Gramática de la libertad. Textos sobre lengua y literatura

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Andrés Bello

Gramática de la libertad Textos sobre lengua y literatura

Iván Jaksić, Fernando Lolas y Alfredo Matus Olivier, compiladores

Fondo de Publicaciones Americanistas y Facultad de Filosofía y Humanidades Universidad de Chile 2013


“La variedad de prácticas es inevitable en estos confines, por decirlo así, de las diferentes escuelas; y no sería fácil hacerla desaparecer sino bajo el imperio de una autoridad que, en vez de la convicción, emplease la fuerza: autoridad inconciliable con los fueros de la república literaria, y que, si pudiese jamás existir, haría más daño que provecho; porque en las letras, como en las artes y en la política, la verdadera fuente de todos los adelantamientos y mejoras es la libertad”. (Prólogo de Principios de la ortología y métrica de la lengua castellana).

Imagen de la tapa: Andrés Bello. Steel engraving by J.C. Macrae, Caracas, Venezuela, 1846. Unidad de Fotografía, Archivo Central Andrés Bello, Universidad de Chile. Andrés Bello GRAMÁTICA DE LA LIBERTAD TEXTOS SOBRE LENGUA Y LITERATURA Iván Jaksić, Fernando Lolas y Alfredo Matus Olivier, compiladores ISBN 978-956-19-0831-4 Fondo de Publicaciones Americanistas y Facultad de Filosofía y Humanidades Universidad de Chile Edición y diagramación Álvaro Quezada Sepúlveda Impreso en Andros Impresores, noviembre de 2013


ÍNDICE

Presentación­ .......................................................................................7 Cronología Cronología de Andrés Bello................................................................21 Prolegómeno Discurso pronunciado en la instalación de la Universidad de Chile el día 17 de septiembre de 1843 .........................................................27 Estudios gramaticales Prólogo de Gramática de la lengua castellana destinada al uso de los americanos ................................................................................43 Indicaciones sobre la conveniencia de simplificar y uniformar la ortografía en América .....................................................................51 Advertencias sobre el uso de la lengua castellana, dirigidas a los padres de familia, profesores de los colegios y maestros de escuelas...........................................................................65 Prólogo de Principios de la ortología y métrica de la lengua castellana ................................................................................89 Prólogo de Análisis ideológica de los tiempos de la conjugación castellana .........................................................................93 Gramática castellana ..........................................................................97 Ejercicios populares de lengua castellana ..........................................105 Estudios literarios y filológicos Uso antiguo de la rima asonante en la poesía latina de la Media Edad y en la francesa; y observaciones sobre su uso moderno ...........111 Del ritmo latino-bárbaro .................................................................121 Apuntes sobre el estado de la lengua castellana en el siglo XIII .............129 Literatura castellana ........................................................................153


Prólogo de Poema del Cid .................................................................173 La Araucana, por Don Alonso de Ercilla y Zúñiga ............................195 Poesía Alocución a la poesía .......................................................................207 Silva a la agricultura de la zona tórrida .............................................231 La oración por todos .......................................................................243 Epistolario Carta a Manuel Nicolás Corpancho, 18 de enero de 1856 ........................................................................253 Carta a Pascual de Gayangos, 23 de agosto de 1862 .......................................................................257 Carta a Manuel Bretón de los Herreros, 18 de junio de 1863 ........................................................................265

Bibliografía Libros, epistolarios y documentos de Andrés Bello o relativos a la vida de Andrés Bello .................................................................273 Biografías y estudios sobre Andrés Bello ..........................................276


PRESENTACIÓN “La libertad, Sancho, es uno de los más preciados dones que a los hombres dieron los cielos; con ella no pueden igualarse los tesoros que encierra la tierra ni el mar encubre; por la libertad así como por la honra se puede y debe aventurar la vida […]”. Don Quijote II, 58. El interés de Andrés Bello (1781-1865) por los temas relacionados con el lenguaje comenzó con su temprana adquisición, en Caracas, de tres idiomas, aparte del castellano: latín, francés e inglés. Este conocimiento le llevó, naturalmente, a la literatura y también al examen de la estructura gramatical del lenguaje. El mismo Bello aclaró que su Análisis ideológica de los tiempos de la conjugación castellana (1841) fue redactada antes de salir con rumbo a Inglaterra, en 1810; se trata de un trabajo pionero, único en su época, sobre semántica gramatical. Ya en este país, otros imperativos lo condujeron a un examen del surgimiento de las lenguas románicas y, en particular, del español, dando lugar a un tesoro de investigación filológica. Es también en Londres donde se puede observar un aspecto más didáctico de su obra, las reformas ortográficas que permitirían una alfabetización más efectiva, y suscitaron una polémica intensa entre los intelectuales del siglo XIX, absolutamente excepcional en la historia de la ortografía española. En Chile, a partir de 1829, desarrolla todos estos intereses de una manera sistemática. En primer lugar, un énfasis en la enseñanza de la lengua, orientada a la alfabetización del pueblo y al empleo culto del idioma. Asimismo, la elaboración de avanzados estudios gramaticales que culminan con su importante Gramática de la lengua castellana destinada al uso de los americanos (1847), “la mejor gramática que tenemos en la lengua española”, según Amado Alonso, que se difundió por toda América Latina y llegó a ser un gran factor de unidad cultural y lingüística. Finalmente, la reforma ortográfica, que tanta efervescencia produjera en el Chile del siglo XIX, y los estudios filológicos, que plasmaron en eruditos estudios sobre prosodia y versificación, y que culminaron con su edición del Poema del Cid, obra que, sin embargo, no vio la luz sino hasta mucho después de su muerte, acaecida en Santiago en 1865. Importa señalar que el énfasis de Bello en el idioma es parte de un plan 7


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más amplio de construcción y ordenamiento de las naciones en el complejo contexto internacional en el que se inserta la independencia hispanoamericana. Por una parte, el sistema republicano adoptado por Chile y por otras naciones requería de un régimen constitucional de división de poderes, en el cual los ciudadanos activos ejercían su derecho mediante la alfabetización, requisito esencial del sufragio. Para ello, y para hacer efectiva la soberanía popular, era necesario construir un sistema nacional de educación pública. Por eso, Bello inaugura y dirige la Universidad de Chile, que ejerce el papel de superintendencia de la educación en el plano nacional. También, el cultivo del idioma resulta fundamental para otro aspecto de la vida ciudadana: la comprensión y observancia de la ley. Sin la alfabetización y sin una redacción clara de las leyes (que él mismo preparó esmeradamente en el Código Civil de la República de Chile), el sistema político de la post-independencia no tendría raíces firmes y duraderas. El lenguaje era, para Bello, un mecanismo de orden, que buscaba establecer tanto en los ámbitos nacional e internacional, como en el individual. El dominio del idioma constituía un puente hacia las tradiciones más antiguas, sobre todo en literatura. Pero, además, en una perspectiva más filosófica y ética, una flecha dirigida hacia los más altos niveles de reflexión y de adquisición del conocimiento. Representaba un medio de contacto directo con los más grandes logros del pensamiento y de las humanidades, de modo que el ciudadano no utilizara su lengua como un mero instrumento de participación pública, sino que contara con un tesoro para la dirección de su vida y la realización de sus aspiraciones. Podría decirse que la virtud, como esencia de los nacientes Estados, encontró en el lenguaje y el ordenamiento de la vida que él gesta, su más acabada representación en la obra de Bello. Pues el lenguaje, como la ley y la diplomacia entre naciones, configura la matriz ordenadora y dadora de sentido que suele evitar la disgregación y la anarquía que, en lo político, caracterizó la etapa de la emancipación. Si, como decía Antonio de Nebrija, la lengua es compañera del imperio y lo sustenta, el progresismo conservador de la obra de Bello ha quedado como un legado de las realidades sociales que ella alumbra, acompaña y sostiene. Esta compilación de textos de Bello destaca la relevancia para la tarea de organización cultural que su obra representó en los ámbitos de la unidad diversificada de la lengua española y de la gestación de instituciones, 8


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entre las cuales la Universidad de Chile e incluso la misma República deben destacarse. Una síntesis magistral del proyecto cultural de Bello se encuentra plasmada en el Discurso pronunciado en la instalación de la Universidad de Chile el día 17 de septiembre de 1843, con el que se inicia esta antología y que enmarca los textos que dividimos en cuatro áreas principales: 1) estudios gramaticales, 2) estudios literarios y filológicos, 3) poesía, y 4) epistolario. 1) Estudios gramaticales La obra idiomática cumbre de Andrés Bello, monumentum aere perennius, fue la Gramática de la lengua castellana (1847). Amado Alonso y Pedro Henríquez Ureña consideraban a su autor “el más genial de los gramáticos de la lengua española y uno de los más perspicaces y certeros del mundo”. El Prólogo de este tratado que aquí incluimos constituye un verdadero manifiesto de concepciones lingüísticas que tienen total vigencia (empirismo científico, concepción de la gramática como teoría, “antilatinomorfismo”, antilogicismo, inmanentismo, orientación estructuralista y semiótica ante litteram, “panhispanismo”), muchas de las cuales se han encarnado en la llamada “política panhispánica” de la Asociación de Academias de la Lengua Española que, en forma providente y de modo tan ejemplar, ha llevado adelante D. Víctor García de la Concha, director de la Real Academia Española, y en la Nueva gramática de la lengua española, por tantos motivos “bellista”. Destaca su arraigado realismo fundado en el uso: “No he querido, sin embargo, apoyarme en autoridades, porque para mí la sola irrecusable en lo tocante a una lengua es la lengua misma. Yo no me creo autorizado para dividir lo que ella constantemente une, ni para identificar lo que ella distingue”. Su ideal panhispánico queda manifiesto cuando sostiene: “Chile y Venezuela tienen tanto derecho como Aragón y Andalucía para que se toleren sus accidentales divergencias, cuando las patrocina la costumbre uniforme y auténtica de la gente educada”. Esto es afincarse en la más sólida tradición —uso y tradición— para proyectar lo futuro. Resuenan las palabras de Cervantes: “El lenguaje puro, el propio, el elegante y claro, está en los discretos cortesanos, aunque hayan nacido en Majalahonda: dije discretos porque hay muchos que no lo son, y la discreción es la gramática del buen lenguaje, que se acompaña con el uso” (Don Quijote, II, 19). Conviene recordar que el pensamiento gramatical de Bello es de larga gestación. Por ello se incluyen en esta sección varios artículos de difí9


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cil acceso, y que comienzan cronológicamente con Indicaciones sobre la conveniencia de simplificar y uniformar la ortografía en América (1823 y 1826). En este ensayo, un Bello ya consciente de la inevitabilidad de la independencia, busca facilitar la alfabetización del pueblo mediante la simplificación de la ortografía. Para ello, critica el modelo etimológico que predomina en la ortografía de la Real Academia Española, arguyendo que tal modelo complica la adquisición de la lengua, “especialmente el público iliterato, que es con quien debe tenerse contemplación”. Cabe señalar que tales Indicaciones no tuvieron una implementación inmediata, pero sí fueron adoptadas en su mayoría en Chile en la década de 1840. En Advertencias sobre el uso de la lengua castellana dirigidas a los padres de familia, profesores de los colegios y maestros de escuelas (1833-1834), Bello manifiesta su preocupación por el estado de la lengua en Chile, país en el que residía desde 1829. Si bien respeta los usos del pueblo, considera que ciertas expresiones no son apropiadas, ya que se basan en la mala pronunciación o en la conjugación errada de los verbos. En este artículo se puede observar el interés de Bello por uniformar el lenguaje a partir de criterios de consistencia y de lógica. El buen uso del idioma es evidentemente un ideal que busca implementar, y que ilustra comparando el uso común en Chile con el uso de los letrados. En muchos sentidos, es un trabajo que representa una descripción del español de Chile en la primera mitad del siglo XIX y que anticipa la investigación lingüística moderna. El uso correcto del idioma es también la preocupación central de Bello en el prólogo de su Principios de la Ortología y métrica de la lengua castellana (1835), en el que sitúa el énfasis en el lenguaje oral, que se presta para todo tipo de equívocos cuando la pronunciación es viciosa y comprensible sólo en ámbitos locales. Como señala en el prólogo, la prosodia guarda una estrecha relación con la métrica, lo que ilustra en el texto con múltiples citas de poemas de Garcilaso, Lope de Vega, Luis de Granada, Calderón, Moratín, Iriarte y Bretón de los Herreros, entre muchos otros autores españoles e hispanoamericanos (entre los que destaca el ecuatoriano José Joaquín Olmedo). Su afán es promover la buena pronunciación, que recomienda sobre todo a “aquellas personas que por el lugar que ocupan en la sociedad, no podrían, sin degradarse, descubrir en su lenguaje resabios de vulgaridad o ignorancia”. 10


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Es la práctica “de los buenos hablistas” la que recomienda Bello para utilizar correctamente el lenguaje en Análisis ideológica de los tiempos de la conjugación castellana (1841). El verbo castellano ocupa un lugar central en el lenguaje, puesto que refleja las más sutiles operaciones del entendimiento. La conjugación desordenada impide así la determinación de los hechos, pero sobre todo oculta la íntima armonía que puede existir entre pensamiento y realidad. Marcelino Menéndez y Pelayo considera este texto como “el más original y profundo de sus estudios lingüísticos”. La elaboración de una gramática de la lengua castellana fue el gran objetivo de Bello en materias de lenguaje. Como en otros ámbitos de su quehacer intelectual, pueden encontrarse precedentes intelectuales que anuncian la cuidadosa y deliberada creación del gran tratado gramático. Su Análisis ideológica había sido una obra de juventud, y quince años antes de la publicación de la Gramática, Bello señala claramente la dirección de sus intereses. En el ensayo incluido en esta sección, Gramática castellana (1832), Bello anticipa que el modelo de una gramática patria no puede ser la del latín, sino que debe estudiarse en sus propios términos. Un ejemplo es la declinación de los nombres castellanos por casos por parte de la Academia (en este caso seis) “sólo porque lo son los latinos”. Bello aboga, para los propósitos de formación de los jóvenes, por el estudio de la lengua materna, “presentándola con sus caracteres y facciones naturales, y no bajo formas ajenas”. Contrariamente a lo que suponían sus detractores, como José Miguel Infante, Bello apreciaba y promovía el estudio de la lengua latina, pero en materias gramaticales le interesaba por sobre todo estudiar la castellana. Las polémicas siempre siguieron a Bello, y esto queda muy bien ilustrado en el ensayo Ejercicios populares de lengua castellana (1842), que ha sido citado una y otra vez como un ejemplo del conservadurismo intelectual y lingüístico de Bello. Sin embargo, visto en el contexto de los artículos incluidos en esta sección, el comentario del venezolano se inscribe en su esfuerzo por promover el correcto uso del lenguaje. En particular, Bello se opone al uso de extranjerismos allí donde existen palabras castellanas adecuadas para ilustrar las operaciones del entendimiento. “Jamás han sido ni serán excluidos de una dicción castigada”, aclaró Bello, “las palabras nuevas y modismos del pueblo que sean expresivos y no pugnen de un modo chocante con las analogías e índoles de nuestra lengua”, adelantándose así a concepciones actualmente vigentes. 11


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2) Estudios literarios y filológicos En el ámbito románico (fragmentación del “latín vulgar”), valiéndose de la metodología llamada hoy de la comparación de situaciones homólogas (caída del Impero Romano - Independencia de América), Bello encuentra respaldo a su modo de interpretar la post independencia. Los estudios literarios y filológicos son complementarios a los gramaticales y, además, revelan una faceta de Bello como historiador de la evolución de los idiomas. Bello residió en Londres precisamente en el período de auge de los estudios filológicos, cuando además había un alto interés por la identificación de fuentes literarias primigenias como bases de la nacionalidad. Gran parte de sus estudios fueron realizados durante el primer período de su estadía en Londres, por lo general en el Museo Británico, pero fueron pocos los que vieron la luz en la década de 1820. Sus investigaciones, al menos muchas de ellas, no fueron conocidas sino en foma póstuma. Empero, Bello conservó los manuscritos toda su vida y hoy podemos observar cómo estos estudios enriquecieron su obra en general. En Uso antiguo de la rima asonante (1827), Bello despliega no sólo su conocimiento histórico sobre la evolución de las lenguas románicas, sino que establece por primera vez, al menos en una publicación, un principio que le acompañará en toda su reflexión gramatical. Al preguntarse de dónde surge la rima asonantada, si de los dialectos del pueblo o del latín de los claustros, dice inclinarse por lo primero: “Los versificadores monásticos me parecen no haber hecho otra cosa que ingerir las formas rítmicas con que se deleitaban los oídos vulgares, en las medidas y cadencias de la versificación clásica”. Allí retrata cómo fueron transformándose las lenguas derivadas del latín, argumentando que no es sólo el castellano en donde se encuentra el asonante, sino también principalmente en el francés, por mucho que esta última lengua tuviera en el presente una forma muy distinta a la de sus orígenes. También es importante en este ensayo el aspecto de la comunicación oral, en la medida en que trovadores y juglares se comunicaban de manera directa con un público amplio y popular, recitando gestas que son al mismo tiempo formas de entretenimiento y experimentos en la difusión del lenguaje, tanto espacial como temporalmente. En Del ritmo latino-bárbaro, que no tiene fecha cierta, debido a que sólo 12


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fue publicado póstumamente, Bello sigue la misma lógica del ensayo precedente, en cuanto percibe que es el pueblo el que difunde a la vez que transforma los versos de los poetas latinos. Allí asevera que las reglas de la prosodia escrita “habían dejado de conformarse con el idioma viviente”. También argumenta que, entre las personas cultas, el concepto de “ritmo” ha sido visto como una deformación de la métrica (observancia de cantidades) y, por lo tanto, como algo imperfecto y vulgar. Bello manifiesta su desacuerdo al respecto, indicando que el ritmo debe ser entendido, sobre todo en la Edad Media, como “la medida de tiempo que resultaba del número de sílabas y colocación de los acentos”. Los variados experimentos rítmicos de la época reflejaban más bien ensayos que surgían del latín, pero que iban lentamente abandonando sus reglas prosódicas, al punto que “los literatos mismos empezaron entonces a cultivarlos”. Como se ha mencionado, lo importante para Bello es que el pueblo produce versos que, si bien caracterizados de bárbaros por la erudición, terminan abriéndose paso hasta lograr formas más elaboradas del lenguaje. Con todo, como puede observarse en Apuntes sobre el estado de la lengua castellana en el siglo XIII, el lenguaje vernáculo no sigue una ruta linear, en la que va paulatinamente despojándose de sus orígenes latinos. De hecho, en el lenguaje del siglo XIII Bello observa la convivencia del latín y el castellano en las formas de acentuación y ortografía. Sin embargo, en este castellano nota que la lengua “no estaba tan en mantillas, tan descoyuntada, por decirlo así, tan bárbara como generalmente se cree”. Es decir, como historiador del lenguaje, Bello siempre identifica evoluciones y continuidades antes que rupturas. Como en otros ensayos, Bello reacciona ante aquella crítica que ve el español de la época como un momento primitivo e imperfecto en la evolución del idioma. En general, Bello prefiere contextualizar el uso de la lengua en su momento histórico, antes que imponer alguna teoría que la interprete en su desarrollo de acuerdo con criterios normativos. Su esfuerzo por clarificar el uso del castellano antiguo tiene el propósito de facilitar el acceso a joyas literarias como el Poema del Cid, pero es obvio que hay algo más involucrado, y es que el uso moderno no debe ser un criterio para calificar de rudo el uso antiguo. Como concluye en este ensayo: “Debemos llevar a estas viejas reliquias la misma disposición de espíritu que a los libros escritos en un idioma extranjero que conocemos todavía imperfectamente, y guardarnos de asociar la idea de rudeza y barbarie a lo que sólo es extraño para nosotros”. 13


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En Literatura castellana (1834-1841), Bello despliega una vez más su extenso conocimiento de la crítica para reivindicar la enorme importancia, entonces no enteramente reconocida, del Poema del Cid. Busca en particular contradecir el argumento orientalista, elaborado sobre todo por Simonde de Sismondi, en el sentido de que debía leerse en la gesta y en otras fuentes de la literatura hispánica una marcada influencia arábiga: “En vez de suponer en las composiciones españolas de aquella [E] ra un espíritu y colorido oriental, cuando realmente lo que vemos es todo lo contrario, debería más bien explicarse el fenómeno de una poesía naciente, que criada entre tantas influencias arábigas, es exclusivamente cristiana y europea en sus temas, en su estilo, en sus arreos, en todos sus elementos poéticos”. La influencia francesa, en particular, es notoria y Bello busca destacar el “aire de familia” que la une con la primera poesía castellana. La literatura caballeresca, en especial, le sirve a Bello como evidencia para demostrar los lazos del español emergente con el francés. El Prólogo al Poema del Cid fue publicado póstumamente en 1881, pero por las referencias bibliográficas, por ejemplo la traducción de la obra del estadounidense George Ticknor, History of Spanish Literature, por Pascual de Gayangos y Enrique de Vedia, que se publicó en varios tomos en España en la década de 1850, es posible determinar que fue escrito a fines de esa década o, con mayor seguridad, a comienzos de la siguiente. En este prólogo se preocupa sobre todo de fechar el Poema del Cid, ejercicio que importa para observar el desarrollo del lenguaje, cuya dinámica Bello pudo observar en las formas ortográficas y en la métrica. Crucial resulta también su apreciación respecto de la versificación del poema y de las variaciones del castellano que figuran en diferentes fuentes del siglo XIII: “la más o menos cercanía de los vocablos a sus orígenes latinos proviene, en parte, no tanto de la edad del escritor, como de su dialecto provincial”. En cuanto a su valor poético, afirma inequívocamente que éste aflora a pesar de las muchas incorrecciones de las transcripciones posteriores. Su edición del Poema, en este sentido, es equivalente a la restauración de un fresco medieval. Es notable también su argumentación respecto de los versos faltantes al Poema, que de hecho buscará reconstruir con el lenguaje de la época. El interés de Bello por La Araucana de Alonso de Ercilla y Zúñiga (1841) se inscribe en su investigación sobre la evolución de las formas poéticas de la península. Pero agrega una motivación interesante en cuanto a que “La Araucana, la Eneida de Chile, compuesta en Chile, es familiar a los 14


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chilenos, único hasta ahora de los pueblos modernos cuya fundación ha sido inmortalizada por un poema épico”. Si bien comprueba que pocos críticos habían apreciado las virtudes de este poema, en gran parte por la rebuscada sofisticación en que habían derivado las letras españolas del siglo XVI, Bello ofrece criterios para ponderar el poema de Ercilla en su justo valor: es la llaneza del lenguaje, en muchos sentidos homérica, que eleva el pensamiento a los grandes temas de la humanidad, como son en este caso las vivencias y consecuencias del período de la conquista española en América. Lamenta que la naturalidad de La Araucana haya sido víctima de la “refinada elegancia y pomposa grandiosidad” de la época en que vio la luz, pero ofrece un contexto nuevo, como es el surgimiento de las naciones, para juzgar favorablemente el poema épico fundacional de Ercilla. Este conjunto de ensayos permite al lector remontarse a la época en que surgen con fuerza los intereses literarios y filológicos que alimentaron la fértil producción de Bello en una variedad de campos del saber. El hecho de que pocos de sus escritos se publicaran en vida no desmerecen la importancia que tuvieron en la trayectoria intelectual de Hispanoamérica. Revelan además un persistente y nunca descuidado interés por la poesía, tanto en general como en el particular caso del Poema del Cid. Su concentración en este precioso documento fundacional de la literatura y la nacionalidad española, sugiere que buscaba en él una clave para la construcción de las nuevas naciones hispanoamericanas. Que la investigación medievalista de Bello se vea reflejada en el monumental Código Civil de la República de Chile es una demostración de la importancia de su búsqueda. 3) Poesía Dada la importancia que Bello asignaba a la poesía, no es de extrañar que dedicara una considerable parte de su tiempo a cultivarla. Su poesía llena un tomo entero de las Obras Completas, mientras que los borradores de estas composiciones completan un grueso segundo volumen. Quizás uno de los más importantes, compuesto precisamente mientras concentraba su atención en la poesía medieval castellana, sea Alocución a la poesía (1823), la que, junto a Silva a la agricultura de la zona tórrida (1826), constituye un gran conjunto que Bello había concebido con el título de América. Bello emprendió esta obra no sólo como una celebración de las hazañas de la independencia en diferentes latitudes del Nuevo Mundo, 15


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sino también como una propuesta sobre el orden que debía surgir de una guerra que, por ser en gran medida una guerra civil, requería de valores capaces de superar el doloroso quiebre. Estos valores los encuentra Bello en la vida rural y la producción agrícola, lo que proporciona una clave para comprender su pensamiento político. Tal como en la revolución norteamericana, al menos en su versión jeffersoniana, el concepto de virtud resultaba central para definir el orden en las nuevas repúblicas. Y la virtud, a su vez, surgía de una vida rural que amaba la paz, pero que era también capaz de enfrentar la guerra. En el período en que Bello se dirige a sus compatriotas hispanoamericanos mediante estos poemas, la victoria está prácticamente asegurada, posibilitando así un futuro que Bello anticipa, sobre todo en la Silva, como un futuro agrícola con sus valores intrínsecos de paz, virtud ciudadana y sujeción a la ley. Empero, la poesía para Bello no era solamente un vehículo para la transmisión de valores ciudadanos o, como en el caso del Poema del Cid y de las Silvas, bases fundacionales de la nacionalidad. Era también, y en diversos momentos de su larga vida, una fuente de sustento emotivo ante pérdidas como la de su hija Dolores descrita en Oración por todos. La Oración es una adaptación libre y creativa —aunque Bello la llama “imitación”— del poema de Victor Hugo “Priere pour tous”, pero existe consenso en la crítica de que se trata de uno de los mejores (si no el mejor) de los poemas de Bello. 4) Epistolario En la selección de cartas incluidas en esta antología puede constatarse el profundo compromiso de Bello con la investigación filológica, la redacción poética y la formación de los jóvenes. La carta de Bello a Manuel Nicolás Corpancho (1856), a propósito de esto último, demuestra su afán por guiar a las nuevas generaciones por una senda que evitase los extremos, tanto de la expresión sin reglas como del academicismo superfluo. Allí expresa inequívocamente que no puede haber creación sin arte, es decir, “sin una competente posesión de la lengua, que es la primera y la más indispensable de las preparaciones del poeta, comprendiendo en ella la versificación y el estilo”. En esta misiva se encuentra un eco inconfundible del discurso inaugural de la Universidad de Chile, en el que también exhortó a la juventud a evitar los excesos de la imaginación en aras de una producción poética más ceñida a las necesidades de las naciones emergentes. La diferencia más importante radica en el grado 16


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de especificidad con la que Bello se refiere a un poeta en particular, cuya obra ha leído, hablándole en un lenguaje cálido, no exento de severo juicio respecto de lo que se requiere de los jóvenes talentos en el contexto de la Independencia. Es gracias al epistolario, conocido sólo en la segunda mitad del siglo XX, que podemos fechar de forma precisa la evolución de los intereses de Bello. En el caso del castellano medieval y de las tradiciones caballerescas en diferentes idiomas, es en la carta de Andrés Bello del 23 de agosto de 1862, al famoso arabista español Pascual de Gayangos, que podemos verificar cómo Bello retoma con renovada energía en la década de 1860 los intereses que le habían apasionado en la de 1810. Esta carta en particular pasó por varios borradores, lo que demuestra la variedad de temas en los que se ocupaba en este período y en los que coincidía, aunque no sin fuertes desacuerdos, con la investigación peninsular. Destaca en particular, en uno de los borradores, sus reflexiones en torno a la Crónica de Turpín, fuente que pocos habían estudiado y que, sin embargo, era de considerable importancia para distinguir las tradiciones caballerescas de Inglaterra, Francia y España. La elocuencia de Bello, como asimismo la confirmación de su compromiso con el estudio del castellano y del Poema del Cid, se puede apreciar en la carta que dirigió a Manuel Bretón de los Herreros el 18 de junio de 1863, que Pedro Grases ha denominado con gran acierto su “testamento cidiano”. Al enterarse Bello de que la Real Academia Española se ocupaba de una nueva edición del Poema y, viendo que no terminaría a tiempo su propia edición, Bello ofreció a la Academia el resultado de sus estudios, que resumió magistralmente en esta misiva, y que consistía tanto en su perspectiva sobre la versificación del Poema como asimismo en la reconstrucción de los versos que consideraba perdidos y que redactó a partir de la Crónica del Cid. Gracias al uso de este último documento, es evidente que Bello se interesaba en la transformación de la poesía en prosa y en los mecanismos lingüísticos involucrados en esta transición. También manifestó claramente su convicción de que el romance octosílabo derivaba del verso alejandrino y cuestionó que el primero fuera una versión primitiva del segundo. Esta carta proporciona también evidencia de la importancia que para Bello tenía el lenguaje, su historia y desarrollo, que es central en toda su vida intelectual.

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Comentarios finales Los textos aquí recogidos son solamente una pequeña muestra de la potencia creadora de Bello. Como el genio del idioma tiene expresiones muy diversas, desde la gramática hasta la jurisprudencia, así también la obra del polígrafo fue plural. Una proporción inmensa de ella quedó desconocida para sus contemporáneos y vio la luz póstumamente. Aún hoy quedan inéditos de su incansable pluma. La ocasión permite testimoniar el innegable hecho de que la vigencia y amplitud de la lengua española hoy se debe, en no escasa medida, a su pervivencia en tierras americanas y a la preservación de su genio en la variedad del mundo que con justeza puede llamarse panhispánico. Andrés Bello manifestó en su discurso inaugural ante la Universidad de Chile que “todas las verdades se tocan”. En efecto, es en la selección de artículos de Bello sobre la lengua que puede observarse toda la arquitectura de su pensamiento. Los estudios de Bello sobre la lengua fueron la base de la legislación civil del país, como también del sistema educacional republicano. Además, generaron una estética que plasmó en poesías, en traducciones y en una prensa de alto nivel, que posibilitó una ciudadanía letrada, en la que el lenguaje abrió nuevos espacios de libertad. Toda la producción intelectual de Bello fragua una gran arquitectura gramatical, en el sentido epistemológico más amplio —incluyendo sus obras jurídicas, literarias, educativas—, una gran “gramática de la emancipación”, como se ha dicho. Aunque tal vez fuera más cabal concebirla como “gramática de la libertad”, pues este es el valor supremo que aletea e impulsa su espíritu, su pensamiento y su magisterio. En el discurso de instalación de la Universidad de Chile (1843) declaraba: “Esta es mi fe literaria. Libertad en todo […]”. Los compiladores

Nota: Los textos seleccionados provienen de la última edición de las Obras Completas de Andrés Bello (26 tomos), publicadas en Caracas por la fundación La Casa de Bello, entre 1981 y 1984. Utilizamos las notas aclaratorias de la Comisión Editora y corregimos algunas erratas evidentes.

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CronologĂ­a



Cronología de Andrés Bello 1781:

Nace en Caracas, el 29 de noviembre, Andrés de Jesús María y José Bello López, primogénito de una familia de cuatro hermanos y cuatro hermanas. La familia es de ascendencia canaria e incluye a destacados miembros de la sociedad colonial.

1793:

Inicia estudios de latín en el Convento de las Mercedes, bajo la dirección de Cristóbal de Quesada. Continúa estudios superiores de esta lengua en el Seminario Santa Rosa, en 1796, con José Antonio Montenegro.

1797:

Inicia sus estudios universitarios en la Real y Pontificia Universidad de Caracas, bajo la dirección de Rafael Escalona. Estudia lógica, matemáticas, física y otras materias. En ese año imparte lecciones privadas de geografía y literatura a Simón Bolívar, quien afirmará más adelante: “Yo conozco la superioridad de este caraqueño contemporáneo mío: fue mi maestro cuando teníamos la misma edad; y yo le amaba con respeto”.

1800:

Conoce a Alejandro de Humboldt y le acompaña en sus expediciones alrededor de Caracas. En sus conversaciones surgen temas de lenguaje, incluyendo las teorías de Guillermo de Humboldt, como también de ciencias. Recibe el grado de Bachiller en Artes e inicia estudios de medicina y derecho.

1802:

Es nombrado Oficial Segundo de la Capitanía General de Venezuela, bajo el mando de Manuel Guevara Vasconcelos. La situación de la familia se deteriora considerablemente luego del fallecimiento del padre de Bello, Bartolomé, en 1804.

1807: Recibe dos importantes nombramientos: Comisario de Guerra y Secretario de la Junta Central de Vacuna. 1808:

Traduce el primer artículo que llega a Venezuela con noticias 21


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de la ocupación francesa de la península ibérica. Es nombrado redactor de la Gazeta de Caracas. 1810:

En respuesta a la crisis imperial desatada por la invasión napoleónica, los criollos de Caracas forman la “Junta Suprema Conservadora de los Derechos de Fernando VII”. Bello pasa a ser Oficial Mayor de la Secretaría de Relaciones Exteriores y sale, en junio, con rumbo a Inglaterra , acompañado de Simón Bolívar y Luis López Méndez. Se reúnen con Lord Richard Wellesley, pero no logran el reconocimiento británico. Bello conoce allí a Francisco de Miranda, quien regresa a Venezuela después de 30 años de ausencia. Bello reside en el domicilio de Miranda en Grafton Street hasta el colapso del primer gobierno venezolano en 1812. Se ve forzado a permanecer en Londres. Conoce a James Mill y a Jeremy Bentham. También a José María Blanco White, quien será su mejor amigo.

1814:

Contrae matrimonio con Mary Ann Boyland (1794-1821) con quien tendrá tres hijos, Carlos, Francisco y Juan. Este es un período intelectualmente muy rico, aunque lleno de dificultades económicas. Intenta trasladarse a otros países hispanoamericanos y busca acogerse a una amnistía en España, pero todos sus intentos fracasan o no llegan a prosperar. Se desempeña en diferentes funciones, sobre todo como tutor y profesor de idiomas. Debe padecer la muerte de su primera esposa y de su tercer hijo.

1822:

Es contratado por Antonio José de Irisarri como secretario de la legación de Chile en Londres. Forma parte principal de la redacción de la Biblioteca Americana, en donde colabora con el neogranadino Juan García de Río para elaborar un proyecto de reforma ortográfica, y publica también su Alocución a la poesía. Continúa su labor intelectual como redactor de El Repertorio Americano, publicado en cuatro tomos entre 1826 y 1827. Allí verá la luz su famosa Silva a la agricultura de la zona tórrida.

1824:

Casa con Elizabeth Dunn (1804-1873), con quien tendrá cuatro hijos en Londres y otros ocho en Chile. Deja la legación 22


Cronología de Andrés Bello

chilena por conflictos con Mariano Egaña y asume el mismo puesto en la legación de Colombia. Sin embargo, el deterioro de la situación política y económica de ese país, junto con ciertas desavenencias con Simón Bolívar, le impulsan a dejar Inglaterra y trasladarse a Chile. 1829:

Llega a Chile el 25 de junio, a la edad de 47 años, con su esposa y seis hijos. Es nombrado Oficial Mayor del Ministerio de Hacienda.

1830:

Es nombrado Rector del Colegio de Santiago. También pasa a ser redactor de El Araucano, principalmente en materias internacionales, artes y letras, y ciencias.

1832:

Adquiere la ciudadanía chilena y publica su famosa obra Principios de derecho de gentes, de múltiples ediciones posteriores y de amplia circulación en Hispanoamérica.

1834:

Es nombrado Oficial Mayor del Ministerio de Relaciones Exteriores. Promueve el establecimiento de relaciones diplomáticas con España, lo que le costará duros ataques en la prensa, sobre todo por parte de José Miguel Infante, quien además le acusa de haber delatado a Simón Bolívar en una fallida conspiración en Caracas.

1836:

Recibe el grado de Bachiller en Sagrados Cánones y Leyes por la Universidad de San Felipe.

1837:

Es elegido senador por un período de nueve años y reelegido en 1846 y 1855. Forma parte de diversas comisiones y, en particular, de aquellas dedicadas a la codificación de las leyes. En el Senado lleva a cabo una impresionante tarea legislativa, que incluye la creación de la Oficina Nacional de Estadísticas, la adopción del sistema métrico decimal y la abolición de los mayorazgos.

1842:

Es nombrado rector de la Universidad de Chile, cargo que mantendrá hasta su fallecimiento. También es designado miembro académico de las facultades de Filosofía y 23


Gramática de la Libertad

Humanidades, y de Leyes y Ciencias Políticas. Le toca vivir una época de grandes debates intelectuales, con figuras como Domingo Faustino Sarmiento y José Victorino Lastarria. 1847:

Publica su Gramática de la lengua castellana destinada al uso de los americanos, que revisará en cuatro ediciones posteriores. A partir de la novena edición chilena, el gran filólogo colombiano Rufino José Cuervo agregará las notas que harán de esta obra la más utilizada en el continente. En 1847 publica también la segunda edición revisada de la Gramática de la lengua latina, redactada por su hijo Francisco, fallecido dos años antes.

1851:

Es nombrado Miembro Honorario de la Real Academia Española. Y en 1861, Miembro Correspondiente.

1855:

El Código Civil de la República de Chile, que le ha ocupado por más de veinte años, es promulgado como ley de la República, vigente desde el primero de enero de 1857 y, en buena parte, hasta el día de hoy.

1857-65: A pesar de una salud en claro deterioro, Bello mantiene una impresionante actividad intelectual, con una particular concentración en los temas filológicos que le apasionaron en Londres. Prepara una edición del Poema del Cid, que quedará inédita hasta 1881. 1865:

Fallece, en su casa de la calle Catedral, el día 15 de octubre, semanas antes de cumplir los 84 años. Manuel Bulnes, Presidente de Chile entre 1841 y 1851, le explicará a su hijo Gonzalo: “te he traído para que veas al señor Bello, aunque muerto, porque en tu vida te habrás de sentir honrado con haber estado cerca de él”. En el entierro del 17 de octubre, dirá Ignacio Domeyko, a nombre de la Universidad de Chile: “Dudaría la razón que en una sola vida, un solo hombre pudiera saber tanto, hacer tanto y amar tanto”.

1881:

Se inicia la publicación de la primera edición de sus Obras Completas. Comienza a conocerse cabalmente la magnitud de sus aportes intelectuales. 24


Proleg贸meno



DISCURSO PRONUNCIADO EN LA INSTALACIÓN DE LA UNIVERSIDAD DE CHILE EL DÍA 17 DE SEPTIEMBRE DE 18431 Excmo. Sr. Patrono de la Universidad: Señores: El consejo de la universidad me ha encargado expresar a nombre del cuerpo nuestro profundo reconocimiento, por las distinciones y la confianza con que el supremo gobierno se ha dignado honrarnos. Debo también hacerme el intérprete del reconocimiento de la universidad por la expresión de benevolencia en que el señor ministro de instrucción pública se ha servido aludir a sus miembros. En cuanto a mí, sé demasiado que esas distinciones y esa confianza las debo mucho menos a mis aptitudes y fuerzas, que a mi antiguo celo (ésta es la sola cualidad que puedo atribuirme sin presunción), a mi antiguo celo por la difusión de las luces y de los sanos principios, y a la dedicación laboriosa con que he seguido algunos ramos de estudio, no interrumpidos en ninguna época de mi vida, no dejados de la mano en medio de graves tareas. Siento el peso de esta confianza; conozco la extensión de las obligaciones que impone; comprendo la magnitud de los esfuerzos que exige. Responsabilidad es ésta, que abrumaría, si recayese sobre un solo individuo, una inteligencia de otro orden, y mucho mejor preparada que ha podido estarlo la mía. Pero me alienta la cooperación de mis distinguidos colegas en el consejo y el cuerpo todo de la universidad. La ley (afortunadamente para mí) ha querido que la dirección de los estudios fuese la obra común del cuerpo. Con la asistencia del consejo, con la actividad ilustrada y patriótica de las diferentes facultades; bajo los auspicios del gobierno, bajo la influencia de la libertad, espíritu vital de las instituciones chilenas, me es lícito esperar que el caudal precioso de ciencia y talento, de que ya está en posesión la universidad, se aumentará, se difundirá velozmente, en beneficio de la religión, de la moral, de la libertad misma, y de los intereses materiales. Publicado en folleto en Santiago, Impr. del Estado, 1843, 38 pp; en los Anales de la Universidad de Chile, 1843, t. 1, pp. 139-152; también publicado en la edición chilena de sus Obras, t. VIII, pp. 303-318. 1

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Gramática de la Libertad

La universidad, señores, no sería digna de ocupar un lugar en nuestras instituciones sociales, si (como murmuran algunos ecos oscuros de declamaciones antiguas) el cultivo de las ciencias y de las letras pudiese mirarse como peligroso bajo un punto de vista moral, o bajo un punto de vista político. La moral (que yo no separo de la religión) es la vida misma de la sociedad; la libertad es el estímulo que da un vigor sano y una actividad fecunda a las instituciones sociales. Lo que enturbie la pureza de la moral, lo que trabe el arreglado, pero libre desarrollo de las facultades individuales y colectivas de la humanidad —y digo más— lo que las ejercite infructuosamente, no debe un gobierno sabio incorporarlo en la organización del estado. Pero en este siglo, en Chile, en esta reunión, que yo miro como un homenaje solemne a la importancia de la cultura intelectual; en esta reunión, que, por una coincidencia significativa, es la primera de las pompas que saludan al día glorioso de la patria, al aniversario de la libertad chilena, yo no me creo llamado a defender las ciencias y las letras contra los paralogismos del elocuente filósofo de Ginebra, ni contra los recelos de espíritus asustadizos, que con los ojos fijos en los escollos que han hecho zozobrar al navegante presuntuoso, no querrían que la razón desplegase jamás las velas, y de buena gana la condenarían a una inercia eterna, más perniciosa que el abuso de las luces a las causas mismas porque abogan. No para refutar lo que ha sido mil veces refutado, sino para manifestar la correspondencia que existe entre los sentimientos que acaba de expresar el señor ministro de instrucción pública y los que animan a la universidad, se me permitirá que añada a las de su señoría algunas ideas generales sobre la influencia moral y política de las ciencias y de las letras, sobre el ministerio de los cuerpos literarios, y sobre los trabajos especiales a que me parecen destinadas nuestras facultades universitarias en el estado presente de la nación chilena. Lo sabéis señores, todas las verdades se tocan, desde las que formulan el rumbo de los mundos en el piélago del espacio; desde las que determinan las agencias maravillosas de que dependen el movimiento y la vida en el universo de la materia; desde las que resumen la estructura del animal, de la planta, de la masa inorgánica que pisamos; desde las que revelan los fenómenos íntimos del alma en el teatro misterioso de la conciencia, hasta las que expresan las acciones y reacciones de las fuerzas políticas; hasta las que sientan las bases inconmovibles de la moral; hasta las que determinan las condiciones precisas para el desenvolvimiento de los gérmenes 28


Discurso pronunciado en la instalación de la Universidad de Chile

industriales; hasta las que dirigen y fecundan las artes. Los adelantamientos en todas líneas se llaman unos a otros, se eslabonan, se empujan. Y cuando digo “los adelantamientos en todas líneas”, comprendo sin duda los más importantes a la dicha del género humano, los adelantamientos en el orden moral y político. ¿A qué se debe este progreso de civilización, esta ansia de mejoras sociales, esta sed de libertad? Si queremos saberlo, comparemos a la Europa y a nuestra afortunada América, con los sombríos imperios del Asia, en que el despotismo hace pesar su cetro de hierro sobre cuellos encorvados de antemano por la ignorancia, o con las hordas africanas, en que el hombre, apenas superior a los brutos, es, como ellos, un artículo de tráfico para sus propios hermanos. ¿Quién prendió en la Europa esclavizada las primeras centellas de libertad civil? ¿No fueron las letras? ¿No fue la herencia intelectual de Grecia y Roma, reclamada, después de una larga época de oscuridad, por el espíritu humano? Allí, allí tuvo principio este vasto movimiento político, que ha restituido sus títulos de ingenuidad a tantas razas esclavas; este movimiento, que se propaga en todos sentidos, acelerado continuamente por la prensa y por las letras; cuyas ondulaciones, aquí rápidas, allá lentas, en todas partes necesarias, fatales, allanarán por fin cuantas barreras se les opongan, y cubrirán la superficie del globo. Todas las verdades se tocan, y yo extiendo esta aserción al dogma religioso, a la verdad teológica. Calumnian, no sé si diga a la religión o a las letras, los que imaginan que pueda haber una antipatía secreta entre aquélla y éstas. Yo creo, por el contrario, que existe, que no puede menos de existir, una alianza estrecha, entre la revelación positiva y esa otra revelación universal que habla a todos los hombres en el libro de la naturaleza. Si entendimientos extraviados han abusado de sus conocimientos para impugnar el dogma, ¿qué prueba esto, sino la condición de las cosas humanas? Si la razón humana es débil, si tropieza y cae, tanto más necesario es suministrarle alimentos sustanciosos y apoyos sólidos. Porque extinguir esta curiosidad, esta noble osadía del entendimiento, que le hace arrostrar los arcanos de la naturaleza, los enigmas del porvenir, no es posible, sin hacerlo, al mismo tiempo, incapaz de todo lo grande, insensible a todo lo que es bello, generoso, sublime, santo; sin emponzoñar las fuentes de la moral; sin afear y envilecer la religión misma. He dicho que todas las verdades se tocan; y aun no creo haber dicho bastante. Todas las facultades humanas forman un sistema, en que no puede haber regularidad y armonía sin el concurso de cada una. No se puede paralizar una fibra (permítaseme decirlo así), una sola fibra del alma, sin que todas las otras enfermen. 29


Gramática de la Libertad

Las ciencias y las letras, fuera de este valor social, fuera de barniz de amenidad y elegancia que dan a las sociedades humanas, y que debemos contar también entre sus beneficios, tienen un mérito suyo, intrínseco, en cuanto aumentan los placeres y goces del individuo que las cultiva y las ama; placeres exquisitos, a que no llega el delirio de los sentidos; goces puros, en que el alma no se dice a sí misma: Medio de fonte leporum surgit amari aliquid, quod in ipsis floribus angit. (Lucrecio)

De en medio de la fuente del deleite un no sé qué de amargo se levanta, que entre el halago de las flores punza.

Las ciencias y la literatura llevan en sí la recompensa de los trabajos y vigilias que se les consagran. No hablo de la gloria que ilustra las grandes conquistas científicas, no hablo de la aureola de inmortalidad que corona las obras del genio. A pocos es permitido esperarlas. Hablo de los placeres más o menos elevados, más o menos intensos, que son comunes a todos los rangos en la república de las letras. Para el entendimiento, como para las otras facultades humanas, la actividad es en sí misma un placer: placer que, como dice un filósofo escocés2, sacude de nosotros aquella inercia a que de otro modo nos entregaríamos en daño nuestro y de la sociedad. Cada senda que abren las ciencias al entendimiento cultivado, le muestra perspectivas encantadas; cada nueva faz que se le descubre en el tipo ideal de la belleza, hace estremecer deliciosamente el corazón humano, criado para admirarla y sentirla. El entendimiento cultivado oye en el retiro de la meditación las mil voces del coro de la naturaleza: mil visiones peregrinas revuelan en torno a la lámpara solitaria que alumbra sus vigilias. Para él sólo, se desenvuelve en una escala inmensa el orden de la naturaleza; para él sólo, se atavía la creación de toda su magnificencia, de todas sus galas. Pero las letras y las ciencias, al mismo tiempo que dan un ejercicio delicioso al entendimiento y a la imaginación, elevan el carácter moral. Ellas debilitan el poderío de las seducciones sensuales; ellas desarman de la mayor parte de sus terrores a las vicisitudes de la fortuna. Ellas son (después de la humilde y contenta resignación del 2

Tomás Brown. (Nota de Bello).

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Discurso pronunciado en la instalación de la Universidad de Chile

alma religiosa) el mejor preparativo para la hora de la desgracia. Ellas llevan el consuelo al lecho del enfermo, al asilo del proscrito, al calabozo, al cadalso. Sócrates, en vísperas de beber la cicuta, ilumina su cárcel con las más sublimes especulaciones que nos ha dejado la antigüedad gentílica sobre el porvenir de los destinos humanos. Dante compone en el destierro su “Divina Comedia”. Lavoisier pide a sus verdugos un plazo breve para terminar una investigación importante. Chénier, aguardando por instantes la muerte, escribe sus últimos versos, que deja incompletos para marchar al patíbulo: Comme un dernier rayon, comme un dernier zéphire anime la fin d’un beau jour, au pied de l’échafaud jessaie ancor ma lyre. Cual rayo postrero, cual aura que anima el último instante de un hermoso día, al pie del cadalso ensayo mi lira.

Tales son las recompensas de las letras; tales son sus consuelos. Yo mismo, aun siguiendo de tan lejos a sus favorecidos adoradores, yo mismo he podido participar de sus beneficios, y saborearme con sus goces. Adornaron de celajes alegres la mañana de mi vida, y conservan todavía algunos matices al alma, como la flor que hermosea las ruinas. Ellas han hecho aún más por mí; me alimentaron en mi larga peregrinación, y encaminaron mis pasos a este suelo de libertad y de paz, a esta patria adoptiva, que me ha dispensado una hospitalidad tan benévola. Hay otro punto de vista, en que tal vez lidiaremos con preocupaciones especiosas. Las universidades, las corporaciones literarias, ¿son un instrumento a propósito para la propagación de las luces? Mas apenas concibo que pueda hacerse esa pregunta en una edad que es por excelencia la edad de la asociación y la representación; en una edad en que pululan por todas partes las sociedades de agricultura, de comercio, de industria, de beneficencia; en la edad de los gobiernos representativos. La Europa, y los Estados Unidos de América, nuestro modelo bajo tantos respectos, responderán a ella.

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Gramática de la Libertad

Si la propagación del saber es una de sus condiciones más importantes, porque sin ella las letras no harían más que ofrecer unos pocos puntos luminosos en medio de densas tinieblas, las corporaciones a que se debe principalmente la rapidez de las comunicaciones literarias hacen beneficios esenciales a la ilustración y a la humanidad. No bien brota en el pensamiento de un individuo una verdad nueva, cuando se apodera de ella toda la república de las letras. Los sabios de la Alemania, de la Francia, de los Estados Unidos, aprecian su valor, sus consecuencias, sus aplicaciones. En esta propagación del saber, las academias, las universidades, forman otros tantos depósitos, adonde tienden constantemente a acumularse todas las adquisiciones científicas; y de estos centros es de donde se derraman más fácilmente por las diferentes clases de la sociedad. La Universidad de Chile ha sido establecida con este objeto especial. Ella, si corresponde a las miras de la ley que le ha dado su nueva forma, si corresponde a los deseos de nuestro gobierno, será un cuerpo eminentemente expansivo y propagador. Otros pretenden que el fomento dado a la instrucción científica se debe de preferencia a la enseñanza primaria. Yo ciertamente soy de los que miran la instrucción general, la educación del pueblo, como uno de los objetos más importantes y privilegiados a que pueda dirigir su atención el gobierno; como una necesidad primera y urgente; como la base de todo sólido progreso; como el cimiento indispensable de las instituciones republicanas. Pero, por eso mismo, creo necesario y urgente el fomento de la enseñanza literaria y científica. En ninguna parte, ha podido generalizarse la instrucción elemental que reclaman las clases laboriosas, la gran mayoría del género humano, sino donde han florecido de antemano las ciencias y las letras. No digo yo que el cultivo de las letras y de las ciencias traiga en pos de sí, como una consecuencia precisa, la difusión de la enseñanza elemental; aunque es incontestable que las ciencias y las letras tienen una tendencia natural a difundirse, cuando causas artificiales no las contrarían. Lo que digo es que el primero es una condición indispensable de la segunda; que donde no exista aquél, es imposible que la otra, cualesquiera que sean los esfuerzos de la autoridad, se verifique bajo la forma conveniente. La difusión de los conocimientos supone uno o más hogares, de donde salga y se reparta la luz, que, extendiéndose progresivamente sobre los espacios intermedios, penetre al fin las capas extremas. La generalización de la enseñanza requiere gran número de maestros competentemente instruidos; y las aptitudes de és32


Discurso pronunciado en la instalación de la Universidad de Chile

tos sus últimos distribuidores, son, ellas mismas, emanaciones más o menos distantes de los grandes depósitos científicos y literarios. Los buenos maestros, los buenos libros, los buenos métodos, la buena dirección de la enseñanza, son necesariamente la obra de una cultura intelectual muy adelantada. La instrucción literaria y científica es la fuente donde la instrucción elemental se nutre y se vivifica; a la manera que en una sociedad bien organizada la riqueza de la clase más favorecida de la fortuna es el manantial de donde se deriva la subsistencia de las clases trabajadoras, el bienestar del pueblo. Pero la ley, al plantear de nuevo la universidad, no ha querido fiarse solamente de esa tendencia natural de la ilustración a difundirse, ya que la imprenta da en nuestros días una fuerza y una movilidad no conocidas antes; ella ha unido íntimamente las dos especies de enseñanza; ella ha dado a una de las secciones del cuerpo universitario el encargo especial de velar sobre la instrucción primaria, de observar su marcha, de facilitar su propagación, de contribuir a sus progresos. El fomento, sobre todo, de la instrucción religiosa y moral del pueblo es un deber que cada miembro de la universidad se impone por el hecho de ser recibido en su seno. La ley que ha restablecido la antigua universidad sobre nuevas bases, acomodadas al estado presente de la civilización y a las necesidades de Chile, apunta ya los grandes objetos a que debe dedicarse este cuerpo. El señor ministro vicepatrono ha manifestado también las miras que presidieron a la refundición de la universidad, los fines que en ella se propone el legislador, y las esperanzas que es llamada a llenar; y ha desenvuelto de tal modo estas ideas, que, siguiéndole en ellas, apenas me sería posible hacer otra cosa que un ocioso comentario a su discurso. Añadiré con todo algunas breves observaciones que me parecen tener su importancia. El fomento de las ciencias eclesiásticas, destinado a formar dignos ministros del culto, y en último resultado a proveer a los pueblos de la república de la competente educación religiosa y moral, es el primero de estos objetos y el de mayor trascendencia. Pero hay otro aspecto bajo el cual debemos mirar la consagración de la universidad a la causa de la moral y de la religión. Si importa el cultivo de las ciencias eclesiásticas para el desempeño del ministerio sacerdotal, también importa generalizar entre la juventud estudiosa, entre toda la juventud que participa de la educación literaria y científica, conocimientos adecuados del dogma y de los anales de la fe cristiana. No creo necesario probar que ésta debiera 33


Gramática de la Libertad

ser una parte integrante de la educación general, indispensable para toda profesión, y aun para todo hombre que quiera ocupar en la sociedad un lugar superior al ínfimo. A la facultad de leyes y ciencias políticas se abre un campo el más vasto, el más susceptible de aplicaciones útiles. Lo habéis oído: la utilidad práctica, los resultados positivos, las mejoras sociales, es lo que principalmente espera de la universidad el gobierno; es lo que principalmente debe recomendar sus trabajos a la patria. Herederos de la legislación del pueblo rey, tenemos que purgarla de las manchas que contrajo bajo el influjo maléfico del despotismo; tenemos que despejar las incoherencias que deslustran una obra a que han contribuido tantos siglos, tantos intereses alternativamente dominantes, tantas inspiraciones contradictorias. Tenemos que acomodarla, que restituirla a las instituciones republicanas. ¿Y qué objeto más importante o más grandioso, que la formación, el perfeccionamiento de nuestras leyes orgánicas, la recta y pronta administración de justicia, la seguridad de nuestros derechos, la fe de las transacciones comerciales, la paz del hogar doméstico? La universidad, me atrevo a decirlo, no acogerá la preocupación que condena como inútil o pernicioso el estudio de las leyes romanas; creo, por el contrario, que le dará un nuevo estímulo y lo asentará sobre bases más amplias. La universidad verá probablemente en ese estudio el mejor aprendizaje de la lógica jurídica y forense. Oigamos sobre este punto el testimonio de un hombre a quien seguramente no se tachará de parcial a doctrinas antiguas; a un hombre que en el entusiasmo de la emancipación popular y de la nivelación democrática ha tocado tal vez al extremo. “La ciencia estampa en el derecho su sello; su lógica sienta los principios, formula los axiomas, deduce las consecuencias y saca de la idea de lo justo, reflejándola, inagotables desenvolvimientos. Bajo este punto de vista, el derecho romano no reconoce igual: se pueden disputar algunos de sus principios; pero su método, su lógica, su sistema científico, lo han hecho y lo mantienen superior a todas las otras legislaciones; sus textos son la obra maestra del estilo jurídico; su método es el de la geometría aplicado en todo su rigor al pensamiento moral”. Así se explica Eugène Lerminier, y ya antes Leibniz había dicho: “In jurisprudentia regnat (Romani). Dixi saepius post scripta geometrarum nihil extare quod vi ac subtilitate cum Romanorum jurisconsultorum scriptis comparari possit; tantum nervi inest; tantum profunditatis”.

