocado en Raíces, pero de eso me enteré después). Los Abuelos solían tocar en festivales y eran siempre una fiesta. Mítico fue el recital del Festival Rock and Pop en Vélez, donde le tiraron una piedra a Miguel, le sangró un ojo y él siguió cantando. Otro recital que presencié fue Rock In Bali, en Mar Del Plata. ¡Cómo olvidarlo! Fue la única vez que vi a los Abuelos desde el backstage. ¡Imaginen ver en un mismo día en vivo, uno atrás del otro, a Soda, Sumo, Violadores, Abuelos y Virus! Luego del show lo vi a Miguel, me hipnotizó, tenía algo de clown. Lo describe muy bien Calamaro en “Con Abuelo”, esa canción-homenaje de su disco Honestidad brutal. Me hice más cercano a Andrés por una chica que le presenté, Manu, con la que éramos íntimos. Un día, ella venía de llorar en el Paseo de la Infanta, y me pide ir al Soul Cafe, donde nunca había estado. Allí vamos y nos encontramos con Andres y Javier Calamaro. Se la presento a Andrés, y le digo “cantate algo”, a lo que él le responde “Hoy solo canto al oído”. Todo un galán.

Mis días como manager

En un principio no sabía muy bien qué quería hacer de mi vida, como todos o la mayoría de los adolescentes. Probé ser cantante en la terraza de unos chicos del barrio de al lado. Ellos tocaban y yo inventaba la letra de acuerdo a los sonidos. Me acuerdo de una canción que decía “basta perro ya, basta perro ya”. Pero el que ladraba era yo... Una noche me llamaron para salir y yo estaba en mi cama, no me podía mover. Ese día me di cuenta de que no era cantante. Además hay que enfrentar al publico, y si encima son pocos, me daría mucha vergüenza. No era para mí. Como estaba muy metido y relacionado con la música, surgió la posibilidad de ser manager. Radio Shakespeare era un grupo formado por Jorge Minissale, ex guitarrista de Suéter y gran profesor de guitarra, y Yanim, quien le presentó al Pato Loza

Fui al Festival de la Solidaridad en Obras, en 1982. Creo que fue el primero al aire libre. Los músicos no fueron cómplices de nada, ellos tocaron y estuvo más que bien la intención. Recuerdo a Lalo Mir y su transmisión, a Porchetto y su “Algo de paz”, a León, Pappo y Riff, al Dúo Fantasía, a David y a Charly en el primer recital sin Serú haciendo “Música del alma”. 101


cuentros memorables. Nos cruzábamos siempre por la calle Corrientes, para tomar un té, compartir la lectura de un libro, la poesía porteña constante. Junto a Rudie Martínez, de Adicta, hicieron San Martín Vampire y eran toda la vanguardia que se venía. Juntos eran verdadera dinamita. Pero los egos lo impidieron. Yo a Pángaro le digo que se juegue más por el pop elegante y no tanto con el bolero. Es el auténtico dandy porteño.

Zavaleta Lab Los Abuelos de la Nada antes del fin.

Por el Oeste eran del palo Los Visitantes, antes Don Cornelio y La Zona. Es un gran poeta Palo Pandolfo. “Ella vendrá”, “Bi bap um dera”. Admiro y respeto sus bonitas páginas del cancionero autóctono.

a Fabián Quintiero para que entrara a Suéter. A Fabián, el “Von” se lo puso Miguel Zavaleta y “Zorrito”, Charly. Porque “El Zorro” era Dani Melingo. Empiezo a manejar a Radio Shakespeare. En esa época, en el viejo Canal Once, conocí a Ludovica Squirru y a Mario Pergolini. Después del canal tenía una nota con los chicos de la banda en Radio Splendid. Le pedí a a Ludovica que fuera la madrina de la banda y me dijo que sí. De la calle Pavón nos fuimos para la calle Arenales, donde estaba Radio Splendid. Años después, me llama Fernando Samalea y me pregunta si no quería ser el manager de Belmondo, la nueva agrupacion de Diego Frenkel, a quien no le había ido tan bien con su disco solista. Con Belmondo me di cuenta –para siempre– que tampoco servía como manager de rock. No por los chicos, que eran divinos. Fue una experiencia bisagra. ¿Por qué? Samalea vivía a cuatro cuadras de casa y no tenía teléfono. Por eso cada vez que había un ensayo me llamaba Diego y yo tenía que ir a tocarle el timbre a Fernando y avisarle sobre cualquier actividad del grupo. También en esa época me llamó María Gabriela Epumer para pedirme que fuera su manager, pero le tuve que decir que no. Me enfermé y lo de Belmondo se desdibujó, luego Diego remontó su viejo proyecto de La Portuaria. Me emocioné mucho cuando fui a verlos a mediados del 2007 en La Trastienda. Presentaban Río, con la presencia en escena de David Byrne, todo un ícono de los ochenta. Ellos y el público disfrutaron al máximo viejos clásicos de Talking Heads tocados por el Sr. Byrne y La Portuaria, todo un lujo y un gran triunfo del rock argentino.

DANDY & POP

El coqueto público de Sergio Pángaro arde con el himno “Lluvia dorada”. A él lo conocí en una nota que le hice en el Morocco. Desde entonces, tuvimos otros en-

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Con Miguel Zavaleta siempre tuvimos una onda bárbara. Hemos pasado varias navidades juntos. También recuerdo travesuras en la costa atlántica. Un día me regaló “Dr. Pérez” y “Cualquier pelotudez”, dos hits inéditos de Los proxenetas prófugos, su banda junto a Hilda Lizarazu. Zavaleta fue quien las acercó a ella y a la Cantilo al rock. También los Soda Stereo venían con frecuencia por La Bámbola, en la calle Jorge Newbery, el primer restaurante que tuvo mi tío Silvio. En Nochebuena, Charly Alberti llegaba antes de las doce; Gustavo y Zeta caían después y se quedaban todo el 25. Otras navidades gozamos de la presencia de Charly García y de Pil Trafa de Los Violadores. De allí nos íbamos con esa mezcla humana directo al show de Navidad de Prix D’Ami, un clásico de todos los años. Miguel Zavaleta nos hacía morir de la risa con sus ocurrencias. Ya en el apogeo de Suéter, en la presentación de Lluvia de gallinas, Miguel me invitó a participar del show en el teatro Coliseo. Éramos unos veinte amigotes, entre hombres y mujeres, que teníamos que bailar en el escenario mientras aparecían unas cien gallinas. Para ese entonces yo estaba con el pelo casi rapado, ese día tenía puesto un pantalón naranja de bambula estilo hippie. En el backstage de Suéter, lo de siempre: bebidas, parientes, chicas, sandwiches... Se nos acerca un chico de pelo largo y anteojos, con look de rockero setentista, y nos dice “Loco, ¿puedo ser amigo de ustedes?”. Era Fito Páez. Recordé que a los seis años habíamos estado una noche con Fabián en ese mismo escenario en una fiesta de fin de curso, vestidos de payasos y llorando, tirándonos cachetazos como parte del juego. Esta noche él tocaba teclados y yo bailaba.

Dulces 16 fue un grupo furor en su momento, que llenó Obras. “Para tocar rock and roll”. Jolivet, Marcolongo y Peiseré, monos terribles y una música básica y deliciosa.

DUELO PUNK

Recuerdo que para un Quilmes Rock, César Andino, el cantante de Cabezones, presentó a los Attaque77 como la banda más importante del punk rock argentino. Yo estaba en el backstage. Cuando bajó del escenario lo puse en caja y le dije “me parece que te olvidaste de Los Violadores”. Tuvo que darme la razón, y cuando vino a mi programa Que se vayan, lo repetimos al aire. Pero Attaque arde en escena con alta dignidad: “Hacelo por mí” y “Mientras dos de las águilas se atreven” son muy dignos, como Ciro Pertusi y el resto del equipo.

Fito y los escenarios

Por esa época fuimos alguna vez con Zavaleta, Minissale y Fabián a una casa que había alquilado Fito en Gesell. Páez es un crack. Muchos no le perdonan que se haya corrido del rock. Actitud sigue teniendo. El amor después del amor es el disco más vendido de la historia de nuestro rock vernáculo. Creo que los que despotrican

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Daniel García Moreno, Hoby De Fino, Silvio Quintiero, Fernando Samalea, Fabián Quintiero y Charly García, la noche del debut de Los Enfermeros en Rosario.

Lions in love es un emprendimiento alucinante de Daniel Melingo, antes de enfilar para el tango. Ya había dado dicha a Los Twist con Cipolatti. “S.O.S, sos una rica banana”, “Jabones flotadores”, “Ricardo Rubén”, “Mocasín”, “Cleopatra, la reina del twist”, temas todos que marcaron una época.

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contra Fito se sienten más representados por su primera época. Pero Fito hizo cosas buenas con la música siempre. Cuando debutó con Charly en las funciones de Clics modernos en el Luna Park, se tenía que parar de espaldas al público porque lloraba todo el tiempo y estaba súper emocionado. Conocí Rosario de la mano de Fito, cuando Los Enfermeros debutaron con Charly: fuimos para allá y salimos después del show con el micro a conocer “la Chicago Argentina”. Ese día Charly dijo que su único amigo rosarino era Fito Páez. En los recitales de Piano Bar a Fito lo aplaudían muchísimo, cosa que me parece inquietaba un poco a Charly... Fito creció y creció, llenó un Vélez, llegó a River, y ahí un poco se le escapó la situación de las manos. Lo vimos en España con Cecilia Roth y Pedro Almodóvar, en el hall del Hotel San Bernardo, en La Gran Vía. Yo paraba en ese lugar y ellos llegaron para la avant première de Todo sobre mi madre, con toda la troupe almodovariana. Fito había viajado con Alan Faena. El rosarino también se metió con el cine. Su primera película no gustó ni a la crítica ni a nadie. Pero creo que valió la intención. En la segunda, aprobó. Yo creo que la historia de Páez está muy bien porque, si a varios rockeros de otras partes del mundo les permitimos que tengan y disfruten de una buena vida, ¿por qué no a Fito? Tal vez porque algunos vieron en él aquellas partes de sí mismos que no pudieron cambiar, y él pudo. Cambiar no es lo mismo que transar. Cambiar, si es para bien, si es a conciencia, es muy bueno. Transar es otra cosa, y yo creo que Fito no transa. Solo que fue mejorando su calidad de vida, y eso me parece un ejemplo. Brindo por Fito y todos los que están en ese camino. En la época de Tercer Mundo, pasé por un recital en Obras. Yo había entrado con un amigo fotógrafo y estábamos frente al escenario justo antes del vallado de la primera fila. En la mitad del show veo que unos canas se están llevando a unos pibes de manera fulera. Enseguida pongo el lomo por arriba del escenario, medio cuerpo, le hago señas a Fito, me mira, le señalo a los chicos, y él detiene el tema que estaba tocando. Pone las cosas en orden para que los canas no se lleven a los pibes y vuelve a empezar la canción. Esa noche me sentí digno y útil. No era la primera vez que me subía a un escenario. De una manera rara lo había

hecho antes en la presentación de Clics modernos, en el Luna Park. Después del show se quedó un cuarto de la gente pidiendo que volviera Charly. Increíblemente García regresa y yo me saco como nunca: me subo al escenario, le doy un beso a Charly y a Fabi Cantilo, porque mi intención era darle un beso a cada uno. Cuando voy a darle un beso a Alfredo Toth me saca del escenario Quebracho, el histórico plomo del rock; me recibe Daniel Grinbank, que, con buena onda, me hace volver a ver el show. Los pibes me felicitaban: era una época en donde el rock no era tan mainstream, y como yo conocía a varios nombres propios entraba a Obras con amigos y novias. Hacía el gran truco diciendo “Hola, soy amigo de Grinbank”, y me respondían “¿con quién estás?”. Yo decía, señalando a mi grupo, “con ellos”, y pasaba. De esa manera ligué primera fila cuando Charly invitó a Luis Alberto e hicieron “Peluca telefónica” juntos. Era un delirio, el Flaco con una vincha tremenda, todos parados arriba de la butaca. Creo que uno era merecedor por el amor genuino que le tenía a estas cosas. Ese día Charly estrenó “Huellas en el mar” y “Cretino”, que recién grabó veinte años después en el disco Rock and Roll Yo.

Actitud argenta

El movimiento del rock argentino es el tercero en importancia en todo el mundo. Por tiempo, por trayectoria, por cultura, por todo. El primero es el inglés, obviamente. Le sigue el de los Estados Unidos. Pensá en Italia, Francia, tienen muy poca historia de rock... Fueron muy absorbidos por el rock inglés. Figuras en España como Moris, Andrés Calamaro y Ariel Rot con Tequila, ¡son de acá! En Australia no hay un gran movimiento, ni en Japón, o en China... En América, después de Soda se despertaron, antes eran solo los Teen Tops y nosotros desde el fin del mundo, por esas cosas que tiene nuestro país y su crisol de razas, desde el ‘66, ‘67, desde “Rebelde” y “La Balsa”, hemos forjado un movimiento muy importante. Algunos podrán decir, “pero León, Calamaro, los Abuelos... ¿es eso rock?”. Yo les respondo: “Como dice Fito, es sólo una cuestión de actitud”. No sé por qué, pero cuando me levanto prefiero escuchar música en castellano. Actúa como una poesía. También me copo con un disco y lo escucho a full durante todo un período, y si me gusta mucho, un tema puedo esucharlo hasta tres, cuatro o cinco veces seguidas. Eso me pasó en los últimos años, por ejemplo, con Jéssico de los Babasónicos, el disco en el que encontraron la masividad, y de allí adelante se instalaron en el gran público. También con Bocanada de Cerati, o La era de la boludez. Orozco de León Gieco, nuestro “Bob Dylan”, artista único y genuino, Bajo Belgrano de Spinetta Jade, los últimos de Catupecu, el segundo de La Portuaria, Honestidad brutal y Alta suciedad de Calamaro, El amor después del amor y Giros de Fito, Gulp y Último bondi a Finisterre de los Redondos. El tiempo es veloz de David Lebón, Chaco de los Kuryaki, La marcha del golazo solitario, de Los Fabulosos Cadillacs. Un trip aparte es todo el mundo de La Renga, la Bersuit y Los Piojos, grupos que llenan estadios enteros sin avisos publicitarios. ¡Es tan rico y tan vasto el rock argentino! Hay discos cruciales, conmovedores; hay letras tremendas que quedarán por siempre, temas que fueron traducidos a más de cien idiomas, como “Sólo le pido a Dios”.

David Lebón tiene una carrera solista envidiable. El primer disco es mitológico. Después vinieron Nayla con “Tema de Celeste” y “María Navidad”; más tarde, “El tiempo es veloz”, “Siempre estaré”, “Desnuque”. David, un grande.

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DOLOR CROMAñÓN

A Callejeros no le presté demasiada atención hasta el trágico día del incendio de Cromañón. Ese año, realmente los pedían muchísimo en el programa de la Rock and Pop. “Una nueva noche fría” y otros temas de ellos me gustaron. Entendí el fenómeno. Ese 30 de diciembre me tocaba hacer el último programa del año en vivo y en la madrugada estábamos al aire. Fue una experiencia dolorosa. Una cicatriz que hasta el día de hoy no cierra. Después del programa no podía parar de llorar en casa, solo, mirando los noticieros. Recuerdo que no podía pegar un ojo. Al principio sentí que Cromañón había tocado a nuestro gueto, pero la realidad dijo que había trascendido las tribus para golpearnos a todos.

Hoby De Fino, la voz de la trasnoche de la Rock & Pop durante seis temporadas.

Catupecu y los frontman del rock argentino

Conocí a Fernando Ruiz Díaz en el Supersoul de Las Cañitas, también gracias a un programa de radio que tuve en Supernova. Creo que nos conocemos de otras vidas, porque siempre tuvimos una onda infernal. La primera vez que nos encontramos, Fer me dijo “Vos... ¡vos sos una estrella de rock!”, y me lo decía él, una auténtica estrella de nuestro rock vernáculo. Fernando Ruiz es el anti divo: una persona muy educada, buena gente. Diría que hoy es el el mejor frontman de nuestro país, y uno de los cinco o seis mejores de toda la historia rockera argentina. Hagamos el ejercicio: Federico Moura, Luca Prodan, Pil Trafa de Los Violadores, el Indio Solari, para algunos, la primera etapa de Juanse de los Ratones Paranoicos, Miguel Abuelo, y ya. De los grupos actuales, un lugar especial le doy a la tremenda parada de Wallas de Massacre, su desparpajo es único.

Pappo es el hombre suburbano, es el chabón sucio y desprolijo, es la gente que no puede dejar de ir al cabaret, esas ruedas de metal loco, es el tren de las 16, es Elvira, son los sandwiches de miga que vienen hacia mí, es la maquinación, son los héroes del asfalto. Es el Carpo de La Paternal.

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ISABEL, HEROÍNA anónima

Isabel de Sebastián inmortalizó el tema “Héroes anónimos”. Hoy, esta chica fina y muy linda está casada con un músico extranjero y tiene dos hijos. Con Metrópoli fue algo groso que pasó en los ochenta. Participaba también de las Bay Biscuits, junto a Fabiana Cantilo y Vivi Tellas. “Somos solo un par de mujeres aburridas...”, cantaban. Catupecu reversionó “Héroes anónimos”. Para entonces, ya hacía varios años que yo les decía a ambos que se tenían que juntar. “Fer te admira, Isa”; “Isa, los chicos de Catupecu te adoran”; “Fer, Isabel, cuando se dé, quiere agradecerte”. Y el encuentro se dio en el momento indicado: fue el 13 de enero de 2008 en Punta de Este, como regalo para el cumple treinta de Fernando.

Una apertura para Que se vayan

Después de la fiesta de presentación de Que se vayan, por la Rock and Pop, en el Soul Café, donde tocó Emmanuel Horvilleur, nos fuimos para la radio con Fernando Ruiz Díaz. Se copó durante tres horas pasando música, hablando de todo (ver entrevista en pág. 152), y nos regaló en primicia y en versión a capella “Magia veneno”, seis meses antes de su difusión. En un momento estaba todo dado como para que los Catupecu hiciesen la apertura de Que se vayan. Ya tenía el sí de Fer, pero un día Fausto, su manager de toda la

vida, me dijo “el que corta el bacalao y a quien tenés que convencer es Gaby Ruiz Díaz”. Yo no lo conocía demasiado. Recién un día, al regreso de su primer viaje a Londres, me confirma que lo harán, pero que necesitan un tiempo. A los pocos días me lo vuelvo a encontrar en Obras, en la fiesta de los 20 años de la Rock and Pop, y allí empezamos a ultimar detalles. Unos días después se accidentó, y los sonidos fueron otros... En la época del Voodoo Bar, Catupecu reventaba. La gente estaba desenfrenada. Hubo un quiebre para la banda, un antes y un después de “Y lo que quiero es que pises sin el suelo”. Los Catupecu tienen una polenta única en vivo. Realmente son de una gran calidad humana, cosa que no es tan habitual en el medio. Una noche, en un recital en los Arcos del Sol, presencié a un Fer emocionado hasta las lágrimas porque un par de días antes había fallecido su padre. No se suele ver llorar a un rockero en el escenario: me pareció de una nobleza y una entrega a su publico únicas. Ese día supe que Catupecu Machu era algo muy serio. Una de las grandes bandas modernas de la Argentina. Con los Catupecu compartimos un lema: alegría de vivir, emoción y rock and roll.

Una fuerte fue conocer a Pity de Intoxicados. No fue en un recital sino en un cocktail en el Museo Renault. En el mismo metro cuadrado estábamos los dos con Mauricio Macri. Él llegó con Deborah De Corral y Ezequiel Araujo, por ese entonces pareja de ella y productor de él. El pibe pila estaba a pleno. Es un personaje serio y un referente importante para las clases marginales. Si el Pity se cuidara sería un gran cantante contemporáneo. Me animan temas como “Está saliendo el sol”, “Nunca quise”, el “Reggae para Mirtha” y “Fuego”.

Suite La Habana

Conocí Cuba, y por casualidad o causalidad me tocó estar allí la semana que se homenajeaba a la Argentina en el marco de la Feria Del Libro 2007. Allí se presenta-

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Alika es como una sacerdotisa africana, bella, muy bella. Cuando nos encontramos yo me siento dominado, me baja línea, me hipnotiza. Un día tuvimos una charla muy alta en mi casa de entonces en la calle Lavalle, donde le di mis respetos. Ella habla de amor, del “no” a las guerras. Viene de Actitud María Marta y ahora toca con Nueva Alianza por toda América Latina. Es un verdadero “Rayo de luz”.

