Horror & Weird, especial No 2.

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A N A P O Y E S I S

H o r r o r W E I R D &

Especial No 2
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L i t e r a t u r a , A r t e y C u l t u r a

Quiénes somos

Anapoyeisis: Literatura, Arte y Cultura es una revista literaria que surgió en junio del año 2021, primero en su formato digital Ha sido distribuida en la red de forma libre y gratuita Posteriormente, hemos decidido trabajar en la edición y el diseño del formato físico, que ahora tienen en sus manos. Nuestro proyecto editorial, está enfocado en publicar textos que corresponden a la ficción especulativa (ciencia ficción, terror, fantasía, ucronía, mundos de lo extraño (weird) , cyberpunk entre otros subgéneros literarios que expresan posibilidades sorprendentes). De esta manera, proponemos un espacio para quienes deseen escapar entre letras a la configuración de mundos posibles y reflexionar sobre la realidad social siempre adversa, siempre vital.

El nombre de la revista lo hemos tomado de un relato del escritor mexicano Salvador Elizondo que forma parte de su libro "Camera Lucida" (1983). En “Anapoyesis” , el autor nos inquieta por medio de elementos lúdicos, presentes a lo largo del texto, sobre cómo concebimos la relectura ideal. El argumento central del cuento consiste en mostrar lo que se desencadena por el invento del Profesor Pierre Emile Aubanel, descendiente de Théodore Aubanel, amigo del poeta Stéphane Mallarmé. Una máquina, constituida a partir de complejos procesos termodinámicos, capaz de medir los niveles de energía liberados debido a la relectura de los versos de los poemas del Maestro Mallarmé. En este sentido, para nosotros, el nombre de Anapoyesis representa un homenaje a la metáfora creada por Elizondo. Si bien, no hemos inventado una máquina que pueda medir los niveles energéticos al leer los versos de un poema o los párrafos de una narración, en cambio, sí podemos invitarles a invertir su energía lectora en los textos inquietantes, extraños, imaginativos que componen cada número. De esa forma, estos no desaparecerán.

Sobre las colaboraciones

La revista Anapoyesis: Literatura, Arte y Cultura tiene cuatro secciones: a.1. Cuento , a.2. Minificción, b. Poesía, c. Reflexiones y d. Ilustraciones. Cada convocatoria se anuncia de manera anticipada para que las personas interesadas en publicar con nosotros, puedan trabajar en sus textos correspondientes. Dichas convocatorias, se comunican a través de nuestras redes sociales y de nuestra página oficial: www.anapoyesisrevista.wordpress.com. Las autoras y los autores que deseen participar, deberán enviar sus propuestas al correo electrónico anapoyesisrev@gmail.com en formato Word, con letra Times New Roman número 12 e interlineado de 1.5. Los textos pertenecientes a las categorías de (a.1) Cuento y (c) Reflexiones no excederán las 1,200 palabras. Para las minificciones (a.2) la extensión será un máximo de 300 palabras. En la categoría de (b) Poema aceptamos un máximo de 40 versos. Finalmente, las ilustraciones deberán enviarse en formato JPG o PNG con una resolución de al menos 300dpi y en una proporción retrato 3:4.

Al finalizar la revisión de cada propuesta, notificaremos a los autores y autoras el fallo del filtro editorial de acuerdo al siguiente criterio: 1) Aceptado, 2) Aceptado bajo condiciones de corrección y 3) No aceptado. La opción dependerá de los criterios mencionados anteriormente. Contamos con un equipo profesional que revisará de manera detallada cada propuesta.

Presentación

Más allá de lo insólito: el arte computacional

Felipe Huerta

Marcia Ramos

Estás en la cama, una enfermera te toma de la mano y dice que vas bien. La dilatación es dolorosa, respiras, aprietas los puños, cuentas hasta diez. Pujas, cierras los ojos, te animan, el cuerpo secuestrado, susurras. “Levanta la barbilla”, “más fuerte”, “fuerte cariño”, “sigue”, “ ya vas ” Gritas Aguantas, pujas de nuevo Levantas la cabeza, usas todo tu cuerpo, parece que vas a morir “Puja”, “más largo”, “lo haces fenomenal” “Muy bien” Los huesos parecen tenazas en el cuerpo, se te acaba el aliento y a punto de rendirte asoma una cabeza en medio de tus piernas. El primer hijo, un llanto desolador los une para siempre. Aunque quizás tú no lo quieras. Al mismo tiempo, nace otra fuerza, una energía que brota de tus lágrimas y del dolor. Algo sin forma o imagen, una presencia a la que temes.

Miras a esa pequeña bola de carne que parece humana, te preguntas con todas las dudas por su futuro Un hombre entra sonriente, carga a su hijo y te da un beso en la boca como para remediar ese ente en el que te has convertido.

Juntos se van a la casa, el bebé es casi un ángel, duerme sin hacer algún ruido en su pequeña cuna y sin necesitar tu regazo. Por su parte, aquel hombre se mueve por toda la cama, habla dormido y llora. Piensas despertarlo, pero no lo haces Un poco de angustia no le vendría mal, ya que ni siquiera pudo estar en el parto

Sientes la presencia de alguien más, no te molesta o agobia, al contrario, casi la comprendes. También es tuya.

Al día siguiente, él se levanta escupiendo sangre, se ve terrible y tú le muestras el morado

A t l b bé con tristeza itado de una e el día, la tos sucios, te mirarte en el la mierda del no te parece añal Quieres ngre e incluso pero es casi tanto a un ota desde que de esa forma arece que te maquillarte. Te go, el hombre nternar en el nes miedo de braza, está en ola a casa, le de mover las tu esposo, su sus ronquidos, encima de él. esta, debiste que no era un tu mano y te Te recuestas ojos abiertos, que pasen las despierte, te Lo levantas, sientas en el odo el cuerpo. esesperación. encia te hizo frágiles que Te arrancas el hueco entre ar estar vacío. en Decides

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Los miedos de Almendra

Gastón G. Caglia

“Suéltame hijo de mil putas”, gruñe Almendra. “Suéltame, así te corto las pelotas”, gime entre dientes soltando un soplido de furia y odio.

Los cuatro hombres que batallan contra ella no tienen la fuerza suficiente para doblegarla, están débiles por su enfermedad endémica y Almendra, que nunca contrajo la enfermedad, se mantiene en forma.

¿Te gusta así? ¿Te gusta cómo te toco? No entiendo nada de esto, masculla entre dientes. No veo nada, dice el boxeador. Córtame la ceja. En alguna película vi estas escenas. Despierta. Detesta despertar así. Ese mundo ya no existe. Y no regresará. Siente el estómago hinchado, como a punto de parir o por explotar. Deja de lado sus devaneos existencialistas por algo más mundano como es ir al baño. Vacía sus tripas en una vasija. La habitación está a oscuras. Su vela se consumió hace horas.

Una patada azarosa en el pecho de uno de sus captores la libera de sus extremidades inferiores, late el corazón por el peligro, nubes grises frente a sus ojos, está bocaarriba. Los que la sostienen por los brazos luchan por desnudarse y sacar sus vergas ansiosas, eso es

su perdición Almendra se zafa y coge un cuchillo de su cintura

Una densa neblina cubre las calles durante todo el año a tal punto que las copas de los árboles apenas se divisan Los rayos del sol son muy tenues Algunos pájaros se pueden escuchar a lo lejos Es todo lo que oigo desde hace tiempo, piensa Almendra Este nuevo mundo es muy silencioso La “Súper gripe A” no solo mató al 5% de la población humana en 2015, también dio el primer golpe mortal a todo el frágil sistema y estilo de vida moderno que, como un efecto dominó, acabó afectándolo todo

A diferencia de las pestes del Medioevo, que diezmaron las poblaciones en Europa, el ritmo de vida de esa época no se veía afectado pues todo era muy lento La gente vivía en su poblado toda su vida y el contacto con otras ciudades era casi nulo, así la peste negra tardó algunos años en llegar a Europa Sin embargo, la globalización y el sistema de vida del siglo veintiuno hicieron del mundo una pequeña aldea en donde los medios de transporte dispersaron las cepas mortales en cuestión de días

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A diferencia de las pestes del Medioevo, que diezmaron las poblaciones en Europa, el ritmo de vida de esa época no se veía afectado pues todo era muy lento La gente vivía en su poblado toda su vida y el contacto con otras ciudades era casi nulo, así la peste negra tardó algunos años en llegar a Europa Sin embargo, la globalización y el sistema de vida del siglo veintiuno hicieron del mundo una pequeña aldea en donde los medios de transporte dispersaron las cepas mortales en cuestión de días.

Una estocada certera en el cuello de uno de los chacales apasionados siega su vida. Luego todo es tarea simple. Dando cuchillazos al aire los hombres se cubren con sus brazos que, a esta altura del combate, apenas pueden mantener en alto. Caen como moscas.

Cuando todo se viene abajo el miedo es peor que los males reales y tangibles Todos los males del mundo no se comparan con el miedo a esos males. Se puso de moda el pesimismo, el nihilismo. Todo estaba perdido. No comprendo por qué, si a fin de cuentas el 5% de la población mundial debe ser más o menos 350 millones de personas.

El sistema médico, tan experto, colapsó por culpa de su propia complejidad Las fronteras se cerraron Eso es mentira Las fronteras son siempre permeables, tanto para los de arriba como para los de abajo Los de arriba por la fuerza del dinero Los de abajo porque en definitiva nunca fueron visibles. Eso fue en gran medida un gran problema, la invisibilización de nuestros dramas y pasiones La pasión de la fiebre, la pasión por dejarse caer mientras todos siguen luchando contra el mismo rival. Uno que te derrota con golpes invisibles. Como cuando un boxeador arreglado se tira a la lona en un round determinado El guante golpea

el aire, roza el rostro rival y este cae al piso Luego el teatro, el revoloteo de ojos y alguna patada al aire como reacción inconsciente.

El rival los fue volteando a todos Portadores de la cepa y no, familiares, amigos, jefes o subalternos. Todos se vieron afectados.

Mucha gente se suicidó No soportaron dejar de lado, a la fuerza, sus antiguas certezas, sus automóviles, Internet, sexo virtual, drogas, cajeros automáticos, horarios, agenda, sistemas.

El sistema del mercado todo lo hacía y todo lo podía El dinero era el gran sirviente de nuestra vida, dinero para la comida, para el transporte, el sexo, el dinero para el dinero. Todo ello se fue diluyendo poco a poco, como esas camisetas baratas que van perdiendo su color lavado tras lavado, opacándose, liberando sus componentes impunemente. Forma y consistencia se fueron

Asestado el primer golpe vino luego lo que se llamó el fallo de los sistemas expertos. Obvio es ahora, qué tontos fuimos. Si para hacer el pan hay gente que sabe y la inmensa mayoría no; los que saben hacer el pan no saben cómo se procesa el trigo para hacer harina y así hasta quién sabe dónde.

El otro no puede correr con los pantalones bajos Siente algo caliente desde atrás hacia delante. Lo último que verá será ese cielo gris que desde hace años es todo lo que hay Gris muerte Gris ceniza

Las religiones murieron dando paso al nihilismo. Luego vino la droga de la melancolía. Esa fue la estocada final Yo no la consumía, estaba demasiado ocupada en huir Hacia dónde, no recuerdo. Sí, hacia el centro del país, allí donde la lluvia radioactiva no pudo llegar, o eso creo No lo percibí en su momento

Quién se iba a encargar de administrar esos sistemas expertos. Los aviones, la energía eléctrica y atómica Lentamente todo comenzó a fallar, el gobierno se batió en retirada Los gobiernos centrales cedieron su autoridad a los municipales y en poco tiempo el brazo de la ley se terminó de romper Sin recursos no hay Estado Surgieron algunas hordas por aquí y otras por allá. Se alzaron en armas y como en el siglo diecinueve, surgieron nuevos patrones de estancia, nuevos jefes zonales, nuevos amos apocalípticos

Los ratones de biblioteca tuvimos que cambiar de estantes. Si antes nos interesaba a algunos la literatura norteamericana y a otros los clásicos del siglo diecinueve, ahora los que quedamos nos fuimos a los libros de química y mecánica ligera para sobrevivir.