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Discurso pronunciado en la instalación de la Universidad de Chile

La universidad estudiará también las especialidades de la sociedad chilena bajo el punto de vista económico, que no presenta problemas menos vastos, ni de menos arriesgada resolución. La universidad examinará los resultados de la estadística chilena, contribuirá a formarla y leerá en sus guarismos la expresión de nuestros intereses materiales. Porque en éste, como en los otros ramos, el programa de la universidad es enteramente chileno: si toma prestadas a la Europa las deducciones de la ciencia, es para aplicarlas a Chile. Todas las sendas en que se propone dirigir las investigaciones de sus miembros, el estudio de sus alumnos; convergen a un centro: la patria. La medicina investigará, siguiendo el mismo plan, las modificaciones peculiares que dan al hombre chileno su clima, sus costumbres, sus alimentos; dictará las reglas de la higiene privada y pública; se desvelará por arrancar a las epidemias el secreto de su germinación y de su actividad devastadora; y hará, en cuanto es posible, que se difunda a los campos el conocimiento de los medios sencillos de conservar y reparar la salud. ¿Enumeraré ahora las utilidades positivas de las ciencias matemáticas y físicas, sus aplicaciones a una industria naciente, que apenas tiene en ejercicio unas pocas artes simples, groseras, sin procederes bien entendidos, sin máquinas, sin algunos aun de los más comunes utensilios; sus aplicaciones a una tierra cruzada en todos sentidos de veneros metálicos, a un suelo fértil de riquezas vegetales, de sustancias alimenticias; a un suelo, sobre el que la ciencia ha echado apenas una ojeada rápida? Pero, fomentando las aplicaciones prácticas, estoy muy distante de creer que la universidad adopte por su divisa el mezquino “cui bono”? Y que no aprecie en su justo valor el conocimiento de la naturaleza en todos sus variados departamentos. Lo primero, porque, para guiar acertadamente la práctica, es necesario que el entendimiento se eleve a los puntos culminantes de la ciencia, a la apreciación de sus fórmulas generales. La universidad no confundirá, sin duda, las aplicaciones prácticas con las manipulaciones de un empirismo ciego. Y lo segundo, porque, como dije antes, el cultivo de la inteligencia contemplativa que descorre el velo a los arcanos del universo físico y moral, es en sí mismo un resultado positivo y de la mayor importancia. En este punto, para no repetirme, copiaré las palabras de un sabio inglés, que me ha honrado con su amistad. “Ha sido, dice el doctor Nicolás Arnott, ha sido una preocupación el creer que las personas instruidas así en las leyes generales tengan su atención 35


Gramática de la Libertad

dividida, y apenas les quede tiempo para aprender alguna cosa perfectamente. Lo contrario, sin embargo, es lo cierto; porque los conocimientos generales hacen más claros y precisos los conocimientos particulares. Los teoremas de la filosofía son otras tantas llaves que nos dan entrada a los más deliciosos jardines que la imaginación puede figurarse; son una vara mágica que nos descubre la faz del universo y nos revela infinitos objetos que la ignorancia no ve. El hombre instruido en las leyes naturales está, por decirlo así, rodeado de seres conocidos y amigos, mientras el hombre ignorante peregrina por una tierra extraña y hostil. El que por medio de las leyes generales puede leer en el libro de la naturaleza, encuentra en el universo una historia sublime que le habla de Dios y ocupa dignamente su pensamiento hasta el fin de sus días”. Paso, señores, a aquel departamento literario que posee de un modo peculiar y eminente la cualidad de pulir las costumbres; que afina el lenguaje, haciéndolo un vehículo fiel, hermoso, diáfano, de las ideas; que, por el estudio de otros idiomas vivos y muertos, nos pone en comunicación con la antigüedad y con las naciones más civilizadas, cultas y libres de nuestros días; que nos hace oír, no por el imperfecto medio de las traducciones siempre y necesariamente infieles, sino vivos, sonoros, vibrantes, los acentos de la sabiduría y la elocuencia extranjera; que, por la contemplación de la belleza ideal y de sus reflejos en las obras del genio, purifica el gusto, y concilia con los raptos audaces de la fantasía los derechos imprescriptibles de la razón; que, iniciando al mismo tiempo el alma en estudios severos, auxiliares necesarios de la bella literatura, y preparativos indispensables para todas las ciencias, para todas las carreras de la vida, forma la primera disciplina del ser intelectual y moral, expone las leyes eternas de la inteligencia a fin de dirigir y afirmar sus pasos, y desenvuelve los pliegues profundos del corazón, para preservarlo de extravíos funestos, para establecer sobre sólidas bases los derechos y los deberes del hombre. Enumerar estos diferentes objetos es presentaros, señores, según yo lo concibo, el programa de la universidad en la sección de filosofía y humanidades. Entre ellos, el estudio de nuestra lengua me parece de una alta importancia. Yo no abogaré jamás por el purismo exagerado que condena todo lo nuevo en materia de idioma; creo, por el contrario, que la multitud de ideas nuevas, que pasan diariamente del comercio literario a la circulación general, exige voces nuevas que las representen. ¿Hallaremos en el diccionario de Cervantes y de fray Luis de Granada —no quiero ir tan lejos— hallaremos, en el diccionario de Iriarte y Moratín, 36


Discurso pronunciado en la instalación de la Universidad de Chile

medios adecuados, signos lúcidos para expresar las nociones comunes que flotan hoy día sobre las inteligencias medianamente cultivadas, para expresar el pensamiento social? ¡Nuevas instituciones, nuevas leyes, nuevas costumbres; variadas por todas partes a nuestros ojos la materia y las formas; y viejas voces, vieja fraseología! Sobre ser desacordada esa pretensión, porque pugnaría con el primero de los objetos de la lengua, la fácil y clara transmisión del pensamiento, sería del todo inasequible. Pero se puede ensanchar el lenguaje, se puede enriquecerlo, se puede acomodarlo a todas las exigencias de la sociedad y aun a las de la moda, que ejerce un imperio incontestable sobre la literatura, sin adulterarlo, sin viciar sus construcciones, sin hacer violencia a su genio. ¿Es acaso distinta de la de Pascal y Racine, la lengua de Chateaubriand y Villemain? Y no transparenta perfectamente la de estos dos escritores el pensamiento social de la Francia de nuestros días, tan diferente de la Francia de Luis XIV? Hay más: demos anchas a esta especie de culteranismo; demos carta de nacionalidad a todos los caprichos de un extravagante neologismo; y nuestra América reproducirá dentro de poco la confusión de idiomas, dialectos y jerigonzas, el caos babilónico de la edad media; y diez pueblos, perderán uno de sus más preciosos instrumentos de correspondencia y comercio. La universidad fomentará, no sólo el estudio de las lenguas, sino de las literaturas extranjeras. Pero no sé si me engaño. La opinión de aquellos que creen que debemos recibir los resultados sintéticos de la ilustración europea, dispensándonos del examen de sus títulos, dispensándonos del proceder analítico, único medio de adquirir verdaderos conocimientos, no encontrará muchos sufragios en la universidad. Respetando, como respeto las opiniones ajenas, y reservándome sólo el derecho de discutirlas, confieso que tan poco propio me parecería para alimentar el entendimiento, para educarle y acostumbrarle a pensar por sí, el atenernos a las conclusiones morales y políticas de Herder, por ejemplo, sin el estudio de la historia antigua y moderna, como el adoptar los teoremas de Euclides sin el previo trabajo intelectual de la demostración. Yo miro, señores, a Herder como uno de los escritores que han servido más útilmente a la humanidad: él ha dado toda su dignidad a la historia, desenvolviendo en ella los designios de la Providencia y los destinos a que es llamada la especie humana sobre la tierra. Pero el mismo Herder no se propuso suplantar el conocimiento de los hechos, sino ilustrarlos, explicarlos; ni se puede apreciar su doctrina, sino por medio de previos estudios históricos. Sustituir a ellos deducciones y fórmulas, sería presentar a la juventud 37


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un esqueleto en vez de un traslado vivo del hombre social; sería darle una colección de aforismos en vez de poner a su vista el panorama móvil, instructivo, pintoresco, de las instituciones, de las costumbres, de las revoluciones, de los grandes pueblos y de los grandes hombres; sería quitar al moralista y al político las convicciones profundas, que sólo pueden nacer del conocimiento de los hechos; sería quitar a la experiencia del género humano el saludable poderío de sus avisos, en la edad, cabalmente, que es más susceptible de impresiones durables; sería quitar al poeta una inagotable mina de imágenes y de colores. Y lo que digo de la historia me parece que debemos aplicarlo a todos los otros ramos del saber. Se impone de este modo al entendimiento la necesidad de largos, es verdad, pero agradables estudios. Porque nada hace más desabrida la enseñanza que las abstracciones, y nada la hace fácil y amena, sino el proceder que, amoblando la memoria, ejercita al mismo tiempo el entendimiento y exalta la imaginación. El raciocinio debe engendrar al teorema; los ejemplos graban profundamente las lecciones. ¿Y pudiera yo, señores, dejar de aludir, aunque de paso, en esta rápida reseña, a la más hechicera de las vocaciones literarias, al aroma de la literatura, al capitel corintio, por decirlo así, de la sociedad culta? ¿Pudiera, sobre todo, dejar de aludir a la excitación instantánea, que ha hecho aparecer sobre nuestro horizonte esa constelación de jóvenes ingenios que cultivan con tanto ardor la poesía? Lo diré con ingenuidad: hay incorrección en sus versos; hay cosas que una razón castigada y severa condena. Pero la corrección es la obra del estudio y de los años; ¿quién pudo esperarla de los que, en un momento de exaltación, poética y patriótica a un tiempo, se lanzaron a esa nueva arena, resueltos a probar que en las almas chilenas arde también aquel fuego divino, de que, por una preocupación injusta, se las había creído privadas? Muestras brillantes, y no limitadas al sexo que entre nosotros ha cultivado hasta ahora casi exclusivamente las letras, la habían refutado ya. Ellos la han desmentido de nuevo. Yo no sé si una predisposición parcial hacia los ensayos de las inteligencias juveniles, extravía mi juicio. Digo lo que siento: hallo en esas obras destellos incontestables del verdadero talento, y aun con relación a algunas de ellas, pudiera decir, del verdadero genio poético. Hallo, en algunas de esas obras, una imaginación original y rica, expresiones felizmente atrevidas, y (lo que parece que sólo pudo dar un largo ejercicio) una versificación armoniosa y fluida, que busca de propósito las dificultades para luchar con ellas y sale airosa de esta arriesgada prue38


Discurso pronunciado en la instalación de la Universidad de Chile

ba. La universidad, alentando a nuestros jóvenes poetas, les dirá tal vez: “Si queréis que vuestro nombre no quede encarcelado entre la cordillera de los Andes y la mar del Sur, recinto demasiado estrecho para las aspiraciones generosas del talento; si queréis que os lea la posteridad, haced buenos estudios, principiando por el de la lengua nativa. Haced más: tratad asuntos dignos de vuestra patria y de la posteridad. Dejad los tonos muelles de la lira de Anacreonte y de Safo; la poesía del siglo XIX tiene una misión más alta. Que los grandes intereses de la humanidad os inspiren. Palpite en vuestras obras el sentimiento moral. Dígase cada uno de vosotros, al tomar la pluma: Sacerdote de las Musas, canto para las almas inocentes y puras: Musarum sacerdos, virginibus puerisque canto. (Horacio)

¿Y cuántos temas grandiosos no os presenta ya vuestra joven república? Celebrad sus grandes días; tejed guirnaldas a sus héroes; consagrad la mortaja de los mártires de la patria”. La universidad recordará al mismo tiempo a la juventud aquel consejo de un gran maestro de nuestros días: “Es preciso, decía Goethe, que el arte sea la regla de la imaginación y la transforme en poesía”. ¡El arte! Al oír esta palabra, aunque tomada de los labios mismos de Goethe, habrá algunos que me coloquen entre los partidarios de las reglas convencionales, que usurparon mucho tiempo ese nombre. Protesto solemnemente contra semejante aserción; y no creo que mis antecedentes la justifiquen. Yo no encuentro el arte en los preceptos estériles de la escuela, en las inexorables unidades, en la muralla de bronce entre los diferentes estilos y géneros, en las cadenas con que se ha querido aprisionar al poeta a nombre de Aristóteles y Horacio, y atribuyéndoles a veces lo que jamás pensaron. Pero creo que hay un arte fundado en las relaciones impalpables, etéreas, de la belleza ideal; relaciones delicadas, pero accesibles a la mirada de lince del genio competentemente preparado; creo que hay un arte que guía a la imaginación en sus más fogosos transportes; creo que sin ese arte la fantasía, en vez de encarnar en sus obras el tipo de lo bello, aborta esfinges, creaciones enigmáticas y monstruosas. Esta es mi fe literaria. Libertad en todo; pero yo no veo libertad, sino embriaguez licenciosa, en las orgías de la imaginación. 39


Gramática de la Libertad

La libertad, como contrapuesta, por una parte, a la docilidad servil que lo recibe todo sin examen, y por otra a la desarreglada licencia que se rebela contra la autoridad de la razón y contra los más nobles y puros instintos del corazón humano, será sin duda el tema de la universidad en todas sus diferentes secciones. Pero no debo abusar más tiempo de vuestra paciencia. El asunto es vasto; recorrerlo a la ligera, es todo lo que me ha sido posible. Siento no haber ocupado más dignamente la atención del respetable auditorio que me rodea, y le doy las gracias por la indulgencia con que se ha servido escucharme.

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Estudios gramaticales



PRÓLOGO DE GRAMÁTICA DE LA LENGUA CASTELLANA DESTINADA AL USO DE LOS AMERICANOS1 Aunque en esta Gramática hubiera deseado no desviarme de la nomenclatura y explicaciones usuales, hay puntos en que me ha parecido que las prácticas de la lengua castellana podían representarse de un modo más completo y exacto. Lectores habrá que califiquen de caprichosas las alteraciones que en esos puntos he introducido, o que las imputen a una pretensión extravagante de decir cosas nuevas: las razones que alego probarán, a lo menos, que no las he adoptado sino después de un maduro examen. Pero la prevención más desfavorable, por el imperio que tiene aun sobre personas bastante instruidas, es la de aquellos que se figuran que en la gramática las definiciones inadecuadas, las clasificaciones mal hechas, los conceptos falsos, carecen de inconveniente, siempre que por otra parte se expongan con fidelidad las reglas a que se conforma el buen uso. Yo creo, con todo, que esas dos cosas son inconciliables; que el uso no puede exponerse con exactitud y fidelidad sino analizando, desenvolviendo los principios verdaderos que lo dirigen; que una lógica severa es indispensable requisito de toda enseñanza; y que, en el primer ensayo que el entendimiento hace de sí mismo es en el que más importa no acostumbrarle a pagarse de meras palabras. El habla de un pueblo es un sistema artificial de signos, que bajo muchos respectos se diferencia de los otros sistemas de la misma especie: de que se sigue que cada lengua tiene su teoría particular, su gramática. No debemos, pues, aplicar indistintamente a un idioma los principios, los términos, las analogías en que se resumen bien o mal las prácticas de otro. Esta misma palabra idioma2 está diciendo que cada lengua tiene su genio, su fisonomía, sus giros; y mal desempeñaría su oficio el gramático que explicando la suya se limitara a lo que ella tuviese de común con otra, o (todavía peor) que supusiera semejanzas donde no hubiese más que diferencias, y diferencias importantes, radicales. Una cosa es la gramática En abril de 1847 apareció en Santiago de Chile la primera edición de la Gramática de la lengua castellana destinada al uso de los americanos, publicada en la Imprenta de El Progreso, Plaza de la Independencia, N° 9. 1

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En griego peculiaridad, naturaleza propia, índole característica.

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general, y otra la gramática de un idioma dado: una cosa comparar entre sí dos idiomas, y otra considerar un idioma como es en sí mismo. ¿Se trata, por ejemplo, de la conjugación del verbo castellano? Es preciso enumerar las formas que toma, y los significados y usos de cada forma, como si no hubiese en el mundo otra lengua que la castellana; posición forzada respecto del niño, a quien se exponen las reglas de la sola lengua que está a su alcance, la lengua nativa. Este es el punto de vista en que he procurado colocarme, y en el que ruego a las personas inteligentes, a cuyo juicio someto mi trabajo, que procuren también colocarse, descartando, sobre todo, las reminiscencias del idioma latino. En España, como en otros países de Europa, una admiración excesiva a la lengua y literatura de los romanos dió un tipo latino a casi todas las producciones del ingenio. Era ésta una tendencia natural de los espíritus en la época de la restauración de las letras. La mitología pagana siguió suministrando imágenes y símbolos al poeta; y el período ciceroniano fué la norma de la elocución para los escritores elegantes. No era, pues, de extrañar que se sacasen del latín la nomenclatura y los cánones gramaticales de nuestro romance. Si como fué el latín el tipo ideal de los gramáticos, las circunstancias hubiesen dado esta preeminencia al griego, hubiéramos probablemente contado cinco casos en nuestra declinación en lugar de seis, nuestros verbos hubieran tenido no sólo voz pasiva, sino voz media, y no habrían faltado aoristos y paulo-post-futuros en la conjugación castellana3. Obedecen, sin duda, los signos del pensamiento a ciertas leyes generales, que derivadas de aquellas a que está sujeto el pensamiento mismo, dominan a todas las lenguas y constituyen una gramática universal. Pero si se exceptúa la resolución del razonamiento en proposiciones, y de la proposición en sujeto y atributo; la existencia del sustantivo para expresar directamente los objetos, la del verbo para indicar los atributos y la de otras palabras que modifiquen y determinen a los sustantivos y verbos a fin de que, con un número limitado de unos y otros, puedan designarse todos los objetos posibles, no sólo reales sino intelectuales, y todos los atributos que percibamos o imaginemos en ellos; si exceptuamos esta Las declinaciones de los latinizantes me recuerdan el proceder artístico del pintor de hogaño, que, por parecerse a los antiguos maestros, ponía golilla y ropilla a los personajes que retrataba. 3

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Prólogo de Gramática de la lengua castellana destinada al uso de los americanos

armazón fundamental de las lenguas, no veo nada que estemos obligados a reconocer como ley universal de que a ninguna sea dado eximirse. El número de las partes de la oración pudiera ser mayor o menor de lo que es en latín o en las lenguas romances. El verbo pudiera tener géneros y el nombre tiempos. ¿Qué cosa más natural que la concordancia del verbo con el sujeto? Pues bien; en griego era no sólo permitido sino usual concertar el plural de los nombres neutros con el singular de los verbos. En el entendimiento dos negaciones se destruyen necesariamente una a otra, y así es también casi siempre en el habla; sin que por eso deje de haber en castellano circunstancias en que dos negaciones no afirman. No debemos, pues, trasladar ligeramente las afecciones de las ideas a los accidentes de las palabras. Se ha errado no poco en filosofía suponiendo a la lengua un trasunto fiel del pensamiento; y esta misma exagerada suposición ha extraviado a la gramática en dirección contraria: unos argüían de la copia al original; otros del original a la copia. En el lenguaje lo convencional y arbitrario abraza mucho más de lo que comúnmente se piensa. Es imposible que las creencias, los caprichos de la imaginación, y mil asociaciones casuales, no produjesen una grandísima discrepancia en los medios de que se valen las lenguas para manifestar lo que pasa en el alma; discrepancia que va siendo mayor y mayor a medida que se apartan de su común origen. Estoy dispuesto a oír con docilidad las objeciones que se hagan a lo que en esta gramática pareciere nuevo; aunque, si bien se mira, se hallará que en eso mismo algunas veces no innovo, sino restauro. La idea, por ejemplo, que yo doy de los casos en la declinación, es la antigua y genuina; y en atribuir la naturaleza de sustantivo al infinitivo, no hago más que desenvolver una idea perfectamente enunciada en Prisciano: “Vim nominis habet verbum infinitum; dico enim ‘bonum est legere’, ut si dicam ‘bona est lectio’”. No he querido, sin embargo, apoyarme en autoridades, porque para mí la sola irrecusable en lo tocante a una lengua es la lengua misma. Yo no me creo autorizado para dividir lo que ella constantemente une, ni para identificar lo que ella distingue. No miro las analogías de otros idiomas sino como pruebas accesorias. Acepto las prácticas como la lengua las presenta; sin imaginarias elipsis, sin otras explicaciones que las que se reducen a ilustrar el uso por el uso. Tal ha sido mi lógica. En cuanto a los auxilios de que he procurado aprovecharme, debo citar especialmente las obras de la Academia 45


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española y la gramática de D. Vicente Salvá. He mirado esta última como el depósito más copioso de los modos de decir castellanos; como un libro que ninguno de los que aspiran a hablar y escribir correctamente nuestra lengua nativa debe dispensarse de leer y consultar a menudo. Soy también deudor de algunas ideas al ingenioso y docto D. Juan Antonio Puigblanch en las materias filológicas que toca por incidencia en sus Opúsculos. Ni fuera justo olvidar a Garcés, cuyo libro, aunque sólo se considere como un glosario de voces y frases castellanas de los mejores tiempos, ilustradas con oportunos ejemplos, no creo que merezca el desdén con que hoy se le trata. Después de un trabajo tan importante como el de Salvá, lo único que me parecía echarse de menos era una teoría que exhibiese el sistema de la lengua en la generación y uso de sus inflexiones y en la estructura de sus oraciones, desembarazado de ciertas tradiciones latinas que de ninguna manera le cuadran. Pero cuando digo teoría no se crea que trato de especulaciones metafísicas. El señor Salvá reprueba con razón aquellas abstracciones ideológicas que, como las de un autor que cita, se alegan para legitimar lo que el uso proscribe. Yo huyo de ellas, no sólo cuando contradicen al uso, sino cuando se remontan sobre la mera práctica del lenguaje. La filosofía de la gramática la reduciría yo a representar el uso bajo las fórmulas más comprensivas y simples. Fundar estas fórmulas en otros procederes intelectuales que las que real y verdaderamente guían al uso, es un lujo que la gramática no ha menester. Pero los procederes intelectuales que real y verdaderamente le guían, o en otros términos, el valor preciso de las inflexiones y las combinaciones de las palabras, es un objeto necesario de averiguación; y la gramática que lo pase por alto no desempeñará cumplidamente su oficio. Como el diccionario da el significado de las raíces, a la gramática incumbe exponer el valor de las inflexiones y combinaciones, y no sólo el natural y primitivo, sino el secundario y el metafórico, siempre que hayan entrado en el uso general de la lengua. Este es el campo que privativamente deben abrazar las especulaciones gramaticales, y al mismo tiempo el límite que las circunscribe. Si alguna vez he pasado este límite, ha sido en brevísimas excursiones, cuando se trataba de discutir los alegados fundamentos ideológicos de una doctrina, o cuando los accidentes gramaticales revelaban algún proceder mental curioso: trasgresiones, por otra parte, tan raras, que sería demasiado rigor calificarlas de importunas.

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Algunos han censurado esta gramática de difícil y oscura. En los establecimientos de Santiago que la han adoptado, se ha visto que esa dificultad es mucho mayor para los que, preocupados por las doctrinas de otras gramáticas, se desdeñan de leer con atención la mía y de familiarizarse con su lenguaje, que para los alumnos que forman por ella sus primeras nociones gramaticales. Es, por otra parte, una preocupación harto común la que nos hace creer llano y fácil el estudio de una lengua, hasta el grado en que es necesario para hablarla y escribirla correctamente. Hay en la gramática muchos puntos que no son accesibles a la inteligencia de la primera edad; y por eso he juzgado conveniente dividirla en dos cursos, reducido el primero a las nociones menos difíciles y más indispensables, y extensivo el segundo a aquellas partes del idioma que piden un entendimiento algo ejercitado. Los he señalado con diverso tipo y comprendido los dos en un solo tratado, no sólo para evitar repeticiones, sino para proporcionar a los profesores del primer curso el auxilio de las explicaciones destinadas al segundo, si alguna vez las necesitaren. Creo, además, que esas explicaciones no serán enteramente inútiles a los principiantes, porque, a medida que adelanten, se les irán desvaneciendo gradualmente las dificultades que para entenderlas se les ofrezcan. Por este medio queda también al arbitrio de los profesores el añadir a las lecciones de la enseñanza primaria todo aquello que de las del curso posterior les pareciere a propósito, según la capacidad y aprovechamiento de los alumnos. En las notas al pie de las páginas llamo la atención a ciertas prácticas viciosas del habla popular de los americanos, para que se conozcan y eviten, y dilucido algunas doctrinas con observaciones que requieren el conocimiento de otras lenguas. Finalmente, en las notas que he colocado al fin del libro me extiendo sobre algunos puntos controvertibles, en que juzgué no estarían de más las explicaciones para satisfacer a los lectores instruídos. Parecerá algunas veces que se han acumulado profusamente los ejemplos; pero sólo se ha hecho cuando se trataba de oponer la práctica de escritores acreditados a novedades viciosas, o de discutir puntos controvertidos, o de explicar ciertos procederes de la lengua a que creía no haberse prestado atención hasta ahora. He creído también que en una gramática nacional no debían pasarse por alto ciertas formas y locuciones que han desaparecido de la lengua corriente; ya porque el poeta y aun el prosista no dejan de recurrir alguna 47


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vez a ellas, y ya porque su conocimiento es necesario para la perfecta inteligencia de las obras más estimadas de otras edades de la lengua. Era conveniente manifestar el uso impropio que algunos hacen de ellas, y los conceptos erróneos con que otros han querido explicarlas; y si soy yo el que ha padecido error, sirvan mis desaciertos de estímulo a escritores más competentes, para emprender el mismo trabajo con mejor suceso. No tengo la pretensión4 de escribir para los castellanos. Mis lecciones se dirigen a mis hermanos, los habitantes de Hispano-América. Juzgo importante la conservación de la lengua de nuestros padres en su posible pureza, como un medio providencial de comunicación y un vínculo de fraternidad entre las varias naciones de origen español derramadas sobre los dos continentes. Pero no es un purismo supersticioso lo que me atrevo a recomendarles. El adelantamiento prodigioso de todas las ciencias y las artes, la difusión de la cultura intelectual y las revoluciones políticas, piden cada día nuevos signos para expresar ideas nuevas, y la introducción de vocablos flamantes, tomados de las lenguas antiguas y extranjeras, ha dejado ya de ofendernos, cuando no es manifiestamente innecesaria, o cuando no descubre la afectación y mal gusto de los que piensan engalanar así lo que escriben. Hay otro vicio peor, que es el prestar acepciones nuevas a las palabras y frases conocidas, multiplicando las anfibologías de que por la variedad de significados de cada palabra adolecen más o menos las lenguas todas, y acaso en mayor proporción las que más se cultivan, por el casi infinito número de ideas a que es preciso acomodar un número necesariamente limitado de signos. Pero el mayor mal de todos, y el que, si no se ataja, va a privarnos de las inapreciables ventajas de un lenguaje común, es la avenida de neologismos de construcción, que inunda y enturbia mucha parte de lo que se escribe en América, y alterando la estructura del idioma, tiende a convertirlo en una multitud de dialectos irregulares, licenciosos, bárbaros; embriones de idiomas futuros, que durante una larga elaboración reproducirían en América lo que fué la Europa en el tenebroso período de la corrupción del latín. Chile, el Perú, Buenos Aires, Méjico, hablarían cada uno su Ramón Trujillo, quien estudió las variaciones de las cinco ediciones que Bello corrigió en vida, sostiene lo siguiente: “Bello usó ‘presunción’ en todas las ediciones que corrigió. ‘Pretensión’ es una errata, frecuente en las ediciones de la Gramática, e introduce un matiz diferente en este importante párrafo.” Andrés Bello, Gramática de la lengua castellana destinada al uso de los americanos, edición crítica de Ramón Trujillo, Miembro Correspondiente de la Real Academia Española. Tenerife: Instituto Universitario de Lingüística Andrés Bello y Cabildo Insular de Tenerife, 1981, p. 129 (Nota de los compiladores). 4

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lengua, o por mejor decir, varias lenguas, como sucede en España, Italia y Francia, donde dominan ciertos idiomas provinciales, pero viven a su lado otros varios, oponiendo estorbos a la difusión de las luces, a la ejecución de las leyes, a la administración del Estado, a la unidad nacional. Una lengua es como un cuerpo viviente: su vitalidad no consiste en la constante identidad de elementos, sino en la regular uniformidad de las funciones que éstos ejercen, y de que proceden la forma y la índole que distinguen al todo. Sea que yo exagerare o no el peligro, él ha sido el principal motivo que me ha inducido a componer esta obra, bajo tantos respectos superior a mis fuerzas. Los lectores inteligentes que me honren leyéndola con alguna atención, verán el cuidado que he puesto en demarcar, por decirlo así, los linderos que respeta el buen uso de nuestra lengua, en medio de la soltura y libertad de sus giros, señalando las corrupciones que más cunden hoy día, y manifestando la esencial diferencia que existe entre las construcciones castellanas y las extranjeras que se les asemejan hasta cierto punto, y que solemos imitar sin el debido discernimiento. No se crea que recomendando la conservación del castellano sea mi ánimo tachar de vicioso y espurio todo lo que es peculiar de los americanos. Hay locuciones castizas que en la Península pasan hoy por anticuadas y que subsisten tradicionalmente en Hispano-América ¿Por qué proscribirlas? Si según la práctica general de los americanos es más analógica la conjugación de algún verbo, ¿por qué razón hemos de preferir la que caprichosamente haya prevalecido en Castilla? Si de raíces castellanas hemos formado vocablos nuevos, según los procederes ordinarios de derivación que el castellano reconoce, y de que se ha servido y se sirve continuamente para aumentar su caudal, ¿qué motivos hay para que nos avergoncemos de usarlos? Chile y Venezuela tienen tanto derecho como Aragón y Andalucía para que se toleren sus accidentales divergencias, cuando las patrocina la costumbre uniforme y auténtica de la gente educada. En ellas se peca mucho menos contra la pureza y corrección del lenguaje, que en las locuciones afrancesadas, de que no dejan de estar salpicadas hoy día aun las obras más estimadas de los escritores peninsulares. He dado cuenta de mis principios, de mi plan y de mi objeto, y he reconocido, como era justo, mis obligaciones a los que me han precedido. 49


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Señalo rumbos no explorados, y es probable que no siempre haya hecho en ellos las observaciones necesarias para deducir generalidades exactas. Si todo lo que propongo de nuevo no pareciere aceptable, mi ambición quedará satisfecha con que alguna parte lo sea, y contribuya a la mejora de un ramo de enseñanza, que no es ciertamente el más lucido, pero es uno de los más necesarios.

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INDICACIONES SOBRE LA CONVENIENCIA DE SIMPLIFICAR Y UNIFORMAR LA ORTOGRAFÍA EN AMÉRICA1 Uno de los estudios que más interesan al hombre es el del idioma que se habla en su país natal. Su cultivo y perfección constituyen la base de todos los adelantamientos intelectuales. Se forman las cabezas por las lenguas, dice el autor del Emilio, y los pensamientos se tiñen del color de los idiomas. Desde que los españoles sojuzgaron el nuevo mundo, se han ido perdiendo poco a poco las lenguas aborígenes; y aunque algunas se conservan todavía en toda su pureza entre las tribus de indios independientes, y aun entre aquellos que han empezado a civilizarse, la lengua castellana es la que prevalece en los nuevos estados que se han formado de la desmembración de la monarquía española, y es indudable que poco a poco hará desaparecer todas las otras. El cultivo de aquel idioma ha participado allí de todos los vicios del sistema de educación que se seguía; y aunque sea ruboroso decirlo, es necesario confesar que en la generalidad de los habitantes de América no se encontraban cinco personas en ciento que poseyesen gramaticalmente su propia lengua, y apenas una que la escribiese correctamente. Tal era el efecto del plan adoptado por la corte de Madrid respecto de sus posesiones coloniales, y aun la consecuencia necesaria del atraso en que se encontraba la misma España. Entre los medios no sólo de pulir la lengua, sino de extender y generalizar todos los ramos de ilustración, pocos habrá más importantes que el simplificar su ortografía, como que de ella depende la adquisición más Este artículo fue publicado con la firma de G. R. y A. B., iniciales que corresponden a Juan García del Río y Andrés Bello. Se imprimió por vez primera en la Biblioteca Americana, Londres, 1823, pp. 50-62; se reimprimió en El Repertorio Americano, Londres, octubre de 1826, tomo 1, pp. 27-41. El texto del Repertorio, que es el que reproducimos, tiene una adición de más de una página y presenta algunas variantes de redacción. Anotamos al pie del texto las dos más importantes, puesto que las demás son pequeñas enmiendas de impresión (Comisión Editora. Caracas). 1

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o menos fácil de los dos artes primeros, que son como los cimientos sobre que descansa todo el edificio de la literatura y de las ciencias: leer y escribir. La ortografía, dice la Academia Española, es la que mejora las lenguas, conserva su pureza, señala la verdadera pronunciación y significado de las voces, y declara el legítimo sentido de lo escrito, haciendo que la escritura sea un fiel y seguro depósito de las leyes, de las artes, de las ciencias, y de todo cuanto discurrieron los doctos y los sabios en todas profesiones, y dejaron por este medio encomendado a la posteridad para la universal instrucción y enseñanza2. De la importancia de la ortografía se sigue la necesidad de simplificarla; y el plan o método que haya de seguirse en las innovaciones que se introduzcan para tan necesario fin, va a ser el objeto del presente artículo. No tenemos la temeridad de pensar que las reformas que vamos a sugerir se adopten inmediatamente. Demasiado conocemos cuánto es el imperio de la preocupación y de los hábitos; pero nada se pierde con indicarlas y someterlas desde ahora a la discusión de los inteligentes, o para que se modifiquen, si pareciere necesario, o para que se acelere la época de su introducción y se allane el camino a los cuerpos literarios que hayan de dar en América una nueva dirección a los estudios. A fin de motivar las reformas que apuntamos, examinaremos, por la última edición de 1820 del tratado de ortografía castellana, los distintos sistemas de varios escritores y de la Academia misma; y deduciremos de todos ellos el nuestro. Antonio de Nebrija sentó por principio para el arreglo de la ortografía que cada letra debía tener un sonido distinto, y cada sonido debía representarse por una sola letra. He aquí el rumbo que deben seguir todas las reformas ortográficas. Mateo Alemán, llevando adelante la idea de aquel doctísimo filólogo, adoptó por única norma de la escritura la pronunciación, excluyendo el uso y el origen. Juan López de Velasco echó por otro camino. Creyendo que la pronunciación no debía dominar sola, y siguiendo el consejo de Quintiliano, Nisi quod consuetudo obtinuerit, sic scribendum quidque judico quomodo sonat, establece que la lengua debe escribirse sencilla y naturalmente como se habla, pero sin introducir novedad ofensiva. Gonzalo Correas, empero, despreciando, como era razón, este usurpado dominio de la costumbre, quiso emendar el alfabeto 2

Ortografía de la lengua castellana, 1820. (Nota de Bello).

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Indicaciones sobre la conveniencia de simplificar y uniformar la ortografía en América

castellano en una de sus más incómodas irregularidades sustituyendo la k a la c fuerte y a la q. Otros escritores antiguos y modernos han aconsejado otras reformas: todos han convenido en el fin de hacer uniforme y fácil la escritura castellana; pero en los medios ha habido variedad de opiniones3. En cuanto a la Academia Española, nosotros ciertamente miramos como apreciabilísimos sus trabajos. Al comparar el estado de la escritura castellana, cuando la Academia se dedicó a simplificarla, con el que hoy tiene, no sabemos qué es más de alabar, si el espíritu de liberalidad (bien diferente del que suele animar tales cuerpos) con que la Academia ha patrocinado e introducido ella misma las reformas útiles, o la docilidad del público en adoptarlas, tanto en la Península como fuera de ella. Su primer trabajo de esta especie, según dice ella misma, fué en los proemiales del tomo primero del gran Diccionario; y desde entonces ha procedido de escalón en escalón, simplificando la escritura en las varias ediciones de su Ortografía. No sabemos si hubiera convenido introducir todas las alteraciones de un golpe, llevando el alfabeto al punto de perfección de que es susceptible, y conformándole en un todo a los principios anteriormente citados de Nebrija y Mateo Alemán; lo que ciertamente hubiera sido de desear es que todas ellas hubieran seguido un plan constante y uniforme, y que en cada innovación se hubiese dado un paso efectivo hacia el término que se contemplaba, sin caminar por rodeos inútiles. Pero debemos tener presente que las operaciones de un cuerpo de esta especie no pueden ser tan sistemáticas, ni tan fijos sus principios, como los de un individuo; así que, dando a la Academia las gracias que merece por lo que ha hecho de bueno, y por la dirección Este párrafo en la Biblioteca Americana (1823), aparece redactado así: “Pasando revista aquel cuerpo a los diferentes autores que trataron de arreglar la escritura de la lengua castellana, dice de Antonio de Nebrija, el primero que lo intentó, ‘que había sentado por principio, que no debía haber letra que no tuviese su distinto sonido, ni sonido que no tuviese su diferente letra’. Después de Nebrija, siguió Mateo Alemán, el cual excluye enteramente el uso y el origen, adoptando por única regla la pronunciación. Juan López de Velasco, al paso que manifiesta debe escribirse la lengua sencilla y naturalmente como se habla o debe hablar, y corregirse el uso en lo que estuviese errado, dice que esto debe sólo entenderse cuando no haya novedad que ofenda. Gonzalo Correas pretendió introducir la k, para que hiciese los oficios de la c y de la q, que excluía como inútiles del abecedario. Bartolomé Jiménez Patón desechaba la q en algunos casos, siguiendo en lo demás los preceptos comunes. Por último, otros escritores antiguos y modernos, aunque con diversidad en los medios, han convenido en el fin de hacer uniforme la escritura castellana, y de fácil y práctica ejecución”. (Comisión Editora. Caracas). 3

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general de sus trabajos, será justo al mismo tiempo considerar las imperfecciones de los resultados como inherentes a la naturaleza de una sociedad filológica. En 1754 añadió la Academia (según dice ella misma) algunas letras propias del idioma, que se habían omitido hasta entonces y faltaban para su perfección; e hizo en otras la novedad que tuvo por conveniente para facilitar la práctica sin tanta dependencia de los orígenes. En la tercera edición, de 1763, señaló las reglas de los acentos, y excusó la duplicación de la s. En las cuatro ediciones sucesivas de 1770, 75, 79 y 92, no hizo más que aumentar la lista de voces de dudosa ortografía. En 1803, dió lugar en el alfabeto a las letras ll y ch, como representantes de los sonidos con que se pronuncian en llama, chopo, y suprimió la ch cuando tenía el valor de k, como en christiano, chimera, sustituyéndole, según los diferentes casos, c o q, y excusando la capucha o acento circunflejo, que por vía de distinción solía ponerse sobre la vocal siguiente. Desterró también la ph y la k; y para hacer más dulce la pronunciación, omitió algunas letras en ciertas voces en que el uso indicaba esta novedad, como la b en substancia, obscuro, la n en transponer, etc., sustituyendo en otras la s a la x, como en extraño, extranjero4. La edición de 1815 (igual en todo a la de 1820) añadió otras importantes reformas, como la de emplear exclusivamente la c en las combinaciones que suenan ca, co, cu, dejándose a la q solamente las combinaciones que, qui, en que es muda la u, y resultando por tanto superflua la crema, que se usaba por vía de distinción en eloqüencia, qüestion, y otros vocablos semejantes. Esta novedad fué un gran paso (bien que no sabemos si hubiera sido preferible suprimir la u muda en quema, quiso); pero la de omitir la x áspera solamente en principio o medio de dicción como xarabe, xefe, exido, y conservarla en el fin, como almoradux, relox, donde tiene el mismo valor, nos parece inconsecuente y caprichoso5. Lo peor [La Academia, en la 8ª edición de la Ortografía, año 1815, autorizó las grafías estraño, estrangero, etc. En 1844, en su Prontuario ortográfico, volvió a restablecer coma obligatoria la x. A. R.] 4

[Ya en la 7ª ed. del Diccionario (1832), la Academia adopta las grafías modernas almoraduj, carcaj, reloj. A. R.] 5

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de todo es el sustituirle la letra g antes de las vocales e, i solamente; y en las demás ocasiones la j. ¿Para qué esta variedad gratuita de usos? ¿Por qué no se ha de sustituir a la x áspera antes de todas las vocales la j, letra tan cómoda por su unidad de valor, en vez de la g, signo equívoco y embarazoso, que suena unas veces de una manera, y otras de otra? El sistema de la Academia propende manifiestamente a suprimir la g misma en los casos que equivale a la j; por consiguiente, la nueva práctica de escribir gerga, gícara, es un escalón superfluo, un paso que pudo excusarse, escribiendo de una vez jerga, jícara6. Las otras alteraciones fueron desterrar el acento circunflejo en las voces examen, existo, etc., por consecuencia de la unidad de valor que en esta situación empezó a tener la x; y escribir (con algunas excepciones que no nos parecen necesarias) i en lugar de y cuando esta letra era vocal, como en ayre, peyne. Observa la Academia que es un grande obstáculo para la perfección de la ortografía la irregularidad con que se pronuncian las combinaciones y sílabas de la c y la g con otras vocales; y que por esto tropiezan tanto los niños cuando aprenden a silabar; también los extranjeros, y aun más los sordos mudos. Pero, con todo, no corrige semejante anomalía. Antonio de Nebrija quería dejar privativamente a la c el sonido y oficio de la k y de la q; Gonzalo Correas pretendió darlo a la k, con exclusión de las otras dos; y otros escritores han procurado dar a la g el sonido menos áspero en todos los casos, remitiendo a la j toda la pronunciación gutural fuerte; con lo que se evitaría el uso de la u cuando es muda, como en guerra (gerra), y la nota llamada crema en los otros casos, como en vergüenza (verguenza). La Academia, sin embargo, nos dice que, en reforma de tanta trascendencia, ha preferido dejar que el uso de los doctos abra camino para autorizarla con acierto y mejor oportunidad. Este sistema de circunspección es tal vez inseparable de un cuerpo celoso de conservar su influjo sobre la opinión del público; un individuo se halla en el caso de poder aventurar algo más; y cuando su práctica coincide con el plan progresivo de la Academia, autorizado ya por el consentimiento general, no se puede decir que esta libertad introduce confusión; al contrario, ella prepara y acelera la época en que la escritura uniformada de España y de las naciones americanas presentará un grado de perfección desconocida hoy en el mundo. [En la primera edición del Diccionario de la Academia (año 1734) figuran gerga-xerga (prefiere con x) y xícara (no se encuentra con g). Desde la 5ª edición (1817) se produjo la unificación en j. A. R.] 6

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La Academia adoptó tres principios fundamentales para la formación de las reglas ortográficas: pronunciación, uso constante y origen. De éstos, el primero es el único esencial y legítimo; la concurrencia de los otros dos es un desorden, que sólo la necesidad puede disculpar. La Academia misma, que los admite, manifiesta contradicción en más de una página de su tratado. Dice en una parte, que ninguno de éstos es tan general que pueda señalarse por regla invariable; que la pronunciación no siempre determina las letras con que se deben escribir las voces; que el uso no es en todas ocasiones común y constante; que el origen muchas veces no se halla seguido. En otra, que la pronunciación es un principio que merece la mayor atención, porque siendo la escritura una imagen de las palabras, como éstas lo son de los pensamientos, parece que las letras y los sonidos debieran tener entre sí la más perfecta correspondencia, y, consiguientemente, que se había de escribir como se habla y pronuncia. Sienta en un lugar que la escritura española padece mucha variedad, nacida principalmente de que por viciosos hábitos, y por resabios de la mala enseñanza o de la inexacta instrucción en los principios, se confunden en la pronunciación algunas letras, como la b con la v, y la c con la q, siendo también unísonas la j y la g; y en otros pasajes dice que por la pronunciación no se puede conocer si se ha de escribir vaso con b o con v; y que atendiendo a la misma, pudieran escribirse con b las voces vivir, vez. De las palabras tomadas de distintos idiomas, unas (según la Academia) se han mantenido con los caracteres propios de sus orígenes, otras los han dejado, y tomado los de la lengua que las adoptó, y aun las mismas voces antiguas han experimentado también su mudanza. Dice asimismo que el origen muchas veces no puede ser regla general, especialmente en el estado presente de la lengua, porque ha prevalecido la suavidad de la pronunciación o la fuerza del uso. Por último, agrega que son muchas las dificultades que para escribir correctamente se presentan, porque no basta la pronunciación, ni saber la etimología de las voces, sino que es preciso también averiguar si hay uso común y constante en contrario, pues habiéndole (añade) ha de prevalecer, como árbitro de las lenguas. Pero estas dificultades se desvanecen en gran parte, y el camino que debe seguirse en las reformas ortográficas se presentará por sí mismo a la vista si recordamos cuál es el oficio de la escritura y el objeto de la ortografía. El mayor grado de perfección de que la escritura es susceptible, y el punto a que por consiguiente deben conspirar todas las reformas, se cifra en una cabal correspondencia entre los sonidos elementales de la lengua 56


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y los signos o letras que han de representarlos, por manera que a cada sonido elemental corresponda invariablemente una letra, y a cada letra corresponda con la misma invariabilidad un sonido. Hay lenguas a quienes tal vez no es dado aspirar a este grado último de perfección en su ortografía; porque admitiendo en sus sonidos transiciones, y, si es lícito decirlo así, medias tintas (que en sustancia es componerse de un gran número de sonidos elementales), sería necesario, para que perfeccionasen su ortografía, que adoptaran un gran número de letras nuevas, y se formaran otro alfabeto diferentísimo del que hoy tienen; empresa que debe mirarse como imposible. A falta de este arbitrio, se han multiplicado en ellas los valores de las letras, y se han formado lo que suele llamarse diptongos impropios, esto es, signos complejos que representan sonidos simples. Tal es el caso en que se hallan las lenguas inglesa y francesa. Afortunadamente una de las dotes del castellano es el constar de un corto número de sonidos elementales, bien separados y distintos. Él es quizá el único idioma de Europa que no tiene más sonidos elementales que letras. Así el camino que deben seguir sus reformas ortográficas es obvio y claro: si un sonido es representado por dos o más letras, elegir entre éstas la que represente aquel sonido solo, y sustituirla en él a las otras. La etimología es la gran fuente de la confusión de los alfabetos de Europa7. Uno de los mayores absurdos que han podido introducirse en el arte de pintar las palabras es la regla que nos prescribe deslindar su origen para saber de qué modo se han de trasladar al papel. ¿Qué cosa más contraria a la razón que establecer como regla de la escritura de los pueblos que hoy existen, la pronunciación de los pueblos que existieron En la Biblioteca Americana (1823), terminaba el párrafo en esta forma: “Uno de los mayores absurdos que han podido introducirse en el arte de pintar las palabras es la regla que nos prescribe deslindar su origen para saber de qué modo se han de trasladar al papel, como si la escritura tratase de representar los sonidos que fueron, y no únicamente los sonidos que son, o si debiésemos escribir como hablaron nuestros abuelos, dejando probablemente a nuestros nietos la obligación de escribir como hablamos nosotros. En cuanto al uso, cuando éste se opone a la razón y a la conveniencia de los que leen y escriben, le llamamos abuso. Ni la etimología, ni la autoridad de la costumbre, deben repugnar la sustitución de la letra que más natural o generalmente representa un sonido, siempre que la práctica no se oponga a los valores establecidos de las letras o de sus combinaciones”. Y el párrafo siguiente continuaba: “Por ejemplo, la j es el signo…”. (Comisión Editora. Caracas). 7

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dos o tres mil años ha, dejando, según parece, la nuestra para que sirva de norte a la ortografía de algún pueblo que ha de florecer de aquí a dos o tres mil años? Pues el consultar la etimología para averiguar con qué letra debe escribirse tal o cual dicción, no es, si bien se mira, otra cosa. Ni se responda que eso se verifica sólo cuando el sonido deja libre la elección entre dos o más letras que lo representan. Destiérrese, replica la sana razón, esa superflua multiplicidad de signos, dejando de todos ellos aquél solo que por su unidad de valor merezca la preferencia. Y demos de barato que supiésemos siempre la etimología de las palabras de varia escritura para indicarla en ellas. Aun entonces la práctica que se recomienda con el origen carecería de semejante apoyo. Los que viendo escrito philosophía creyesen que los griegos escribían así esta dicción, se equivocarían de medio a medio. Los griegos señalaban el sonido ph con una letra simple, de que tal vez procedió la f; de manera que escribiendo filosofía nos acercamos en realidad mucho más a la forma original de esta dicción, que no del modo que los romanos se vieron obligados a adoptar por el diferente sonido de su f. Lo mismo decimos de la práctica de escribir Achéos, Achiles, Melchisedech. Ni los griegos ni los hebreos escribieron tal ch, porque representaban este sonido con una sola letra, destinada expresamente a ello. ¿Qué fundamento tienen, pues, en la etimología los que aconsejan escribir las voces hebreas o griegas a la romana? En cuanto al uso, cuando éste se opone a la razón y la conveniencia de los que leen y escriben, le llamamos abuso. Decláranse algunos contra las reformas tan obviamente sugeridas por la naturaleza y fin de esta arte, alegando que parecen feas, que ofenden a la vista, que chocan. ¡Como si una misma letra pudiera parecer hermosa en ciertas combinaciones, y disforme en otras! Todas esas expresiones, si algún sentido tienen, sólo significan que la práctica que se trata de reprobar con ellas es nueva. ¿Y qué importa que sea nuevo lo que es útil y conveniente? ¿Por qué hemos de condenar a que permanezca en su ser actual lo que admite mejoras? Si por nuevo se hubiera rechazado siempre lo útil, ¿en qué estado se hallaría hoy la escritura? En vez de trazar letras, estaríamos divertidos en pintar jeroglíficos, o anudar quipos. Ni la etimología ni la autoridad de la costumbre deben repugnar la sustitución de la letra que más natural o generalmente representa un sonido, siempre que la nueva práctica no se oponga a los valores establecidos de las letras o de sus combinaciones. Por ejemplo, la j es el 58


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signo más natural del sonido con que empiezan las dicciones jarro, genio, giro, joya, justicia, como que esta letra no tiene otro valor en castellano; circunstancia que no puede alegarse en favor de la g o la x. ¿Por qué, pues, no hemos de pintar siempre este sonido con la j? Para los ignorantes, lo mismo es escribir genio que jenio. Los doctos solos extrañarán la novedad; pero será para aprobarla, si reflexionan lo que contribuye a simplificar el arte de leer, y a fijar la escritura. Ellos saben que los romanos escribieron genio, porque pronunciaban guenio; y confesarán que nosotros, habiendo variado el sonido, debiéramos haber variado también el signo que lo representa. Pero aun no es tarde para hacerlo, pues la sustitución de la j a la g en tales casos nada tiene contra sí sino la etimología, que pocos conocen, y el uso particular de ciertos vocablos, que deben someterse al uso más general de la lengua. Lo mismo decimos de la z respecto del sonido con que empiezan las dicciones zalema, cebo, cinco, zorro, zumo. Pero, aunque la c es en castellano el signo más natural del sonido consonante con que empiezan las dicciones casa, quema, quinto; copla, cuna, no por eso creemos que se puede sustituirla a la combinación qu, cuando es muda la u, como sucede antes de la e o la i; porque este nuevo valor de la c pugnaría con el que ya le ha asignado el uso antes de dichas vocales; y así el escribir arrance, escilmo, en lugar de arranque, esquilmo, no podría menos de producir confusión. Nos parecería, pues, lo más conveniente empezar por hacer exclusivo a la z el sonido suave que le es común con la c; y cuando ya el público (especialmente el público iliterato, que es con quien debe tenerse contemplación) esté acostumbrado a dar a la c en todos casos el valor de la k, será tiempo de sustituirla a la combinación qu; a menos que se prefiera (y quizá hubiera sido lo más acertado) desterrar enteramente la c, sustituyéndole la q en el sonido fuerte, y la z en el suave. Asimismo la g es el signo natural del sonido ga, gue, gui, go, gu; mas no por eso podemos sustituirla a la combinación gu, siendo muda la u, porque lo resiste el valor de j que todavía se acostumbra dar a aquella consonante cuando precede a las vocales e, i. Convendrá, pues, empezar por no usar la g en ningún caso con el valor de j. Otra reforma hacedera es la supresión del h (menos, por supuesto, en la 59


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combinación ch); la de la u muda que acompaña a la q; la sustitución de la i a la y en todos los casos que la última no es consonante; y la de representar siempre con rr el sonido fuerte rrazón, prórroga, reservando a la r sencilla el suave que tiene en las voces arar, querer. Otra reforma, aunque de aquellas que es necesario preparar, es el omitir la u muda que sigue a la g antes de las vocales e, i. Observemos de paso cuánto ha variado con respecto a estas letras el uso de la lengua. Los antiguos (con cuyo ejemplo queremos defender lo que ellos condenaban, en vez de llevar adelante las juiciosas reformas que habían comenzado) casi habían desterrado el h de las dicciones donde no se pronuncia, escribiendo ombre, ora, onor. Así, el rey don Alfonso el Sabio, que empezó cada una de las siete partidas con una de las letras que componen su nombre (Alfonso), principia la cuarta con la palabra ome (que por inadvertencia de los editores, según observó don Tomás Antonio Sánchez, se escribió después honze). Pero vino luego la pedantería de las escuelas, peor que la ignorancia; y en vez de imitar a los antiguos acabando de desterrar un signo superfluo, en vez de consultarse como ellos con la recta razón, y no con la vanidad de lucir su latín, restablecieron el h aun en voces donde ya estaba de todo punto olvidada. Nosotros hemos hecho de la y una especie de i breve, empleándola como vocal subjuntiva de los diptongos (ayre, peyne) y en la conjunción y. Los antiguos, al contrario, empiezan con ella frecuentemente las dicciones, escribiendo yba, yra; de donde tal vez viene la práctica de usarla como i mayúscula en lo manuscrito. Es preciso confesar que esta práctica de los antiguos era bárbara; pero en nada es mejor la que los modernos sustituyeron. Por lo que toca a la rr inicial, no vemos por qué haya de condenarse. Los antiguos no duplicaron ninguna consonante en principio de dicción; tampoco nosotros. La rr, doble a la vista, representa en realidad un sonido que no puede partirse en dos, y debe mirarse como un carácter simple, no de otro modo que la ch, la ñ, la ll. Si los que reprobasen esta innovación hubiesen vivido cinco o seis siglos ha, y hubiese estado en ellos, hoy escribiríamos levar, lamar, lorar, a pretexto de no duplicar una consonante en principio de dicción, y les debería nuestra escritura un embarazo más. 60


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Sometamos ahora nuestro proyecto de reformas a la parte ilustrada del público americano, presentándolas en el orden sucesivo con que creemos será conveniente adoptarlas. Época Primera 1. Sustituir la j a la x y a la g en todos los casos en que estas últimas tengan el sonido gutural árabe. 2. Sustituir la i a la y en todos los casos en que ésta haga las veces de simple vocal. 3. Suprimir el h. 4. Escribir con rr todas las sílabas en que haya el sonido fuerte que corresponde a esta letra. 5. Sustituir la z a la c suave. 6. Desterrar la u muda que acompaña a la q. Época Segunda 7. Sustituir la q a la c fuerte. 8. Suprimir la u muda que en algunas dicciones acompaña a la g. No faltará quien extrañe que no comprendamos en estas innovaciones el sustituir a la x los signos simples de los dos sonidos que se dice representar, escribiendo ecsordio, ecsamen, o eqsordio, eqsamen; pero nosotros no tenemos por seguro que la x se resuelva o parta exactamente ni en los sonidos cs, como afirman casi todos, ni en los sonidos gs, como (quizá acercándose más a la verdadera pronunciación) piensan algunos. Si hemos de estar por el informe de nuestros oídos, diremos que en la x comienzan ya a modificarse mutuamente los dos sonidos elementales; y que en especial el primero es mucho más suave que el de la c, k, o q ordinaria, y se acerca bastante al de la g. Verdad es que antiguamente la x valía tanto como cs; pero también antiguamente la z valía tanto como ds; la z se ha suavizado hasta el punto de degenerar en un sonido que no presenta rastro de composición; la x, si no padecemos error, ha empezado a suavizarse de un modo semejante. La ortografía, pues, cuyo objeto no es corregir la pronunciación común, sino representarla fielmente, debe, si no nos engañamos, conservar esta letra. Pero éste es un punto que sometemos gustosos, no a los doctos, sino a los buenos observadores, que

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no den más crédito a sus preocupaciones que a sus oídos8. Creemos que llegada la época de adoptar este sistema en toda su extensión, sería conveniente reducir las letras de nuestro alfabeto, de veintisiete que señala la Academia en la edición ya citada, a veintiséis, variando sus nombres del modo siguiente: A, B, CH, D, E, F, G, I, J, L, LL, M, N, a, be, che, de, e, fe, gue, i, je, le, lle, me, ne, Ñ, O, P, Q, R, RR, S, T, U, V, X, Y, Z ñe, o, pe, cu, ere, rre, se, te, u, ve, exe, ye, ze. Quedarían así desterradas de nuestro alfabeto las letras c y h, la primera por ambigua, y la segunda porque no tiene significado alguno; se excusaría la u muda, y el uso de la crema; se representarían los sonidos r y rr con la distinción y claridad conveniente; y en fin, las consonantes g, x, y, tendrían constantemente un mismo valor. No quedaría, pues, más campo a la observancia de la etimología y del uso que en la elección de la b y de la y, la cual no es propiamente de la jurisdicción de la ortografía, sino de la ortoepía; porque a ésta toca exclusivamente señalar la buena pronunciación, que es el oficio de aquélla representar9.