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ba Escúchame entre el ruido, el disco doble producido por Lito Vitale como tributo a los 40 años de rock argentino. Todo esto sucedió en La Habana. El recital era en la tribuna anitiimperialiasta. Yo estaba parando a tres cuadras, en el Hotel Nacional, muy emocionado de estar en la isla, por el trato que recibía de la gente de allá y porque mis contemporáneos esa noche mostrarían parte de nuestra historia viva. Subí al escenario y allí estaban Héctor Starc, David Lebón, Pedro Aznar, y a un costado Hilda Lizarazu y Palo Pandolfo. Ellos también estaban realmente emocionados de estar allí. Cuando se hizo la hora del concierto, parecía que se suspendía, había una leve llovizna y no llegaba nadie. Yo quería registrar eso para pasarlo por la radio. Claudia Puyó me comentó que tenía un mini disc que estaba en el hotel, pero faltaba poco para empezar. La gente de la Subsecretaría de Cultura de la Nación, extrañamente, no grababa nada. Los periodistas cubanos, cuatro o cinco, tenían solo un cassette para cada uno. Me fui a la consola y allí tampoco había nada, me dijeron que fuera a una estación de servicio que estaba cerca, que tal vez encontraría un cassette. Recordemos que en Cuba no resulta fácil conseguir este tipo de cosas. Juan Carlos Baglietto empezó la previa del show, y yo todavía sin cassette ni nada. ¡No podía creer que un evento así quedara sin registrar! Cuando estaba por finalizar la parte del rosarino le dije a un señor que también andaba tras bambalinas que era un periodista argentino y quería grabar el recital para compartirlo con mi pueblo. El señor me dijo “pase, tómese un café”, “no tomo café, gracias” le respondí, pero igual me invitó a acompañarlo. Fuimos enfrente, a un pequeño edificio; entró a un despacho, no había nada, fuimos a otro y preguntó “¿qué necesita?”. Humildemente le pedí “un cassette, dos sería mejor”. Para mi asombro, me dijo “¿le sirve un mini disc?”. Yo no lo podía creer. Conseguir un mini en La Habana es como un milagro... ¡no están a la venta siquiera! No me lo quiso cobrar, me dijo que era un regalo del Estado. El señor era el titular de la tribuna antiimperialista. También me dio una medalla del lugar como asistente. Yo devolví el favor al día siguiente, obsequiando una remera de Andrés Calamaro. De allí, corriendo a la consola. Estaba feliz, sabía que ese material lo iba a pasar entero en la radio y que era el único que lo tenía registrado. En las primeras filas estaban Miguel Bonasso y algunas Madres de Plaza de Mayo. Antes de empezar el show se pasaba música en inglés de Aerosmith y demás. Baglietto pidió que la cambiaran ya que le parecía raro que sonara en la tribuna anitiimperialiasta. Los sonidistas “cubanos” primero acataron la orden de sacar la música yanqui y luego la volvieron a poner. Aznar decía, con razón, que la música no tiene fronteras, ¿qué tiene que ver que Hendrix...? Igual el clima era algo raro. Esa noche me dediqué bastante a observar a la gente: con look heavy metal y remeras de Korn o de grupos metaleros de Estados Unidos, escuchaban “Catalina Bahía” de Pedro y Pablo. Una mezcla muy, muy rara... Igual todo salió a flote, la lluvia mermó, Pedro Aznar hizo una bonita versión de “Media Verónica” y otra de “Pensar en nada”. Lebón cantó “El viejo” de Pappo. No se programó “La Balsa” por razones obvias. Al otro día, Pedro Aznar tocaba en la Escuela de Bellas Artes de La Habana. Un show íntimo, con Pablo Milanés como artista invitado. Tuvimos el honor de que esa

Charly visita a Hoby el día de su cumpleaños 41, en la trasnoche de la Rock & Pop. Toca “Sucio y Desprolijo” de Pappo, el inédito “Mister Moto”, y “Promesas sobre el bidet”, cantado a coro en el estudio.

noche el gran cantante cubano agasajara con una comida en su casa a la delegación argentina que al otro día, temprano, partía de regreso a Buenos Aires. Curiosa mezcla: Pedro Aznar, Pablo Milanés, Ludovica y Palo Pandolfo, muchos amigos y algunos músicos cubanos. Comimos riquísimo; fue un cierre de oro brillante en la queridísima Habana.

EN LA CANCHA SE VEN LOS PINGOS...

Un día en Que se vayan, Pángaro me contó al aire que se estaba juntando con Joaquín Levinton, el ex vocalista de Turf. Por prejuicio o desinformación, le dije: “Me parece que no está a tu nivel, pero le voy a prestar atención”. Fue por más y un día nos vinieron a visitar a la Rock and Pop guitarra en mano. Tocaron a pedido de los oyentes canciones de todas las épocas del rock argentino. Levinton demostró, además de tener una muy buena voz, gran valentía, que pocos tienen: esa de ir a tocar al estudio sin más que una guitarra, una voz y un micrófono.

It’s My Birthday

Hacía unos años que no festejaba mi cumpleaños. Mis compañeros en la radio, dos semanas antes de que llegara la fecha, me dijeron que invitara a un par de músicos al piso. Tomé la idea y la cosa fue creciendo hasta que el 18 de abril de 2007, un día en el que literalmente se inundó Buenos Aires, festejé mi cumple en el estudio de la radio, en vivo. A eso de las diez de la noche lo llamo por teléfono a “Carlos Primero”, y le digo: “Charly, hoy es mi cumple, vienen a tocar Alfi Martins, el Zorrito y Samalea, tu vieja banda, ¡si podés venir sería barbaro!”. “Ok”, me dice, “llamame cuando estén todos allá”. Lo dicho: en el estudio estaban todos y más, muchos amigos y amigas. Geniol, el mítico campeón de yoyo que cantaba con Luca “La rubia tarada”, el amigo Vitico con su hijo, Javier Zuker. Y entonces llegó Charly y todos se unieron en una increíble zapada de cumple. Con el estudio lleno de globos, tragos, torta, y “Mister Moto”, “Sucio y desprolijo” con Vitico en coros, y una divina versión de “Promesas sobre el bidet” que Charly, en primera voz, y todos los demás entonamos.

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En 1985, me reuní con Gustavo Cerati para una nota que me había pedido la revista Le Cirque. Aquí, algunas escenas inéditas de aquel encuentro íntimo en la sala de Belgrano R, a modo de aliento a Gustavo.

hob Y

decidimos poner nuestra propia productora.

¿Sos de enamorarte fácil?

Cuando estábamos en la agencia anterior,

No, a lo mejor soy una persona que deseo

no se lograba una buena comunicación con

mucho enamorarme, pero en el fondo no

el manager. El manager se vuelve alguien

creo que sea fácil; yo creo que uno no se

muy importante si vos querés ocuparte sólo

enamora muchas veces en la vida.

gustan a mí o que le gustan a la gente.

¿Qué cambiarías de vos? ¿Qué cambiarías del grupo? ¿Qué cambiarías de la gente en general?

de

fino

entrevista a

gustavo cerati

mos en la misma dirección, entonces me

¿Qué es lo que realmente te preocupa?

siento muy bien con eso.

Me preocupan dos cosas básicamente: el

que pido es tratar de que todos funcione-

mundo y seguir haciendo las cosas que me

¡Gustavo Cerati para Le Cirque!... ¡Veo muchos HONORES aquí!

cosas. Pero acá ahora nos juntamos todos,

¿Sos sentimental?

hipocresía; algo a lo cual podemos tender

y de alguna manera somos nuestros propios

Absolutamente sentimental y romántico.

todos los seres humanos en algún sentido

Las ideas laborales que te van surgiendo, ¿están solamente relacionadas con la música o pasan también por otro lugar?

Bueno, estos cuadros que están aquí, están

managers.

Esto me pierde muchísimas veces.

o en algo y eso es lo que no me gusta de

No, básicamente por la música porque to-

¿Te considerÁs frívolo?

la gente en general... Cuando noto esa hi-

dos los otros intentos que quise hacer no

Si frívolo significa preocuparse por cosas

pocresía, un poco el caretaje, el creerse las

fueron muy buenos…

que a uno le pasan y que parecen enormes

de lo tuyo, de tu música y olvidarte de otras

Lo único que no me gusta de la gente es la

puramente para tapar una terrible mancha

gustan, no perder la línea... moral… Pero no vivo preocupado, para nada. De hecho, también me intereso por pavadas....

todos... Además es el único lugar porque si

¿Cuál sería el día más feliz de tu vida?

¿En qué actitudes, circunstancias o hechos te cambió el éxito?

no los pondría directamente en el baño....

Probablemente sea el día en que tenga un

Y… el éxito aumentó mi complejo de inferio-

¿Como cuáles?

necesariamente ser frívolo eso–; pero frente

hijo... Acabo de ver a Zeta porque hace dos

ridad… Aumentó cierta inseguridad y agudi-

El egoTrip...

Yo estudiaba publicidad y había empezado

a tipos que se preocupan por la humanidad,

¿De qué son?

días fue padre, y me parece que no en-

zó todas las tensiones, las maneras de ser

El egotrip, que es tan terrible. Yo trato de

a trabajar en eso pero no podía dejar lo que

entonces soy frívolo, soy más frívolo que

Son discos de oro y de platino, discos de

contré en mucha gente tanta energía y esa

que tengo desde que soy chico; es decir

desembarazarme de ahí, pero tengo mi pro-

realmente quería hacer, que era la música.

ellos. Pero no me interesan cuestiones de

doble platino, y hay alguno triple, pero creo

fuerza de felicidad… De cualquier manera,

te pone a prueba continuamente: cuando

pio ego. Y hago todo esto por mi propio ego.

Y fue, una especie de pelea que uno pue-

status: el jet set no me interesa para nada.

que no está acá.

también tengo mis momentos más felices

tenés miedo… sentís más miedo y cuando

de sentir a veces por tratar de organizar su

Creo que tengo elementos de frivolidad, que

cuando termino una canción.

estás feliz pareciera que estás más feliz. En

¿Esto de la música?

vida; dándome cuenta de que como músi-

tiene que ver con disfrutar de cosas que son

estas cosas, como soy bastante ciclotími-

Sí, por supuesto. Lo hago por ego, por

co también podía organizarla... Me gustaba

solamente de placer, si eso se entiende por

de humedad que nos está absorbiendo a

¿…y cuántos son? Tres, seis, diez…

historias, el hablar siempre de uno mismo...

y a lo mejor son chicas… –yo creo que no es

Un hijo y una canción... ¿o sea prolongaciones de vos?

co, el éxito no ha hecho más que agudizar

una cuestión de satisfacción muy privada y

mucho dibujar, me gustaba mucho el tema

frivolidad, eso para mí es importante, ese

dos... Esta es la sala donde nos juntamos

todo eso…

necesaria a mis fuerzas orgánicas. Yo, evi-

de la comunicación… de lo social, pero

abandonarse a cosas totalmente sensuales,

todos…

Y… sí… otro momento feliz, enamorarme,

Pero así como aumentó mi inseguridad tam-

dentemente, siempre quise grabar un disco,

realmente creo que soy mucho mejor mú-

no me parece una frivolidad, pero puede

también sería una prolongación de mí; ahora

bién aumentó mi voluntad, mi energía, que

siempre quise armar un grupo o algo así y

sico. Hasta hice mis propias revistas, mis

entenderse como tal, ¿no? Alguien puede

¿A charlar los temas…?

estoy enamorado y mi nivel de felicidad es

entonces se contrapesan... Entonces te diría

siempre sueño cosas y ya las necesito or-

propios comics, pero no soy tan bueno ex-

pensar que bailar es una frivolidad, pero yo

¡Claro! En general, siempre estamos ocupa-

superior al normal; pero uno tiene picos, y

que el éxito no es ni bueno ni malo... hay que

gánicamente. Y con respecto al grupo creo

presando mi personalidad en dibujos como

no creo que lo sea...

dos en proyectos… Uno necesita estarlo.

yo me refería a esos picos.

saber cómo manejarlo... Saber distinguir si

que yo lo separo porque a esta altura somos

haciendo música.

tengo éxito porque hago canciones que me

ya una especie de familia; donde lo único

Hay muchos más que tenemos escondi-

Siempre estamos generando cosas, por eso

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¿Sos consciente de que tus letras no tieneN un mensaje muy claro o preciso?

tiando un lugar para que sea un lugar crea-

pongo, pero en mis shows gano dinero, hay

No es que nosotros tengamos tanta produc-

adelante como la humanidad... Yo pienso

de lugares, sino de la actitud; es como ser

tivo. Pero puede suceder allí como en cual-

gente que vive de mi trabajo, ese tipo de

ción –producción implica que un tipo desa-

que acá van a seguir apareciendo tipos

gerente de un hotel o gerente de una compa-

quier otro lado. Se me puede ocurrir algo,

cosas te mezclan la fantasía con esa su-

rrolle un plan de antemano. Yo creo que sí

que van a hacer cosas muy buenas, pero

ñía. Yo creo que el que es músico, si sigue en

A veces sí, a veces no. Generalmente me

una historia, algo que contar o una sensa-

puesta realidad. Lo que pasa es que yo soy

hay respaldo de mucha gente que está con

que nunca las van a poder hacer porque no

la música, se arriesga a una cosa terrible…

gustan los mensajes precisos, pero por so-

ción fuerte que ya no pueda evitar y tengo

eminentemente fantasioso, y trato de ver la

nosotros desde el comienzo y quiere que

van a tener la posibilidad y en esto juega un

de difícil; pero lo hace con muchas ganas y

bre todas las cosas me gusta reflejar lo que

que volcarla al papel. Las historias tienden

realidad también como una fantasía.

esto salga bien.

papel muy importante qué va a pasar con

no empujado por una industria todavía...

siento y a lo mejor lo que siento no es tan

a ser más claras y concisas y lo otro son

preciso. Yo a veces escribo mucho con me-

sentimientos, a lo mejor puramente carna-

¿Cuál es el límite de Soda Stereo?

finitiva todo lo que los músicos quieren es

táforas, me gustan ese tipo de cosas.

les; de modo que el hecho de hablar del

El límite va a aparecer cuando ya no disfrute-

Pero también hay un look, hay un vestuaristA...

“temblor” sea mucho más carnal que hablar

mos, cuando arriba del escenario… veamos

Bueno, hay una vestuarista que se ocupa

a seguir saliendo músicos. Van a seguir sa-

¿Es una manera muy particular de ver las cosas, no?

de un terremoto exclusivamente… o de una

que no nos llevamos bien, cuando haya mu-

de las ropas que nosotros queremos, pero

liendo grupos. Esto también implica todo lo

¿Qué te pasa si estás delante de DIEZ MIL personas que están cantando tus canciones, bailando y saltaNdo? ¿Sos consciente?

situación. Es decir, que a veces puede ser

cha disparidad de criterios. Por ahora no es

todo se da naturalmente, no de una mane-

que rodea a la música, a los productores de

No soy muy consciente. Entro en una espe-

Puede ser… Me gustan que las cosas ten-

una abstracción de lo que uno hace, de lo

así, y cada vez que lo hubo nos dio la sen-

ra tan producida. Creo que empezamos a

música, a los sellos grabadores... Todo el

cie de “trance” con la música y con la gen-

gan su ambigüedad, que vos busques el

que uno piensa, puede ser lo primero que

sación de que convenía separarnos, pero

trabajar de esa manera y cambió un poco

aparato que se mueve en torno a la música

te; en una comunicación especial y no me

significado. Yo he sentido eso; y que tenía

me salga, como un impulso romántico, por

nos volvimos a encontrar, así que…

el concepto de lo que era el rock acá en la

se resquebraja, se hace “pichulero” y no se

pongo a pensar que son diez mil personas.

que buscar mi manera de escribir.

eso te decía que busco todas las palabras

Argentina. Nos preocupamos por cosas que

invierte en nueva gente.

que me provoquen sensualidad, eso es.

¿en qué te inspirÁs para escribir las letras?

este país a nivel económico, porque en de-

¿A qué atribuís el éxito de Soda en América?

¿En dónde se mezclan la fantasía y la realidad?

Creo que somos buenos haciendo cancio-

Generalmente, me imagino historias. Me provoco situaciones. No necesariamente

Vivir absolutamente en la fantasía me parece

po de personas haciendo las cosas bien.

de la vida tangible, sino que suceden en mi

de locos, admiro a la gente que vive en la

imaginación.

fantasía totalmente, que es como decir que

¿Solo eso?

admiro la “locura”, pero tengo mis reparos.

Es la música, básicamente ¿no?

¿En qué momento se dan…?

Es que deslindarse de la realidad es una

Normalmente solo, normalmente a la noche;

cosa que que te trae muchos problemas y

tengo un estudio donde hago todas esas

creo que hay que vivir con ciertos pies en la

cosas, donde escribo. En mi casa voy si-

tierra; acá yo estoy siendo músico y com-

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nes, y que a la gente le encanta ver un gru-

Bueno, pero hay una imagen, una producción, se nota mucho lo que hay detrás de ustedes...

poder trabajar, vivir de su música. Pero van

¿Lo pensás después?

antes nadie atendía, creo que ahí está toda una historia.

¿Cómo ves el futuro musical argentino, a los músicos argentinos, a los demás grupos que vienen detrás tuyo… por un lado, y el contexto mundial de la próxima década?

¿Cuál sería la diferencia básica entre los músicos ingleses, los europeos y los sudamericanos?

Claro, me pega fuerte, muy fuerte. Cuando

La diferencia básica es que son diferentes cul-

so para mí qué impresionante que me pase

turas. Materialmente, tienen más acceso, pero

esto. Eso sí me sigue pasando tal cual el

no veo ninguna otra diferencia. Yo creo que

primer día, te digo.

personas en tal lugar” y yo lo miro y pien-

hay músicos tan buenos aquí como afuera.

¿Te cambia la piel?

produce el ser humano… Con esto quiero

¿Se los trata de la misma manera a los de aquí que a los de allá?

decir que va a seguir adelante, va a seguir

Yo creo que el músico de rock no depende

La música para mí es lo más maravilloso que

alguien me mira “che loco, hubo diez mil

No, pero me cargo de entusiasmo. Me da una energía así… ¡buenísima!

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¿A qué cosas sos sensible?

¿Qué parte del mundo de la mujer te atrae o te gusta?

Por eso, ¿cuál serían tus próximas ambiciones?

preocupo por que el otro no esté mal. Eso

¿Sos cristiano?

Y yo soy un tipo bastante sensible… Yo no

sí, vendimos 1.300.000 ejemplares y recibi-

Sí, soy cristiano, pero sólo creo en Cristo.

sé a qué soy más sensible y a qué puedo

Bueno, me gusta justamente un aspecto de

No lo sé aún bien. Tengo ganas de seguir

mos no sé cuántos discos de oro.

No soy católico ni voy a la iglesia. Fui bauti-

ser insensible; en realidad tengo un nivel de

sensibilidad...

con el grupo, de hacer este nuevo disco.

sensibilidad bastante grande, que se expre-

No tengo ganas o ambiciones tan lejanas.

zado católico, pero no practico.

¿Tenés buena relación con tu familia? Venís de familia tana...

sa en las relaciones, las relaciones humanas

¿Cual sería?

son continuos factores de sensibilidad...

La belleza... y entender su psicología. ¡No

Buenísima. Mi viejo trabajó conmigo en Tri-

Soy muy sensible a lo que me pasa en una

estoy diciendo nada nuevo! Entender a una

¿De quÉ habla la canción que todavía no escribiste?

¿Te gusta andar en la calle? ¿Salís a caminar por ahí?

ple. Sí, soy tano e irlandés, mi segundo ape-

Soy mucho de andar en bicicleta por la

pareja, con los amigos, con la gente en la

mujer puede ser complejo para mí. Suena

No te puedo contestar eso… Es que no ten-

llido es Clark. Mi vieja es hija de irlandeses.

zona donde vivo. Me gusta muchísimo el

calle, a eso soy muy sensible; también soy

cursi pero es verdad.

go idea de que va a hablar.

aprendiendo más a sacar lo mejor de ellas.

¿Creés que la mujer tiene menos posibilidades que el hombre?

Probablemente de romanticismo.