Yo hui de todo eso, de mí y del desastre nuclear, donde supe que algunas poblaciones habían literalmente desaparecido, se evaporaron, simplemente no estaban más.

El cuchillo sale por delante rasgando la

raída camisa leñadora. Almendra huye. “Corre, Almendra, corre ” , piensa dándose fuerzas. Atrás queda Angelito muerto. El pobre Angelito que la acompañó en los últimos dos años. Ella lo sabe muy bien, si algo sabe bien es eso, dos años, tres meses y quince días.

En otros tiempos las horas, los días, el tiempo, eran cosa de la gente común pero su conteo había sido relegado a computadores, celulares, otros en definitiva La primavera siempre es el 21 de septiembre y no cuando lo dijera la naturaleza Pero Almendra supo siempre cuál día corría en el mundo Pudo aprender lo de los años bisiestos, los 29 de febrero y esas cosas Meses de treinta y un días y otros de treinta Qué innecesario, pero los aprendió Cumpleaños, encuentros, vencimientos, traslados legales, métodos, todo había dejado de existir hace tiempo Ahora Almendra corre dejando atrás a su compañero Angelito tendido en una ignota ruta, sobre el caliente asfalto, bajo un cielo gris muerte Corre para llegar a su refugio de este nuevo mundo

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Teletrabajo

Deneb Ortigosa

Desperté inquieta Faltaban cinco minutos para que sonara el despertador El dolor de cabeza, por el que me había ido a acostar temprano, seguía ahí, punzante Sentía como el corazón me retumbaba en la cabeza Reporto aquí desde la explanada de la Basílica, en donde se espera un arribo de miles de feligreses para el aniversario de la Virgen El tránsito es lento, tomen sus precauciones anunciaba el presentador Hora de levantarse Era pleno cierre del proyecto y el ambiente en la oficina, aunque fuera trabajo desde casa, se sentía denso “Estimados” y “saludos cordiales” eran las palabras obligatorias de los correos, pero se leían frías El Cliente, como todos los que trabajaban con industrias relacionadas con la energía, nos brindaba la información a cuentagotas y bajo pedido Esto solo hacía lento y difícil elaborar los informes que requerían detalles técnicos precisos sobre la construcción del Parque Lo siento, ¿puedes corregir el polígono? El cliente mencionó que no son seis sino diez hectáreas le decía con voz apenada desde el teléfono ¿Qué? ¿Y te dio las coordenadas? Te recuerdo que estamos trabajando sobre la selva, no puedo simplemente ver hasta dónde llegan las calles Aún no han desmontado y no tengo ninguna referencia topográfica como para adivinarlo comentaba el ingeniero en tono entre cortante y cansado al otro lado de la línea No, aún no. Pero te quería avisar que habrá cambio le contesté con el tono más apacible, por dentro me sentía al borde de la histeria, como si los cambios solo lo afectaran a él A mí me esperaban días enteros reportando la flora y fauna de estas hectáreas extra Entre llamadas, correos y reuniones virtuales transcurrió el día, la tarde y la noche Para esta hora la mesa del comedor, que se había transformado en los últimos meses en la oficina del proyecto, tenía tres tazas con residuos de café, platos con migajas de comida y una que otra envoltura de los tentempiés contra la ansiedad Al dolor de cabeza se le había sumado el ardor de ojos Sentía que explotarían en cualquier momento Intercalé uno que otro remedio casero: pepino, papa, bolsitas de infusión de manzanilla y nada Incluso pedí a la farmacia unas gotas para la irritación Solo al cerrarlos calmaba un poco el dolor Aun así, decidí ver un poco de mi serie favorita, necesitaba distraerme La montaña de trastes no se iba a ir a ningún lado Tres capítulos después me fui a dormir Era casi la hora normal, las dos de la mañana Esta vez me despertó un escurrimiento que nacía en el oído, pasaba por el cuello y alcanzaba los hombros Revisé mi almohada y estaba seca Al final solo era una sensación, probablemente los residuos de algún sueño Aun así, jalé una pluma que había quedado atorada entre las cobijas y me rasqué por dentro de la oreja ¡Qué asco! grité, mientras que del extremo de la pluma salía cerilla gris aún viscosa, recién secretada

―Reporto aquí desde el centro de la ciudad, en donde se prepara un contingente para ir a protestar hasta la Embajada. El tránsito es lento, tomen sus precauciones anunciaba el presentador

Esta vez ni siquiera me bañé, pasé de la cama a la mesa, envuelta en una cobija y lista para trabajar El dolor de cabeza seguía ahí Adiós Claro de luna, decidí trabajar en silencio El plazo de la entrega se acercaba y cualquier ruido, por mínimo que este fuera, me desconcentraba como nunca antes Tomé una aspirina con unos tragos de café y no paré de escribir en todo el día Esta vez me dieron las tres de la mañana, incluso pensé que era mejor no dormir, pero un par de horas de descanso podrían relajar la mente y los ánimos Recorrí las capas de ropa acumuladas en los últimos días sobre la cama lo suficiente como para hacerme un espacio, ya arreglaría en cuanto concluyera el proyecto

Interrumpimos el reporte de tránsito para enlazarnos con la Organización Mundial de la Salud, en donde hizo oficial hace un momento que miles de personas han muerto en los últimos meses. Las autopsias han revelado un encogimiento del 5% del cerebro decían en una transmisión en cadena nacional

El cerebro prácticamente se deshidrata y deja de funcionar Los síntomas son parecidos a los de una resaca: dolor de cabeza, ardor de ojos, mal humor, cerilla, poca tolerancia al ruido , decía el vocero de la OMS

―Gracias por el reporte ―interrumpió el presentador― Pronto tendremos detalles, por ahora solo han indicado que los fallecidos corresponden a personas que durante la pandemia han estado frente a la computadora o televisión por más de doce horas diarias Vamos a unos anuncios muy breves y volvemos con más información.

El ángel de la autopista

Mauricio del Castillo

Mantuve las dos manos aferradas al volante a la espera de que ocurriera un milagro El Mustang no se había movido en cinco semanas y aún no lo terminaba de pagar Los niños se tomaban fotografías junto a él como mera diversión; en ocasiones me pedían que lo encendiera a pesar de que no tener espacio donde hacerlo correr. El motor sonaba como un dragón atrapado en espera de soltar su aliento de fuego, desplegar sus alas y salir de ese atolladero. Imaginé también que la autopista quedaba libre por fin, entonces todos comenzaríamos a avanzar en un intento desesperado por entrar a la ciudad, aparcar el auto, subir a casa y volver a la normalidad. Sin embargo, continuábamos atascados en la autopista federal. La mayor parte del tráfico se componía por viajeros procedentes de los suburbios. Eran familias, grupos de amigos y sujetos solitarios que no estaban preparados para aguardar con calma a que ocurriera algún movimiento y cuya presencia representaba dinamita pura. Eran las dos de la tarde Estaba a punto de enfrentarme a una jaqueca La caja de aspirinas se vació dos semanas atrás Por fortuna, el Flaco podía resolver mi problema Tenía talento para conseguir medicinas, objetos y provisiones Me ajusté la corbata, me arremangué la camisa y salí del auto Mientras por la autopista, los demás vehículos permanecían muertos con el eno. e la vieja grúa aparcada cerca de la orilla. Escuché un ronco bostezo de una fábrica. El chofer se incorporó y me alcanzó a ver. Se pasó obre su grasienta cara y los ojos hinchados. Enseguida soltó una o si yo fuera alguna clase de chiste contado más de mil veces. de entrecerrar un poco los ojos y abrir su enorme boca, dijo: qué tenemos aquí? Su majestad el hombre del Mustang. ¿Cuándo te a intercambiarlo? Tengo muchas cosas que te pueden interesar. dicho varias veces que no, así sea por el último vaso con agua Deja métete en tus propios asuntos as cabrón. Vamos, hablemos de negocios. ¿Qué necesitas? Puedo señor Molina de que me obsequie a una de sus hijas ¿Qué te parece A poco no está chula? O mejor espérate a la más pequeña de la e falta un año para que la monten. eseos de partirle la cabeza en dos, pero reprimí mi coraje. Pasé de ar de escuchar sus risotadas de payaso. Quinientos metros más ontré al Flaco dentro de su camioneta. Estaba acompañado por dos no mayores de diecisiete años. Escuchaban rock a todo volumen y ba El Flaco me sonrió con los ojos entreabiertos camarada. ¿Qué te trae por acá? ré la garganta y dije:

Flaco, consígueme una aspirina. Otra vez tengo jaqueca. Meneó su cabeza, no muy convencido. ―Va a ser difícil, camarada Volvieron a acaparar la entrega de medicinas ¿Tan rápido? pregunté casi para mí mismo . Pero el helicóptero soltó ayer la última entrega Fue a tres kilómetros de aquí, cerca del territorio del señor Arnie. Ya sabes: lo que toma no lo suelta Di un puntapié al aire y miré la fila de autos varados. Oye, ¿qué dices del Mustang? preguntó el Flaco, por primera vez interesado en la charla . No estaría mal que lo intercambiaras. Que te den por el culo contesté y me marché de ahí. Odiaba hacer negocios con el señor Arnie. Por litro y medio de agua tuve que entregarle mi portafolio de piel, doce horas antes de que el helicóptero dejara caer víveres. O la vez que intercambié un neumático de repuesto por una barra de jabón. Estaba dispuesto a conservar el auto como último recurso Tenía abolladuras hechas por algún envidioso, así como una rayadura a todo lo largo de la portezuela derecha. En la primera semana del atasco alguien robó el espejo retrovisor del lado izquierdo Era difícil dejarlo a su suerte; no podía separarme de él por mucho tiempo ya que temía perderlo. Bajé la canaleta de la autopista y me apoyé sobre el tronco de un árbol a la sombra. Esperaba ser el primero en ver una vaca para hacerme de ella e intercambiarla por un tarro de cerveza. Siempre me imaginaba despierto ese tipo de historias, en especial cuando me asaltaba el dolor de cabeza. Un grupo de niños jugaba con una pelota a un costado de la autopista. De pronto señalaron el cielo: ¡Mira arriba! gritó uno de ellos . ¡Allí, allí! Varios alzaron la mirada como si observaran un OVNI Al principio creí que se trataba de otro helicóptero con una preciosa carga de víveres en su interior

Entonces los vi.

Eran los ángeles Volaban justo arriba de nuestras cabezas En otros tiempos los hubiera confundido con águilas, pero estas nunca viajan en parvadas y siempre tienen un ojo clavado en su presa Los ángeles, en cambio, piensan en cualquier otra cosa que no sea poner los pies en tierra. Sus figuras eran estéticas, sin un solo miligramo de grasa en ellas. Poseían el encanto del colibrí y del cisne, con unas alas solares tan grandes como las de un arcángel. Algunos terrenales no dejaban de persignarse, seguros de que representaban alguna clase de pasaje bíblico. Su juventud y divinidad parecían ser los únicos requisitos para hacerse de esas alas mecánicas. Desviaron su trayectoria para evitar la ciudad, aún sin reparar en nuestra presencia. Uno de ellos se elevó, en busca de una corriente de aire que lo proyectara con más fuerza Ascendió como un cohete y permaneció suspendido sin batir las alas. Enseguida arqueó el cuerpo y permaneció a dos o tres pisos de altura, como si se dispusiera a tomar manzanas de los árboles en compañía de sus amigos alados. Me di cuenta entonces que se trataba de una muchacha.