[La observación fonética de Bello es exacta: la x intervocálica se pronuncia en todas partes con un sonido intermedio entre ks y gs: eksamen o egsamen. Delante de consonante la gente culta vacila entre s, ge o ks: estraño, egstraño o ekstraño. El matiz depende, en una misma persona, de las circunstancias: pronunciación espontánea, familiar o enfática. A. R.] 8

[En rigor, no es de la competencia de la ortoepía, sino de la ortografía. En ninguna región castellana se hace hoy diferencia entre b y v (hay b oclusiva y b fricativa según la posición, pero no según la grafía; v labiodental no hay más que en personas influidas por prejuicios ortográficos). Además, la escritura actual de v y b es restitución ortográfica impuesta por la Academia desde el siglo XVIII con criterio etimológico, y no representa el uso tradicional castellano. La idea de crear sobre la base de esa restitución ortográfica una pronunciación labiodental de la v como la que existe en francés, en italiano o en otras lenguas (no existía, en cambio, en latín), la ha abandonado la misma Academia Española, la cual, desde 1911, no prescribe ninguna diferencia en la pronunciación de b y v. Bello mismo dice en otra ocasión que “b y v no se distinguen en la pronunciación, o al menos son muy pocas las personas que las hacen sonar de diverso modo”. Además de ser pocas, no lo hacen por conservar una pronunciación tradicional, sino por aprendizaje artificioso.” A. R.] 9

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Indicaciones sobre la conveniencia de simplificar y uniformar la ortografía en América

Para que esta simplificación de la escritura facilitase, cuanto es posible, el arte de leer, se haría necesario variar los nombres de las letras como lo hemos hecho; porque, dirigiéndose por ellos los que empiezan a silabar, es de suma importancia que el nombre mismo de cada letra recuerde el valor que debe dársele en las combinaciones silábicas. Además, hemos desatendido en estos nombres la usual diferencia de mudas y semivocales, que para nada sirve, ni tiene fundamento alguno en la naturaleza de los sonidos, ni en nuestros hábitos. Nosotros llamamos be, che, fe, lle, etc. (sin e inicial) las consonantes que pueden estar en principio de dicción, y sólo ere y exe (con e inicial) las que nunca pueden empezar dicción, ni por consiguiente sílaba; de que se deduce que, cuando se hallan en medio de dos vocales, forman sílaba con la vocal precedente, y no con la que sigue. En efecto, la separación natural de las sílabas en corazón, arado, exordio, es cor-a-zón, ar-a-do, ex-or-dio; y por tanto, los silabarios no deben tener las combinaciones ra, re, ri, ro, ru, ni las combinaciones xa, xe, xi, xo, xu, dificultosísimas de pronunciar, porque verdaderamente no las hay en la lengua10. Nos hemos ya extendido demasiado; aunque sobre un punto concerniente a la educación general, y que lleva la mira a facilitar y difundir el arte de leer en países donde por desgracia es tan raro, se debe tolerar más que en ningún otro la prolijidad. Nos hubiera sido fácil dar un artículo más entretenido a nuestros lectores; pero la propagación de las artes, conocimientos e inventos útiles, sobre todo los más adecuados [Hay actualmente en la lengua una serie de voces (sobre todo tecnicismos de origen griego) con x inicial: xenofobia (y xenófobo), xeroftalmía, xifoides (y xifoideo), xilografía, etc. Para el problema del silabeo de x intervocálica hay que tener en cuenta que se pronuncia como cs o gs, y por lo tanto se reparte entre las dos sílabas: ec-sa-men o eg-sa-men. Para el silabeo ortográfico no hay más remedio que considerar la x como consonante simple, y entonces se agrupa —como las demás consonantes— con la vocal siguiente: e-xa-men, é-xi-to, etc. (de manera igualmente convencional se considera la y como consonante para la acentuación ortográfica en casos como convoy, etc.). Es el silabeo que adopta la Academia y el que ha prevalecido]. [Tampoco se admite hoy que el silabeo natural en castellano sea cor-a-zón, ar-a-do, etc. Es verdad que no hay en castellano ere inicial de palabra, pero sí inicial de sílabas. Y una prueba de que la r de corazón no es final de sílaba, sino inicial, es que en las muchas regiones de España y América en las cuales la r final de sílaba se relaja, se pierde o se cambia en l, jamás pasa eso con la r de corazón, arado, etc., porque es inicial de sílaba. [Cuervo, en la Nota a la Gramática de Bello, recoge además otro argumento —de Caro— contra el silabeo defendido por Bello: el silabeo Ir-iar-te, co-nex-ión convierte en iniciales las sílabas iar, ión, “con que no comienza voz alguna castellana” (por lo menos —diríamos nosotros— alteraría la pronunciación de esas sílabas). A. R.] 10

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y necesarios al estado de la sociedad en nuestra América, es el principal objeto de este periódico. Las innovaciones ortográficas que hemos adoptado en él son pocas. Sustituir la j a la g áspera; la i a la y vocal; la z a la c en las dicciones cuya raíz se escribe con la primera de estas dos letras; y referir la r suave y la x a la vocal precedente en la división de los renglones; he aquí todas las reformas que nos hemos atrevido a introducir por ahora. Sobre los acentos, letras mayúsculas, abreviaturas y notas de puntuación, expondremos nuestro modo de pensar más adelante. Nos lisonjeamos de que toda persona que se dedique a examinar nuestros principios con ojos despreocupados, convendrá en que deben desterrarse de nuestro alfabeto las letras superfluas; fijar las reglas para que no haya letras unísonas; adoptar por principio general el de la pronunciación, y acomodar a ella el uso común y constante sin cuidarse de los orígenes. Este método nos parece el más sencillo y racional; y si acaso estuviéremos equivocados, esperamos que la indulgencia de nuestros compatriotas disculpará un error que nace solamente de nuestro celo por la propagación de las luces en América; único medio de radicar una libertad racional, y con ella los bienes de la cultura civil y de la prosperidad pública.

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ADVERTENCIAS SOBRE EL USO DE LA LENGUA CASTELLANA, DIRIGIDAS A LOS PADRES DE FAMILIA, PROFESORES DE LOS COLEGIOS Y MAESTROS DE ESCUELAS1 I En este artículo, y en otros que publicaremos sucesivamente, nos proponemos hacer advertir algunas de las impropiedades y defectos que hemos notado en el uso de la lengua castellana en Chile, y que consisten, o en dar a sus vocablos una significación diferente de la que deben tener, o en formarlos o pronunciarlos viciosamente, o en construirlos de un modo irregular. Son muchos los vicios que bajo todos estos aspectos se han introducido en el lenguaje de los chilenos y de los demás americanos, y aun de las provincias de la Península, y basta una mediana atención para corregirlos. Sobre todo, conviene extirpar estos hábitos viciosos en la primera edad, mediante el cuidado de los padres de familia y preceptores, a quienes dirigimos particularmente nuestras advertencias. Procuraremos siempre fundarlas (si no es cuando tengan a su favor la autoridad expresa del Diccionario o Gramática de la Academia Española); pero no nos sujetaremos a orden o clasificación alguna. 1. Verbo haber. Algunos dicen en el presente de subjuntivo: yo haiga, tú haigas, etc2. Debe decirse haya, hayas, etc. Suele también decirse háyamos, Este trabajo fué publicado en forma de artículos que aparecieron sucesivamente en El Araucano, de Santiago de Chile, en las ediciones de 13 y 20 de diciembre de 1833; 3 y 17 de enero de 1834; y 28 de marzo de 1834. Se incluyó en O. C., V, pp. 467-486. Publicamos ahora el texto de Bello tal como apareció en El Araucano, añadiéndole las notas de los profesores Rodolfo Oroz y Yolando Pino Saavedra (sobre el uso actual en Chile, comparado con el de la época de Bello) y de Amado Alonso y Raimundo Lida, según fué impreso en el tomo VI, El español en Chile (Buenos Aires, 1940), de la Biblioteca de Dialectología Hispanoamericana, dirigida por Amado Alonso. (Comisión Editora. Caracas). 1

[Hoy vulgar y rústico (O. y P.). Señalamos con O. y P. las notas con que los profesores Rodolfo Oroz y Yolando Pino Saavedra, del Instituto Pedagógico de Santiago, han tenido la bondad de indicar, a nuestro pedido, el uso actual de las formas comentadas por Bello. (A. A. y R. L.). Las notas de Amado Alonso y Raimundo Lida las señalamos con A. A. y R. L. Comisión Editora. Caracas.] 2

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háyais; pero la pronunciación correcta es hayámos, hayáis3. 2. Imperativo. Nada es más común, aun entre personas de buena educación, que alterar el acento de la segunda persona de singular del imperativo de casi todos los verbos, diciendo, verbigracia, mirá, andá, levantáte, sentáte, sosegáte4. Estas palabras y sus análogas no existen, y deben evitarse con el mayor cuidado, porque prueban una ignorancia grosera de la lengua. Si se trata de tú a la persona con quien hablamos, es necesario decir mira, anda, levántate, siéntate, sosiégate. Si la tratamos de vos (acerca de cuyo tratamiento hablaremos después), debe decirse mirad, andad, levantaos, sentaos, sosegaos. Antiguamente solía decirse mirá, andá, en lugar de mirad, andad, y solamente cuando se trataba de vos, como en este verso de Cervantes: “Andá, señor, que estáis muy mal criado”.

Mas en el día sólo puede tolerarse esta práctica en el verso, para facilitar la consonancia. Esto, sin embargo, se verifica sólo en los verbos que no se conjugan con pronombres recíprocos, pues en los verbos que se conjugan de este modo, se suprime siempre la d cuando sigue el enclítico os, y así se dirá miraos, sosegaos, arrepentíos, no mirados, sosegados ni arrepentidos, porque esta forma es propia de los participios: vosotros erais bien mirados, nosotros estábamos sosegados, ellos se sentían arrepentidos. Sólo hay una excepción a esta regla, que es el imperativo del verbo ir: idos de aquí se dice siempre, y no íos. 3. Es necesario hacer sentir la d final de las palabras que la tienen, como usted, virtud, vanidad5. Algunos castellanos pronuncian viciosamente ustez, virtuz, vanidaz. 4. Es necesario asimismo hacer sentir esta letra en los sustantivos y adjetivos terminados en do o dos, en los cuales suele viciosamente 3

[Se dice comúnmente haigamos (no háyamos): “cuando haigamos salido”. (O. y P.)]

[Corregido por influencia de la escuela. Ocurre únicamente en algunas regiones próximas a la frontera argentina. En el resto, siéntate, sosiégate, etc. (O. y P.). — Por abreviar, en estas advertencias prácticas, Bello dice que andá, miré, etc., son anda, mira, con cambio de acento; pero, como dice más abajo, y en su Gramática, § 614, estas formas son antiguos plurales, andad, salid, venid, con pérdida de la d final. (A. A. y R. L.)] 4

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[Hoy la pérdida de esta d es común a todas las clases sociales. (O. y P.)]

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Advertencias sobre el uso de la lengua castellana

suprimirse, diciendo el grao, el abogao, estábamos sentaos, estábamos dormíos6, en lugar de grado, abogado, sentados, dormidos. 5. Verbo forzar. Muchos dicen yo forzo, tú forzas, etc.7. La o debe convertirse en ué en los tiempos y personas siguientes: yo fuerzo, tú fuerzas, él fuerza, ellos fuerzan; fuerza tú, fuerce él, fuercen ellos; yo fuerce, tú fuerces, él fuerce, ellos fuercen. Lo mismo en los compuestos esforzar, reforzar. 6. Dicen algunos yo cueso, tú cueses, él cuese, etc.8; vicio ridículo que proviene de confundir el sonido de la s con el de la c, y de equivocar consiguientemente el verbo coser con el verbo cocer. Se cuece al fuego; se cose con la aguja. Cocer9 muda la o en ué en los mismos tiempos y personas que absolver10, rogar, forzar; coser no la muda nunca. 7. Asolar y desolar mudan la o en ué en los mismos tiempos y personas que consolar, y así se dice yo asuelo, tú desuelas, y no yo asolo, tú desolas. 8. En sorber y sus compuestos se conserva siempre la o; por lo cual es un barbarismo decir yo suerbo, yo absuerbo11. 9. Debe decirse diferencia, no diferiencia12 como se dice bien generalmente en Chile. 10. No se debe decir yo dentro, yo dentré, ellos dentraron13 etc. En este verbo no hay d. Sólo la hay en los adverbios y frases adverbiales dentro, adentro, de adentro, por dentro, por de dentro, etc. Dícese, pues, no entro ni salgo; unos estaban dentro, y otros fuera. Tampoco hay d en la preposición entre: entre la espada y la pared, entre mi casa y la tuya. Pero esto no quita 6

[General, y de todas las clases sociales. (O. y P.)]

7

[La gente culta emplea bien estas formas; el pueblo no las usa. (O. y P.)

8

[General, y común a todas las clases sociales; aun la gente culta vacila. (O. y P.)]

[En la edición de Santiago, 1884, se dice aquí coser, con errata que repite la edición de Santiago, 1933. (A. A. y R. L.)] 9

Por errata absorber, en las dos ediciones de Santiago. Correcto en El Araucano. (Comisión Editora. Caracas). 10

11

[Vulgar y rústico. En ciertas regiones, suelva (= sorba). (O. y P.)]

12

[Vulgar y rústico. (O. y P.)]

13

[Vulgar y rústico. (O. y P.) — La gente culta todavía vacila. (A. A. y R. L.)]

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que se le anteponga la preposición de cuando lo requiere el sentido: esa voz no ha salido de entre nosotros; el trigo se vende al precio de entre diez y doce reales fanega. 11. Hoy día se dice correctamente mismo y no mesmo14. Solamente los poetas tienen la facultad de decir mesmo, cuando los fuerza a ello la rima. Notaremos con este motivo que un actor favorito de nuestro teatro, creyendo sin duda mejorar el lenguaje, se toma siempre la libertad de decir mismo donde el poeta ha dicho mesmo, y donde no puede decirse de otro modo sin faltar a las leyes del metro. 12. No debe usarse en la conversación el pronombre vos15; porque si se habla con una sola persona, se debe decir usted o tú, según el grado de familiaridad que tengamos con ella, y si con muchas personas, ustedes o vosotros. Sólo es permitido usar el pronombre vos en el estilo oratorio o poético. Pero no sólo se peca contra el buen uso usando a vos en lugar de tú, sino (lo que aún es todavía más repugnante y vulgar) concertándole con la segunda persona de singular de los verbos. Vos se ha de considerar siempre como plural, sin embargo de que designemos con él una sola persona. Por consiguiente, es un barbarismo grosero decir, como dicen muchos, vos eres, en lugar de vos sois o tú eres. Por igual razón, una vez que designamos a la segunda persona con vos, ya no podemos en el caso directo designarla con tú, sino siempre con vos, ni en el caso oblicuo con ti o te, sino con vos o con os, ni emplear con relación a ella las segundas personas de singular de los verbos o el posesivo tuyo, sino las segundas personas de plural y el posesivo vuestro. Por lo cual sería muy mal dicho lo que sigue: A vos, Dios mío, dirijo mis oraciones; yo invoco tu misericordia; dígnate escucharme, pues en ti solo confío”. O debe en la primera frase decirse a ti en lugar de a vos; o debe en las otras decirse vuestra misericordia, dignaos, y en vos solo. Sin embargo, no sólo a gentes de poca instrucción, sino a predicadores de alguna literatura, hemos oído quebrantar a menudo esta regla. Es lícito, sin duda, en las composiciones literarias pasar del tú al vos y de1 vos al tú como se pasa en la música de un tono a otro; pero no debe 14

[Vulgar y rústico. (O. y P.)]

15

[Rústico. Ha disminuido mucho en la ciudad por influencia de la escuela. (O. y P.)]

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nunca hacerse un revoltillo de singular y plural en una misma sentencia, aunque conste de varias cláusulas. Aunque no sólo es permitida, sino elegante y expresiva, la transición de un número a otro, para manifestar una nueva emoción del alma, es necesario en todos casos hacerla con suavidad y sin ofensa del oído. Como el vicio de que hablamos, al paso que grave y grosero, se ha hecho excesivamente común en este país, se nos permitirá copiar un largo pasaje del elocuente fray Luis de Granada, en que, hablando con la santísima Virgen, la designa primero con el singular tú, y luego con el plural vos. “¡Reina del cielo! Si la causa de tus dolores eran los de tu hijo bendito y no los tuyos, porque más amabas a él que a ti, ya han cesado los dolores, pues el cuerpo no padece, y toda su ánima es ya gloriosa; cese, pues, la muchedumbre de tus gemidos, pues cesó la causa de tu dolor. Lloraste con el que lloraba; justo es que goces ahora con el que ya se goza… El mismo hijo tuyo pone silencio a tus clamores, y te convida a nueva alegría en sus cantares, diciendo: El invierno es ya pasado, las lluvias y los torbellinos han cesado, las flores han aparecido en nuestra tierra; levántate, querida mía, hermosa mía y paloma mía, que moras en los agujeros de la piedra y en las aberturas de la cerca, que es en las heridas y llagas de mi cuerpo; deja ahora esa morada y vén conmigo. “Bien veo, señora, que no basta nada de eso para consolaros, porque no se ha quitado, sino trocado, vuestro dolor. Acabóse un martirio y comienza otro. Renuévanse los verdugos de vuestro corazón, e idos unos, suceden otros con nuevo género de tormentos, para que con tales mudanzas se os doble el tormento de la pasión. Hasta aquí llorabais sus dolores, ahora su muerte; hasta aquí su pasión, ahora vuestra soledad; hasta aquí sus trabajos, ahora su ausencia; una ola pasó, y otra viene a dar de lleno en lleno sobre vos; de manera que el fin de su pena es comienzo de la vuestra”. (Tratado de la oración y meditación, capítulo XXV, § II). II 13. Cuando nos valemos del verbo haber para significar la existencia, se le debe poner siempre en la tercera persona de singular, aunque se hable de muchas personas o cosas; y así se dice hubo fiestas, habrá diversiones, y no hubieron, ni habrán16. 16

[Es hoy fenómeno general. (O. y P.)]

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Este uso parece a primera vista anómalo, y contrario a lo que dicta el sentido común; pero conviene observar que el nombre que se junta con el verbo haber y que significa la cosa existente, no es el sujeto o nominativo del verbo, sino un verdadero acusativo; y de aquí es que, si representamos esta cosa existente por medio del pronombre él, ella, es necesario ponerle en la terminación del acusativo, diciendo, verbigracia, “se preparaban fiestas, pero no las hubo”; “no se le dió dinero porque no le había”, o “no lo había”. Por eso se dice que el verbo haber en este modo de usarle es impersonal, es decir, que carece de un nominativo que signifique el sujeto. Si se pregunta por qué razón no se usa el nombre de la cosa existente como sujeto del verbo (cuestión que se ha tratado en otros periódicos, pero a nuestro entender no se ha resuelto satisfactoriamente), respondemos que el verbo haber no significa “existir”; que en estas locuciones mismas de que nos servimos para significar la existencia, conserva su natural acepción, que es “tener”; y que se calla entonces el sujeto, porque hace veces de tal una idea vaga de la naturaleza, del universo, del orden de cosas en que vivimos, idea, que no es necesario expresar, porque es siempre una misma y porque cada cual puede determinarla como quiera. Así, cuando decimos que hay montes muy elevados en América, queremos decir que el mundo o la naturaleza tiene montes muy elevados en esta parte del mundo. Pero sea de ello lo que fuere, lo cierto es que el verbo haber, en las construcciones de que hablamos, no concierta con el nombre de la cosa cuya existencia se afirma; y siempre se pone en singular. El uso de todos los autores y de todas las personas que hablan bien es en esta parte uniforme. 14. En Chile, la ínfima plebe muda siempre en -ís la terminación -éis de los verbos, diciendo vís, comís, juntís17, en lugar de veis, coméis, juntéis. Ésta es una falta que disonaría mucho en la boca de personas que han recibido una educación tal cual. No hay más verbos castellanos que tengan terminación en -ís que los de la tercera conjugación, cuyo infinitivo es [No suena la s final. Se ha reducido mucho su uso. Hoy es vulgarismo, aunque empleado también con bastante frecuencia en el lenguaje familiar de ciertas gentes que no se pueden tachar de ineducadas. Estas gentes emplean los giros tú vís, tú comís, conservando, aun después de desterrado el pronombre vos, la forma verbal correspondiente. (O. y P.)] 17

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en -ir; y eso en un solo tiempo, que es el presente de indicativo: partís, salís, sentís. 15. Algunos conjugan el verbo toser de este modo: yo tueso, tú tueses18. Este verbo conserva la o del infinitivo en todas las personas y tiempos, como los verbos coser y comer. 16. Se yerra frecuentemente la conjugación de muchos verbos terminados en -iar, como cambiar, vaciar, mudando la i en e; verbigracia, yo cambéo, tú vacéas19. La i debe conservarse siempre: yo cambio, yo vacio. Pero en muchos de estos verbos se acentúa la i, verbigracia, yo amplío, yo varío, yo confío, yo me glorío; sobre lo cual no puede darse otra regla que el uso. 17. Es muy general en Chile usar la preposición a después de los verbos haber o hacer, cuando nos servimos de ellos significando el tiempo transcurrido, verbigracia, ha o hace muchos días a que no le veo20. Debe decirse: ha o hace muchos días que no le veo, o bien, muchos días ha o hace que no le veo. Y nótese de paso que estos verbos son impersonales, y deben usarse constantemente en las terceras personas de singular; por lo que sería mal dicho: hacían dos horas que dormía, en lugar de hacía dos horas. 18. Es necesario evitar cuidadosamente la metátesis o trasposición de letras de pader y paderes21 por pared y paredes. 19. Los que hablan correctamente no dicen méndigo22 por mendigo; ni prespectiva por perspectiva; ni el pirámide, sino la pirámide; ni el cúspide, 18

[Es fenómeno general. (O. y P.)]

19

[Vulgar y rústico. (O y E.)]

[Lo usual es “hacen muchos días a que no lo veo” (O y P.) — Cf. Bello, Gram., § 782, nota. En realidad esta a expletiva no es la preposición, sino el verbo ha: muchos días ha que no lo veo + ha muchos días que no lo veo > ha muchos días ha que no lo veo. Análoga explicación en Cuervo, nota 104 a Bello. Se oye en otras partes de América (A. A. y R. L.)] 20

[Se dice vulgarmente paér, paére(s). Los que quieren hablar mejor dicen padér, padére(s). (O. y P.)] 21

22

[Corregido entre la gente culta. Son voces no usadas por el pueblo (O. y E.)]

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sino la cúspide; ni el parálisis23, sino la parálisis; ni perlético, sino perlático. En el día se va extendiendo el uso de análisis24 como sustantivo masculino; pero la Academia, Valbuena y Salvá le hacen femenino, como lo pide la regla general de los nombres en –sis derivados del griego, verbigracia, crisis, diócesis, metátesis, hipótesis, síntesis, sinopsis e infinitos otros25. 20. En cuanto a si deba decirse sincero o síncero26, hay sus dudas. La Academia pronuncia sincero; y nos parece fundada su decisión, por ser éste, no sólo el uso más general, sino el más conforme al origen latino: “Subsidit sincéra foraminibusque liquatur” (Virgilio.) “Sincérum cupimus vas incrustare” (Horacio.)

Pero hay en contra autoridades muy respetables, y entre otras, si no estamos trascordados, la de don Tomás de Iriarte. También hay variedad en la pronunciación de análisis y parálisis, que unos acentúan sobre la penúltima sílaba, y otros sobre la antepenúltima. La Academia decide a favor del acento en la sílaba li27; pero, a nuestro entender, con poco fundamento, porque en los nombres griegos análisis y parálisis el acento caía en la antepenúltima, y la sílaba li era breve. Valbuena escribe análisis y parálisis, Salvá análisis y parálisis.

23

[Corregido entre la gente culta. La forma rústica es el o la parali. (O. y E.)]

24

[Hoy el análisis, como en todos los países de habla española (A. A. y R. L.)]

[Bello usaba sistemáticamente la análisis (Análisis ideológica tituló uno de sus magistrales trabajos), y también la énfasis. La Academia da los dos como ambiguos, pero nos parece impuesto el masculino en la lengua general (análisis lógico, los análisis, mucho énfasis, etc.). Algunos helenismos y latinismos en sis vacilan en el género, y otros han pasado firmemente al masculino: éxtasis, oasis, paréntesis, etc. A. R.] 25

26

[Sincero: vulgar y rústico. (O. y E.)]

27

[Rectificado más adelante, al comienzo de III (A. A. y R. L.).]

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21. Suele decirse comúnmente fuí a lo de Pedro28, o fuí donde Pedro29; [Rústico, se refiere principalmente a fundos. (O. y E.) — Román, Diccionario, III, pág. 323: “Muy usado es en Chile el neutro lo junto con un apellido, para designar un fundo o propiedad rural que pertenece o perteneció a la persona de ese apellido: Lo Bravo, Lo Guzmán; fundos o propiedades que muchas veces se han convertido en verdaderas poblaciones: Lo-Miranda, Lo-Zúñiga, aunque en este caso ya el uso va aboliendo el lo”. Lenz, Oración, § 202: “(Lo Cañas) es indudablemente contracción por lo de Cañas, lo e Cañas, lo Cañas”. Román, ob. cit., 323-324, documenta el uso de lo de “para designar un lugar” en español clásico; ejemplos: “Tornando a nuestro Fray Lope… entre las casas que fundó en Italia la de Castelacio, fuera de los muros de Milán, y la de Espedaleto, en lo de Giana, que es en la Lombardía”. (Sigüenza, Crónica, parte II, Libro III, capitulo VII); “Consultaron de alzar el cerco y pasar a lo de Barleta”. (Crónica del Gran Capitán, libro IV, cap. IX). Más abajo, pág. 324, observa Román: “También se han usado lo de y lo para significar la casa, la tienda, la propiedad, la residencia de una o más personas; pero, desde que lo censuró Bello en las primeras ediciones de su Gramática, ha ido desapareciendo y dejando su lugar a donde: “Voy a lo de don Samuel o lo don Samuel; vamos a lo de los Capuchinos”; “En lo de las niñas Apancoras” (Jotabeche). Lenz, loc. cit., confirma: “Como lo prueba Román con numerosas citas, este uso de lo es antiguo y corriente en España también, aunque no constituye regla para la denominación de propiedades rurales. En la Argentina se conserva para indicar la casa de una persona, de modo que es frecuente leer en los diarios de Buenos Aires frases como «hubo una fiesta en lo de Mitre»”. Hoy no es usual este giro en los periódicos de Buenos Aires. Continúa Lenz: “En Chile, en este sentido, ha sido sustituído por donde, usado como preposición: Iremos esta noche donde los González; estuve ayer donde mi tío. El pueblo dice también Voy ontá mi Paire (= «donde está mi padre»), lo que, sin embargo, no significa necesariamente «a casa de», sino que puede referirse a cualquier lugar donde esté la persona. Cuando los habitantes de un fundo aumentan tanto que llegan a formar aldeas o ciudades (pueblos, según la expresión chilena), se suele suprimir pronto el artículo lo, lo mismo que se pierden otros artículos de apelativos transformados en nombres de fundos cuando éstos llegan a ser pueblos”. Y en nota al mismo § 202: “En el Diccionario geográfico postal de la República de Chile, por F. A. Fuentes (Santiago, 1899), se enumeran unos 130 nombres de fundos o lugarejos formados por lo con apellidos. Con excepción de tres situados cerca de Concepción, todos se encuentran en las antiguas provincias centrales, desde Aconcagua hasta Linares. Tres veces se da la forma completa con preposición: lo de Campo, lo de Cuevas, lo de Lobo, lo que será restitución intencional. Tres fundos con nombre de mujer (lo María, lo Elvira, lo Carolina) se hallan en la provincia de Maule. Extraño es el nombre Lo Bellota, cerca de Santiago. No sé si Bellota es apellido”. (A. A. y R. L.).] 28

[Forma corriente. Vulgarmente: fuí aonde Pedro o juí onde Pedro. (O. y E.). Lenz, Oración, § 327, nota, después de referirse a expresiones como cuando la guerra, cuando viejo, desde niños, agrega: “Es curioso observar que con el adverbio de lugar donde se produjo en castellano antiguo (Hanssen, § 661) y se conserva en lenguaje vulgar, y aun en el familiar de la clase culta en Chile, la supresión del verbo en el sentido de “en casa de”, “a casa de”, “cerca”, “hacia” = francés chez): fuí o estuve donde mis tío, donde el librero; pero el pueblo emplea como sinónimo también el giro con verbo petrificado ontá (donde está): er niño jué ontá su paire, sin variación del tiempo conforme a la subordinación. Conservando el verbo completo, lo que también es corriente, se dice: el niño fue ondestaba su paire”. 29

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estábamos en lo de Juan o estábamos donde Juan. Se deben evitar estos provincialismos, y especialmente en lo de, porque, sobre ser desautorizado, es equívoco y malsonante. Si el lugar de que se trata es realmente una casa o morada, se dice fuí a casa de Pedro, estuve en casa de Juan; y es de notar que pueden omitirse en estas frases las preposiciones a, en30. Pero si sólo quiere darse a entender el lugar ocupado real y actualmente por una persona, representándola como término del movimiento, podemos emplear variedad de expresiones. Lo más común es decir: Fui a donde estaba Pedro; pero nos parecen preferibles por su propiedad y laconismo las frases que siguen: “Venían a él todas las gentes” (Scío, traducción de San Marcos); “Y llegándose los apóstoles a Jesús, le contaron todo lo que habían hecho” (Scío, ibidem); Se fué a él abiertos los brazos” (Cervantes); “Llegáronse a don Quijote, que libre y seguro dormía” (Cervantes). 22. Pararse significa “detenerse el que se mueve”, no “levantarse o ponerse en pie el que estaba sentado”31. Se dirá, pues, con propiedad: “Todos los que andaban por la alameda se pararon a mirarle”, “En los cuerpos legislativos es costumbre Ponerse en pie para hablar”, “Unos corrían y otros estaban parados”, “Las mujeres estaban sentadas y los hombres en pie” o de pie”. 23. Muchos usan impropiamente la terminación en -se de los verbos (fuese, amase, temiese), en lugar de la terminación en -ra o -ría (fuera, sería, amara, amaría)32. Este vicio, según lo que hemos podido observar, es propio de los valencianos en España, y de los habitantes de Buenos Aires y Chile en América. Con un poco de cuidado es facilísimo evitarlo. Las oraciones condicionales constan de dos miembros: el uno de ellos Cf. también Lenz, Oración, § 202, citado en la nota anterior, Román, Diccionario, III: “El enta que trae Rodríguez en este mismo sentido, que mejor sería entá, no lo hemos oído nunca: fui entá Don Samuel; voy a demandarte enta el subdelegado; claramente se ve que es corrupción, por abreviación, de donde está.” Sobre este uso de donde en España y América, “como preposición legítima, sin rastro de elipsis”, véanse las abundantes observaciones y ejemplos de Cuervo, Apuntaciones, § 438. (A. A. y R. L.)] [Cuervo, Apuntaciones críticas, 7ª ed., § 458, documenta esa emisión en el diálogo teatral, en verso, de Martínez de la Rosa. Nos parece, sin embargo, que es uso del habla familiar, pero no del lenguaje cuidado. A. R.] 30

[El uso de pararse, en la aceptación de “ponerse en pie”, es general y de todas las clases sociales. (O. y P.)] 31

[Es fenómeno general. Las formas en -se y -ra coexisten en las proposiciones condicionales. (O. y P.)] 32

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principia por la conjunción condicional si o por alguna frase equivalente, como dado que, en caso que, suponiendo que; el otro no principia por semejante conjunción o frase. En aquel miembro se usa la terminación –se o -ra; en éste, la terminación -ra o -ría: “Yo saliera o saldría de buena gana, si no lloviera o lloviese”. Que se calle o se exprese el miembro que significa la condición, es indiferente; el otro miembro, que supone la condición, expresa o tácita, no admite jamás la terminación -se. Por consiguiente hay solecismo en esta oración: “Yo hubiese salido de buena gana; pero me lo impidió la lluvia”. Debe decirse yo hubiera o yo habría salido. 24. Antiguamente se dijo yo vide, tú veíste, él vido33, en lugar de yo vi, tú viste, él vió, que es como debe decirse. III En nuestro artículo anterior, hablando del acento de la palabra análisis, dijimos que Valbuena la acentuaba en la antepenúltima; pero en esto hemos padecido equivocación: Valbuena escribe analísis. Sin embargo, creemos siempre que la acentuación legítima es análisis, por las razones que allí expusimos, por la autoridad de Salvá, que en este punto es voto respetable, y, podemos añadir ahora, por la autoridad de la misma Academia, que en la última edición de su Diccionario ha adoptado esta acentuación. Parece, pues, que no cabe ya duda en la materia. 25. Úsase en el foro, y en el lenguaje ordinario, un verbo transar34, que creemos no hay en castellano. Pedro y Juan se transaron, es necesario transar el asunto, son expresiones que se oyen en boca de todos, inclusos los abogados y jueces. Pero ni el Diccionario de la Academia trae tal verbo, ni lo hemos visto en las obras de los jurisconsultos españoles, que, según lo que hemos podido observar, sólo usan en este sentido el verbo transigir, neutro. Dícese, pues, Pedro y Juan transigieron, nadie debe transigir con el honor. Hay variedad en la pronunciación y escritura del sustantivo transacción, que muchos pronuncian y escriben con una sola c, y otros con dos. A nosotros, no obstante la respetable autoridad de la Academia, nos parece preferible en esta variedad de práctica pronunciar y 33

[Vide, vido: vulgar y rústico. Veíste ya no se usa. (O. y P.)]

34

[Úsase mucho en el foro y en el comercio. (O. y P.)]

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escribir transacción; porque, según los principios de la Academia misma, cuando es vario el uso, se debe estar a la analogía y a la etimología. La analogía pide que se asimile esta palabra a las que se forman de un modo semejante; y los sustantivos en -ción derivados de verbos en –gir tienen dos cc, como corrección, dirección, erección, elección, ficción, restricción, aflicción, inflicción, exacción. Por otra parte, acostumbramos, por punto general, seguir en los tales sustantivos el uso latino (considerando la segunda c como equivalente a la t latina), y así se dice acción, producción, lección, redacción, instrucción, cocción, como procedentes de actio, productio, lectio, redactio, instructio, coctio35. Pudiera creerse que transación se deriva de tranzar, que es “cortar” o “tronchar”. Pero en tal caso se diría tranzación con z, de lo que no se verá ejemplo en autor alguno. Además, cortar un pleito no es lo mismo que transigir en él. 26. Prevenir (en el significado de “orden, aviso o consejo”) no se puede usar, como muchos lo usan, cuando tiene por régimen el nombre o pronombre de una persona a quien debemos tratar con algún respeto36; porque, como dice muy bien López de la Huerta, en su excelente tratado de Sinónimos, a los superiores se expone o representa, a los iguales se advierte y a los inferiores se previene. Tampoco admite este uso el verbo exigir, cuando se habla de inferior a superior, aunque lo que se pida sea de obligación perfecta. 27. En los imperativos, se mira como una vulgaridad intolerable la práctica de omitir el usted, que es harto común en América. Los que hablan bien el castellano dicen siempre venga usted acá, óigame usted, éntre usted, y no venga acá37, óigame, éntre. Sólo se omite esta palabra, cuando varios imperativos están unidos por una conjunción, o a lo menos se suceden inmediatamente, verbigracia, éntre usted y siéntese; lea usted o haga lo que guste; sosiéguese usted, calle, atienda a lo que voy [La Academia escribió transación sólo en la 5a y 6a ed. del Diccionario (1817, 1822); en todas las otras ediciones, transacción, desde la 1a hasta hoy. Sobre la pronunciación popular transación se formó el verbo transar, bastante usado (no lo registra la Academia y se le ha combatido mucho), con matiz algo distinto al de transigir. A. R.] 35

36

[Es fenómeno general. (O. y P.)]

[Venga acá subsiste, pero se dice, generalmente, venga para acá. Vulgar: Venga pacá. (O. y P.)]

37

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a decirte. Omítese también en ciertos imperativos que tienen valor de interjecciones, verbigracia, vaya, calle, oiga, como se puede ver en estos ejemplos de Moratín, cuyas comedias en prosa ofrecen un perfecto dechado del diálogo castellano: “Los buenos versos son muy estimables; pero hoy día son tan pocos los que saben hacerlos. . . tan pocos…, tan pocos. —No, pues los de arriba bien se conoce que son del arte. ¡Válgame Dios, cuántos han echado por aquella boca! Hasta las mujeres. —¡Oiga! ¿también las señoras decían coplillas? —¡Vaya! Hay allí una doña Agustina”, etc. “El sujeto tendrá que contentarse con sus quince doblones que le darán los cómicos (si la comedia gusta) y muchas gracias. —¿Quince? Pues yo creí que eran veinte y cinco. — No, señor; ahora en tiempo de calor no se da más. Si fuera por el invierno, entonces… — ¡Calle! ¿Conque en empezando a helar valen más las comedias? Lo mismo sucede con los besugos”. 28. A propósito del verbo callar, este verbo se usa como activo: calle usted la noticia; y cuando sólo significa guardar silencio, se usa como neutro, pero no como pronominal o recíproco; y así no es bien dicho le mandaron que se callase38, y se calló, sino le mandaron que callase, y calló. El uso pronominal es anticuado. 29. Por una falsa delicadeza, se ha introducido en Chile un uso sumamente impropio del verbo agarrar, que se emplea como sinónimo de coger. Yo agarré una flor, se dice, como si esta acción fuera de aquellas que exigiesen una gran fuerza, o se temiera que se nos escapase la flor de las manos. Es verdad que la Academia, definiendo la significación de este verbo, dice: “Coger: asir, agarrar, tomar con la mano”; pero de aquí se inferiría mal que entre todos estos vocablos hay equivalencia. ¿Quién ha dicho jamás asir flores en el significado de cogerlas? ¿Y no haría donoso efecto la palabra agarrando en aquel exquisito madrigal de Luis Martín: Iba cogiendo flores, y guardando en la falda, mi ninfa para hacer una guirnalda…

Aun el verbo tomar, que es el que más se acerca a coger, y cuya 38

[Se siente como vulgarismo, pero es muy común. (O. y E.)]

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sustitución pudiera tolerarse en obsequio de los oídos melindrosos, no es enteramente propio en el mismo sentido; y para convencernos de ello, basta colocarlo en el madrigal citado, y ver la diferencia que haría. No hay motivo alguno para proscribir de la conversación un vocablo que no puede reemplazarse por otro, y que fuera de ser honesto y decente en sí mismo, es elegante cuando se usa con oportunidad, y tiene cabida aun en el estilo más encumbrado de la oratoria y poesía. Diremos algo en otra ocasión sobre la sinonimia de coger y tomar, asir y agarrar, y por ahora sólo añadiremos que la acción representada por este último sugiere cierta idea de tosquedad y grosería, como si las manos de la persona que la ejecuta se asemejasen a las garras de un bruto. Agarrar viene de garra, y en el uso que se hace de esta palabra no se ha olvidado enteramente su origen. 30. Los que se cuidan de evitar todo resabio de vulgarismo en su pronunciación procuran no equivocar la r con la 139, diciendo, verbigracia, cárculo por cálculo; la g con la aspiración de la h, pronunciando guevo en lugar de huevo40, ni la y con la ll, confundiendo haya, tiempo de haber, con halla, tiempo de hallar; y si aspiran a una pronunciación más esmerada, distinguirán también la s de la z o la e, la b de la v y la y consonante de la i que forma diptongo con la vocal que se le sigue; de manera que suenen de diverso modo la casa que habitamos y la caza de los animales silvestres; la cima a que se sube y la sima a que se desciende; cabo, sustantivo, y cavo, verbo; el hierro, metal, y el yerro del entendimiento41. 31. Aunque en la significación de metal no es malo decir fierro42, es [La confusión de r y l es regional. Los demás fenómenos señalados en el § 30 son generales. (O. y E.)] 39

[En su Gramática, § 9, insiste en atribuir a esta h valor fonético. Es error. Cuando se usaba el mismo signo u para representar el sonido vocálico de u y el consonántico de y, se acudió al expediente ortográfico de anteponer una h a la u inicial de palabra para que sonara como vocal y no como consonante. El gramático Juan Bautista de Morales en 1623 decía que la u y la i, “de no precederlas la h donde es necesaria, mudaran totalmente el ser vocales en consonantes y el nombre su significación, como vihuela, huerto, huevo, que sin la h diría vivela, verto, vevo”, etc. Véase Bibl. Dial. Hisp., t. 1, p. 148, nota 2 (A. A. y R. L.). Véase más arriba, p. 111, nota. A. R.)] 40

[Esta última distinción no es más que una superstición ortográfica, lo mismo que la de b-v. Véase Navarro Tomás, Pronunc., §§ 91 y 120 (A. A. y R. L.).] 41

42

[Fierro se prefiere generalmente a hierro. (O. y E.)]

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mejor decir hierro; y no debe decirse vidro sino vidrio43, ni sandiya44, sino sandía, ni arbolera45, sino arboleda, ni peano3, sino piano. 32. Yerran asimismo contra la propiedad gramatical los que no distinguen a competer de competir46. Competer es “pertenecer”, y se conjuga regularmente como temer; competir es “contender” y se conjuga con varias irregularidades, imitando en todo a concebir y colegir. Eso me compete, me competió, me competerá, me debe competer, significa que “eso es, fué, será, debe ser de mi pertenencia, o jurisdicción”. Dos rivales compiten, compitieron, competirán, no pueden menos de competir. 33. No hay verbo vertir, sino verter, que se conjuga en todo como defender, por lo que se peca contra la gramática diciendo nosotros vertimos (presente), vosotros vertís, él virtió, ellos virtieron, yo vertiré, yo vertiría, yo virtiera, yo virtiese, yo virtiere, nosotros estamos virtiendo, y, generalmente, siempre que se muda ver en vir5, pues el buen uso pide que se diga nosotros vertemos (presente) y nosotros vertimos (pretérito), vosotros vertéis, él vertió, ellos vertieron, yo verteré, vertería, vertiera, vertiese, vertiere y nosotros estamos vertiendo. 34. Apenas es necesario notar que la primera persona de plural del presente de indicativo de los verbos de la segunda conjugación es en -emos. Sólo la ínfima plebe dice nosotros ponimos, nosotros cabimos47, en lugar de ponemos y de cabemos. También es propio de ella decir en el imperativo pónemelo48, en lugar de pónmele o pónmelo. IV 35. El pretérito perfecto de indicativo de venir se conjuga vine, viniste, vino, vinimos, vinisteis, vinieron, a la manera que se conjugan dije, hice, quise. Venimos es presente, no pretérito; y veniste, venisteis no son de 43

[Corregido; se dice únicamente vidrio. (O. y E.)]

44

[Rústico. (O. y P.)]

45

[Vulgar y rústico. (O. y P.)]

46

[Subsiste la confusión entre la gente culta. (O. y E.)]

47

[Ponimos, cabimos: vulgar y rústico. (O. y E.)]

48

[Se usa generalmente. (O. y P.)]

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ningún tiempo49. 36. Dícese pondré, tendré, vendré, y no ponré, tenré, venré. Debe decirse, por consiguiente, pondría, tendría, vendría. No se dice dolré, ni menos doldré, como algunos acostumbran, asemejando a doler con valer, porque doler no es irregular en el futuro. Por consiguiente, no puede tampoco decirse dolría, ni doldría, sino dolería50. 37. Algunos escriben y pronuncian ádbitro, adbitrar, adbitrio, adbitraje, adbitrario, adbitrariedad, etc51. Todas estas palabras empiezan por ar, como las latinas arbiter, arbitror, etc. Sólo en albedrío y sus antiguos derivados albedriar, albedriador, se mudó ar en al. 38. Es un vicio harto común en América pronunciar cáer, tráer, réir, como voces monosílabas que tuviesen el acento en la primera vocal, siendo así que constan de dos sílabas y tienen el acento en la vocal segunda. Algunos llegan hasta pronunciar quer, tren, que es un intolerable vulgarismo. Lo mismo decimos de crer, cre, cremos, con una sola e. Son igualmente bárbaros los imperfectos cáia, tráia, léia, réia, créia, y los perfectos cai, réi, léi, créi, y los participios cáido52, réido, léido, créido, porque en todas estas palabras la i forma por sí sola una sílaba, y debe acentuarse. Es una regla sin excepción que los infinitivos se pronuncien con apoyatura o acento sobre la última vocal. Otra regla general es que si el infinitivo del verbo termina en er o ir, como sucede en caer, leer, roer, reír, oír, argüir, debe acentuarse la i en las mismas personas, números y tiempos en que la tienen acentuada los verbos regulares coma temer y partir. Dícese, pues, reís, oís, roía, reía, desleías, caíste, freísteis, caído, creído, de la misma manera que se dice partís, temía, temiste, etc. Oído53 y caída se pronuncian de un mismo modo, sean participios o sustantivos. Se dice el réi, la léi; yo reí, yo leí. Hoy, adverbio, y hay, verbo, son monosílabos y se 49

[Vulgar y rústico. (O. y E.)]

50

[Vulgar y rústico: dolría, ponré, tenré. (O. y E.)]

51

[Corregido entre la gente culta. (O. y E.)]

[Réido, léido, créido, quéido (caído): vulgar y rústico. (O. y P.) — En 1887, Amunátegui (Acentuaciones viciosas, p. 87), comentaba: “En el espacio de medio siglo, los vicios de pronunciación que Bello censuraba en las precedentes líneas han desaparecido por completo en las personas ilustradas de Chile. Sin embargo, como entre las indoctas aun quedan algunas que incurren en el tal defecto, conviene... (A. A. y R. L.).] 52

53

[Vulgar y rústico: óido. (O. y P.)]

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pronuncian con acento sobre la primera vocal; por el contrario oí, verbo, y ahí, adverbio, son propiamente disílabos y tienen acentuada la i. Por desatender estas diferencias, dislocando el acento y acortando el espacio en que se han de pronunciar las vocales, sucede que al tiempo de recitarse el verso se estropea y desfigura totalmente, defecto en que incurren bien a menudo algunos de nuestros actores. Por ejemplo, en estos versos de Francisco de la Torre: “Tórtola solitaria, que llorando tu bien pasado y tu dolor presente, ensordeces la selva con gemidos Si inclinas los oídos…”, etc.

pronúnciese óidos, como lo hacen la mayor parte de los americanos, y dejará de rimar esta palabra con gemidos, y, lo que es peor, un verso que debía constar de siete sílabas pasará a tener sólo seis. En las composiciones de la mayor parte de los poetas americanos se halla también frecuentemente violada esta regla prosódica, cuya observancia es más esencial en los versos destinados al canto, donde es necesario que todo sea regular y exacto, y que nada sobre ni falte. El himno patriótico de Buenos Aires principia por esta línea: “Oíd, mortales, el grito sagrado”,

donde, para que haya verso, es necesario pronunciar óid, monosílabo, con acento en la o, en lugar de oíd, disílabo, con acento en la i, que es incontestablemente la verdadera cantidad y tono de esta palabra. Es lástima encontrar un defecto tan grave en una composición de tanto mérito54. 39. No es raro, en los americanos y europeos que hablan descuidadamente, decir no me se ocurre, no te se dé cuidado, trasponiendo los pronombres enclíticos me, te, se55. La regla es que el pronombre se preceda en estas construcciones a cualquiera de los otros dos, sea que se antepongan o [Aunque hoy se considera vulgar, en aquella época era una sinéresis usada a veces por buenos poetas: “cáido del cielo el lodo que lo afea” en Meléndez Valdés, “léidas por todo género de gentes”, “En réir a costa ajena los prepara” en Lista, “anda alegre por ai mondo y lirondo” en Espronceda. La severidad ortológica de Bello se ha impuesto en la poesía moderna. A. R.] 54

55

[Vulgar y rústico. (O. y E.)]

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pospongan al verbo, verbigracia, se me ocurre, ocurrióseme entonces; no se te ocultó, no pudo ocultársete. 40. Escalfar por desfalcar56, naide o nadien por nadie, cirgüelas por ciruelas, polvadera por polvareda, párparo por párpado, aspamiento por aspaviento, impugne por impune, son vulgarismos que es necesario evitar57. 41. En algunas partes de América suele decirse recién había llegado, recién se había vestido, en lugar de acababa de llegar o acababa de vestirse58. Este adverbio recién sólo se usa antepuesto a los participios, y así se dice: vamos a ver a los recién llegados; el recién nacido es un hermoso niño; la casa, aunque recién edificada, amenaza ruina. 42. Algunos dan al verbo poder un acusativo o régimen directo, diciendo: tú no me puedes, yo no te puedo59; expresiones con que se quiere significar que una persona no tiene tanta fuerza o poder como otra. Se comete en estas locuciones un solecismo, porque el verbo castellano poder siempre es neutro, o por lo menos no tiene otro régimen directo que los infinitivos, verbigracia, yo no puedo escribir, usted pudiera haberme avisado. 43. También se usa en algunas partes de un modo singular el verbo merecer. Dícese con propiedad: yo no merezco tanto favor (no soy digno), o no le merecí la menor atención (no le debí); pero no creemos que pueda decirse igualmente bien: no se merecen ahora las casas (no se hallan casas). [También en Méjico y Guatemala escalfar, pero con el sentido de “apartar, descontar, restar” (García Icazbalceta, Vocabulario de mexicanismos: lo documenta en prosa culta, en la Crónica de la Provincia de Michoacán de Beaumont, año 1780; Sandoval, Diccionario de guatemaltequismos). Ese sentido es el etimológico de desfalcar: “quitar alguna parte de la cosa principal” (Covarrubias, Tesoro, año 1611); “quitar parte o porción de alguna cosa o cantidad, descabalarla” (Diccionario de Autoridades: lo documenta en la Nueva Recopilación de Leyes del Reino). En la metátesis escalfar, de desfalcar, ha contribuído sin duda la confusión con la palabra escalfar “cocer, calentar”. Esa metátesis procede sin duda de España, pues en la Pícara Justina, escrita hacia 1582, se encuentra la siguiente frase: “y a fe que le escalfé el valor del pan cuando hize con él las primeras cuentas” (ed. de Bibliófilos Madrileños, Madrid, II, 113). A. R.] 56

[Corregidos entre la gente culta. Naide, naiden, muy comunes en el habla vulgar y rústica. Polvaera: vulgar y rústico; en el campo, también pulvaera; los que quieren hablar mejor dicen polvadera. Párparo: vulgar y rústico. (O. y E.)] 57

58

[Fenómenos generales. (O. y E.)]

59

[Fenómenos generales. (O. y E.)]

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44. Se llaman en Chile inquilinos una especie de colonos pobres que pagan el arrendamiento en trabajo. Inquilino, propiamente, es el que recibe en alquiler una casa, y en el estilo forense el que recibe en arriendo una heredad o posesión. 45. Lo que se da anualmente por el arriendo de un predio urbano o rústico, lo llaman algunos canon. Pero canon es propiamente lo que paga el enfiteuta en reconocimiento del dominio directo. Lo que paga en dinero o frutos un arrendatario se dice renta60. 46. Molestoso no es buen castellano. Dícese en este sentido molesto. Cargoso y cargosidad son palabras anticuadas. Aunque se dice taimado, no se dice taima61. 47. Medúla, no médula62, es como pronuncian los que hablan bien el castellano, y el acento a la u es el que conforma con la prosodia de la palabra latina medulla. Por el contrario, se dice hoy generalmente pábilo y no pabílo63, como se acostumbra en Chile. Creemos, con todo, que la acentuación de esta voz sobre la primera sílaba es una especie de moda de data reciente. En el Romancero general, colección de poesías castellanas escritas en el lenguaje más puro, se encuentra pabílo, a fin de verso y asonando en ío, y Rengifo en su Arte poética lo hace consonante de hilo, estilo, etc. Terminaremos este artículo copiando lo que dice acerca del acento de las palabras análisis y parálisis don Mariano José Sicilia, autor de las Lecciones elementales de ortología y prosodia, publicadas recientemente en París: “Yo creo que los primeros (los que pronuncian análisis y no analísis) son los que hacen la verdadera pronunciación castellana, y que el cargar [Canon figura en el Diccionario de la Academia con esa acepción desde 1925 (15a ed.): “12. Forense. Precio del arrendamiento rústico. Canon conducticio”. En el Diccionario de jurisprudencia de Escriche, II, 1874, figura sólo el canon enfitéutico, pero en rigor canon enfitéutico y conducticio son del mismo tipo y tienen la misma legitimidad lexicográfica (el canon enfitéutico aparece en el derecho romano en la época imperial). A. R.] 60

[Molestoso y cargoso son de uso general. También taima (“emperramiento, empecinamiento”); ejemplo: le dió una taima. (O. y E.)] 61

[Forma general. Vulgar: méula. (O. y P.). La Academia acepta médula y medula, aunque prefiere la segunda. (A. R.)] 62

[Es lo usual. (O. y P.). La Academia acepta pábilo y pabilo, aunque prefiere la segunda. (A. R.)] 63

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otros el acento en la penúltima proviene de la influencia que ha tenido el uso cada vez más frecuente de los libros franceses… En otras voces semejantes, como sinéresis, aféresis, diéresis, que son de un uso antiguo en nuestra lengua, el acento recae decididamente sobre la antepenúltima. La voz parálisis ofrece casi las mismas dudas. Yo creo, sin embargo, que es bien moderno y bien francés el paralísis. Todos los viejos a quienes yo he preguntado sobre la prosodia de estas voces me han respondido que en su juventud no oyeron nunca decir sino parálisis”. V 48. Suele decirse en la segunda persona de singular del pretérito perfecto de indicativo tú fuistes64, tú amastes, tú temistes, en lugar de fuiste, amaste, temiste, que es como creemos que debe decirse. Como en escritores de mucha y merecida reputación se encuentra a veces esta s final, nos ha parecido que el punto valía la pena de discutirse. Presentaremos, pues, las razones en que nos fundamos para mirar esta práctica como una innovación viciosa; pero no tenemos la pretensión absurda de que todos piensen como nosotros. Sentencie cada cual como quiera, pero sea con conocimiento de causa. Amaste y amastes fueron desde la primera época de la lengua segundas personas del pretérito perfecto de indicativo; pero amaste era singular, y amastes, plural. Se dijo tú amaste y vos o vosotros amastes, conservando con una levísima alteración las formas latinas sincopadas amasti, amastis; de manera que amastes, en aquella edad, era lo mismo que amasteis en el lenguaje moderno. Ábrase cualquiera de los poemas antiguos castellanos, empezando por el antiquísimo del Cid, y se verá comprobada la propiedad de estas dos terminaciones con tan repetidos y concluyentes ejemplos, que no será posible ponerla en duda. La misma práctica se conservaba sin la menor alteración en los tiempos de Granada, Luis de León, Garcilaso, Lope de Vega y Cervantes: “Tus claros ojos ¿a quién los volviste? ¿Por quién tan sin respeto me trocaste? Tu quebrantada fe ¿dó la pusiste? ¿Cuál es el cuello que, como en cadena, de tus hermosos brazos añudaste?”

64

[Vulgar y rústico: fuistes, juiste. (O. y E.)]

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Ésta es la terminación que da Garcilaso a la segunda persona de singular; veamos cuál da a la de plural: “¡Oh dulces prendas por mi mal halladas! Pues en un hora junto me llevastes todo el bien que por términos me distes, llevadme junto el mal que me dejastes; si no, sospecharé que me pusistes en tantos bienes porque deseastes verme morir entre memorias tristes”.

“Conjurastes contra Dios (dice Fray Luis de Granada): justo es que conjure toda la universidad del mundo contra vosotros”. “¡Ah, don ladrón! Aquí os tengo (dice Cervantes), venga mi bacía y mi albarda con todos mis aparejos que me robastes”. Lope de Vega dice: “Soberbias torres, altos edificios, que ya cubristes siete excelsos montes, y ahora en descubiertos horizontes apenas de haber sido dais indicios”.

Francisco de la Torre dice:

“Cuando de verde mirto y de floridas violetas, tierno acanto y lauro amado vuestras frentes bellísimas ceñistes; cuando las horas tristes”, etc.

¿Para qué más? Léanse las obras dramáticas y dialogadas de aquel tiempo, y se verá confirmada a cada paso la diferente significación de estas dos formas verbales. Es necesario advertir que las ediciones modernas de autores antiguos no merecen mucha confianza, En la colección de poesías castellanas por don Manuel José Quintana, se atribuyen a Rioja estos versos: “Y salistes del centro al aire claro, hija de la avaricia, a hacer a los hombres cruda guerra, salistes tú”, etc.

Pero el que consulte las ediciones antiguas de este poeta encontrará saliste. Los que quieran probar la exactitud de nuestras observaciones notarán, aun leyendo las ediciones modernas de nuestros poetas del siglo XVI y 85


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XVII, que, donde la consonancia o la medida del verso pidan o rechacen necesariamente la s final de esta segunda persona, falta siempre esta letra si el verbo está en singular concertando con tú, y, por el contrario, nunca falta si el verbo está en plural concertando con vos o vosotros; lo cual prueba: 1°, que ni aun obligados de la medida o de la rima contravinieron jamás los poetas a la propiedad de las dichas dos formas verbales, según la hemos explicado; y 2°, que si fuera de estos casos vemos alguna vez que falta o sobra la -s, es incuria de los impresores o editores modernos. Si amaste o amastes se hubieran usado promiscuamente en el singular, veríamos alguna vez tú amastes comprobado por la medida del verso o la rima; pero de esto nos atrevemos a asegurar que no se hallará ejemplo en obras anteriores al siglo XVIII65. Tuvo, pues, razón la Academia para decir que, en el uso antiguo y común de los autores, la segunda persona de plural del perfecto de indicativo era en -es; y por lo mismo es muy extraño que, hablando de las terminaciones anticuadas del verbo, haya supuesto que en lugar de amasteis se dijo en otro tiempo amástedes; porque la verdad es que jamás tuvo el verbo castellano tal forma. De amastis se pasó a decir amastes; y de amastes (por analogía con las otras segundas personas de plural), amasteis; pero amástedes nunca se dijo. Sólo se hallará la forma -ástedes o -ístedes en obras modernas en que han querido remedar el castellano antiguo escritores que no lo conocieron bastante. En el siglo XVII, según creemos, fué cuando empezó a prevalecer la forma en -asteis o -isteis sobre la antigua en -astes o -istes66. Pero la forma en -aste ha continuado usándose sin interrupción como segunda persona de singular, y los escritores que se han esmerado en la corrección y pureza de lenguaje, no han conocido otra alguna. Léase la traducción del Gil Blas por el padre Isla, y las comedias de Iriarte y Moratín, donde se [Cuervo encuentra tú apelastes, tú salistes, tú echastes en obras de Cañizares (16761750) editadas en el siglo XVIII. Menéndez Pidal cree que esa s analógica debe ser más antigua, en vista de que en judeoespañol se encuentra cogites “cogiste”. etc. En el Libro de Yuçuf, además, tú abistes, veyestes, pero cree que no tienen continuidad con el uso moderno (véase Biblioteca de Dialectología Hispanoamericana, Buenos Aires, II, 222-228). A. E.] 65

[Cuervo encuentra el primer ejemplo en una gramática de 1555. Véase su nota 90 a la Gramática de Bello. (A. A. y R. L.). Véase además Obras inéditas de Rufino José Cuervo, Bogotá, 1944 (págs. 321-350: Las segundas personas de plural en la conjugación castellana, especialmente págs. 343-347). A. R.] 66

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hallan a cada paso las terminaciones verbales de la segunda persona; y se verá que en el lenguaje de estos autores, la de singular del perfecto de indicativo siempre termina en -te y la del plural en -teis. Si autores estimables se han apartado tanto de la práctica antigua como de la moderna usando promiscuamente amaste y amastes como segunda persona de singular, ¿se deberá imitar su ejemplo? ¿Basta que dos o tres escritores de nombre introduzcan una innovación para adoptarla? ¿Gana algo el castellano, cuya superabundancia de ss lo hace ya demasiado silbante, con que se le añada esta s más en una terminación de tan frecuente uso? La claridad, por otra parte, pierde algo en que se confundan dos formas de significado diverso, una de las cuales, aunque anticuada en el día, se conserva en los escritos de los poetas y prosistas castellanos más estimados, y todavía pudiera emplearse en verso, como la empleó Meléndez en este pasaje: “Salud, gloria inmortal del nombre humano que, en ansias generosas, del bien común vuestra ventura hicistes y astros de luz para la tierra fuistes”.