El tema de los sentimientos vuelve una y otra vez...

Cada vez menos....

seguramente va a ser romántico.

Depende de qué sentimiento, no la furia, o la complicidad; la “complejidad” de senti-

Cada vez más abiertas, entonces… ellas.

mientos que tiene uno, me gusta hablarlos,

Sí, cada vez hay menos complicación con

Gustavo Cerati nació el 11 de agosto de 1960, es de Leo, Chancho en el chino…

me gusta si siento amor… me gusta sentir-

eso. Cada vez se acepta más, y la mujer

lo, sentir esa pasión.

va enganchando su manera particular de ver diferente al hombre también.

¿Qué lugar del mundo te gusta?

Kubrick, Ridley Scott. 2001 Odisea del Es-

La ciudad que más me gusta es Buenos Aires

pacio es mi película de cabecera.

¿De todo el mundo?

¿Y sos de leer?

Sí, la ciudad que más me gusta es Buenos

Tengo épocas en las que leo muchísimo. Leí

Aires. Si no viviera acá viviría en Nueva York.

muchos libros de Stephen King, y libros de

A 20 Km de Nueva York exactamente.

música, como la Biblia de Morrison.

Estudie Comunicación Social cinco años,

¿CreÉs en la amistad?

¿A quién admirás a nivel musical?

pero me formé y estoy con la música desde

Absolutamente, creo en la asociación de la

A David Bowie. El guitarrista que más me

que tengo uso de razón... nunca en conser-

gente. Si no, no me hubiera armado un gru-

gusta es David Gilmour, de Pink Floyd.

vatorio, pero sí con mucha gente.

po, creo en la fuerza de la gente.

sensible a las críticas, pero cada vez estoy

¿Sos mujeriego? ¿Te gustan las mujeres?

cine. Hitchcock, Almodóvar, Fellini, Stanley

Te diría que no sé de qué va a hablar, pero

Sí, me gustan las mujeres, claro. Me gusta

¿Te quedan muchas ambiciones por cumplir?

¿Ganaste mucha plata?

¡Ama la vida!

Richard Coleman, pensé que ibas a decir...

el mundo de las mujeres también, me gusta

Y… sí, continuamente. Desde afuera pare-

No gané la plata que la gente cree. Nos va

Así es.

Richard Coleman es un amigo...

lo que pasa con las mujeres, pero te digo

ce como que si yo tuviera consumado mi

bien, pero no sé qué es mucha plata.

que en este momento no soy mujeriego

deseo de armar un grupo, pero en realidad

A veces alucinan cosas, pero yo no me

¿Un ideal de vida?

para nada.

nunca parece consumado...

preocupo por lo que gana el otro, me

No, yo estoy bien así como estoy.

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diálogo CON CARLOS Álvarez INsÚA*

los argen tinos y la cultura rock En este capítulo quiero recuperar lugares, escenas, bandas… he organizado un encuentro con mi amigo Carlos Álvarez Insúa, un escritor y periodista que tuvo un bar de rock en los ochenta, y con quien comencé mis aventuras en la radio. La conversación que sigue es un recorrido que, como la memoria, va y viene por una década dorada. Aquella tarde recordamos los espacios de rock y a muchos grupos consagrados, pero también a otros perdidos u olvidados; son imágenes y relatos de un tiempo fundacional del rock and roll argentino y de la trama sociológica que tejía los días finales de la dictadura y los comienzos de la democracia. Estamos en la casa de Insúa, un tipo que engloba en su mirada identidad, política y rock, tomando té verde para atravesar el túnel del tiempo-rock. Alguien dice “rock argentino”, e Insúa aclara:

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HOBY DE FINO

Insúa: A mí me molesta un poco la frase “rock argentino”...

HD: Rock nacional es peor. Yo siento que la movida del rock es universal: me cuesta decir rock inglés, rock norteamericano, rock argentino, español o mexicano. En este último caso, podría ser, si se identifica con cierta fusión del rock y la cultura mexicana más intensa de los últimos veinte años. El rock argentino, si bien tiene mucho de nosotros, está más cerca del rock norteamericano o del inglés. El rockero argentino es un tipo que escucha mucho rock “del mundo”, y está muy al tanto de lo que pasa. Antes de la guerra de Malvinas, para la clase media alta el rock argentino era considerado algo grasa (me acuerdo de mi secundario). Después de la guerra se blanquea, y todos escuchan rock argentino. Insúa: Pero cuando apareció la primera batería electrónica en un bar de Manhattan, ya otra bandita estaba haciendo lo mismo en Buenos Aires, más allá de la tecnología. En principio, y más allá de que hay muchos músicos argentinos que provienen de familias locales tradicionales, hasta los años noventa del siglo XX el rock no fue central en el gusto musical de la alta burguesía: ningún rock, ni argentino ni extranjero. Había temas que se podían escuchar en Punta del Este en los setenta u ochenta, pero era algo minoritario. Me parece que la burguesía siempre tuvo, en términos musicales, un gusto bastante malo, cursi; es una paradoja, un gusto grasa. En general, no se apropió de la producción de música popular, ni del folcklore ni del tango hasta muy tarde. Les gustaba otra músi-

ca... en los lugares mitológicos de encuentro: en la boite Mau Mau, donde la oligarquía se mezclaba con diversos funcionarios de las dictaduras de turno, se escuchaba música vulgar, sin registro artístico, a excepción de Frank Sinatra u Ornella Vanoni. Y en ese entonces ya estaban The Beatles, estaba Spinetta... Yo creo que el rock es una música de la clase media, nació como una inquietud de esta clase. Un pibe que pudiera entender lo que decían las letras en inglés estaba marcando una diferencia. Tal vez no fuera de clase alta, pero iba a un colegio bilingüe o tomaba clases en contraturno en el Liceo Cultural Británico.

HD: Pienso, por ejemplo, en Los Violadores... Pil Trafa y Hari B. vienen de Belgrano R. Insúa: Son, sospecho, clase media alta... Por ejemplo, cuando los chicos de Los Laxantes o Los Violadores empezaron a hacer punk aquí, apenas había comenzado el punk en Europa. Ya les había llegado la onda, por algún viajecito o por una temporada en Londres o Amsterdam. Estar al día es una pasión de los sectores medios, no de la burguesía tradicional argentina.

HD: Llamaba la atención la potencia de la imagen punk... Insúa: En ese momento era algo que paraba al mundo; veías pasar un punk por la calle y decías: “¡qué bicho, de dónde salió!”. Peinados inverosímiles. Cuando aparecieron los primeros punks argentinos, entre 1979 y 1980, una cresta o un

alfiler de gancho atravesando un labio o una oreja eran gestos que pertenecían a la cultura clandestina, ni siquiera eran rock.

HD: El perfume del pachuli se usaba para tapar el olor a marihuana... Tenías que tener cuidado de que no te descubriera la policía. Insúa: El pachuli era como una droga. Usar pachuli era como comprarse un jardinero de la marca Little Stone: una garantía de que a uno lo metieran preso con cierta regularidad, pero eso fue antes del punk, a mediados de los setenta… En aquel tiempo, muchos adolescentes íbamos a un concierto o a una discoteca sin medir que era un escenario era de mucho peligro.

HD: También llama la atención cómo creció el interés de la gente, y el rock ha pasado a ser un espectáculo de masas. Antes, que un grupo que tocase una vez al año en Obras ya era todo un logro y una novedad. Sólo los grupos más importantes tocaban una o dos veces al año. Hoy, ya es común ir al estadio de River. Insúa: El rock ha cambiado totalmente de categoría, y hoy forma parte de la música popular. En aquel tiempo era un sub-género que contenía una cultura, además de un gusto musical. Hoy un pibe de saco y corbata que trabaja en una oficina puede ser rockero en su gusto musical. En los setenta, si te gustaba el rock and roll te dejabas las lanas, o por lo menos un pelo que llamaba la atención, era un gesto. Esto no habla para nada mal del rock; es más, es una ganancia del rock en algún sentido

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el haberse integrado a la música popular. En los ochenta, por ejemplo, si te gustaba una banda de rock pero también un bolero, los fundamentalistas del underground te decían: “el bolero es una mierda, no podés escuchar esa basura”.

HD: Hoy está Vicentico que mezcla todo... Insúa: Sí, claro. Y al pibe que escucha rock, tal vez también le guste la música muy comercial. En aquella vieja cultura de los últimos setenta o comienzos de los ochenta, se era o no se era “del palo”. Y para que a uno le gustara el rock, tenía que ser “del palo”. Ahora, a cualquiera puede gustarle el rock, al margen de que se identifique más con otros géneros musicales.

HD: Pero el rock sigue siendo un lugar donde ciertas cosas no se negocian. Los que son de toda una vida del rock, no negocian tan fácil. Insúa: Yo creo que hay de todo, estoy de acuerdo en que hay un grupo de personas que en el fondo, más que músicos de rock, son artistas que hacen música y que eligen el rock como género y lo producen en Argentina, en Japón o en China. Por su naturaleza de artistas antes que de rockeros, estos músicos se resisten más a transar. Pero simultáneamente aparece una banda que tiene un sonido rock, pop o reggae, y acepta todas las reglas de la discográfica... Llega a “transar”, dirías vos. Me parece que a los rockers les gusta tanto la fama y el dinero como a las estrellas de la tele… Claro, todavía hay en el rock

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and roll vida desordenada, consumo de drogas.

HD: ¿Por qué se asocia tanto el rock con la noche? Insúa: Una banda como Los Nocheros quizá descontrola cuando baja del escenario, pero el público tiende a pensar son tipos sanos: no ven en ellos personajes oscuros, locos, o transgresores; en cambio, eso sí lo espera la gente de un rockero. Sospecho que aquel origen transgresor e ilegal, hoy también es parte del marketing del rock and roll…

HD: O la exposición pública de Ricardo Mollo casado con Natalia Oreiro. Insúa: A mí me parece que Mollo es un músico de rock muy serio, heredero de una tradición, que haga lo que haga, nada lo afecta: se puede casar con la chica más linda de las telenovelas, pero él no actúa en telenovelas. Hace música propia, original, creativa, hasta puedo sugerir la existencia de una “poética Mollo” y un “sonido Mollo”. Uno está tentado a congelar a Mollo en un bar de los ochenta con un mal equipo de sonido al lado de Luca, pero él crece sin perder la raíz; le queda bien esa madurez y no mantenerse pendejo porque alguno conjeture que eso es rock and roll.

HD: ¿Dónde ves eso, musicalmente? ¿En La era de la boludez? A mí me parece el mejor disco de Divididos...

Insúa: Sí, pero es algo que atraviesa la obra: él es rockero, pero lo junta con folklore. Muchos rockeros podrán preguntarse “¿qué es eso?”, pero nadie le puede decir a Mollo “no te creo”.

HD: ¿Qué otro músico o banda de rock creés que se destaca, exceptuando a Charly y a Spinetta? Insúa: Las Pelotas es una banda muy coherente. Uno siente ese “acá estoy en el rock and roll”. Como un cruce de caminos: es rock and roll argentino, puro, pero paradójicamente lleno de noticias que trajo un italiano que venía de vivir en Londres. Es que con Luca Prodan hace veinte años nos pasó algo. El pibe viene de afuera y se manda el blues del Abasto, un tema sobre la Patria. Es un poco la paradoja del arte; cualquier artista puede sentir un país con tanta intensidad como si hubiera nacido ahí, aunque esté de paso. No es el caso de Luca, que después eligió este país. Y nada tiene que ver con el artista si toma o no drogas, lo importante es si es o no un artista, y sin duda Luca lo fue.

HD: ¿Y cómo lo ves al Indio? Insúa: El Indio y los Redondos, es increíble el modo como conectaron con el público. Más allá de si los escucha un pibe de clase media, alta o el que vive en un asentamiento. Tienen el espíritu de las bandas que existen como una bandera, y se convirtieron en un mito popular. Además, son muy sólidos artísticamente.

HD: ¿Cómo fue tu primera conexión con el rock? ¿Qué te pasó cuando empezaste a circular? Insúa: Mi primera relación con el rock tuvo que ver con las discotecas: fui mucho a bailar entre los dieciocho y los veintipocos... A las discotecas de aquel tiempo se iba en pareja, pero si tenías contacto con el portero te dejaban entrar solo, y también entraban chicas solas. Recuerdo Ponciano, frente a la cancha de River, donde sonaba rock extranjero, jamás en castellano: Génesis, Peter Frampton, bandas rockeras con las que se podía bailar, un particular modo de “bailar”: el puño cerrado, tratando de imitar el gesto del guitarrista, simulando ser Pete Townshend. Esa era nuestra experiencia del rock. La noche terminaba con el tema “We are the champions”, de Queen. Seguramente la generación anterior hablará de La Cueva, La Perla, pero eso yo no lo viví. Sabía que existía Tanguito, había escuchado con entusiasmo el primer disco de Almendra y lo había visto al Flaco, a los trece o catorce años, en la Federación de Box. Pero para mí no existía Almendra comparado con la emoción que me provocaba un disco nuevo de The Beatles –había aparecido en ese tiempo Sgt. Pepper’s, o el Álbum Blanco– o Entre botones de los Stones. Y empezaba a saber de otras bandas, como Roxy Music, Velvet Underground, Bowie y The New York Dolls. En esa época, las mismas bandas eran público: unos escuchaban, otros tocaban, otro hacía la performance teatral y otro escribía la letra, como, años más tarde, lo hizo Roberto Jacoby para Virus. En mi historia, el rock argentino nace en la marcha nocturna, ahora podría ser Miran-

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da en estilo mainstream para un teen que anda de gira. En los ochenta, paralela a esa historia del rock argentino vinculado a los conciertos, empieza a surgir otra línea, bandas que enfocan al baile y cierto reviente humorístico, y eso va en contra del rock de los próceres: Los Twist son un ejemplo. El único hombre que fusiona el rock de los próceres y el nuevo rock que nace en los ochenta es Charly. Los demás están en la suya, son tipos de treinta y pico de años frente a una camada que tiene dieciocho, veinte, que empieza a armar la marcha. Poco antes de los ochentas aparece una circulación, por un lado nocturna, asociada a boites ya moribundas como Mau Mau, que todavía pasaba mucho Ornella Vanoni, versionada en un estilo “internacional”, después un rápido, un lento, y así sucesivamente. Por otro lado las discotecas donde se pasa pop y rock and roll en combinaciones que provocan el efecto disco…Y entonces por fin en la noche hay lugar para otra música.

HD: The Police, por ejemplo... Insúa: Claro. La emoción estallaba y los chicos besaban a las chicas con el tema “Roxanne”. En las boites los chicos besaban a las chicas con “Strangers in the night” de Sinatra. Hay una primera inflexión del rock que pasa en la vida nocturna y en la decisión de algunos DJs de empezar a cruzar rock con lo que era la música para bailar. Así, en los ochenta empiezan a nacer espacios culturales, por llamarlos de algún modo, donde había presencia de bandas. El quiebre absoluto fue el Café Einstein, la primera atmósfera

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rara de la Argentina: ahí aparecen los primeros peinados modernos, que anticipan los clics que iban a venir. No se sabía si eran rockeros, artistas plásticos, alemanes, gays, sadomasoquistas...

HD: El movimiento surge poco antes de que caiga el gobierno militar... ¿La gente resistía? Insúa: La gente ya no aguantaba más. Durante la dictadura hubo una cultura de catacumba, como los viejos cristianos que practicaban el cristianismo adentro de una gruta; acá todo era adentro de las casas y mucho en la universidad. Se da la corriente lacaniana en psicología: todo el mundo se psicoanalizaba, como una manera de manifestar una incomodidad, una protesta sin arriesgarse a ser un militante.

HD: El lugar del rock era como un refugio. Insúa: Sí, un refugio que ocurría por las noches. El concepto es una gruta donde podías compartir la rareza personal. Todos los setenta fueron una cultura de la militancia, con el trasfondo de la revolución, aunque el marxismo tiene poco que ver con el rock; a la izquierda le iba la música folklórica, o las canciones de Nacha Guevara... La militancia era fogonera, con un gusto asociado a la música latinoamericana. A veces tocaba alguna bandita de rock, a veces Pappo podía sonar en alguna reunión de grupos de izquierda que se organizaban en alguna facultad, pero para la izquierda no era central la experiencia artística.

Había otro grupo de gente que no lograba o no quería ingresar en ese relato colectivo, fue ese grupo el que en las facultades y en los bares fue desarrollando una cultura subterránea, donde se empiezan a juntar bichos raros, como los que iba a nuclear el Café Einstein. Una figura muy importante de la época es Omar Chabán, un gran productor cultural; tenía una gran capacidad de aglutinar gente interesante, con cosas para hacer. Tenía voluntad de que pasaran cosas, y pasaron. En el Einstein estaban Vivi Tellas – que desarrollarían uno de los proyectos más singulares del teatro argentino–, Patán Ragendorfer, Katja Alemann, Agustín Pico Estrada, los Correa, gente difícil de clasificar. Sumo tocaba regularmente, apareció Geniol con sus performances rockeras, y otras mixturas. Los Redondos también son “performáticos” en aquellos años, con shows en teatros de San Telmo donde integran a Enrique Symns, director de la memorable revista Cerdos & Peces, periodista, escritor e intelectual que mandaba discursos en medio de un concierto; también estaba La Momia, una mina a la que desnudaban en escena. Los Redondos empezaron con mucho riesgo, porque si caía la cana en los conciertos te llevaban preso. Esto ahora no pasa, nadie piensa que te va a llevar la policía en el medio de un recital.

HD: ¿Qué pasó con Virus y con Soda? Insúa: Me acuerdo del impacto emocional que fue para mí ver Virus, una modernidad totalmente inesperada en Argentina. Era un trío eléctrico muy potente, con una base de batería, bajo y

viola y que en ciertos temas sonaba a The Police, y saltos al pop filosófico-humorístico como The Smiths. Además Moura era un cantante maravilloso, tenía la posibilidad de acentuar correctamente el castellano como Goyeneche, pero cantando rock and roll. Trajeron un juego fashion-art nuevísimo. La banda era sonido e imagen…

HD: ¿Por qué creés que en su momento Federico Moura y Virus no eran comprendidos y hoy son tan valorados? Insúa: Yo creo que era la transición del viejo rock, que estaba aún fuerte, y el nuevo rock.

HD: Se da un momento de quiebre... Insúa: Dentro del rock se va a dar una lucha política y estética. Virus traía grandes novedades a la escena: una mezcla de estética decadente, elegante, trendy y fashion con un rock and roll profundo. Eran intelectuales, pero bajaban letras con mucho sentido del humor. Hay temas que a uno le siguen dando vueltas en la cabeza, como “Superficies de placer”. El rock and roll viejo, el de La Cueva, el de Manal, se sintió muy incómodo con la emergencia de un fenómeno como el de Virus...

HD: Después fueron aceptados: Spinetta tocó con Virus, Charly también. Insúa: A Charly yo lo sacaría de ese cuadro porque con toda su

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neurosis, cuando escucha algo que le suena, va corriendo y se junta a tocar. A Charly lo dirige el oído y la sensibilidad genial, y cuando ve que hay algo bueno nuevo todos los prejuicios se van a la mierda.

HD: También Luis le dio mucha bola a Virus... Insúa: Puede ser. Virus tocaba, a su manera, en ese registro de una poética muy original que seguramente a Spinetta le interesaba. A mí no me seduce la poética de Spinetta, sí la de Virus. El vehículo de conexión entre las dos generaciones del rock es Clics modernos, es el cerebro de Charly García que puede y sabe sintetizar las raíces del rock and roll con lo nuevo.

ese momento Pappo era un Gardel secreto. Y en los ochenta, el Carpo reingresa desde otro lugar, con cadenas. Entonces nos gusta el juego “sadomaso” y las estéticas extremas como pintarse los ojos y otras costumbres que discuten la virilidad y exhiben ambigüedad, pero Pappo sigue siendo Pappo: un macho argentino de barrio, que quiere a su vieja y al le gustan todas las minas, las motos y los autos con ocho cilindros… y toca como nadie y define una poética personal, ingenua y genial. Él es nuestro Keith Richards.

HD: ¿Como Sergio Pángaro? Insúa: Él es otro grande de los ochenta, y tiene una deuda pendiente: después de Moura es el mejor cantante de rock en la Argentina. Tiene una voz bellísima, aunque me parece que le falta una banda que lo acompañe.

HD: Se podría decir que Pappo es el más clásico de nuestro rock.