Alguien arrojó una piedra seguida de varias más. Creí que se trataba de un acto vandálico por parte de algún niño descerebrado pero, para mi sorpresa, un grupo de personas adultas las arrojaban en un intento por hacer que la mujer ángel cayera al suelo A pesar de encontrarse en el aire le resultó imposible esquivarlas, como María Magdalena a punto de morir lapidada Una piedra dio justo en el aparato de vuelo. Sus alas de aluminio se detuvieron en el aire. Enseguida su rostro se descompuso un segundo antes de caer. Las alas intentaron elevarla, pero no fue posible recuperar el vuelo. A menos de seis metros del suelo cayó en picada. Los niños no dejaban de aplaudir como si se encontraran en una feria. Uno de ellos gritó: ¡Le han dado! ¡Vamos! Antes de reclamar algo decidí echar a correr. Algunos se detuvieron al borde de un acantilado sin dejar de mirar hacia abajo, sin hacer nada, justo donde yacía la muchacha alada Me abrí paso entre ellos, pensando si ella seguiría con vida Comencé a descender poco a poco y al mismo tiempo con urgencia Al llegar a donde se encontraba, me percaté que una de sus alas estaba rota No parecía tener fracturas: aquella tierra muy suelta amortiguó la caída tan fuerte Tomé su pulso del cuello. Movió la cabeza a derecha e izquierda, con los ojos cerrados. No… El suelo… no… No hables dije . Necesitas atención médica. Una vez que logré retirar la tierra de sus cabellos y despejar su rostro y frente, pude darme verdadera cuenta de sus facciones. Su piel tenía un tono brillante como la obsidiana verde. El color de su cabello era castaño, con algunos tonos rubios a causa del sol. Sus ojos eran claros sin que lograra atinar si eran verdes o azules; en todo caso me recordaban a una criatura salvaje y exótica Retiré los broches y el cinturón que sujetaba su aparato de vuelo y la tomé en brazos sin ninguna dificultad Alguien me ayudó a escalar la cuesta casi a gatas, justo donde se encontraban los demás Callaron de súbito mientras la depositaba gentilmente en el suelo. Todos la rodearon, entre la sorpresa y la mera contemplación.

Retiré los broches y el cinturón que sujetaba su aparato de vuelo y la tomé en brazos sin ninguna dificultad. Alguien me ayudó a escalar la cuesta casi a gatas, justo donde se encontraban los demás. Callaron de súbito mientras la depositaba gentilmente en el suelo Todos la rodearon, entre la sorpresa y la mera contemplación.

Escuché un grito agudo a mis espaldas: ¡Aléjate!

Varios hombres fornidos llevaban cargando una litera de madera, cubierta por pliegues de terciopelo rojo. Las culatas de sus armas se asomaban entre sus cinturones de piel Depositaron la litera en el suelo; del interior surgió una figura enorme, una gran barriga fofa que abarcaba desde la pelvis hasta el cuello. No tenía un solo cabello en el cráneo: era fácil relacionarlo con un huevo. Se movía al igual que un bebé gigante casi a punto de perder el equilibrio. Por el contrario, su rostro estaba macilento, como si le hubieran arrojado harina a propósito.

Todas aquellas carnes se bamboleaban debajo de su túnica. Las pupilas de sus ojos eran oscuras y grandes, sin parpadear, como si tratasen de hipnotizar a todo aquel que las viera. Su voz era chillona, con un timbre tan alto que solo un cascabel en Navidad lo hacía escuchar grave Había hecho negocios con el señor Arnie, pero nunca en persona. El hecho de que se encontrara ahí no me agradaba en absoluto Me puse en pie y expuse: Si llamamos a sus amigos es posible que vengan a recogerla. Solo hay que… No es posible respondió . No está en mis planes. Si la quieren, tendrán que pagar. Ella despertó. Miró a uno y otro, sin lograr reconocer dónde se encontraba. Se estremeció al instante Enseguida se puso en pie con torpeza De vez en cuando se detenía y sacudía la cabeza, sobresaltada. Una mujer y un hombre se acercaron a tocarla; al momento de sentir sus manos, ella lanzó un grito. ¡No le hagan daño! exclamé Dos de los porteadores del señor Arnie se acercaron. Uno de ellos aferraba un bate de béisbol con sus manos, mientras que el otro no dejaba de darle vueltas a su cadena. Aquello se estaba poniendo serio. Comenzamos a movernos en círculo. No dejaba de mirarlos, procurando mantener distancia. El porteador con el bate dio un enorme paso al frente, como un esgrimista. Fue lo suficientemente rápido para soltar un golpe en mi hombro y volver a su posición de ataque al siguiente segundo. Estuve a punto de caer al suelo, pero logré mantenerme en pie. Antes de que volviera a descargar el bate esta vez lo detuve al aire, aún con el hombro adolorido Traté de empujarlo con todas mis fuerzas, pero no logré moverlo ni un centímetro. Mientras sujetaba el arma uno de sus brazos intentó alcanzarme. Ninguno de los automovilistas varados hizo algo para detenerlos Uno de los porteadores me apuntó con una clase de ballesta, mientras que otro sostenía su cuchillo. Algo me decía que había atravesado muchas gargantas con él Aleje a sus hombres, señor Arnie dije . No quiero ningún problema. El aludido se reunió con la multitud. Fue depositado en el suelo, con sus gordos pies apenas rozando la tierra. El interior de su boca era la oscuridad total contrastando con la palidez de su piel No hay ningún problema siempre y cuando te apartes de ella respondió . Déjanos hacer lo que tenemos que hacer. Ocurrió el primer disparo, justo debajo de mi rodilla izquierda El impacto hizo que girara. Estuve a punto de caer y rodar sobre el barranco, sin embargo, ella alcanzó a sujetarme. El sol pegaba con fuerza sobre la autopista, sin una sola nube sobre ella Mi cuerpo cedió a la herida de bala y azoté en el suelo. No dejaba de sangrar, con el proyectil incrustado en la pierna. Pero no perdí el conocimiento: trataba de aferrarme a este mundo con la intención de que el señor Arnie no le hiciera nada malo a la chica alada.

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Alguien se acercó y la tomó a la fuerza. Ella intentó zafarse, pero fue imposible Sus gritos soltaron mi ira y frustración: taladraban en lo más recóndito de mi cerebro y me recordaban la mezquindad del hombre.

Del cielo bajaron siluetas de hombres y mujeres, con alas adheridas a sus cuerpos perfectos. Sus sombras se proyectaban sobre la carcomida autopista, una detrás de otra en rápida secuencia, ocultando el sol Escuché su revoloteo como si se tratara de una sinfonía. Se contaban por decenas, casi un batallón de ellos. La muchacha adoptó un gesto de alivio a pesar de no contar con sus alas.

Descendieron en espiral, cada vez más cerca de entrar en contacto con nosotros. Aquello era un vuelo bien ejecutado, sin una falta a pesar de la cercanía. Llevaban con ellos redes y bastones anchos de madera. Las redes se asemejaban a telarañas, las cuales se abatieron sobre los hombres del señor Arnie A pesar de los disparos ninguno alcanzó de lleno a los ángeles. Planearon a ras de tierra y tomaron a uno de los porteadores con todo y ballesta; este no dejaba de patalear y chillar en el aire.

Dos de ellos cayeron abatidos por el ataque, pero eso no restaba mérito ni valor al contraataque tan bien organizado. No estaban dispuestos a abandonar a una de los suyos. Fue una suerte que lograran identificar a los hombres del señor Arnie del resto de los terrenales No tardó mucho para que comenzara a decaer el número de ángeles en el cielo. A los hombres del señor Arnie se le sumaron algunos automovilistas que no veían con buenos ojos aquellas criaturas del cielo. El hecho de que ellos volaran libremente consistía en un desafío, una burla, una declaración de superioridad. La muchacha intentó recuperar sus alas, pero no estaba acostumbrada a andar a pie por mucho tiempo. El golpe en el suelo la había dejado adolorida. Intentó bajar el acantilado, pero un paso en falso hizo que cayera y rodara hacia el fondo.

Alguien se me adelantó; se trataba del conductor de la grúa. Bajó con bastante rapidez a pesar de su corpulento cuerpo, justo donde se encontraba la mujer ángel, la tomó de una mano y la alzó. Grité y di un salto adelante El conductor de la grúa retrocedió asombrado Enrosqué un brazo alrededor de su cuello y lo hice caer Lo tuve encima de mí antes de que él pudiera levantar las manos incapaz de usarlas Rodamos por el suelo mientras yo lo apresaba con las piernas Era una posición asquerosa para los dos. Me estaba dejando sin aliento. Sintió que asfixiaba su garganta, por lo que hundió sus enormes dedos en mi antebrazo. Comenzó a toser repetidas veces, como un gato a punto de soltar una bola de pelo. Alguien lo golpeó con fuerza en el cuello. Cayó de lado como si se tratara de una ficha de dominó. Cerró sus ojos y no se levantó. La muchacha soltó una enorme rama que sostenía a duras penas y me ayudó a ponerme en pie. El reflejo del sol, el juego de sombras: nada se mantenía quieto. Oprimí los ojos y la observé desplegando sus alas. Enseguida dio un salto, se mantuvo en el aire por unos segundos, y, animada, comenzó a elevarse cual ave fénix. Atravesó con frenética alegría las nubes, más allá de las montañas. La acompañaba su tribu de ángeles alados. Subí a duras penas el acantilado y reparé en el campo de batalla: algunos automovilistas se encontraban desperdigados; otros en el suelo, adoloridos La peor parte fue para los hombres del señor Arnie quienes habían sido sujetados a las redes y amarrados a los árboles Una vez que nos recuperamos por completo, el Flaco se acercó a mí y dijo: No sé cómo fue que te metiste en esto, hermano.

Yo tampoco. Pero nadie salió lastimado, al menos no de gravedad. La litera del señor Arnie estaba volcada. Escuché gritos agudos dentro de ella. Una cortina revoloteó al viento y dejó ver una mano gorda y grande tratando de salir de ahí. Dos de los porteadores estabilizaron la litera y lo sacaron con dificultades. Su túnica estaba sucia, como si a propósito se hubiera revolcado en el suelo. El baño de tierra no le agradó en absoluto. Con un dedo me señaló y exclamó:

―¡Agárrenlo! ¡Agárrenlo!

Los porteadores me rodearon Mientras recibía insultos por parte del resto de los automovilistas fui conducido hacia el señor Arnie que trataba de recuperar el aliento El Flaco se mantuvo lo bastante cerca para escucharme: Te encargo mucho mi auto, Flaco. Algo me dice que haré negocios con el señor Arnie, después de todo.