Rogamos a los inteligentes que pesen estas razones y decidan67. [En resumen, de las particularidades del habla culta chilena denunciadas por Bello, en 1834, como incorrectas, subsisten las siguientes (además del seseo y de la confusión b-v, que son de toda América, y del yeísmo, que se da en gran parte de ella): Rasgos fonéticos: pérdida de la d final; pérdida de la d en la terminación -ado; vis, comís, juntís (vulgarismos; algo también del lenguaje familiar); güevo; fierro; médula (que es la forma más general hoy, tanto en Chile como en el resto de América y en España, aunque se nota una reacción culta a favor de la acentuación etimologista medula; ambas formas están en el Diccionario académico); pabilo, que subsiste en Chile, es en todas partes forma más prestigiosa que pábilo (influído por pábulo), aunque el Diccionario académico también acoge las dos acentuaciones. Cuervo, Apuntaciones, §§ 56, 58. Rasgos morfológicos, sintácticos y léxicos: hubieron fiestas; yo tueso; fui donde Pedro; pararse = “ponerse en pie”; formas verbales en -se por en -ra o -ría; transar; prevenir, con tratamiento respetuoso; venga acá; le mandaron que se callara; agarrar (aunque se siente como vulgarismo); confusión competer-competir; vertir, virtió, etc.; pónemelo; recién había llegado; tú no me puedes; no se merecen las casas; inquilino (con significación muy local); canon (idem); molestoso, cargoso, taime. Y se han corregido por acción de la escuela: Rasgos fonéticos: diferiencia; mesmo; pader, paderes; méndigo; sincero; cárculo; vidro; sandiya; peano; arbolera; ádbitro, adbitraje; réido, léido, créido, óido; escalfar; naide, naiden; cirgüelas; polvaera; párparo; juiste; dolría, ponré, tenré. Rasgos morfológicos, sintácticos y léxicos: voseo; mirá, andá (que sólo ocurren ahora en zonas regionales, de influencia argentina) ; fuistes; Ievantáte, sosegate; haiga; 67

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yo dentro; yo cueso (la gente culta todavía vacila) ; yo suerbo, yo cambéo, tú vacéas; hacen muchos días a que -no lo veo; el pirámide, el cúspide, el parálisis; fui a lo de Pedro; vide, vido; ponimos, cabimos; venimos (pretérito), veniste, venisteis; no me se ocurre (A. A. y R. L.)]

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PRÓLOGO DE PRINCIPIOS DE LA ORTOLOGÍA Y MÉTRICA DE LA LENGUA CASTELLANA Edición de 1835 Como no hay pueblo, entre los que hablan un mismo idioma, que no tenga sus vicios peculiares de pronunciación, es indispensable en todas partes el estudio de la Ortología a los que se proponen hablar con pureza; pues no basta que sean propias las palabras y correctas las frases, si no se profieren con los sonidos, cantidades y acentos legítimos. Estudio es éste sumamente necesario para atajar la rápida degeneración que de otro modo experimentarían las lenguas, y que multiplicándolas haría crecer los embarazos de la comunicación y comercio humano, medios tan poderosos de civilización y prosperidad1; estudio indispensable a aquellas personas que por el lugar que ocupan en la sociedad, no podrían, sin degradarse, descubrir en su lenguaje resabios de vulgaridad o ignorancia; estudio, cuya omisión desluce al orador y puede hasta hacerle ridículo y concitarle el desprecio de sus oyentes; estudio, en fin, por el cual debe comenzar todo el que aspira a cultivar la poesía, o a gozar por lo menos en la lectura de las obras poéticas aquellos delicados placeres mentales que produce la representación de la naturaleza física y moral2 y que tanto contribuyen a mejorar y pulir las costumbres. Un arte tan esencial ha estado hasta ahora encomendado exclusivamente a los padres y maestros de escuela, que careciendo, por la mayor parte, de reglas precisas, antes vician con su ejemplo la pronunciación de los niños, que la corrigen con sus avisos. Pero al fin se ha reconocido la importancia de la Ortología; y ya no es lícito pasarla por alto en la lista de los ramos de enseñanza destinados a formar el literato, el orador, el poeta, el hombre público, y el hombre de educación. Deseoso de facilitar su estudio presento a los jóvenes americanos este breve tratado, en que me parece hallarán reunido cuanto les es necesario, para que, juntando al conocimiento de las reglas la observación del La 1ª y la 2ª edición decían “felicidad” por “prosperidad”. (Comisión Editora. Caracas). 1

2

“Física y moral” lo agregó Bello para la 2ª edición. (Comisión Editora. Caracas).

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uso, cual aparece en los buenos diccionarios y en las obras de verso y prosa que han obtenido el sufragio general, adquieran por grados una pronunciación correcta y pura. En las materias controvertidas apunto los diferentes dictámenes de los ortologistas; y si me decido por alguno de ellos o propongo uno nuevo, no por eso repruebo los otros. El profesor o maestro que adoptare mi texto para sus lecciones ortológicas, tiene a su arbitrio hacer en él las modificaciones que guste, y acomodarlo a sus opiniones particulares en estos puntos variables, que afortunadamente ni son muchos, ni de grande importancia. Yo prefiero, por ejemplo, la pronunciación de substituir y transformar; mas no por eso diré que hablan mal los que suprimen en la primera de estas dos palabras la b y en la segunda la n, como lo hacen hoy día gran número de personas instruidas, cuyas luces respeto. La variedad de prácticas es inevitable en estos confines, por decirlo así, de las diferentes escuelas; y no sería fácil hacerla desaparecer sino bajo el imperio de una autoridad que, en vez de la convicción, emplease la fuerza: autoridad inconciliable con los fueros de la república literaria, y que, si pudiese jamás existir, haría más daño que provecho; porque en las letras, como en las artes y en la política, la verdadera fuente de todos los adelantamientos y mejoras es la libertad. Algunas reglas de Ortología (como de Sintaxis y Ortografía) se fundan en el origen de las palabras, y no pueden aplicarse a la práctica sin el conocimiento de otros idiomas, que no deben suponerse en los alumnos; pero no por eso es lícito omitirlas en una obra cuyo objeto es investigar3 los principios y fundamentos de la buena pronunciación, y no sólo aquellos que se dejan percibir a los observadores menos instruidos, sino aun los que por su naturaleza sólo pueden servir de guía a los eruditos, y a las corporaciones literarias cuyo instituto es fijar el lenguaje. Corresponde al profesor elegir, entre las varias materias que se tocan en un tratado elemental, las accesibles a la inteligencia de sus discípulos, sirviéndose de las otras, si las juzga útiles, para la decisión de los casos dudosos que los principiantes no alcancen a resolver por sí mismos. A la Ortología, que comprende, como parte integrante, la doctrina de los acentos y de las cantidades, llamadas comúnmente Prosodia, creí conveniente agregar un tratado de Métrica. La Prosodia y la Métrica son 3

La 1ª edición decía “dar a conocer” por “investigar”. (Comisión Editora. Caracas).

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Prólogo de Principios de la ortología y métrica de la lengua castellana

dos ramos que ordinariamente van juntos, porque se dan la mano y se ilustran recíprocamente. En la Métrica doy una análisis completa, aunque breve, del artificio de nuestra versificación, y de los verdaderos principios o elementos constitutivos del metro en la poesía castellana, que bajo este respecto tiene grande afinidad con la de casi todas las naciones cultas modernas. Pero me era imposible emprender esta análisis sin que me saliesen al paso las reñidas controversias que han dividido siglos hace a los humanistas, acerca de las cantidades silábicas, el oficio de los acentos y la medida de los versos. Después de haber leído con atención no poco de lo que se ha escrito sobre esta materia, me decidí por la opinión que me pareció tener más claramente a su favor el testimonio del oído, y que, si no me engaño, aventaja mucho a las otras en la sencillez y facilidad con que explica la medición de nuestros versos, sus varias clases, y los caracteres peculiares de los dos ritmos antiguo y moderno. Reservo para los Apéndices estos y otros puntos de elucidación o de disputa, que, interpolados en el texto, suspenderían inoportunamente la exposición didáctica destinada a los jóvenes. No disimularé que mi modo de pensar está en oposición absoluta con el de dos eminentes literatos, autor el uno de un excelente tratado de literatura, y traductor de Homero; y recomendable el otro por la publicación de los primeros elementos de Ortología, que se han dado a luz sobre la lengua castellana; obra llena de originales y curiosas observaciones, y fruto de largos años de estudio. Pero por lo mismo que la autoridad de estos dos escritores es de tanto peso, era más necesario hacer notar aquellos puntos en que alguna vez no acertaron; y si el desacierto fuere mío, se hará un servicio a las letras refutando mis argumentos y presentando, de un modo más claro y satisfactorio que hasta ahora, la verdadera teoría prosódica y métrica de la lengua castellana. Sólo me resta manifestar aquí mi gratitud a la liberalidad con que el gobierno de Chile se ha servido suscribirse a esta obra. ¡Ojalá que su utilidad respondiese4 a las intenciones de un patrono tan celoso por el adelantamiento de las letras, y a mis ardientes deseos de ver generalizado entre los americanos el cultivo de nuestra bella lengua, que es hoy el patrimonio común de tantas naciones! 4

En la 1ª edición “correspondiese”. (Comisión Editora. Caracas).

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PRÓLOGO DE ANÁLISIS IDEOLÓGICA DE LOS TIEMPOS DE LA CONJUGACIÓN CASTELLANA1 A los señores rector y profesores del Instituto Nacional de Chile. El autor

Después de lo que han trabajado sobre la análisis del verbo, Condillac, Beauzée y otros eminentes filósofos, parecerá presunción o temeridad querer fundar esta parte de la teoría gramatical sobre diversos principios que los indicados por ellos; pero examínense sin prevención los míos; averígüese si ellos explican satisfactoriamente los hechos, al parecer complicados e irregulares, que en esta parte presenta el lenguaje, y si puede decirse lo mismo de los otros; y desde ahora me sujeto al fallo (cualquiera que sea) que se pronuncie con pleno conocimiento de causa. A decir verdad, yo no temo que, sometida a un examen escrupuloso mi teoría, se halle infundada o inexacta; creo ver en ella, o a lo menos en sus principios fundamentales, todos los caracteres posibles de verdad y de solidez; y por más que conozca lo poderosas que son las ilusiones de la fantasía, me es imposible resistir a una convicción que fué el fruto de un estudio prolijo en otra época de mi vida, y ha sido confirmada constantemente por observaciones posteriores de muchos años. Lo que temo es que mis lectores no tengan paciencia para seguirme en todos los pormenores de una análisis necesariamente delicada y minuciosa; y se apresuren a condenarla sin haberla entendido. Muchos habrá también que la crean inaplicable al estudio general de la Este estudio de Bello se publicó por primera vez en 1841, en Valparaíso, impreso por M. Rivadeneyra en folleto con la siguiente paginación: IV, 57. Fué reimpreso en Caracas por Juan Vicente González en 1850 en la Imprenta Corser. Esta edición anotada por Juan Vicente González fué reproducida en Madrid por Leocadio Gómez, en 1883. Reproducimos en este volumen la edición preparada por Juan Vicente González, quien completa algunas de las citas latinas dadas por Bello y les añade a menudo la traducción al castellano. Las notas son de Bello, salvo algunas de Juan Vicente González que publicamos entre corchetes. El trabajo de Bello está ordenado en párrafos; en la primera edición, de Valparaíso 1841, aparecen erróneamente repetidos los párrafos Nos 38 y 171. Enmendamos tal error en esta edición y hacemos las correspondientes correcciones en las referencias contenidas en el mismo texto. Para la valoración de este estudio de Bello véase la Introducción a los estudios gramaticales de Andrés Bello por Amado Alonso, en el tomo IV de nuestra edición, dedicado a la Gramática Castellana. (Comisión Editora. Caracas). 1

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gramática de nuestra lengua. Yo pienso de diverso modo. Sin desconocer que la lectura de los buenos autores da un tino feliz que dispensa a ciertos espíritus privilegiados del estudio de las reglas; sin desconocer que el mismo instinto de analogía que ha creado las lenguas basta en muchos casos para indicarnos la legítima estructura de las frases, y el recto uso de las inflexiones de los nombres y verbos, creo que muchos deslices se evitarían, y el lenguaje de los escritores sería más generalmente correcto y exacto, si se prestara más atención a lo que pasa en el entendimiento cuando hablamos; objeto, por otra parte, que aun prescindiendo de su utilidad práctica, es interesante a los ojos de la filosofía, porque descubre procederes mentales delicados, que nadie se figuraría en el uso vulgar de una lengua. Pocas cosas hay que proporcionen al entendimiento un ejercicio más a propósito para desarrollar sus facultades, para darles agilidad y soltura, que el estudio filosófico del lenguaje. Se ha creído sin fundamento que el aprendizaje de una lengua era exclusivamente obra de la memoria. No se puede construir una oración, ni traducir bien de un idioma a otro, sin escudriñar las más íntimas relaciones de las ideas, sin hacer un examen microscópico, por decirlo así, de sus accidentes y modificaciones. Ni es tan desnuda de atractivos esta clase de estudios como piensan los que no se han familiarizado hasta cierto punto con ellos. En las sutiles y fugitivas analogías de que depende la elección de las formas verbales (y otro tanto pudiera decirse de algunas otras partes del lenguaje), se encuentra un encadenamiento maravilloso de relaciones metafísicas, eslabonadas con un orden y una precisión que sorprenden cuando se considera que se deben enteramente al uso popular, verdadero y único artífice de las lenguas. Los significados de las inflexiones del verbo presentan desde luego un caos, en que todo parece arbitrario, irregular y caprichoso; pero a la luz de la análisis, este desorden aparente se despeja, y se ve en su lugar un sistema de leyes generales, que obran con absoluta uniformidad, y que aun son susceptibles de expresarse en fórmulas rigorosas, que se combinan y se descomponen como las del idioma algebraico. Y esto es cabalmente lo que me ha hecho pensar que el valor que doy a las formas del verbo, en cuanto significativas de tiempo, es el solo verdadero, el solo que representa de un modo fiel los hechos, es decir, los varios empleos de las inflexiones verbales según la práctica de los buenos hablistas. Una explicación en que cada hecho tiene su razón particular, 94


Prólogo de Análisis ideológica de los tiempos de la conjugación castellana

que sólo sirve para él, y los diversos hechos carecen de un vínculo común que los enlace y los haga salir unos de otros, y en que por otra parte las excepciones pugnan continuamente con las reglas, no puede contentar al entendimiento. Pero cuando todos los hechos armonizan, cuando las anomalías desaparecen, y se percibe que la variedad no es otra cosa que la unidad, transformada según leyes constantes, estamos autorizados para creer que se ha resuelto el problema, y que poseemos una verdadera TEORÍA, esto es, una visión intelectual de la realidad de las cosas. La verdad es esencialmente armoniosa. Seguro, pues, de que la explicación que voy a dar de una parte no menos difícil que interesante del lenguaje descansa sobre bases ciertas, me he determinado a sacar esta obrilla de la oscuridad en que hace más de treinta años que la he tenido sepultada2; y después de una revisión severa, que me ha sugerido algunas ilustraciones y enmiendas, me he decidido por fin a publicarla. Me alienta la esperanza de que no faltarán, tarde o temprano, personas inteligentes que la examinen, y que tal vez adopten y perfeccionen mis ideas. Lo que ruego otra vez a los que la lean es que no se anticipen a reprobarla antes de haberla entendido. Objeciones se les ocurrirán, a las primeras páginas, que verán después satisfactoriamente resueltas. A lo menos yo así lo espero. Extrañarán la nomenclatura; pero si encuentran que ella tiene el mérito de ofrecer en cada nombre una definición completa, y algo más que una definición, una fórmula, en que no sólo la combinación sino el orden de los elementos pintan con fidelidad los actos mentales de que cada tiempo del verbo es un signo, me lisonjeo de que la juzgarán preferible a las adoptadas en nuestras gramáticas. Esta análisis de los tiempos se contrae particularmente a la conjugación castellana; pero estoy persuadido de que el proceder y los principios que en ella aparecen son aplicables con ciertas modificaciones a las demás lenguas; de lo que he procurado dar ejemplos en algunas de las notas que acompañan al texto. Sobre la fecha de elaboración de este estudio, no tenemos otro testimonio que las propias palabras de Bello: “hace más de treinta años que la he tenido sepultada”. Fué publicada en Valparaíso, en 1841. Por lo tanto, hay que situar la composición antes de 1810, fecha en que partió Bello de Caracas, cumplidos los 28 años de edad. Es, pues, obra juvenil, pero “el más original y profundo de sus estudios lingüísticos”, al decir de Marcelino Menéndez y Pelayo. (Comisión Editora. Caracas). 2

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GRAMÁTICA CASTELLANA1 La atención que el gobierno y el público de esta ciudad prestan actualmente al interesante objeto de la educación literaria, hace esperar que no parecerán inoportunas las observaciones siguientes sobre el primero de los estudios juveniles, que es al mismo tiempo uno de los más necesarios, y de los más abandonados. Hablamos del estudio de la lengua patria. Hay personas que miran como un trabajo inútil el que se emplea en adquirir el conocimiento de la gramática castellana, cuyas reglas, según ellas dicen, se aprenden suficientemente con el uso diario. Si esto se dijese en Valladolid o en Toledo, todavía se pudiera responder que el caudal de voces y frases que andan en la circulación general no es más que una pequeña parte de las riquezas de la lengua; que su cultivo la uniforma entre todos los pueblos que la hablan, y hace mucho más lentas las alteraciones que produce el tiempo en ésta como en todas las cosas humanas; que a proporción de la fijeza y uniformidad que adquieren las lenguas, se disminuye una de las trabas más incómodas a que está sujeto el comercio entre los diferentes pueblos, y se facilita asimismo el comercio entre las diferentes edades, tan interesante para la cultura de la razón y para los goces del entendimiento y del gusto; que todas las naciones altamente civilizadas han cultivado con un esmero particular su propio idioma; que en Roma, en la edad de César y Cicerón, se estudiaba el latín; que entre preciosas reliquias que nos han quedado de la literatura del Lacio, se conserva un buen número de obras gramaticales y filológicas; que el gran César no tuvo a menos componer algunas, y hallaba en este agradable estudio una distracción a los afanes de la guerra y los tumultos de las facciones; que en el más bello siglo de la literatura francesa el elegante y juicioso Rollin introdujo el cultivo de la lengua materna en la universidad de París; citaríamos el trillado Haec studia adolescentiam alunt, etc.; y en fin, nos apoyaríamos en la autoridad de cuanto se ha escrito sobre educación literaria. De este modo pudiera responderse, aun en los países donde se habla el idioma nacional con pureza, a los que condenan su estudio como innecesario y estéril. ¿Qué diremos, pues, a los que lo miran como una superfluidad en América? Otros alegan que para los jóvenes que aprenden el latín no es necesario 1

Se publicó en El Araucano, de 4 de febrero de 1832. (Comisión Editora. Caracas).

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un aprendizaje particular del castellano, porque, en conociendo la gramática de aquella lengua, se sabe ya también la del idioma patrio; error que no puede provenir sino del equivocado concepto que tienen algunos de lo que constituye el conocimiento de la lengua materna. El que haya aprendido el latín mucho mejor de lo que generalmente se aprende entre nosotros, sabrá el latín; y además habrá formado una mediana idea de la estructura del lenguaje y de lo que se llama gramática general; pero no sabrá por eso la gramática del castellano; porque cada lengua tiene sus reglas peculiares, su índole propia, sus genialidades, por decirlo así, y frecuentemente lo que pasa por solecismo en una, es un idiotismo recibido, y tal vez una frase culta y elegante en otra. Las nociones generales de gramática son un medio analítico de grande utilidad sin duda para proceder con método en la observación de las analogías que dirigen al hombre en el uso del habla; pero pretender que, porque somos dueños de este instrumento, conocemos la lengua nativa sin haberle jamás aplicado a ella, es lo mismo que si dijéramos que para conocer la estructura del cuerpo animal basta tener un escalpelo en la mano. Tal vez ha contribuído a este error la imperfección de las gramáticas nacionales. Los que se han dedicado a escribir gramáticas, o se han reducido a límites demasiado estrechos, creyendo (infundadamente, según pensamos) que, para ponerse al alcance de la primera edad, era menester contentarse con darle una ligera idea de la composición del lenguaje, o si han aspirado a una gramática completa, han adherido con excesiva y supersticiosa servilidad a los principios vagos, la terminología insustancial, las clasificaciones añejas sobre que la filosofía ha pronunciado tiempo ha la sentencia de proscripción. La gramática nacional es el primer asunto que se presenta a la inteligencia del niño, el primer ensayo de sus facultades mentales, su primer curso práctico de raciocinio; es necesario, pues, que todo dé en ella una acertada dirección a sus hábitos; que nada sea vago ni oscuro; que no se le acostumbre a dar un valor misterioso a palabras que no comprende; que una filosofía, tanto más difícil y delicada cuanto menos ha de mostrarse, exponga y clasifique de tal modo los hechos, esto es, las reglas del habla, que, generalizándose, queden reducidas a la expresión más sencilla posible. Para dar una idea de lo que falta bajo este respecto aun a la Gramática de la Academia, que es la más generalmente usada, bastará limitarnos a unas pocas observaciones. Estamos muy distantes de pensar deprimir 98


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el mérito de los trabajos de la Academia: su Diccionario y su Ortografía la hacen acreedora a la gratitud de todos los pueblos que hablan el castellano; y aunque la primera de estas obras pasa por incompleta, quizá puede presentarse sin desaire al lado de otras de la misma especie que corren con aceptación en Inglaterra y Francia. Payne Knight, que es voto respetable en materia de filología, tiene el Diccionario de la Academia (el grande en seis tomos, que creemos haber sido la primera obra que dió a luz este cuerpo) por superior a todo lo que existe en su línea. En la Gramática misma hay partes perfectamente desempeñadas, como son por lo regular aquellas en que la Academia se ciñe a la exposición desnuda de los hechos. El vicio radical de esta obra consiste en haberse aplicado a la lengua castellana sin la menor modificación la teoría y las clasificaciones de la lengua latina, ideadas para la exposición de un sistema de signos, que, aunque tiene cierto aire de semejanza con el nuestro, se diferencia de él en muchos puntos esenciales. La Academia hace los nombres castellanos declinables por casos. Para esto, era necesario dar a la palabra declinación un significado algo nuevo. “Declinación (dice) es el diverso modo de significar que las partes declinables de la oración reciben de la unión con otras, variando o no de terminación. Por ejemplo: distinto modo de significar es el de esta parte de la oración hombre cuando se dice el hombre del que recibe cuando se dice del hombre”. Pero ¿no será también distinto modo de significar el de estas partes de la oración cerca, lejos, ahora, luego, cuando se usan por sí solas, del que reciben cuando se dice de cerca, de lejos, desde ahora, desde luego, o, extendiéndonos todavía más, cuando se dice muy cerca, algo lejos, ahora mismo, luego al punto? A nosotros ciertamente nos parece que la definición de la Academia no conviene menos a estos ejemplos que al suyo. ¿Qué motivo hay, pues, para decir que hombre es declinable y que no lo son los adverbios citados? ¿Qué es este modo de significar cuyas variedades constituyen la declinación? Éste es un misterio en que la Academia no ha querido iniciarnos, dejando por consiguiente en una oscuridad absoluta la diferencia entre las partes declinables y las que no lo son. Un error conduce a otro, y una vez que la Academia ha sentado que los nombres castellanos son declinables por casos sólo porque lo son los latinos, consecuente a sí misma era natural que estableciese que la declinación castellana tiene exactamente el mismo número y diferencia de casos 99


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que la declinación latina. Parece que hubiera alguna ley desconocida del entendimiento, algún principio recóndito de filología, en virtud del cual la declinación de los nombres en todas las lenguas se hubiese de amoldar por precisión sobre la latina, constando necesariamente de seis casos, ni más ni menos, y éstos no otros que el nominativo, genitivo, dativo, etc. ¿Puede haber cosa más contraria a toda filosofía, que hacer tipo universal de las lenguas lo que no es más que un carácter propio y peculiar del idioma latino? Porque seguramente no hay más motivo para atribuir los tales seis casos a la lengua castellana, que a cualquiera otra de las que se hablan en la tierra. Pero procuremos penetrar algo más el sistema de la declinación castellana, según nos la expone la Academia, o, por mejor decir, el redactor de su Gramática. De la ciudad es genitivo cuando se dice el aire de la ciudad, y ablativo cuando se dice vengo de la ciudad. ¿Por qué? Porque los latinos para expresar lo primero decían urbis, y para lo segundo urbe. Pero ¿acaso variamos nosotros la terminación de la palabra? Variamos el modo de significar: lo uno denota la posesión; lo otro el principio del movimiento, o lo que se llama término a quo. Según eso, la expresión de la ciudad será tantos casos distintos, cuantos diferentes significados admita; ¿qué caso será, pues, cuando no denota ni posesión, ni principio de movimiento, verbigracia, cuando se dice, ausente de la ciudad, se acordó de la ciudad, dispuso de la ciudad? Es necesario reducir estas expresiones a uno de los casos dichos. ¿Y a cuál? A aquel que se usa en la expresión latina correspondiente. Con que venimos a parar en que ablativo y genitivo significan en la gramática de la lengua castellana accidentes propios de otra lengua. En efecto, sería bien difícil citar un solo hecho del castellano de que se diese cuenta por medio de esa algarabía de casos. Todo lo que hay que explicar en la materia lo explica suficientemente la Academia cuando habla de los varios usos de la preposición de. ¿Para qué levantar un andamio sobre el cual nada se edifica, y que sólo sirve para presentar al entendimiento del niño enigmas indescifrables, acostumbrándole a pagarse de ideas vagas, o de voces sin sentido? “Género masculino (dice la Academia) es el que comprende a todo varón y animal macho, y otros que no lo siendo, se reducen a este género por sus terminaciones, como hombre, libro, papel”. Ésta es una definición de aquellas que no pueden dar a conocer la cosa definida, porque no ofrece al espíritu ninguna señal fija y precisa con que podamos distinguirla de 100


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las otras. Primeramente, el género en la gramática no comprende las cosas significadas por los nombres, sino los nombres mismos: masculino y femenino no significan clases de objetos, sino clases de nombres. Pero ¿de qué manera podremos reconocer los nombres masculinos mediante esta definición? ¿Por su significado? No; la definición misma da a entender que una parte de los nombres masculinos significa objetos que no son ni varones ni machos. ¿Por la terminación? Menos: ni se dice qué terminaciones sean las masculinas, ni hay alguna que constantemente lo sea. Agrégase a esto que hay multitud de nombres que por la terminación debían ser femeninos, verbigracia, sistema, planeta, císma, y que sin embargo pertenecen al género masculino. Es difícil escogitar una definición más embrollada, más oscura, más inútil. Y desgraciadamente hay muchas semejantes a ésta en la gramática castellana. Sin embargo, nada es más fácil que dar a los niños una idea cabal de lo que son los géneros en nuestra lengua. Hágaseles notar primeramente que en castellano hay muchos adjetivos que tienen dos terminaciones, verbigracia, blanco, blanca; bueno, buena. Hágaseles notar en seguida que de los nombres sustantivos los unos se juntan constantemente con la primera terminación, los otros con la segunda, y unos pocos indiferentemente con ésta o aquélla. Si después de esto se les dice que se llaman sustantivos masculinos todos aquellos que se juntan constantemente con la primera terminación, femeninos los que se juntan con la segunda, y ambiguos los que se juntan indiferentemente con la una o la otra, nos atrevemos a asegurar que no tendrán ninguna dificultad en entenderlo. Ésta es en efecto la regla fundamental que todos seguimos para distinguir los géneros. ¿Por qué decimos que los sustantivos acabados en o son masculinos? Porque vemos que se construyen con la primera terminación de los adjetivos. ¿Por qué exceptuamos de esta regla a mano y nao? Porque vemos que se construyen con la segunda. Ésta es, pues, la regla fundamental de que derivan todas las reglas particulares y sus excepciones. No hay ni puede darse otra. Los géneros no son más que clases en que se han distribuido los sustantivos según la diferente terminación de los adjetivos con que se construyen. Sin duda la diferencia de sexos fué lo que originalmente dió motivo a la diferencia de géneros. Pero una gramática no debe representar lo que fué, sino lo que es actualmente. La diferencia de sexos que sirvió de base a los géneros de los nombres en la primera época de las lenguas, y 101


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que aun conserva en la lengua inglesa este influjo, en el latín, el griego, el castellano, y muchos otros idiomas sirve sólo para algunas reglas dependientes de la significación; reglas particulares y subalternas, como la que hace masculinos en nuestra lengua los nombres de montes y de ríos, y femeninos los nombres de las letras. De esta sencilla consideración, resulta una consecuencia necesaria; y es que el número de los géneros, fundados en la diferencia de formas que toma el adjetivo según el sustantivo a que se refiere, no puede ser más ni menos que el de las terminaciones del adjetivo. Acaso hay lenguas en que el adjetivo tenga cuatro o más terminaciones distintas. Si en ellas unos sustantivos se construyen constantemente con la primera terminación, otros con la segunda, etc., en estas lenguas habrá por precisión cuatro géneros. Esto nos llevaría también a la solución de la controversia que se ha agitado por mucho tiempo, sobre si hay o no género neutro en castellano. Pero dejamos este asunto para otra ocasión. Así como la Academia introduce sin necesidad en el castellano distinciones y clasificaciones que son peculiares de la lengua latina, así omite algunas que no hicieron los gramáticos latinos porque no eran necesarias en el idioma que explicaban, pero que lo son en el nuestro. Las tres formas verbales ha hecho, hizo, hubo hecho, tienen diverso sentido y uso en castellano, y no pueden las más veces sustituirse indiferentemente una a otra. Decimos, por ejemplo: Inglaterra se ha hecho señora del mar, Roma se hizo señora del mundo, cuando Roma se hubo hecho señora del mundo. De aquí resulta que estas tres formas verbales son en realidad tres tiempos distintos. No importa que todas tres signifiquen una acción pasada. La forma hacía tiene también este significado, y sin embargo la consideramos como tiempo distinto. No hubo realmente más razón para unir aquellas tres formas en un tiempo y separarlas de la cuarta, sino que en latín se decía de un mismo modo se ha hecho, se hizo, se hubo hecho, y de diferente modo se hacía. La Academia, al explicar las construcciones castellanas, no hace muchas veces otra cosa que explicar las construcciones latinas correspondientes. Por ejemplo, el verbo impersonal haber, según la Academia, significa existir; sin duda porque en este sentido le corresponde en latín el verbo esse.

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Pero la verdad es que el verbo haber conserva su primitivo significado tener, y no denota jamás la existencia; y si cuando se usa impersonalmente ofrece este sentido, no es porque se despoje del otro, sino por la construcción en que se halla. Cuando decimos el mundo no tiene país más ameno, la construcción ofrece la idea de existencia, como si dijésemos no existe país más ameno; y con todo, nadie dirá que en este ejemplo tener significa existir. Lo mismo sucede con el verbo haber, excepto que la construcción es elíptica, suprimiéndose el sujeto mundo, universo, naturaleza u otro semejante; y así, hubo en Roma grandes oradores vale tanto como decir: el mundo tuvo en Roma grandes oradores. Parecerá materialidad hacer alto en esto; pero por medio de la elipsis indicada podemos explicar el uso de este verbo impersonal, y de otro modo no podemos, sino es acusando al lenguaje de irregularidades y caprichos, que sólo se presentan al que no quiere tomarse el trabajo de rastrear sus analogías. En efecto, supongamos por un momento que el verbo haber significa ser o existir, y tropezaremos con dos anomalías a cuál más monstruosa: el verbo no concuerda con la cosa existente; y si ésta se representa por los pronombres él, ella, ello, ellos, ellas, los hallaremos constantemente en acusativo. Ahora pues: ¿qué otro ejemplo ofrece nuestra lengua de un sujeto que no concuerde con su verbo, y que se exprese con las formas acusativas le, la, lo, los, las? Por el contrario, restablézcase la significación original de haber, y todo es llano. Supuesto que el sujeto que se calla es siempre una tercera persona de singular, el verbo estará siempre en la tercera persona de singular; y siendo el sustantivo expreso que se junta con él su régimen directo, o lo que llamaban nuestros gramáticos acusativo de persona que padece, su forma será por precisión la del acusativo. ¿Hay dinero? — No le hay. — ¿Hubo fiestas? — No las hubo. Y de aquí se deduce que haber en la construcción de que se trata no es en realidad impersonal, sino un verbo cuyo sujeto se calla, porque es constantemente uno mismo. Acaso se dirá que el plan adoptado por la Real Academia tiene la ventaja de facilitar al niño la adquisición de la lengua latina, familiarizándole de antemano con el sistema propio de ésta y con las particularidades que la distinguen. A esto puede responderse que, cuando así fuera, no es razón sacrificar a una utilidad secundaria el objeto esencial y primario de una gramática nacional, que es dar a conocer la lengua materna, presentándola con sus caracteres y facciones naturales, y no bajo formas ajenas; 103


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que ideas vagas, términos incomprensibles, clasificaciones erróneas, sólo sirven para dar al entendimiento hábitos viciosos, y para llenar de espinas y tropiezos todas sus empresas futuras; y que, por el contrario, una teoría sencilla y luminosa del idioma nativo es el mejor modo de preparar al niño a la adquisición, no sólo del latín, sino de cualquier otra lengua y de cualquier otro género de conocimientos. Insistimos en que el estudio de la lengua nativa debe ser rigorosamente analítico, no sólo porque éste es el sendero más llano y breve, o, por mejor decir, el único que puede conducirnos al fin propuesto, sino porque siendo éste el primer ejercicio de las facultades mentales, aquí es donde más importa darles una dirección acertada. Quo semel est imbuta recens, servabit odorem testa diu… [Horacio]

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EJERCICIOS POPULARES DE LENGUA CASTELLANA1 Esperando ver su continuación en otro número para dar más interés a algunas observaciones que desde luego pensé dirigir a El Mercurio, he visto entre tanto dos refutaciones (contraídas sólo a dichos ejercicios) y bruscamente depresiva la segunda, del laudable interés en ofrecer algo de útil a la instrucción popular; pues tanto de las observaciones acertadas que se hagan en semejante materia como de una fundada y cortés impugnación de los errores, el público iliterato saca no poco fruto. Esta consideración me hace añadir el fundamento de lo que a mi juicio se ha criticado muy a la ligera, y aun de lo que se ha omitido en las contestaciones anteriores; no pudiendo menos que disentir al mismo tiempo de los ilustrados redactores de El Mercurio en la parte de su artículo que precede a los ejercicios, en que se muestran tan licenciosamente populares en cuanto a lo que debe ser el lenguaje, como rigoristas y algún tanto arbitrario el autor de aquéllos. A la verdad que no para las mientes (no que los monos) el avanzado aserto de los redactores, atribuyendo a la soberanía del pueblo todo su predominio en el lenguaje; pues parece tan opuesto al buen sentido, y tan absurdo y arbitrario, como lo que añade del oficio de los gramáticos. Jamás han sido ni serán excluidos de una dicción castigada, las palabras nuevas y modismos del pueblo que sean expresivos y no pugnen de un modo chocante con las analogías e índole de nuestra lengua; pero ese pueblo que se invoca no es el que introduce los extranjerismos, como dicen los redactores; pues, ignorantes de otras lenguas, no tienen de dónde sacarlos. Semejante plaga para la claridad y pureza del español Se publicó en El Mercurio de Valparaíso, el 12 de mayo de 1842. Es la única intervención de Bello (firmado Un quidam) en la famosa polémica suscitada por el artículo “Ejercicios populares de lengua castellana” de Pedro Fernández Garfias, inserto en El Mercurio, de 27 de abril de 1842, precedido de un comentario de Sarmiento. La polémica se agravó, y en una de las intervenciones de Sarmiento consta la conocida alusión personal a Bello (“un gran literato que vive entre nosotros...”). Bello se limitó a publicar el artículo que reproducimos, que no fue recogido en O. C. Ha sido reimpreso en Obras de Sarmiento, I, Santiago 1887, y en Prosa de ver y pensar, del mismo Sarmiento, Buenos Aires, 1943. Lo trascribimos de la obra de Norberto Pinilla, La controversia filológica, de 1842, Santiago, 1945, pp. 25-30. (Comisión Editora. Caracas). 1

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es tan sólo trasmitida por los que iniciados en idiomas extranjeros y sin el conocimiento y estudio de los admirables modelos de nuestra rica literatura se lanzan a escribir según la versión que más han leído. En idioma jenízaro y mestizo, Diciendo a cada voz: yo te bautizo Con el agua del Tajo; Aunque alguno del Sena se la trajo Y rabie Garcilaso enhorabuena; Que si él hablaba lengua castellana, Yo hablo la lengua que me da la gana. Iriarte.

Contra éstos reclaman justamente los gramáticos, no como conservadores de tradiciones y rutinas, en expresión de los redactores, sino como custodios filósofos a quienes está encargado por útil convención de la sociedad para fijar las palabras empleadas por la gente culta, y establecer su dependencia y coordinación en el discurso, de modo que revele fielmente la expresión del pensamiento. De lo contrario, admitidas las locuciones exóticas, los giros opuestos al genio de nuestra lengua, y aquellas chocarreras vulgaridades e idiotismos del populacho, vendríamos a caer en la oscuridad y el embrollo, a que seguiría la degradación como no deja de notarse ya en un pueblo americano, otro tiempo tan ilustre, en cuyos periódicos se ve degenerando el castellano en un dialecto español-gálico que parece decir de aquella sociedad lo que el padre Isla de la matritense. Yo conocí en Madrid una condesa, que aprendió a estornudar a la francesa.

Si el estilo es el hombre, según Buffon2, ¿cómo podría permitirse al pueblo la formación a su antojo del lenguaje, resultando que cada cual vendría a tener el suyo, y concluiríamos por otra Babel? En las lenguas como en la política, es indispensable que haya un cuerpo de sabios, que así dicte las leyes convenientes a sus necesidades, como las del habla en que ha de expresarlas; y no sería menos ridículo confiar al pueblo la decisión de sus leyes, que autorizarle en la formación del idioma. En vano claman por esa libertad romántico-licenciosa del lenguaje, los que por prurito de novedad, o por eximirse del trabajo de estudiar su lengua, quisieran 2

Parece haberse impreso Montaigne por Buffon. (Comisión Editora. Caracas).

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Ejercicios populares de lengua castellana

hablar y escribir a su discreción. Consúltese en su último comprobante del juicio expuesto, cómo hablan y escriben los pueblos cultos que tienen un antiguo idioma; y se verá que el italiano, el español, el francés de nuestros días es el mismo del Ariosto y del Tasso, de Lope de Vega y de Cervantes, de Voltaire y de Rousseau. Pero pasemos ya a los Ejercicios populares de lengua castellana. El autor incurre en algunas equivocaciones, ya por el principio erróneo de que no deben usarse en Chile palabras anticuadas en España, ya porque confunde la acepción de otras con la de equivalentes que no pueden serlo. En cuanto a lo primero, dejarían de usarse en España por la misma razón las palabras que se anticúan en Chile y demás puntos de la Península; reduciendo así a mezquino caudal una lengua tan rica; así no hay por qué repudiar, a lo menos en el lenguaje hablado, las palabras criticadas, abusión, acarreto, acriminar, acuerdo, adolorido, agravación, aleta, alindarse, alado, arbitrar, arrancada, arrebato, asecho. Con mucha menos razón las voces acezar, que expresa más que jadear, esto es, respirar con suma dificultad; ansiedad, inquietud y ansia, deseo vehemente; apertura de colegios, de clases, etc., y abertura de objetos materiales, como de mesa, pared; arredrar, es retraer a uno de lo intentado o comenzado, y atemorizar es infundir temor; artero se aplica a lo falaz y engañoso; y astuto, a lo sagaz y premeditado; asiduidad es tesón, constancia; frecuencia es repetición de actos que pueden ser interrumpidos; así puede uno asistir con frecuencia al colegio, pero no con asiduidad; arrinconado, dice mucho más que retirado; oigamos si no a Ercilla, despidiéndose de las musas en su canto 37: Que el disfavor cobarde que me tiene Arrinconado en la miseria suma, Me suspende la mano y la detiene Haciéndome que pare aquí la pluma.

¡Cuán viva imagen nos presenta aquí la expresión arrinconado! Reemplazando por retirado, quedaría una insípida vulgaridad. Finalmente las palabras asonada, avenencia, ni aun están anticuadas en el diccionario.

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Estudios literarios y filol贸gicos



USO ANTIGUO DE LA RIMA ASONANTE EN LA POESÍA LATINA DE LA MEDIA EDAD Y EN LA FRANCESA; Y OBSERVACIONES SOBRE SU USO MODERNO1 Entre las particularidades de la poesía española, que menos fácilmente se dejan percibir y apreciar de los extranjeros, y cuyos primores se escapan aun a muchos de aquellos que mamaron el habla castellana con la leche, debe contarse el asonante, especie de rima que junta dos cosas al parecer opuestas, pues aventajando en delicadeza al consonante o rima completa, hoy común a todas las naciones de Europa, es al mismo tiempo tan popular, que en ella se componen regularmente los cantares con que se divierte y regocija la ínfima plebe. Ni está reducida a los límites de la Península; el asonante pasó el Atlántico junto con la lengua de Cortés y Pizarro; se naturalizó en los establecimientos españoles del nuevo mundo, y forma hoy una de las cuerdas de la lira americana. El asonante entra en el ritmo del yaraví colombiano y peruano, como en el del romance y la seguidilla española. El gaucho de las pampas australes y el llanero de las orillas del Apure y del Casanare, asonantan sus coplas de la misma manera que el majo andaluz y el zagal extremeño o manchego. Esta especie de artificio métrico es hoy propiedad exclusiva de la versificación española. Pero ¿lo ha sido siempre? ¿Nació el asonante en el idioma de Castilla? ¿O tuvieron los trovadores y copleros de aquella nación predecesores y maestros en ésta como en otras cosas pertenecientes al arte rítmica? La primera de estas opiniones se halla hoy recibida universalmente. Bien lejos de dudarse que el asonante es fruto indígena de la Península, pasa por inconcuso que apenas se le ha conocido o manejado fuera de ella; porque, exceptuando ciertas imitaciones italianas que no suben a una época muy remota, ¿quién oyó hablar jamás de otras poesías asonantadas Este estudio de Bello fue publicado por primera vez en el Repertorio Americano, II, Londres, enero de 1827, pp. 21-33. Se publicó luego en O. C. VI, pp. 227-238. El trabajo de Bello fue prácticamente transcrito, sin citar la procedencia, por Eugenio de Ochoa en el Prólogo a Tesoro de los Romanceros y cancioneros españoles, edición de París, 1838, pp. xxiii-xxix. (Comisión Editora. Caracas). 1

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que las que han sido compuestas por españoles? No han faltado, con todo eso, en estos últimos tiempos, eruditos que derivasen de los árabes, si no el asonante mismo, a lo menos la estructura monorrímica que le acompaña (quiero decir, la práctica de sujetar muchas líneas consecutivas a una sola rima); pero sobre fundamentos a mi parecer harto débiles. Los árabes, dicen, suelen dar una sola desinencia a todos los versos de una composición; otro tanto han hecho los españoles en sus romances; y si ahora nos parece que en éstos riman las líneas alternativamente, eso se debe a que dividimos en dos líneas la medida que antes ocupaba una sola; en una palabra, lo que hoy llamamos versos, antes eran sólo hemistiquios. He aquí, pues, añaden, una semejanza palpable entre el romance castellano y aquella clase de composiciones arábigas. Pero la verdad es que la versificación monorrímica (asonantada o no) es en Europa mucho más antigua de lo que se piensa, y no sólo precedió al nacimiento de la lengua castellana, sino a la irrupción de los muslimes. Las primeras composiciones en que la rima aparece sujeta a reglas constantes, y no buscada accidentalmente para engalanar el verso, son monorrímicas. Tal es la última de las Instrucciones de Conmodiano, poeta vulgar del siglo III, y el salmo de San Agustín contra los donatistas compuesto en el IV. La cantinela latina con que el pueblo francés celebró las victorias de Clotario II contra los sajones, parece haber sido también monorrímica, pues todos los versos que de ella se conservan tienen una terminación uniforme. Puede verse en la colección de Bouquet un fragmento de esta cantinela, citada por casi todos los que han tratado de los orígenes de la poesía francesa, y entre otros, por M. de Roquefort2. Monorrímica es asimismo (con la excepción de un solo dístico) la otra cantinela compuesta el año de 924 para la guarnición de Módena, cuando amenazaban a esta ciudad los húngaros, y copiada de Muratori por Sismondi3. Pero lo más digno de notar es que todas estas composiciones, o fueron escritas por poetas indoctos, o destinadas al uso de la plebe, y por aquí se ve cuán común ha sido este modo de emplear la rima entre las naciones de Europa desde los primeros siglos de la era cristiana. Por otra parte, el asonante no se usó al principio en monorrimos. Las 2

De l’Etat de la poésie française dans les XIIº et XIIIº siècles, pág. 362. (Nota de Bello).

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Littérature du Midi d l’Europe, Chap I. (Nota de Bello).

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composiciones asonantadas más antiguas son latinas, y en ellas (a lo menos en todas las que yo he visto) los asonantes son siempre pareados, ora rimando un verso con el inmediato, ora los dos hemistiquios de cada verso entre sí. A la primera clase pertenece el Ritmo de San Columbano, fundador del monasterio de Bovio, que se halla en la IV de las Epístolas Hibérnicas recogidas por Jacobo Userio. Pues que este santo floreció a fines del siglo VI, no se puede dar menos antigüedad al asonante. Pero lo más común fue rimar así los hemistiquios. Fácil me sería dar muestras de varios opúsculos arreglados a este artificio, y compuestos en los siglos posteriores al de San Columbano hasta el XIII; mas para no turbar el reposo de autores que yacen tiempo ha olvidados en la oscuridad de las bibliotecas, me ceñiré a mencionar uno solo, que basta por muchos. Hablo de Donizón, monje benedictino de Canosa, que floreció a principios del siglo XII, y cuya Vida de la condesa Matilde es bastante conocida y citada de cuantos han explorado la historia civil y eclesiástica de la edad media. Esta vida, que es larguísima, está escrita en hexámetros, que todos (a excepción solamente de uno o dos pasajes de otra pluma, trascritos por el autor) presentan esta asonancia de los dos hemistiquios de cada verso entre sí, como se echa de ver en la siguiente muestra: «Auxilio Petri jam carmina plurima feci. Paule, doce mentem nostram nunc plura referre, Quae doceant poenas mentes tolerare serenas. Pascere pastor oves Domini paschalis amore Assidue curans, comitissam maxime, supra Saepe recordatam, Christi memorabat ad aram: Ad quam dilectam studuit transmittere quendam Prae unctis Romae clericis laudabiliorem, Scilicet ornatum Bernardum presbyteratu, Ac monachum plane, simul abbatem quoque santae Umbroae vallis: factis plenissima sanguis Quem reverenter amans Mathildis eum quasi papam Caute suscepit, parens sibi mente fideli,» etc.

Esta muestra de asonantes latinos en una obra tan antigua y de tan incontestable autenticidad, me parece decisiva en la materia. Leibniz y Muratori dieron sendas ediciones de la Vida de Matilde, en las colecciones que respectivamente sacaron a luz de los historiadores de Brunswick y de Italia. Pero es de admirar que, estando tan patente el artificio rítmico adoptado por Donizón, ni uno ni otro lo echasen de 113


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ver, de donde procede que en las nuevas lecciones que proponen para aclarar ciertos pasajes oscuros, quebrantan a veces la ley de asonancia a que constantemente se sujetó el poeta. Pasando ahora de los versificadores latinos de la edad media a los troveres (así llamo, siguiendo el ejemplo de M. de Sismondi y otros eruditos, a los poetas franceses de la lengua de oui, para diferenciarlos de los trovadores de la lengua de oc, que versificaron en un gusto y estilo muy diferentes); pasando, pues, a los troveres, encontramos muy usada la asonancia en las gestas o narraciones épicas de guerras, viajes y caballerías, a que, desde los reyes merovingios, fue muy dada aquella nación. El método que siguen es asonantar todos los versos, tomando un asonante y conservándole algún tiempo, luego otro, y así sucesivamente, de que resulta dividido el poema en varias estancias o estrofas monorrímicas, que no tienen número fijo de versos. En una palabra, el artificio rítmico de aquellas obras es el mismo que el del antiguo poema castellano del Cid, obra que, en cuanto al plan, carácter y aun lenguaje, es en realidad un fidelísimo traslado de las gestas francesas4, a las cuales quedó inferior en la regularidad del ritmo y en lo poético de las descripciones, pero las aventajó en otras dotes. Mucho habría que decir sobre la influencia que tuvieron los troveres en la primera época de la poesía castellana, como los trovadores en la segunda. Ni es de maravillar que así fuese, a vista de las relaciones que mediaron entre los dos pueblos, y de su frecuente e íntima comunicación. Prescindiendo de los enlaces de las dos familias reinantes; prescindiendo del gran número de eclesiásticos franceses que ocuparon las sillas metropolitanas y episcopales y poblaron los monasterios de la Península, sobre todo después de la reforma de Cluny; ¿quién ignora la multitud de señores y caballeros de aquella nación que venían a militar contra los sarracenos en los ejércitos cristianos de España, ora llevados del espíritu de fanatismo característico de aquella edad, ora codiciosos de los despojos de un pueblo, cuya riqueza y cultura eran frecuentemente celebradas en los cantos de estos mismos troveres, ora con el objeto de formar establecimientos para sí y sus mesnaderos? En la comitiva de un señor no faltaba jamás un juglar, cuyo oficio era divertirle cantando canciones de gesta, y lo que llamaban los franceses fabliaux, que eran cuentos jocosos en verso, o 1os que llamaban lais, que eran cuentos amorosos y Por eso su autor le dio este nombre: “Aquí s’compieza la jesta de mio Cid el de Bivar”. (Nota de Bello). 4

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caballerescos en estilo serio, y de los cuales se conservan todavía algunos de gran mérito. De aquí vino el nombre de juglar, que se dio después a los bufones de los príncipes y grandes señores. En la edad de que hablamos se decían en español joglares, en francés jongléors y menestrels, en inglés minstrels, y en la baja latinidad joculatores y ministelli, aquellos músicos ambulantes de feria en feria, de castillo en castillo, y de romería en romería, cantando aventuras de guerra y de amores al son de la rota y de la vihuela. Sus cantinelas eran el principal pasatiempo del pueblo, y suplían la falta de espectáculos, de que entonces no se conocían otros que los torneos y justas, y los misterios o autos que se representaban de cuando en cuando en las iglesias. Eran principalmente célebres las de los franceses, y se tradujeron a todas las lenguas de Europa. Roldán, Reinaldos, Galvano, Oliveros, Guido de Borgoña, Fierabrás, Tristán, la reina Jinebra, la bella Iseo, el marqués de Mantua, Partinoples, y otros muchos de los personajes que figuran en los romances viejos y libros de caballerías castellanos, habían dado ya asunto a las composiciones de los troveres. Tomándose de ellas la materia, no era mucho que se imitasen también las formas métricas, y sobre todo la rima asonante, que en Francia, por los siglos XII y XIII, estaba casi enteramente apropiada a los poemas caballerescos. Arriba cité la cantinela de Clotario II. Dábase este nombre en latín a lo que llamaban en francés chançon de geste, y en castellano cantar, que era una narrativa versificada. Dábase el mismo nombre a cada una de las grandes secciones de un largo poema, que se llamaron después cantos5. Parece por la cantinela o gesta de Clotario, que ya por el tiempo en que se compuso se acostumbraba emplear en tales obras la rima continuada; y era natural que se prefiriese para ello la asonancia, que es la que se presta mejor a semejante estructura, por la superior facilidad que ofrece al poeta. Si nació el asonante en los dialectos del pueblo, o si se le oyó por la primera vez en el latín de los claustros, no es fácil decidirlo; pero me inclino a lo primero. Los versificadores monásticos me parecen no haber hecho otra cosa que ingerir las formas rítmicas con que se deleitaban los oídos vulgares, en las medidas y cadencias de la versificación clásica. ¡Asonantes en francés! exclamarán sin duda aquellos que, en un momento de irreflexión imaginen se trata del francés de nuestros días, En este sentido le hallamos usado por el autor del Cid: “Las coplas deste cantar aquí se van acabando”. (Nota de Bello). 5

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que, constando de una multitud de sonidos vocales diferentes, pero cercanos unos a otros, y situados, por decirlo así, en una escala de gradaciones casi imperceptibles, no admite esta manera de ritmo. Pero que la lengua francesa no ha sido siempre como la que hoy se habla, es una verdad de primera evidencia, pues habiendo nacido de la latina, es necesario que, para llegar a su estado actual, haya atravesado muchos siglos de alteración y bastardeo. Antes que fragilis y gracilis, por ejemplo, se convirtiesen en frêle y grêle, era menester que pasasen por las formas intermedias fraïle y graïle, pronunciadas como consonantes de nuestra voz baile. Alter no se transformó de un golpe en autre (otr): hubo un tiempo en que los franceses profirieron este diptongo au de la misma manera que lo hacen los castellanos en las voces auto y lauro. En suma, la antigua pronunciación francesa no pudo menos de asemejarse mucho a la italiana y castellana, disolviéndose todos los diptongos y profiriéndose las sílabas en, in con los sonidos que conservan en las demás lenguas derivadas de la latina. Esto es cabalmente lo que vemos en las poesías francesas asonantadas, que todas son anteriores al siglo XIV; y lo vemos tanto más, cuanto más se acercan a los orígenes de aquella lengua. Por eso, alterada la pronunciación, cesó el uso del asonante, y aún se hizo necesario retocar muchos de los antiguos poemas asonantados, reduciéndolos a la rima completa, de donde procede la multitud de variantes que encontramos en ellos, según la edad de los códices. Enfadoso sería dar un catálogo de los poemas caballerescos que se conservan todavía íntegros, o en fragmentos de bastante extensión para que pueda juzgarse de su artificio métrico, y en que aparece claramente la asonancia, sometida a las mismas reglas con que la usan al presente los castellanos. Baste dar una sola muestra, pero concluyente; y la sacaré de un poema antiquísimo, compuesto (según lo manifiestan el lenguaje y carácter) en los primeros tiempos de la lengua francesa. Refiérese en él un viaje fabuloso de Carlomagno, acompañado de los doce pares, a Jerusalén y Constantinopla. Existe manuscrito en el Museo Británico6, y el primero que lo dio a conocer fue M. de la Rue7, aunque lo que dice de su versificación me hace creer que no percibió el mecanismo del asonante; inadvertencia en que han incurrido respecto de otras obras los demás críticos franceses que se han dedicado a ilustrar las antigüedades 6

Biblioth. Reg. 16 E. VIII. (Nota de Bello).

Rapport sur les travaux de l’Académie de Caen, citado por M. de Roquefort, De la Poésie Française, chap. III. (Nota de Bello). 7

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poéticas de su lengua y que sin duda ha dado motivo a la diferencia entre la pronunciación antigua y la moderna. M. de la Rue, anticuario justamente estimado, a quien se deben muchas y exquisitas noticias sobre los orígenes del idioma y literatura francesa halla grande afinidad entre el lenguaje de esta composición y el de las leyes mandadas redactar por Guillermo el Conquistador, y el salterio traducido de orden de este príncipe. He aquí dos pasajes que yo he copiado del manuscrito que se conserva en el Museo Británico: «Saillent li escuier, curent de tute part. Jis vunt as osteis comreer lur chevaus. Le reis Hugon li forz Carlemain apelat, lui et les duzce pairs; si s’trait a une part. Le rei tint par la main; en sa cambre les menat voltive, peinte a flurs, e a perres de cristal. Une escarbuncle i luist, et clair reflambeat, confite en un estache del tens le rei Golias. Duzce lits i a bons de cuivre et de metal, oreiliers de velus et lincons de cendal; le trezimes en mi et taillez a cumpas», etc8. «Par ma foi, dist li reis, Caries ad feit folie, quand il gaba de moi par si grande legerie. Herberjai-les her-sair en mes cambres perrines. Si ne sunt aampli li gab si cum il les distrent, trancherai-leur les testes od m’espée furbie. Il mandet de ses humes en avant de cent mile, il lur a cumandet que aient vestu brunies. Il entrent al palais: entur lui s’asistrent. Carles vint de muster, quand la messe fu dite, il et li duzce pairs, les feres cumpainies. El poeta describe en estos versos el hospedaje que hizo Hugon, supuesto emperador de Constantinopla, a Carlomagno. He aquí una traducción literal: “Salen los escuderos, corren por toda parte. Van a las hosterías a cuidar de sus caballos. El rey Hugón el Fuerte a Carlomagno llamó a él y a los doce pares; trájolos aparte. Al rey tomó de la mano; a su cámara los llevó embovedada, pintada de flores, y de piedras cristalinas. En ella lució un carbunclo, y claro resplandeció, engastado en una clava del tiempo del rey Goliat. Allí hay doce buenos lechos de cobre y de metal, Almohadas de velludo y sábanas de cendal; el decimotercio en medio, y labrado a compás”, etc. 8

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Devant vait le emperere, car il est li plus riches et portet en sa main un ramiset de olive”, etc9.