HD: Coincido.

Insúa: En guitarra es sin dudas él.

Insúa: Como “Oro en polvo”, así es la voz de Pángaro. En los ochenta, los Redondos logran una especie de potencia eléctrica que te hace pesar en “acá hay una banda del mundo”. Es la masa de sonido que tienen las grandes bandas americanas o inglesas, una suerte de homogeneidad; una mezcla de ruido, música, fuerza que es ejemplar. Eso lo logran los Redondos. Divididos también la tiene. En las bandas anteriores yo no notaba eso, salvo en Pescado y en Charly.

HD: ¿Y dónde ubicar a Miguel Abuelo?

HD: ¿Creés que se siente su pérdida?

Insúa: A él vamos a ponerlo aparte, porque el Abuelo tuvo una cabeza ochentosa como ninguna. Los ochenta representan para el rock argentino un momento donde todo vale, frente a lo rígido que fue el rock histórico. Y a pesar de tener veinte años más que el resto, era el más joven de todos.

Insúa: Claro. En los últimos años su música había empezado a sonar con un humor que creo le hace bien al rock. Como te decía, me parece que el viejo rock argentino no tuvo humor y en los ochenta, como gran novedad, se incorpora el sentido del humor. Hoy es bien evidente en una banda pop como Miranda, que tiene mucho sentido del humor.

HD: ¿Cómo ves a Riff en ese mapa? Una banda que se gana su lugar...

HD: El rock no la tiene en cuenta...

Insúa: Cuando yo tenía trece o catorce años fui a un concierto en el Colegio Nacional de Buenos Aires organizado por el centro de estudiantes. Allí vi a Pappo tocando “Fuera de la ley”. En

Insúa: A mí me parece una gran injusticia en términos de cultura de rock. Miranda no tiene la culpa de vender mucho y que le guste a los chicos de ocho años. Por momentos hacen cosas

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tanto o más serias que muchas otras bandas. Y una banda así no sería posible sin los ochenta.

de los ochenta. Insúa: Sí, totalmente, eran el modelo de los raros. También eran una hazaña: un tipo muy intelectual, muy neurótico, estaba al lado de una mujer de una belleza extraordinaria. Katja estaba en contacto con la vanguardia dura del underground alemán, viajaba mucho. Omar también se había vinculado con la cultura alemana por su educación. El socio de Chabán, Sergio Aisenstein, venía de vivir en Amsterdam, de hacer todo el recorrido en la capital de la libertad: el sexo, la droga y el rock and roll. Entonces se arma una electricidad que mezclaba arte y rock, algo que me parece que en la camada anterior no existió de ese modo. Ahora aparecen las artes plásticas, la performances, es todo más dinámico.

HD: ¿Y qué pasó en Cemento? Insúa: Cemento fue un Plan B. Un lugar estéticamente poderoso que representó otro momento clave, que fue el de la música industrial. En Cemento, bandas del estilo Bauhaus tenían en un espacio de expresión magnífico.

HD: ¿Cuál es tu vínculo con Omar Chabán?

HD: Cemento no concentraba a la gente que escuchaba rock...

Insúa: Conocí a Chabán en el Café Einstein; en aquel tiempo estaba de novio con Katja Alemann. Con él tengo una amistad de la noche.

Insúa: Lo que ocurre en Cemento es que Omar Chabán descubre una política cultural que produce un quiebre: se da cuenta de que había más músicos que público, que estaba lleno de bandas. Que el que estaba en el público podía tocar y el que tocaba buscaba grabar y así. Hay que pensar que era inminente

HD: Chabán y Katja fue la pareja más emblemática de la noche

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la llegada del mundo digital, donde con muy pocos elementos te podrías grabar tu disco. Aunque esa tecnología todavía no estaba, se avecinaba. En una primera etapa, aparece el sentido del humor con Los Twist –que son terriblemente importantes dentro de este concepto–, un tipo como Daniel Melingo, un real talento del rock argentino, Pipo Cipolatti, al que se le ocurre todo, Fabiana Cantilo quien, me animo a decir, inventa la corista en el rock argentino, como la chica de B-52s que canta haciéndose la boba pero en realidad nos manda un guiño, y es la más pesada. Se da una fiesta colectiva. Charly produce el disco de Los Twist, gran espaldarazo. En Café Einstein podía estar Sumo tocando, y Los Twist compartiendo la mesa con Charly. En los ochenta Los Twist, los Cadillacs, los Paralamas, como afuera los B-52s, generaron un poderoso clima de fiesta colectiva. Me da la sensación de que la noción de juego y hasta de cierta promiscuidad no estaba tan alejadas. Como ejemplo, en los ochenta los músicos comienzan a tirarse al público desde el escenario.. De pronto, Chabán se da cuenta de que no entra la gente y ve la posibilidad de ampliar. Yo había tenido mi propia experiencia con el Boogie Boogie, un bar más punk, donde tocaba Nylon, por ejemplo, una banda muy graciosa, e interesante musicalmente, con una propuesta de volar todo por el aire. Las bandas iban y venían. Tocaba Sumo casi todos los jueves, RH, muy moderna, Los Muebles. También la electrónica y bandas gays, despertaban otra gracia, y lo hacían alejadas del rock and roll misógino y machista. Nace un rock “fiesta”. Con la llegada de la democracia, todo lo prohibido empieza a

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estar permitido. Poco antes, yo había cerrado Boogie Boogie por la presión policial, que era insoportable... ¡se llevaban presas cincuenta personas por noche! De pronto, no podíamos creer que la vida cambiara tan radicalmente. Pacho O’Donell, por entonces secretario de Cultura, organizaba conciertos y las mismas bandas que habían estado escondidas en un sótano pasaban a tocar en los parques públicos. Aparece entonces la rivalidad entre Soda Stereo y los Redondos, algo así como nuestro debate local Rollings vs. Beatles. Algunos le gritan puto a Cerati, mientras los Soda tratan a los Redondos de ignorantes. Lo que era una gran pavada porque, en algún sentido, los dos son musicalmente compatibles, y es perfectamente posible hoy pensar una oreja moderna que disfrute de los dos. Pero en aquel momento era necesario armar bandos, como el pop contra el rock and roll.

HD: ¿Para vos Cerati es el rey pop? Insúa: Seguramente, no sé si es el mejor, pero es el que el público eligió. Con esta historia horrible de su accidente cerebrovascular a cada instante se muestra cuánto lo ama la gente. Yo pienso que cuando los Redondos hacen un tema pop, eso es realmente pop. La frase “el beso francés” dicha por el Indio Solari tiene más espíritu pop que algunas letras demasiado poéticas de Cerati. La Portuaria creo que es una banda que atrae a los nuevos intelectuales, al psicoanálisis. Es una banda de inflexión, pero tiene el espíritu de los ochenta. A partir de allí, comenzaron a pasar otras cosas que influyeron

mucho en la música. La libertad sexual quedó expuesta por el crecimiento del SIDA, dando por tierra ese espíritu de los ochenta, aquella sensación de que no nos íbamos a morir nunca. Cuando se muere Freddy Mercury, se empieza a pensar que es una enfermedad de los gays. Luego aprendemos que eso era pura discriminación: es una enfermedad de todos. Y comienza a tambalear la sensación de libertad, de quedarse a dormir en la casa de cualquiera, de consumo irrestricto de drogas. Y todavía no había habido una crisis económica muy grande, todavía el hijo de la clase media salía a la noche y tenía para pagar sus tragos. De hecho, cuando uno piensa en una banda reciente como Adicta, uno ve un gesto de elegancia por detrás de la oscuridad. Todo eso nace en los ochenta se va procesando durante veinte años. Pero es más interesante el Vicentico moderno, que explora los géneros y usa su encanto personal extraordinario, que conserva algo de Madness.

HD: Juanse es un cantante interesante. Insúa: Los Ratones son los pendejos de los ochenta que ahora son señores pendejos: está muy bien.

HD: ¿Significa algo la muerte de Luca Prodan, Federico Moura y Miguel Abuelo en el mismo año, 1987? Insúa: Como metáfora, con ellos tres se nos mueren los ochenta. Eran nuestros referentes y ahí nos asustamos un poco... Como si te pegaran un tiro porque creés en Marx y en Lenin...

Seguir con esa vida, tanta noche, tanta droga, tanto alcohol, tanto sexo iba a tener un costo. Además, algunos se empiezan a casar, se aburguesan en algún sentido. En ese momento comienza a haber más negocio, y mejores maneras de ganarse la plata para los pibes con imaginación, con creatividad. Algunos se vuelven periodistas de rock, armadores de revistas, productores de televisión. Hasta entonces muy pocos tenían auto, comienza a ser posible tener uno. En los ochenta los espacios fueron muy importantes. Lepes, el dueño de Paladium, es otro gran productor cultural: su proyecto era una discoteca-negocio, en donde había performances, tocó Charly y se vendía mucho champagne. No podemos hablar de rock sin decir Roxy, Prix D’Ami, Stud Free Pub, Boogie Boogie, Café Einstein, Cemento, La Esquina del Sol, Vladimir,

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Zero. Son lugares que duraron quince minutos pero están en la memoria de la gente, donde ocurría el típico “Ahí vi a tal”, donde Luca se exponía a que le dieran un botellazo en la cabeza.

HD: En los ochenta, el rock se mezclaba con la discoteca. Insúa: Sí. Además, el público y el músico compartían casi el mismo mundo. Es algo que uno extraña ahora, sobre todo después de Cromañón. Me decía no hace mucho el Zorrito, Fabián Von Quintiero, “¿cómo mierda van a aparecer bandas nuevas si no hay bares donde tocar?” Perdidos los espacios, la emoción del contacto desaparece.

HD: En los ochenta también nace la Rock & Pop... Insúa: Claro, nace una Rock & Pop maravillosa, con Radio Bang-kok... Nadie estaba preparado para eso. Las noticias falsas, los personajes de Douglas Vinci y Bobby Flores. En la radio el rock tiene figuras como Mario Pergolini, un tipo que encuentra una estética, una oralidad distinta para hacer radio. Lalo Mir es sobresaliente. Roberto Petinatto viene del periodismo y del rock de manera casi simultánea: es Expreso Imaginario y saxo de Sumo. Usaba un enterito color naranja, una barba muy larga. Entonces era muy silencioso. Ahora tenemos un Petinatto muy parlante. Cuando miramos los ochenta como período histórico, vemos una gran fiesta colectiva que celebra la democracia, y en la que el rockero encuentra la libertad. Muy pocos celebraron tanto la

democracia como el mundo del rock y el pop.

empiezan a conocer las bandas por la cara de sus integrantes.

HD: Los noventa me parecen la década más floja en lo musical...

HD: Recuerdo un recital que organiza Alan Faena en Obras Sanitarias y el desfile en el que Charly toca el himno, ahí lo graba. Es un hito de la unión del mundo de la moda con el rock.

Insúa: Los noventa es la década de los herederos de Sumo, como Las Pelotas y Divididos. En los noventa, los Redondos consolidan su gloria, llenan estadios –llegan a Huracán sin necesidad de la discográfica, ni tele ni publicidad estática: eso es algo nuevo. Es una política de comunicación. Por otro lado, en los noventa Charly reaparece –en términos de producción creativa– y sorprende con Say No More, desde un lugar ya aceptado por todos, consagrado, aunque más loco que nunca. Comienza a hacer cosas que nuevas, interpelado por las Madres de Plaza de Mayo y por los medios, con un mensaje muy transgresor. En los noventa, también, el rock se interesa por el mundo fashion, y los rockeros conectan con las modelos, esto pasa acá y en el mundo. Es la década donde se termina de consolidar el negocio de la publicidad, y de los medios masivos de comunicación.

HD: Yo creo que el rock no transó tanto... Insúa: Tinelli en el programa Ritmo de la noche fue quizás quien más apostó a abrir el rock a un público masivo, pero no funcionó mucho. Tampoco pegó en los programas de la tarde, cosa que en España sí sucedió. No sé si es que el rock no transó, o es que no midió… En los noventa estallan como gran poder los canales de rock de cable, con los que el público se empieza a sectorizar, y aparece un público “clippero”, y se

Insúa: No es menor el asunto de Carlos Menem amparando a Charly... recibiendo rockeros.

HD: Algo que a mucha gente no le gustó. Ahí perdió Charly. Insúa: Pierde muchísimo. Pero independientemente de la percepción personal, es un hecho sociológico interesante. Más teniendo en cuenta que Menem no era nada torpe en el manejo de su imagen para conseguir votos. Él se da cuenta que convocar a los rockeros no cuestiona la legalidad ni el discurso del Estado: ya el rock no es un discurso de transgresión y resistencia. También es interesante la gestión cultural de Darío Lopérfido en el primer gobierno de Fernando de la Rúa en la ciudad de Buenos Aires, sin dudas la más francesa –aunque le moleste a Telerman– de las administraciones: la ciudad produce hechos culturales sin parar, como el festival Buenos Aires No Duerme. Por primera vez de manera oficial el rock es parte de la cultura.

HD: Y recordemos que María Gabriela Epumer, la guitarrista de Charly, era la novia de Lopérfido. Insúa: Creo que Lopérfido es un político puro, no lo hace sólo por amor al rock: él ve que hay ganancia política cuando la fies-

ta de rock and roll toma la calle. Hay una marcha de integración del rock en la cultura. Como cierto prejuicio de la generación de nuestros padres, quienes no consideraban al fútbol como parte de la cultura, lo mismo pasó con el rock. A principio de los noventa los lugares son el Parakultural y Age Of Communication, espacios que captan todo el fermento de los ochenta: Los Vergara, Batato Barea, Tortonese, Urdapilleta, las Locas Como Tu Madre. Había una actividad teatral que tenía actitud de rock más arte. Claramente un músico como Diego Frenkel tiene una disposición artística desde lo que hace. Lo milagroso del período es que hay grupos muy arties a los que les va bárbaro, tienen éxito, y hay otros a los que la gente se acerca por la arenga, como sucede con los Redondos. En un reportaje a Charly de hace algunos años, él confiesa el momento en que supo que tenía que decidir, en un medio donde hay estrellas pero no hay una súper estrella… entonces decidió ya no ser solo un músico, sino la superstar de Latinoamérica.

HD: Y León Gieco es nuestro Bob Dylan. Insúa: Gieco encuentra un territorio, y recupera un espacio importante frente a la derechización de la sociedad de la mano del “uno a uno” menemista. Entonces él se erige desde un lugar de resistencia más allá de lo artístico, y recupera un valor. Ahí hace un par de temas antológicos que no se van a ir más de la historia del rock and roll.

*Escritor, periodista y editor.

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En enero de 1994, compartí con Charly García un atardecer en la playa de Manantiales (Punta del Este). Fue un encuentro inusual en el que el García, íntimo, se explayó más allá de la música, sobre el cielo, la poesía, el arte.

hob Y

ve. No, escupen”.

Eso siempre lo decías vos...

íbamos a buscarlas y encontrábamos unas

¿Punta del Este?

piedras raras o metal y pensábamos que

No, no, no. Acá, en el sentido de que estás,

eran las estrellas.

que estás como uno, como un lugar en el

Sí, yo siempre lo decía.

mundo, bueno acá también es lindísimo, ¿no?

Sí, el cielo me parece una referencia. No

¿Te inspira el cielo para componer? ¿Compusiste alguna canción en un situación así?

Leer es un buen desenchufe para mí: libros,

soy del campo, de quedarme mirándolo,

Sí, no sé cuál, por ahí alguna de Serú Girán,

revistas, cualquier cosa... Hay gente que

pero si veo un cielo lindo lo aprecio, en el

no sé si “Eiti Leda” o “Bubulina”...

escucha música, yo a veces me paso días

campo o acá, por ejemplo. Lo veo como

en la cama, después de una gira o algo, y

la referencia de una casa, como que todo

leer me copa.

esto es una gran casa. Por eso te decía que

¿Y Sos de mirar el cielo?

Sé que estás leyendo a Andy Warhol. ¿Qué onda ese libro?

cuando me voy, voy a la otra casa, que es

En estos días vas a empezar a grabar La Hija de la Lágrima, ¿ya tenés una idea definida?

la del norte, o la casa del otro cielo. A veces

Sí, la tengo totalmente estructurada. Faltan

está ahí en el cielo.

algunas canciones, faltan cosas pero la ar-

Resucitarla un poco... No sé si resucitarla. Eso es lo que me gustaría. Ahora va a venir James Taylor, voy tratar de capturármelo a ver si puedo, en casa o en algún lado tocar a dos violas.

Tenés una remera de Nirvana puesta.

cuadras más para allá, y tiene cosas que no

Lo que pasa con Nirvana es que es un

son... ¿me entendés?

poco más ruidoso el asunto, pero me gus-

¿Qué es lo que más y lo que menos te gusta de Buenos Aires? La onda, la gente por ejemplo...

cosa, te podés maravillar de cómo es una

ta Nirvana.

Me gusta Buenos Aires porque es mi ciu-

¿Y cómo va tu relación con el nene, con Miguelito?

dad. Y puedo manejarla.

El nene ya no es un nene, bah... Tiene cara de

¿Es de los grupos nuevos que más te gusta?

nene pero ya no lo es. Estamos en un proyec-

Es el que más me gusta.

Supongo que cómo están puestas... Ya de

en la sala de ensayo, entonces voy a reco-

chico miraba mucho el cielo. ¿Ves? Ahí está

pilar eso en cassettes o en un CD.

Lo que pasa es que en ese lugar podés,

No pone nombres, pero B es el interlocutor,

la Cruz del Sur, siempre está ahí, siempre

él dice que no puede vivir sin gente, salvo

que yo hago así está, no sé por qué.

to de pasaje. Me llevo muy bien con él.

Yo tocaría con cualquiera que toque bien.

¿Tocarías con él? Porque él está empezando a tocar la viola...

Bueno Charly, nos vamos para la joda hoy, que tocamos por ahí... Vamos, chau.

digamos, ver las cosas a través del tiempo,

Ahora se puede grabar en CD...

a través de cómo cambia el barrio, a través

Claro, paso de 18 cassettes a un CD. Por

de la gente...

¿Te gustan los barrios?

Has tocado con gente muy grosa, Pedro Aznar, Peter Gabriel, Sting... ¿Con quién te gustaría tocar?

Me encantan. Viví en todos, viví en Caballi-

Me gustaría tocar con la Joni Mitchell, ella,

decime un lugar en el mundo.

to, viví en Once, también ahí por donde vivo

una guitarra y dos pianos.

Y... acá.

ahora [Barrio Norte].

mañana y llama a B, que nunca sabés quién

¿Y las estrellas fugaces?

ahí un cassette tiene una parte muy buena y

es. El libro está dividido en varios tópicos,

De chico las buscaba inclusive. Tenía una

lo demás es un delirio.

como la fama, el éxito, atmósferas, espa-

casa de fin de semana en Paso del Rey, por

cios. Y tiene algo así como máximas. En la

el Oeste. A veces veíamos muchas con la

parte del éxito dice abajo, chiquitito: “Llue-

barra, y al otro día nos imaginábamos que

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Son todos muy distintos, incluso la gente cambia según los barrios; los de Saavedra son de una manera, los de Belgrano son de otra...

persona simplemente porque vive cincuenta

¿Quiénes son esos B...? ¿Son tipos que se imagina él?

cuando duerme. Entonces se levanta a la

charly garcia

Sí, pero Buenos Aires también.

encapsular dentro de ese marco que ya no sé cómo es. Este año hice muchas cosas

entrevista a

Sí, sí, sí. Por eso te digo, si vos tenés esa

¿Qué es lo que más te gusta del cielo? ¿Las estrellas, la luna?

es él y B es cualquier persona.

fino

Este también es un lugar en el mundo

¿El exilio no te va, entonces? ¿Vos creés en el lugar donde uno nace, más allá del cariño, el lugar donde uno se desarrolló?

quitectura ya está hecha. La música la voy a

Es un libro que se llama Filosofía de A a B. A

de

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N O C H E, R A D I O M iguel

grinberg

E l rock desde el ĂŠ ter .

& hob Y

de

fino

tercera parte

Del combinado al mp4. Voces y espectros nocturnos. Versiones en vivo, inĂŠditos, y otras rarezas de la trasnoche radial. Como peces en el agua.