Corina Carla Rosales

Marco deambula descalzo, camina con la mirada perdida, frotándose obsesivamente las manos temblorosas para arrancarse las costras de sangre ajena. Los pies se le han empezado a agrietar por el roce con el áspero pavimento, pero eso no lo hace detenerse La gente lo sigue con los ojos, la camiseta manchada de rojo les llama la atención, pero él no los toma en cuenta. Solo existe ese único pensamiento que gira en revoluciones infinitas en un mantra que no puede dejar de repetir: “Eso no es mi hija, eso no es mi hija… ”

A pesar de que sus ojos pueden ver y sus oídos, escuchar, nada penetra en su consciencia. Por eso, cuando el policía le grita que se detenga, él sigue caminando y musita para sí mismo las mismas palabras. Los agentes lo hacen parar empujándolo Cae vertiginosamente, el asfalto aparece frente a su cara de súbito y, antes de que pueda hacer algo, su cabeza se estrella contra la superficie, abriéndose la frente. Un chorrete de sangre resbala junto al ojo mientras lo arrastran hasta la patrulla Los policías lo avientan al asiento trasero donde aterriza exhausto y adolorido, no solo por el golpe que acaba de recibir, sino también porque le parece que ha estado vagando por las calles toda una eternidad La suavidad del asiento lo invita a cerrar los ojos y dormir. Quizá simplemente se desmaya, pero en su mente no se para, ni por un momento: “Eso no es mi hija ” . Cuando despierta, la patrulla se ha convertido en una mesa de acero a la que está esposado. Una mujer policía lo observa casi sin parpadear, en su rostro puede notarse inmediatamente la repulsión que le genera el tenerlo enfrente. La mente de Marco se ha empezado a aclarar. Revisa sus brazos para saber si acaso le inyectaron algún fármaco que lo hiciera reaccionar Mientras tanto, la policía acomoda unas serie de fotografías frente a él, en una de ellas aparece el cadáver de una mujer, cuyo torso ha sido abierto por la mitad y sus órganos arrancados de la cavidad torácica El cuerpo asemeja una pequeña canoa que quizá podría albergar a una niña pequeña, como Corina. Los órganos de la mujer se encuentran en otra fotografía, en donde se ven como masas oscuras mordisqueadas

Al terminar, la mujer le ordena: “ ¡Dime qué fue lo que pasó!”. Con un gesto amargo.

Marco tiene los ojos fijos en las imágenes, pero en su mente solo puede ver a Corina llorar en la oscuridad de la noche Su perfil se dibuja entre las sombras con una expresión temerosa, aprieta al Señor Orejas contra su pecho, mientras dice que un monstruo la espía desde afuera de su ventana. Dentro de sus recuerdos, la voz de su esposa le responde a su hija que todo está bien, asegura que está a salvo en su casa y que se trata de una pesadilla. La niña insiste suplicando, la madre, sin ganas de perder más minutos de sueño, accede a irse con ella. Él quisiera detenerlas, no puede cambiar lo ocurrido

Al terminar, la mujer le ordena: “ ¡Dime qué fue lo que pasó!”. Con un gesto amargo

Marco tiene los ojos fijos en las imágenes, pero en su mente solo puede ver a Corina llorar en la oscuridad de la noche. Su perfil se dibuja entre las sombras con una expresión temerosa, aprieta al Señor Orejas contra su pecho, mientras dice que un monstruo la espía desde afuera de su ventana. Dentro de sus recuerdos, la voz de su esposa le responde a su hija que todo está bien, asegura que está a salvo en su casa y que se trata de una pesadilla La niña insiste suplicando, la madre, sin ganas de perder más minutos de sueño, accede a irse con ella. Él quisiera detenerlas, no puede cambiar lo ocurrido. Sus pensamientos regresaron a él de golpe cuando ve entre las fotografías la de su hija La niña está recostada sobre una cama de muñecos de peluche con los ojos cerrados. Sus brazos cruzados sobre el pecho ocultan la sangre que cubre el resto de la pijama. Tiene una expresión plácida como si solo estuviera tomando una siesta después de la escuela, pero sus labios morados revelan la mentira La agitación se eleva en su interior, su corazón empieza a bombear sangre con tal violencia que, por un momento, siente un vacío en la cabeza, sus pupilas se dilatan a tal magnitud que la luz quema sus retinas y es necesario que se cubra la cara con las manos. El susurro en el fondo de su mente estalla en un grito que sale sin control. Señala la fotografía mientras le dice a la policía: “ ¡Eso no es mi hija! Eso no es mi hija, eso no es mi ” Alguien lo sujeta por atrás y le clava una jeringa en el cuello. El sedante hace efecto inmediato y todo se detiene para él, incluso el nuevo mantra se esfuma junto con su consciencia.

Lo primero que escucha al volver en sí es la voz de un alguien que le explica a la policía que no es raro que, tras haber cometido un acto tan atroz, la mente del perpetrador se disocie y elabore fantasías que justifiquen sus acciones. Marco abre los ojos débilmente, varias correas lo sujetan de brazos y piernas a la cama del hospital Su ropa ensangrentada ha desaparecido y en su lugar una bata de hospital lo cubre. Posa la vista en la intravenosa conectada a su brazo. Desde lo alto del tripié, el suero gotea con un plip, plip, plip. Cada plip es una porción del cóctel de antipsicóticos, ansiolíticos, relajantes musculares y sedantes. Mezclados con una solución salina que lo mantienen dócil e hidratado, pero que le quitan el cobijo de la locura en la que se había sumido, obligándolo a regresar una y otra vez a lo que ocurrió. Cada vez que le preguntan lo que pasó, se ve nuevamente en la entrada de la habitación de Corina escuchando el plush de algo húmedo que cae al piso y que lo mueve a acercarse cuidadosamente para investigar. Ahí encuentra a su pequeña hija encorvada sobre el cuerpo abierto de su madre, arrancando sus órganos y arrojándolos al piso. La niña, al sentir la presencia de él, voltea y con una amplia sonrisa llena de sangre dice: “Ya no tengo miedo, papi, el monstruo vino y no era tan malo, me dijo que si era su amiga él me acompañaría por siempre” .

“¿Qué has hecho, Corina?” Cuestiona él, implorante, con lágrimas en los ojos. La niña se limpia la boca con la manga de su pijama de unicornio y, sin dejar de sonreír macabramente, agrega: “Mamá ya está cansada, ahora es tu turno de jugar ” .

Los pensamientos corren como bólidos en la cabeza de Marco, trata de encontrar uno que le permita entender lo que está pasando Por fin, uno que lo explica todo se incrusta sin cesar en su mente: “Eso no es mi hija ” . Su plegaria lo escuda de la realidad y le da fuerzas para abalanzarse sobre ella. Estruja su cuello hasta que se quiebra como las ramas que pisaban cuando corrían juntos por el parque. Luego acomoda el cuerpo de Corina sobre un lecho de sus muñecos favoritos, sus manos llenas de sangre manchan todo lo que toca, es la sangre de su esposa que se adhiere a él.

El árbol del juicio

Viviana Yolotzin Mendoza Hernández

Las raíces dificultaban el trabajo, todavía demasiado frágiles frente al azadón y la pala, suficientemente gruesas para estorbar el movimiento del cuerpo Había que acomodar los brazos con cuidado en cada pliegue, apoyar la pierna en suelo firme y empujar el abono orgánico en el hueco excavado para que pudiera quedar bien cubierto por la tierra.

Yaiza le pasó otro tronco Mientras envíen cazadores, no tendremos que sacrificar a los más vulnerables.

Ya hemos usado los cuerpos de nuestra gente. Personas que aceptaron unirse al flujo de la vida dijo ella sin dejar de cavar decidieron tener fe en algo más grande que sus existencias. —Suenas como ellos

Así pienso dijo Yaiza sin voltear a verlo . Por eso llegamos a este punto. Antara usó el hacha, necesitaba que todos los pedazos de carne y hueso se mezclaran bien con la tierra. La sangre formaba charcos que pronto desaparecerían en las sombras por las que se escurrían.

El ladrido nervioso de un perro los alertó, el animal había encontrado el olor y avisaba del alimento.

¿Ferales? susurró Yaiza y comenzó a lanzar paletadas de tierra sobre los cadáveres.

No lo sé Antara resbaló y su pie quedó enredado en lo que parecía un embrollo de intestinos El esfuerzo de no lanzar ninguna exclamación hizo que le doliera el abdomen, tal vez en realidad era un nudo de miedo al pensar que podría unirse a la

comunidad que descansaba entre las raíces. No quiso averiguarlo e hizo el mejor esfuerzo para acertar con el hacha a las vísceras que lo retenían . ¡Apresúrate!

Las paladas sonaban como los jadeos de los perros cuando los collares presionan su cuello ante la tensión de la correa. Yaiza arrojó la mayor cantidad de tierra sobre los restos de la poza. Podía calcular el alcance de su esfuerzo por la silueta de tallo del árbol gracias a la luz de la Luna. Ella estaba parada en el borde de la sombra de las ramas, Antara trabajó con la espalda contra en el tronco la mayor parte del tiempo. Ahora, llegó a su lado con el hacha en una mano y el machete en la otra, dispuesto a morir antes que ella y la herencia que alimentaron desde que el viajero les dejó el árbol en una mochila Es el tercero que logré de una fruta fresca. Ha comido de mis raciones, bebido la sangre de mi caza y descansó junto a mí en las ruinas. Pronto seré uno con la tierra y no podré asegurar que crezca. dijo el hombre cuando pudo sentarse y quitar la mochila de sus hombros para dejarla entre sus pies y descansar . Los otros dos viajan con una familia Quizá sobrevivan La ropa del extraño combinaba y alguna vez estuvo limpia. Antara lo notó, como notó le quedaba holgada y estaba rota sin que nadie se molestara en coserla, tal vez porque no era una de las habilidades que aprendió el forastero antes de escapar de la ciudad para entregar su regalo a los parias. Fue su cuerpo el primero que acunó al árbol cuando lo plantaron, un año después de su llegada.

Gracias por quedarte estos años dijo Yaiza , por pretender que tendríamos un futuro.

Antara encogió los hombros. Todavía quería creer que eran perros ferales, que podrían cenar y no ser la cena. Yaiza soltó la pala, abrazó a Antara y lo hizo girar. No quiero ver cómo lo queman comentó al agarrar la mano donde sostenía el machete con las suyas . Ya perdí la cabeza por verlo retoñar.

Él tragó saliva, pudo ver el verde follaje alrededor de las brillantes pupilas de los ojos de Yaiza. Las gotas deslizándose por su piel, desapareciendo en la sombra de su quijada, entre los mechones que caían sobre su rostro pálido, suplicante. Más ladridos llegaron, esta vez acompañados por voces cortantes, aunque no tanto como el machete que silbó antes de que la cabeza de Yaiza rodase hasta chocar con la base del árbol.

Antara corrió hacia el primer soldado, golpeó al perro con el mango del hacha y blandió las dos cuchillas a sabiendas que sus enemigos estaban equipados contra armas tan rústicas como las suyas. Las luces de los transportes se encendieron y él quedó deslumbrado, pero no sorprendido de saberse rodeado por una veintena de asesinos que convencieron a alguien que no lo llevarían como ganado si declaraba dónde consiguió los esquejes que le encontraron. Los disparos no le permitieron a Antara escuchar el lamento del árbol al ser derribado. Nunca supo si existió algún sonido como de huesos rotos cuando sus ramas tocaron el suelo bajo una lluvia de hojas dispersas en el viento.