Es bien perceptible la semejanza entre estos versos y los del poema del Cid; y por unos y otros se echa de ver que al principio se acostumbró asonantar todas las líneas, no solamente las pares, como se usa hoy en castellano. Aun cuando se componía en versos cortos, era continuo, no alternado, el asonante; de que es buena prueba el lai de Aucassin e Nicolette, compuesto en el siglo XII, y publicado en la colección de fabliaux de Barbazán, edición de 1808, única que merece leerse de esta poesía, monstruosamente alterada por los que, insensibles a las leyes métricas en que está escrita, han querido reducirla a la rima ordinaria. Pero basta ya de revolver estas empolvadas antiguallas. Concluiré con dos o tres observaciones sobre la índole del asonante y sobre su uso moderno. Esta rima, en sentir de algunos, tiene el defecto de ser demasiado fácil, y sólo adecuada para el diálogo dramático, y para el estilo sencillo y casi familiar de los romances. Pero por fácil que fuese, nunca podría serlo tanto como el verso suelto. No convendré, sin embargo, en que el asonante, perfeccionado por los poetas castellanos del siglo XVII, no exija grande habilidad en el poeta. Disminuyen mucho la facilidad de las rimas la necesidad de repetir una misma muchas veces, la práctica moderna de evitar el consonante o rima completa, que en algunas terminaciones es frecuentísima, y la mayor correspondencia que debe haber entre las pausas de la versificación asonante y las del sentido. Además, hay asonantes sobre manera difíciles, y que sólo un versificador capaz de aprovechar diestramente todos los recursos que ofrece el lenguaje, pudiera continuar largo tiempo. “Por mi fe, dijo el rey, Carlos ha hecho follonía, cuando burló de mí con tan grande ligereza. Hospedélos ayer-noche en mis cámaras de pedrería. Si no son cumplidas las burlas, como las dijeron, cortaréles las cabezas con mi espada acicalada. Hace llamar de sus hombres más de cien mil. Hales mandado que vistan arneses bruñidos. Ellos entran al palacio: en torno se sentaron. Carlos vino del monasterio acabada la misa, él y los doce pares, las fieras compañías. Delante va el emperador, porque él es el más poderoso; y lleva en sus manos un ramillo de oliva”, etc. (Nota de Bello). 9

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De las tres especies de rima, que han estado en uso en las lenguas de Europa, la aliterativa10, la consonante y la asonante, la primera me parece que debe ser la menos agradable, según la observación justísima de Cicerón: notatur enim maxime similitudo in conquiescendo. De las otras dos, la consonante es preferible para las rimas pareadas, cruzadas, o de cualquier otro modo mezcladas; pero la asonante es, no sólo la más a propósito, sino la única que puede oirse con gusto en largas estancias o en composiciones enteras monorrímicas. El consonante es igualmente perceptible y agradable en todas las lenguas; pero así como la aliteración se aviene mejor con los dialectos germánicos, en que dominan las articulaciones, así el asonante es más acomodado para las lenguas, que, como el castellano, abundan de vocales llenas y sonoras. Una ventaja, si no me engaño, lleva el asonante a las demás especies de rima, y es que, sin caer en el inconveniente del fastidio y monotonía, produce el efecto de dar a la composición cierto color particular, según las vocales de que consta; lo que quizás proviene de que cada vocal tiene cierto carácter que le es propio, demasiado débil para percibirse desde luego, pero que con la repetición toma cuerpo y se hace sensible. Yo no sé si me engaño; pero me parece que ciertos asonantes convienen mejor que otros a ciertos afectos; y si hay algo verdadero en los caracteres que los gramáticos han asignado a las vocales, y que deben sobresalir particularmente en castellano por lo lleno y distinto de los sonidos de esta lengua11, no puede menos de ser así. Sin embargo, es factible que este o aquel sonido hable de un modo particular al espíritu de un individuo en virtud de asociaciones casuales y por consiguiente erróneas. Lo que sí creo ciertísimo es que, cuanto más difíciles los asonantes, otro tanto son más agradables en sí, prescindiendo de la conexión que puedan La aliteración consiste en la repetición de una misma consonante inicial en dos o más dicciones cercanas, como se ve en estos versos de Ennio: Nemo me lacrimis decoret, neque funera fletu Faxit. Cur? volito vivus per ora virum. Ennio y Plauto gustaron mucho de este sonsonete, perfeccionado después, y sometido a leyes constantes por los poetas de las naciones septentrionales, particularmente Dinamarca, Noruega e Islandia. (Nota de Bello). 10

“Fastum et ingenitam hispanorum gravitatem, horum inesse sermoni facile quis deprehendet, si crebram repetitionem litterae A vocalium longe magnificentissimae, spectet… sed et crebra finalis clausula in o vel os grande quid sonat”. (Is. Voss. De poematum cantu et viribus rhythmi.) (Nota de Bello). 11

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tener con las ideas o afectos; ya sea que el placer producido en nosotros por cualquier especie de metro o de ritmo guarde proporción con la dificultad vencida; o que el oído se pague más de aquellos finales que le son menos familiares, sin serle del todo peregrinos; o sea finalmente que la repetición de estos mismos finales corrija y temple la superabundancia de otros en la lengua. Me atreveré a aventurar otra observación, sometiéndola, como todas, al juicio de los inteligentes; y es que los poetas castellanos modernos no han aprovechado cuanto pudieran estos diferentes colores y caracteres de la asonancia para dar a sus obras el sainete de la variedad, y que en el uso de ella se han impuesto leyes demasiado severas. Que se guarde un mismo asonante en los romances líricos, letrillas y otras breves composiciones, está fundado en razón; pero ¿por qué se ha de hacer lo mismo en todo un canto de un poema épico, o en todo un acto de un drama, aunque conste de mil o más versos? Lejos de complacerse en ello el oído, es para él un verdadero tormento ese perdurable martilleo de una misma asonancia, en que no se percibe siquiera el mérito de la dificultad, pues la hay mucho mayor en una artificiosa sucesión de asonantes varios, que en mantener eternamente uno mismo apelando a ciertas terminaciones inagotables, de que jamás se atreven a salir los observadores de esta monótona uniformidad. Ya que se quiso añadir al drama otra unidad más, sujetándolo a la del metro, no prescrita ni usada por los antiguos, pudo habérsele dejado siquiera la variedad de rimas que tanto deleita en las comedias de Lope de Vega y Calderón. ¿Qué razón hay para que no se pase de un asonante a otro, en los lances imprevistos, en las súbitas mutaciones de personas, afectos y estilos? Esta cuarta unidad ha contribuido mucho a la languidez, pobreza y falta de armonía, que con poquísimas excepciones caracterizan al teatro español moderno.

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DEL RITMO LATINO-BÁRBARO1 Harto sabidas son las causas que corrompieron el idioma latino. Su perniciosa influencia comenzó a sentirse inmediatamente después que los ilustres ingenios del siglo de Augusto elevaron aquel idioma al más alto punto de perfección; y se manifestó desde luego viciando las cuantidades, esto es igualando la duración de las vocales. Los metros latinos vinieron entonces a ser lo que todavía parecen al oído de aquellos que no están familiarizados con la prosodia latina, esto es, unos períodos de duración incierta y de cadencias poco determinadas, en que las graves y las agudas se suceden a veces con una oscura apariencia de regularidad y simetría. Su composición continuó sin embargo ajustándose a las reglas antiguas, pero solamente en las escuelas, o por los que solicitaban la aprobación de los inteligentes. En los cantares de la plebe, o en las obras de los que sólo aspiraban a contentar oídos vulgares, no se hizo más que imitar rudamente los versos de Virgilio, Horacio y Terencio, despojados de aquel ritmo fundamental que consistía en la compensación de las largas con las breves, y que era el alma del antiguo metro. La mayor parte de estas composiciones informes perecieron, y las pocas que lograron sobrevivir a tantos siglos de barbarie y desolación, no nos hacen mirar la pérdida de las otras como sensible. De las más antiguas que se conservan son las Instrucciones de Conmodiano, escritas a imitación del hexámetro2, y el salmo de San Agustín contra los donatistas, en Este escrito de Bello fue publicado póstumamente por Miguel Luis Amunátegui, en O. C., tomo VIII, pp. 19-29. Hemos podido cotejar dicha edición con el manuscrito de Bello, con lo que se ha restituido alguna lectura a su redacción original. (Comisión Editora. Caracas). 1

Instructiones adversus Gentium Deos. He aquí las primeras líneas: Praefatio nostra viam erranti demostrat, respectumque bonum, cum venerit saeculi meta, aeternum fien, q’uod discredunt inscia corda. Ego similiter erravi tempore multo, fana prosequendo parentibus insciis ipsis. Abstuli me tandem inde legendo de lege. Testificor Dominum, doleo. Proh civica turba! inscia quod perdit pergens deos quaerere vanos, etc. Sobre la edad de Conmodiano, que se cree haber vivido en Italia, y aun en Roma, están discordes los eruditos. La opinión más común le coloca en el siglo IV de la era cristiana. Sebastiano Pauli, en su Disertación sobre la poesía de los Santos Padres, le hace subir al II. 2

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trocaicos octonarios, sin observancia de cuantidades3. No pudiendo ya compensarse una larga con dos breves, porque no había ni breves ni largas, el número de las sílabas vino a ser la única medida del tiempo. Redújose cada metro a número determinado de sílabas, para que la cesura o pausa final ocurriese a intervalos iguales; y se conservaron como esenciales a la nueva versificación aquellas cesuras intermedias y aquellos acentos, que solían ocurrir en ciertos parajes de la antigua. Por ejemplo, en los autores de la buena edad el senario yámbico terminaba frecuentemente en esdrújulo: pues en los senarios yámbicos de la media latinidad vino a ser aquel acento de la antepenúltima una regla invariable. Por un motivo semejante, el yámbico tetrámetro cataléctico de la media latinidad se sujetó, no sólo a la cesura que le dividía en dos partes, la primera de ocho y la segunda de siete sílabas, mas también a dos acentos que hacían terminar el primer miembro en dicción esdrújula, y el segundo en llana o grave, esto es, acentuada sobre la penúltima. En resolución nació un nuevo ritmo, que retuvo en gran parte las cesuras y acentos del metro antiguo, distribuyéndolos a intervalos cuya única medida era el número de las sílabas. La constante regularidad de los acentos fue el distintivo de aquel nuevo sistema rítmico, a lo menos desde que llegó a tomar un carácter fijo; pues al principio no parece que se hizo mucho caso de los tonos. En efecto, se conservan algunas poesías de este género, en que todo el artificio se reduce (prescindiendo de la rima) a la colocación de las cesuras a intervalos iguales, medidos por el número de sílabas, sin la menor consideración con el acento. Así está compuesto (por no citar muchos Lo más probable es que floreció en el III. Véase Fabricio, Bibliotheca latina mediae et infimae aetatis. San Agustín destinó esta obra para el vulgo, como él mismo lo dice: “Volens etiam causam donatistarum ad ipsius humillimi vulgi, et omnino imperitorum atque idiotarum notitiam pervenire, psalmum q’ui eis cantaretur…feci”. (Retractatio, 1, 20.) He aquí algunos versos: Modum si excessit Macarius, conscriptum in christiana lege vel legem regis referebat, ut pugnaret pro unitate, non dico istum nihil peccasse, sed yeseros pejores esse. Quis enian praecepit illis per Africam sic saevire? Non Christus, non imperator probatur hoc permisisse, fustes et ignes privatos, et insaniam sine lege. (Nota de Bello). 3

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Del ritmo latino-bárbaro

otros ejemplos) el ritmo de San Columbano, fundador del monasterio Boviense, sobre la vanidad de la vida mortal; y gran parte de los versos insertos en las epístolas de San Bonifacio Moguntino4. Aquellos versos de nuevo cuño, que era en los que se deleitaba el vulgo, se llamaron rítmicos, para distinguirlos del metro, esto es, de aquellos versos que todavía se componían en las escuelas y por los hombres de letras, con rigurosa observancia de las cuantidades, conservando cada sílaba el mismo valor que le habían dado los poetas del siglo de oro. Pero no debe confundirse el ritmo de la media edad con el ritmo de Platón y Terenciano Mauro. Los antiguos llamaron versos rítmicos aquellos en que, desatendidas las leyes del metro, que prescribían determinados pies, se guardaban solamente las del ritmo, que se contentaba con cláusulas, en que los tiempos se ajustasen a ciertas medidas y proporciones, considerando siempre una larga como equivalente a dos breves. Por ejemplo, las leyes del metro llamado hexámetro heroico pedían necesariamente espondeos y dáctilos. Pero el ritmo de aquella edad no exigía tanto rigor, y se contentaba con cualesquiera pies de igual duración a los expresados, dando lugar a los anapestos y prosceleusmáticos. Por consiguiente, este ritmo procedía sobre el principio de la compensación de largas y breves. Pero el ritmo latino-bárbaro procedía sobre el principio de que todas las sílabas eran iguales, y luego que llegó a la perfección que era propia de su naturaleza, redujo todas las especies de verso, y todos los miembros homólogos de cada especie, a determinado número de sílabas; sin lo cual es claro que no hubiera podido haber comensuración de tiempos. En todas las lenguas y en todas las edades ha habido una poesía vulgar y plebeya, más licenciosa en su práctica que la culta y noble, ejercitada por los literatos. La poesía vulgar o menos perfecta de los buenos tiempos de la lengua latina se llamó rítmica, porque sólo se ajustaba a la medida 4

Mundus iste decréscit, / et quotidie tránsit: nemo vivens manébit, / nullus vivus remánsit. Totum humanum génus / ortu utitur pári, et de simili vita / fíne cadit aequáli. Deferentibus vítam / mors incerta súbripit; omnes superbos vágos / moeror mortis córripit. Lubricum quod lábitur / conantur collígere, et hoc quod se sedúcit / minus timent crédere, etc. Así empieza el ritmo de San Columbano. (Veterum Epistolarum Hibernicarum Sylloge, a Jacopo Usserio). (Nota de Bello).

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de tiempos, que se llamó antonomásticamente ritmo; y la poesía vulgar de los siglos bárbaros se llamó rítmica, porque la antigua poesía vulgar se había llamado así, y porque ella también se ajustaba a cierta medida de tiempos, que el oído indicaba; violando, por consiguiente, las reglas de la prosodia escrita, que habían dejado de conformarse con el idioma viviente. Bajo otros respectos, había tanta diferencia entre uno y otro ritmo, como hubo entre la pronunciación latina de la corte de Augusto, y la de los monasterios del siglo X. Sin embargo, el marqués Maffei5, el caballero Muratori6, y otros críticos eminentísimos, confundiendo el uno con el otro, imaginaron que aquellos versos ajustados a número fijo de sílabas, y uniformemente acentuados que estuvieron en boga desde el siglo IV, se habían estilado desde la más alta antigüedad, y que en ellos se compusieron siempre los cantares plebeyos y rústicos de los romanos. Cita Maffei, en prueba de ello, los versos saliares del tiempo de Numa y los versos saturnios. No ignoro la dificultad de reducir las reliquias que de ellos nos han quedado a metros regulares, y a un ritmo fundado sobre la compensación de largas y breves; pero el mismo erudito veronés se hizo cargo de la corrupción del texto; y aunque no se le hiciera, quedaría siempre por vencer la no menos grave dificultad de reducirlos al ritmo de las edades posteriores, el cual, por el número constante de sílabas y por la regularidad de los acentos, tenía un carácter decidido, que no es fácil equivocar con otro, ni se puede dejar de percibir donde existe; y que ciertamente no aparece en aquellas antiguallas romanas. Los versos de la comedia latina, alegados al mismo propósito7, tampoco le favorecen. El desenfado y licencia del verso cómico se parecen mucho menos que la exactitud rigurosa del trágico al número fijo de sílabas y uniforme cadencia de la poesía latinobárbara; y no podía satisfacer al oído en sistema alguno que no estuviese fundado sobre la compensación de largas y breves. Y en cuanto a los versos cantados por la soldadesca en los triunfos, los que trae Suetonio se sujetan a las leyes del trocaico tetrámetro cataléctico8. 5

Dissertazione sobra i versi ritmici, al fin de su Storia Diplomática. (Nota de Bello).

6

Antiquitates italicae, Dissertatio VL. (Nota de Bello).

7

Exposé de la classe d’histoire et de litérature ancienne, juillet, 1815. (Nota de Bello).

Los versos Galliain Caesar subegit, etc. son tan regulares como cualesquiera trocaicos de Eurípides. Los otros que trae Suetonio siguen las leyes del trocaico de la comedia latina. (Nota de Bello). 8

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Del ritmo latino-bárbaro

También se han buscado en el griego ejemplos de poesía no sujeta a la observancia de cuantidades; y se cree haberlos encontrado en los ditirambos, y en las odas que corren bajo el nombre de Anacreonte. Los ditirambos se componían de varios ritmos, y en el orden que éstos guardaban se sabe que se dejaba mucho a la discreción del poeta, como que era una especie de composición, en que con el abandono e irregularidad se solicitaba expresar la agitación del alma; pero discurrir por eso que aquellos versos tenían algo de común con el ritmo de que habla Beda, es confundir cosas diferentísimas. En fin, el doctísimo Godofredo Hermann9 ha manifestado satisfactoriamente que las grandes licencias que se creía encontrar en los versos de Anacreonte provenían o de las erradas lecciones de los códices, o de la no menos errónea doctrina que había confundido una especie de verso con otra, o de haberse prohijado al lírico griego composiciones modernas, escritas después que, degenerada también la lengua de Homero y de Demóstenes, se introdujeron en ella los versos llamados políticos, esto es, vulgares; en que, a semejanza de la poesía latina de la media edad, se abandonaron las cuantidades. La denominación de rítmicos dada a ciertos versos por contraposición a la de métricos, envolvió en todos tiempos la idea de imperfección y de vulgaridad. El metro fue en todos tiempos el tipo o modelo a que se referían cuando se les calificaba de imperfectos. Y de aquí ha procedido el error de los que imaginaron que los versus inconditi en que se deleitaba el rudo vulgo en una época, eran los mismos que regalaban sus oídos en otra. Mas, para desimpresionarnos de este error, basta hacernos cargo de que la compensación de una larga por dos breves era tan necesaria en una lengua que tenía largas y breves, como hubiera sido absurda e imposible en la poesía vulgar de otra lengua, que daba igual duración a todas las sílabas. La variedad de acepciones de la voz ritmo (que creció en latín, cuando se extendió este nombre a la rima) hace preciso que se tenga algún cuidado en su uso. Ritmo, en su acepción más general y antigua, es cualquier división regular y simétrica del tiempo. Los griegos llamaron particularmente ritmo la que resultaba de la sucesión de sílabas largas y breves, produciendo cláusulas de determinada duración; y en el mismo sentido usaron esta voz los romanos hasta la edad de Terenciano Mauro. Pero, en los siglos medios, se llamó ritmo la medida del tiempo que resultaba del 9

Elementae doctrinae metricae, II 39. Edición de Glasgow (Nota de Bello).

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número de sílabas y colocación de los acentos, y posteriormente se dijo así también la rima. Sería de desear que tuviésemos una palabra distinta para designar cada una de las tres primeras acepciones, como tenemos para la cuarta; y he procurado remediar esta falta, representándolas de diferente modo en la escritura. En lo restante de este capítulo, no hablaré de otro ritmo que del acentual o latino-bárbaro. Parece natural creer que cada uno de los metros antiguos diese origen a una especie particular de ritmo. El hexámetro y el pentámetro, no obstante su celebridad en los tiempos felices del latín, no siguieron en el mismo favor, durante la decadencia de esta lengua. Hexámetros rítmicos se encuentran pocos; pentámetros, poquísimos10. Tampoco creo que fuese muy popular el yámbico tetrámetro cataléctico. Pero el senario yámbico se usó muchísimo reducido a doce sílabas, con una cesura entre la quinta y la sexta, y acentos en la cuarta y décima; la cual había sido una de sus más comunes formas antes de corromperse el latín. A esta especie de ritmo, pertenecen los versos a la muerte de Carlo Magno, que trae Muratori11; los que cantó la guarnición de Módena en 924, cuando aquella ciudad se defendía contra los húngaros12; los de San Paulino, patriarca de Áquila, a la muerte del duque Erico en 79913; los que se compusieron a la del abad Hugón, hijo de Carlo Magno14; etc. 10

Muratori cita algunos, Antiquitates italicae, Dissertatio XL.

Scriptores Rerum Italicarum, Tomo II, p. II. A solís ortu usque ad occidua littora maris planctus pulsat pectora: hei mihi misero! Ultramarina agmina tristitia tetigit ingens cum moerore nimio: hei mihi misero! Franci, romani, atque cuncti creduli luctu punguntur et magna molestia: hei mihi misero! etc. Obsérvese que en estos versos no se comete jamás la sinalefa. (Nota de Bello). 11

12

Muratori, Antiquitates italicae, Dissertatio XL, ad calcem. (Nota de Bello).

13

Lebeuf, Dissertatio I, 426. (Nota de Bello).

Lebeuf, Recueil de divers écrits, I, 349. A estos últimos se interpone en cada cuarta línea un adónico, de la misma suerte que se hacía en los sáficos, verbi gracia: Nam rex Pipinus lacnimasse dicitur, cum te vidisset ullis absque vestibus, nudum jacere turpiter in medio pulvere campi. 14

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Del ritmo latino-bárbaro

Otra especie de verso yámbico, que los poetas rítmicos manejaron mucho, fue el dímetro. Los himnos más antiguos de la iglesia se compusieron de ordinario en este verso; pero con sujeción a las leyes métricas, esto es, a la observancia de cuantidades. Posteriormente se abandonaron éstas, y se le dio en recompensa el número fijo de ocho sílabas con el postrer acento en la antepenúltima, que había sido su más ordinaria forma. Los ritmos trocaicos no se usaron menos que los yámbicos. Del octonario tenemos una muestra en el salmo antes citado de San Agustín contra los donatistas. Pero de todos ellos el que estuvo en más favor, según la multitud de composiciones que en él han sobrevivido, fue el tetrámetro cataléctico, dividido constantemente en dos miembros, el primero de ocho sílabas, llano, y el segundo de siete, esdrújulo. En esta especie de ritmo escribieron San Isidoro15, Eginardo16, San Pedro Damián17, autor de la Descripción de Verona, publicada por el padre Mabillón18, el de las alabanzas de Milán, que trae Muratori19; y otros innumerables. Aun en aquellos versos cuyo corrompidísimo lenguaje manifiesta haber sido compuestos por hombres iliteratos para el uso del ínfimo vulgo, se empleaba a menudo este ritmo, como lo acreditan los que cantó el ejército del emperador Luis II, cuando éste se hallaba cautivo en poder de Adelgiso, duque de Benevento20.

En efecto, el verso sáfico y el senario yámbico, aunque métricamente diversísimos, eran casi una misma cosa para los poetas rítmicos, que sólo atendían a cesuras y acentos. La única diferencia estaba en la terminación, siendo la del yámbico esdrújula, y llana o grave la del sáfico; pero, en una versificación acentual, son de poca importancia las sílabas que vienen después de la última aguda. (Nota de Bello). El himno Audi, Christe, tristem fletum, amarumque canticum. (Leyser, Historia poetarum et poematum medii avi, soec. VIII). (Nota de Bello). 15

16

La pasión de los santos mártires Marcelino y Pedro (Leyser, IX). (Nota de Bello).

El himno, Ad perennis vitae fontem mens sitivit arida, atribuido erróneamente a San Agustín por Jorge Fabricio (Colección de poesías cristianas), y por Crescimbeni (Comentarii I, capítulo 9). Encuéntrase en el tratado de las Meditaciones que ciertamente no es del santo doctor, y hay fuertes razones para sospechar que se escribió en el siglo XII. Véase el apéndice al tomo VI de la edición de sus obras por los benedictinos de San Mauro. (Nota de Bello). 17

Véase la disertación sobre los versos rítmicos, al fin de la Historia Diplomática del marqués Maffei. (Nota de Bello). 18

19

Muratori, Scriptores rerum italicarum. t. II, p. II. (Nota de Bello).

20

Muratori, Antiquitates italicae, Dissertatio XL, ad calcem. (Nota de Bello).

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Los griegos tuvieron también grande afición a esta especie de trocaicos rítmicos que llamaron por antonomasia políticos; pues esta denominación en su verdadero sentido era tan general como la de rítmicos. Pero lo más digno de notarse es, que, mediante el diverso, y en algunos puntos opuesto sistema de la acentuación griega y de la latina, los ritmos que compusieron los griegos a imitación de la forma métrica más ordinaria de sus trocaicos tetrámetros catalécticos, vinieron a parecerse en todo y por todo a los yámbicos de quince sílabas de la media latinidad; es decir, que se dividían en dos miembros, el primero de ocho sílabas terminado en voz esdrújula, y el segundo de siete, en llana. A los ritmos trocaicos me parece que debe referirse otra especie de verso muy socorrida en los siglos medios, el cual constaba de dos miembros, el primero de siete sílabas, esdrújulo, y el segundo de seis, llano, y se usaba ordinariamente en coplas de cuatro versos de una sola rima. Pero sería inexcusable detener más al lector en menudencias tan áridas y relativas a una versificación que sólo merece conocerse por haber dado origen a la que ahora se estila en casi toda Europa. Concluiré observando que los versos rítmicos nacidos entre la plebe, y largo tiempo desdeñados de los literatos, fueron poco a poco ganando terreno, al mismo paso que el latín iba caminando a su último estado de corrupción, y que, descuidadas las letras, se hacía cada vez más dificultoso y raro el conocimiento de la antigua prosodia. Los literatos mismos empezaron entonces a cultivarlos, y de la degenerada jerigonza del pueblo pasaron al latín de las escuelas y monasterios. Así que una gran parte de las composiciones rítmicas que se conservan tuvieron por autores a los hombres de más instrucción e ingenio que florecieron en aquellas edades tenebrosas.

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APUNTES SOBRE EL ESTADO DE LA LENGUA CASTELLANA EN EL SIGLO XIII1 I Valor de las letras I B, V. La confusión de estas dos letras es tan antigua como el castellano mismo: dije mal, es mucho más antigua que el castellano, pues viene desde los mejores tiempos de la lengua latina. En inscripciones de los primeros siglos de la era cristiana se halla bibere por vivere, bestra por vestra, jubentus por juventus; y la misma práctica advertimos en los escritores castellanos de todos los siglos: nada ocurre más a menudo en la Gesta de Mio Cid. II La b solía entrar en las síncopas para suavizarlas, interponiéndose entre la m y una líquida, v. gr., nimbla por ni me la, combré por comeré. La v se convirtió alguna vez en f, como en ofle por óvele (húbele). III Escribíase no pocas veces ch por c, como archa, marcho, por arca, marco; y c por ch, como en yncamos por hinchamos (de henchir); vicio ortográfico que se debe a la ignorancia de los copiantes. IV Conmutábase la d con la t en el final de muchas palabras, como Trinidad El Profesor Baldomero Pizarro al publicar el texto como “Apéndice 1” a la edición del Poema de Mio Cid (O. C. II, Santiago, 1881) dice: “Es un trabajo hecho por el señor Bello, en el año 1854, poco más o menos, con el objeto de publicarlo como una monografía”. Aristóbulo Pardo, en su monografía “Los estudios de Andrés Bello sobre el castellano medieval”, pp. 446-447, objeta, con excelente razonamiento, que ha de ser anterior a 1854. (Comisión Editora. Caracas). 1

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y Trinidat, abad y abat, grand y grant, dad y dat. Sustituíase también la d a la t en las apócopes y síncopas, como did por dite, fusted por fústete (fuístete), tóvedlo por tóvetelo (túvetelo); y entre n y r en las dicciones sincopadas, de donde proceden tendré por teneré, vendría por veniría. V La x de las dicciones latinas se conservó en sus derivaciones castellanas, como en examen, aunque variando frecuentemente de sonido, como en exemplo, exército. Convirtióse a veces sc en x áspera, como Scemena en Ximena. VI La j latina tomó el sonido áspero de la j castellana; de jocari se formó jugar, de joculator, juglar. VII De la pl latina nació frecuentemente el sonido de nuestra ll, como en plorare llorar, plenus lleno. Pero por una errada aplicación de aquella regla latina en que se prescribía que ninguna consonante se duplicara en principio de dicción, se escribió lorar por llorar y legar por llegar. La ll castellana tardó poco en pasar a j, como fillo a fijo; moiller, muiller y muller a moiger, muiger y mugier; consello a consejo, etc. VIII En lugar de j escribían los antiguos i: por consiguiente, iogar se pronunciaba jogar; oios, ojos, etc. IX La irregularidad de conjugación que se observa en muchos verbos castellanos mudando la vocal e en el diptongo ie, como en acertar, acierto, aciertas, tenía lugar de la misma manera en el castellano antiguo; y así, el verbo levar se conjugaba lievo, lievas, lieva, levamos, levades, lievan: a lo que no siempre han atendido los editores de obras antiguas.

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Apuntes sobre el estado de la lengua castellana en el siglo XIII

X La e grave de la asonancia disílaba parecía pronunciarse débilmente, y no se contaba para la asonancia. Así vemos asonar mal, voluntad, padres, abrazar, carne; y asimismo emperador, sabidores, corazón, pellizones, tajadores, Sol, sodes. Largo tiempo hace que en mi Ortología me atreví a censurar la práctica que observaron generalmente los colectores de romances viejos, añadiendo a las dicciones agudas la vocal inacentuada e, por parecerles que hacía falta para la rima. Escribían, pues, en los finales de verso amare, estane, hane, hae, yae, sone, Campeadore, donde hallamos escrito amar, están, han, ha, ya, son, Campeador, sin que les chocase la introducción de palabras que nunca se usaron ni pudieron usarse en castellano. ¿Quién ha visto jamás sino en estas colecciones vocablos como hae, yae, y otras lindezas semejantes? Pero este es un punto de que hablaremos con la debida extensión cuando tratemos de la antigua versificación castellana. XI Análoga a la conversión de la e en ie fue la de o en ue, sobre la cual no dejan de ocurrir algunas dificultades. En las poesías más antiguas se ve que alternan estas dos últimas formas en la versificación asonantada. Ya don Tomás Antonio Sánchez notó la frecuencia con que las voces muerte, fuerte (que se escribían también mort, fort), buen, fuent, etc., figuraban en el Poema del Cid como asonantes de Carrión, Campeador, amor, Sol, etc.; de donde infiere con bastante plausibilidad que cuando se escribió el Poema se pronunciaba en estos vocablos no el diptongo sino la vocal; indicio, sin duda, de superior antigüedad. Pero no creo del todo imposible que en la pronunciación del poeta, aun dado que no hubiese una cabal identidad entre o y ue, se percibiese, con todo, bastante semejanza para considerarlos como asonantes. Aun en el día los más esmerados versificadores admiten como asonantes de o vocablos terminados en oi (como voi, sois), a la manera que se permiten asonar la vocal a con el diptongo ai, y la vocal e con el diptongo ei (como rei con fe). ¿No sería, pues, posible, sino quizá natural, que en vez de pasar o a ué, se hubiese deslizado suavemente y formado una especie de transición, profiriéndose oé? Así vemos que la lengua portuguesa, que se separó de su vecina en la época precisa de estas trasmutaciones de sonidos vocales, 131


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dijo pois, foy, moiro, donde la castellana pues, fue, muero; y a lo que recuerdo no dejan de ocurrir otros casos análogos, particularmente en el antiguo portugués y en el gallego; ¿tendría por ventura algo de extraño esta filiación de sonidos: fonte, fointe, foente, fuente? XII N, Ñ. A este segundo signo daban dos valores los antiguos: el de dos nn, escribiendo, por ejemplo, cañado por cannado (candado), y el que hoy le damos exclusivamente, como en seña, niño. Los mismos dos valores daban frecuentemente a la doble nn, escribiendo ensennar por enseñar. Y como no siempre se tuviese cuidado de escribir el tilde, sucede también que es preciso en no pocos casos dar a la n el valor de nn o de ñ, como cuando hallamos escrito senos por sennos (sendos), y Cardena por Cardeña. A esta confusión se juntaba en el manuscrito de Vivar la de duplicarse impropiamente o tildarse la n, como en lennos por llenos, y sañas por sanas; de todo lo cual resulta la necesidad de estudiar la filiación de los sonidos para entender y corregir la ortografía en las ediciones antiguas. Solía también representarse el sonido de la ñ con yn o ynn, especialmente por aragoneses y navarros, escribiéndose ayno (año), compayna (compaña), peynola (péñola), etc. XIII I, Y. Se conmutaban a menudo estas dos letras representando el sonido vocal, y era frecuente el uso de la segunda en principio de dicción, como en yba. XIV Debemos tener en cuenta que la acentuación de varias palabras se acercaba más a la del idioma latino: Deus se convirtió primero en Díos, vidit en vío, fuit en fúe, regina en reína, etc. Leyendo los antiguos poetas, es preciso tener presente esta advertencia para percibir el verdadero ritmo del verso.

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II Afecciones gramaticales de la lengua Echando una rápida ojeada sobre la lengua castellana del siglo XIII, veremos que no estaba tan en mantillas, tan descoyuntada, por decirlo así, tan bárbara como generalmente se cree. En lo que era diferente de la que hoy se habla, no se encuentra muchas veces razón alguna para la preferencia de las formas y construcciones que han prevalecido, sino la costumbre, que no siempre mejora las lenguas alterándolas. Sin pretender agotar la materia, haremos algunas observaciones que no dejan de tener importancia. I Los nombres acabados en dor solían ser de ambos géneros: espadas tajadores. II Los nombres propios se apocopaban antes del patronímico: Alvar Fáñez, Garcí Ordóñez, Rodric Diaz, que después se dijo Ruy Diaz, etc. III Se omitían los artículos donde ahora son necesarios, según se ve en estos versos de Gonzalo de Berceo: Sediendo cristianismo en esta amargura, Apareció en cielo una grant abertura. Ficieron leoneses como bonos cristianos. Fue cristianismo todo en desarro caído. IV Los artículos en el Poema del Cid eran los mismos de ahora: en el Alejandro tenemos ela por la, elos por los, elo por lo. Sánchez escribe malamente e la, e los, e lo.

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V Segura de Astorga usa lo por el artículo el:

El sol por lo grant danno perdió de su lumnera;

sin dejar de usar la forma el:

El mal después el bien, e el bien después lo mal.

VI Los antiguos usaban el como artículo femenino no sólo antes de a, sino antes de toda vocal, acentuada o no: el espada, el estribera; pero este uso no era constante. Decían también enno, enna, conno, conna, pel-lo, pel-la, en lugar de en lo, en la, con lo, con la, por lo, por la; de lo que hay muchos ejemplos en Berceo, el Alejandro y los fueros municipales, ninguno en el Cid; la práctica era tal vez peculiar de algunas provincias. El artículo, según su naturaleza, sirve siempre para enunciar los epítetos: el que en buen ora násco, el que en buen hora cínxo espada, el de la barba bellida, el burgales complido, etc. Esta especie de epítetos, tan frecuentes en Homero y en los rapsodas de la Grecia, no tenían por lo común otro oficio que el completar el metro, y con el mismo fin los emplearon los troveres franceses y el autor del Mio Cid, en que son más frecuentes que en ninguno de los otros poemas antiguos. Son propios de los versos largos, y los copistas ponen a veces uno por otro, y a veces también los omiten; de lo que se originan monstruosas irregularidades en la versificación. Por ejemplo, tenemos este desmesurado verso (el 69): Pagós’ Mio Cid el Campeador e todos los otros que van a so servicio;

pero dígase el Campeador complido, y resultarán dos versos terminados en los asonantes complido y servicio, que se conforman perfectamente a la manera usual. Por un arbitrio semejante podremos enmendar el verso 228: Dixo Martin Antolinez: veré a la mia mugier a todo mio solaz;

dígase Martín Antolínez, el burgales leal, y escríbase lo que sigue como verso distinto. 134


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Ha sucedido también en un pasaje que ha llamado la atención de varios escritores, entre ellos el inteligente José Amador de los Ríos, a quien tanto deben nuestras letras, el haber pasado sobre un epíteto sin percibirlo, y sin percibir la perversión que de ello resultaba al sentido. El pasaje se encuentra entre los versos 278 y 280. Doña Jimena, al verse con el Cid que viene a visitarla, y al despedirse de ella en el monasterio de Cardeña, le dirige muy sentidas razones, demandándole amparo y consejo; inmediatamente después de lo cual dice el poeta, según lo refiere el manuscrito: Enclinó las manos en la barba bellida, A las sus fijas en brazos las prendía, Llególas al corazon, ca mucho las quería, etc.

Parece, pues, que doña Jimena inclina las manos en la barba del Cid, como si este personaje estuviese de rodillas, y que ha estado aguardando aquel preciso momento para hacer caricias a sus hijas, con quienes residía en San Pedro de Cardeña. Todos estos absurdos desaparecen diciendo en el verso 278: Enclinó las manos el de la barba bellida.

VII Variaba a menudo la forma del pronombre él: ele, elle, elli. Ellos e ellos significaba unos y otros: Querien ellos e ellos librarle por las manos. (Los unos y los otros querían remitirse a las manos). (Alejandro). Della e della parte quantos que aqui son, Los míos e los vuestros que sean rogadores.

El verso 779 de la Gesta de Mio Cid (edición de Sánchez) dice: Ca fuyen los moros de la part;

debe corregirse de este modo:

Ca fuyen los moros della e della parto

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VIII En la colocación de los casos oblicuos de los pronombres, tenían los antiguos más libertad que nosotros, y el uso que hacían de ellos era más elegante y gracioso, interponiendo entre el caso pronominal y el verbo (que estamos hoy obligados a juntar, mal que nos pese) no sólo un adverbio o un régimen, sino el sujeto de la oración: Que ge lo non ventase de Burgos ome nado. (El Cid). Si lo por bien tuvieses. (Alejandro). Merced pido a todos, por la ley que tenedes, De sendos pater-nostres que me vos ayudedes. (Berceo). Si me lo la tu gracia quisiese condonar. (Id.).

Lo que subsistió todavía por algún tiempo: Des que se ome vuelve con ellas una vez, Siempre va en arriedro e siempre pierde prez. (Arcipreste de Hita)

IX Usábase como genitivo pronominal de todo género y número el adverbio end o ende; a la manera que los franceses usan en y los italianos neo Empleábase también ond u onde en el sentido del francés dont: Aquel será el día que dice la escriptura Que será mucho luengo e de grant amargura, Onde debíamos todos aver ende pavura. (Berceo).

Empleábase de un modo semejante el adverbio hi en el sentido del francés y y del italiano vi: escribíase casi siempre y:

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De la gloriosa era vocación el altar, Hi tenia la imagen de la sancta Reina. (Berceo). Si me lo demostrardes, grant merced me faredes; Yo ganaré hi mucho, vos nada non perdredes. (Id.).

Fácil es de apreciar lo que ha perdido por falta de este uso el castellano, obligado a suplirlo con las embarazosas y lánguidas construcciones de él, de ella, en él, en ello, etc. X El dativo li, lis, ocurre a menudo en Berceo. XI Los modernos apocopan a veces la s o d en la unión del verbo con el enclítico, diciendo, por ejemplo, tornámonos, tornaos; los antiguos conservaban íntegra la terminación del verbo, pronunciando tornámosnos, tornadvos. En cambio se permitían ciertas metátesis en obsequio de la eufonía, diciendo indos por idnos, dalda por dadla; y tal vez convertían dl o rl en ll, como en prendellas: esta última licencia duró largo tiempo, y aun se puede decir que subsiste. XII El empleo que se hacía del oblicuo ge es otra de las cosas en que el antiguo castellano aventajaba al moderno. Nosotros, cuando decimos se lo puso, empleamos una locución ambigua, que puede significar se lo puso a sí mismo, o se lo puso a otra persona. Los antiguos distinguían: en el primer caso decían, como nosotros, se lo puso; en el segundo, ge lo puso. Así, tollióselo (se lo quitó a sí mismo ), y tolliógelo (se lo quitó a otro). Sánchez, o no percibió, o no supo explicar esta diferencia, cuando dijo que ge era lo mismo que se en los verbos pasivos o recíprocos, pues cabalmente en las construcciones pasivas o recíprocas es en las que nunca se decía ge sino se. Ge era el equivalente del latino illi o ei; se era el equivalente de sibi: 137


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Los brazos de la novia non tenien que prendiesen: Issióseli de manos, fussol’ el marido. (Berceo). Della merced ganaron, quantos ge la pidieron. (Id.). El ruego del su clérigo ge lo pidió. (Id.).

Ge no se empleaba regularmente sino en combinación con otro pronombre oblicuo de los que principian por l, según se ve en los ejemplos precedentes; pero en el Alejandro lo hallamos a veces fuera de combinación, y entonces se le solía dar el plural ges: Nunqua pesar ge vino que l’ semejasse peor; Mas yo ge sabré tajar capa de su mesura. Tenie que non avrie qui ges tomasse mano.

XIII Decíase est o esti por “este”, es o essi por “ese”, aquelle y aquelli por “aquel”, y no eran desusadas estas terminaciones modernas. Decíase atal, atanto y atan por tal, tanto y tan. Notables son también y características de la Gesta de Mio Cid las construcciones tanto avíen el dolor, tanto avíe la grant saña por tanto dolor avíen, tan gran saña avíe. XIV Las formas de los posesivos antepuestos eran extremadamente varias: mio regno, mia mugier, mios enemigos, mias o mies fijas, mie vida; pero también hallamos a menudo las formas modernas. Decíase como ahora tu mandamiento, tu merced, tus gémitos; a veces to y tos en el género masculino, como en el femenino tue y tues: su y sus en ambos géneros; pero en el masculino solía decirse so y sos. No era raro el artículo entre el posesivo y el sustantivo; pero frecuentemente faltaba. Fizo el ome bueno man a mano su ida, Ca ya querrie que fuese la su ora venida. (Berceo).

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Apuntes sobre el estado de la lengua castellana en el siglo XIII

Non yaz en tus falagos punto de piedad. (Id.).

XV El relativo de más general uso era que. Empleábase también el qual, y en el mismo significado qual, sin artículo: Ella es dicha fonda de David el varon, Con la qual confondió al gigante felon. (Berceo). Envióli el blago, fust de grant sanctidat, Sobre qual se sofrie con la grant cansedat. (El báculo sobre el cual se apoyaba). (Id.). A la casa de Berlanga posada prisa han, A qual dicen Medina iban hi alvergar. (A la que dicen Medina). (Mio Cid). Mandándoslos ferir de qual part vos semejare. (Mandádnoslos atacar por la parte que os pareciere). (Id.).

XVI Qui significaba quien: Non duerme sin sospecha qui ayer tiene monedado. (Mio Cid). Despues qui nos buscare fallarnos podrá. (Berceo).

Después de preposición, se refería igualmente a personas y cosas: A la sancta Reina, madre de piedat, Por qui está mas firme toda la christiandat. (Berceo).

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Ella es dicha fuent de qui todos bebemos, Ella nos dió el cebo de qui todos comemos, Ella es dicha puerto a qui todos corremos. (Id.).

Aquí me ocurre notar el error en que ligeramente cayeron dos escritores célebres, de grave autoridad en materia de lenguaje, don Bartolomé J. Gallardo y don Rafael Baralt. Dolíanse estos señores de que en nuestro relativo que se confundiesen dos casos diferentes, el nominativo y el acusativo, diciéndose de la misma manera, por ejemplo, la casa que se edifica y la casa que edificamos; y proponen para remediar esta falta que se diga qui en el nominativo, y que en el acusativo, al modo que se estila en francés. No sabemos en qué poder confiaban para contrastar el del uso, que es universal y constante en uniformar los dos casos, y se equivocaron grandemente cuando alegaron a su favor la práctica antigua de la lengua. XVII Quanto y quanto que eran expresiones sinónimas: Los omes e las aves quantas acaecien Levaban de las flores quantas levar querien. (Berceo). Estos son Agustin, Gregorio, otros tales, Quantos que escribieron los sos fechos reales. (Id.). Quantos que son en mundo justos e pecadores, Todos a la su sombra imos cojer las flores. (Id.). Quanto que Dios me daba con todos lo partia.

XVIII He aquí una lista de palabras y frases que los gramáticos suelen clasificar entre los pronombres: Quiquier o quisquier (Cid), “quienquiera”. Quequier que, quesquier que, quesquiera que (Berceo), “cualquiera cosa que”. 140


Apuntes sobre el estado de la lengua castellana en el siglo XIII

Todos estos pronombres se componen de queque (del latino quidquid) que se encuentra en Berceo: Comieron, queque era, cena o almorzar;

esto es, lo que quiera que fue. Quisque (Berceo), “cada cual”. Quiscadauno (Cid), caseun ( Berceo) , “cada uno”. Sivuelque, “cualquiera”, con énfasis; es voz peculiar de Berceo, lo mismo que sivuelqual y sivuelquando, que significan “cualquiera”, “cuandoquiera”. Don Tomás Antonio Sánchez me parece explicar muy bien el tono enfático de estas palabras en su glosario de Berceo, en el vocablo sivuelqual. Qual que y quales que significaban “cualquiera” o “cualesquiera”, pero propiamente en el sentido particular del pronombre latino uter: Quales que foron d’ ellos, o primos, o ermanos. (Berceo).

Altro, altra, más comúnmente otro, otra (Berceo). Otri, sustantivo, “otra persona” (Berceo). Al, “otra cosa”; lo al, “lo demás”. Sennos, sendos, distributivo, “cada uno el suyo”. Trescientas lanzas son, todas tienen pendones: Sennos moros mataron, todos de sennos colpes; (Mio Cid)

es decir, que cada lanza mató un moro, y cada lanza de un solo golpe. La significación de este adjetivo y el modo de usarlo lo hacen necesariamente plural. A los que patrocinan el uso moderno de hacerle significar fuerte, duro, etc., quisiéramos preguntarles de qué proviene que jamás se haya usado en singular. En los varios sentidos que le atribuyen, ¿qué es lo que encuentran de incompatible con este número? Nada era más común que ome en el sentido indeterminado del francés on, que se deriva de la misma raíz latina: 141


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Daban olor sobejo las flores bienolientes Refrescaban en ome las caras e las mientes. (Berceo).

Alquanto, yaquanto (de aliquantus), alguno, pero con indicación de cantidad: Fueron alquantos dellos de invidia tañidos. (Berceo). Unas tierras dan vinos, en otras dan dineros, En algunas cebera, en alquantas carneros. (Id.). Pero avie enna casa aún monges yaquantos. (Id.). Diole Dios man a mano yaquanta mejoría. (Id.).

Yaquanto, algo: “Los moros de Valencia íbanse conhortando yaquanto” (Crónica del Cid); y como de aliquantum salió yaquanto, de aliquid, salió yaqué, usado por el Arcipreste: Con la mi vejezuela enviéle yaqué Con ella estas cántigas que vos aquí trové.

Nadi, nadie. Decíase en el mismo sentido ome nado, hombre nacido; fijo de mugier nada, hijo de mujer nacida. Que ge lo non ventase de Burgos ome nado; (Cid). Doña Endrina es vuestra, e fará mi mandado; Non quiere ella casarse con otro ome nado. (Arcipreste).

Ruy Diaz hablando de su barba: Ca non me prisa a ella fijo de mugier nada. (Cid).

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Decíase también simplemente nado: No es nado que la pueda de color terminar. (Alejandro).

Ren, cosa. En frases negativas se dijo al principio ren nada, como en francés rien née, de la locución latina res nata, cosa nacida, cosa criada; de manera que los franceses tomando el sustantivo dijeron rien, en el mismo sentido en que los castellanos tomando el adjetivo dijeron y dicen nada (en el sentido de nihil); pero antiguamente en este mismo sentido se dijo también ren. Ca no l’tollieron nada, nin l’avien ren robado. (Berceo). Cata non ayas miedo, por ren non te demudes. (Id.).

Nulo, nula, por “ninguno”, “ninguna”, que también se usaban. Lo singular es que ninguno llegó a significar “alguno” o “cualquiera”, “Esto es fuero, que ningún ome que prisiere a otro sin la justicia, peche 300 florines”. (Fuero de Burgos). XIX En el verbo podemos notar las particularidades que siguen: 1ª Des por is en la terminación de la segunda persona de plural de todos los tiempos, menos el pretérito de indicativo: amades, amábades, amarédes; y en dicho pretérito, amastes. 2ª Los tiempos en ia se conjugaban frecuentemente en ie: avie, hie, amarie. 3ª La primera persona del singular del pretérito de indicativo, si era grave, terminaba a menudo en i, como ovi, hube. 4ª Las segundas personas del singular del mismo tiempo terminaban en aste, este, esti, para la primera conjugación; iste, este y esti para las otras; en el plural se añadía s. 5ª La tercera del plural del mismo tiempo, en la segunda y tercera conjugación, se halla a veces en ioron, sobre todo en el Alejandro: podioron, partioron. 6ª Sincopábanse el futuro y el post-pretérito de indicativo mucho más 143


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frecuentemente que ahora, yazré, combré, perdré, movré, yazria, etc. 7ª En los mismos tiempos la terminación se separaba a menudo de la raíz, interponiendo un enclítico: perderlo hedes, perderlo hien, por “perdrédes” o “perdrien”; lo que en el futuro apenas puede decirse que haya dejado de usarse. 8ª Los pretéritos de indicativo, mucho más a menudo que ahora, hacían grave la primera y tercera persona, acercándose a la forma latina; y así vemos, por ejemplo, en la tercera persona, priso, de “prender”, miso, de “meter”, riso, de “reír”, vido o vío, de “veer”, nasco, de “nascer”, yago, de “yacer”, tanxo, de “tañer”, escripso, de “escribir”, etc. Abundan sobre todo en Berceo, que en estas formas se acerca más que el Cid a los orígenes latinos. De seer (sedere) se formó el pretérito sove; de andar, andide, de estar, estove o estide. 9ª De los pretéritos se formaban los pluscuamperfectos en ra: salvara (había salvado), prisiera (había tomado), nasquiera (había nacido); y los futuros en ero, de que hay ejemplos en Berceo: falleciera, dissiero. La forma en ra tenía pues dos valores, el de pluscuamperfecto de indicativo y el de imperfecto de subjuntivo: Non fizieran tal gozo annos avie pasados. (Berceo). Sabet que si ellos le viesen, non escapara de mal. (Cid).

10ª La segunda persona de plural del imperativo terminaba algunas veces en de: comede. 11ª Verbos que hoy son de la tercera conjugación, eran antes de la segunda, como render (rendir), ennader (añadir). 12ª Participios en ido, eran a veces en udo: tenudo, venzudo; pero de esto hay tal vez menos ejemplos en el siglo XIII que en los inmediatos siguientes. 13ª Varios verbos tenían formas dobles, conjugándose en ir o escer, como gradir, gradescer; mas aunque completos en la segunda conjugación, no lo eran en la tercera, pues no se ve, por ejemplo, grado, gradió, por gradesco, gradesció. Grado es en el Cid una exclamación que significaba “¡gracias!”. El verbo ser o seer, merece particular atención. Derivado de sedere, significaba propiamente “estar sentado”; pero pasó muy temprano a indicar la existencia en abstracto. De aquí resultaron varias formas que 144


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en los primeros tiempos de la lengua se agregaron a las derivadas del verbo latino esse, y alguna vez las reemplazaban. Daremos una lista de ellas: De sedeo se formó seo, que se encuentra en Berceo, el Alejandro, el Arcipreste, y otros, no en el Cid. De sedes se formó siedes (Berceo). De sedet, siede (Id.). De sedemus, sedemos (Id.). De sedetis, seedes (Id.). De sedebam, sedia, sedie, seia, seie, que se conjugaba por todas las personas de este tiempo. De sedere, seer, y por consiguiente seeré, seeria, seerie, que en el Cid aparecen con una sola e. De sede y sedete, see, seed (Berceo); en el Cid sólo se encuentra sed. De sedeam y sedeas, seya y seyas; en el Cid, como ahora, sea, seas. De sedere se formó también el gerundio, sediendo, seyendo (siendo) y el participio seido (sido). Y aun creo que por analogía con estove y ove se dio también a este verbo el pretérito sove, raíz inmediata de soviera, soviero, soviere, soviese. Del verbo latino esse salieron las formas siguientes: De sum, so y soe. De es, eres. De est, es. De sumus, somos, y por analogía, sodes. De sunt, son. De eram, eras, era, eras. De fui, fúe, fúi. De fuisti, fuesti, fueste, fuste. De fuit, fúe, fo; alteraciones que se conservaron en las demás personas. El verbo stare parece haberse conservado íntegramente; pero en su lugar se usaba a menudo ser o seer. Dios ¡cómo es alegre el de la barba bellida! (Cid). E fincó en un poyo que es sobre Mont Real. (Id.). Las gentes mui devotas sedien en oracion. Fallaron enna casa del rabi mas onrado

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Un grant cuerpo de cera, como ome formado: Como don Cristo sóvo, sedie crucifigado. (Berceo).

El tiempo en ase o ese se usaba como equivalente al tiempo en ría en oraciones condicionales: “Madre, se alguno por derecho oviese de llorar, llorase el cielo por sus estrellas”. (Carta de Alejandro). Usábase a menudo el subjuntivo por el imperativo: Amigo, disso, sepas que só de tí pagado. (Berceo). En Sancta Maria de Burgos quitedes mil misas. (Cid).

Y se hacía uso del imperfecto de subjuntivo como para hacer más respetuosa la expresión de un deseo: ¡Fuésedes mi huésped, si vos ploguiese, Señor. (Cid).

En los tiempos compuestos con aver el participio pasivo concertaba o no con el acusativo, según se quería: Cuidóse el obispo que eran decebidos, Que lis avie la dueña dineros prometidos. (Berceo). En la cibdad que es de Costantin nomnada, Ca Costantin la ovo otro tiempo poblada. (Id.). Díganlo las fianzas que oviste tomado. (Id.). El relativo tenía muchas veces por antecedente un enclítico: Quí ge lo demandaba dabal’ consejo sano. (Berceo).

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Mucho l’tengo por torpe, qui non conosce la verdat. (Cid).

El pleonasmo era más común en los antiguos escritores que en el castellano moderno. He aquí ejemplos: Por dar a Dios servicio, por eso lo ficieron. (Berceo) En San Pero de Cardeña hi nos cante el gallo. (Cid). Mio Cid Rui Diaz de Dios haya su gracia. (Id.). Bien lo vedes, que yo non trayo aver. (Id.). Llegaron las nuevas al Conde de Barcilona, Que Mio Cid Rui Diaz que l’ corría la tierra toda. (Id.).

Era frecuentísima la correlación de tal que, como la de eso que. Por tal lo face Mio Cid, que non lo ventase nadi. (Cid).

Además de muchas elipsis que todavía se estilan merecen notarse las que siguen: Los de Carrion son de natura tan alta, (Que) non ge las debien querer sus fijas por barraganas. (Cid). Decie que so los piedes tiene un tal escaño, (Que) non sintrie mal ninguno si colgasse un año. (Berceo). Moros en paz, ca escripta es la carta, Buscarnos hie el rey… (Cid).

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Es decir, estando los moros en paz. La más curiosa de las antiguas elipsis es la que se usaba en dilemas condicionales, callándose, como fácil de colegirse por el contexto, la apódosis de la primera proposición. He aquí un ejemplo. Uno de los judíos que prestan al Cid una suma considerable de dinero tomando en prenda las famosas arcas de arena, le pide un don en recompensa de este servicio: Una piel bermeja morisca e ondrada, Cid, beso vuestra mano, en don que la yo aya. Pláz’me, dixo el Cid; d’aquí sea mandada. Si vos l’aduxier’ d’allá; sinon, sobre las arcas. (Cid).

El último verso equivale a decir: si os la trajere del país que vaya conquistar (cállase la apódosis de esta proposición dando a entender “bien”, esto es, “quedará cumplida mi promesa”), si no, descontad su valor del contenido de las arcas. A la tomada, si nos falláredes aquí; Si non, do sopiéredes que somos, indos conseguir. (Cid).

Esto es, si nos hallaréis en este mismo lugar, bien; si no idnos a alcanzar. A lo cual es análogo ese pasaje del Alejandro: Los que podioron lidiando ondradamientre morir; Los otros foiron con precio malo por amor de vevir.

Esto es, los que murieron lidiando, bien; los otros huyeron vergonzosamente por amor de la vida. A muchos parecerán bárbaros o por lo menos extraños estos modos de decir, porque no reflexionan que en materia de elipsis el uso no es menos arbitrario que en otras cosas pertenecientes al lenguaje, y que lo que nos parece duro ahora, no lo era a los oídos de los antiguos, que estaban familiarizados con ello: “Si ome de palacio”, dice el Fuero de la villa de Fuentes, “oviese querella de uno de la villa, dé su querella a los 148


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alcaldes de Fuentes; e si s’pagase de lo que l’judgaren los alcaldes” (se calla, bien); si non, échese al arzobispo”. Ni se crea que esto haya sido peculiar de nuestra lengua: ejemplos hay de iguales locuciones en los más antiguos y elegantes escritores de la Grecia. Así, en el libro I de la Ilíada (traduzco literalmente): “Si me dieren un premio los magnánimos aquivos, de manera que sea tan digno de mí como el otro” (cállase, bien); “si no lo dieren, en tal caso lo tomaré por mi mano”. Y en la Ciropedia de Jenofonte: “Si os doy a conocer suficientemente de qué modo debéis portaros unos con otros” (cállase, bien); “pero si no, aprendedlo de vuestros antepasados”. No encuentro en escritores latinos ejemplos parecidos a éstos; pero los hay en los evangelios, traducidos, como todos saben, del original griego. En el de San Lucas, cap. XIII: “Y si diese fruto la viña” (cállase, bien); “si no, la cortarás:”. En el cap. XIX: “Porque si hubieras conocido lo que puede darte la paz” (cállase, bien, esto es, “bien te estaría”); “mas ahora está encubierta a tus ojos”. Cantándose estas partes del evangelio en nuestra liturgia, ¿no era natural que pasasen a la lengua vulgar las construcciones a que aludimos? ¿Y no es necesario conocerlas para la recta interpretación de los escritos antiguos? Concluiré notando sobre la llamada conjunción que un pleonasmo, una trasposición y una elipsis. El primero era frecuentísimo y ha durado hasta el siglo XVII. Antes de la noche en Burgos delibró su carta: Que a Mio Cid Rui Diaz que nadi no l’diese posada.

Es claro que el segundo que es enteramente superfluo. Lo mismo en estos dos versos: Vida mio Cid, que con los averes que avien tomados Que si s’pudiesen ir, ferlo hien de grado.

La trasposición consistía en colocar la conjunción en medio de la frase acarreada por ella: Plega al Criador con todos los sos Sanctos, Este placer que m’feches que bien sea galardonado.

El segundo verso, quitada la trasposición, sería: “Que bien sea galardonado este placer que me feches” (que me hacéis). 149


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La conjunción ca solía trasponerse de la misma manera: Miedo iba aviendo que Mio Cid se repintrá, Lo que non ferie el caboso por quanto en el mundo ha, Una deslealtanza ca non la fizo alguandre.

El último verso equivale a decir: “Pues una deslealtad no la hizo jamás”. Finalmente la elipsis ocurre después de las palabras tal, tanto, y sus análogas: Los de Carrion son de natura tan alta, Non ge las debien querer sus fijas por barraganas.

Se calla el que conjuntivo al principio del segundo verso. Puede ser que estas ligeras observaciones no sean del todo inútiles para facilitar la inteligencia y hacer menos desapacible la lectura de las antiguas poesías castellanas; porque hasta cierto punto es imposible que al principio se cale su espíritu, y que no parezca desaliñado, grosero e informe lo que en realidad no lo es. Mas para apreciarlas, para saborearse en ellas, valdría muy poco la incompleta y rápida reseña que he podido hacer de las diferencias que más resaltan entre el castellano del siglo XIII y el moderno; y tampoco bastaría una primera lectura, en que se tropieza a cada paso con palabras desconocidas, locuciones extrañas, alusiones a hechos y costumbres que han desaparecido y que contrastan con el presente orden de cosas y con nuestros hábitos y estudios. La impresión que deja una lectura que parece entenderse, que se entiende muchas veces mal, que no penetra, por decirlo así, más allá de la corteza, y en que por una injusta aunque involuntaria preocupación referimos la expresión antigua al tipo moderno, produce necesariamente juicios erróneos. En Francia misma donde siempre han sido muchos más que en España los que se dedican a esta clase de estudio, no se ha llegado sino bastante tarde a apreciar la poesía de los troveres. La dificultad es menor para nosotros, porque no es muy grande la diferencia entre el lenguaje de aquellas obras y el que hoy se habla; pero por eso mismo es más fácil que, sin saberlo y como por un movimiento natural e irresistible, apliquemos 150


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la norma de lo presente a lo pasado. Y esto explica un hecho curioso de crítica literaria, y de que este mismo Poema del Cid nos ofrece un ejemplo. Las producciones poéticas de una lengua son casi siempre juzgadas más favorablemente por los extranjeros que por los nacionales. Así, mientras en España se miraba este Poema como una muestra de lo que era una lengua en embrión, y una poesía sin arte, sin estro, sin movimiento, y que apenas se eleva sobre la prosa más inculta y rastrera, se pensaba de diverso modo en Inglaterra y en Alemania, como recientemente en Francia. Mr. Southey, espíritu superior, poeta eminente, hombre de una erudición vasta, sagacísimo crítico, y bastante versado en la literatura española, no dudó afirmar que el Poema del Cid, la más antigua de las epopeyas castellanas, era también y fuera de toda comparación, la mejor. Debemos llevar a estas viejas reliquias la misma disposición de espíritu que a los libros escritos en un idioma extranjero que conocemos todavía imperfectamente, y guardarnos de asociar la idea de rudeza y barbarie a lo que sólo es extraño para nosotros.