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el rock

M iguel grinber G & hob Y de fino

d e s d e l a r a di o

LA RADIO, PASIÓN INCOMPARABLE

MG

Crecí bajo los influjos de la radio. En un ropero de mi casa había un antiguo aparato radial de madera, bien conservado pero –según mi mamá– “estaba roto”. Como yo era un chico curioso, un día lo saqué de donde estaba, lo acomodé sobre una silla del comedor y lo enchufé en un tomacorriente. Moví la perilla de encendido y –¡maravilla de maravillas!– se iluminó la lamparita del dial y al girar el control de volumen constaté que esa radio estaba viva. Mi existencia cambió por completo. Le comenté el asunto a mi madre, y ella no le dio importancia alguna. Mi cama estaba en la sala y coloqué mi flamante juguete sobre la mesita de luz. Tenía ahí 12 años y la radio se convirtió en una especie de nave espacial. Pasó a ser mi “amigo invisible”. Todas las noches me quedaba dormido escuchando transmisiones desde los teatros de la avenida Corrientes. Asistía a la escuela en el turno de la ma-

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ñana y no aguantaba en mantenerme despierto. Una vez logré resistir y escuché completa la obra El diablo andaba en los choclos, por la compañía de Luis Sandrini, un actor cómico de primera magnitud en aquellos tiempos. Convencí a mis padres, y fuimos a verla al teatro. Fue el Astral, futuro “palacio” del rock argentino de la primera época, pero yo no podía imaginar que veinte años después organizaría allí la presentación en sociedad del álbum Artaud de Pescado Rabioso (Spinetta). La antigua Radio El Mundo tenía una seguidilla de programas diarios para la familia, duraban quince minutos cada uno, a partir de las 19.30: ¡Qué pareja!, Héctor y su Jazz, el Glostora Tango Club (con la orquesta de Alfredo de Ángelis) y Los Pérez García. Tampoco imaginaba que cincuenta años después, en ese vetusto edificio de Maipú 555 (convertido en LRA Radio Nacional), yo estaría realizando por AM un programa titulado Rock que me hiciste bien. Los negocios de mi papá mejoraron, nos mudamos a una casa más grande en el barrio de Caballito oeste, y un día nos anunció que había encargado un “combinado” de radio y tocadiscos a unos técnicos radio-armadores del

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Desde chico relacioné a la radio con la música, que en mi caso significaba rock. Uno de los primeros recuerdos que tengo es jugándome por ella: en mi casa se cenaba todos juntos a las nueve de la noche puntual; para mi padre eso era sagrado e importantísimo, como indicaba la rutina de la familia italiana. Un día tuve que explicarle que debería comer más tarde porque estaba 9PM, el programa de Lalo Mir. La radio alimentaba mi alma de una manera distinta: empecé a sentir que había alguien, una voz, un tema que me sacaban de mí. Era magia pura. Y mi rutina cambió. Bajaba a mi cuarto –un búnker–, encendía la radio y empezaba a descubrir la pasión por el medio. Un día Fabian Picciano (actual integrante de Poncho) me habló sobre un trabajo en la producción de un programa de tevé que se hacía desde Radio El Mundo. Ni lo pensé. Fui corriendo, me presenté y me tomaron. Estaba felíz. El programa duró poco pero pegué onda con el “muñeco” Juan Alberto Mateyko, me llevó a trabajar con él a su programa de los fines de semana. Ahí aprendí la base de la profesión. Mateyko era un tipo muy exigente, un gran trabajador, y el equipo era de profesionales de primera. De cada uno aprendí algo: Nito Artaza, Estela Montes, Alicia Petti, Ricardo Basalo, todos me ayudaron desde donde pudieron, entre tanta gente macanuda. Gracias al programa, además, conocí a Sandro, Palito Ortega, Julio Iglesias, El Puma Rodrígez, Roberto Carlos, algún presidente y muchos personalidades más. Juan Alberto quería convencerme de que la “posta” eran Valeria Lynch, Mocedades, Xuxa o Pimpinela, pero lo mío era el rock puro y duro, así que nunca pudo cambiar mi gusto musical. En especial, el rock nuestro. Grupos como Sumo, Soda, los Abuelos o Charly García. Mis compañeros de la radio lo sabían, y me llamaban “el rockero”. Durante el último año que trabajé con Mateyko, llegué a armarle la lista musical diaria, alternando casi siempre los mismos temas: “Por ejemplo”, de Nicola Di Bari; “La felicidad”, de Palito; “Quiero”, de Julio Iglesias; “Parole”, de Adriano Celentano; “Tengo”, de Sandro. Programaba esos temas mientras escuchaba en vinilo “Filosofía barata y zapatos de goma” de Charly. Poco después tuve mi primera experiencia radial propia en una radio “trucha”, así llamada en esa época, del barrio de Caseros. Corría el año ‘88 y arranqué con el programa El planeta que queremos. La cortina era el tema de Sumo “Lo quiero ya”,

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Miguel Grinberg en la AM de Radio Nacional, difundiendo rock para todo el país.

barrio, dos hermanos locos por el tema. Fue mi segunda nave espacial. La radio tenía AM y cuatro bandas de onda corta. El tocadiscos automático (Thorens, suizo) venía con tres velocidades y púas reversibles: 78 rpm para los discos comunes de pasta, y 33 rpm y 45 rpm para dos flamantes inventos del momento, los discos de vinilo, de larga duración (long play) o simples. La onda larga traía la realidad local a mis oídos: música pop, obras de teatro, deportes, humor. La onda corta me llevaba a otros países y a culturas diferentes, con las emisiones en español de The Voice of America, radio Nederland, la BBC de Londres, radio Moscú, cosas así. Mi primera juventud coincidió en 1952 con el advenimiento entre nosotros de la televisión comercial y la irrupción mundial del rock and roll. Nunca paré de ser “oyente” de radio. Así entré como testigo al mundo de los disc jockeys y el periodismo especializado. Jamás pensé en convertirme en un “hombre de radio” o en periodista, mi meta (nunca alcanzada) era estudiar medicina y servir a la humanidad como pediatra. La vida me preparó otro libreto. Recuerdo que al mediodía volvía co-

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rriendo a casa desde el colegio para sintonizar Radio Carve de Montevideo, donde brillaba el talento de Hugo Guerrero Marthineitz. Tiempo después, la primera vez que escuché un disco de Astor Piazzolla fue por Radio Splendid, gracias a Carlos Rodari, un maestro de la comunicación social. Escuchar radio era un rito privado que yo practicaba a la par de otra ceremonia personal e intransferible: el cine. De chico, en mi barrio, Caballito oeste, en salas extintas como el Alcázar, el Pellegrini y el Río de la Plata. Funciones con tres películas, ¡qué festín! También en 1952 hubo un musical que me marcó para siempre: Cantando bajo la lluvia. El número principal bailado por Gene Kelly resumía un cosmos de contagiosa libertad inventiva. Debuté en la radio veinte años después. Otras voces se habían sumado al arquetipo, como Miguel Ángel Merellano y Antonio Carrizo, mientras en mi memoria no se extinguían los míticos monólogos radiales de Enrique Santos Discépolo o los diálogos de Blackie (Paloma Efron). En esa época, hacía “changas” periodísticas (ahora se llaman free lance). Ya había debutado como crítico musical y cinematográfico en la editorial Abril, y con

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ese que dice “hasta que choque China con África”. Lo intuía entonces, pero hoy me doy cuenta de que hacer radio es lo que más me gusta en la vida. Me encanta bastonear, pedir una pausa, pisar los temas, presentar una canción, que la gente llame por teléfono sin parar, programar la música que a uno le gusta, es para mí alucinante. Al tiempo, el periodista y amigo Carlos Insúa me recomendó para trabajar en la Radio Alfa, una emisora del barrio de Belgrano con un movimiento artie interesante, programas como La Alfombra, y conductores como Balat, Casal, Pablo Valente, las Locas Como tu Madre. Hasta Sergio Villarroel tenía en la Alfa un programa periodístico, y otro Ari Paluch. En radio siempre tuve una colaboradora especial, asistente en todo, amiga de mi adolescencia que quiero destacar, que es la actual arquitecta Cecilia Soto. Ella no sabía nada sobre la profesión, pero me acompanó siempre por el cariño que nos une, en todos los programas en que yo estuve. En Radio Alfa arranqué con el programa Beso. Estela Montes hizo la locución artística, un lujo para mí porque ella es una grosa, siempre ternada para el Martín Fierro. Y yo... yo soy como una vedette. En radio soy muy profesional, no me gusta que vuele una mosca, soy bastante vieja escuela. Creo hay que estar conectado con el oyente y no volverse tan loco en la producción. No me gusta para nada que me distraigan, tampoco al operador ni al equipo en horas del programa. Es un trabajo y hay que brindar lo mejor al público. Fue en Radio Alfa que empecé a darme cuenta de lo que podía mover y generar a través de un programa y de lo que provocaba desde el micrófono. El programa siempre explotaba de columnistas de lujo: Ludovica Squirru y el Zorrito Quintiero, ahí empezó Javier Zuker a pasar música en la radio por primera vez. En esa época atendía el teléfono Valeria Izaguirre, la T-Nelly más linda, bailarina del programa de Marcelo Tinelli, con hinchada propia. Me bailaba en la mesa de producción, yo lo comentaba al aire, no sé si la gente lo creía, pero era la verdad, “llamá que te atiende Valeria de Las T-Nellys”, le tiraba a la familia de los oyentes. Radio Alfa fue una fue una de las pocas radios de bajo alcance que se escuchaba realmente. Tras un cambio societario pasó a llamarse Radio Activa, con un estudio de lujo en el Paseo de la Infanta a la vista.

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Onda Vaga visita “Que se vayan...”, una entre tantas bandas invitadas a charlar y tocar en el vivo de la radio.

un par de amigos producíamos bajo el sello Rock Centro recitales de nuevos músicos urbanos como Moris, Pescado Rabioso, Raúl Porchetto, Pappo’s Blues, León Gieco, etc. Me había llamado mucho la atención una emisora que trasmitía desde el subsuelo del Teatro Colón: Radio Municipal. La dirigía Virgilio Tedín Uriburu, tenía como coordinador artístico a Ricardo Costantino, y se diferenciaba de todo lo que existía en Buenos Aires. Originalmente creada para difundir las actividades líricas del edificio, también incluía a Antonio Porchia leyendo sus Voces, charlas de Juan Carlos Paz, Ernesto Sábato y Jorge Luis Borges… y un desfile interminable que incluía a su gran amigo Eduardo Mallea, Silvina y Victoria Ocampo, Olga Orozco, Carlos Mastronardi, Roberto Aulés, Ángel Battistessa, Ricardo Molinari, Julio Cortázar, Gabriela Mistral y Pablo Neruda, entre muchos otros. Era “cultural” en el sentido genuino del término, inteligente y generativa. Vivíamos bajo una dictadura militar y pese a ello, LS1 era un oasis de imaginación y poesía. En un café bohemio de la avenida Corrientes (en esos días yo editaba además la revis-

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ta subterránea Contracultura), había conocido a un redactor de esa radio: Luis Alberto Ballester. Fui a visitarlo en los estudios varias veces, pero pese a su amabilidad dialogal, el encuadre general era hermético. Todos se ajustaban al criterio conservador del Sr. Tedín. Eso incrementó mis fantasías radiales: había que estar loco para proponer allí un programa de rock. Yo estaba loco, por supuesto. Sólo faltaba una vuelta de tornillo. Casi a fines del verano de 1972, me crucé con el poeta René Palacios More en la esquina del Teatro Municipal General San Martín. Él tenía un programita de poesía por LS1, en los flamantes estudios de la emisora, mudada al octavo piso del Centro Cultural, sobre la calle Sarmiento. Costantino se había hecho cargo de la dirección general. Indagué a mi colega sobre la posibilidad de subirme al barco y me contestó nítidamente: “No sé. Pero te va a recibir si le pedís audiencia, no te dará más de cinco minutos, por lo tanto llevá escrita tu propuesta. Tiene una virtud: no da vueltas, sabe lo que quiere, y te responde que sí o que no de frente.” Di los pasos de rigor y súbitamente me encontré sentado ante él en una pequeña oficina lateral (detestaba el gran re-

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Para ese entonces hubo un gran colador, y quedamos unos pocos programas, pese a que para el director, Javier Suárez, mi programa no era de su mayor agrado. Todo el movimiento que producía y el éxito que la audición generaba hizo que conserváramos el aire en esa nueva etapa. Emmanuel Horvilleur junto a Alfie Martins y el Zorrito me hicieron la cortina musical del nuevo Beso. El programa estaba después del de Margarita Wais y antes del de Alfred Olivieri, todos los sábados en el Paseo. Zuker seguía a mi derecha, quince minutos pasando su música. Siempre, en todos los programas que estuve, como mínimo la mitad de los temas que paso son argentinos, me gusta mucho el rock de nuestro país. Además, como toda mi vida fui coleccionista musical, tuve y tengo incunables y rarezas y siempre las comparto con mi audiencia. La radio acompaña y es muy adecuada para la difusión de lo nuevo y para revivir el recuerdo también. Hoy me encanta mezclar lo nuevo de Banda de Turistas, Capri, Lisandro Aristimuño, Maxi Trusso, Onda Vaga, con “No pibe”, un tema de Manal, alguno de Pescado o “Vos también estabas verde” de Charly. Después de allí, fue el turno de hacer un programa en la emisora Funky Soul, una radio cheta con gente que no era del medio y una audiencia ABC y cool. El titular me da el privilegio de ser la primera voz que abra la radio, Pierre Vitale me hacía muy bien la segunda. También tenían programas Matías Camisani, Horacio Cabak, Jean Pierre Noher. Ahí despegó Zuker con ciclo propio, o Nico Cota. Mi programa se llamaba Freak y Emme, la hija de Lito Vitale, me hizo la primera cortina de presentación. Para esa época me encuentro un día con el señor Andrés Calamaro en el Soul Café. Eran tiempos de Alta Suciedad. Yo estaba con Delfina, a quien había conocido a través de la radio, y él con Manu, una íntima mía que le había presentado. Nos sentamos a charlar y nos fuimos los cuatro hasta Melo y Junín, a su viejo departamento, y en dos horas me hizo una canción especial para la apertura del programa: “Freak”. Me llamó la atención que para escribir hizo que las chicas se fueran, porque adujo que le daba vergüenza su presencia. Nos quedamos solos, me propuso hacerla en inglés, y yo le dije “No, hacela en castellano”. Quería que se notase su voz hitera. Buena gente Andrés. Es “un mundo freak y si no lo ves, deberías verlo tal vez”. En dos horas, listo el pollo. Van pasando el tiempo y los años. El siguiente paso en radio lo di en Supernova,

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Emilio del Guercio, Miguel Cantilo y Rodolfo García con Miguel Grinberg: un antiguo vínculo y una misma pasión por el rock.

cinto de la Dirección). Era un caballero bajito, enjuto, de voz aflautada aunque vigorosa. Muy amable. Me tuteó desde el vamos, le conté mi idea y le entregué la carilla que había redactado al respecto. Le dedicó algunos segundos y luego me pidió mi número de teléfono, que anotó con lápiz en el ángulo superior derecho de la hoja. Antes de terminar, comentó secamente: “Aquí programamos por trimestres, y el segundo de este año ya está cerrado. Cuando encaremos el siguiente, veremos (se refería a un subalterno artístico) si tenemos espacio para lo tuyo.” Punto y aparte. No rechazaba. Pero tampoco prometía. Me fui satisfecho, aunque con la sensación de que no había que hacerse demasiadas ilusiones. Era cuestión de esperar. La realidad me dio una sorpresa. A media tarde del sábado siguiente sonó el teléfono en casa. Era él: “Escuchame Grinberg, estoy aquí con el director artístico, y se nos cayó un programa de fin de semana. ¿Tenés discos como para cubrir dos bloques de veinte minutos el sábado y el domingo?”. Mi respuesta fue obvia y clara. “Entonces comunicate el lunes con el Sr. Tal y Tal, que te dará un turno de grabación, y te presentará a la gente de contratos”.

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Seguí prolijamente las instrucciones. Me pidieron la lista de discos a emitir y el texto de mis comentarios. Sin demora, me los devolvieron con un sello de “visto bueno” y me encontré mágicamente en un estudio municipal. Así nació mi programa El son progresivo. El primero sobre rock en una radio oficial del país. Lo demás fue una bola de nieve. Se avecinaba un ciclo político democratizador y Costantino no cesaba de promover auténticos talentos argentinos. Por LS1 salían al aire tipos inteligentes divorciados de los lugares comunes del populismo, como el artista plástico Isaías Nougués, el compositor Rodolfo Arizaga, el filósofo Luis Jorge Jalfen, el poeta H. A. Murena y el orientalista David Vogelmann, traductor del I Ching. En el cuerpo de locutores de la radio estaba Ángel del Guercio, hermano de Emilio, en esos días bajista del grupo Aquelarre. Con él, empezamos otro programa llamado Rock en Buenos Aires. Otro puntal de la radio era el tanguero Oscar del Priore, que promovía a nuevos bandoneonistas como Rodolfo Mederos, Juan José Mosalini y Daniel Binelli: así nacieron nuestras emisiones tituladas Nueva música ur-

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con un programa exótico que se hacía en vivo desde el Supersoul, en Las Cañitas. Éramos tres: el Zorrito, Corina González Tejedor y yo. Salía al aire los sábados a la noche, venía gente a vernos, a tocar grupos en vivo todos los programas, un gran caos pero muy divertido. Más que un programa de radio parecía una reunión “prototelevisiva”. Por esa época, yo estaba haciendo de DJ en el reality de tevé El Bar, donde tocaron bandas como Turf, Catupecu, Leo García, los Geo-Rama, Sergio Pángaro y demás. Cuando terminó el aire de Supernova, se vino para mí una época bajón. Yo quedé en la liga de radio FM Faro, una las FM de Radio Nacional, pero la señal no se escuchaba ni a cinco cuadras de distancia. Yo no lo podía creer, acostumbrado como estaba a que los teléfonos explotaran y a los mimos de la gente; y de repente estaba en una radio que no se escuchaba y había una sola llamada cada cuatro programas. Era algo muy triste, pero es sabido: todo es político, todo cambia y no se cómo ni por qué me dieron el toque para irme. Entonces, sucedió algo maravilloso. Estando en Las Rabonas (Córdoba), entre las montañas –en el mismo lugar donde hoy escribo partes de este libro–, me entero que Bobby Flores me estaba buscando para tener una reunión para hacer algo en la Rock and Pop. No lo podía creer. Para mí la Rock and Pop es la FM matriz, la única radio con hinchada, como alguna vez dijo Matías Martin. Es como jugar en Boca, en la Selección. Puertas adentro, la Rock and Pop es una radio pura y dura, con un equipo de profesionales cuidando su trabajo. Cada programa es un mambo distinto. Hacia afuera, para el oyente, la Rock and Pop es otra cosa, es una “institución”, y por eso el conductor se siente en un trono. Aunque lo había insinuado mil veces –siempre que me cruzaba con un directivo de una radio le decía “Dale, hagamos un programa que la rompo”, el talento se demuestra en la cancha. Esa vez fue distinto, Quique Prosen me dio una tarjeta y me dijo que lo llamara. El mismo tipo al que yo le había dejado demos desde los mismísimos comienzos de la radio en la avenida Belgrano y el Bajo. El mismo que me había mandado una carta documento en los tiempos de Radio Alfa para que parase con los anticipos al aire de La hija de la lágrima, el disco de Charly, porque la exclusividad era de Rock and Pop. Como cuando tuve la versión del himno hecha por Charly seis meses antes que el resto. La primera vez que lo pusimos en

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bana. Pocos meses después, Costantino me preguntó si conocía a Litto Nebbia y dijo que quería proponerle un programa: dicho y hecho. Así nació Melopea, dos emisiones de 25 minutos el sábado y el domingo. Pasé a formar parte del grupo de asesores del director. Y en vísperas de las elecciones nacionales de marzo de 1973, el saliente Intendente firmó una ordenanza donde todos los contratados pasamos a ser parte de la planta permanente de empleados. No fue un éxito. Fue el principio de nuestras desventuras. Al fallecer a comienzos de julio de 1974 el presidente Perón, vientos diferentes comenzaron a soplar en el municipio. El Centro Cultural San Martín fue copado por una banda de extrema derecha que estableció una férrea censura previa en todas las áreas del edificio, comenzando –claro está– por la estación radial. Costantino fue expulsado del edificio a punta de metralleta. Mantengo latente la imagen de su figura, atravesando el hall principal rumbo al ascensor, haciéndonos con la mano un gesto de “estén en calma”. No era budista, pero creía en la indefensión como método de resistencia. La intervención (a cargo del secretario munici-