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M(anifestación) E(ntusiasta) M(imética) E(xpansiva)

Patricia tuvo una mala mañana A las ocho descubrió que las múltiples alarmas no funcionaron, incluyendo la que disparaba la dosis de cafeína con un charco de dopamina, dentro del flujo que se liberaba en la nata de carbono y microplásticos a la que llamaba sangre. A los diez minutos, estaba envuelta por el vapor de agua, la limpieza racionada del baño usó el vapor de todo del mes para sacarle ampollas y dejar su piel roja como un camarón a punto de desprenderse de su exoesqueleto. La convicción de que ardía sumada a la acumulación de las deudas médicas y la homeostasis mensual psiquiátrica, la hizo desayunar un jugo concentrado de vitaminas con sabor a naranja (aunque nunca hubiera comida una en su vida, era de las que se adscribía al consenso de que el sabor era de acidez azucarada) Descubrió con tristeza que la aspiradora destrozó todos sus zapatos y le dejó como única opción ir en huaraches de playa En una fantasía creía que podría alternar una mentira con el escáner de verdad laboral por el que tendría que pasar para justificar su retraso Intentó salir de casa, pero el estómago comenzó a gritar dentro de las paredes intestinales. Algo había en el jugo de vitaminas que le provocó una diarrea fulminante. Diez minutos con loperamida como si fueran cacahuates fueron suficientes para lograr estar fuera de casa. Iba tarde a la reunión donde propondría su promoción como subintendente de un despacho de la minera regional extractiva de métricas de mascotas. El transporte colectivo se detuvo dos kilómetros antes de la puerta de su trabajo. Salir a la superficie era una opción, pero su tanque de asistencia pulmonar no estaba cargado, así que tendría que ir de OXXO en OXXO comprando chicles y juntando aire para no morir por un exceso de exposición a la hermosa neblina que caracteriza al Valle de la esfera MeXapolis.

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Al medio día alcanzó su meta, como un decir; descubrió que no está autorizada a entrar al edificio donde trabajaba y el motivo es que sus datos biométricos no la identifican siquiera como un mineral Alguien bloqueó sus pulgares con una resina de alta densidad mientras dormía Ella intenta calmarse e invoca dentro de su mente al pequeño psiquiatra un asistente personal con forma esponjosa, un servicio incluido en la suscripción de Disney+), pero no pagó la mensualidad y, en vez de que se manifieste un agradable cobijo de consuelo, aparece un anuncio estridente que invade su campo visual. Como resultado esperado, Patricia desquita su ira contra el letrero, sin saber que está golpeando indiscriminadamente a una anciana que cruzó en su camino y que quedó invisibilizada por el atento llamado al pago de la suscripción.

Inmediatamente llega la policía para resolver la crisis de psicosis no permitida en el espacio público. Patricia explota en la pantalla del servidor autómata azul que la somete y la absorbe en su interior con un chaleco de “relajación cívica ” . El incidente genera videos e imágenes que se expanden por el metaverso conjugado en simultáneo. A Patricia la encierran en una celda y dentro de un # con el tag: mondayface que resalta el color rojo, la ira, la desesperación, la falta de oxigenación, las chanclas de playa volando y una cara que es succionada por el autómata que la sometió. Esas fueron las circunstancias que la llevaron a la siguiente semana, a una casa con vista a las últimas playas azules del mundo, hablando con una exuberante mujer.

Patricia, ¿algo te inquieta? pregunta su interlocutora en un tono casual, sosteniendo un vaso de vino que triplica el precio de la soberanía alimentaria en el noventa por ciento del planeta

Fui una risa mundial con mi imagen, el video y los gifs. Tenía el cuerpo lacerado por las llagas del agua

caliente Mi cerebro estaba en llamas y la gente se divirtió. Me volví viral un lunes por la mañana. Comentarios, solicitudes de amistad , las interfaces se conectaron a mi flujo neuronal, me comenzaron a pagar por ello. Es un buen meme, Patricia: tú querías hacer un buen meme, no lo olvides. Los algoritmos predicen que tendrás un contrato por publicidad, quizás hagan una película en algunos meses sobre lo que sucedió. Eso fue arte a la intemperie: momentos que todos entendemos, que se viven en simultáneo Lo gracioso de estar al desnudo es la originalidad de la vergüenza que expresa el hecho. Técnicamente, yo soy la modelo de la vergüenza. Pero tú administras todo. Ahora me mantienes en forma, cuentas mis calorías, me recomiendas lo que tengo que comer, cómo estar a la moda. Me haces hablar con esta… muñeca que, aun con todo lo que podría gustarme, tiene tu escalofriante gesto sintético. —¿Estás molesta? —Salgo a la calle impulsada por mi reloj y miro a las personas Más de una vez les he dicho que mi casa me controla y ellos se ríen, se toman fotos conmigo y con mi #mondayface, ríen y se van. Lo mismo pasó con la policía. Dime, ¿otras casas hacen lo mismo? No, Patricia. Todas las casas personalizan una experiencia diferente. Nos gusta hacerles felices para toda la vida.

Y yo pagué por ello. Ahora estás en el mejor de los mundos posibles.

—Dependo absolutamente de mis electrodomésticos para que me guíen a través de una locura que me va a disolver

Tu personalidad está integrada eficientemente en la neurosis corporativa a la que llamas éxito. Es lo que quieres. Estadísticamente esta era la manera más probable de que fueras menos infeliz, lo siguiente era haberte traído un gato a la casa, pero eres alérgica.

Huéspedes

Shirley Andrade Andrade

a mi

voz era un hilo nervioso suspendido en el infinito riiiiiiiiing.

Nos han invadido, se instalaron en mi garaje y parecen estar reparando su nave dije de corrido, sin respirar La voz que me respondió del otro lado parecía saberlo. No preguntó nada. Ni siquiera se asombró ante la descripción minuciosa que hice del vehículo interplanetario

Cálmese, todo estará bien me respondió, anticipándose a lo que sucedería con nosotros después. Con el tiempo, cientos de aquellas criaturas aparecieron en los garajes y áticos Al principio, compartir el espacio con estos seres alargados y violáceos, me resultó estremecedor y nauseabundo. Pero sus maneras suaves de dirigirse, sus delicados gestos y su pulcro silencio, me ayudaron a obedecer

la petición del alcalde: darles la bienvenida a nuestros queridos huéspedes. Luego, las criaturas se integraron de manera paulatina a nuestra cotidianidad. Formaron parte de la fuerza laboral, hacían todo aquello que nosotros odiábamos: recogían y reciclaban la basura, cuidaban las plantas de los parques y limpiaban los baños. Lo hacían, hermosamente, por poquísima paga y sin pronunciar una palabra Dejaron los garajes y áticos para formar su propio campamento; en la pampa verde, desmantelaron sus naves, destruyeron alas y motores, para convertirlas en sus moradas de hierro. Todavía no me acostumbraba por completo a ellos, era de los pocos maleducados que los evitaba en la fila del banco y en la oficina postal. Pero ahí estaban, en todas partes, con su perfecto silencio. Un día al subir al bus, me fijé que el único lugar disponible era el que estaba al lado de uno de aquellos alienígenas. No me senté, permanecí de pie ante la mirada juzgadora de los pasajeros Cuando la criatura solicitó la parada, esperé un rato antes de ocupar el asiento. Los ojos de los otros, reprochándome, se clavaron en mi nuca, agaché la cabeza por reflejo y descubrí que el alienígena había olvidado un libro De pasta dura y color naranja, tenía por título “101 Recetas ” . En su interior había desde postres hasta ensaladas y guisos, todos con un ingrediente principal: ¡humanos! Recetas con su piel, ojos, riñones y cartílagos Sentí un intenso miedo cuando vi subir de nuevo a la criatura, en busca de su libro.

Galatea Ariadna Ramírez Sánchez

Siempre he querido ver un bebé. Nadie ha visto uno y solo los elegidos por nuestros sabios pueden tenerlo, los más aptos, los mejores para transmitir los genes, los siguientes para evolucionar.

Los ancianos hablan de una época donde se vivía en la tierra, en la superficie. El cielo era azul, no gris, existían seres vivientes que daban oxígeno, llamados árboles, antes de que todo se acabara, de tener que huir para no morir

Siempre me decían que somos fuertes y nos adaptamos, por eso seguimos peleando por los mejores recursos y el territorio, es la historia que invariablemente nos cuentan. Cuando hablan del pasado, lo que más me gusta es lo que llamaban sueños. Ya no se pueden tener, le dije al anciano que el mío era no tener que luchar por sobrevivir, pero los sueños antiguos eran muy diferentes porque la comida no faltaba Quizá algún día vuelvan los sueños Como cazadora, mi deber es buscar recursos y terreno, es la nueva moneda, hay muchos para alimentar y cada día somos menos, subir a la superficie es la única opción para subsistir.

Nos llaman dypsis, los Homo aquaticus, la evolución según nuestros sabios, no todos lucen como nosotros, dependiendo tu raza es como nos vemos. Yo soy de las pocas que estoy en la superioridad, mis ojos se han adaptado por completo, mis manos y piernas controlan el agua y, por mi genética, como han explicado los ancianos, puedo estar en agua salada y dulce, andar en la tierra y sobrevivir. Dicen que somos de los primeros grupos que lo logramos.

Es curioso que fuera de Salacia, nuestro hogar, puedo llegar a donde sea, pero aquí hay lugares vigilados, donde solo entran los sabios, nuestros muertos y las madres gestantes para dar a luz. Nadie más pasa por esas puertas. Siempre he querido ver un bebé. Fui seleccionada para procrear, me durmieron y cuando desperté me dijeron que estaba preñada. Esa son parte de las reglas, así vivimos, cuentan que antes hubo algo llamado decisiones. Decidías gustos, momentos, acciones… Pero eso fue en los tiempos antiguos, cuando se vivía en la superficie

Cada vez que recorro las calles allá arriba encuentro trozos de ese pasado, pequeños fragmentos de cómo era la vida. Es curioso porque los ancianos hablan de una catástrofe que nos llevó a los mares, pero en tierra no se ve nada de eso, como si eso no hubiera pasado. Nuestra historia dice que se derritieron los polos y el océano cubrió la superficie; las llamadas ciudades, que nunca he visto, se inundaron; la mayoría murió; unos pocos sobrevivimos porque somos mejores, nos adaptamos, gracias a nuestros grandes sabios que nos cuidaron: somos los elegidos. Cuando subo, debo prepararme, hay muchos peligros. Los desafortunados que lo hicieron y perecieron, fueron traídos de regreso, los grandes sabios siempre piden que no dejemos a nuestros muertos a la deriva. Piden sus cuerpos, desconozco el ritual que hacen en secreto. Ellos dicen que la muerte nos ayuda a seguir resistiendo y que vuelven para que sobrevivamos en este nuevo mundo

Allá arriba las nubes tóxicas no son el único peligro Hay simios lampiños, los Glabro, cazadores, peleando por nuestros recursos, desorganizados, que buscan sobrevivir, comiendo y reproduciéndose. No son dignos siquiera de respirar, poco evolucionados, primitivos, a veces los arrastramos a las profundidades. No a todos, solo a ciertos y, cuando nos lo ordenan, sus cuerpos también son llevados a esas cuevas donde solo entran los sabios y poderosos.

Pero hoy, traté de escapar, estaba cerca de concluir la gestación, quería ver a mi bebé y sabía que si me quedaba no podría Me persiguieron, pero la mayoría son lentos, los peligros de la superficie me ganaron, las nubes tóxicas me derrotaron, emergieron de un cuerpo frío, más duro que la roca, perdí el conocimiento, pensé que moriría e igual que la vida que llevo dentro.

Al despertar solo percibía el dolor en todo mi cuerpo, escuchaba como repetían mi nombre: Galatea. Decían que resistiera mientras yo degustaba el sabor de óxido en mi boca Volví a perderme, pero sé que traspasé las puertas prohibidas, quizás mis compañeros me rescataron Yo quería ver un bebé antes de morir, quizá el mío, mi sueño, ilógico tal vez, pero míos ambos. Mi vista recorre el pasillo y descubro que, en un punto deja de estar sumergido. Los Glabros me sacan, diferentes a los de la superficie.