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LITERATURA CASTELLANA1 I Casi todo lo que se escribe fuera de España sobre la literatura española abunda de errores e inexactitudes que descubren escasos conocimientos de la historia civil o literaria de aquella singular nación. Si se toca por incidencia la historia civil, se ve que los escritores extranjeros tienen poca o ninguna noticia de lo mucho que se ha trabajado en los dos últimos siglos para ilustrar los anales de la monarquía y purgarlos de las patrañas adoptadas por Florián de Ocampo, Ambrosio de Morales, Garibay, Juan de Mariana y otros historiadores, en una edad en que se escribía con nervios y pureza, pero se compilaba sin crítica. Para los unos, Bernardo del Carpio es un personaje no menos histórico y real, que el Cid o el Gran Capitán; para los otros, los amores del rey Rodrigo y la Cava y las traiciones del conde don Julián y del arzobispo don Opas son hechos indubitables, que figuran entre las causas principales que abrieron las puertas de España a los árabes y facilitaron su conquista. M. de Sismondi (crítico por otra parte instruido y sensato, que ha calificado con fino gusto y admirable filosofía el verdadero espíritu de algunos de los clásicos castellanos) cree todavía a pie juntillas en las campañas del Campeador durante el reinado de Fernando I, en el duelo entre este joven guerrero y el padre de la hermosa Jimena Gómez, y en otras aventuras novelescas que de los romances pasaron a las crónicas e historias, y cuyo fabuloso carácter ha demostrado siglos hace el docto y laborioso fray Prudencio de Sandoval, uno de los críticos que se han dedicado con mejor suceso a separar lo verdadero de lo falso en la historia de la media edad española. Esto por lo que toca a la historia civil. En cuanto a la literaria, no son menos graves los deslices de los eruditos transpirenaicos, ya equivocando fechas, ya confundiendo escritores, ya erigiendo sistemas sobre datos erróneos o insuficientes. Se podría decir de la mayor parte que han hecho la teoría de la formación y genio de la literatura española, como Descartes ideó el sistema del universo, dando alas a la imaginación antes de aquel examen paciente que recoge los hechos, los acrisola, y deduce de Con el título de “Literatura castellana” insertó estos dos artículos en El Araucano. Santiago, 23 de mayo, 27 de junio y 18 de julio de 1834; y 15 de enero de 1841. Fueron incluidos en el vol. VI de las Obras Completas, Santiago, 1883, pp. 257-280. (Comisión editora. Caracas). 1

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principios seguros, consecuencias exactas. Así es que no tenemos hasta el día sobre esta materia más que novelas brillantes: cuadros galanos, que deleitan por el colorido, pero en que se echa menos el mérito indispensable de la fidelidad. Una de las cosas que en nuestro sentir se han exagerado más es la influencia de los árabes en la lengua y literatura castellana. No hay duda que, mirada por encima la serie de conquistas y revoluciones de que ha sido teatro la Península, todo parece anunciar una mezcla sensible, una preponderancia decidida de orientalismo en el genio intelectual y moral de los españoles. Los árabes tuvieron sojuzgada por ocho siglos toda o gran parte de España; y la mitad de este espacio de tiempo bastó a los romanos para naturalizar allí su idioma, sus leyes, sus costumbres, su civilización, sus letras. Roma dio dos veces su religión a la Península Ibérica. Juzgando por analogía, ¿no era natural que la larga dominación de los conquistadores mahometanos hubiese producido otra metamorfosis semejante, y que encontrásemos ahora en España el árabe, el alcorán, el turbante y la cimitarra, en vez de las formas sociales latino-germánicas, apenas modificadas por un ligero matiz oriental? Pero nunca están más sujetos a error estos raciocinios a priori, que cuando se aplican al mundo moral y político: en éste, como en el físico, no es sólo la naturaleza de los elementos, sino también su afinidad respectiva (circunstancia de que regularmente se hace poca cuenta) lo que determina el resultado de la agregación y el carácter de los compuestos. Los elementos ibérico y arábigo se mezclaron íntimamente; pero no se fundieron jamás el uno en el otro; un principio eterno de repulsión agitaba la masa; y luego que cesó la acción de las causas externas que los comprimían y los solicitaban a unirse, resurgieron con una fuerza proporcionada a la violencia que habían sufrido hasta entonces. Era fácil convertir las iglesias en mezquitas, como lo fue después convertir las mezquitas en iglesias; mas el alcorán no pudo prevalecer sobre el evangelio. La lengua se hizo algo más hueca y gutural, y tomó cierto número de voces a los dominadores; pero el gran caudal de palabras y frases permaneció latino. Por una parte el espíritu del cristianismo, por otra el de la caballería feudal, dieron el tono a las costumbres. Y si las ciencias debieron algo a las sutiles especulaciones de los árabes, las buenas letras, desde la infancia del idioma hasta su virilidad, se mantuvieron constantemente libres de su influjo. En la poesía castellana, según creemos, pueden señalarse varias épocas. 154


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Primera: la de los poemas narrativos populares, a cuya clase pertenece el antiguo romance del Cid, y a que dieron el tipo los troveres o poetas franceses del otro lado del Loira. Segunda: la de las canciones líricas, fábulas, serranas y otras composiciones ligeras, como las del Arcipreste de Hita, géneros en que los castellanos imitaron también a los troveres, y algo más tarde a los trovadores provenzales. Tercera: la de la poesía clásica, ilustrada por Boscán, Garcilaso, Hurtado de Mendoza, Luis de León, Ercilla, Rioja, los Argensolas, Virués y otros que se formaron a un tiempo sobre los modelos de la antigüedad romana y de la Italia moderna. Cuarta: la época presente, que rayó en el reinado de Carlos III, época en que, como todos saben, domina principalmente el gusto de la moderna escuela francesa. Mas el ingenio español no se contentó con seguir las huellas de las naciones con quienes estuvo en contacto, sino que supo abrirse también rumbos nuevos. Lo que llamamos ahora romances (composiciones cortas en verso asonante, a que los ingleses han dado el nombre de ballads, porque se asemejan mucho por la materia y el estilo a las que tienen este nombre en su lengua), es una producción indígena del suelo español; y lo es igualmente aquella comedia en que campean con tanta magnificencia las creaciones de una fantasía desarreglada, pero original y brillante: la comedia de Lope de Vega y Calderón, rica mina que beneficiaron Corneille, Molière, Scarron, Lesage, Metastasio; y a que el primero de estos escritores debió algunas de sus más felices inspiraciones. En ninguna de las épocas que hemos indicado alcanzamos a percibir el menor resabio de influencias árabes; y por el contrario la analogía de las obras que en cada una de ellas se han dado a luz con los dechados ya franceses, ya provenzales, ya italianos, es tan señalada, tan evidente, y tenemos tantas pruebas extrínsecas que la confirman, que nos parece imposible dudar de ella. Tan cierto es para nosotros, que el autor, cualquiera que sea, del Cid, imitó las gestas o historias rimadas de los troveres, como que Moratín, Quintana, Cienfuegos y Martínez de la Rosa han adoptado en sus composiciones dramáticas las reglas, el gusto y estilo del teatro francés moderno. Y aún nos atrevemos a decir, después de un atento examen, que es mayor todavía y más visible esta influencia francesa en la antigua epopeya española. Es cosa digna de notar que jamás ha sido la poesía de los castellanos tan simple, tan natural, tan desnuda de los atavíos brillantes que caracterizan el gusto oriental, como en el tiempo en que eran más íntimas las comunicaciones de los españoles 155


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con los árabes; que los campeones alarbes no aparecen en los antiguos romances de los españoles, sino a la manera que los guerreros troyanos y persas en la poesía de los griegos, como enemigos, como tiranos advenedizos que era necesario exterminar, como materia de los triunfos de la patria; y que el abuso de los conceptos y de las metáforas, el estilo hiperbólico y pomposo, en una palabra, lo que se llama orientalismo, no infestó las obras españolas, sino largo tiempo después de haber cesado toda comunicación con los árabes; como que fue, en realidad, una producción espontánea del Occidente. La aserción del ascendiente francés en los primeros ensayos de la poesía castellana parecerá a muchos una paradoja. Los límites de este periódico no nos permiten tratar el asunto con la extensión que merece; pero en algunos de los números siguientes, podremos acaso indicar a la ligera los principales fundamentos que hemos tenido para pensar así. II El Poema del Cid es probablemente el más antiguo que se conoce en castellano. Procuraremos, pues, rastrear por su medio las fuentes de donde los poetas de Castilla tomaron el gusto, el estilo, las reglas de composición que caracterizan sus más tempranos ensayos. Pero ante todo no será inoportuno fijar con alguna exactitud la verdadera antigüedad de un Poema que tanto ha llamado la atención de los literatos españoles y extranjeros, y que por más de un título la merece. Los que creen que se compuso poco después de los días del héroe (que falleció el año de 1099), exageran su antigüedad. Don Tomás Antonio Sánchez conjetura que se escribió como medio siglo después, esto es, hacia el año 1150. Pero las pruebas que alega no nos parecen decisivas. El único manuscrito que se conoce de este Poema, y de que se valió Sánchez para darlo a luz, es el que se conservaba, y acaso se conserva todavía en Vivar, pueblo cercano a Burgos, y que, si hemos de dar crédito a las tradiciones nacionales, fue la cuna del Campeador Ruy Diaz, que por eso se apellidó de Vivar. Mas este códice, según confiesa el mismo Sánchez, manifestaba por la letra, y aun por la fecha no haberse escrito antes del siglo XIV. Veamos, pues, si el Poema suministra indicios o pruebas internas de que pueda colegirse mayor antigüedad. 156


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Hállanse al fin estos versos:

Ved cual ondra crece al que en buen hora nació, cuando señoras son sus fijas de Navarra e de Aragon. Hoi los reyes de España sos parientes son. A todos alcanza ondra por el que en buen hora nació.

La edición de Sánchez dice, A todas; errata evidente, o del códice, o de la imprenta, porque este adjetivo no puede referirse sino a reyes. Dice, pues, el poeta que en su tiempo todas las familias reinantes de España habían emparentado con la del Cid; y por consiguiente, la mayor antigüedad que es posible dar a la obra es la de principios del siglo XIII, como vamos a ver. Don García Ramírez, nieto de Ruy Diaz, subió al trono de Navarra en 1134. La sangre de Ruy Diaz entró en la familia real de Castilla en 1151 por el casamiento del infante don Sancho, hijo del emperador don Alfonso, con Blanca de Navarra, descendiente de don García Ramírez. Llevóla al trono de Portugal Urraca de Castilla, esposa de Alfonso II, que empezó a reinar en 1212. Y los reyes de Aragón no parecen haber entroncado con ella hasta el año de 1221, por el matrimonio de don Jaime el Conquistador con Berenguela de Castilla. El Poema no se compuso, pues, antes del siglo XIII, ni probablemente antes de 1221. Omitimos otros datos cronológicos que sugiere el poema, porque éste nos ha parecido decisivo, y porque lo confirman superabundantemente la multitud de hechos falsos que el autor atribuye al Cid, y la poca noticia que tuvo de los sucesos más notables de la historia de España en la primera mitad del siglo XII. Es necesario presuponer que la épica del siglo XII y principios del XIII es por lo regular una historia en verso, escrita a la verdad sin crítica, y plagada de hablillas vulgares; pero que no se aparta de la verdad a sabiendas, o a lo menos no falsifica descaradamente los hechos. Las tradiciones fabulosas con que en tiempo de poca ilustración se desfigura la historia, y que después la credulidad injiere en ella, no nacen, ni se acreditan de golpe, mayormente las que suponen una crasa ignorancia y contradicen a la historia en cosas que no pudieron ocultarse a los contemporáneos. De esta especie de fábulas, hay bastantes en el Poema del Cid. Sin salir de los cuatro versos citados, ¿quién que escribiese en España por 1150 pudo ignorar que ninguna de las hijas del Cid había reinado en Navarra ni en Aragón, y que por el tiempo a que se refiere el 157


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poeta, ni aun existía como estado independiente la Navarra? Sabido es que este reino se hallaba entonces y se mantuvo incorporado a Castilla hasta 1134, en que fue restaurado por don García Ramírez, nieto del Cid, después de haber dejado de existir sesenta años. El autor yerra también gravemente acerca de los verdaderos casamientos de las hijas del Cid; punto que por cierto no era de difícil averiguación, pues casaron con dos príncipes españoles; el uno de la despojada familia de Navarra, y compañero del Campeador en Valencia; y el otro, conde soberano de Barcelona. El equivoca hasta los nombres de las hijas del Cid. ¿Era capaz de tan groseros errores un español que se pusiese a escribir la historia de un personaje tan célebre, a tiempo que aún vivían acaso algunos de sus compañeros de armas, y cuando a lo menos la inmediata descendencia de ellos estaba derramada por toda España? No nos parece verosímil. Cotéjese el poema con las memorias del Cid que se conservaban en el siglo XII y que el padre Risco ha publicado recientemente en su Castilla; cotéjesele luego con las crónicas y romances que se compusieron mucho más tarde; y se echará de ver que el poema se halla cabalmente a la mitad del camino entre la verídica simplicidad de las unas y los descabellados y portentosos cuentos de los otros. Se hace mucho hincapié sobre la rudeza y desaliño del verso y estilo para persuadir la alta antigüedad del Poema. Mas esto no prueba a nuestro parecer gran cosa. En el pulimento del verso y del estilo influyen muchas causas que nada tienen que ver con la edad en que ha florecido un poeta; influye su genio particular, su instrucción, el género en que se ejercita, y la clase de lectores u oyentes a que destina su obra; a todo lo cual se junta que no tenemos el del Cid como salió de las manos de su autor, y que en ninguna de las obras antiguas castellanas hay acaso tan manifiestas señales de la incuria de los copiantes, y ninguna aparece tan desapiadadamente estropeada. A lo que debe atenderse para columbrar con tal cual certidumbre la antigüedad de un autor, es al lenguaje. Ahora bien, ¿parece en el del Cid menos adelantada la lengua, menos lejana de sus orígenes latinos, más semejante al castellano del día, que en las obras de Gonzalo de Berceo y en el Alejandro, compuestas en el siglo XIII? ¿Se ha hecho con alguna puntualidad este paralelo? Nos inclinamos a creer que no, y que si se toma el trabajo de hacerlo, se formará un concepto algo diferente del que han hecho adoptar las aserciones aventuradas de Sánchez. La verdad es que, aun para dar a la obra la moderada antigüedad que le atribuimos nosotros, es necesario suponer que el lenguaje ha sido 158


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en ella retocado y rejuvenecido por los copiantes, que en efecto solían hacerlo a menudo con las obras antiguas. Una observación propone Sánchez, que por ser la sola que tiene algo de específico, no podemos dejar de discutir aquí. Dice que por muchos versos de este Poema se ve claramente la pronunciación que daban en aquellos tiempos a ciertas voces que en el de Berceo ya se pronunciaban de otra manera. Por ejemplo, las voces muerte, fuerte, lueñ, fuent, se usan allí como asonantes de Carrión, campeador, amor, sol; lo cual prueba que sonaban mort, fort, loñ, font, acercándose más de este modo a los vocablos latinos de que se derivan (mors, fortis, longe, fona), y a las terminaciones de la lengua francesa o lemosina. La observación es exacta, menos en cuanto supone que en tiempo de Berceo se pronunciaban muerte, fuente con el diptongo ué, en vez de morte, fonte, o mort, font, como debieron de enunciarse estas voces cuando se compuso el del Cid; porque, si se examinan las rimas de Berceo, se verá que en sus obras no se usa jamás el diptongo ué de dichas voces como consonante de e. En la poesía castellana de las edades posteriores, riman muerte con verte y fuente con mente. En Berceo, no se ve un solo ejemplo de semejantes rimas. Esto prueba que Berceo no pronunciaba tampoco muerte ni fuente, sino morte, fonte, o mort, font; y por tanto, no hay motivo para mirar la pronunciación de su tiempo como más distante de los sonidos originales latinos, que la del tiempo en que se compuso el Cid. En cuanto al sonido de la e final inacentuada, es incontestable que en lo antiguo sonaba más débilmente que ahora, acercándose al sonido de la e muda de los franceses, lo que daba a los poetas la libertad de contar o no con ella para la medida del verso, en lo cual tampoco vemos que haya diferencia entre la pronunciación del autor del Cid, y la de Berceo, según puede colegirse de su manera de versificar y rimar. Descontamos, pues, cerca de un siglo a la antigüedad que se atribuye comúnmente al Cid, y juzgamos que se compuso en el reinado de Fernando III de Castilla, hacia 1230. Le queda así lo bastante para interesarnos como un monumento precioso de la infancia de las letras castellanas. Si hubiésemos de atenernos exclusivamente al sabor del lenguaje, no aventuraríamos mucho en referirlo a los últimos tiempos de don Alfonso el Sabio; pero hay suficiente motivo para creer que, bajo las manos de los copistas, ha sufrido grandes alteraciones el texto; 159


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que sus voces y frases han sido algo modernizadas, al paso que se ha desmejorado el verso, oscureciéndose a veces de todo punto la medida, y desapareciendo la rima y que por tanto debemos fijarnos en los indicios de antigüedad que resultan, no sólo de la sencillez y candor del estilo, sino de las cosas que en él se refieren, por las cuales vemos que aun no estaban acreditadas muchas de las fábulas que los cronistas y romanceros del siglo XIV adoptaron sin escrúpulos como pertenecientes a la historia auténtica de Ruy Diaz. III Don Rafael Floranes, citado por el padre Risco en su Castilla (página 69), difiere poco de nosotros en el juicio que hace de la antigüedad del Poema del Cid. Después de alegar los versos que copiamos en nuestro artículo precedente, y deducir de ellos que el poema debió de componerse precisamente después de 1221 pasa a conjeturar que la verdadera fecha de su composición fue el año de 1245, y su autor un tal Pero Abad, nombrado con el título de chantre de la clerecía real en el Repartimiento de Sevilla del año de 1253, publicado por Espinosa en la historia de aquella ciudad. Cita en prueba de ello estos dos versos con que termina el poema: Per Abat le escribió en el mes de mayo, era de mil e CC… XLV años.

Mas a nosotros nos parece violentísimo referir esta fecha al año 1245 de la era cristiana, cuando se sabe que fue práctica constante significar por la palabra era, usada de este modo absoluto, la era española; entre la cual y la cristiana, hubo siempre una diferencia de treinta y ocho años, en que la primera se adelantaba a la segunda. La era de 1245 coincide, pues, con el año 1207 de la era cristiana. Pero aún hay más que decir sobre esto. En la fecha referida, según confiesa don Tomás Antonio Sánchez, editor del Poema, se notaba una raspadura después de las dos CC, como si se hubiese querido borrar otra C; lo cual, y la forma de la letra, que aun a Sánchez le pareció ser la que se usaba en el siglo XIV, no permiten dudar que se alteró voluntariamente el número, con el objeto de dar más antigüedad y valor al códice. Su verdadera fecha es por consiguiente la del año de 1307 de la era cristiana.

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Cualquiera de las dos lecciones que se adopte, es inverosímil que el Pero Abad del Repartimiento de Sevilla fuese el Per Abat escritor del Poema; a que se agrega, como ya notó Sánchez, que el verbo escribir se aplica con igual propiedad al compositor que al mero copiante, y que parece más propio en estos versos el segundo sentido, porque el espacio de un mes, suficiente para copiar el Poema, no lo era para componerlo. Sería sin duda de desear que supiésemos quién fue el autor de este precioso monumento de las antiguas musas castellanas; pero es preciso resignarnos a confesar que su nombre ha tenido la misma suerte que el de otros muchos, que acaso con mejores títulos a la noticia y reconocimiento de la posteridad, ……illacrimabiles urgentur, ignotique longa nocte……

Nos parece del caso satisfacer aquí a una observación que nos hizo años ha don Bartolomé Gallardo, bibliotecario que fue de las Cortes, y sujeto de profundos conocimientos en la lengua y literatura castellanas. La Crónica de Alfonso VII, compuesta en latín por un contemporáneo de aquel príncipe, y publicada por el padre Flórez en el tomo XXI de la España Sagrada, termina por unos versos en que el cronista hace una enumeración poética de los personajes españoles y franceses que concurrieron a la célebre conquista de Almería, en 1147. Uno de los caudillos de que se da noticia es Alvar Rodríguez (nieto de Alvar Fáñez, compañero del Cid). Celébrase con esta ocasión a su progenitor Alvar Fáñez, de quien se dice entre otras cosas: Ipse Rodericus, Mio Cid saepe vocatus, De quo cantatur, quod ab hostibus haud superatur, Qui domuit mauros, comites domuit quoque nostros, Hunc extollebat, se laude minore ferebat.

¿No es ésta una alusión manifiesta al Poema de que tratamos, donde se menciona siempre a Ruy Diaz con el título de Mio Cid, y se refieren sus victorias sobre los moros, y sobre el conde Garcí Ordóñez, y el de Barcelona, sus émulos? Y ¿no debemos por consiguiente admitir que, cuando se compuso la citada crónica, se había ya dado a luz y solía cantarse el Poema? Nosotros sin embargo no vemos que de estos versos se deduzca otra cosa 161


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sino que los hechos del Cid daban ya materia por aquel tiempo a los cantares de los castellanos. No hay ningún motivo para suponer que un solo poeta o romancero se dedicase a celebrarlos; antes bien tenemos por cierto que fueron muchos los que tomaron a su cargo un asunto tan grande y tan glorioso a la España, y que el nombre de Mio Cid comenzó a resonar en los romances desde el siglo XII; añadiendo cada escritor nuevos hechos y nuevas circunstancias a la narración de sus predecesores, hasta que con el curso del tiempo llegó a desaparecer la historia verdadera del Cid entre el cúmulo de ficciones con que la engalanaron, como a competencia, los poetas. La objeción del señor Gallardo se funda, pues, en una suposición que de ningún modo estamos obligados a admitir: es a saber, que el Poema del Cid que conocemos, es el más antiguo de cuantos se escribieron en alabanza de este ilustre español. Fijada la edad del Poema del modo que en nuestro sentir se acerca más a la verdad, hagamos ahora reseña de las opiniones y juicios de varios críticos españoles y extranjeros acerca de esta curiosa antigualla. Don Tomás Antonio Sánchez, que la dio por la primera vez a la prensa el año de 1779 en su Colección de poesías castellanas anteriores al siglo XV, califica así su mérito poético y su importancia literaria: “Por lo que toca al artificio de este romance, no hay que buscar en él muchas imágenes poéticas, mitología, ni pensamientos brillantes: aunque sujeto a cierto metro, todo es histórico, todo sencillez y naturalidad. No sería tan agradable a los amantes de nuestra antigüedad, si no reinaran en él estas venerables prendas de rusticidad, que así nos representan las costumbres de aquellos tiempos y las maneras de explicarse aquellos infanzones de luenga e bellida barba, que no parece sino que los estamos viendo y escuchando... Reina en él un cierto aire de verdad que hace muy creíble cuanto en él se refiere de una gran parte de los hechos del héroe. Y no le falta su mérito para graduarle de poema épico, así por la calidad del metro, como por los personajes y hazañas de que trata”. D. Manuel José Quintana, en la introducción a sus Poesías selectas castellanas, al mencionar esta composición, como la más antigua que se conoce en nuestro idioma, dice así: “Con una lengua informe todavía, dura en sus terminaciones, viciosa en su construcción, desnuda de toda cultura y armonía; con una versificación sin medida cierta y sin consonancias marcadas; con un estilo lleno de pleonasmos viciosos y 162


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de puerilidades ridículas, falto de las galas con que la imaginación y la elegancia le adornan; ¿cómo era posible hacer una obra de verdadera poesía, en que se ocupasen dulcemente el espíritu y el oído? No está, sin embargo, tan falto de talento el escritor, que de cuando en cuando no manifieste alguna intención poética, ya en la invención, ya en los pensamientos, ya en las expresiones. Si, como sospecha don Tomás Antonio Sánchez, no faltan más que algunos versos del principio, no deja de ser una muestra de juicio en el autor haber descargado su obra de todas las particularidades de la vida de su héroe, anteriores al destierro que le intimó el rey Alfonso VI. Entonces empieza la verdadera historia de Rodrigo, y desde allí empieza el Poema; contando después sus guerras con los moros y con el conde de Barcelona, sus conquistas, la toma de Valencia, su reconciliación con el rey, la afrenta hecha a sus hijas por los infantes de Carrión, la solemne reparación y venganza que el Cid toma de ella, y su enlace con las casas reales de Aragón y de Navarra, donde finaliza la obra, indicando ligeramente la época del fallecimiento del héroe. En la serie de su cuento, no le faltan al autor vivacidad e interés; usa mucho del diálogo, que es la parte más a propósito para animar la narración; y a veces presenta cuadros, que no dejan de tener mérito en su composición y artificio. Tal es entre otros la despedida del Cid y de Jimena en San Pedro de Cardeña, cuando él parte a cumplir su destierro... Hay sin duda gran distancia entre esta despedida y la de Héctor y Andrómaca en la Ilíada; pero es siempre grata la pintura de la sensibilidad de su héroe, es bello aquel volver la cabeza alejándose, y que entonces le esfuercen y conhorten los mismos a quienes da el ejemplo de esfuerzo y de constancia en las batallas. Aun es mejor en mi dictamen por su graduación dramática y su artificio el acto de acusación que el Cid intenta a sus alevosos yernos delante de las Cortes congregadas a este fin. El choque primero de los infantes y los campeones de Rodrigo en el palenque no deja de tener animación y aun estilo: Abrazan los escudos delant los corazones, abajan las lanzas avueltas con los pendones, enclinaban las caras sobre los arzones, batíen los caballos con los espolones; temblar quiere la tierra dond’ eran movedores. Martin Antolinez metió mano al espada: relumbra tod’ el campo…”

El Poema ha sido reimpreso en Alemania (en la Biblioteca Española, 163


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Provenzal y Portuguesa, de Schubert, publicada en Leipzig, año de 1809); y el alemán Bouterwek fue, según creemos, el primer escritor extranjero que dirigió su atención a él. No tenemos a la vista su obra crítica sobre la literatura española, ni recordamos exactamente los términos en que le menciona y califica, pero si no nos engaña la memoria, su juicio se diferencia poco del que acabamos de copiar, y aun es acaso menos favorable a las calidades poéticas de la composición. Muy otro fue el concepto que formó de ella el distinguido poeta y literato inglés Mr. Southey, en el prólogo a su Chronicle of the Cid; novela romancesca en que refundió junto con el poema la antigua Crónica de Rodrigo Díaz, compilada después del reinado de don Alfonso el Sabio, y dada a la prensa por el abad fray Juan de Velorado. “Nadie puede dudar (dice Mr. Southey) que el lenguaje del Poema es considerablemente más antiguo que el de Gonzalo de Berceo, que floreció por 1220; apenas basta un siglo para dar razón de la diferencia; hay pasajes que me hacen creer fue obra de un contemporáneo”. (En esta parte nos atrevemos a diferir enteramente de Mr. Southey). “Sea de esto lo que fuere, no hay duda que es el poema de más antigüedad que existe en la lengua española; en mi sentir es decidida e incomparablemente el más bello”. Algo semejante es el juicio de Mr. Hallam, en su Historia de la Edad Media (capítulo IX, parte II): “Pasaría por alto la literatura de la Península (dice este escritor), si no fuese por un poema curioso, que oscurece con su brillo las demás producciones de aquellos tiempos. Hablo de una historia métrica del Cid Ruy Diaz, escrita en un estilo bárbaro, y en un ritmo informe, pero con una animación y vivacidad de pincel verdaderamente homéricas. Es de sentir que haya perecido el nombre de su autor; mas su fecha no parece posterior al año 1150, cuando aún se conservaba fresca la memoria de las proezas del héroe, y no habían estragado el gusto español los trovadores provenzales, cuya manera, del todo diversa, habría podido tal vez, cuando no pervertir al poeta, disminuir a lo menos su aceptación y popularidad. Un juez competente en la materia ha dicho que el Poema del Cid es, sin comparación, el más bello que existe en la lengua española. Por lo menos aventaja a todo lo que se escribió en Europa antes del aparecimiento del Dante”. M. Simonde de Sismondi, en su Literatura del Mediodía de Europa, ha hablado más a la larga de este Poema, dando una idea general de su asunto, 164


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y copiando algunos de sus pasajes más notables. El ha sido, si no estamos engañados, el primero a quien ocurrió el pensamiento de la influencia de las ideas y gusto de los árabes en esta composición; pensamiento que después ha sido adoptado por otros, aunque con fundamentos debilísimos, como más adelante veremos. He aquí lo que dice de ella este escritor, en el capítulo XXIII de la obra citada (páginas 115 y siguientes de la edición de 1813, única que hemos podido consultar): “Aunque este poema en su versificación y lenguaje es casi absolutamente bárbaro, nos parece muy notable por la cándida y fiel pintura que nos ofrece de las costumbres del siglo XI, y aun más todavía por su fecha, supuesto que es el más antiguo de los poemas épicos que existen en las lenguas modernas. “El Poema desciende a menudo al estilo de un cronista bárbaro; pero cuenta los hechos con fidelidad”; —(todo lo contrario; está lleno de errores históricos, y de tradiciones vulgares desmentidas por documentos irrecusables)— “los ve y nos los hace ver… La descripción animada y dramática de las Cortes” —(convocadas para juzgar de la causa entre el Cid y los infantes de Carrión, sus yernos )— “es acaso la parte más interesante y divertida de este Poema; si bien menos como poesía, que como historia, o como pintura de costumbres… Se asegura que la crónica original del Cid fue escrita poco tiempo después de su muerte, en árabe, por dos de sus pajes musulmanes; de esta crónica se sacó primeramente el Poema, después los romances, y últimamente muchas de las tragedias más estimadas del teatro español. El Poema, aunque muy cristiano, conserva todavía ciertos resabios de su origen árabe. El modo con que en él se menciona a la divinidad, y los epítetos que se la dan, son más bien de un musulmán que de un católico: padre de los espíritus, criador divino, y otros que si bien no tienen nada de repugnante al cristianismo (de otro modo no los hubiera conservado el poeta), son con todo más conformes a los hábitos del islamismo. Por otra parte este Poema, que precedió ciento cincuenta años a la obra inmortal del Dante, tiene efectivamente el sabor de esta venerable antigüedad; sin pretensiones, sin arte, pero todo lleno de una naturaleza superior; caracteriza con fidelidad los hombres de aquel tiempo tan diferentes del nuestro, nos hace vivir con ellos; nos embelesa tanto más, cuanto menos aparece que el autor se proponga pintarlos. El poeta nos lo hace ver cuáles son, pero sin pensar en ello; las circunstancias que nos dan golpe a nosotros, no le hieren a él; no imagina que las costumbres de sus lectores sean otras que las de sus personajes; y el candor de la representación, supliendo 165


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por el talento, hace en realidad más efecto… El metro y la rima son enteramente bárbaros: se ve allí la infancia de la versificación, de la poesía y de la lengua pero se ve al mismo tiempo la edad viril de la nación y la plenitud del heroísmo”. El autor del Cuadro Histórico de la Literatura y Bellas Artes, que salió a luz el año de 1832 en el tomo 24 de la Enciclopedia Moderna francesa de M. Courtin, es otro de los escritores que nos parecen haber exagerado el influjo de los árabes en la literatura española, y especialmente en el Poema del Cid, y en los romances cortos, que aparecieron después de los largos poemas históricos a que se dio al principio este título. Habiendo hablado del Edda y de los Nibelungen, composiciones alemanas de la media edad, dice así este elegante escritor: “Tras ellas viene el poema español del Cid: verdadera epopeya, de un interés mucho más poderoso, pues se apoya en la realidad histórica… El único pueblo de Europa que ha conservado intacto el genio romancesco, el carácter de las lenguas y pueblos romances, es la España. Su drama, su cuento, su novela se fundan en el espíritu de aventuras, en la fina y espiritualizada galantería, en la vida humana considerada como una serie de azarosos acaecimientos, en la fe católica, en la fuerza de una creencia profunda. Del gusto septentrional, de las memorias griegas, de los estudios romanos, no se halla vestigio en esta literatura, que cuenta pocos aficionados, y perece por falta de impresores que perpetúen sus obras, y de lectores que las entiendan. Un viso oriental centellea sobre el fondo romancesco de la literatura española; un matiz de exageración arábiga realza su singularidad… “A la doble influencia del catolicismo y del genio árabe, se juntó la de la literatura provenzal. Desterrada de toda la Europa, la poesía de los trovadores se perpetuó en la Cataluña y el Aragón, que hablaban la misma lengua… “El admirable Poema del Cid, con su severidad ardiente y su pintoresca energía, abre la carrera de la literatura española… Una muchedumbre de romances de un gran carácter, expresiones líricas y grandiosas del mismo género de heroísmo, sobrevivieron a este poema. Lejos de respirar la blandura sensual de la Italia, juntan a la gracia más suave un acento guerrero, un tinte de desprendimiento generoso, un candor varonil de pasión, que pudieran inducirnos a calificarlos de sublimes. El sublime, efectivamente, el verdadero sublime abunda en estas composiciones, 166


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cuyo cuadro es estrecho, la composición, grande, el estilo simple, el colorido fuerte y vigoroso, la sensibilidad profunda… “Todos estos antiguos poemas están llenos de rasgos de una naturalidad afectuosa, profunda, enérgica, como los que se encuentran en Sófocles y en Homero. “Fuera de estos bellos romances, hay otros cantos, especialmente árabes, aunque escritos en español. El amor, la gloria, la venganza, el heroísmo, los celos, aparecen allí desenfrenados y delirantes, dando claras muestras de aquel fuego de poesía impetuosa y soberbia, que hemos admirado en los árabes del desierto… “La poesía castellana primitiva no tiene nada de docta, ni presenta la menor semejanza con la poesía de Italia, que bebió desde muy temprano en las fuentes de la antigüedad. El Dante era un teólogo erudito. El autor del Cid es un bárbaro de un gran talento”. IV El mismo concepto de la influencia de los árabes en la literatura castellana y señaladamente en el Poema del Cid, aparece en el artículo de la Revista Francesa, que salió a luz en los números 1.623 y 1.624 del Mercurio de Valparaíso. El autor de este artículo cree con Mr. Southey que “el Poema del Cid fue escrito poco tiempo después de la muerte del héroe, si es que en parte no lo fue durante las hazañas mismas que en él se celebran”. Para hacer este juicio, se funda en los adelantamientos del lenguaje, metro y rima, que ya se dejan notar en el poema del Alejandro, compuesto en el siglo XIII; y sostiene que no es posible referir a la misma época una producción que lleva la marca indeleble de una anterioridad de dos siglos. Debemos al Mercurio (número 1.627 y siguientes) otro interesante artículo sobre la poesía de la Península Ibérica, sacado del Foreign Quarterly Review de Londres. En éste, se distinguen dos clases de poesía castellana, la narrativa y la sentimental. “La una (dice el Revisor) es del todo gótica y salvaje, y representa el carácter original y primitivo de la nación conquistada; la otra expresa emociones ardientes, coloridas con ciertos visos de imaginación árabe: la una es concisa y enérgica; pinta con 167


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viveza el objeto, pero no se detiene en pormenores; es erguida, altanera, elocuente en su rudeza y ordinariamente sublime; la otra abunda de conceptos, habla el lenguaje de la pasión y respira una languidez amorosa. “Al frente de la poesía narrativa se presenta el antiguo Poema del Cid y los romances que se refieren al mismo asunto y lo completan. Bárbara, si se quiere, pero animada de un aliento heroico, esta crónica rimada, el más antiguo de los poemas épicos que existen en los idiomas modernos, descubre a nuestra vista el siglo del Cid todo entero. “El Cid había dejado un profundo recuerdo en el seno de la poesía española; había absorbido la atención y el pensamiento público durante un siglo; y la poesía no pudo menos de apoderarse de todas las acciones y de toda la vida de Rodrigo. Por eso vemos una multitud de romances que forman como un grupo en torno de esta crónica rimada, cuya venerable antigüedad ofrece a un tiempo los vestigios de una poesía que acaba de nacer, y de una civilización en germen, desnuda, por tanto, de lujo, pero madura en heroísmo, y rica de un denuedo generoso y de un vigor de alma inaudito. En vano se ha puesto en duda la data asignada a este antiguo monumento: el siglo XI lo produjo. Semicristiano y casi musulmán, considera a los árabes más bien como enemigos políticos que como impíos. Dios es allí el padre de los espíritus, el divino criador; y este tinte musulmán, que se mezcla con el colorido heroico, ha acreditado la creencia popular que atribuye a dos jóvenes árabes, criados del Cid, la composición de la crónica en que se refieren sus hechos”. Hemos indicado antes las razones que nos obligaban a dar al Poema una antigüedad algo menos remota que la que generalmente se le atribuye. Allí hicimos mérito de los datos cronológicos que pugnan con esta suposición, y dijimos también algo sobre la pretendida rudeza del lenguaje. Es notable la confianza con que todos desde Sánchez acá han repetido este argumento, como si la edad infantil del castellano en que está escrito el Cid y su anterioridad de uno o dos siglos al de Gonzalo de Berceo y de Segura de Astorga o de quien quiera que fuese el autor del Alejandro, saltase a los ojos y no pudiese absolutamente desconocerse. Sin embargo, nada hay menos cierto. El estilo es más desaliñado y el metro más irregular que el de Berceo; pero estos son indicios de suyo equívocos. Producciones de una misma edad varían mucho en los aliños del estilo y en la observancia de las leyes métricas. ¿No hay en italiano 168


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obras posteriores a las del Dante y el Petrarca, que, juzgando por el estilo y el metro, parecerían haberse escrito siglos antes? Y sobre todo, ¿tenemos el texto del Cid como salió de las manos de su autor? ¿No vemos señales manifiestas de la incuria de los copiantes: versos mutilados, epítetos cambiados, nombres y frases desfigurados? Nosotros referimos el Poema a la primera mitad del siglo XIII, apoyándonos principalmente en los datos cronológicos que ministra; mas, para formar este juicio, tenemos que suponer que se ha modernizado el texto; porque si no hiciésemos esta suposición, nos inclinaríamos a colocar su fecha hacia el año de 1307 de Cristo, que es la del códice que sirvió de original a Sánchez. Sentimos no poder exhibir en este lugar las razones que tenemos para pensar así: esto exigiría pormenores filológicos demasiado áridos y prolijos. Cualquiera que tenga la paciencia de cotejar el lenguaje del Cid con el de la traducción castellana del Fuero Juzgo, con las obras de Berceo, con el Alejandro de Segura, y con otros escritos del siglo XIII, no podrá menos de llegar al mismo resultado que nosotros. En cuanto a los matices arábigos de la composición, tampoco hemos podido encontrarlos. Lo único que se parece a la tintura de fatalismo que algunos han creído percibir en este romance, es la observación de los agüeros. Pero la historia atestigua que esta superstición era común entre los españoles: el Cid mismo tenía fama de insigne agorero; el poeta no hace más que pintarle tal como fue. Es verdad que los árabes de España eran muy dados a la astrología judiciaria y a las otras artes divinatorias. Del célebre Gerberto, después Papa bajo el nombre de Silvestre II, cuenta Guillermo Malmesburiense que aprendió en España la astronomía, la magia y la adivinación por el canto y vuelo de las aves. Pudo pues el ejemplo de los árabes contribuir mucho a que cundiese entre los castellanos la práctica de observar y consultar los agüeros. Pero aquí sólo tratamos del influjo directo de una literatura en otra, como el que tuvo, por ejemplo, la literatura griega en la romana: de aquel influjo que consiste en modificar el gusto, en abrir nuevos rumbos al ingenio, y dar nuevos moldes al estilo y al metro. Otro tanto decimos de la tolerancia religiosa. La España era mitad cristiana y mitad musulmana. Los hijos de la iglesia y los sectarios del alcorán moraban en unos mismos pueblos, peleaban a menudo bajo unas mismas banderas, comerciaban entre sí, y se enlazaban por el matrimonio unos con otros. La antipatía religiosa no dejaba por eso de existir; pero no era 169


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posible que tuviese entonces la acrimonia y el espíritu perseguidor que después encendió las hogueras de la inquisición y expulsó a los moriscos. En estas circunstancias, un poeta no podía tomar otro tono que el de sus compatriotas, ni describir sino lo que pasaba a su vista. ¿Prueba esto, que las musas arábigas inspirasen los primeros cantos castellanos? ¿No tendríamos igual motivo para decir que en el poema de Ercilla se percibe un reflejo araucano? En vez de suponer en las composiciones españolas de aquella era un espíritu y colorido oriental, cuando realmente lo que vemos es todo lo contrario, debería más bien explicarse el fenómeno de una poesía naciente, que criada entre tantas influencias arábigas, es exclusivamente cristiana y europea en sus temas, en su estilo, en sus arreos, en todos sus elementos poéticos. Se ha insistido mucho, desde que Sismondi lo anunció por la primera vez, sobre ciertos epítetos que en el Cid se suelen dar a la divinidad; y nada es más común que esos mismos epítetos en las obras de los troveres: Or escoutez, Seigneurs, por Deu l’esperitable2. (Escuchad, pues, Señores, por Dios el espiritual). Seigneurs Barons, fait il, por Dieu le creatour, la est li Amirant dont avez tel paour3. (Señores Barones, dice, por Dios el Criador, allí está el Almirante de quien tenéis tal pavor). Dieu le veuille sauver, qui maint au firmament4. (Quiérale Dios salvar, que mora en el firmamento). Tout est en Deu, le verai creatour5. (Todo está en Dios, el verdadero Criador). Deu reclama, qui toz tens iert et fu6. (A Dios llamó, que en todos tiempos será y fue).

¿Hay algo que huela al alcorán y a los árabes en unos modos de hablar tan genuinamente católicos? Es verdad que no será fácil encontrar en las antiguas gestas francesas el dictado de Padre de los espíritus; pero tampoco 2

Romance del Caballero del Cisne, en el Museo Británico.

3

Romance de Carlomagno.

4

Ibídem.

5

Romance de Gerardo de Viena.

Ibídem. (Notas de Bello) 6

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Literatura castellana

lo hay en el Cid, donde sólo se da al Ser Supremo el título de Padre espiritual, traducido con alguna libertad por M. de Sismondi, a quien han copiado los otros. Es por demás buscar influencias exóticas y misteriosas en el uso de estos y otros epítetos de ripio, que son característicos de toda poesía naciente. Los romancistas de la edad media los emplearon para satisfacer a las exigencias del metro y de la rima, como los rapsodos de la Grecia y el mismo Homero llamaban a su Júpiter el próvido y el saturnio, y el congregador de las nubes, y el que se goza en el rayo, sin otro objeto que llenar sus hexámetros. El fondo es diferente, pero el proceder del arte uno mismo. Sobre el origen arábigo de las tradiciones populares del Cid, puede hacerse igual observación. La Crónica General, atribuida con fundamento o sin él al rey don Alfonso el Sabio, y la Crónica del Cid, dada a luz por fray Juan de Velorado, abad de San Pedro de Cardeña, y compuesta, según se ve en ella misma, algún tiempo después del reinado de aquel príncipe, dicen que un moro valenciano llamado Abén Alfanje, que se convirtió a la fe cristiana y fue criado del Cid, escribió la historia de este capitán en idioma arábigo. Ambas crónicas la citan; pero ya se sabe lo poco que vale su testimonio. Creemos que hay en ellas capítulos que se sacaron de obras arábigas auténticas; y no es imposible que existiese verdaderamente aquel Abén Alfanje, historiador contemporáneo del Cid, y acaso criado suyo. Lo que nos parece más verosímil es que alguna historia de tantas como compusieron los árabes españoles suministrase noticias relativas al Cid; que estas noticias pasasen a las crónicas y romances más antiguos de los castellanos, y de estas obras a las que después se escribieron; que citada aquella historia por los primeros escritores castellanos que trataron de los hechos del Cid, se la imputasen después cosas que ni estaban en el original arábigo ni en otro alguno; y que Abén Alfanje (si fue en efecto un personaje real) viniese a ser de este modo el Cid Hamete Benengeli de la leyenda fabulosa de Ruy Diaz. Por lo que toca a los capítulos que en la Crónica General y en la del monasterio de Cardeña parecen ciertamente de origen arábigo, no cabe duda que se hicieron con una intención puramente histórica. Jamás hemos pretendido negar que las ideas y las preocupaciones de los árabes no tuviesen cabida en las obras de los primeros poetas castellanos: nuestra 171


Gramática de la Libertad

negativa ha recaído solamente sobre las concepciones poéticas, el gusto, la expresión, la manera. Un historiador pudo aprovecharse de memorias arábigas, vertiéndolas alguna vez a la letra; y estas particularidades históricas, entrando en el caudal de las tradiciones populares, pudieron luego servir de asunto a los poetas, sin que en la elaboración y en las formas peculiares de las obras que éstos dieron a luz haya tenido parte alguna la imaginación de los árabes. Así trataron los troveres la guerra de Troya y las hazañas de Alejandro: la fuente de los hechos que nos refieren es primitivamente griega; el colorido, el estilo, todo aquello que es producto inmediato de la creación poética, está marcado con una estampa peculiar, que no es la del genio helénico. Después de prolijas investigaciones sobre esta parte de la historia literaria, hechas en países donde teníamos copiosos documentos a la mano, muchos de ellos inéditos, nos hemos convencido de que la epopeya caballeresca de las gestas o romances de la Edad Media, debió poco a los griegos y romanos, y menos todavía a los árabes; que las naciones germánicas trajeron su primer germen al mediodía de Europa; que las tribus célticas de la Gran Bretaña la cultivaron por su parte con mucho suceso y le dieron algunas de sus facciones características; que los troveres la aplicaron a un gran número de asuntos nacionales, y más adelante la enriquecieron adoptando la mitología peculiar de los celtas; que esos mismos troveres, o versificadores franceses del otro lado del Loira, sirvieron de modelo a los más antiguos poetas castellanos y singularmente al autor de la Gesta del Cid; y que esta última composición, lejos de ser, como han pretendido varios literatos, el poema épico más antiguo de la Europa moderna, pertenece a una clase de composiciones que eran comunes en la lengua francesa desde el siglo XI, y con las cuales tiene un aire de familia que no puede desconocerse.

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PRÓLOGO DE POEMA DEL CID I

Prólogo Hace muchos años que me ocurrió la idea de dar a luz una nueva edición del Poema del Cid, publicado en Madrid el año de 1779 por don Tomás Antonio Sánchez, bibliotecario de Su Majestad, en el tomo I de su Colección de Poesías Castellanas anteriores al siglo XV. Me movieron a ello, por una parte, el interés que esta producción de la edad media española excitó en Inglaterra y Alemania, a poco de ser conocida, y sucesivamente en Francia y España; y por otra, el lastimoso estado de corrupción en que se hallaba el texto de Sánchez. Hubo desde luego gran diversidad de opiniones sobre el mérito y la antigüedad de la obra. No faltó erudito que la mirase como el mejor de todos los poemas épicos españoles. Para otros, al contrario, no era ella más que una crónica descamada, escrita en un lenguaje bárbaro y en una versificación sumamente ruda e informe. Alguno la supuso compuesta pocos años después de la muerte del héroe, y algún otro no le concedió más antigüedad que la del manuscrito de que se sirvió Sánchez, encontrado en un monasterio de Vivar, cerca de Burgos, y único hasta ahora conocido. I Como punto de partida conviene inquirir cuál era la verdadera fecha del manuscrito. Los últimos versos del Poema dicen que “Per Abbat lo escribió en el mes de Mayo, en era de mill e CC…XLV años”. Pero después de la segunda C, según el testimonio del editor, se notaba una raspadura, y un espacio vacío como el que hubiera ocupado otra C, o la conjunción e, que no deja de ocurrir otras veces en semejantes fechas. Esta segunda suposición es inadmisible. ¿Qué objeto hubiera tenido la cancelación de una voz tan usual y propia? ¿Era tan nimiamente escrupuloso en el uso de las palabras el que puso por escrito el Poema? No es imposible que habiendo escrito una C de más, la borrase. Pero lo más verosímil es que algún curioso la rasparía, como sospecha Sánchez, para dar al códice más antigüedad y estimación; conjetura que se confirma, no sólo por la letra, 173


Gramática de la Libertad

que parecía del siglo XIV según el mismo Sánchez, sino por el juicio que posteriormente han formado los eruditos don Pascual de Gayangos y don Enrique de Vedia, traductores de la Historia Literaria de España por Mr. Ticknor. Dichos señores tuvieron el manuscrito a la vista, y se expresan así en una de sus anotaciones (tomo I, página 496): “En cuanto a la fecha del códice, no admite duda que se escribió en MCCCXLV, y que algún curioso raspó una de las CCC a fin de darle mayor antigüedad: si hubiese habido una e en lugar de una C, como algunos suponen, la raspadura no hubiera sido tan grande. Punto es este que hemos examinado con detención y escrupulosidad a la vista del códice original, y acerca del cual no nos queda la menor duda”. La era MCCCXLV corresponde al año 1307 de la vulgar, porque, como todos lo saben, era, mencionada absolutamente, designaba en aquellos tiempos la era española, que añadía treinta y ocho años a la era vulgar. El distinguido anticuario don Rafael Floranes, con la mira de apoyar una conjetura suya relativa al autor del Poema, quiso suponer que la era de que habla el manuscrito no era la española, sino la vulgar; pero en esta parte me parece estar en contrario la costumbre antigua, conforme a la cual, cuando se designaba la segunda, solía añadirse alguna especificación, diciendo, por ejemplo: Era o Año de la Encarnación, o del Nacimiento de Cristo. II ¿En qué tiempo se compuso el Poema? No admite duda que su antigüedad es muy superior a la del códice. Yo me inclino a mirarlo como la primera, en el orden cronológico, de las poesías castellanas que han llegado a nosotros. Mas, para formar este juicio, presupongo que el manuscrito de Vivar no nos lo retrata con sus facciones primitivas, sino desfigurado por los juglares que lo cantaban, y por los copiantes que hicieron sin duda con ésta lo que con otras obras antiguas, acomodándola a las sucesivas variaciones de la lengua, quitando, poniendo y alterando a su antojo, hasta que vino a parar en el estado lastimoso de mutilación y degradación en que ahora la vemos. No es necesaria mucha perspicacia para descubrir acá y allá vacíos, interpolaciones, trasposiciones y la sustitución de unos epítetos a otros, con daño del ritmo y de la rima. Las poesías destinadas al vulgo debían sufrir más que otras esta especie de bastardeo, ya en las copias, ya en la trasmisión oral. 174


Prólogo al Poema del Cid

Que desde mediados del siglo XII hubo uno o varios poemas que celebraban las proezas del Cid, es incontestable. En la Crónica latina de Alfonso VII, escrita en la segunda mitad de aquel siglo, introduce el autor un catálogo, en verso, de las tropas y caudillos que concurrieron a la expedición de Almería; y, citando entre éstos a Alvar Rodríguez de Toledo, recuerda a su abuelo Alvar Fáñez, compañero de Ruy Diaz, y dice de este último que sus hazañas eran celebradas en cantares y que se le llamaba comúnmente Mio Cid: Ipse Rodericus Mio Cid saepe vocatus, De quo cantatur, etc.