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pal de Deportes) cambió los nombres de todos los programas: al mío le pusieron Discoteca privada porque usaba mis propios discos. Multiplicaron la censura a los programas de Nebbia, y le ganaron por abandono. Meses después, todos los colaboradores del defenestrado director fuimos “adscriptos” a otras reparticiones. Yo a la mesa de entradas del Hospital Fernández, otro a la Dirección General de Bibliotecas, dos a la oficina de prensa del Colón, otro a la Dirección de Tránsito, etc. Renuncié poco después. Los usurpadores cayeron rápidamente en desgracia. El siguiente director ejecutivo de LS1 fue el compositor Pocho Leyes (coautor en 1973 de la partitura del film Juan Moreira, de Leonardo Favio), quien me convocó nuevamente para continuar mi tarea. El rock rebrotó en la emisora, y mi nuevo programa se denominó Confluencia. Con algunos intervalos, según los vaivenes institucionales de práctica, produje allí algunos ciclos musicales pioneros, como Nexitud, y otro ecológico llamado Ecomundo, premiado en 1988 por el Programa de Naciones Unidas para el Medio Ambiente. Mi amistad personal con Ricardo Costantino prosiguió hasta su fallecimien-

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la radio la gente me llamaba llorando... hasta el periodista Nelson Castro vino a mi casa de la calle Donado a pedirme si se lo podía dar. Tenía la tarjeta de Prosen, pero me pasó algo raro: no quería volver a desilusionarme, y no lo llamé. Al mes lo encontre en un festival y me dijo “No me llamaste”, entonces sí se hizo una reunión, y yo le dije “quiero trabajar”. Al día siguiente tenía la trasnoche de Rock and Pop. Mi primer día en Rock and Pop, en el estudio, veinte personas me miraban fijo. Le dije a la gente de la productora que no hacía falta que vinieran, me ponían más nervioso, que mejor escucharan el programa por la radio. Cosas que me sucedieron en Que se vayan... Redescubrí a los Redondos y todo su poderío –es la banda que la gente más pide, con la que más se emociona–. En vivo me tocó vivir la tragedia de Cromañón, fue muy difícil estar al aire transmitiendo. También estaba en el aire el día de la muerte de Pappo. Otro ídolo venerado en la radio. La experiencia de hacer un programa diario en la trasnoche fue fuerte pero hermosa. Primero estuve de 2 a 6 de la mañana, después de 3 a 6. Uno no se imagina el inmenso mundo de gente escuchando a esa hora... la radio significa mucha companía. Internet amplió todavía más el espectro: te escuchan y escriben desde los cinco continentes. Al principio yo no lo creía, pensaba que me estaban cargando cuando me decían, por ejemplo, que se comunicaban desde Australia... Y yo comentaba al aire “seguro que están en Flores, pasame el teléfono por mail y te llamamos”. Pero era la pura verdad y surgió una sección: “Argentinos en el mundo”. Los oyentes, los de esta radio en especial, a veces son demasiado línea dura, no quieren nada a algunos músicos clave de acá, nadie se preocupa mucho por si pasan la música de Fito Páez, pocos piden a Spinetta, todo es para el reinado de Almafuerte y La Renga, Sumo y los Redondos y para los más chicos Los Piojos. Hace unos años creo que sí hay más rock nuestro en la radio. Al estudio vinieron varios músicos a charlar y a tocar, por nombrar algunos: los chicos de A.N.I.M.A.L., Zeta, Claudio O’Connor, muchas veces los Catupecu Machu, Emmanuel Horvilleur, las chicas de Coco, las No Lo Soporto, Pablo Dacal, Joaquín Levinton con su guitarra a zapar todo el rock argentino pedido por la gente, Javier Calamaro, los Banda de Turistas, Manuel Moretti de Estelares, Miguel Zavaleta, Onda Vaga, Pil Trafa de Los Violadores. Charly García se sumó al festejo de mi cumpleaños celebrado en el estu-

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to. Fue convocado para dirigir la carrera de Ciencias de la Comunicación en la Universidad del Salvador. Lo visitaba con frecuencia. Dado que compartió el edificio con el Instituto de Estudios Orientales dirigido por el padre Ismael Quiles (otro sabio), tuve el privilegio de ser testigo de diálogos imponderables entre ambos. Valga este racconto como tributo a un sembrador de luz en tiempos oscuros, a quien le debo mi ingreso al universo radial y a una gran familia de comunicadores argentinos. Hoy, una vez por semana, antes de que el sábado amanezca, de 2 a 5 am por RNA Radio Nacional (“la radio pública”) conduzco un programa titulado Rock que me hiciste bien. Es al mismo tiempo una aventura y una respon-

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sabilidad. Combino materiales de mi discoteca, reflexiones, poemas, ecología, a veces diálogos en vivo con músicos que me visitan (y también tocan algo o cantan), mensajes breves grabados en el contestador telefónico, y lectura de mails de oyentes del interior y del exterior que nos sintonizan por Internet. Por supuesto, algo de todo eso se traslada después a un blog. Llevo 38 años disfrutando la ceremonia. Mi pionera aventura municipal, El son progresivo, ha renacido hoy por FM 93,7 Nacional Rock, los lunes de 0 a 2 de la madrugada, donde comparto el sonido de viejos vinilos que abrieron senderos.

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dio, donde se armó una fiesta en la cual tocaron Vitico y su hijo, el Zorrito, Alfi Martins, Samalea, Geniol. También pasaron otros grupos y solistas como Dante Spinetta, Claudio Gabis, los chicos de Entre Ríos, Lucas Marti, los Pánico Ramírez que también hicieron el jingle “Tiene onda”, los chicos de Hojas y muchos, muchos más. A fines de 2008 con la gente de Ultra Pop hicimos el disco de “Que se Vayan”, un lujo realmente. Nunca había pensado en esa posibilidad hasta que me lo propusieron Gustavo y Efraín, su socio. En la radio me siento como pez en el agua, cómodo. Son los metros cuadrados que amo y defiendo. Creo que si Dios quiere y tengo cuerdas vocales haré radio por siempre.

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LOS OYENTES SE EXPRESAN Creo que hay un problema en el rock hoy. Se olvidaron de lo que es, se están perdiendo los mensajes: Lennon terminó con una guerra, es la idea de la esencia del rock. Hay bandas espectaculares, pero ¿qué es bueno y qué es malo?

pensando que me iba a decir que no. Se subió y se fue, en realidad nos fuimos juntos, estuvimos por ahí, salimos de Artigas, avenida San Martín, Nazca, Juan Agustín García, Artigas de nuevo.

Ezequiel de La Matanza Tengo una historia con el Carpo. Lo conocí en 2003, cerca de su casa en Villa del Parque. Yo estaba con mi auto, un Torino, en el quiosco de un amigo. Paró Pappo a comprar en un Ka que estaba preparando para las picadas. Cuando ve mi auto me dice “Qué linda esta batata... ¿anda?”. Y yo le dije que la probara,

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Fabricio DE SAN TELMO

Gastón de Villa del Parque

MERCEDES de ROSARIO Spinetta me emociona. Trata de demostrar un sentimiento con la música. Lo que hace no tiene un sentido, pero con el tono y con esa aliteración, esa manera de expresar las palabras, no necesita tener un sentido para ser hermosa.

cen rock específicamente pero sí tienen una actitud de riesgo que es propia del rock. El problema es cuando se empiezan a repetir.

Para mí están muy caros los discos. Habría que sacarles el IVA. Así bajaría un poco el precio, y la gente compraría más discos originales.

Lucas de Villa La Angostura Escucho hablar de rock argentino y del internacional y tengo la idea de que ha sido tragado por el negocio, por el mainstream y demás. Siento que falta un poco de actitud y psicodelia. El rock chabón sirve para leer un poco lo que pasó en la Argentina con diez años de menemismo, pobreza intelectual y alimenticia. Tal vez hay un montón de otra música, como La Pequeña Orquesta Reincidentes o Axel Krygier, que no ha-

No me identifico con el cliché del rock argentino. Toda la gente habla de rock nacional y se olvidan de cosas que hicieron un montón de bandas como Fun People por ejemplo. pegaron fuerte en Japón, en Europa, editaron discos en vinilo en Austria, creo que ningún sello austriaco sacó un disco de los Redondos. Donde me parece que falla nuestro rock mainstream es en el recambio, que no tiene. Si juntamos todas las bandas grandes, son todas de tipos de 35 años que están tocando hace veinte y no aparece una segunda o tercera generación, como sí pasa en Inglaterra o Estados Unidos. Lo que hace el Indio tiene esencia y actitud de rock, y toca temas universales.

Claudio de Caballito

En FM Latina, en la misma frecuencia donde luego estuvo la Rock & Pop, escuché por primera “Fuegos de octubre”. En esa radio se escuchaba de todo y muy mezclado. La locutora no tenía idea de nada, no sabía, por ejemplo, que Patricio Rey era un ente que comulgaba entre la banda y no una persona física.

AlejandRo de SáeNz Peña Tengo un par de reconocimientos que están olvidados. Uno es Eddie Boy, un luthier que laburaba con los Abuelos de la Nada, con Pappo.

taba en bicicleta. Me contó que estaba buscando chicas que escupieran fuego. Siempre me voy a acordar de ese día.

Nora DE ADROGUÉ

Francisco de Palermo Lo nuevo que sale se parece a lo viejo que predomina. No hay recambio generacional. En esto tiene mucho que ver el negocio de la música, las bandas nuevas tienen un estilo parecido entre ellas. El día que murió el Carpo fue la única vez que vi a mi amigo Richie llorar.

Moira de Villa Urquiza

Martín DE AVELLANEDA Soy clown y malabarista y trabajé muchos años en semáforos y sobre todo durante la noche, con fuego. Una noche estaba entrando en calor en Libertador y Olleros y para un chabón al lado mío y me empieza a observar. “Hola loco”, me dice, lo miro bien y era Ciro Pertusi, es súper sencillo, nos colgamos hablando, él es-

rrió: se estaba sacando la purpurina con una toalla.

Mi hermano tiene diez años más que yo; tenía dos vinilos, uno de los Stones y otro de Vox Dei, y yo me enamoré de los dos. Me gusta todo el rock. Pero lo que me produce más emoción es el recuerdo de haber hablado con Miguel Abuelo. Lo conocí una noche después de un show en el Country Club de Banfield. Yo no pensaba que podía cruzarlo, pero ocu-

Yo tuve un profesor de historia que daba “Historia del rock” y decía que no tendrían que llamarlo rock argentino, sino música nacional contemporánea.

Sebastián DE BOEDO Me gustaba mucho “La princesa dorada” de Tanguito: lo había conseguido en un disco de Flecha Juventud, porque no está en el disco de Tango esa canción. Ese tema, como “Presente”, de Vox Dei, me emociona mucho, me hace llorar.

Gabriel de Mataderos

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Con Fer Ruiz Díaz tuve muchos encuentros para radio y tevé, más allá de la vida. En esta entrevista radial realizada en 2004, el ida y vuelta sobre algunos momentos clave para conocer al hombre y al músico en su total dimensión.

HD: Estamos con Fernando Ruiz Díaz de Catupecu Machu para que comparta con ustedes y con nosotros el programa de hoy en “Que se vayan...”. Vamos a hablar de pico, de sangre azul del rock, del barrio... ¿Siempre viviste en Villa Luro? FRD: Prácticamente desde siempre, desde los cuatro años, estuve siempre ahí, me encanta, amo Villa Luro. En realidad amo Buenos Aires. Cuando me voy de gira a otros países, o a las provincias, lo único que extraño es Buenos Aires. Extraño esa cosa súper agitada de que todos los días pasa algo, de las luces y de los cines, de los teatros y de los millones de amigos que hay.

HD: Me gusta que seas muy arengador, te quedás hablando, el antidivo. FRD: A mí me gusta ver si dibujamos acá alguna una cosa juntos...

HD: A manera de introducción, contame cómo llegás vos a Dale!, el primer disco de Catupecu. FRD: Lo que nos pasó a nosotros fue

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hob Y

de

fino

entrevista a

fernando ruiz diaz

una cosa bastante atípica. Empezamos a tocar y empezó a venir gente. Nosotros nos divertíamos muchísimo saliendo a pintar “Catupecu Machu”, a repartir volantes. De hecho tiramos volantes hasta bastante después de haber salido el segundo disco de Catupecu. Me acuerdo que un día estábamos con Aprile, el baterista anterior, en el recital de Divididos, que se hacía gratis en el Velódromo, y nos cruzamos con unos chicos que decían que venían siempre a nuestros shows y se preguntaban qué hacíamos repartiendo volantes, y yo le dije “Me encanta”. Habíamos llegado con Aprile de una gira en un par de provincias y me acuerdo que nos tomamos un par de cervezas y andábamos ahí caminando un poquito efusivos.

HD: Hubo un quiebre muy importante en el segundo disco de estudio, empiezo a ver más producción, videos... FRD: Cuando llegamos al primer disco, nos llamaron todas las compañías multinacionales, pero nosostros decidimos hacerlo de manera independiente. Respetamos ese deseo durante dos discos y creo que el tiempo nos dio la razón... Después llegó el momento de firmar con una compañía y ampliar la cosa,

e hicimos este disco con EMI que fue Cuentos decapitados. Concretamos ahí un montón de ideas, cosas que veníamos pensando, hicimos una producción mucho más grande del disco, nos dedicamos mucho más tiempo: paramos un año entero de tocar, y el único show que hicimos fue cuando estrenamos “Y lo que quiero es que pises sin el suelo”. Me acuerdo que cuando salió el primer corte, “Perfectos cromosomas”, que era un tema como medio trabado, la gente esperaba Dale!, el quilombo y saltar.

HD: Tu segundo disco incluye el tema “Héroes anónimos” de Isabel de Sebastián. FRD: Es una letra increíble – un tema increíble–, nosostros sólo le dimos una rosca más.

HD: ¿Qué música escuchás? FRD: Escucho de todo, en estos días mucha música nacional –los argentinos tenemos una tradición muy grande de escuchar música de acá–, y a la vez escucho muchas bandas de sonido de películas.

HD: ¿Al cine vas? FRD: Al cine voy todas las semanas.

Y veo también en mi casa... Ahora me equipé un cine en mi pieza.

HD: ¿Curten la noche los Catupecu? FRD: Nosotros somos súper salidores todos, desde antes que existiera el grupo. Pensá que el manager es mi ahijado, el bajista es mi hermano, el escenógrafo es el tipo que me hizo escuchar a los Ramones, el stage manager era un compañero mío de la secundaria. Entonces, somos además un grupo de amigos: estemos acá o de gira salimos siempre, disfrutamos ir a bailar. Nos gusta entrar en la pista y ver qué está tocando el disc jockey. Me gustan mucho los antros para ir a bailar.

HD: ¿Cómo se plasman los gustos de ustedes en la música de la banda? ¿Son fans de algún músico o banda? FRD: Catupecu está en realidad más allá de todo eso. Hay gente a la que le gusta Linkin Park o Sepultura y después escuchás su música, y repiten eso. Vos pensá que mi hermano escucha tango, es fanático de Piazzolla, y compone música clásica. Yo soy fanático sólo de Depeche Mode, una banda que me acompañó desde siempre. Quiero decir, nosotros no hacemos la música que nos

gusta, hacemos la música que le sale a Catupecu. Hay dos bandas que seguí desde que era muy chico que fueron los Redondos y los Ratones Paranoicos, también Los Violadores, pero mi banda fueron los Ratones.

HD: Me pasa también cruzarme con gente que dice que recién volvieron a escuchar a Catupecu en el tercer disco, en Cuadros dentro de cuadros, porque crecieron. FRD: Me gusta que pase eso porque es como una tradición del rock que la gente se encabrone porque creciste. Con otra música, con el pop hecho en laboratorio, no pasa: la gente compra un disco, otro disco, y después ya no le gustó más la cara o los músculos que sacó el pibe y no lo escuchan más. Justamente, si Depeche Mode no hubiese crecido, no lo hubiera conocido. A mí me gusta todo lo que está hecho con el corazón y con buena energía.

HD: Ulrike, desde Austria, nos cuenta que está en un estudio de arquitectura escuchando el programa por Internet... FRD: Saludos a Ulrike en Austria. ¡Mirá qué lindo esto! Por eso después cuando me dicen qué opino de Internet y del

mp3 yo digo que está bárbaro, por ejemplo, poder escuchar la radio desde otro lugar del mundo.

HD: ¿Cómo es la relación con tu hermano? ¿Sin conflictos o alguna trompada? FRD: Con mi hermano nos adoramos, pero algún conflicto siempre hay... Con Gaby tenemos una relación muy simbiótica en la cual uno delega cosas en el otro pero obviamente tenemos enfrentamientos, ¡y me encanta tenerlos! Para su cumple le escribí una carta que en cierto modo habla de ese modo nuestro de llevar el vínculo de hermanos.

HD: ¿Hoy Catupecu cumple diez años? FRD: Festejamos la fecha de la primera vez que ensayamos, el 19 de abril del ‘94. No nos llamábamos Catupecu Machu. La banda ni siquiera tenía nombre. Imaginá todo lo que pasó en diez años. Yo comparo mucho la relación que tenés en una banda con la de una pareja. El problema que creo que tienen los músicos, justamente, es que no saben llevar adelante sus conflictos: la gente piensa que lo mejor que se puede llevar es la felicidad o los buenos momentos, pero hay que sobrellevar los malos...

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HD: ¿Sos de fantasear? FRD: Todo el tiempo. Vivo fantaseando porque es lo que más le tiene que pasar a los seres humanos. Cuando no fantaseás, se genera un loco como Bush, que en vez de jugar a los soldaditos en el hall de una casa juega contra países. Digo Bush porque se me vino a la cabeza, pero no hace falta ir tan lejos: en la esquina de tu casa podés encontrar un idiota que hace lo mismo, que por un cuadro de fútbol va y le pega a otro una piña. Ese es un recuerdo que me quedó grabado.

HD: ¿Cuál es la relación de Catupecu con las drogas? FRD: Yo hoy no consumo drogas. Como excedido que soy, desde que nací probé de todo y dije “esto no es para mí”. La energía está dentro de uno, y hay una cosa que es muy simple: nosostros somos espacio temporario y en ese espacio-tiempo que recorremos tenemos un físico y lo único que se destroza es el físico. Si fuésemos una viga de acero de la vía del ferrocarril, no tendríamos ningún problema, pero también a la viga le ponés 25 pastillas y le tirás 25 papeles de merca y... Hay un montón de letras que he escrito que la gente dice que ha-

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blan de drogas. La letra de “Eso vive”, muchos me dicen que es la sensación de estar empastillado, y yo digo que no, que eso lo vivo con la energía que tengo yo cuando estoy con mis amigos y mis amigas. Es algo muy personal, tengo amigos que curten, conozco gente que fuma porro todos los días y la pasa bárbaro, a mí me descontrolan mal... Igual me pasa todo el tiempo que me dicen “che, no digas cuando subís al escenario que no consumís, porque igual no te lo cree nadie”.

HD: Porque no saben de energía... la energia de Catupecu no es una energía de falopa. FRD: De hecho voy a bailar música electrónica todo el tiempo a after hours y no consumo...

HD: Pero sos fiestero… FRD: Me gusta estar en una pista bailando música electrónica, como me gustan los pogos, amo los pogos, el símbolo nuestro es un poguero.

HD: Pegaste onda con Fito hace poco. Hiciste “Ciudad de pobres corazones”, y estuvo en un show con ustedes...

FRD: Hicimos “Ciudad de pobres corazones” en el Quilmes Rock y estuvimos tocando este verano en el Roxy de Mar del Plata. En la primera de las dos fechas, nos contaron que venía Fito y que si estaba todo bien se subía a tocar... Fue algo especial porque nos conocimos arriba del escenario. En un momento me avisan que había llegado y yo le digo “¡Que suba!”. Lo presenté, y la gente se puso contentísima, hicimos una versión de “Ciudad de pobres corazones”. Mi hermano Gaby le dio su viola y se colgó el bajo. Tocamos esa versión que habíamos ensayado sólo para el Quilmes Rock y fue alucinante, muy power. Yo escucho mucho rock nacional y de hecho todas las canciones que empecé tocando en la guitarra fueron de rock nacional.