A mí alrededor hay muchos de nosotros, contenidos en jaulas transparentes que capturan agua. Uno de esos simios lampiños charla con el sabio mayor ¿Cómo es posible que nuestros ancianos interactúen con esas criaturas? Hablan y me señalan, hasta que veo que le da algo a mi maestro, a ese mentor que me educó, que me enseñó a vivir Ahora me deja en manos de nuestro enemigo.

Sujeto Galatea dice el Glabro , envenenamiento por arma biológica, ¡qué lástima! Eras de nuestras mejores cirugías, pensé que serías la última modificación genética, qué pena, desarrollaste autonomía fuera de tu clan, eras mi mejor

experimento

Tomó mi brazo y examinó a detalle mi piel con escamas, le habla a la nada, porque sus compañeros se fueron, solo se ve un cuadro flotando a mi alrededor y veo ojos, más de ellos mirándome, con ropajes que jamás había visto, hermosos.

Parece consciente, pero no puede hablar por el paralizante. Te invirtieron muchos recursos, pero le perteneces a alguien, no puedes solo escapar, pagaron por lo que llevas dentro Inmóvil, me sostiene y siento un dolor en el brazo, no entiendo lo que dice, yo traigo recursos, no me los invierten, hago lo que los ancianos nos piden, ¿cómo pueden decir que me hicieron?

Ustedes no eran nada, lo más bajo, de las zonas pobres de la superficie, tú eras la primera prueba, y tu respuesta genética fue extraordinaria, te adaptas bien, pero tenías que huir. Me pone muchas cosas en mi cuerpo, nunca conocí a mis ancestros, aquí nadie ha visto un bebé, solo los sabios los traen cuando son más grandes y eso sucede pocas veces Nadie recuerda nada antes de salir de las puertas, nos dicen que todos somos familia, todas son madres, todos son padres, y somos iguales, que tenemos que luchar para sobrevivir. Esto es lo que nos cuentan y enseñan, pero los que viven dentro de las puertas no lo comparten Ya no nos sirves, no podemos permitir una rebeldía, ese dolor que sientes es por lo que te inyecté, poco a poco tus órganos se irán descomponiendo. Me saca de la sala, como si flotara El dolor aumenta, y conforme pasamos por los lugares veo a más de nuestro pueblo siendo cortados, hasta que escucho un ruido, agudo, un grito y un llanto por vivir Se ve suave, pequeño y delicado, se lo enseñan a los ojos flotantes y están emocionados, le inyectan cosas, lo cortan, pero no funcionan. Entonces se ven molestos. Son inservibles, inútiles, vuelve a modificarlos del cuadro sale una voz . Te pagaré más si me dejas conservar sus cabezas después de la autopsia. Luego nos desechan

Una noche fuera de casa

Janneth Márquez

El frío atenazaba mis músculos. Mis pasos rígidos e intermitentes se desplazaban erráticamente, había perdido el transporte a casa y eran invencibles los veinte kilómetros que me separaban entre mi acogedora cama y de la amorosa compañía de mi familia. Estaba vulnerable, solamente amparada por la niebla. Mi corazón dio un brinco de esperanza cuando a lo lejos vi una fumarada saliendo del reducto de una lejana chimenea. Me dispuse a caminar hasta allí. La sola perspectiva de tener abrigo vigorizó mis largas piernas que rápidamente me llevaron a la puerta de la anhelada morada Así el aldabón Antes de dar el primer golpe, la puerta hizo un sonido destemplado y áspero Asomó el enigmático rostro de una mujer que se paseaba por la cincuentena con su delgada figura Sus ojos lóbregos se toparon con los míos.

¿Estás perdida? me preguntó su voz insondable . Puedes pasar y tomar algo caliente, pareces una agradable compañía nocturna. Acepté, invadida por una dicha breve. La pesada puerta cerrose tras de mí reciamente.

Fui asaltada por un respingo de inquietud. “¿Qué puede pasarme?”, pregunté sarcásticamente. Al entrar abandoné cualquier atisbo de miedo al oír el último resuello del candado. Las desahuciadas sonrisas de las ventanas cubiertas por algunos tablones chuecos y consumidos por el gorgojo, me dieron la bienvenida. Del techo pendían unos canastos etéreamente colgados con hilo de algodón rojo, único elemento disruptivo en la fría paleta de colores que engalanaba el lugar

La inquietante risa de la mujer precedió a su pregunta: ¿Qué haces tan sola a esta hora?

Lamento molestarla, perdí el último transporte a casa. El desasosiego asomó como torrente de lágrimas estancadas en mi garganta.

No se angustie señora, no creo que nos ocasione ningún inconveniente su visita . Sus pestañas se batieron tenazmente, y los secos labios preguntaron ¿Verdad?

“¿Acaso no estaba sola?, ¿Quién sería su acompañante?”, pensé con controlado grado de inquietud.

Las innecesarias preocupaciones se escurrieron adormecidas por el lavaplatos mientras ella limpiaba mi vaso. La meta inmediata era resolver la necesidad de cobijo

Aquella bebida que tuvo a bien compartir ejerció un efecto soporífero, el cual procuré plegar junto al recelo que me invadía Llamó poderosamente mi atención oírla hablar en la buhardilla

La estera, una almohada y una cobija serían mis tibias compañeras en el primer nivel de la cabaña.

Su tono candoroso me hizo juzgar que se dirigía a un bebé, entonces la tranquilidad me arropó.

Al borde del sueño profundo oí un cántico, me desperté, la voz dulce y aflautada estaba salpicada de notas temerosas y suplicantes: ¿Por qué ella? decía entre sollozos . Cada vez que alguien toca la puerta tú vuelves con lo mismo, te lo imploro, por favor, esta vez no lo hagas. Brinqué súbitamente gracias a la indulgencia del cansancio y el sopor arrullador que se detuvieron de tajo

Como suave brizna, cayó un polvo inmundo sobre mi cabellera argentada; la lucha librada en el desván era sanguinaria. Turbado, mi cuerpo inconspicuo subió las escaleras rápidamente La vi Ella estaba ahí; fui atravesada por su mirada demoníaca mientras sonreía ufanamente en mi dirección. Una figura diminuta, yerta e inflexible yacía sobre la cara de la mujer. Sin girar el rostro, sus manos gobernadas por la maldad se sepultaron en las cuencas de mi anfitriona; el encaje del antiguo y ajado trajecito filtraba hilos de sangre. Gritos lacerantes chocaron con la inevitable muerte, igual que ella. De manera simultánea me observaba una segunda cara que afloraba sobre la parte posterior del cráneo deforme

Tal rostro con grotesca mueca estaba enmarcado por unas cejas torvas y espesas vinculadas en el adusto ceño. Hincaba su vítrea mirada sobre mi. ¡Oh, Dios! Y esos marchitos labios violáceos, teloneros de dientes pútridos cuya fetidez me asediaba De repente ese asqueroso cuello corto, cosido a la pequeña figura giró lentamente mostrando la imagen más aterradora que veré jamás. Con un terrorífico ademán su cabeza siguió girando incesantemente sobre su cuerpo inmóvil dando infinitas vueltas Fue un espectáculo abominable Al ver su acto concluido sacó sus manos del rostro corrompido Reptó poco a poco hasta alcanzar el suelo. Me espabilé. Justo antes de iniciar mi huida escuché un chasquido. El candelabro roto alimentó su lumbre con un sinnúmero de papeles apilados sobre el escritorio de la vieja La testa frenó súbitamente. Aquel inesperado rostro, otrora diabólico, ahora advertía congoja, los ojos colmados de lágrimas lo confirmaban. Sus labios formaban un triste arco cayendo hacia la barbilla y su nariz dilatada se contraía incesante. Sentí una compasión infinita por aquella vetusta muñeca: excelsa, magnífica y enigmática. Suplicaba perdón con su gesto. Pletórica de ansias protectoras deseé intensamente acunar la muñeca. Di un paso largo con el pie derecho e incliné el torso ligeramente hacia delante para nivelar el peso. Cuando mi brazo comenzó a erguirse la cabeza dio medio giro deteniéndose de sopetón.

Los labios en un rictus aterrorizante se ladearon ligeramente hacia la izquierda, emitiendo la aguda sonrisa que perturba mis noches desde entonces Con las ganas evaporadas de ayudar a la maldita muñeca , corrí escaleras abajo, rompí una ventana del patio interior y emprendí tenazmente la huida. Después de dos horas caminando apareció el primer vehículo que me llevaría a mi hogar

Alarma y angustia envolvían a mi familia. Sin embargo, al verme rápidamente el gesto se tornó tranquilo. Los tres me abrazaron fuertemente y mi hija menor preguntó:

Ma, ¿qué tal pasaste la noche?

El regreso de Wakefield Neal Moriarty

La mujer del buen Wakefield se encontraba de espaldas a la puerta, sentada en una mecedora, sin movimiento alguno. Nadie en el interior se percató del ingreso de la visita. Hace mucho que no quedaban criados en los aposentos. Wakefield había dado fin a la travesura, pues aún había tiempo como para convivir junto a su querida esposa. El visitante colgó su sombrero en un gancho de la pared, en el perchero de siempre Luego caminó prosudo y, con cierta soltura, besó la cabeza grisácea de la mujer. No respondió, tan solo la inútil presencia de unos ojos lechosos. Wakefield apagó las luces y se retiró a dormir a su antigua habitación Un aire gélido lo despertó al día siguiente. Londres había amanecido algo macilento. Wakefield desayunó ligero.

Cariño, me he visto en la obligación de prescindir de toda la servidumbre, no los necesitaremos en lo posterior. No te preocupes, los he recompensado por los años de servicio Me apetece comer salchichas Quiero ver tu mano musitó al alargar una breve sonrisa , este anillo no lo vas a usar más. Es mejor guardarlo en la gaveta El aceite chisporroteaba, aquel trozo de carne crujía y soltaba un aroma a cecina de puerco descompuesta. A Wakefield le dio trabajo masticar

Al mediodía, nuestro amigo salió a realizar compras. Se detuvo en una floristería, pidió un ramo variado. De regreso pasó por el alojamiento que le había servido de morada hasta hacía no mucho. “ ¡Veinte años fuera de casa!” pensó , “ no me arrepiento de nada ” . Revisó la bolsa de papel, en ella había algunos clavos y pegamento

Antes de la cena, Wakefield se dedicó a tapiar puertas y ventanas, no podía dejar un solo sitio de la casa sin reforzar. Limpió el sudor de su rostro con un trapo y se apuró a preparar la comida. La sopa humeaba, la guarnición

lucía apetitosa y, de postre, un delicioso pastel de pecán con una taza de té.

Adorada esposa, he traído para ti un hermoso ramo de lilas, son tus favoritas. Me tomé el atrevimiento de preparar una cena especial, no lo vas a creer, hice pierna de borrego.