Se cantaban, pues, las victorias de Ruy Diaz y se le daba el título de Mio Cid, con que le nombra a cada paso el Poema, desde la segunda mitad del siglo XII por lo menos. Mr. Ticknor conjetura, por estos versos, que a mediados de aquel siglo eran ya conocidos y cantados los romances de que empezaron a salir colecciones impresas en el siglo XVI, a muchos de los cuales han dado materia los hechos de Ruy Diaz. Pero es extraño que no hubiese extendido esta conjetura al Poema del Cid, en que es frecuentísimo y, por decirlo así, habitual el epíteto de Mio Cid, que no recuerdo haber visto en ninguno de los viejos romances octosílabos que celebran los hechos del Campeador. Estos romances, que el célebre historiador anglo-americano designa con la palabra inglesa ballads, compuestos en verso octosílabo con asonancia o consonancia alternativa, no parecen haber sido conocidos bajo esta forma antes del siglo XV, puesto que no se ha descubierto, según entiendo, ningún antiguo manuscrito en que aparezcan con ella. Es verdad que indudablemente provienen de los versos largos usados en el Poema del Cid, en las composiciones de Berceo, en el Alejandro, etc., habiendo dado lugar a ello la práctica de escribir en dos líneas distintas los dos hemistiquios del verso largo. Pero desde que se miraron como dos metros diferentes, aquel verso largo llamado comúnmente alejandrino y el de los romances octosílabos, no hay razón alguna para encontrar en la Crónica de Alfonso VII el menor indicio de la existencia de éstos, que por otra parte difieren mucho de la más antigua poesía narrativa en cuanto al lenguaje y estilo, sin embargo de que en algunos pasajes copian la Gesta de Mio Cid, cual aparece en la edición de Sánchez; pero siempre modernizándola. 175


Gramática de la Libertad

Debe notarse que la palabra romance ha tenido diferentes acepciones en castellano, además de su primitivo significado de lengua romana vulgar, en que todavía es generalmente usada. Empleada fue para denotar todo género de composiciones poéticas. Berceo llama romance sus Loores de Nuestra Señora (copla 232), y el Arcipreste de Hita su colección de poesías devotas, morales y satíricas (coplas 4 y 1608). Es natural que en España, como en Francia, se designasen particularmente con el título de romances las más antiguas epopeyas históricas o caballerescas apellidadas también Gestas y Cantares de Gesta. Así vemos que en el Poema del Cid se llama Gesta el Poema mismo, y Cantares sus principales divisiones. Por consiguiente, lo que se significaba con la palabra romances, o eran composiciones métricas de cualquiera materia o forma, o eran determinadamente cantares de gesta. Imprimiéronse después los romances viejos de los antiguos cancioneros y romanceros. Y por último, en el siglo XVII, se compusieron en verso octosílabo con asonancia alternativa, aquellos romances subjetivos o líricos en que se han ejercitado los mejores poetas españoles hasta nuestros días, bien que con más exactitud en el ritmo y más cultura en el estilo. Los críticos extranjeros que con laudable celo se han dedicado a ilustrar las antigüedades de la poesía castellana, no han tenido siempre, ni era de esperar que tuviesen, bastante discernimiento para distinguir estas dos edades del romance octosílabo, ni para echar de ver que aun los romances viejos distaban mucho de la antigua poesía narrativa de los castellanos, cual aparece en los poemas auténticos del siglo XIII. Argote de Molina y Ortiz de Zúñiga, citados por don Tomás Antonio Sánchez (nota a la copla 1016 del Arcipreste de Hita) y por Mr. Ticknor (tomo I, pág. 116 de su Historia), habla de dos poetas llamados Nicolás de los Romances y Domingo Abad de los Romances, que acompañaron al rey San Femando en la conquista de Sevilla y tuvieron repartimientos en la misma ciudad. Apoyado en las consideraciones precedentes, creo que la palabra Romances de este apellido no significa determinadamente los octosílabos que se compilaron en los romanceros y cancioneros, sino composiciones métricas en general; y concurre a probarlo el metro de una cántiga que atribuyen a Domingo Abad, y de que se copian algunas coplas, en pentasílabos aconsonantados. Lo que ha parecido a muchos una señal menos equívoca de superior 176


Prólogo al Poema del Cid

antigüedad en el Cid es la irregularidad del metro. Pero en esta parte ha influido mucho la incuria de los copiantes, de que se verán notabilísimos ejemplos en la presente edición y en las notas que la acompañan. Además, si viésemos en ello un medio seguro de calificar la antigüedad de una obra, sería preciso suponer que el Arcipreste de Hita había florecido antes que Gonzalo de Berceo, y que la Crónica Rimada que se ha publicado recientemente en el volumen XVI de la Biblioteca de Rivadeneyra, había precedido al Poema mismo del Cid, a despecho de las razones indubitables que manifiestan su posterioridad. Y en cuanto a la sencillez y desaliño de la frase y de la construcción, éste es un indicio de menos valor todavía. Berceo es en general más correcto y un tanto más artificial en la estructura de sus períodos; pero esto pudiera provenir de circunstancias diferentes, como la instrucción del autor, y especialmente su conocimiento de la lengua latina, el cual supone ciertas nociones gramaticales. Sería temeridad afirmar que el Poema que conocemos fuese precisamente aquel, o uno de aquellos, a que se alude en la Crónica de Alfonso VII, aun prescindiendo de la indubitable corrupción del texto, y no mirando el manuscrito de Vivar si no como trascripción incorrecta de una obra de más antigua data. Pero tengo por muy verosímil que por los años de 1150 se cantaba una gesta o relación de los hechos de Mio Cid en los versos largos y el estilo sencillo y cortado, cuyo tipo se conserva en el Poema, no obstante sus incorrecciones; relación, aunque destinada a cantarse, escrita con pretensiones de historia, recibida como tal, y depositaria de tradiciones que por su cercanía a los tiempos del héroe no se alejarían mucho de la verdad. Esta relación, con el transcurso de los años y según el proceder ordinario de las creencias y de los cantos del vulgo, fue recibiendo continuas modificaciones e interpolaciones, en que se exageraron los hechos del campeón castellano y se injirieron fábulas que no tardaron en pasar a las crónicas y a lo que entonces se reputaba historia. Cada generación de juglares tuvo, por decirlo así, su edición peculiar, en que no sólo el lenguaje, sino la leyenda tradicional, aparecían bajo formas nuevas. El presente Poema del Cid es una de estas ediciones, y representa una de las fases sucesivas de aquella antiquísima gesta. Cuál fuese la fecha de esta edición es lo que se trata de averiguar. Si no prescindiésemos de las alteraciones puramente ortográficas, del retoque de frases y palabras para ajustarlas al estado de la lengua en 1307, y de al177


Gramática de la Libertad

gunas otras innovaciones que no atañen ni a la sustancia de los hechos ni al carácter típico de la expresión y del estilo, sería menester dar al Poema una antigüedad poco superior a la del códice. Pero el códice, en medio de sus infidelidades, reproduce sin duda una obra que contaba ya muchos años de fecha. Pruébalo así, no la rudeza del metro comparado con el de Berceo, porque este indicio, según lo que antes se ha dicho, vale poco. Tampoco lo prueba la mayor ancianidad de los vocablos y frases del Mio Cid cotejados con los de Berceo y otros escritores del siglo XIII, porque esta aserción carece de fundamento: el que se tome la pena de recorrer el Glosario con que terminará la presente edición, verá al lado de los vocablos y frases del Mio Cid las formas que dan a éstos Berceo, el Alejandro, la versión castellana del Fuero Juzgo, y otras obras que se miran como posteriores al Mio Cid; formas que generalmente se acercan más a las de los respectivos orígenes latinos, y que por consiguiente parecen revelar una antigüedad superior. Por ahora me limitaré a unas pocas observaciones. 1. En el Cid no se ven otros artículos que los modernos el, la, lo, los, las. En el Alejandro se emplean a veces ela por la, elo por lo, elos por los, elas por las. Creyeron a Tersites ela maor partida. (Copla 402) Por vengar ela ira olvidó lealtat. (668) Alzan elo que sobra forte de los tauleros. (2221) Fueron elos troyanos de mal viento feridos. (572) Quiérovos quántas eran elas naves cuntar. (225) Exian de Paraiso elas tres aguas sanctas. (261)

Lo mismo vemos de cuando en cuando en la versión castellana del Fuero Juzgo: “E por esto destrua más elos enemigos extrannos, por tener el so poblo en paz”. “De las bonas costumpnes nasce ela paz et ela concordia entre los poblos”. Sánchez, en su edición del Alejandro, escribe inadvertidamente estos antiguos artículos como dos palabras e la, e lo, etc. Apenas 178


Prólogo al Poema del Cid

es necesario notar su inmediata derivación de las voces latinas illa, illud, illas, illos. Ellos forman una transición entre las formas latinas y las del Poema del Cid. 2. En el verbo que significaba en latín la existencia se habían amalgamado diferentes verbos; porque fui, fueram, fuero, fuerim, fuissem, vienen sin duda de diversa raíz que es, est, estis, este, estote, eram, ero, essem; y es probable que sum, sumus, sunt, sim, provengan de una tercera raíz. Los castellanos aumentaron esta heterogeneidad de elementos, añadiendo otro nuevo, que tomaron del verbo latino sedeo; elemento que aparece tanto más a menudo y se aproxima tanto más a la forma latina, cuanto es más antiguo el escritor. En Berceo encontramos las formas seo (sedeo), siedes (sedes), siede (sedet), sedemos (sedemus), seedes (sedetis), sieden (sedent), de que no hallo vestigio en el Cid, cuyo presente de indicativo es siempre muy semejante al moderno: so, eres, es, somos, sodes, son. En el imperfecto de indicativo se asemeja el Cid a Berceo: sedía, sedías, o sedíe, sedíes, o seia, seias, o seie, seies, derivados de sedebam, sedebas, además de era, eras. Tenemos en Berceo el imperativo seed (sedete): en el Cid, sed, como hoy se dice. El Arcipreste de Hita conserva todavía el subjuntivo seya, seyas (sedeam, sedeas). En el Cid leemos constantemente sea, seas. El infinitivo en Berceo es por lo regular seer (sedere): en el Cid siempre ser, contracción que no sube seguramente al siglo decimotercio. Así lo que en Berceo es seeré, seería, o seeríe, en el Cid es seré, sería, seríe. Verdad es que en Berceo se encuentra a veces la contracción seré, sería, seríe, cuando lo exige el metro; pero prevalece la doble e, de que creo no se halla ningún ejemplo en el Cid. Esta incorporación del verbo latino sedeo, en el castellano, que significa la existencia, es antiquísima en la lengua. Se encuentra en las primeras escrituras y privilegios que conocemos: en el de Avilés tenemos todavía la forma latina pura sedeat, que después fue seya, y al fin sea. En nuestro 179


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moderno ser no subsisten más formas tomadas de sedeo, que este mismo infinitivo ser (de que se formaron seré y sería) y el presente de subjuntivo sea, seas. 3. Un tiempo de la conjugación latina que no aparece en el Mio Cid y que se encuentra todavía en Berceo, es el terminado en aro, ero (fuero, potuero): Si una vez tornaro en la mi calabrina, non fallaré en el mundo señora nin madrina. (S. Oria, 104) Ca si Dios lo quisiere e yo ferlo podiero, buscarvos he acorro en quanto que sopiero. (Milagros, 248)

A la verdad, la mayor o menor cercanía de las formas verbales a sus orígenes latinos puede provenir, en algunos casos, de la degeneración más o menos rápida que sufrió la lengua madre en diferentes provincias de la Península; pero, a cualquiera causa que se deba, es igualmente inadmisible la aserción de superior antigüedad aparente que se atribuye al lenguaje del Mio Cid. Observan algunos, con bastante plausibilidad, que el Poema no pudo haberse compuesto sino cuando muchos de los vocablos castellanos no habían pasado todavía de la vocal o al diptongo ue; cuando, por ejemplo, no se decía muerte sino morte, ni fuerte sino forte, etc. Así vemos a fuer (for), v. 1405, y a fuert (fort), v. 1353, etc., asonar en o. Los copiantes, dando a las palabras la pronunciación contemporánea, pintando esta pronunciación en la escritura y haciendo así desaparecer la asonancia, nos dan a conocer que trabajaban sobre originales que habían envejecido cuando los trascribían. Pero esto por sí solo no nos da motivo para suponer que el Mio Cid se escribiese antes que las composiciones de Berceo; porque es muy digno de notarse que, en ninguna de las rimas de este copioso escritor, consuenan vocablos acentuados en ué con vocablos acentuados en ó: los primeros asuenan solamente entre sí, y parecen probar que en tiempo de Berceo no se había trasformado todavía la vocal o en el diptongo ue. Así, en la copla 263 de la Vida de San Millán, riman cuesta, respuesta, puesta y desapuesta; y en la copla 83 de los Loores de Nuestra Señora, riman huerto, tuerto, puerto y muerto; donde es visible 180


Prólogo al Poema del Cid

que, sustituyendo al diptongo ue la vocal o de que se origina, subsistiría la consonancia. Como ésta es una práctica invariable en Berceo, es de creer que tampoco en su tiempo se había verificado la trasformación de la vocal en el diptongo. No vemos observada la misma práctica en ninguno de los otros escritores: en el Loor de Berceo (de autor desconocido) vemos rimar a cuento con ciento, y consonancias semejantes a éstas se encuentran algunas veces en el Alejandro y más frecuentemente en el Arcipreste de Hita. Otra observación han hecho ciertos críticos en prueba de las alteraciones que había sufrido el texto según lo exhibe el manuscrito de Vivar, y es la asonancia de vocablos graves con vocablos agudos, como de mensaje, partes, grandes, con lidiar, canal, voluntad; y de bendiciones, corredores, ciclatones, con Campeador, sol, razón. De aquí coligieron que el poeta hubo de haber escrito lidiare, canale, Campeadore, razone, terminaciones más semejantes a las del origen latino y por consiguiente más antiguas. Pero la verdad del caso es que, según la práctica de los poetas en la primera edad de la lengua, no se contaba para la asonancia la e de la última sílaba de las palabras graves, sin duda porque se profería de un modo algo débil y sordo, a semejanza de la e muda francesa. En efecto, es inconcebible que se haya pronunciado jamás sone, dane, yae, en lugar de son, dan, ya (sunt, dant, jam); la e de la sílaba final hubiera alejado estas palabras de su origen en vez de acercarlas. Por otra parte, las obras en prosa nos dan a cada paso ovier por oviere, quisier por quisiere, podier por podiere, dond por donde, part por parte, grand por grande; y no se ve nunca mase por mas o mais, ni dae por da, ni dane por dan, ni yae por ya, como escribieron los colectores de romances en el siglo XVI, los cuales, queriendo restablecer la asonancia que había dejado de percibirse, añadieron una e a la sílaba final de las voces agudas, cuando en rigor debieron haberla quitado a las graves, escribiendo part, cort, corredor’s, infant’s. De esta manera habrían representado aproximativamente los antiguos sonidos débiles y sordos, a que el castellano había ya dado más robustez y llenura, cuando ellos escribieron. En los cancioneros mismos no figura nunca esta e advenediza sino en los finales de versos, donde los colectores imaginaron que hacía falta para la rima asonante. De todos modos, la presencia de esta e no daría más antigüedad al Poema 181


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del Cid que a muchos de los romances viejos, donde leemos, por ejemplo: Moriana en un castillo Juega con el moro Galvane; Juegan los dos a las tablas Por mayor placer tomare. Cada vez que el moro pierde, Bien perdía una cibdade; Cuando Moriana pierde, La mano le da a besare; Por placer que el moro toma Adormecido se cae, etc. (Rivadeneyra, Bibl. de AA. Esp., vol. X, pág. 3).

Volviendo a los argumentos que se sacan de la sencillez o rudeza del lenguaje y de la irregularidad del metro para averiguar la antigüedad del Mio Cid, aunque merezcan tomarse en consideración, me parece preciso reconocer que no siempre son concluyentes, influyendo en ellos la cultura del autor y el género de la composición, que destinada a cantos populares, no podía menos de adaptarse a la general ignorancia y barbarie de los oyentes, en aquella tenebrosa época en que empezaron a desenvolverse los idiomas modernos. Así encontramos que, aquellas cláusulas cortas y muchas veces inconexas, son características de los cantares de gesta, tanto españoles como franceses; y se conserva todavía en nuestros romances viejos, y hasta cierto punto puede percibirse una especie de reminiscencia de ellas en los del siglo XVII. Agrégase a todo esto que, según se ha notado arriba, la más o menos cercanía de los vocablos a sus orígenes latinos proviene, en parte, no tanto de la edad del escritor, como de su dialecto provincial; porque es un hecho incontestable que la degeneración del latín fue más o menos rápida, y los vocablos mismos más o menos modificados en los diferentes reinos o provincias de la Península. Atendiendo a las formas materiales de los vocablos, creo que la composición del Mio Cid puede referirse a la primera mitad del siglo XIII, aunque con más inmediación al año 1200 de la era vulgar que al año 1250 y adquiere más fuerza esta conjetura, si de los indicios sugeridos por las formas materiales pasamos a los hechos narrados en la Gesta. Las fábulas y errores históricos de que abunda, denuncian el trascurso de un siglo, 182


Prólogo al Poema del Cid

cuando menos, entre la existencia del héroe y la del Poema. La epopeya de los siglos XII y XIII era en España una historia en verso, escrita sin discernimiento y atestada de las hablillas con que, en todo tiempo, ha desfigurado el vulgo los hechos de los hombres ilustres, y mucho más en épocas de general rudeza; y, sin embargo, era recibida por la gente que la oía cantar (pues lectores había poquísimos fuera de los claustros), como una relación sustancialmente verdadera de la vida o las principales aventuras de un personaje. Pero las tradiciones fabulosas no nacen ni se acreditan de golpe, mayormente aquellas que suponen una entera ignorancia de la historia auténtica, y que se oponen a ella en cosas que no pudieron ocultarse a los contemporáneos o a sus inmediatos descendientes. Tal es en el Poema del Cid la fábula del casamiento de las hijas de Ruy Diaz con los Infantes de Carrión, y todo lo que de allí se siguió hasta su matrimonio con los infantes de Aragón y de Navarra. Echase de ver que el autor del Poema ignoró la alta calidad de doña Jimena, la esposa del héroe, y los verdaderos nombres y enlaces de sus hijas. Sus infantes de Carrión son tan apócrifos como los de Lara, de no menor celebridad romancesca. Que se exagerasen desde muy temprano el número y grandeza de las hazañas de un caudillo tan señalado y tan popular, nada de extraordinario tendría; pero es difícil concebir que poco después de su muerte, cuando uno de sus nietos ocupaba el trono de Navarra, y una biznieta estaba casada con el heredero de Castilla; cuando aún vivían acaso algunos de sus compañeros de armas, y muchísimos sin duda de los inmediatos descendientes de éstos se hallaban derramados por toda España, se ignorase en Castilla haber sido su esposa una señora que tenía estrechas relaciones de sangre con la familia reinante, y haber casado la menor de sus hijas, no con un infante aragonés imaginario, sino con un conde soberano de Barcelona, que finó treinta y dos años después de su suegro1. Algunos habrá que se paguen de los efugios a que apelaron Berganza y otros para conciliar las tradiciones poéticas del Cid con la historia, suponiendo, entre otras cosas, que el Cid se casó dos veces, y que cada una de sus hijas tuvo dos nombres diferentes. Pero todo ello, sobre infundado y gratuito, es insuficiente para salvar la veracidad de los romances, crónicas y gestas, que reconocen un solo matrimonio del Cid, y dan un solo nomHasta aquí, según el Profesor Baldomero Pizarro, el texto de este Prólogo corresponde a la redacción de Bello en 1862. A continuación, hasta donde se señalará, usa parte del escrito, con algunas variantes, del trabajo Observaciones sobre la Historia de la Literatura Española de Jorge Ticknor, en la parte publicada en 1852. (Comisión Editora. Caracas). 1

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bre a cada una de sus hijas. En las Notas procuraré separar lo histórico de lo fabuloso en las tradiciones populares relativas al Cid Campeador, y refutar al mismo tiempo los argumentos de aquellos que, echando por el rumbo contrario, no encuentran nada que merezca confianza en cuanto se ha escrito de Ruy Diaz, y hasta dudan que haya existido jamás. El juicio sugerido por el cotejo de los hechos narrados en el Poema con la verdadera historia, se comprueba en parte por un dato cronológico en el verso 1201, donde se hace mención del rey de los Montes Claros, título que dieron los españoles a los príncipes de la secta y dinastía de los Almohades. Esta secta no se levantó en África hasta muy entrado ya el siglo XII, ni tuvo injerencia en las cosas de España hasta mediados del mismo siglo; y así, un autor que escribiese por aquel tiempo, o poco después, no podía caer en el anacronismo de hacerlos contemporáneos del Cid y de Juceph, miramamolín de la dinastía de los Almorávides, derribada por ellos. En la Castilla del Padre Risco, a la página 69, se cita un dictamen del distinguido anticuario don Rafael Floranes, el cual, dice Risco, “advirtiendo que en el Repartimiento de Sevilla del año 1253, que publicó Espinosa en la historia de aquella ciudad, se nombraba entre otros a Pero Abat, chantre de la clerecía real, llegó a persuadirse que no fue otro el autor del Poema, atendido el tiempo, el oficio de este sujeto y el buen gusto de don Alfonso IX y del santo rey don Fernando su hijo”. Según esto, Per Abbat no es el nombre de un mero copista, sino el del autor; y el manuscrito lleva la fecha de la composición, no de la copia. Pero ¿será esa fecha la de 1207, que corresponde a la era MCCXLV que parece ser la del códice, o la del año 1307 correspondiente a la era MCCCXLV, que según lo arriba dicho es la única que puede aceptarse? La primera no convenía a Floranes, que por otro dato de que luego hablaremos, no creía que el Poema del Cid se hubiese compuesto antes de 1221. Pero la segunda dista demasiado de la época del Repartimiento. Para obviar esta dificultad supuso Floranes que la era del manuscrito no significaba la española, sino la vulgar del nacimiento de Cristo, que cuenta, como todos saben, 38 años menos. Compúsose, pues, el poema, según Floranes, en el mes de mayo del año 1245. Esta opinión ha tenido pocos secuaces. Militan contra ella, no tanto las señales de superior antigüedad del Poema, que, en rigor, no son decisi184


Prólogo al Poema del Cid

vas, cuanto la sospechosísima raspadura y la conversión de la era en el año de Cristo, contra la costumbre general de aquel tiempo. La semejanza de nombre y apellido no es argumento de bastante fuerza contra dificultades tan graves. Ejemplos de igual semejanza, sin identidad personal, eran comunísimos en España por la poca variedad de los nombres propios que se usaban, y porque muchos de ellos eran hereditarios y estaban como vinculados en ciertas familias. Por lo demás, las palabras mismas del códice manifiestan que allí se trata de una copia, pues un mes (como observa Sánchez) era tiempo bastante para trascribir el Poema, no para componerlo. Floranes insistió particularmente en los versos siguientes, que están al fin del Poema: Ved qual ondra crece al que en buen ora nació, Quando señoras son sus fijas de Navarra e de Aragón. Oy los Reyes de España sos parientes son. A todos alcanza ondra por el que en buen ora nació.

En la edición de Sánchez se lee todas, en lugar de todos; errata manifiesta, sea del manuscrito o del impreso, porque este adjetivo no puede referirse sino a reyes. Parece colegirse de estos versos haberse compuesto el Poema después que todas las familias reinantes de España habían emparentado con la descendencia del Cid. Ahora bien; la sangre de Ruy Diaz subió al trono de Navarra con don García Ramírez, nieto del Cid, que recobró los dominios de sus mayores en 1134. Entró en la familia real de Castilla el año 1151, por el casamiento de Blanca de Navarra, hija de don García Ramírez, con el infante don Sancho, hijo del emperador don Alonso y heredero del reino. De Castilla la llevó a León en 1197 doña Berenguela, hija del rey don Alonso el de las Navas, que fue hijo de los referidos Sancho y Blanca; y a Portugal doña Urraca, que casó con el monarca portugués Alonso II, cuyo reinado principió en 1212. Y los reyes de Aragón no entroncaron con ella hasta el año de 1221, por el matrimonio de don Jaime el Conquistador con Berenguela de Castilla. Por consiguiente el Poema no pudo menos de componerse después de 1221, según la conclusión de don Rafael Floranes.

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Pero es preciso apreciar este argumento en lo que realmente vale. No se debe deducir de los versos citados la verdadera edad de la composición según los datos de la historia auténtica, sino según las erradas nociones históricas del poeta, cualesquiera que fuesen. Si el poeta creyó que la descendencia del Cid se había enlazado con la dinastía de Aragón desde el siglo undécimo, por el supuesto matrimonio de una de las hijas del Cid con un infante aragonés, claro está que la data verdadera del enlace de las dos familias no puede servir para fijar el tiempo en que se escribió el Poema. Y descartada esta fecha, es preciso confesar que no valen gran cosa las otras. Porque habiendo creído el poeta que la sangre del Cid ennoblecía desde el siglo XI dos de los principales tronos de la España cristiana, el de Aragón y el de Navarra, los enlaces repetidos de las varias familias reinantes de la Península le daban suficiente motivo para colegir vagamente que en el espacio de ochenta o cien años habrían emparentado todas ellas con la descendencia del Campeador, sin pensar en matrimonios ni épocas determinadas. La consecuencia legítima que se puede deducir de aquellos versos no sería más que una repetición de lo que arriba he dicho: es preciso que entre ellos y la muerte del Cid haya trascurrido bastante tiempo para que tantos hechos exagerados o falsos pasasen por moneda corriente. Por otra parte me inclino a creer que el Poema no se compuso mucho después de 1200, y que aun pudo escribirse algunos años antes, atendiendo a las fábulas que en él se introducen, las cuales están, por decirlo así, a la mitad del camino entre la verdad histórica y las abultadas ficciones de la Crónica General y de la Crónica del Cid, que se compusieron algo más adelante. El lenguaje, ciertamente, según lo exhibe el códice de Vivar, no sube a una antigüedad tan remota; pero ya hemos indicado la causa. Sobre quién fuese el autor de este venerable monumento de la lengua, no tenemos ni conjeturas siquiera, excepto la de don Rafael Floranes, que no ha hecho fortuna. Pero bien mirado, el Poema del Cid ha sido la obra de una serie de generaciones de poetas, cada una de las cuales ha formado su texto peculiar, refundiendo los anteriores, y realzándolos con exageraciones y fábulas que hallaban fácil acogida en la vanidad nacional y la credulidad. Ni terminó el desarrollo de la leyenda sino en la Crónica General y en la del Cid, que tuvieron bastante autoridad para que las adiciones posteriores, que continuaron hasta el siglo XVII, se recibiesen 186


Prólogo al Poema del Cid

como ficciones poéticas y no se incorporasen ya en las tradiciones a que se atribuía un carácter histórico2. III Resta clasificar esta composición y fijar el lugar que le corresponde entre las producciones poéticas de la media edad europea. Sismondi la llama el poema épico más antiguo de cuantos se han dado a luz en las lenguas modernas, comparándolo sin duda con los de Pulci, Boyardo y Ariosto. Pero no debemos clasificarlo sino con las leyendas versificadas de los troveres, llamadas chansons, romans y gestes. Su mismo autor, dándole el título de Gesta, ha declarado su alcurnia y su tipo, según se ve por el principio de la segunda sección o cantar del Poema del Cid: Aquí s’ compieza la Gesta de Mio Cid el de Bivar. (v. 1103)

Por donde aparece que el verdadero título del Poema es La Gesta de Mio Cid. Y por aquí se ve también el género de composición a que pertenece la obra, el de las gestes o chansons de geste. No sólo en el sujeto, sino en el estilo y en el metro, es tan clara y patente la afinidad entre el Poema del Cid y los romances de los troveres, que no puede dejar de presentarse a primera vista a cualquiera que los haya leído con tal cual atención. En cuanto a su mérito poético, echamos menos en el Mio Cid ciertos ingredientes y aliños que estamos acostumbrados a mirar como esenciales a la épica, y aun a toda poesía. No hay aquellas aventuras maravillosas, aquellas agencias sobrenaturales que son el alma del antiguo romance o poesía narrativa en sus mejores épocas; no hay amores, no hay símiles, no hay descripciones pintorescas. Bajo estos respectos no es comparable el Mio Cid con los más celebrados romances o gestas de los troveres. Pero no le faltan otras prendas apreciables y verdaderamente poéticas. La propiedad del diálogo, la pintura animada de las costumbres y caracteres, el amable candor de las expresiones, la energía, la sublimidad homérica de algunos pasajes, y, lo que no deja de ser notable en aquella edad, aquel tono de gravedad y decoro que reina en casi todo él, le dan, a nuestro juicio, uno de los primeros lugares entre las producciones de las A partir de aquí hasta el final del Prólogo es redacción de 1862, según el profesor Baldomero Pizarro (v. nota de página 183). (Comisión Editora. Caracas). 2

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nacientes lenguas modernas. El texto ha padecido infinito en manos de los copiantes, y a esto sin duda debe atribuirse mucha parte de su rudeza y desaliño. Estudiando un poco el lenguaje del autor y el de sus modelos, se percibirá cierto tinte peculiar, y habrá pasajes a primera vista incorrectos y bárbaros en que brillará una inesperada elegancia. Nosotros que, rebajando la antigüedad de este Poema, no lo tenemos, como Sismondi, Bouterwek y Southey, por una crónica auténtica y casi contemporánea, damos por eso mismo más mérito a la intención poética y a la imaginación del trover castellano. No creo se haya advertido hasta ahora que La Gesta de Mio Cid está escrita en diferentes géneros de metro. El dominante es sin duda el alejandrino de catorce sílabas, en que compuso sus poesías Gonzalo de Berceo; pero no puede dudarse que con este verso se mezcla a menudo el endecasílabo y algunas veces el enneasílabo. Ante todo es preciso ver el mecanismo de estas tres especies de metro, según aparecen en La Gesta. El alejandrino bajo su forma cabal es el mismo de los troveres, que se compone de dos hemistiquios, cada uno de siete sílabas si termina en grave, o de seis si termina en agudo, sin que entre los dos hemistiquios se cometa jamás sinalefa. He aquí ejemplos sacados de los troveres y comparados con versos de la misma estructura en el Mio Cid. Tranchairai-lur les testes / od m’espée furbie. Alcándaras vacías ⁄ sin pielles e sin mantos. Par son neveu Roland / tire sa barbe blanche. Cid, en el nuestro mal / vos non ganades nada. Li reis Hugon li forz / Carlemain apelat. Doña Ximena al Cid / la mano l’va a besar.

En uno y otro hemistiquio el acento cae sobre la sexta sílaba, y como esto se verifique, no importa que el final sea agudo o grave; y en castellano puede ser también esdrújulo: Resucitest’ a Lázaro / ca fue tu voluntad.

El endecasílabo de los antiguos cantares fue tomado del decasílabo de los troveres, que constaba de dos porciones que se me permitirá llamar hemistiquios, aunque de diferente número de sílabas. Para los franceses 188


Prólogo al Poema del Cid

el verso en su forma normal termina en agudo, para nosotros en grave; pero unos y otros contamos las sílabas hasta la acentuada inclusive; y de aquí viene que un metro idéntico es para nosotros de once o nueve sílabas, cuando no es para los franceses sino de diez u ocho. Para evitar distinciones embarazosas daré a los versos franceses las denominaciones que usamos en castellano. El endecasílabo, pues, de los troveres constaba de dos hemistiquios, el uno de cinco sílabas si termina en grave, o de cuatro si en agudo; y el otro enteramente parecido al hemistiquio del alejandrino. En castellano se verifica lo mismo. Totes les dames / de la bone cité. Sueltan las riendas / e piensan de aguijar. Qui descendites / en la Virge pucele. Rachel e Vidas / en uno estaban amos. Blont ot le poil, ⁄ menu, recercelé. Fabló mio Cid / de toda voluntad.

El enneasílabo, francés o castellano, consta de nueve sílabas si es grave, o de ocho si agudo. Mut la troya curteise e sage Bele de cors e de visage. Ha menester seiscientos marcos. Se si fust que jeu vus amasse E vostre requeste otreiasse. Besan la tierra e los pies amos. Nuls ne pout issir ne entrer. Es pagado e davos su amor.

Los enneasílabos son raros en el Poema del Cid; los endecasílabos frecuentes, y a veces muchos de seguida, como en los versos 1642-1646. En la Crónica Rimada, a pesar de su extremada irregularidad, exagerada sin duda por los copiantes, se dejan ver mezcladas las mismas tres especies de verso. En las composiciones narrativas de los franceses solía ser uno solo el verso desde el principio hasta el fin; ya alejandrino, como en el 189


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Viaje de Carlomagno a Jerusalén; ya endecasílabo, como en el Gerardo de Viena, y en Garin le Loherain; ya enneasílabo, como en todos los poemas de Wace, y en los lais de María de Francia. Usóse también el octosílabo, de que tenemos una muestra en Aucassin et Nicolette. La identidad de los tres metros castellanos con los respectivos franceses es cosa que no consiente duda; ella forma, pues, una manifiesta señal de afinidad entre La Gesta de Mio Cid y las composiciones francesas del mismo género. Otra prueba de no menor fuerza es el monorrimo asonante. Esa distribución de las rimas ha sido originalmente arbitraria. ¿Qué razón había para que no rimase un hemistiquio con otro, como en la Vida de Matilde por Donizon; o cada verso con el inmediato, como en las obras de Wace y de María de Francia; o cada cuatro versos entre sí, como en Berceo y en el Alejandro? Si los castellanos, pues, compusieron en estrofas monorrimas como los troveres, es de creer que los unos imitaron a los otros, y por consiguiente los juglares a los troveres, que les habían precedido siglos. Mas ya que se ha tocado la materia de la versificación del Cid, antes de pasar adelante haré notar que en toda poesía primitiva el modo de contar las sílabas ha sido muy diferente del que se ha usado en épocas posteriores, cuando los espíritus se preocupan tanto de las formas, que hasta suelen sacrificarles lo sustancial. Así la precisión y la regularidad de la versificación aumentan progresivamente; las cadencias más numerosas excluyen poco a poco las otras, y el ritmo se sujeta al fin a una especie de armonía severa, compasada, que acaba por hacerse monótona y empalagosa. Este progresivo pulimento se echa de ver sobre todo en el modo de contar las sílabas. Los poetas primitivos (y los versificadores populares puede decirse que lo son siempre) emplean con extremada libertad la sinalefa y sinéresis. Así seer en los poetas antiguos es unas veces disílabo y otras monosílabo, como Díos, vío (que se acentuaban regularmente sobre la i). Así también, por una consecuencia del sonido sordo de la e final inacentuada, era lícito suprimirla o usarla como de ningún valor en medio de verso. Eran, pues, perfectos alejandrinos: Vío puertas abiertas ë uzos sin estrados. Díos qué buen vasallo si oviese buen señor. Mezió Mio Cid los hombros e engramëó la tiesta.

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Prólogo al Poema del Cid

Comö a la mï alma, yo tanto vos queria. El diä es exido, la noch’ queríe entrar.

Como son perfectos endecasílabos estos: Yo más non puedo ë amidos lo fago. Pasó por Burgos, al castiellö entraba. En poridad fablar querría con amos. En aques’ dia en la puent’ de Arlanzón.

Otra causa de irregularidad aparente es el uso arbitrario del artículo definido antes de un pronombre posesivo. El poeta decía indiferentemente sus fijos o los sus fijos, mi mugier o la mi mugier; pero los copiantes lo emplean a menudo o lo suprimen, sin tomar en cuenta el metro, como es de creer que el poeta lo haría. IV Sensible es que de una obra tan curiosa no se haya conservado otro antiguo códice que el de Vivar, manco de algunas hojas, y en otras retocado, según dice Sánchez, por una mano poco diestra, a la cual se deberán tal vez algunas de las erratas que lo desfiguran. Reducidos, pues, a aquel códice, o por mejor decir, a la edición de Sánchez que lo representa, y deseando publicar este Poema tan completo y correcto como fuese posible, tuvimos que suplir de algún modo la falta de otros manuscritos o impresos, apelando a la Crónica de Ruy Diaz, que sacó de los archivos del monasterio de Cardeña y publicó en 1512 el abad Fr. Juan de Velorado. Esta Crónica es una compilación de otras anteriores, entre ellas el presente Poema, con el cual va paso a paso por muchos capítulos, tomando por lo común sólo el sentido, y a veces apropiándose con leves alteraciones la frase y aun series enteras de versos. Otros pasajes hay en ella versificados a la manera del Poema, y que por el lugar que ocupan parecen pertenecer a las hojas perdidas, si ya no se tomaron de otras antiguas composiciones en honor del mismo héroe, pues parece haber habido varias y aun anteriores a la que conocemos. Como quiera que sea, la Crónica suministra una glosa no despreciable de aquella parte del Poema que ha llegado a nosotros, y materiales abundantes para suplir de alguna manera lo que no ha llegado. Con esta idea, y persuadidos también de que el Poema, en su integridad primitiva, abrazaba toda la vida del héroe, conforme a 191


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las tradiciones que corrían (pues la epopeya de aquel siglo, según ya se ha indicado, era ostensiblemente histórica, y en la unidad y compartimiento de la fábula épica nadie pensaba), discurrimos sería bien poner al principio, por vía de suplemento a lo que allí falta, y para facilitar la inteligencia de lo que sigue, una breve relación de los principales hechos de Ruy Diaz, que precedieron a su destierro, sacada de la Crónica al pie de la letra. El cotejo de ambas obras, el estudio del lenguaje en ellas y en otras antiguas, y la atención al contexto me han llevado, como por la mano, a la verdadera lección e interpretación de muchos pasajes. Pero sólo se han introducido en el texto aquellas correcciones que parecieron suficientemente probables, avisando siempre al lector, y reservando para las notas las que tenían algo de conjetural o de aventurado. En orden a la ortografía me he conformado a la del códice de Vivar (tal como aparece en la edición de Sánchez), siempre que no era manifiestamente viciosa, o no había peligro de que se equivocase por ella la pronunciación legítima de las palabras. Redúcense estas enmiendas a escribir c por ch, j por i, ll por l, ñ por n o nn, etc., cuando lo exigen los sonidos correspondientes, como arca, ojos, lleno, que sustituyo a archa, oios, leno. En efecto, estas dicciones no han sonado nunca de este segundo modo; y el haberse deletreado de esta manera, proviene de que, cuando se escribió el códice, estaban menos fijos que hoy día los valores de las letras de nuestro alfabeto. Acaso hubiéramos representado con más exactitud la pronunciación del autor escribiendo pleno, y asimismo plegar, plorar, etc., como se lee frecuentemente en Berceo, y aun a veces en el mismo Cid; pero no hay motivo para suponer que cada palabra se acostumbrase proferir de una sola manera, pues aun tenemos algunas que varían, según el capricho o la conveniencia de los que hablan o escriben; y cuanto más remontemos a la primera edad de una lengua, menos fijas las hallaremos, y mayor libertad para elegir ya una forma, ya otra. Comprenden las notas, fuera de lo relativo a las variantes, todo lo que creí sería de alguna utilidad para aclarar los pasajes oscuros, separar de lo auténtico lo fabuloso y poético, explicar brevemente las costumbres de la edad media y los puntos de historia o geografía que se tocan con el texto; para poner a la vista la semejanza de lenguaje, estilo y conceptos entre el Poema del Cid y las gestas de los antiguos poetas franceses; y en fin, para dar a conocer el verdadero espíritu y carácter de la composición, y esparcir alguna luz sobre los orígenes de nuestra lengua y poesía. Pero 192


Prólogo al Poema del Cid

este último objeto he procurado desempeñarlo más de propósito en los apéndices sobre el romance o epopeya de la edad media, y sobre la historia del lenguaje y versificación castellana. Tal vez se me acusará de haber dado demasiada libertad a la pluma, dejándola correr a materias que no tienen conexión inmediata con la obra de que soy editor; pero todas la tienen con el nacimiento y progreso de una bella porción de la literatura moderna, entre cuyos primeros ensayos figura el Poema del Cid. Todo termina con un glosario, en que se ha procurado suplir algunas faltas y corregir también algunas inadvertencias del primer editor. Cuanto mayor es la autoridad de don Tomás Antonio Sánchez, tanto más necesario era refutar algunas opiniones y explicaciones suyas que no me parecieron fundadas; lo que de ningún modo menoscaba el concepto de que tan justamente goza, ni se opone a la gratitud que le debe todo amante de nuestras letras por sus apreciables trabajos. El que yo he tenido en la presente obra parecerá a muchos fútil y de ninguna importancia por la materia, y otros hallarán bastante que reprender en la ejecución. Favoréceme el ejemplo de los eruditos de todas naciones que en estos últimos tiempos se han dedicado a ilustrar los antiguos monumentos de su literatura patria, y disculpará en parte mis desaciertos la oscuridad de algunos de los puntos que he tocado.

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LA ARAUCANA por

Don Alonso de Ercilla y Zúñiga1

Mientras no se conocieron las letras, o no era de uso general la escritura, el depósito de todos los conocimientos estaba confiado a la poesía. Historia, genealogías, leyes, tradiciones religiosas, avisos morales, todo se consignaba en cláusulas métricas, que, encadenando las palabras, fijaban las ideas, y las hacían más fáciles de retener y comunicar. La primera historia fue en verso. Se cantaron las hazañas heroicas, las expediciones de guerras, y todos los grandes acontecimientos, no para entretener la imaginación de los oyentes, desfigurando la verdad de los hechos con ingeniosas ficciones, como más adelante se hizo, sino con el mismo objeto que se propusieron después los historiadores y cronistas que escribieron en prosa. Tal fue la primera epopeya o poesía narrativa: una historia en verso, destinada a trasmitir de una en otra generación los sucesos importantes para perpetuar su memoria. Mas, en aquella primera edad de las sociedades, la ignorancia, la credulidad y el amor a lo maravilloso, debieron por precisión adulterar la verdad histórica y plagarla de patrañas, que, sobreponiéndose sucesivamente unas tras otras, formaron aquel cúmulo de fábulas cosmogónicas, mitológicas y heroicas en que vemos hundirse la historia de los pueblos cuando nos remontamos a sus fuentes. Los rapsodos griegos, los escaldos germánicos, los bardos bretones, los troveres franceses, y los antiguos romanceros castellanos, pertenecieron desde luego a la clase de poetas historiadores, que al principio se propusieron simplemente versificar la historia; que la llenaron de cuentos maravillosos y de tradiciones populares, adoptados sin examen, y generalmente creídos; y que después, Fue publicado primeramente este artículo en El Araucano, de Santiago de Chile, en la entrega correspondiente al 5 de febrero de 1841, nº 545. Se reimprimió luego en los Anales de la Universidad de Chile, tomo XXI, Santiago de Chile, julio de 1862, pp. 3-11. En los repertorios bibliográficos aparece la siguiente edición en libro: La Araucana, juicio por Andrés Bello, México, Tip. de V. G. Torres, calle de San Juan de Letrán, núm. 3, 1862, 200 p. El artículo de Bello ocupa sólo las pp. 3-25, pero por el hecho de dar título al volumen ha inducido a error. Se incluyó el trabajo de Bello en O. C. VI, pp. 459-470. Hemos restituido algunas lecturas según el texto de El Araucano, evidentemente mal trascritas en las ediciones posteriores. (Comisión Editora. Caracas). 1

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engalanándola con sus propias invenciones, crearon poco a poco y sin designio un nuevo género, el de la historia ficticia. A la epopeya-historia, sucedió entonces la epopeya-histórica, que toma prestados sus materiales a los sucesos verdaderos y celebra personajes conocidos, pero entreteje con lo real lo ficticio, y no aspira ya a cautivar la fe de los hombres, sino a embelesar su imaginación. En las lenguas modernas se conserva gran número de composiciones que pertenecen a la época de la epopeya-historia. ¿Qué son, por ejemplo, los poemas devotos de Gonzalo de Berceo, sino biografías y relaciones de milagros, compuestas candorosamente por el poeta, y recibidas con una fe implícita por sus crédulos contemporáneos? No queremos decir que después de esta separación, la historia, contaminada más o menos por tradiciones apócrifas, dejase de dar materia al verso. Tenemos ejemplo de lo contrario en España, donde la costumbre de poner en coplas los sucesos verdaderos, o reputados tales, que llamaban más la atención subsistió largo tiempo, y puede decirse que ha durado hasta nuestros días, bien que con una notable diferencia en la materia. Si los romanceros antiguos celebraron en sus cantares las glorias nacionales, las victorias de los reyes cristianos de la Península sobre los árabes, las mentidas proezas de Bernardo del Carpio, las fabulosas aventuras de la casa de Lara, y los hechos, ya verdaderos, ya supuestos, de Fernán González, Ruy Díaz y otros afamados capitanes; si pusieron algunas veces a contribución hasta la historia antigua, sagrada y profana; en las edades posteriores el valor, la destreza y el trágico fin de bandoleros famosos, contrabandistas y toreros, han dado más frecuente ejercicio a la pluma de los poetas vulgares y a la voz de los ciegos. En el siglo XIII, fue cuando los castellanos cultivaron con mejor suceso la epopeya-historia. De las composiciones de esta clase que se dieron a luz en los siglos XIV y XV, son muy pocas aquellas en que se percibe la menor vislumbre de poesía. Porque no deben confundirse con ellas, como lo han hecho algunos críticos traspirenaicos, ciertos romances narrativos, que, remedando el lenguaje de los antiguos copleros, se escribieron en el siglo XVII, y son obras acabadas, en que campean a la par la riqueza del ingenio y la perfección del estilo2 Cayeron en esta equivocación: Sismondi, Littérature du Midi de l‘Europe, chapitre 24; el autor del Tableau de la Littérature (en el tomo 24 de la Enciclopedia de Courtin) párrafo 18; y otros varios. (Nota de Bello). 2

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Hay otra clase de romances viejos que son narrativos, pero sin designio histórico. Celébranse en ellos las lides3 y amores de personajes extranjeros, a veces enteramente imaginarios; y a esta clase pertenecieron los de Galvano, Lanzarote del Lago, y otros caballeros de la Tabla Redonda, es decir, de la corte fabulosa de Arturo, rey de Bretaña (a quien los copleros llamaban Artus); o los de Roldán, Oliveros, Baldovinos, el marqués de Mantua, Ricarte de Normandía, Guido de Borgoña, y demás paladines de Carlomagno. Todos ellos no son más que copias abreviadas y descoloridas de los romances que sobre estos caballeros se compusieron en Francia y en Inglaterra desde el siglo XI. Donde empezó a brillar el talento inventivo de los españoles, fue en los libros de caballería. Luego que la escritura comenzó a ser más generalmente entendida, dejó ya de ser necesario, para gozar del entretenimiento de las narraciones ficticias, el oirlas de la boca de los juglares y menestrales, que, vagando de castillo en castillo y de plaza en plaza, y regocijando los banquetes, las ferias y las romerías, cantaban batallas, amores y encantamientos, al son del harpa y la vihuela. Destinadas a la lectura y no al canto, comenzaron a componerse en prosa: novedad que creemos no puede referirse a una fecha más adelantada que la de 1300. Por lo menos, es cierto que en el siglo XIV se hicieron comunes en Francia los romances en prosa. En ellos, por lo regular, se siguieron tratando los mismos asuntos que antes: Alejandro de Macedonia, Arturo y la Tabla Redonda, Tristán y la bella Iseo, Lanzarote del Lago, Carlomagno y sus doce pares, etc. Pero una vez introducida esta nueva forma de epopeyas o historias ficticias, no se tardó en aplicarla a personajes nuevos, por lo común enteramente imaginarios; y entonces fue cuando aparecieron los Amadises, los Belianises, los Palmerines, y la turbamulta de caballeros andantes, cuyas portentosas aventuras fueron el pasatiempo de toda Europa en los siglos XV y XVI. A la lectura y a la composición de esta especie de romances, se aficionaron sobremanera los españoles, hasta que el héroe inmortal de la Mancha la puso en ridículo, y la dejó consignada para siempre al olvido. La forma prosaica de la epopeya no pudo menos de frecuentarse y cundir tanto más, cuanto fue propagándose en las naciones modernas el cultivo de las letras, y especialmente el de las artes elementales de leer y escriEn los Anales de la Universidad de Chile, XXI, julio de 1862, p. 4, y en O. C. VI, p. 461, decía “ideas” por “lides”. Nos atenemos al texto de El Araucano. (Comisión Editora. Caracas). 3

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bir. Mientras el arte de representar las palabras con signos visibles fue desconocido totalmente, o estuvo al alcance de muy pocos, el metro era necesario para fijarlas en la memoria, y para trasmitir de unos tiempos y lugares a otros los recuerdos y todas las revelaciones del pensamiento humano. Mas, a medida que la cultura intelectual se difundía, no sólo se hizo de menos importancia esta ventaja de las formas poéticas, sino que, refinado el gusto, impuso leyes severas al ritmo, y pidió a los poetas composiciones pulidas y acabadas. La epopeya métrica vino a ser a un mismo tiempo menos necesaria y más difícil; y ambas causas debieron extender más y más el uso de la prosa en las historias ficticias, que destinadas al entretenimiento general se multiplicaron y variaron al infinito, sacando sus materiales, ya de la fábula, ya de la alegoría, ya de las aventuras caballerescas, ya de un mundo pastoril no menos ideal que el de la caballería andantesca, ya de las costumbres reinantes; y en este último género, recorrieron todas las clases de la sociedad y todas las escenas de la vida, desde la corte hasta la aldea, desde los salones del rico hasta las guaridas de la miseria y hasta los más impuros escondrijos del crimen. Estas descripciones de la vida social, que en castellano se llaman novelas (aunque al principio sólo se dio este nombre a las de corta extensión, como las Ejemplares de Cervantes), constituyen la epopeya favorita de los tiempos modernos, y es lo que en el estado presente de las sociedades representa las rapsodias del siglo de Homero, y los romances rimados de la media edad. A cada época social, a cada modificación de la cultura, a cada nuevo desarrollo de la inteligencia, corresponde una forma peculiar de historias ficticias. La de nuestro tiempo es la novela. Tanto ha prevalecido la afición a las realidades positivas, que hasta la epopeya versificada ha tenido que descender a delinearlas, abandonando sus hadas y magos, sus islas y jardines encantados, para dibujarnos escenas, costumbres y caracteres, cuyos originales han existido o podido existir realmente. Lo que caracteriza las historias ficticias que se leen hoy día con más gusto) ya estén escritas en prosa o en verso, es la pintura de la naturaleza física y moral reducida a sus límites reales. Vemos con placer en la epopeya griega y romántica, y en las ficciones del Oriente, las maravillas producidas por la agencia de seres sobrenaturales; pero sea que esta misma, por rica que parezca, esté agotada, o que las invenciones de esta especie nos empalaguen y sacien más pronto, o que, al leer las producciones de edades y países lejanos, adoptemos como por una convención tácita, los principios, gustos y preocupaciones bajo cuya influencia se escribieron, 198


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mientras que sometemos las otras al criterio de nuestras creencias y sentimientos habituales, lo cierto es que buscamos ahora en las obras de imaginación que se dan a luz en los idiomas europeos, otro género de actores y de decoraciones, personajes a nuestro alcance, agencias calculadas, sucesos que no salgan de la esfera de lo natural y verosímil. El que introdujese hoy día la maquinaria de la Jerusalén Libertada en un poema épico, se expondría ciertamente a descontentar a sus lectores. Y no se crea que la musa épica tiene por eso un campo menos vasto en que explayarse. Por el contrario, nunca ha podido disponer de tanta multitud de objetos eminentemente poéticos y pintorescos. La sociedad humana, contemplada a la luz de la historia en la serie progresiva de sus transformaciones, las variadas fases que ella nos presenta en las oleadas de sus revoluciones religiosas y políticas, son una veta inagotable de materiales para los trabajos del novelista y del poeta. Walter Scott y lord Byron han hecho sentir el realce que el espíritu de facción y de secta es capaz de dar a los caracteres morales, y el profundo interés que las perturbaciones del equilibrio social pueden derramar sobre la vida doméstica. Aun el espectáculo del mundo físico, ¿cuántos nuevos recursos no ofrece al pincel poético, ahora que la tierra, explorada hasta en sus últimos ángulos, nos brinda con una copia infinita de tintes locales para hermosear las decoraciones de este drama de la vida real, tan vario y tan fecundo de emociones? Añádanse a esto las conquistas de las artes, los prodigios de la industria, los arcanos de la naturaleza revelados a la ciencia; y dígase si, descartadas las agencias de seres sobrenaturales y la magia, no estamos en posesión de un caudal de materiales épicos y poéticos, no sólo más cuantioso y vario, sino de mejor calidad que el que beneficiaron el Ariosto y el Tasso. ¡Cuántos siglos hace que la navegación y la guerra suministran medios poderosos de excitación para la historia ficticia! Y sin embargo, lord Byron ha probado prácticamente que los viajes y los hechos de armas bajo sus formas modernas son tan adaptables a la epopeya como lo eran bajo las formas antiguas; que es posible interesar vivamente en ellos sin traducir a Homero; y que la guerra, cual hoy se hace, las batallas, sitios y asaltos de nuestros días, son objetos susceptibles de matices poéticos tan brillantes como los combates de los griegos y troyanos, y el saco y ruina de Ilión. Nec minimum meruere decus vestigia graeca Ausi deserere et celebrare domestica facta.

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En el siglo XVI, el romance métrico llegaba a su apogeo en el poema inmortal del Ariosto, y desde allí empezó a declinar, hasta que desapareció del todo, envuelto en las ruinas de la caballería andantesca, que vio sus últimos días en el siglo siguiente. En España, el tipo de la forma italiana del romance métrico es el Bernardo del obispo Valbuena, obra ensalzada por un partido literario mucho más de lo que merecía, y deprimida consiguientemente por otro con igual exageración e injusticia. Es preciso confesar que en este largo poema algunas pinceladas valientes, una paleta rica de colores, un gran número de aventuras y lances ingeniosos, de bellas comparaciones y de versos felices, compensan difícilmente la prolijidad insoportable de las descripciones y cuentos, el impropio y desa­ tinado lenguaje de los afectos, y el sacrificio casi continuo de la razón a la rima, que, lejos de ser esclava de Valbuena, como pretende un elegante crítico español, le manda tiránica, le tira acá y allá con violencia, y es la causa principal de que su estilo narrativo aparezca tan embarazado y tortuoso. El romance métrico desocupaba la escena para dar lugar a la epopeya clásica, cuyo representante es el Tasso: cultivada con más o menos suceso en todas las naciones de Europa hasta nuestros días, y notable en España por su fecundidad portentosa, aunque generalmente desgraciada. La Austriada, el Monserrate, y la Araucana, se reputan por los mejores poemas de este género, en lengua castellana escritos; pero los dos primeros apenas son leídos en el día sino por literatos de profesión, y el tercero se puede decir que pertenece a una especie media, que tiene más de histórico y positivo, en cuanto a los hechos, y por lo que toca a la manera, se acerca más al tono sencillo y familiar del romance. Aun tomando en cuenta la Araucana si adhiriésemos al juicio que han hecho de ella algunos críticos españoles y de otras naciones, sería forzoso decir que la lengua castellana tiene poco de qué gloriarse. Pero siempre nos ha parecido excesivamente severo este juicio. El poema de Ercilla se lee con gusto, no sólo en España y en los países hispano-americanos, sino en las naciones extranjeras; y esto nos autoriza para reclamar contra la decisión precipitada de Voltaire, y aun contra las mezquinas alabanzas de Bouterwek. De cuantos han llegado a nuestra noticia4 Martínez de la Después de escrito este artículo, hemos visto el de la Biographie Universelle, V. Ercilla. Su autor, M. Bocous, nos ha parecido un inteligente y justo apreciador de la Araucana. (Nota de Bello). 4

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La Araucana

Rosa ha sido el primero que ha juzgado a la Araucana con discernimiento; mas, aunque en lo general ha hecho justicia a las prendas sobresalientes que la recomiendan, nos parece que la rigidez de sus principios literarios ha extraviado alguna vez sus fallos5. En lo que dice de lo mal elegido del asunto, nos atrevemos a disentir de su opinión. No estamos dispuestos a admitir que una empresa, para que sea digna del canto épico, deba ser grande, en el sentido que dan a esta palabra los críticos de la escuela clásica; porque no creemos que el interés con que se lee la epopeya, se mida por la extensión de leguas cuadradas que ocupa la escena, y por el número de jefes y naciones que figuran en la comparsa. Toda acción que sea capaz de excitar emociones vivas, y de mantener agradablemente suspensa la atención, es digna de la epopeya, o, para que no disputemos sobre palabras, puede ser el sujeto de una narración poética interesante. ¿Es más grande, por ventura, el de la Odisea que el que eligió Ercilla? ¿Y no es la Odisea un excelente poema épico? El asunto mismo de la Ilíada, desnudo del esplendor con que supo vestirlo el ingenio de Homero, ¿a qué se reduce en realidad? ¿Qué hay tan importante y grandioso en la empresa de un reyezuelo de Micenas, que, acaudillando otros reyezuelos de la Grecia, tiene sitiada diez años la pequeña ciudad de Ilión, cabecera de un pequeño distrito, cuya oscurísima corografía ha dado y da materia a tantos estériles debates entre los eruditos? Lo que hay de grande, espléndido y magnífico en la Ilíada, es todo de Homero. Bajo otro punto de vista, pudiera aparecer mal elegido este asunto. Ercilla, escribiendo los hechos en que él mismo intervino, los hechos de sus compañeros de armas, hechos conocidos de tantos, contrajo la obligación de sujetarse algo servilmente a la verdad histórica. Sus contemporáneos no le hubieran perdonado que introdujese en ellos la vistosa fantasmagoría con que el Tasso adornó los tiempos de la primera cruzada, y Valbuena, la leyenda fabulosa de Bernardo del Carpio. Este atavío de maravillas, que no repugnaba al gusto del siglo XVI, requería, aun entonces, para emplearse oportunamente y hacer su efecto, un asunto en que el trascurso de los siglos hubiese derramado aquella oscuridad misteriosa que predispone a la imaginación a recibir con docilidad los prodigios: Datur haec venia antiquitati ut miscendo humana divinis primordia urbium augustiora faciat [Tito Livio]. Así es que el episodio postizo del mago Fitón es una de las cosas que se leen con menos placer en la Araucana. Sentado, En el prólogo a sus Poesías, publicadas en el año de 1836, hace ya profesión de una fe literaria más laxa y tolerante, que la de su Arte poética. (Nota de Bello). 5

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pues, que la materia de este poema debía tratarse de manera que, en todo lo sustancial, y especialmente en lo relativo a los hechos de los españoles, no se alejase de la verdad histórica, ¿hizo Ercilla tan mal en elegirla? Ella sin duda no admitía las hermosas tramoyas de la Jerusalén o del Bernardo. Pero ¿es éste el único recurso del arte para cautivar la atención? La pintura de costumbres y caracteres vivientes, copiados al natural no con la severidad de la historia, sino con aquel colorido y aquellas menudas ficciones que son de la esencia de toda narrativa gráfica, y en que Ercilla podía muy bien dar suelta a su imaginación, sin sublevar contra sí la de sus lectores y sin desviarse de la fidelidad del historiador mucho más que Tito Livio en los anales de los primeros siglos de Roma; una pintura hecha de este modo, decimos, era susceptible de atavíos y gracias que no desdijesen del carácter de la antigua epopeya, y conviniesen mejor a la era filosófica que iba a rayar en Europa. Nuestro siglo no reconoce ya la autoridad de aquellas leyes convencionales con que se ha querido obligar al ingenio a caminar perpetuamente por los ferrocarriles de la poesía griega y latina. Los vanos esfuerzos que se han hecho después de los días del Tasso para componer epopeyas interesantes, vaciadas en el molde de Homero y de las reglas aristotélicas, han dado a conocer que era ya tiempo de seguir otro rumbo. Ercilla tuvo la primera inspiración de esta especie; y si en algo se le puede culpar, es en no haber sido constantemente fiel a ella. Para juzgarle, se debe también tener presente que su protagonista es Caupolicán y que las concepciones en que se explaya más a su sabor, son las del heroísmo araucano. Ercilla no se propuso, como Virgilio, halagar el orgullo nacional de sus compatriotas. El sentimiento dominante de la Araucana es de una especie más noble: el amor a la humanidad, el culto de la justicia, una admiración generosa al patriotismo y denuedo de los vencidos. Sin escasear las alabanzas a la intrepidez y constancia de los españoles, censura su codicia y crueldad. ¿Era más digno del poeta lisonjear a su patria, que darle una lección de moral? La Araucana tiene, entre todos los poemas épicos, la particularidad de ser en ella actor el poeta; pero un actor que no hace alarde de sí mismo, y que, revelándonos, como sin designio, lo que pasa en su alma en medio de los hechos de que es testigo, nos pone a la vista, junto con el pundonor militar y caballeresco de su nación, sentimientos rectos y puros que no eran ni de la milicia, ni de la España, ni de su siglo.

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La Araucana

Aunque Ercilla tuvo menos motivo para quejarse de sus compatriotas como poeta que como soldado, es innegable que los españoles no han hecho hasta ahora de su obra todo el aprecio que merece; pero la posteridad empieza ya a ser justa con ella. No nos detendremos a enumerar las prendas y bellezas que, además de las dichas, la adornan; lo primero, porque Martínez de la Rosa ha desagraviado en esta parte al cantor de Caupolicán; y lo segundo, porque debemos suponer que la Araucana, la Eneida de Chile, compuesta en Chile, es familiar a los chilenos, único hasta ahora de los pueblos modernos cuya fundación ha sido inmortalizada por un poema épico. Mas, antes de dejar la Araucana, no será fuera de propósito decir algo sobre el tono y estilo peculiares de Ercilla, que han tenido tanta parte, como su parcialidad a los indios, en la especie de disfavor con que la Araucana ha sido mirada mucho tiempo en España. El estilo de Ercilla es llano, templado, natural; sin énfasis, sin oropeles retóricos, sin arcaísmos, sin trasposiciones artificiosas. Nada más fluido, terso y diáfano. Cuando describe, lo hace siempre con las palabras propias. Si hace hablar a sus personajes, es con las frases del lenguaje ordinario, en que naturalmente se expresaría la pasión de que se manifiestan animados. Y sin embargo, su narración es viva, y sus arengas elocuentes. En éstas, puede compararse a Homero, y algunas veces le aventaja. En la primera, se conoce que el modelo que se propuso imitar fue el Ariosto; y aunque ciertamente ha quedado inferior a él en aquella negligencia llena de gracias, que es el más raro de los primores del arte, ocupa todavía (por lo que toca a la ejecución, que es de lo que estamos hablando), un lugar respetable entre los épicos modernos, y acaso el primero de todos, después de Ariosto y el Tasso. La epopeya admite diferentes tonos, y es libre al poeta elegir entre ellos el más acomodado a su genio y al asunto que va a tratar. ¿Qué diferencia no hay, en la epopeya histórico-mitológica, entre el tono de Homero y el de Virgilio? Aun es más fuerte en la epopeya caballeresca el contraste entre la manera desembarazada, traviesa, festiva, y a veces burlona del Ariosto, y la marcha grave, los movimientos compasados, y la artificiosa simetría del Tasso. Ercilla eligió el estilo que mejor se prestaba a su talento narrativo. Todos los que, como él, han querido contar con individualidad, han esquivado aquella elevación enfática, que parece desdeñarse de des-

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cender a los pequeños pormenores, tan propios, cuando se escogen con tino, para dar vida y calor a los cuadros poéticos. Pero este tono templado y familiar de Ercilla, que a veces (es preciso confesarlo) degenera en desmayado y trivial, no pudo menos de rebajar mucho el mérito de su poema a los ojos de los españoles en aquella edad de refinada elegancia y pomposa grandiosidad, que sucedió en España al gusto más sano y puro de los Garcilasos y Leones. Los españoles abandonaron la sencilla y expresiva naturalidad de su más antigua poesía, para tomar en casi todas las composiciones no jocosas un aire de majestad, que huye de rozarse con las frases idiomáticas y familiares, tan íntimamente enlazadas con los movimientos del corazón, y tan poderosas para excitarlos. Así es que, exceptuando los romances líricos, y algunas escenas de las comedias, son raros desde el siglo XVII en la poesía castellana los pasajes que hablan el idioma nativo del espíritu humano. Hay entusiasmo, hay calor; pero la naturalidad no es el carácter dominante. El estilo de la poesía seria se hizo demasiadamente artificial; y de puro elegante y remontado, perdió mucha parte de la antigua facilidad y soltura, y acertó pocas veces a trasladar con vigor y pureza las emociones del alma. Corneille y Pope pudieran ser representados con tal cual fidelidad en castellano; pero ¿cómo traducir en esta lengua los más bellos pasajes de las tragedias de Shakespeare, o de los poemas de Byron? Nos felicitamos de ver al fin vindicados los fueros de la naturaleza y la libertad del ingenio. Una nueva era amanece para las letras castellanas. Escritores de gran talento, humanizando la poesía, haciéndola descender de los zancos en que gustaba de empinarse, trabajan por restituirla su primitivo candor y sus ingenuas gracias, cuya falta no puede compensarse con nada.

