Pautas éticas de investigación en sujetos humanos: nuevas perspectivas

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Introducción

buenos nombres para agregarle peso a nuestros programas y a nuestras propuestas. Espero que las sesiones formales del Comité nos dejen ocupar una parte de su tiempo para formular observaciones sobre aquellos asuntos respecto a los que les solicitaremos ayuda. Según oirán hoy, el Programa Regional no es grande y necesitamos mucha ayuda para cubrir un área tan vasta como ésta. Sería precipitado de mí, si no arrogante, tratar de aconsejar en esta área particular a un Comité que se supone me va a asesorar a mí o entrar en cualquier profundidad en el campo con un Comité que tiene algunas de las mentes más finas en el campo de la bioética. Confieso, sin embargo, que habiendo mirado anoche lo que el profesor Drane preparó para presentar hoy día, cambié completamente el tono de lo que iba a decir. Entonces, estas reflexiones son más de mi historia personal y quizás expliquen los tipos de decisiones que he tomado con respecto al Programa. Para los que puedan cuestionar esto, déjenme recordar uno de mis aforismos favoritos. Hegel en la Filosofía del Derecho señaló, “no necesitamos ser zapateros para saber si nos caben los zapatos, y de la misma forma, tampoco necesitamos ser profesionales para adquirir conocimiento sobre asuntos del interés universal”. Así es que si ustedes me acusan de ser impertinente, espero que recuerden a Hegel. Quisiera reflexionar sobre el crecimiento y desarrollo de mi propio interés en este campo particular. Cuando ejercía como un médico académico, formando estudiantes de medicina, dediqué una considerable porción de mi vida a la investigación. Enseñé los principios que creía en ese momento y en los que todavía creo. El primer principio es Primum no nocere y en verdad nunca podría separar mis principios de investigación de aquellos que apliqué en la práctica clínica. En cierto sentido, cada vez que traté a un paciente era un experimento. Así que cuando discutíamos los protocolos en aquellos primeros días, nunca pensábamos en cosas como el consentimiento informado. Nuestra preocupación principal era que la investigación tratara de responder algunas preguntas importantes y que formulase una hipótesis que pudiera probarse y cuya no comprobación, en un sentido popperiano, ayudaría a la causa. En esa época aborrecíamos la investigación que denominábamos de “colección de estampas” o investigación con el solo propósito de recopilar información. Empecé a pensar más sobre estas cosas cuando me vine a trabajar a este país a principios de los sesenta y empezamos a revisar en nuestro grupo algunos protocolos de investigación que realmente ofendían mis sensibilidades. El tema de diálisis apareció en escena en aquellos días y cómo algunos Comités de Ética tomaban decisiones que me preocupaban sobre quién viviría y decisiones sobre quién moriría. Me integré como miembro de un comité del Instituto de Medicina, el Comité sobre la Ética de la investigación en los Países en Desarrollo, y me enfrenté con diferencias filosóficas que me separaban de muchos de mis colegas norteamericanos, quienes, a mi parecer, parecían adoptar el dictamen de caveat emptor, que el comprador se cuide y que las responsabilidades quedan con los sujetos de investigación. En una de esas reuniones tuve el privilegio de hablar con un médico distinguido, Walsh McDermott, quien me convenció de la necesidad de expandir el concepto de lo que le interesaba al público e incluir la atención del individuo como un asunto de interés público.

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