HD: ¿Te gusta Pil Trafa, de Los Violadores, no? Yo digo siempre que me parece el mejor frontman de la escena local, con Federico Moura... FRD: Sí, a mí me gusta mucho ver en vivo a Los Violadores, como a Soda, a Sumo. En un show de Los Violadores me disloqué el hombro derecho haciendo un pogo en Paladium, todavía hoy siento algunas molestias...

HD: Aparte de la bohemia, ¿qué otras cosas te gustan hacer? FRD: Lo que más me gusta es correr. Correr tiene algo de filosofía oriental. Cuentan que cuando corrés das vueltas en círculo y entrás como en un loop con vos mismo, es algo muy espiritual, que se abren todos los chacras. Yo igual lo disfrutaba antes de saberlo, cuando corro es como si se me fueran despertando algunas cosas.

HD: ¿Te llevás bien con lo esotérico? Escribiste en el Horóscopo Chino de Ludovica Squirru... FRD: En realidad vivo mi vida de esa manera, para llevar una vida “normal” está la estación de servicio en la esquina de mi casa. Yo creo que toda la gente en realidad piensa que del otro lado hay “otra cosa” y viven esa magia. De hecho todas las personas soplamos la vela del cumpleaños, y pedimos tres deseos, o sea que todas las personas creemos en algo que no vemos ni tocamos.

HD: ¿En qué cree Fernando Ruiz Díaz? FRD: Yo nací católico, pero en un momento empecé a ver otras cosas. Creo

FRD: Perdo Aznar mata... Ya me gustaba mucho con Serú Girán.

que hay otras energías, cosas que no se ven con los ojos, que están fuera del cuerpo. Creo en la causalidad de las cosas –no en la casualidad– nos enseñan en esta filosofía oriental. Todo pasa por algo. Más que nada creo en la energía y en la individualidad de las personas.

HD: ¿Tocando el bajo?

HD: ¿Qué opinás de Andrés Calamaro?

HD: ¿Es nuestro mejor bajista?

FRD: Calamaro es un artista que a mí me gusta muchísimo. Un dato tal vez anecdótico pero que me rescato es que solía tocar en bares. Me gusta que haga lo que se le antoja: desde una versión de Bob Marley súper electrónica, a un temazo como “Estadio Azteca” con los músicos de Paco de Lucía.

FRD: A mí me gusta mucho Vadalá, pero Pedro Aznar es terrible y Arnedo un animal.

HD: Hay mucha gente a la que no le gustó ese tema, y otra a la que sí, cosa que no pasa hace mucho con Calamaro... FRD: La gente se está acostumbrando a escuchar muy superficialmente las cosas: escuchan el primer corte y si no les gusta, ¡listo! O sea, paremos un poco con el “Britneyspirismo”, el “no me gustó esto” si no escuchaste nada....

HD: ¿Qué opinás de Pedro Aznar?

FRD: Es un animal. Es que en la Argentina hay bajistas increíbles.

HD: Dionisio de Boedo pregunta si vas a tocar algún tema de Soda o de Gustavo Cerati. FRD: Hemos tocado “Remolinos” de Soda en un acústico en una radio. Y en una fiesta para celebrar los 10 años del Roxy, armamaos en el camarín un dream team de músicos, y ahí tocamos una versión de “De música ligera” con Zeta en el bajo y Roy de los Ratones en la batería. Me encanta Soda, obviamente tengo todos los discos.

HD: ¿Te gustó la etapa The Clash-Pistols? FRD: Sí, todavía Pistols es la banda que en un sentido más me gusta. En un sentido del punk, ha sido un quiebre total.

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Me gusta todo el punk: los Clash, los Ramones, pero los Pistols tienen algo, esa cosa melodiosa, la voz y las violas. Las letras de los Pistols son increíbles: cuestionándose cosas y de pasar al futuro, de la cuestión humana. A diferencia de otras letras del punk, que eran mucho más simplistas.

HD: Hablemos de ídolos... ¿qué opinás de la banda alemana que homenajeó a Diego Maradona? FRD: Me encantó escuchar ese homenaje: es una banda de una demencia punk alucinante, y es una buena manera de tirarle una buena onda a Maradona. Cuando él está mal físicamente, y la gente salta a decir cosas como “Uy, pobrecito”, yo pienso “pobre vos, ojalá en tu vida vivas lo que vivió el chabón”. El tipo hizo cosas increíbles y trascendió el fútbol... A mí mucho el fútbol no me interesa, pero Maradona es algo increíble, es como la magia, como ver a David Copperfield, o un cuadro de Dalí, esas cosas de una creación increíble. Después de que un persona te hizo pasar alegrías hermosas, me parece que no hay lugar para juzgar nada; ahora el tipo hace lo que tiene ganas de hacer y hace las cosas lo mejor que puede. Después comete errores

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como todos los seres humanos, como los tengo yo, vos y todos los que estamos acá. Es un tipo al que admiro mucho, realmente me encanta oírlo hablar y me parece muy inteligente, contrariamente a lo que muchos pueden opinar.

HD: ¿Con los Beatles y los Stones, qué te pasa? FRD: Me parecen dos bandas increíbles, particularmente, la banda que más escuché fueron los Beatles, y los dos discos que más me gustan son el Álbum Blanco y Abbey Road. El Álbum Blanco tiene un tema que se llama “Helter Skelter” que me mata. Es uno de los primeros que tiene esa cosa del riff de Zeppelin, es un tema súper pesado. Por ahí la gente se queda –lamentablemente– con la imagen de los Beatles de “Drive My Car”, moviendo la cabezas como unos bobos, que es la etapa de ellos que no me gusta. Pero esta canción, si la escuchás y te olvidás el año en que está grabado el tema, podría pensarse como un tema muy heavy metal.

HD: ¿Sos fan de Massacre y de Cabezones? FRD: A los Cabezones los quiero mucho, pero son una banda más nueva, que em-

pieza a tener una buena convocatoria... Massacre me parece una de las bandas más grosas de la Argentina; la gente por ahí escucha otras cosas que tienen más difusión. En los Estados Unidos pasa lo mismo con los Ramones, pero son pibes de acá. De hecho vino Eddie Vedder, el cantante de Pearl Jam, a verlos al costado del escenario. En una película cuentan cuando escucharon “White Rider” y dijeron “Hijos de puta, esto es lo que hacemos nosotros”. A veces pasa eso con algunas bandas, que llegan a ser más populares que la banda a la que admiran. ¿Quién no conocía Nirvana? Pero si te gustan los Pixies, y escuchás todos sus discos, sabés que todo Nirvana está ahí metido. Cobain decía “Quiero tener una banda como los Pixies”, y bueno... la hizo igual que ellos.

HD: ¿Disfrutás más del día o la noche? FRD: Desde que terminé la secundaria, aunque quise, nunca logré levantarme temprano, porque me gusta mucho escribir por las noches, ver películas, tocar la guitarra, agarrar la portaestudio y ponerme... Y como me acuesto tarde, me levanto al mediodía. Algunas mañanas, cuando me puedo levantar temprano, lo adoro, pero bueno,

es el horario que manejo yo... Creo que la noche es el mejor momento para encontrase con uno porque no hay sanata, no hay ruido de coches, no hay nada ni nadie... Y si vivís con tu mujer, te podés ir al living a pensar solo.

FRD: Mi viejo fue un personaje muy importante en la historia de Catupecu, era un Catupecu invisible...

HD: ¿Te llevás bien con tu vieja?

FRD: Algo así, estaba siempre con nosotros, una figura muy importante. Mi viejo falleció cuatro días antes de ese show. Fausto, nuestro manager, sugiere suspender todo, porque iba a ser un velorio... Y yo le dije, “vamos a tocar el domingo, y va a ser una fiesta”... Para mí fue el show más emotivo de mi vida, fue algo realmente especial. Siempre había pensado qué pasaría el día que muriera alguien que yo quiero mucho. Entonces dije que me gustaría vivirlo como esas religiones o pueblos como los gitanos, que cuando muere alguien festejan... Cuando llegó el momento pensé “no vamos a ponernos mal, vamos a festejar que esta persona vivió”, y que estamos hoy acá porque él existió. Entonces resultó un show muy emotivo. Desde ya su muerte me afectó en un montón de cosas. Entonces escribí una letra que dice “en un mismo tiempo pasa un viento hambriento, seca el sol las hojas el reloj en tiempo de descuento, las cruces reciben miles de rezos”.

FRD: A mi mamá la amo, la adoro, Dominga es lo más grande, la más punk del planeta. No porque tenga cresta ni baile haciendo pogo: yo vivo con mi vieja y mi hermanita Cristi: son lo más, las adoro, me va a costar irme, porque aquí estoy muy bien.

HD: Sos malcriado como el Carpo... 50 años y viviendo con la madre. FRD: Soy malcriado, pero me encanta, la paso bien. Tengo una pieza porque se mudó mi hermano, que es el menor. Gaby se mudó hace seis siete meses; yo por ahora me quedo.

HD: Hace unos meses falleció tu padre. ¿Cómo vivís su ausencia? Me acuerdo que fui a verte a un show en el Roxy, un show muy contundente, y vos estabas en escena con una sensibilidad particular...

HD: Como el padre de Gustavo Cerati para Soda Stéreo.

HD: Eso te inspiró la muerte de tu padre... FRD: Sí, y justo hacía un tiempo me había separado de una pareja importante...

HD: ¿Todavía son amigos? FRD: Es el amor de mi vida, en un sentido si se quiere. En realidad, cuando uno se enamora, siempre piensa se trata del amor de su vida. Entonces me habían pasado muchas cosas relacionadas con comienzos y finales. Sentí que terminaba una etapa y empezaba algo nuevo, como un nene o un bebé, del cual en realidad no sabés nada.

HD: ¿Creés en la reencarnación? FRD: Creo que todo va evolucionando, no sé si es mi alma la que reencarna, sí sé que yo fui creciendo, muchísimas personas hicieron cosas... Siento que miles de personas reencarnan en mí. No sé si al morir algo mío se mete en otro cuerpo, pero sé que Einstein se metió un poco adentro mío con todo lo que hizo... Eso entiendo por reencarnación. También los Beatles, a quienes nunca vi, pero siento un poco dentro mío.

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HD: ¿Cómo son las previas en los shows, está quenchi la cosa o es pura concentración? FRD: Somos una banda que gusta de las giras, porque disfrutamos mucho lo que hacemos: el micro, los hoteles, la previa, nos divertimos mucho probando sonido. El más insoportable debo ser yo, porque me pongo muy nervioso y pido que me dejen solo.

HD: ¿Te ponés místico? FRD: Algo así. Cuando empecé con Catupecu pensé que iba a sentir menos nervios cada vez, y en realidad todavía me pasa lo mismo. Creo que el día en que no me ocurra, y que no sienta esa pasión, entonces no toco más.

HD: ¿Cómo es la relación con los fans del grupo? FRD: Hay una cosa que es fundamental, yo soy fan de Catupecu: disfruto de las canciones y de los shows cuando tocamos. Tengo una relación de amor desde el primer día con Catupecu, me siento fan y por ahí lo que más me importa de la gente a la que le gusta la banda, pienso que cada uno que está ahí es una per-

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sona que la mamá de chiquito lo tapaba, que tiene amigos, que tiene una vida, entonces que esté pasando eso en ese momento es algo lindo y me da muchas cosas. Tengo un recuerdo especial: casi dos años antes de que saliera Dale!, en el verano de 1995, salimos de gira en un par de autos con todos los chicos a Mar del Plata. Yendo en la ruta escuchamos “Casi un metro al agua”, un demo que habíamos grabado que ni siquiera tenía letra. Entonces lo miro a Fausto y le digo “Che, te imaginás si un día una persona que no sea alguien de nosotros flashea con este tema igual que nosotros?”. Tiempo después, la gente me empezó a contar cosas que le pasaban con ese tema y yo me acordaba de esa vuelta en el auto. Es algo muy especial por lo que siento mucho respeto... Te diría que es lo que más me importa de todo esto.

HD: ¿Sos de programarte o dejás que la cosa fluya? FRD: No, fluyo. No me importa mucho el futuro, y el pasado es una mochila grande, fuerte y pesada que llevás... Hay una frase inglesa que me gusta mucho y dice “The past is history, the future is a mistery and the present is a gift” [El pasado es historia, el futuro es misterio y el presen-

te un regalo]. Me la dijo una mina medio borracha en los Estados Unidos una noche y me quedó grabada. Me encantan los regalos, así que vamos a disfrutar el presente.

HD: Cómo le gusta gozar a este muchacho de la vida. ¿Cuál es la contra de vivir tanto el presente? FRD: Tiene sus contras, obviamente... Vivimos en una sociedad que no está preparada para eso, nos enseñan a ahorrar, vivimos en una sociedad donde la gente dice “la música de mi época”. Y yo les digo: “¿la música de qué época?”. Pienso que se refieren a la época en que fueron libres y felices. Les sugiero que empiecen a sentir de vuelta el desafío, porque que te vas a morir, idiota, todos nos morimos, ¿entendés?

HD: Suena muy determinante... FRD: Así soy, en todo: quiero que este sábado sea el mejor, quiero que mi mujer sea la mejor, quiero que tal canción sea la mejor, que el show sea el mejor. Si eso es ser determinante, me gusta ser así. A lo sumo, me peleo después conmigo, yo solo, y chau.

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entrevista a SKAY beIlinson

HOBY DE FINO & MIGUEL GRINBERG

y CARMEN poli CASTRO L a p a s ión s e g ú n p a t r i c i o R e y

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En una primera etapa, hacia principios de los sesenta, y durante toda esa década, emergió el fenómeno hoy llamado rock. Que primero convocó a tipos que eran de acá y se sentían representados por esa música. Pero lo que hacían no eran covers de lo que se hacía en Inglaterra o Estados Unidos, sino que empezaron a explorar algo que sentían, que tenían ellos como patrimonio natural. Y eso fue llevando a cosas que no tenían tradición en la Argentina, como las comunidades intencionales, la ecología, el pacifismo generacional, la prensa subterránea. Era unánime, no era resultado de algo que alguien venía a proponerles desde el amplificador, sino que surgía en el alma de gente dispersa. Y cuando se reconstruye la historia de la primera y la segunda camada del rock argentino, era gente que vivía en barrios de la Capital, o lugares dispares como Rosario, La Plata, Córdoba, Tucumán… y se sentían llamados a ser parte de algo que los representaba. ¿Cómo vivenciaron eso ustedes? ¿Sintieron el llamado de alguna manera?

informaciones que no venían necesariamente del lado de la música. Llegaban afortunadamente por otros lugares. A través de la revista Eco Contemporáneo. O poesía, o cineastas. Había una especie de lo que después se llamó “la contracultura”. Un montón de información que estaba dando vueltas, supongo que para aquellos espíritus un poco disconformes con el estado del mundo, en nuestras sociedades en esos momentos. Eran esos inconformistas tratando de encontrar un espacio, algún sentido para vivir.

Eduardo “Skay” Beilinson: Había algo que estaba flotando. Uno no sabía exactamente de qué se trataba. Pero había una inquietud, una necesidad de encontrarle algún sentido a la existencia, a la vida. Y poco a poco llegaban

Carmen “Poli” Castro: Hay una cuestión. Para mí empieza en los cincuenta. Con una generación que comienza a practicar una ruptura. No tiene todavía valores, ideas. No tiene nada. Pero sabe que ese camino que los padres

Pero en un lugar como la Argentina, no había tradición en este tipo de comunidades intencionales como fue al principio La Cofradía de la Flor Solar. Uno vivía con sus viejos hasta que se independizaba laboralmente, después se casaba y formaba una familia tipo que reproducía la historia de sus viejos… De pronto apareció una gente que no continuaba esa otra tradición, y se planteaba la posibilidad de vivir distinto, con otra gente que no era de “su sangre”, sino que venía de otra parte. Que eran “parientes”, pero de otra manera.

han signado para él (en aquella época no existía nada para los jóvenes) era obedecer. Solamente obedecer. Continuar la idea de sus padres: o estudiaba o trabajaba. No tenía otra alternativa. Venía el servicio militar, después el casamiento, y un oficio. Y seguir. Es ahí donde comienza a producirse una ruptura. Hay una generación ahí que comienza a decir no a eso. No son muchos. Son muy pocos. Que se convierten en los que van a los bares, se transforman en unos marginales de aquella época. Cuando ese tipo de marginales no existía. Nadie quería ser marginal. Entonces, la misma sociedad te marginaba. Las costumbres que adoptaban esos jóvenes eran lo que hacía que la gente los rechazase, y hasta los mismos padres los rechazaban. Por no seguir, y por vergüenza de tener un hijo así, y con las mujeres mucho más, que no cumplía con los requisitos, con las costumbres: la comunión, la iglesia, el casamiento, el cumpleaños de quince, recibirse de maestra… Y para el hombre era lo mismo: estudiar, o trabajar. Ya tenía otras costumbres, fumar, leer… Ahí empieza a aparecer un cine, que los más curiosos comienzan a ver. No todos. Empiezan a leer libros prohibidos. Y a buscar todo lo que estaba prohibido. Aunque no entendiesen muy bien. Era más bien una cuestión vital. Ni siquiera se trataba de “ser libres”. Querían simplemente hacer lo que les daba la gana.

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No había rock todavía. El teatro “independiente” fue allí un camino, con mucha gente que no hizo carrera como “actor”. Poli: Exacto. Ahí es donde pasaba. El teatro era ir a trabajar a los clubes de barrio. Eran compañías. O caías con una compañía de intelectuales que hacían Brecht, o sainete. Era más aventurero hacer sainete en los bares. O en los clubes. Había mucho teatro social. El papá de Jorge Pinchevsky hacía teatro en el sindicato de los tranviarios. Yo también soy de La Plata: de chicos éramos amigos. El también era un marginal. No tenía madre. Pero el padre lo ataba para que estudiase violín. Lo crió el padre. Eran raros. Todos esos no eran como los otros chicos. Entonces llega un cine: Semillas de maldad. Donde se ve que un alumno le tira un tintero al profesor. En el momento que vimos eso fue como una revelación. Y apareció ese que está cantando ahora en el parlante de este café. [Bill Haley] Rocambole diría: “¡Qué producción, Negra!” Los chicos se ponían a bailar rock and roll en los pasillos del cine, en lo oscuro. Y venía la gendarmería. Entraba la policía al cine con los caballos para poder calmarlos. Fue una cosa terrorífica, horrenda para la gente. Nunca había ocurrido que los jóvenes comiencen a rebelarse. Y ahí empecemos a ver que comienza un negocio. Los jóvenes buscaban ropa para identificarse. No había vaqueros. Todos querían tener un vaquero. Apareció la fábrica Far West que imitaba el Wrangler que todos soñaban. Y la mujer quería tener pantalones. ¡Oh Dios, un horror! ¡Un infierno! ¿Quién podía tolerar una mujer en pantalones? Ahí comienza la primera. Para mí ahí es donde se prepara. Cuando llegan ellos en los sesenta, se encuentran con esos otros. Ahí es donde los van orientando, en literatura… Skay: En las comunidades, quienes más tenían relevancia eran los más grandes que ya habían tenido experiencias, como el caso de Poli, Pinchevsky y Rocambole en la Cofradía,

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que ya venían con un bagaje interesante.