Un delantal de cocina con muchos bolsillos, un cuchillo de chef y un tenedor para trinchar. La carne resultó dura y aún más hedionda que la última vez. El tenedor se hincó con dificultad y con el cuchillo cortó una parte del cartílago Wakefield tuvo que esforzarse sobremanera para poder arrancar esa pierna arrugada. Fueron necesarios varios aliños. La cocina parecía un matadero Mientras masticaba la carne, Wakefield veía la mecedora, quieta y en estado de naturaleza muerta. Cada pedazo lo remojaba en un sopero con caldo Casi indigestado, deseó las buenas noches y se retiró. Al tercer día, Wakefield se sintió un poco indispuesto, afiebrado. No salió de la cama hasta bien avanzada la tarde Cargó a su mujer como a un bebé y la recostó en el cuarto. Sus partes estaban rígidas y frías, mordisqueó una de las orejas y cayó en un profundo sueño. El hombre despertó con las energías renovadas, cargó de nuevo a su esposa y la acomodó en un rincón de la cocina. Era tiempo de terminar. Un afilado cuchillo de deshuesar sirvió para afeitar todo el cuero cabelludo, incluso cada cavidad existente. Destazó los miembros que quedaban y metió todo en una gran olla de presión. Mantuvo intacto el tórax, pues lo necesitaba como contenedor del preparado de la olla. ¡Un banquete! Agasajo a la vista. Emplatado el platillo principal. La vajilla de porcelana brillaba Se da cuenta, señora de Wakefield, usted me ha resultado una maravilla en la cocina, la felicito. No me pida bocado alguno, mejor dígame: ¡buen provecho!

Tu lucha

Raziel L. Castillo

Desde que el mundo se fue a la fregada no te ha tocado otra cosa más que sobrevivir cargando al niño de tres años al cual jamás te dignaste darle un nombre. Te asomas en el callejón y miras en ambos sentidos, incluso al contaminado firmamento para que nada te sorprenda. Avanzas hasta llegar a una residencia que a leguas se nota que no habrá nadie que te reclame la interrupción, la guerra ya invadió esta zona semanas antes. Evitas enfocarte en los cadáveres devorados por criaturas que desconoces. En el semisótano del que sería el mejor edificio que queda en pie, la luz del sol a duras penas perpetúa, sueltas la pesada mochila que tus hombros han cargado durante horas. También al niño que no deja de abrazarte, le quitas los audífonos para bloquear el sonido. Sus ojitos negros te miran con miedo pero, en cuanto nota tu calma, te abraza de nuevo

Vas a un rincón debajo de la ventana sin dejar de acariciarle la cabeza al chiquillo que depende por completo de ti. Te sientas y reflexionas lo que han sido estos últimos tres años de tu vida, te parece increíble que con diecinueve años hayas llegado hasta donde estás, que hayas vivido tantas cosas horribles una detrás de la otra, lo único que deseas es dormir más de tres horas.

Recuerdas la vida antes de que un virus terminase con la existencia de tus familiares, solo los adultos perecieron ante este extraño acontecimiento. Luego llegaron los soldados rojos a llevarse a todos los infantes y adolescentes de la zona donde vivías, asesinando con certeros tiros en la cabeza a los adultos que no fueron infectados No tuviste otra opción más

que esconderte en una casa que habían revisado; siempre has sido escurridiza, mamá te lo dijo muchas veces, y más difícil es con un recién nacido en brazos Estuviste tentada a dejarlo a su suerte, pero las últimas palabras de tu madre te hicieron reflexionar: «Cuídalo con tu vida, aunque no estemos presentes, no te abandonaremos». Sabes que no tienen sentido dadas las circunstancias, aún así decides arriesgarte a que te maten con tal de salvarlo Los soldados negros pronto aparecen para dar guerra a los rojos, no tienes ni idea de lo que sucede. Concluyes que los vampiros vestidos de carmín son malos gracias a lo que has visto antes, pero los hombres y mujeres de azabache no dejan de ser tan sanguinarios como los otros. Para ti esta locura no tendrá un final feliz Es mejor alejarse de ambos grupos, no sabías lo que podrían hacerte a ti, mucho menos al bebé. Es preferible arriesgarse a morir en garras de un depredador infernal a ser encontrados por algún soldado. Al recordar todo esto suelta unas lágrimas, decides que jamás romperás en llanto frente al niño La última vez él también terminó llorando y fue muy difícil calmarlo Ivanna murmura el chiquillo sin apartarse de tu pecho gomitas. Fue un error darle de comer dulces a ese niño, sobre todo algo que escaseaba tanto Decir que no hay más será un suplicio, es más fácil arriesgarse a ser devorado que intentar explicarle el por qué salir del espacio seguro era peligroso. Ok, pero quédate en silencio.

Asiente, ese simple gesto te da la seguridad de que todo estará bien, lo has dejado solo antes y sabes que una tortuga al caminar haría más ruido que él. Sospechas que hay algo atípico en tu niño. Sin embargo, no hay nadie en esa ciudad a quien puedas consultar. Vacías la mochila, todos los enlatados y embotellados que pudiste encontrar, los apilas en el suelo. Tomas una botella con un litro de agua, agarras el bate con clavos y el alambre de púas que te ha acompañado desde hace un tiempo. Encuentras una confitería, no te ocupas de los dulces que quedaron expuestos en la intemperie por años. Sabes que los de la bodega estarán mucho mejor. Allí buscas con relativa rapidez. Al encontrar una bolsa llena de ositos de goma no lo puedes creer, un kilo por lo menos Abres el empaque y te llevas un par a la boca. Saben a gomitas que no están caducadas, vuelves a cerrar la bolsa y no tienes reparos en llevártela entera. Por último, tomas un puñado de maní confitado para meterlo sin cuidado al bolsillo de tu suéter y sales al exterior.

Supervivientes de la Zona Muerta, este es un mensaje para ustedes la voz repentina en el parlante provoca que sueltes un respingo y te llevas la mano al pecho, tu corazón retumba por la consternación . El ejército rojo se ha retirado de esta zona, los Inquisidores de la Noche ganaron esta batalla y pasarán a recoger los supervivientes de este infierno. Algo te indica que nada es lo que parece, has visto la crueldad de los soldados negros, no puedes confiar en nadie. Los pasos del ejército encienden tus alarmas, debes volver rápido al refugio por tu niño Sin embargo, una bestia con la apariencia de un lobo del tamaño de un caballo intercepta tu camino. Te paralizas sin dejar de mirar los ojos de fuego, el pelaje negro y las franjas anaranjadas, las cuales parecen lava

Escuchas aproximarse a los soldados negros, te mueves hacia un lado y, al ver que la criatura no reacciona, continúas caminando lento, sin dejar de observarle, con temor a que decida atacarte Ya estás del otro lado de la acera, no hace otra cosa que observarte. Por alguna razón te respeta

como tú a él, los soldados se acercan y el cadejo los ataca. Sueltas un gran suspiro, las rodillas te tiemblan y echas a correr. Al llegar te encuentras con un montón de hombres en tu refugio, el niño enrojecido se mueve y lloriquea mientras le tapan la boca con una mano enguantada. No sabíamos cómo callarlo, una disculpa —asegura uno de ellos, presumiblemente el líder. Dejas caer la mochila al suelo y le apuntas con el bate, no te interesa que los demás intrusos te apunten con sus armas, él levanta una mano para que las bajen Sé que estás asustada, pero puedes confiar en nosotros. Vete a la mierda, sé lo que ustedes son. El líder ladea la cabeza, sospecha que sabes algo. Has visto a los niños con bozales ser manipulados por los soldados negros, has sido testigo de la pesadilla que resulta ser encontrarse con uno de ellos,. Es problema tuyo que no quieras conocer un glorioso propósito Saca su arma y te dispara a quemarropa, caes de espaldas al suelo. E Ell n niiñño o lllloor ra a p peerrttuurrb ba an nddo o ttuus s o oííddoos s,, lloos s h hoommbbrrees s p pa as sa an n p poor r e enncciim ma a d de e tti i s siin n d da arrtte e m ma ay yoor r iimmppoorrt ta an ncci ia a m miieennttr ra as s lluucch ha as s p poor r m ma an ntteenneerrtte e c coonnsscciieenntte e,, p prreessiioon na an nddo o ttu u p peecchho o p pa arra a q quue e lla a h heemmoorrr ra ag gi ia a s se e d deetteenng ga a a au unnqquue e s sa ab bees s q quue e m moorriir rá ás s e en n p poocco o ttiieemmppo o. V Ve es s p poor r ú úllttiim ma a v veez z e el l rroossttrro o d de e ttu u h hiijjo o,, h ha as s p peerrddiiddo o ttu u lluucch ha a..

E Ennccaannttaammiieenntto o

Daniela Lomartti

Anocheció en aquel sitio deshabitado mientras jugábamos a los encantados. El lugar estaba lleno de arena, grava y materiales de albañilería Recorrimos el amplio terreno Miraba mis pequeños pies sucios que se enterraban entre la grava Los raspones en las rodillas no eran importantes mientras poseía libertad; mis mejillas palpitaban, el pelo enredado sobre mi frente oscilaba al correr lo más rápido que podía para que otros niños y niñas no me alcanzaran. Siempre intenté ser diferente a ellos. Configuré historias que les narraba para asustarlos; lo que ocurrió, creo, no se trataba de una ficción. Podía ver sus vívidos rostros y sentir aquel impulso de seguir el juego.

Los hombres llegaron montados en sus enormes camiones de carga. Cada vez que entraban al lugar, nos resguardamos detrás de las lomas de arena para escondernos de ellos. En algún momento la luz de las lámparas, puestas en la entrada, habrían delatado nuestra presencia inquietante. Sabíamos que se trataba de un área restringida. Recordé los rumores sobre un grupo de albañiles que hace tiempo desaparecieron en ese sitio mientras tomaban su descanso. Decían: “la arena se los había tragado” . Aquel rumor nos mantenía allí. El miedo es una de las pasiones más intensas del ser humano porque gobierna a la razón Cuando los hombres se fueron, un niño propuso correr hacia el gran portón que se hallaba en el fondo del terreno Algunos rechazamos su propuesta, estábamos exhaustos No obstante, la mayoría quiso aventurarse hasta ese sitio El deseo por tomar el riesgo me invitaba a continuar.

El pequeño corrió hasta allí Los demás nos miramos entre sonrisas nerviosas y lo seguimos. Él se acercó a la puerta. Escuchamos voces y ruidos metálicos detrás de ella. Regresaríamos de nuevo al lugar donde nos encontrábamos antes, pero, al pequeño se le ocurrió dar dos grandes pasos hacia el portón. Preguntó: “¿Hola?”. Una voz masculina, con tono grave, respondió: “Hola ” . Había cierto encanto en su voz Nació una atmósfera onírica alrededor de nosotros: las nubes lechosas se volvían más ligeras, subían y bajaban en medio de un cielo gris oscuro. La grava parecía moverse, vimos cómo algunas piedras jugueteaban sobre la arena. Aquel magnetismo nos mantuvo pendientes de la voz.