¿Cómo comienza a darse el impulso para aglutinarse fuera de los parámetros tradicionales? Hacer algo así en la Capital podía esperarse, pero hacer una comunidad en La Plata sonaba medio marciano. ¿Cómo se dieron los pasitos? Poli: En el caso de la Cofradía, comenzó prácticamente como una necesidad. Habían tomado el Rectorado. Habían tomado la Escuela de Bellas Artes. Había divisiones: ellos estudiaban pintura, estaban en los talleres. Otros no. Todos los que venían del interior, de Nogoyá, de Tucumán… Isabel Vivanco entre ellos. Y el resto, de otras provincias. Eran los más necesitados porque tenían que alquilar. Los padres apenas les mandaban dinero. Ahí es donde surge que por primera vez alquilan una casa todos ellos en la calle 13, la primera. Ahí comienzan a convivir. Y pasan a tener necesidades de unirse para poder comer, tener relaciones, pagar el alquiler, el sexo… Todo eso era una lucha, era muy difícil. Los padres les giraban poco. Venían con prejuicios, todos tenían un “adoctrinamiento” para ser de una determinada forma, no podían estar conviviendo con hombres, las chicas tenían que vivir con sus padres, no con un montón de tipos. ¿Qué estaban haciendo ahí las mujeres? Los varones. Las relaciones. Todo era muy conflictivo. Todavía no eran ideas claras. Eran muy jóvenes todos. Entonces a medida que van practicando esto de la convivencia, comienzan a depurarse. Comienzan a tener visos de conocerse más a sí mismos. Y de ver hasta qué punto estaban condicionados. ¿Por qué cuando les llegaba una caja con comida, la escondían en la pieza debajo de la cama, por ejemplo? Todas esas costumbres, esas cosas que eran miserables… ellos comienzan a trabajar sobre eso. A hacerse mejores. Ahí la convivencia comienza a ser una cuestión práctica. Convivir, pero cambiando verdaderamente. Esa experiencia les estaba dando un

abrirse a otros. Y empiezan a progresar como personas. Porque de lo contrario eran pibes como cualquiera. Pero fue la convivencia lo que los empieza… el hecho de la ruptura, de irse a vivir todos juntos, ya era terrible. Y la necesidad comienza a hacerles ver: aparece gente más grande, Enrique García, Ana Barrera, Rocambole [Mono Cohen], el maestro Jorge Peirano… empiezan a leer tus revistas… Eran grupos vírgenes de jóvenes ansiosos de cambios. De ser ellos mismos. Y viajaban a Brasil, al Uruguay… Skay: Eran bastante temerosos. El más abierto era Manija Paz, el baterista. Poli: Al empezar la Cofradía, ellos comienzan a hacer artesanías, y trabajan para hacer una caja común para comer todos a la vez. Ya habían avanzado maravillosamente. Remodelaban lugares para ganar entre todos. Y aparece el rock: surge hacer un grupo. Todos algo sabían. No empezaron de algo que existía: partieron de cero. Nosotros éramos amigos de antes: nos habíamos rebelado en la generación anterior. Llegan entonces los hermanos Beilinson de afuera [un viaje por Francia e Inglaterra]. Yo me encuentro con Skay y su hermano Guillermo en la Cofradía, pero ellos no vivían allí. Yo tampoco vivía ahí, pero era amiga del Mono, de Manija y de Néstor Candy. Iba dos o tres veces por semana.

Y empezaron a pasar otras cosas… Poli: Así es. Enrique y Ana estaban en la Casa de la Luna, habían pedido prestado un terreno. Skay y Guillermo estaban ahí y me fui a verlos. Y me quedo con ellos. No eran ellos solos. Ya habían llevado a otros… era un lugar de encuentro… llegaron a ser como cuarenta. Iban y venían. Iban y venían. Entraban, salían. Vivíamos en un terrero directamente. Sin techo: sin nada. En carpas. Y todos los vecinos mirando. Vivimos ahí hasta que se fue depurando, nos pusimos a buscar tierras. No con-

seguimos. Y de pronto el padre de Skay había vendido una finca que tenía y le pide al nuevo dueño que nos deje unas parcelas para hacer una experiencia. Y nos vamos a Pigüé. En medio del desierto, sin nada. Nuestro grupo empezó a estudiar. Todos éramos de diferentes clases sociales. Pero todos con una necesidad de aprender, sobre todo. Allá hicimos un rancho. Algo cultivamos. Nunca pudieron ordeñar una vaca. Vivimos ahí mucho tiempo. Habremos estado ahí un año. Pero el dueño de la finca le dijo al viejo Beilinson que sus hijos estaban enfermos… Skay: Sí, teníamos “neurosis mística”. Poli: Fue el padre, con el tío que era médico, para buscarnos. A veces éramos siete, ocho, pero no más. Vivíamos. Estábamos fuertes, físicamente muy bien. Vivíamos bárbaro. Cultivábamos algo. Ellos cazaban vizcachas en el cerro. Teníamos un horno que hizo uno que después se fue a trabajar con reactores atómicos. Tuvimos que hacer nuestras herramientas. No teníamos absolutamente nada. Nada. Conseguí un poco de plata y compré una bolsa de harina. Eso sí, había mucha leña. Y vivíamos llenos de libros. Y por ejemplo, no teníamos drogas. Ni alcohol. Fumábamos solamente en situaciones, un momento, como una ceremonia. Skay: La música siempre estuvo presente. Yo

tocaba la guitarra y cantábamos todos alrededor del fogón. Para nosotros. No hacíamos cosas para afuera. Poli: Pero antes de ir a Pigüé habíamos sido itinerantes por toda la costa platense, la isla Paulino, Berisso, en la Balandra. Montábamos el campamento y nos quedábamos una noche, o una semana. Andábamos como nómades. Desde Pigüé la familia de Skay nos llevó después a Bahía Blanca, y a La Plata, para revisarnos. A ver si estábamos enfermos. Me llevan a la casa de ellos porque dicen que no quieren separarse de mí. Pasamos allí una semana. Y nos decimos: ¿qué estamos haciendo acá? La madre ya había hecho proyectos para nosotros. Nos decían que nos iban a inscribir de nuevo en la escuela, y que todo lo que habíamos hecho era un mal chiste. Skay ni siquiera había terminado el secundario. Y Guillermo, a la facultad. A mí me iban a poner un guardapolvo y me iban a llevar también a la escuela. Yo me decía: no puedo vivir aquí, es un oprobio, todo reglamentado, comer a tal hora… Y nos fuimos de vuelta a la Casa de la Luna. Enrique y Ana no nos querían tener como discípulos. Pero los tres empezamos a trabajar para conseguir dinero y alquilamos una casa en Villa Elisa, y ahí vivimos tres años. No nos separamos nunca. Uno cortaba pasto en las fincas de fin de semana. Salvador Kalekín arreglaba artefactos del hogar. Y yo

administraba. Y también cortaba pasto y arreglábamos fincas. Y Guillermo trabajaba en una empresa. Y Tula en el supermercado. Y vivíamos bárbaro. Hasta que llega un hombre genial y empieza a enseñarnos lo que era la Bauhaus. Y cambiar el mundo a través de la belleza. Y nos daba cursos. Alquilamos una casa más grande para montar talleres. Pero ya había pasado mucho tiempo y ellos tenían que salir al mundo. Porque nunca lo habían hecho. Siempre estábamos juntos. No era necesario ni hablar. Nos mirábamos y ya sabíamos todo. Teníamos la casa más grande, llegó Ercilia, llegó otro de los hermanos de Skay. Dijimos: ya no da esto. Hay que salir al mundo. Y nos “separamos”. Nosotros nos vamos a una casa humilde, Guillermo se va a la facultad, el otro hermano entra en la guerrilla, Ercilia se va con León (el que nos daba las clases), Kalekín entró en el humanismo con Silo, cada uno buscó su camino.

¿Cómo aparece el rock en esta película? Poli: Habíamos dejados de vivir en comunidad, pero siempre estábamos juntos. Guillermo era el tipo que tenía el poder de reunir. Y así alquilamos un sótano. Skay: Pensábamos hacer una película en Súper 8 y con el pretexto de hacerle la música, en ese sótano juntamos un montón de

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S k a y B e I l in s o n : l a m ú s i c a c o m o p e r e g r in a j e

instrumentos, para prepararla. Pero lo más entretenido era que todo ese tiempo todo iba tomando forma como banda musical. Poli: El proyecto de la película concentraba mucha gente. Y en ese sótano empezaron a formarse grupos, aparte del tema película. Fiestas, a la noche reunirse en la casa. Ya era 1974 o 75. Un día le digo a Guillermo: ¿Qué te parece si alquilamos un teatro? En las fiestas, uno actuaba, otro recitaba, otros hacían música, otro un monólogo… para entretenernos, no eran fiestas de tomar… Cada cual hacía un sketch… Skay: Pero era más parecido a un happening que a un espectáculo. Poli: Y alquilamos un teatro. Cada cual hacía su número, y Guillermo filmaba todo eso. Pero nos tenemos que ir. Nos busca la policía a todos. Todos estamos en las listas. Tenemos que irnos. Nosotros nos vamos a Salta. Guillermo se va a Venezuela. En sí, todos nos vamos repartiendo. Tula a Brasil. Toda la gente tuvo que irse. Pero ahí surge que la banda principal (había varias) no tenía nombre siquiera. Y bueno: vamos a ponerle Patricio Rey. Que no existe. No hay ninguno que se llame Patricio Rey. ¿Cuál era la ideología? Nada de ídolos. No había nadie para seguirlo. Eran todos. Todos tenían la misma importancia. Y

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nos vamos a trabajar a Salta. Y allá conozco gente en un bar y les cuento que tenemos un grupo… Y me dicen: traelos. Entonces alquilamos un micro, cargamos equipos y todo, y nos fuimos a Salta. Y allí comienza la historia de Patricio Rey. Skay: Era algo caótico. No había una formación estable. Y a la hora de tocar, tocaba el que estaba. No se ganaba un peso. No había reconocimiento. Era la necesidad de estar juntos. Y exorcizar el miedo de esos tiempos. Poli: Y divertirnos. Una o dos veces al año volvíamos, alquilábamos un teatro o un club y hacíamos una reunión de esas. Era juntarlos a todos, emborracharse, divertirse, amarse, todo junto. Todo había que hacerlo ocultos. Porque nos buscaba la policía. Era rápido. En quince días armábamos todo. Y así de seis en seis meses. Y aparece gente que comienza a seguir a Patricio Rey. La idea no era un grupo dentro del establishment, como cosa formal. No había periodistas, no había nadie. La gente se enteraba, boca a boca. Y empezó a aparecer gente: Pipo Lernoud, Horacio Fontova, Jorge Pistocchi… Empieza a nuclearse gente que viene a esas fiestas… Hasta 1982 estuvimos en esa clandestinidad. Hacíamos el Margarita Xirgu, el Bambalinas, el Teatro de la Cortada… Y ahí comienzan a hablar del grupo. Y siempre había músicos distintos. Los

únicos persistentes eran Skay, siempre, y el Indio Solari algunas veces (porque se había ido a vivir en la costa). Skay: Comenzó a tener importancia la música. La fiesta y el caos fueron quedando atrás. Se consolidó la banda. Aunque nosotros no encajábamos en la estructura de las empresas de espectáculos. Pero entonces como ahora, todos estamos buscándole un sentido a la vida. Uno no busca comodidad, confort. Busca una vida con sentido.

¿Cómo te vinculaste con La Cofradía de la Flor Solar en La Plata? En el año 1968 hice un viaje a Europa. Me tocó caer en Francia justo cuando el Barrio Latino estaba en plena ebullición. Yo tenía dieciséis años y me fasciné con ese movimiento, con lo que estaba pasando. Sin entender exactamente de qué se trataba, pero había algo que sí percibía: un reclamo de los jóvenes por un tipo de vida diferente; que toda la vida que nos ofrecía el sistema no era un lugar en el cual encajábamos fácilmente, un mundo que no queríamos aceptar sin más. Y esas revueltas, ese espíritu de revolución se sentía, flotaba en el aire. Mucha gente ya conoce la anécdota: me dieron un palazo, caímos presos, nos echaron de Francia, terminamos en Londres, donde hice contacto con la música que se estaba haciendo: Jimi Hendrix, los Who, Pink Floyd, Soft Machine, una cantidad de músicos que estaban haciendo una música absolutamente novedosa. El año 68 era en Londres realmente alucinante. Cuando vuelvo de ese viaje –del que por supuesto me traje un montón de información, discos, etc.– y llego a la Argentina, me entero de que hay un grupo que está haciendo una experiencia muy interesante. Me conecto con la Cofradía, los conozco, y reconozco aquellos mismo reclamos que yo había escuchado en Europa. Y eso sin la menor información, o

casi, prácticamente no se había escuchado a Hendrix… o tomado contacto con aquella información. Curiosamente, aquí estaban haciendo el mismo tipo de experiencia, en pos de buscar una nueva forma de vida…

Era un despuntar. Acá también había un torbellino político. Fue la época del Cordobazo, había una ebullición social impresionante. No eran sólo los estudiantes, acá era toda la sociedad. Con respecto a eso, está la obra de Rupert Sheldrake, que desarrolló una teoría muy interesante sobre los campos morfogenéticos. Eso que estaba sucediendo a otra parte del mundo, estaba sucediendo también acá… pasaba en varios lugares simultáneamente.

Mencionás a Rupert Sheldrake y el objetivo de la experimentación. Cada cual experimentaba: unos con la música, otros escribían, otros hacían arte, otros planeaban una vida comunitaria. En aquella época, todo eso se inscribía en la utopía. Pero en los últimos años surge una especie de insatisfacción –pese a que el “campo morfogenético” del que habla Sheldrake sigue siendo una fuente de información y de motivación–, porque todavía lo espiritual y lo ecológico marchan divorciados: la gente que milita en la eco-

logía lo hace de un modo “ideologizado”, y si se habla de “espiritualidad” lo ligan con una religión o con la iglesia, o como algo clerical. Y a la inversa, los que están en la espiritualidad se concentran en esa latitud, como si fuera muy trascendente y no perteneciera a este mundo. Y todo lo que viene pasando socialmente, queda en la lucha contra lo transgénico, la minería a cielo abierto, la energía atómica, todos esos temas conflictivos que mueven a mucha gente, en tanto los que andan en la espiritualidad ven todo eso como si pasara en otro planeta. ¿Tenés percepción de ese fenómeno? Sí. Lo que pasa es que prefiero pensar procesos más largos. Todo este tiempo es un tiempo de aprendizaje para todos los que lo estamos transitando. En última instancia la ecología y lo espiritual no son áreas divorciadas –al contrario– y en algún momento tendrán que vincularse y avanzar unidas. ¿Cómo vamos a lograr que interactúen? Bueno, eso depende de cada uno y de cómo podemos ir avanzando en la integración de esos campos. Si uno tiene la morada como una fotografía del ahora, termina en una especie de decepción porque parecen dos mundos irreconciliables. Yo apuesto a la esperanza. Aunque es casi una autodefensa, porque en esencias soy un pesimista. Durante años he sido un descreído de todo.

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¿Cuáles son tus creencias? ¿Sos religioso? ¿Creés en Dios? El lenguaje suele ser un impedimento cuando uno quiere hablar de ese tipo de temas. Si yo digo “Dios”... no sé de qué estamos hablando. Creo que existe un orden en el universo, creo que la vida no existe por casualidad. Hay un propósito. Aunque no creo que haya arriba un señor de barba que diga “esto está bien” y “esto está mal”. O que “castigue”, ese tipo de cosas. No creo en eso. Pero creo que inevitablemente la vida es un misterio, la Naturaleza es un misterio maravilloso. ¡No puede ser que el ser humano, metido en este mundo, sea un virus espantoso! Creo que debe tener un destino más grande. En la reencarnación, no creo ni descreo: no tengo ninguna certeza. Por más que lo piense, a mi mente racional le cuesta creer en ello. Pero por otro lado sé que la razón no lo explica todo. Quedan muchos espacios en blanco que no alcanza a describir.

¿Qué te gustaría que fuera? Me gustaría saber la verdad.

¿Cómo definirías la música que estás haciendo ahora? Definir mi música es un poco complicado por-

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que no me gusta encerrarme en un estilo. En mi cuarto disco, que se llama ¿A dónde vas?, hay por un lado algo más existencial, del tipo “qué estás haciendo con tu tiempo”. La tapa es un reloj de arena, lo cual te hace recordar que estamos por aquí sólo de paso… Y para la pregunta del título hay varias respuestas. Por otro lado, es una invitación a hacer un recorrido por diferentes territorios interiores: los pensamientos, de la luna en Fez, de la humanidad sufriente y torturada capaz de hacer cosas atroces, pero jamás deja de creer en la bondad y en el amor. En mis temas siempre brota primero la música. Después trato de entender qué quise decir con esas melodías, con esa atmósfera y ese clima, y empiezo a trabajar en las palabras que van a terminar en una canción.

¿Creés en algún tipo de magia? La música es magia pura. La música es un puente que nos permite conectarnos con ese mundo desconocido y maravilloso que está ahí fuera. Cualquiera puede tener acceso a él, simplemente hay que zambullirse y dejarse ir. Cualquiera pueda hacer música.

Los Redondos llevaron el concepto de “independencia de producción” hasta sus últimas consecuencias, manejándose siempre por fuera de las discográficas.

¿Fue una decisión reflexionada, o era un resultado forzado por el apartheid en que estaba la juventud? Las dos cosas. Al principio, arrancamos por propia necesidad, porque no había nadie que nos diese bola, y empezamos a ver cómo organizábamos nosotros nuestros propios recitales. A medida que lo fuimos haciendo, íbamos dándonos cuenta de que no necesitábamos a nadie: nadie mejor que nosotros sabía cómo queríamos que fuese un evento de esas características, que en realidad era bastante caótico para cualquier productor, sala o inversor. En las primeras épocas no era una banda estable, así que no había ninguna garantía de que el grupo fuese a seguir. Luego hubo una gran diáspora general, y nos fuimos a vivir a Salta, porque era muy difícil quedarse en La Plata.

Gulp se grabó ya en democracia, a fines de 1984. ¿No significó el fin de la mala onda con la juventud? Esa especie de fiesta que estaba mucho más clara cuando había menos gente, se convertía en algo más oscuro y nebuloso, y no sabías bien qué era lo que estaba moviéndose. Muchos encontraron en nosotros un referente, una suerte de bandera de la resistencia.

¿Considerás que fueron una isla en medio de la contracultura, o interactuaban con otros conjuntos, otras expresiones, otros proyectos comunitarios? Claro que interactuábamos: con la gente de Cerdos y Peces, con muchos que experimentaban en el Parakultural, con el Expreso Imaginario... También con la familia Vitale y MIA, donde grabamos nuestro primer disco pues nos facilitaron todo el andamiaje para hacerlo posible –y Lito Vitale fue nuestro operador de sonido… Había también interacción con otros que no estaban dentro del circuito: gente que nos acercaba obras, cuadros o camisetas pintadas… En ese sentido se produjo un movimiento intenso. Pero no extraño nada de aquello: para mí el tiempo es hoy. El presente es lo que vale y sigo descubriendo cosas maravillosas cada día. No tengo tiempo para mirar el pasado ni extrañar nada.

¿Cómo vivís y asumís tu espiritualidad? Algunos lo hacen adhiriendo a una escuela determinada, o simplemente hacen meditación, yoga, y demás. Yo no estoy en ninguna escuela –siempre le escapé a eso. Para mí la espiritualidad tiene que ver con la conducta, con una disciplina autoimpuesta. Siempre intento rescatar para mí algún momento del día, en general por la

mañana, para caminar, o me retiro a un parque. Yo lo llamo meditación, no sé lo que será para otros. Lo hago para tener otra mirada sobre la realidad. Para reflexionar. O simplemente para quedarme en silencio, mirando un árbol. Para mí esos momentos son muy enriquecedores porque me permiten despegarme de la vorágine que significa estar en este mundo, en esta sociedad.

¿Creés que los callejones sin salida de la política, de la economía, del cambio climático en este momento indican –como se está diciendo acerca del 2012– el final abrupto de una época, que lo que pasó durante las últimas décadas han sido ensayos para poder corporizar la vida en sociedad de una manera diferente? Creo que sí. Espero que sí. Todo este tiempo deberíamos capitalizarlo como un aprendizaje. Para aprender de las cosas donde nos hemos equivocado, y volver a intentar reconstruir el mundo donde queremos vivir.

cionados: nos formatean para consumir. Nos venden hasta la libertad. Creo que a los jóvenes de hoy les toca un tiempo muy difícil. Hay una gran confusión y hay tanto exceso de información “chatarra” que resulta muy difícil discernir dónde puede haber algún destello de algo interesante, inspirador, más rico. Hay una gran degradación de todo. La realidad se vuelve cada vez más burda. Aunque parte de la realidad la construimos nosotros en nuestra mente: la realidad es casi una construcción mental. Cuanto menos matices, cuanto menos sutilezas, la realidad se empobrece. Hay pibes que no pueden ni saben leer. En verdad, ni les interesa. Prefieren ver una pelota de fútbol rodando por ahí. El lenguaje está totalmente empobrecido. Y eso limita la experiencia de vivir. Creo que en algún momento esto tiene que detonar hacia un lugar un poco mejor.

Sin embargo, lo que hoy se le ofrece masivamente a la juventud es seguir reproduciendo lo que hay... Y viene del sistema, no te quepa la menor duda. Siempre ha sido así. El sistema está armado de tal manera que estamos acondi-

Fotos entrevista a Skay: Christian Belliera

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