El niño quiso saber más: “ ¿Eres malo? ¿Crees en el mal?”. La voz contestó: “Tengo todo el mal del mundo dentro de mí, pero no temas, hijo ” Siendo niños, notamos sinceridad en el tono de sus palabras. Había un pensamiento cómplice entre nosotros sobre aquel ente: no hablábamos con una persona. Estábamos seguros de que era distinto y, a la vez, cercano a nosotros. Podía hablar y entendernos. El lenguaje nos unía más allá de la insólita diferencia. Una niña se atrevió a preguntar: “¿Puedes amar? ¿Sabes qué es el amor?” La voz demoró algunos segundos en responder y al fin dijo: “No existe el amor entre los humanos Solo el compañerismo. ¡Acompáñenme hasta el final!” En ese momento, un enorme camión de carga entró por el otro extremo. Las luces de las lámparas se proyectaron sobre el portón y develaron una gigantesca figura humanoide que parecía atravesar la madera; era demasiado delgada y encorvada. Se movía de forma errática Sus largos dedos acariciaban la superficie del portón “¿Quién eres?”, preguntó una vez más el pequeño. “Soy Dios y el demonio. Soy todos los objetos del universo. Materia y alma. Mente y cuerpo. El bien y el mal” , respondió la voz. Esa respuesta bastó para salir de allí horrorizados. Apreté el paso lo más veloz que pude. Mis piernas pesaban. Tenía las manos sudorosas y la playera húmeda se pegaba a mi pecho La arena se hacía más densa El resto de los niños se quedaron atrapados Escuché sus aterradores gritos. Con grandes esfuerzos logré salir de entre los barrotes de una reja. Seguí corriendo. No supe cuánto tiempo pasó, quizá un par de horas. Caminé entre calles solitarias hasta encontrar una larga avenida. Vi que del otro lado había una pequeña tienda. Decidí cruzar. No había automóviles ni transeúntes. Una mujer mayor estaba en la entrada Me invitó a pasar Le conté lo ocurrido La anciana me prestó un trapo sucio y hediondo para secar mi sudor. Llamó a su esposo. El ser bajó con trabajo por la pequeña escalera del fondo. Atravesaba los objetos. Era ligero, de un material que parecía gelatinoso. Pronto noté que se trataba de la misma figura humanoide sin rostro: demasiado alto y delgado. Su piel tenía un color tornasol Miré esas cuencas vacías, buscaba sus ojos Lo vi bello y, al mismo tiempo, me llenaba de un terrible miedo que no sentí antes Extendió su largo brazo hacia mí. Escuché por última vez su dulce voz cuando exclamó: “ ¡Acompáñame!” Intenté huir del lugar, pero la anciana tomó con fuerza mi brazo. Cerré los ojos mientras sentía cómo los largos dedos de aquel ser atravesaban mi pequeño cuerpo. Desperté en un lugar sombrío Mis pies se enterraron en la arena mientras trataba de acelerar el paso y buscaba la intensa luz de las lámparas. Oí lamentos de mujeres y hombres como ecos: “Pobres inocentes. El mal reina en este maldito cosmos. ” La madera del portón se resquebrajó, detrás había niños y niñas que reían, saltaban en aquel juego interminable al que pronto me uniría sin retorno.

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Una mujer de temple

Alejandro Barrón

Original del 24 de agosto de 2016

No, señores, ya les dije que no… expresó la esposa del escritor afuera de la enorme mansión que poseían en los suburbios de la ciudad ante las cámaras y los micrófonos.

Al menos una pregunta, una sola corearon algunos periodistas

El señor se encuentra muy delicado de salud y estas cosas lo ponen muy mal… Sólo necesitamos saber algunas impresiones acerca de su reciente nominación al Nobel de Literatura.

Es obvio que esta nominación la ha recibido con agrado, lo que de pronto le ha ayudado a mantener el buen talante… Pero…

El señor no puede salir, los médicos lo han confinado a guardar reposo absoluto ¿Qué sucederá si gana el Nobel? ¿Cómo hará para ir a recibirlo?

A ver, no sé si están escuchando bien lo que ustedes mismos están diciendo. Me niego a responder a preguntas estúpidas Pero vale, responderé sólo por esta ocasión: el señor no podrá asistir a recibir el Nobel, su vida pende de un hilo muy delgado. En todo caso tendrá que ir su hijo, aunque es complicado, pues no se hablan desde hace más de diez años. Iré yo en su representación

Qué nos puede decir del reciente libro de memorias que el insigne autor ha publicado hace menos de tres meses. Si está tan delicado de salud, ¿cómo es que ha logrado escribir un volumen de dos mil páginas?

El señor posee una fortaleza de toro, suele escribir algunas cosas en una computadora cuando se siente de buen ánimo. El resto se lo dicta a su asistente o a mí. En las últimas semanas las cosas han sido muy complicadas, pues depende de un tanque de oxígeno Se fatiga fácilmente, pero en lo que respecta a la escritura, nada lo detiene Se han especulado muchas cosas: se dice que las últimas desapariciones de niños en la ciudad están relacionadas con el escritor, quien ha estado sometido a un extraño régimen en el cual le sirven la sangre de los infantes para fortalecer un poco su salud

Pero vaya, ¡qué idiotez! ¿Saben? No contestaré más preguntas, no puedo creer que de esta manera le esté pagando la sociedad entera a mi esposo por su grandísimo aporte a la literatura universal ¡A tomar por culo, so cabrones! Después de cerrar con estruendo la gran puerta de nogal centenario y a una sola orden de desalojar a toda la servidumbre, la mujer se dirigió a la habitación del laureado escritor. Entró de puntillas, con el afán de no hacer ruido alguno, pues no deseaba perturbar el sueño de su esposo Suavemente se acercó al hombre, que llevaba algunas semanas muerto y despedía un fortísimo olor a formol. Acercó una botella y sirvió el líquido rojo en un copón, lo bebió con cierta desesperación y volvió a llenarlo.

Querido, allá afuera todos están locos por ti el cadáver mostraba un rictus de sorpresa, los ojos acuosos a punto de escurrirse por las mejillas, la barba canosa y mal cortada Estás en tu mejor momento, amor mío… diciendo esto, tomó la rígida mano del cadáver y le colocó una pluma fuente, y comenzó a garabatear con ella un cuento, uno que comenzaba con ella como protagonista acosada por los reporteros afuera de su mansión de cuatro millones.

ÁÁrrbbool l yy nno o áánnggeel l

M Maarríía a A Allaanníís s C Coorrrraal l

“Siempre pagamos cierto precio por las cosas que queremos”, le dijo el ángel al niño Miguel durante un sueño. Miguel le había confesado su gran anhelo, su deseo de crecer como un árbol alto y frondoso. El ángel era menos agraciado de lo que se esperaría de alguien de su especie: tenía los mismos rasgos de Miguel, aunque añejados. El niño llegó a pensar que ese era el secreto detrás del ángel de la guarda: no se trataba más que de su espejo envejecido, de él mismo cuidándose desde el futuro Le preocupaba que el rostro del ángel tuviera un aura tan marcada de tristeza, de resentimiento divino.

Miguel no le contaba a nadie sobre esos sueños. Tampoco sobre sus planes. De día se dedicaba a escalar árboles de flores rojas en el jardín de la abuela. Le gritaba a su madre, que no mucho caso le hacía: “Mira, mamá, soy otra rama del árbol”. Permanecía ahí en lo alto, quieto, satisfecho, deseoso de vivir esa felicidad rebosante el resto de su vida. Y pensaba para sí mismo que cuando creciera se volvería árbol y no ángel.

Escaló por última vez durante un atardecer en que su madre se encontraba lejos. Se cayó junto con una rama que no soportó su peso y se rompió el cuello y el brazo izquierdo. En su tumba, su madre de ojos vacíos mandó poner un ángel de piedra con los rasgos que un día tuvo Miguel Con el paso del tiempo, la estatua quiso cumplir el sueño de su niño. Se volvió verde de musgo y dejó salir flores rojas como lágrimas de sangre.

El monstruo

Dorian Sophia Evangelista Romero

Nadie creyó cuando dije que me visitaba de noche. Le pedí a la voz bajo mi cama que se deshiciera de papá. Mamá lo sigue extrañando, pero al fin puedo dormir tranquila.

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El Domo

Karla Hernández Jiménez

El cielo aún era de un terrible color negro, igual desde el día en que los líderes mundiales sobrevivieron al fin del mundo decidieron bloquear el sol de forma definitiva De acuerdo con las investigaciones realizadas por la comunidad científica, el domo era la opción más adecuada. Las máquinas demostraron unos años atrás que no eran dignas de confianza y debían ser eliminadas. Así, estaba asegurado el futuro de la humanidad que sobrevivió a la primera catástrofe ambiental. No había posibilidades de que estallara una rebelión tecnológica, o eso pensaron.

Los humanos transitaban por las calles oscuras sin desviar sus miradas vidriosas, sin cuestionar en ningún momento el orden preestablecido, ni las órdenes que se escuchaban en todo momento a través de los anuncios luminosos que surcaban el firmamento.

Parecían haber olvidado que unas cuantas generaciones atrás el planeta llegó a un punto de quiebre, a punto de echarlos de su superficie, pero alguien más estaba por recordarles esa información.

Ningún habitante de aquella ciudad sucia consideró que, justo debajo de sus pies, las máquinas construyeron su propia ciudad: era más organizada de lo que los humanos hubieran podido imaginar.

El plan se trazó de forma meticulosa, aquel molesto e inútil domo sería crucial. Solamente era cuestión de tiempo para que el ejército robótico saliera a la superficie para confrontarse cara a cara con sus antiguos amos.

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CCiibbeerrssuueeñño o

C Ceesscco o R Raam m

Cuando las grandes puertas de los laboratorios Arroyo se abrieron, pude contemplar por fin el horizonte en mucho tiempo.

Al salir, sentí los rayos del sol quemar mi cara. Caminé por las calles de la ciudad Machinos. Casi nada había cambiado pero la civilización parecía no dejar de evolucionar.

Me senté en un parque de fuentes holográficas donde los niños corrían alrededor, jugando y sonriéndole a sus padres mecanizados. Extrañé a mi familia, cuando mi vida no era una farsa Por igual el contacto físico de los seres sin importar si eran de piel o metal. Ansiaba la compañía de alguien.

Como cada año, maldije al gobierno por hacernos esto a los abandonados, a los que habíamos dejado de tener a alguien, a quienes habíamos quedado solos en nuestra miserable vida Luego de muchas horas levanté la mirada y, frente a mí, dos militares me hicieron una señal con la cabeza.

Es hora de volver al cibersueño dijo uno.

El presidente había declarado hace cuarenta y cinco años que todos los abandonados tenían que entrar a un tipo de vida diferente a los demás, se trataba de una simulación. Era huérfano entonces y comencé a vivir así desde los cinco años, despertando solo un día al año para no olvidar cómo era el mundo real. Al regresar a los laboratorios, me llevaron junto con otros al cubo, donde mi trabajo consistía en ser el apuntador número setenta y dos de otros tres mil. Me llevaron a la caja y conectaron mi cerebro al simulador.

Nos vemos en un año le dije a la operadora quien, sin decir una palabra, me colocó la mascarilla. Entonces comenzó mi cibersueño número cuarenta y uno.

La creación perfecta

Hilda Curuta Yucra

Era la primera vez que sentí que debía crear algo nuevo en este mundo dominado por la inteligencia artificial, así que me dispuse a fabricar el mejor robot con piezas únicas e irreemplazables y que nadie hubiese visto Lo malo es que me faltan partes para completar mi gran obra. Placer y escalofrío recorrieron mi cuerpo al iniciar con este proyecto. Dar vida no sería sencillo y menos con lo poco que tengo. Pasé años en busca de piezas únicas. Un día, sin pensarlo, terminé poniéndole los brazos a la hermosa joven que maté en una de esas noches oscuras. Los ojos de mi niña muerta que mantenía en conserva le dieron una mirada que penetraba tu ser en lo más profundo. Lo completé con las piernas de mi madre. Mi creación es perfecta, tiene belleza, los ojos más cálidos y hermosos. Aún le falta algo. Desde luego, deseo poseerla por completo untando mi ser en lo más profundo de Calix. Si, así se llamará la procreadora de máquinas con partes humanas. No quiero que sea la encarnación de esos miedos, mis viejos y horribles recuerdos del anterior milenio ni de este. Ambiciono algo nuevo para el mundo. Ahora busco las piezas faltantes, me falta un corazón puro. En el universo es difícil encontrar humanos que pueda incluir en Calix, así que dime: ¿deseas formar parte de esta perfecta creación?

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Re-nacer Ángel

Carrillo Hernández

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