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ALOCUCIÓN A LA POESÍA1

Fragmentos de un poema titulado “América” I Divina Poesía, tú de la soledad habitadora, a consultar tus cantos enseñada con el silencio de la selva umbría, tú a quien la verde gruta fué morada, y el eco de los montes compañía; tiempo es que dejes ya la culta Europa, que tu nativa rustiquez desama, y dirijas el vuelo adonde te abre el mundo de Colón su grande escena. También propicio allí respeta el cielo la siempre verde rama con que al valor coronas; también allí la florecida vega, el bosque enmarañado, el sesgo río, colores mil a tus pinceles brindan; y Céfiro revuela entre las rosas; Se publicó en Biblioteca Americana, Londres 1823, la primera gran revista de Bello en la capital inglesa. En el tomo I, p. 3-16; y en el tomo II, sección I (única publicada), p. 1-12. Tenía el siguiente título: “Alocución a la Poesía, en que se introducen las alabanzas de los pueblos e individuos americanos, que más se han distinguido en la guerra de la independencia. (Fragmentos de un poema inédito, titulado “América”)”. De ahí derivan las demás publicaciones. El año 1824 se reimprimió en Buenos Aires, en Teatro de la opinión, II, Nº 6. Anotamos, como singular reedición, la de la parte del tomo I de Biblioteca Americana, impresa en 1826, en París: La flor Colombiana, biblioteca escogida de las patriotas americanas o colección de los trozos más selectos en prosa y verso. Tomo Primero, pp. 259-275. Al publicar Andrés Bello en el Repertorio Americano I, Londres, octubre de 1826, el poema La agricultura de la zona tórrida, la denomina Silva I, de las Silvas Americanas, grandioso plan de poesía que él mismo explica en nota: “A estas silvas pertenecen los fragmentos impresos en la Biblioteca Americana bajo el título ‘América’. El autor pensó refundirlas todas en un solo poema; convencido de la imposibilidad, las publicará bajo su forma primitiva, con algunas correcciones y adiciones. En esta primera apenas se hallarán dos o tres versos de aquellos fragmentos”. Los borradores inéditos del poema “América” constituyen un material tan copioso que se ha reservado para el tomo II de la presente edición de Obras Completas de Bello. (Comisión Editora. Caracas). 1

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y fúlgidas estrellas tachonan la carroza de la noche; y el rey del cielo entre cortinas bellas de nacaradas nubes se levanta; y la avecilla en no aprendidos tonos con dulce pico endechas de amor canta. ¿Qué a ti, silvestre ninfa, con las pompas de dorados alcázares reales? A tributar también irás en ellos, en medio de la turba cortesana, el torpe incienso de servil lisonja? No tal te vieron tus más bellos días, cuando en la infancia de la gente humana, maestra de los pueblos y los reyes, cantaste al mundo las primeras leyes. No te detenga, oh diosa, esta región de luz y de miseria, en donde tu ambiciosa rival Filosofía, que la virtud a cálculo somete, de los mortales te ha usurpado el culto; donde la coronada hidra amenaza traer de nuevo al pensamiento esclavo la antigua noche de barbarie y crimen; donde la libertad vano delirio, fe la servilidad, grandeza el fasto, la corrupción cultura se apellida. Descuelga de la encina carcomida tu dulce lira de oro, con que un tiempo los prados y las flores, el susurro de la floresta opaca, el apacible murmurar del arroyo trasparente, las gracias atractivas de Natura inocente, a los hombres cantaste embelesados; y sobre el vasto Atlántico tendiendo las vagorosas alas, a otro cielo, a otro mundo, a otras gentes te encamina, 208


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do viste aún su primitivo traje la tierra, al hombre sometida apenas; y las riquezas de los climas todos América, del Sol joven esposa, del antiguo Oceano hija postrera, en su seno feraz cría y esmera. ¿Qué morada te aguarda? ¿qué alta cumbre, qué prado ameno, qué repuesto bosque harás tu domicilio? ¿en qué felice playa estampada tu sandalia de oro será primero? ¿dónde el claro río que de Albión los héroes vió humillados, los azules pendones reverbera de Buenos Aires, y orgulloso arrastra de cien potentes aguas los tributos al atónito mar? ¿o dónde emboza su doble cima el Avila entre nubes2, y la ciudad renace de Losada?3 ¿O más te sonreirán, Musa, los valles de Chile afortunado, que enriquecen rubias cosechas, y süaves frutos; do la inocencia y el candor ingenuo y la hospitalidad del mundo antiguo con el valor y el patriotismo habitan? ¿O la ciudad que el águila posada4 sobre el nopal mostró al azteca errante,5 y el suelo de inexhaustas venas rico, que casi hartaron la avarienta Europa? Ya de la mar del Sur la bella reina, a cuyas hijas dió la gracia en dote Naturaleza, habitación te brinda bajo su blando cielo, que no turban lluvias jamás, ni embravecidos vientos. 2

Monte vecino a Caracas. (Nota de Bello).

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Fundador de Caracas (Nota de Bello).

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Méjico (Nota de Bello).

5

Nación americana, fundadora de Méjico (Nota de Bello).

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¿O la elevada Quito harás tu albergue, que entre canas cumbres sentada, oye bramar las tempestades bajo sus pies, y etéreas auras bebe a tu celeste inspiración propicias? Mas oye do tronando se abre paso entre murallas de peinada roca, y envuelto en blanca nube de vapores, de vacilantes iris matizada, los valles va a buscar del Magdalena con salto audaz el Bogotá espumoso. Allí memorias de tempranos días tu lira aguardan; cuando, en ocio dulce y nativa inocencia venturosos, sustento fácil dió a sus moradores, primera prole de su fértil seno, Cundinamarca; antes que el corvo arado violase el suelo, ni extranjera nave las apartadas costas visitara. Aún no aguzado la ambición había el hierro atroz; aún no degenerado buscaba el hombre bajo oscuros techos el albergue, que grutas y florestas saludable le daban y seguro, sin que señor la tierra conociese, los campos valla, ni los pueblos muro. La libertad sin leyes florecía, todo era paz, contento y alegría; cuando de dichas tantas envidiosa Huitaca bella, de las aguas diosa6, hinchando el Bogotá, sumerge el valle. De la gente infeliz parte pequeña asilo halló en los montes; el abismo voraz sepulta el resto. Tú cantarás cómo indignó el funesto estrago de su casi extinta raza a Nenqueteba, hijo del Sol; que rompe Huitaca, mujer de Nenqueteba o Bochica, legislador de los muiscas. V. Humboldt, Vues des Cordillères, t. I. (Nota de Bello). 6

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con su cetro divino la enriscada montaña, y a las ondas abre calle; el Bogotá, que inmenso lago un día de cumbre a cumbre dilató su imperio, de las ya estrechas márgenes, que asalta con vana furia, la prisión desdeña, y por la brecha hirviendo se despeña. Tú cantarás cómo a las nuevas gentes Nenqueteba piadoso leyes y artes y culto dió; después que a la maligna ninfa mudó en lumbrera de la noche, y de la luna por la vez primera surcó el Olimpo el argentado coche. Ve, pues, ve a celebrar las maravillas del ecuador: canta el vistoso cielo que de los astros todos los hermosos coros alegran; donde a un tiempo el vasto Dragón del norte su dorada espira desvuelve en torno al luminar inmóvil que el rumbo al marinero audaz señala, y la paloma cándida de Arauco en las australes ondas moja el ala. Si tus colores los más ricos mueles y tomas el mejor de tus pinceles, podrás los climas retratar, que entero el vigor guardan genital primero con que la voz omnipotente, oída del hondo caos, hinchió la tierra, apenas sobre su informe faz aparecida, y de verdura la cubrió y de vida. Selvas eternas, ¿quién al vulgo inmenso que vuestros verdes laberintos puebla, y en varias formas y estatura y galas hacer parece alarde de sí mismo, poner presumirá nombre o guarismo? En densa muchedumbre ceibas, acacias, mirtos se entretejen, bejucos, vides, gramas; 211


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las ramas a las ramas, pugnando por gozar de las felices auras y de la luz, perpetua guerra hacen, y a las raíces angosto viene el seno de la tierra. ¡Oh quién contigo, amable Poesía, del Cauca a las orillas me llevara, y el blando aliento respirar me diera de la siempre lozana primavera que allí su reino estableció y su corte! ¡Oh si ya de cuidados enojosos exento, por las márgenes amenas del Aragua moviese el tardo incierto paso; o reclinado acaso bajo una fresca palma en la llanura, viese arder en la bóveda azulada tus cuatro lumbres bellas, oh Cruz del Sur, que las nocturnas horas mides al caminante por la espaciosa soledad errante; o del cucuy las luminosas huellas viese cortar el aire tenebroso, y del lejano tambo a mis oídos viniera el son del yaraví amoroso!7 Tiempo vendrá cuando de ti inspirado algún Marón americano, ¡oh diosa! también las mieses, los rebaños cante, el rico suelo al hombre avasallado, y las dádivas mil con que la zona de Febo amada al labrador corona; donde cándida miel llevan las cañas, y animado carmín la tuna cría, donde tremola el algodón su nieve, y el ananás sazona su ambrosía; de sus racimos la variada copia 7

Yaraví, tonada triste del Perú, y de los llanos de Colombia. (Nota de Bello).

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rinde el palmar, da azucarados globos el zapotillo, su manteca ofrece la verde palta, da el añil su tinta, bajo su dulce carga desfallece el banano, el café el aroma acendra de sus albos jazmines, y el cacao cuaja en urnas de púrpura su almendra. ………………………………………….. Mas ¡ah! ¿prefieres de la guerra impía los horrores decir, y al son del parche que los maternos pechos estremece, pintar las huestes que furiosas corren a destrucción, y el suelo hinchen de luto? ¡Oh si ofrecieses menos fértil tema a bélicos cantares, patria mía! ¿Qué ciudad, qué campiña no ha inundado la sangre de tus hijos y la ibera? ¿Qué páramo no dió en humanos miembros pasto al cóndor? ¿Qué rústicos hogares salvar su oscuridad pudo a las furias de la civil discordia embravecida? Pero no en Roma obró prodigio tanto el amor de la patria, no en la austera Esparta, no en Numancia generosa; ni de la historia da página alguna, Musa, más altos hechos a tu canto. ¿A qué provincia el premio de alabanza, o a qué varón tributarás primero? Grata celebra Chile el de Gamero, que, vencedor de cien sangrientas lides, muriendo, el suelo consagró de Talca; y la memoria eternizar desea de aquellos granaderos de a caballo que mandó en Chacabuco Necochea. ¿Pero de Maipo la campiña sola cuán larga lista, oh Musa, no te ofrece, para que en tus cantares se repita, 213


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de campeones cuya frente adorna el verde honor que nunca se marchita? Donde ganó tan claro nombre Bueras, que con sus caballeros denodados rompió del enemigo las hileras; y donde el regimiento de Coquimbo tantos héroes contó como soldados. ………………………………………….. ¿De Buenos Aires la gallarda gente no ves, que el premio del valor te pide? Castelli osado, que las fuerzas mide con aquel monstruo que la cara esconde sobre las nubes y a los hombres huella; Moreno, que abogó con digno acento de los opresos pueblos la querella; y tú que de Suipacha en las llanuras diste a tu causa agüero de venturas, Balcarce; y tú, Belgrano, y otros ciento que la tierra natal de glorias rica hicisteis con la espada o con la pluma, si el justo galardón se os adjudica, no temeréis que el tiempo le consuma. ………………………………………….. Ni sepultada quedará en olvido la Paz que tantos claros hijos llora, ni Santacruz, ni menos Chuquisaca, ni Cochabamba, que de patrio celo ejemplos memorables atesora, ni Potosí de minas no tan rico como de nobles pechos, ni Arequipa que de Vizcardo con razón se alaba, ni a la que el Rímac las murallas lava, que de los reyes fué, ya de sí propia, ni la ciudad que dió a los Incas cuna, leyes al sur, y que si aún gime esclava, virtud no le faltó, sino fortuna. 214


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Pero la libertad, bajo los golpes que la ensangrientan, cada vez más brava, más indomable, nuevos cuellos yergue, que al despotismo harán soltar la clava. No largo tiempo usurpará el imperio del sol la hispana gente advenediza, ni al ver su trono en tanto vituperio de Manco Cápac gemirán los manes. De Angulo y Pumacagua la ceniza nuevos y más felices capitanes vengarán, y a los hados de su pueblo abrirán vencedores el camino. Huid, días de afán, días de luto, y acelerad los tiempos que adivino. ………………………………………….. Diosa de la memoria, himnos te pide el imperio también de Motezuma, que, rota la coyunda de Iturbide, entre los pueblos libres se numera. Mucho, nación bizarra mejicana, de tu poder y de tu ejemplo espera la libertad; ni su esperanza es vana, si ajeno riesgo escarmentarte sabe, y no en un mar te engolfas que sembrado de los fragmentos ves de tanta nave. Llegada al puerto venturoso, un día los héroes cantarás a que se debe del arresto primero la osadía; que a veteranas filas rostro hicieron con pobre, inculta, desarmada plebe, excepto de valor, de todo escasa; y el coloso de bronce sacudieron, a que tres siglos daban firme basa. Si a brazo más feliz, no más robusto, poderlo derrocar dieron los cielos, de Hidalgo, no por eso, y de Morelos eclipsará la gloria olvido ingrato, ni el nombre callarán de Guanajuato 215


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los claros fastos de tu heroica lucha, ni de tanta ciudad, que, reducida a triste yermo, a un enemigo infama que, vencedor, sus pactos sólo olvida; que hace exterminio, y sumisión lo llama. ………………………………………….. Despierte (oh Musa, tiempo es ya) despierte algún sublime ingenio, que levante el vuelo a tan espléndido sujeto, y que de Popayán los hechos cante y de la no inferior Barquisimeto, y del pueblo también, cuyos hogares8 a sus orillas mira el Manzanares; no el de ondas pobre y de verdura exhausto, que de la regia corte sufre el fausto, y de su servidumbre está orgulloso, mas el que de aguas bellas abundoso, como su gente lo es de bellas almas, del cielo, en su cristal sereno, pinta el puro azul, corriendo entre las palmas de esta y aquella deliciosa quinta; que de Angostura las proezas cante, de libertad inexpugnable asilo, donde la tempestad desoladora vino a estrellarse; y con süave estilo de Bogotá los timbres diga al mundo, de Guayaquil, de Maracaibo (ahora agobiada de bárbara cadena) y de cuantas provincias Cauca baña, Orinoco, Esmeralda, Magdalena, y cuantas bajo el nombre colombiano; con fraternal unión se dan la mano. ………………………………………….. Mira donde contrasta sin murallas mil porfiados ataques Barcelona. Es un convento el último refugio 8

Cumaná. (Nota de Bello).

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de la arrestada, aunque pequeña, tropa que la defiende; en torno el enemigo, cuantos conoce el fiero Marte, acopia medios de destrucción; ya por cien partes cede al batir de las tonantes bocas el débil muro, y superior en armas a cada brecha una legión se agolpa. Cuanto el valor y el patriotismo pueden, el patriotismo y el valor agotan; mas ¡ay! sin fruto. Tú de aquella escena pintarás el horror, tú que a las sombras belleza das, y al cuadro de la muerte sabes encadenar la mente absorta. Tú pintarás al vencedor furioso que ni al anciano trémulo perdona, ni a la inocente edad, y en el regazo de la insultada madre al hijo inmola. Pocos reserva a vil suplicio el hierro; su rabia insana en los demás desfoga un enemigo que hacer siempre supo, más que la lid, sangrienta la victoria. Tú pintarás de Chamberlén el triste pero glorioso fin. La tierna esposa herido va a buscar; el débil cuerpo sobre el acero ensangrentado apoya; estréchala a su seno. “Libertarme de un cadalso afrentoso puede sola la muerte (dice); este postrero abrazo me la hará dulce; ¡adiós!” Cuando con pronta herida va a matarse, ella, atajando el brazo, alzado ya, “¿ tú a la deshonra, tú a ignominiosa servidumbre, a insultos más que la muerte horribles, me abandonas? Para sufrir la afrenta, falta (dice) valor en mí; para imitarte, sobra. Muramos ambos”. Hieren a un tiempo dos aceros entrambos pechos; abrazados mueren. ………………………………………….. 217


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Pero ¿al de Margarita qué otro nombre deslucirá? ¿donde hasta el sexo blando con los varones las fatigas duras y los peligros de la guerra parte; donde a los defensores de la patria forzoso fué, para lidiar, las armas al enemigo arrebatar lidiando; donde el caudillo, a quien armó Fernando de su poder y de sus fuerzas todas para que de venganzas le saciara, al inexperto campesino vulgo que sus falanges denodado acosa, el campo deja en fuga ignominiosa? ………………………………………….. Ni menor prez los tiempos venideros a la virtud darán de Cartagena. No la domó el valor; no al hambre cede, que sus guerreros ciento a ciento siega. Nadie a partidos viles presta oídos; cuantos un resto de vigor conservan, lánzanse al mar, y la enemiga flota en mal seguros leños atraviesan. Mas no el destierro su constancia abate, ni a la desgracia la cerviz doblegan; y si una orilla dejan, que profana la usurpación, y las venganzas yerman, ya a verla volverán bajo estandartes que a coronar el patriotismo fuerzan a la fortuna, y les darán los cielos a indignas manos arrancar la presa. En tanto, por las calles silenciosas, acaudillando armada soldadesca, entre infectos cadáveres, y vivos en que la estampa de la Parca impresa se mira ya, su abominable triunfo la restaurada inquisición pasea; con sacrílegos himnos los altares haciendo resonar, a su honda cueva 218


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desciende enhambrecida, y en las ansias de atormentados mártires se ceba. ………………………………………….. ¿Y qué diré de la ciudad que ha dado a la sagrada lid tanto caudillo? ¡Ah que entre escombros olvidar pareces, turbio Catuche, tu camino usado!9 ¿Por qué en tu margen el rumor festivo calló? ¿Dó está la torre bulliciosa que pregonar solía, de antorchas coronada, la pompa augusta del solemne día?10 Entre las rotas cúpulas que oyeron sacros ritos ayer, torpes reptiles anidan, y en la sala que gozosos banquetes vió y amores, hoy sacude la grama del erial su infausta espiga. Pero más bella y grande resplandeces en tu desolación, ¡oh patria de héroes! tú que, lidiando altiva en la vanguardia de la familia de Colón, la diste de fe constante no excedido ejemplo; y si en tu suelo desgarrado al choque de destructivos terremotos, pudo tremolarse algún tiempo la bandera de los tiranos, en tus nobles hijos viviste inexpugnable, de los hombres y de los elementos vencedora. Renacerás, renacerás ahora; florecerán la paz y la abundancia en tus talados campos; las divinas Musas te harán favorecida estancia, y cubrirán de rosas tus rüinas. Catuche. Riachuelo que corre por la parte de Caracas en que hizo más estragos el terremoto de 1812. (Nota de Bello). 9

Cercano al Anauco están las ruinas de San Lázaro, asilo en un tiempo de pobres lázaros, y palacio, después, de los capitanes generales de Venezuela, donde obsequiaban éstos, con fausto, a los célebres extranjeros que visitaban Caracas. (Arístides Rojas). 10

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………………………………………….. ¡Colombia! ¿qué montaña, qué ribera, qué playa inhospital, donde antes sólo por el furor se vió de la pantera o del caimán el suelo en sangre tinto; cuál selva tan oscura, en tu recinto, cuál queda ya tan solitaria cima, que horror no ponga y grima, de humanas osamentas hoy sembrada, feo padrón del sanguinario instinto que también contra el hombre al hombre anima? Tu libertad ¡cuán caro compraste! ¡cuánta tierra devastada! ¡cuánta familia en triste desamparo! Mas el bien adquirido al precio excede. ¿y cuánto nombre claro no das también al templo de memoria? Con los de Codro y Curcio el de Ricaurte vivirá, mientras hagan el humano pecho latir la libertad, la gloria. Vióle en sangrientas lides el Aragua dar a su patria lustre, a España miedo; el despotismo sus falanges dobla, y aun no sucumbe al número el denuedo. A sorprender se acerca una columna el almacén que con Ricaurte guarda escasa tropa; él, dando de los suyos a la salud lo que a la propia niega, aléjalos de sí; con ledo rostro su intento oculta. Y ya de espeso polvo se cubre el aire, y cerca se oye el trueno del hueco bronce, entre dolientes ayes de inerme vulgo, que a los golpes cae del vencedor; mas no, no impunemente: Ricaurte aguarda de una antorcha armado. Y cuando el puesto que defiende mira de la contraria hueste rodeado, 220


Alocución a la poesía

que, ebria de sangre, a fácil presa avanza; cuando el punto fatal, no a la venganza, (que indigna juzga), al alto sacrificio con que llenar el cargo honroso anhela, llegado ve, ¡Viva la patria! clama; la antorcha aplica; el edificio vuela. Ni tú de Ribas callarás la fama, a quien vió victorioso Niquitao, Horcones, Ocumare, Vigirima, y, dejando otros nombres, que no menos dignos de loa Venezuela estima, Urica, que ilustrarle pudo sola, donde de heroica lanza atravesado mordió la tierra el sanguinario Boves, monstruo de atrocidad más que española. ¿Qué, si de Ribas a los altos hechos dió la fortuna injusto premio al cabo? ¿Qué, si cautivo el español le insulta? ¿Si perecer en el suplicio le hace a vista de los suyos? ¿Si su yerta cabeza expone en afrentoso palo? Dispensa a su placer la tiranía la muerte, no la gloria, que acompaña al héroe de la patria en sus cadenas, y su cadalso en luz divina baña. Así expiró también, de honor cubierto, entre víctimas mil, Baraya, a manos de tus viles satélites, Morillo; ni el duro fallo a mitigar fué parte de la mísera hermana el desamparo, que, lutos arrastrando, acompañada de cien matronas, tu clemencia implora. “Muera (respondes) el traidor Baraya, y que a destierro su familia vaya”. Baraya muere, mas su ejemplo vive. ¿Piensas que apagarás con sangre el fuego de libertad en tantas almas grandes? 221


Gramática de la Libertad

Del Cotopaxi ve a extinguir la hoguera que ceban las entrañas de los Andes. Mira correr la sangre de Rovira, a quien lamentan Mérida y Pamplona; y la de Freites derramada mira, el constante adalid de Barcelona; Ortiz, García de Toledo expira; Granados, Amador, Castillo muere; yace Cabal, de Popayán llorado, llorado de las ciencias; fiera bala el pecho de Camilo Torres hiere; Gutiérrez el postrero aliento exhala; perece Pombo, que, en el banco infausto, el porvenir glorioso de su patria con profético acento te revela; no la íntegra virtud salva a Torices; no la modestia, no el ingenio a Caldas. De luto está cubierta Venezuela, Cundinamarca desolada gime, Quito sus hijos más ilustres llora. Pero ¿cuál es de tu crueldad el fruto? ¿A Colombia otra vez Fernando oprime? ¿Méjico a su visir postrada adora? ¿El antiguo tributo de un hemisferio esclavo a España llevas? ¿Puebla la inquisición sus calabozos de americanos; o españolas cortes dan a la servidumbre formas nuevas? ¿De la sustancia de cien pueblos, graves la avara Cádiz ve volver sus naves? Colombia vence; libertad los vanos cálculos de los déspotas engaña; y fecundos tus triunfos inhumanos, mas que a ti de oro, son de oprobio a España. Pudo a un Cortés, pudo a un Pizarro el mundo la sangre perdonar que derramaron; imperios con la espada conquistaron; mas a ti ni aun la vana, la ilusoria sombra, que llama gloria 222


Alocución a la poesía

el vulgo adorador de la fortuna, adorna; aquella efímera victoria que de inermes provincias te hizo dueño, como la aérea fábrica de un sueño desvanecióse, y nada deja, nada a tu nación, excepto la vergüenza de los delitos con que fué comprada. Quien te pone con Alba en paralelo, ¡oh cuánto yerra! En sangre bañó el suelo de Batavia el ministro de Felipe; pero si fué crüel y sanguinario, bajo no fué; no acomodando al vario semblante de los tiempos su semblante, ya desertor del uno, ya del otro partido, sólo el de su interés siguió constante; no alternativamente fué soldado feroz, patriota falso; no dió a la inquisición su espada un día, y por la libertad lidió el siguiente; ni traficante infame del cadalso, hizo de los indultos granjería. Musa, cuando las artes españolas a los futuros tiempos recordares, víctimas inmoladas a millares; pueblos en soledades convertidos; la hospitalaria mesa, los altares con sangre fraternal enrojecidos; de exánimes cabezas decoradas las plazas; aun las tumbas ultrajadas; doquiera que se envainan las espadas, entronizado el tribunal de espanto, que llama a cuentas el silencio, el llanto, y el pensamiento a su presencia cita, que premia al delator con la sustancia de la familia mísera proscrita, y a peso de oro, en nombre de Fernando, vende el permiso de vivir temblando; 223


Gramática de la Libertad

puede ser que parezcan tus verdades delirios de estragada fantasía que se deleita en figurar horrores; mas ¡oh de Quito ensangrentadas paces! ¡oh de Valencia abominable jura! ¿será jamás que lleguen tus colores, oh Musa, a realidad tan espantosa? A la hostia consagrada, en religiosa solemnidad expuesta, hace testigo del alevoso pacto el jefe ibero11; y entre devotas preces, que dirige al cielo, autor de la concordia, el clero, en nombre del presente Dios, en nombre de su monarca y de su honor, a vista de entrambos bandos y del pueblo entero, a los que tiene puestos ya en la lista de proscripción, fraternidad promete. Celébrase en espléndido banquete la paz; los brindis con risueña cara recibe… y ya en silencio se prepara el desenlace de este drama infando; el mismo sol que vió jurar las paces, Colombia, a tus patriotas vió expirando. A ti también, Javier Ustáriz, cupo mísero fin; atravesado fuiste de hierro atroz a vista de tu esposa que con su llanto enternecer no pudo a tu verdugo, de piedad desnudo; en la tuya y la sangre de sus hijos a un tiempo la infeliz se vió bañada. ¡Oh Maturín! ¡oh lúgubre jornada! ¡Oh día de aflicción a Venezuela, que aún hoy, de tanta pérdida preciosa, apenas con sus glorias se consuela! Tú en tanto en la morada de los justos sin duda el premio, amable Ustáriz, gozas debido a tus fatigas, a tu celo 11

Boves. (Nota de Bello).

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Alocución a la poesía

de bajos intereses desprendido; alma incontaminada, noble, pura, de elevados espíritus modelo, aun en la edad oscura en que el premio de honor se dispensaba sólo al que a precio vil su honor vendía, y en que el rubor de la virtud, altivo desdén y rebelión se interpretaba. La música, la dulce poesía ¿son tu delicia ahora, como un día? ¿O a más altos objetos das la mente, y con los héroes, con las almas bellas de la pasada edad y la presente, conversas, y el gran libro desarrollas de los destinos del linaje humano, y los futuros casos de la grande lucha de libertad, que empieza, lees, y su triunfo universal lejano? De mártires que dieron por la patria la vida, el santo coro te rodea: Régulo, Trásea, Marco Bruto, Decio, cuantos inmortaliza Atenas libre, cuantos Esparta y el romano Tibre; los que el bátavo suelo y el helvecio muriendo consagraron, y el britano; Padilla, honor del nombre castellano; Caupolicán12 y Guacaipuro13 altivo, y España osado; con risueña frente14 Guatimozín te muestra el lecho ardiente; muéstrate Gual la copa del veneno15; Caupolicán. Véase el poema de Ercilla, y particularmente su canto XXXIV. (Nota de Bello). 12

Guacaipuro. Cacique de una de las tribus caraqueñas, que, por no entregarse a los españoles, consintió ser abrasado vivo en su choza. (Nota de Bello). 13

España. Uno de los jefes de la conspiración tramada en Caracas y La Guaira a fines del siglo pasado; véase el Viaje de Depons, cap. 3 t. I. (Nota de Bello). 14

Gual. Compañero de España; envenenado en la isla de Trinidad por un agente del gobierno español. (Nota de Bello). 15

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Gramática de la Libertad

Luisa el crüento azote16 y tú, en el blanco seno, las rojas muestras de homicidas balas, heroica Policarpa, le señalas17, tú que viste expirar al caro amante con firme pecho, y por ajenas vidas diste la tuya, en el albor temprano de juventud, a un bárbaro tirano. ¡Miranda! de tu nombre se gloría también Colombia; defensor constante de sus derechos; de las santas leyes, de la severa disciplina amante. Con reverencia ofrezco a tu ceniza este humilde tributo, y la sagrada rama a tu efigie venerable ciño, patriota ilustre, que, proscrito, errante, no olvidaste el cariño del dulce hogar, que vió mecer tu cuna; y ora blanco a las iras de fortuna, ora de sus favores halagado, la libertad americana hiciste tu primer voto, y tu primer cuidado. Osaste, solo, declarar la guerra a los tiranos de tu tierra amada; y desde las orillas de Inglaterra, diste aliento al clarín, que el largo sueño disipó de la América, arrullada por la superstición. Al noble empeño de sus patricios, no faltó tu espada; y si, de contratiempos asaltado que a humanos medios resistir no es dado, te fué el ceder forzoso, y en cadena a manos perecer de una perfidia, tu espíritu no ha muerto, no; resuena, Luisa Cáceres de Arismendi, la joven esposa del jefe republicano de la isla Margarita. (Arístides Rojas). 16

Policarpa Salavarrieta, heroína de Cundinamarca sacrificada en las aras de la libertad. (Arístides Rojas). 17

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Alocución a la poesía

resuena aún el eco de aquel grito con que a lidiar llamaste; la gran lidia de que desarrollaste el estandarte, triunfa ya, y en su triunfo tienes parte. Tu nombre, Girardot, también la fama hará sonar con inmortales cantos, que del Santo Domingo en las orillas dejas de tu valor indicios tantos. ¿Por qué con fin temprano el curso alegre cortó de tus hazañas la fortuna? Caíste, sí; mas vencedor caíste; Y de la patria el pabellón triunfante sombra te dió al morir, enarbolado sobre las conquistadas baterías, de los usurpadores sepultura. Puerto Cabello vió acabar tus días, mas tu memoria no, que eterna dura. Ni menos estimada la de Roscio será en la más remota edad futura. Sabio legislador le vió el senado, el pueblo, incorruptible magistrado, honesto ciudadano, amante esposo, amigo fiel, y de las prendas todas que honran la humanidad cabal dechado. Entre las olas de civil borrasca, el alma supo mantener serena; con rostro igual vió la sonrisa aleve de la fortuna, y arrastró cadena; y cuando del baldón la copa amarga el canario soez pérfidamente18 le hizo agotar, la dignidad modesta de la virtud no abandonó su frente. Si de aquel ramo que Gradivo empapa de sangre y llanto está su sien desnuda, ¿cuál otro honor habrá que no le cuadre? De la naciente libertad, no sólo 18

Monteverde. (Nota de Bello).

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Gramática de la Libertad

fué defensor, sino maestro y padre. No negará su voz divina Apolo a tu virtud, ¡oh Piar!, su voz divina, que la memoria de alentados hechos redime al tiempo y a la Parca avara. Bien tus proezas Maturín declara, y Cumaná con Güiria y Barcelona, y del Juncal el memorable día, y el campo de San Félix las pregona, que con denuedo tanto y bizarría las enemigas filas disputaron, pues aún postradas por la muerte guardan el orden triple en que a la lid marcharon. ¡Dichoso, si Fortuna tu carrera cortado hubiera allí, si tanta gloria algún fatal desliz no oscureciera! Pero ¿ a dónde la vista se dirige que monumentos no halle de heroísmo? ¿La retirada que Mac Gregor rige diré, y aquel puñado de valientes, que rompe osado por el centro mismo del poder español, y a cada huella deja un trofeo? ¿Contaré las glorias que Anzoátegui lidiando gana en ella, o las que de Carúpano en los valles, o en las campañas del Apure, han dado tanto lustre a su nombre, o como experto caudillo, o como intrépido soldado? ¿El batallón diré que, en la reñida función de Bomboná, las bayonetas en los pendientes precipicios clava, osa escalar por ellos la alta cima19, y de la fortaleza se hace dueño En la Biblioteca Americana, este verso se lee: osa escalar por ellas la alta cima, pero es, sin duda, mejor lectura la que damos en el texto, tal como la dieron Rojas Hermanos, 1881, y Amunátegui, en O. C. III, 59. 19

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Alocución a la poesía

que a las armas patricias desafiaba? ¿Diré de Vargas el combate insigne, en que Rondón, de bocas mil, que muerte vomitan sin cesar, el fuego arrostra, el puente fuerza, sus guerreros guía sobre erizados riscos que aquel día oyeron de hombres la primer pisada, y al español sorprende, ataca, postra? ¿O citaré la célebre jornada en que miró a Cedeño el anchuroso Caura, y a sus bizarros compañeros, llevados los caballos de la rienda, fiados a la boca los aceros, su honda corriente atravesar a nado, y de las contrapuestas baterías hacer huir al español pasmado? Como en aquel jardín que han adornado naturaleza y arte a competencia, con vago revolar la abeja activa la más sutil y delicada esencia de las más olorosas flores liba; la demás turba deja, aunque de galas brillante, y de süave aroma llena, y torna, fatigadas ya las alas de la dulce tarea, a la colmena; así el que osare con tan rico asunto medir las fuerzas, dudará qué nombre cante primero, qué virtud, qué hazaña; y a quien la lira en él y la voz pruebe, sólo dado será dejar vencida de tanto empeño alguna parte breve. ¿Pues qué, si a los que vivos todavía la patria goza (y plegue a Dios que el día en que los llore viuda, tarde sea) no se arredrare de elevar la idea? ¿Si audaz cantare al que la helada cima superó de los Andes, y de Chile despedazó los hierros, y de Lima? 229


Gramática de la Libertad

………………………………………….. ¿O al que de Cartagena el gran baluarte hizo que de Colombia otra vez fuera? ¿O al que en funciones mil pavor y espanto puso, con su marcial legión llanera, al español; y a Marte lo pusiera? ¿O al héroe ilustre, que de lauro tanto su frente adorna, antes de tiempo cana, que en Cúcuta domó, y en San Mateo, y en el Araure la soberbia hispana; a quien los campos que el Arauca riega nombre darán, que para siempre dure, y los que el Cauca, y los que el ancho Apure; que en Gámeza triunfó, y en Carabobo, y en Boyacá, donde un imperio entero fué arrebatado al despotismo ibero? Mas no a mi débil voz la larga suma de sus victorias numerar compete; a ingenio más feliz, más docta pluma, su grata patria encargo tal comete; pues como aquel samán que siglos cuenta20, de las vecinas gentes venerado, que vió en torno a su basa corpulenta el bosque muchas veces renovado, y vasto espacio cubre con la hojosa copa, de mil inviernos victoriosa; así tu gloria al cielo se sublima, Libertador del pueblo colombiano; digna de que la lleven dulce rima y culta historia al tiempo más lejano.

Samán. Especie agigantada del género Mimosa, común en Venezuela. (Nota de Bello). 20

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SILVA A LA AGRICULTURA DE LA ZONA TÓRRIDA1 ¡Salve, fecunda zona, que al sol enamorado circunscribes el vago curso, y cuanto ser se anima en cada vario clima, acariciada de su luz, concibes! Tú tejes al verano su guirnalda de granadas espigas; tú la uva das a la hirviente cuba; no de purpúrea fruta, o roja, o gualda, a tus florestas bellas falta matiz alguno; y bebe en ellas aromas mil el viento; y greyes van sin cuento paciendo tu verdura, desde el llano que tiene por lindero el horizonte, hasta el erguido monte, de inaccesible nieve siempre cano. Tú das la caña hermosa, de do la miel se acendra, por quien desdeña el mundo los panales; tú en urnas de coral cuajas la almendra que en la espumante jícara rebosa; bulle carmín viviente en tus nopales, que afrenta fuera al múrice de Tiro; y de tu añil la tinta generosa émula es de la lumbre del zafiro. El vino es tuyo, que la herida agave2 para los hijos vierte Publicada por primera vez en el Repertorio Americano, I. Londres, octubre 1826, pp. 7-18. De esta inserción derivan las demás publicaciones, numerosísimas, pues seguramente es el poema de Bello que más reediciones ha tenido. Formaba parte del plan de Silvas Americanas, como Silva I, plan irrealizado. (V. nota al poema Alocución a la poesía, p. 207). 1

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Agave. Maguey o pita (Agave americana L.) que da el pulque. (Nota de Bello).

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Gramática de la Libertad

del Anahuac feliz; y la hoja es tuya, que, cuando de suave humo en espiras vagorosas huya, solazará el fastidio al ocio inerte. Tú vistes de jazmines el arbusto sabeo3, y el perfume le das, que en los festines la fiebre insana templará a Lieo. Para tus hijos la procera palma4 su vario feudo cría, y el ananás sazona su ambrosía; su blanco pan la yuca5; sus rubias pomas la patata educa; y el algodón despliega al aura leve las rosas de oro y el vellón de nieve. Tendida para ti la fresca parcha6 en enramadas de verdor lozano, cuelga de sus sarmientos trepadores nectáreos globos y franjadas flores; y para ti el maíz, jefe altanero de la espigada tribu, hincha su grano; y para ti el banano7 desmaya al peso de su dulce carga; El café es originario de Arabia, y el más estimado en el comercio viene todavía de aquella parte del Yemen en que estuvo el reino de Sabá, que es cabalmente donde hoy está Moka. (Nota de Bello). 3

Ninguna familia de vegetales puede competir con las palmas en la variedad de productos útiles al hombre: pan, leche, vino, aceite, fruta, hortaliza, cera, leña, cuerdas, vestido, etc. (Nota de Bello). 4

No se debe confundir (como se ha hecho en un diccionario de grande y merecida autoridad) la planta de cuya raíz se hace el pan de casabe (que es la Jatropha manihot de Linneo, conocida ya generalmente en castellano bajo el nombre de yuca) con la yucca de los botánicos. (Nota de Bello). 5

Parcha. Este nombre se da en Venezuela a las Pasifloras o Pasionarias, género abundantísimo en especies, todas bellas, y algunas de suavísimos frutos. (Nota de Bello). 6

El banano es el vegetal que principalmente cultivan para sí los esclavos de las plantaciones o haciendas, y de que sacan mediata o inmediatamente su subsistencia, y casi todas las cosas que les hacen tolerable la vida. Sabido es que el bananal no sólo da, a proporción del terreno que ocupa, más cantidad de alimento que ninguna otra siembra o plantío, sino que de todos los vegetales alimenticios, éste es el que pide menos trabajo y menos cuidado. (Nota de Bello). 7

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Silva a la agricultura de la zona tórrida

el banano, primero de cuantos concedió bellos presentes Providencia a las gentes del ecuador feliz con mano larga. No ya de humanas artes obligado el premio rinde opimo; no es a la podadera, no al arado deudor de su racimo; escasa industria bástale, cual puede hurtar a sus fatigas mano esclava; crece veloz, y cuando exhausto acaba, adulta prole en torno le sucede. Mas ¡oh! ¡si cual no cede el tuyo, fértil zona, a suelo alguno, y como de natura esmero ha sido, de tu indolente habitador lo fuera! ¡Oh! ¡si al falaz rüido la dicha al fin supiese verdadera anteponer, que del umbral le llama del labrador sencillo, lejos del necio y vano fasto, el mentido brillo, el ocio pestilente ciudadano! ¿Por qué ilusión funesta aquellos que fortuna hizo señores de tan dichosa tierra y pingüe y varia, al cuidado abandonan y a la fe mercenaria las patrias heredades, y en el ciego tumulto se aprisionan de míseras ciudades, do la ambición proterva sopla la llama de civiles bandos, o al patriotismo la desidia enerva; do el lujo las costumbres atosiga, y combaten los vicios la incauta edad en poderosa liga? No allí con varoniles ejercicios 233


Gramática de la Libertad

se endurece el mancebo a la fatiga; mas la salud estraga en el abrazo de pérfida hermosura, que pone en almoneda los favores; mas pasatiempo estima prender aleve en casto seno el fuego de ilícitos amores; o embebecido le hallará la aurora en mesa infame de ruinoso juego. En tanto a la lisonja seductora del asiduo amador fácil oído da la consorte; crece en la materna escuela de la disipación y el galanteo la tierna virgen, y al delito espuela es antes el ejemplo que el deseo. ¿Y será que se formen de ese modo los ánimos heroicos denodados que fundan y sustentan los estados? ¿De la algazara del festín beodo, o de los coros de liviana danza, la dura juventud saldrá, modesta, orgullo de la patria, y esperanza? ¿Sabrá con firme pulso de la severa ley regir el freno; brillar en torno aceros homicidas en la dudosa lid verá sereno; o animoso hará frente al genio altivo del engreído mando en la tribuna, aquel que ya en la cuna durmió al arrullo del cantar lascivo, que riza el pelo, y se unge, y se atavía con femenil esmero, y en indolente ociosidad el día, o en criminal lujuria pasa entero? No así trató la triunfadora Roma las artes de la paz y de la guerra; antes fió las riendas del estado a la mano robusta 234


Silva a la agricultura de la zona tórrida

que tostó el sol y encalleció el arado; y bajo el techo humoso campesino los hijos educó, que el conjurado mundo allanaron al valor latino. ¡Oh! ¡los que afortunados poseedores habéis nacido de la tierra hermosa, en que reseña hacer de sus favores, como para ganaros y atraeros, quiso Naturaleza bondadosa! romped el duro encanto que os tiene entre murallas prisioneros. El vulgo de las artes laborioso, el mercader que necesario al lujo al lujo necesita, los que anhelando van tras el señuelo del alto cargo y del honor ruidoso, la grey de aduladores parasita, gustosos pueblen ese infecto caos; el campo es vuestra herencia; en él gozaos. ¿Amáis la libertad? El campo habita, no allá donde el magnate entre armados satélites se mueve, y de la moda, universal señora, va la razón al triunfal carro atada, y a la fortuna la insensata plebe, y el noble al aura popular adora. ¿O la virtud amáis? ¡Ah, que el retiro, la solitaria calma en que, juez de sí misma, pasa el alma a las acciones muestra, es de la vida la mejor maestra! ¿Buscáis durables goces, felicidad, cuanta es al hombre dada y a su terreno asiento, en que vecina está la risa al llanto, y siempre, ¡ah! Siempre donde halaga la flor, punza la espina? Id a gozar la suerte campesina; la regalada paz, que ni rencores 235


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al labrador, ni envidias acibaran; la cama que mullida le preparan el contento, el trabajo, el aire puro; y el sabor de los fáciles manjares, que dispendiosa gula no le aceda; y el asilo seguro de sus patrios hogares que a la salud y al regocijo hospeda. El aura respirad de la montaña, que vuelve al cuerpo laso el perdido vigor, que a la enojosa vejez retarda el paso, y el rostro a la beldad tiñe de rosa. ¿Es allí menos blanda por ventura de amor la llama, que templó el recato? ¿O menos aficiona la hermosura que de extranjero ornato y afeites impostores no se cura? ¿O el corazón escucha indiferente el lenguaje inocente que los afectos sin disfraz expresa, y a la intención ajusta la promesa? No del espejo al importuno ensayo la risa se compone, el paso, el gesto; ni falta allí carmín al rostro honesto que la modestia y la salud cobra, ni la mirada que lanzó al soslayo tímido amor, la senda al alma ignora. ¿Esperaréis que forme más venturosos lazos himeneo, do el interés barata, tirano del deseo, ajena mano y fe por nombre o plata, que do conforme gusto, edad conforme, y elección libre, y mutuo ardor los ata? Allí también deberes hay que llenar: cerrad, cerrad las hondas heridas de la guerra; el fértil suelo, 236


Silva a la agricultura de la zona tórrida

áspero ahora y bravo, al desacostumbrado yugo torne del arte humana, y le tribute esclavo. Del obstrüido estanque y del molino recuerden ya las aguas el camino; el intrincado bosque el hacha rompa, consuma el fuego; abrid en luengas calles la oscuridad de su infructuosa pompa. Abrigo den los valles a la sedienta caña; la manzana y la pera en la fresca montaña el cielo olviden de su madre España; adorne la ladera el cafetal; ampare a la tierna teobroma en la ribera la sombra maternal de su bucare8; aquí el vergel, allá la huerta ría… ¿Es ciego error de ilusa fantasía? Ya dócil a tu voz, agricultura, nodriza de las gentes, la caterva servil armada va de corvas hoces. Mírola ya que invade la espesura de la floresta opaca; oigo las voces, siento el rumor confuso; el hierro suena, los golpes el lejano eco redobla; gime el ceibo anciano, que a numerosa tropa largo tiempo fatiga; batido de cien hachas, se estremece, estalla al fin, y rinde el ancha copa. Huyó la fiera; deja el caro nido, deja la prole implume el ave, y otro bosque no sabido de los humanos va a buscar doliente. ¿Qué miro? Alto torrente de sonorosa llama El cacao (Theobroma cacao L.) suele plantarse en Venezuela a la sombra de árboles corpulentos llamados bucares. (Nota de Bello). 8

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Gramática de la Libertad

corre, y sobre las áridas rüinas de la postrada selva se derrama. El raudo incendio a gran distancia brama, y el humo en negro remolino sube, aglomerando nube sobre nube. Ya de lo que antes era verdor hermoso y fresca lozanía, sólo difuntos troncos, sólo cenizas quedan; monumento de la dicha mortal, burla del viento. Mas al vulgo bravío de las tupidas plantas montaraces, sucede ya el fructífero plantío en muestra ufana de ordenadas haces. Ya ramo a ramo alcanza, y a los rollizos tallos hurta el día; ya la primera flor desvuelve el seno, bello a la vista, alegre a la esperanza; a la esperanza, que riendo enjuga del fatigado agricultor la frente, y allá a lo lejos el opimo fruto, y la cosecha apañadora pinta, que lleva de los campos el tributo, colmado el cesto, y con la falda en cinta, y bajo el peso de los largos bienes con que al colono acude, hace crujir los vastos almacenes. ¡Buen Dios! no en vano sude, mas a merced y a compasión te mueva la gente agricultora del ecuador, que del desmayo triste con renovado aliento vuelve ahora, y tras tanta zozobra, ansia, tumulto, tantos años de fiera devastación y militar insulto, aún más que tu clemencia antigua implora. Su rústica piedad, pero sincera, halle a tus ojos gracia; no el risueño 238


Silva a la agricultura de la zona tórrida

porvenir que las penas le aligera, cual de dorado sueño visión falaz, desvanecido llore; intempestiva lluvia no maltrate el delicado embrión; el diente impío de insecto roedor no lo devore; sañudo vendaval no lo arrebate, ni agote al árbol el materno jugo la calorosa sed de largo estío. Y pues al fin te plugo, árbitro de la suerte soberano, que, suelto el cuello de extranjero yugo, erguiese al cielo el hombre americano, bendecida de ti se arraigue y medre su libertad; en el más hondo encierra de los abismos la malvada guerra, y el miedo de la espada asoladora al suspicaz cultivador no arredre del arte bienhechora, que las familias nutre y los estados; la azorada inquietud deje las almas, deje la triste herrumbre los arados. Asaz de nuestros padres malhadados expiamos la bárbara conquista. ¿Cuántas doquier la vista no asombran erizadas soledades, do cultos campos fueron, do ciudades? De muertes, proscripciones, suplicios, orfandades, ¿quién contará la pavorosa suma? Saciadas duermen ya de sangre ibera las sombras de Atahualpa y Motezuma. ¡Ah! desde el alto asiento, en que escabel te son alados coros que velan en pasmado acatamiento la faz ante la lumbre de tu frente, (si merece por dicha una mirada tuya la sin ventura humana gente), 239


Gramática de la Libertad

el ángel nos envía, el ángel de la paz, que al crudo ibero haga olvidar la antigua tiranía, y acatar reverente el que a los hombres sagrado diste, imprescriptible fuero; que alargar le haga al injuriado hermano, (¡ensangrentóla asaz!) la diestra inerme; y si la innata mansedumbre duerme, la despierte en el pecho americano. El corazón lozano que una feliz oscuridad desdeña, que en el azar sangriento del combate alborozado late, y codicioso de poder o fama, nobles peligros ama; baldón estime sólo y vituperio el prez que de la patria no reciba, la libertad más dulce que el imperio, y más hermosa que el laurel la oliva. Ciudadano el soldado, deponga de la guerra la librea; el ramo de victoria colgado al ara de la patria sea, y sola adorne al mérito la gloria. De su trïunfo entonces, Patria mía, verá la paz el suspirado día; la paz, a cuya vista el mundo llena alma, serenidad y regocijo; vuelve alentado el hombre a la faena, alza el ancla la nave, a las amigas auras encomendándose animosa, enjámbrase el taller, hierve el cortijo, y no basta la hoz a las espigas. ¡Oh jóvenes naciones, que ceñida alzáis sobre el atónito occidente de tempranos laureles la cabeza! honrad el campo, honrad la simple vida del labrador, y su frugal llaneza. 240


Silva a la agricultura de la zona tórrida

Así tendrán en vos perpetuamente la libertad morada, y freno la ambición, y la ley templo. Las gentes a la senda de la inmortalidad, ardua y fragosa, se animarán, citando vuestro ejemplo. Lo emulará celosa vuestra posteridad; y nuevos nombres añadiendo la fama a los que ahora aclama, “hijos son éstos, hijos, (pregonará a los hombres) de los que vencedores superaron de los Andes la cima; de los que en Boyacá, los que en la arena de Maipo, y en Junín, y en la campaña gloriosa de Apurima, postrar supieron al león de España”.

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LA ORACIÓN POR TODOS1 Imitación de Víctor Hugo I Ve a rezar, hija mía. Ya es la hora de la conciencia y del pensar profundo: cesó el trabajo afanador, y al mundo la sombra va a colgar su pabellón. Sacude el polvo el árbol del camino, al soplo de la noche; y en el suelto manto de la sutil neblina envuelto, se ve temblar el viejo torreón. ¡Mira! su ruedo de cambiante nácar el occidente más y más angosta; y enciende sobre el cerro de la costa el astro de la tarde su fanal. Para la pobre cena aderezado, brilla el albergue rústico; y la tarda vuelta del labrador la esposa aguarda con su tierna familia en el umbral. Brota del seno de la azul esfera uno tras otro fúlgido diamante; y ya apenas de un carro vacilante se oye a distancia el desigual rumor. Todo se hunde en la sombra: el monte, el valle, y la iglesia, y la choza, y la alquería; y a los destellos últimos del día se orienta en el desierto el viajador. Naturaleza toda gime; el viento en la arboleda, el pájaro en el nido, y la oveja en su trémulo balido, y el arroyuelo en su correr fugaz. Se publicó por primera vez en El Crepúsculo, tomo I, nº 6, Santiago, 1º de octubre de 1843. De ahí provienen las numerosas reimpresiones posteriores. (Comisión Editora. Caracas). 1

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Gramática de la Libertad

El día es para el mal y los afanes: ¡He aquí la noche plácida y serena! El hombre, tras la cuita y la faena, quiere descanso y oración y paz. Sonó en la torre la señal: los niños conversan con espíritus alados; y los ojos al cielo levantados, invocan de rodillas al Señor. Las manos juntas, y los pies desnudos, fe en el pecho, alegría en el semblante, con una misma voz, a un mismo instante, al Padre Universal piden amor. Y luego dormirán; y en leda tropa, sobre su cuna volarán ensueños2, ensueños de oro, diáfanos, risueños, visiones que imitar no osó el pincel. Y ya sobre la tersa frente posan, ya beben el aliento a las bermejas bocas, como lo chupan las abejas a la fresca azucena y al clavel. Como para dormirse, bajo el ala esconde su cabeza la avecilla, tal la niñez en su oración sencilla adormece su mente virginal. ¡Oh dulce devoción, que reza y ríe! ¡de natural piedad primer aviso! ¡fragancia de la flor del paraíso! ¡preludio del concierto celestial! II Ve a rezar, hija mía. Y ante todo, ruega a Dios por tu madre; por aquella En la edición de El Crepúsculo, este verso es: sobre su cama volarán ensueños, 2

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La oración por todos

que te dió el ser, y la mitad más bella de su existencia ha vinculado en él; que en su seno hospedó tu joven alma, de una llama celeste desprendida; y haciendo dos porciones de la vida, tomó el acíbar y te dió la miel. Ruega después por mí. Más que tu madre lo necesito yo… Sencilla, buena, modesta como tú, sufre la pena, y devora en silencio su dolor. A muchos compasión, a nadie envidia, la vi tener en mi fortuna escasa; como sobre el cristal la sombra, pasa sobre su alma el ejemplo corruptor. No le son conocidos… ¡ni lo sean a ti jamás!… los frívolos azares de la vana fortuna, los pesares ceñudos que anticipan la vejez; de oculto oprobio el torcedor, la espina que punza a la conciencia delincuente, la honda fiebre del alma, que la frente tiñe con enfermiza palidez. Mas yo la vida por mi mal conozco, conozco el mundo, y sé su alevosía; y tal vez de mi boca oirás un día lo que valen las dichas que nos da. Y sabrás lo que guarda a los que rifan riquezas y poder, la urna aleatoria, y que tal vez la senda que a la gloria guiar parece, a la miseria va. Viviendo, su pureza empaña el alma, y cada instante alguna culpa nueva arrastra en la corriente que la lleva con rápido descenso al ataúd. La tentación seduce; el juicio engaña; 245


Gramática de la Libertad

en los zarzales del camino deja alguna cosa cada cual: la oveja su blanca lana, el hombre su virtud. Ve, hija mía, a rezar por mí, y al cielo pocas palabras dirigir te baste: “Piedad, Señor, al hombre que criaste; eres Grandeza; eres Bondad; ¡perdón!” Y Dios te oirá; que cual del ara santa sube el humo a la cúpula eminente, sube del pecho cándido, inocente, al trono del Eterno la oración. Todo tiende a su fin: a la luz pura del sol, la planta; el cervatillo atado, a la libre montaña; el desterrado, al caro suelo que le vió nacer; y la abejilla en el frondoso valle, de los nuevos tomillos al aroma; y la oración en alas de paloma a la morada del Supremo Ser. Cuando por mí se eleva a Dios tu ruego, soy como el fatigado peregrino, que su carga a la orilla del camino deposita y se sienta a respirar; porque de tu plegaria el dulce canto alivia el peso a mi existencia amarga, y quita de mis hombros esta carga, que me agobia, de culpa y de pesar. Ruega por mí, y alcánzame que vea, en esta noche de pavor, el vuelo de un ángel compasivo, que del cielo traiga a mis ojos la perdida luz. Y pura finalmente, como el mármol que se lava en el templo cada día, arda en sagrado fuego el alma mía, como arde el incensario ante la Cruz. 246


La oración por todos

III Ruega, hija, por tus hermanos, los que contigo crecieron, y un mismo seno exprimieron, y un mismo techo abrigó. Ni por los que te amen sólo el favor del cielo implores: por justos y pecadores, Cristo en la Cruz expiró. Ruega por el orgulloso que ufano se pavonea, y en su dorada librea funda insensata altivez; y por el mendigo humilde que sufre el ceño mezquino de los que beben el vino porque le dejen la hez. Por el que de torpes vicios sumido en profundo cieno, hace aullar el canto obsceno de nocturno bacanal; y por la velada virgen que en su solitario lecho con la mano hiriendo el pecho, reza el himno sepulcral. Por el hombre sin entrañas, en cuyo pecho no vibra una simpática fibra al pesar y a la aflicción; que no da sustento al hambre, ni a la desnudez vestido, ni da la mano al caído, ni da a la injuria perdón. Por el que en mirar se goza 247


Gramática de la Libertad

su puñal de sangre rojo, buscando el rico despojo, o la venganza crüel; y por el que en vil libelo destroza una fama pura, y en la aleve mordedura escupe asquerosa hiel. Por el que sulca animoso3 la mar, de peligros llena; por el que arrastra cadena, y por su duro señor; por la razón que leyendo en el gran libro, vigila; por la razón que vacila; por la que abraza el error. Acuérdate, en fin, de todos los que penan y trabajan; y de todos los que viajan por esta vida mortal. Acuérdate aun del malvado que a Dios blasfemando irrita. La oración es infinita: nada agota su caudal. IV ¡Hija!, reza también por los que cubre la soporosa piedra de la tumba, profunda sima adonde se derrumba la turba de los hombres mil a mil: abismo en que se mezcla polvo a polvo, y pueblo a pueblo; cual se ve a la hoja de que al añoso bosque abril despoja, Bello escribió sulca, palabra que ha sido corregida por surca en las otras ediciones. La restablecemos porque es forma etimológica (del latín sulco, sulcare) y de uso corriente todavía en los autores clásicos. 3

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La oración por todos

mezclar las suyas otro y otro abril4. Arrodilla, arrodíllate en la tierra donde segada en flor yace mi Lola, coronada de angélica aureola; do helado duerme cuanto fué mortal; donde cautivas almas piden preces que las restauren a su ser primero, y purguen las reliquias del grosero vaso, que las contuvo, terrenal. ¡Hija!, cuando tú duermes, te sonríes, y cien apariciones peregrinas sacuden retozando tus cortinas: travieso enjambre, alegre, volador. Y otra vez a la luz abres los ojos, al mismo tiempo que la aurora hermosa abre también sus párpados de rosa, y da a la tierra el deseado albor. ¡Pero esas pobres almas!… ¡si supieras qué sueño duermen!… su almohada es fría; duro su lecho; angélica armonía no regocija nunca su prisión. No es reposo el sopor que las abruma; para su noche no hay albor temprano; y la conciencia, velador gusano, les roe inexorable el corazón. Una plegaria, un solo acento tuyo, hará que gocen pasajero alivio, y que de luz celeste un rayo tibio logre a su oscura estancia penetrar; que el atormentador remordimiento una tregua a sus víctimas conceda, y del aire, y el agua, y la arboleda, oigan el apacible susurrar. Caro, en su edición de 1882, da así este verso: mezclar las suyas uno y otro abril. 4

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Gramática de la Libertad

Cuando en el campo con pavor secreto la sombra ves, que de los cielos baja, la nieve que las cumbres amortaja, y del ocaso el tinte carmesí; en las quejas del aura y de la fuente ¿no te parece que una voz retiña, una doliente voz que dice: “Niña, cuando tú reces, ¿rezarás por mí?” Es la voz de las almas. A los muertos que oraciones alcanzan, no escarnece el rebelado arcángel, y florece sobre su tumba perennal tapiz. Mas ¡ay! a los que yacen olvidados cubre perpetuo horror; hierbas extrañas ciegan su sepultura; a sus entrañas árbol funesto enreda la raíz. Y yo también (no dista mucho el día) huésped seré de la morada oscura, y el ruego invocaré de una alma pura, que a mi largo penar consuelo dé. Y dulce entonces me será que vengas, y para mí la eterna paz implores, y en la desnuda losa esparzas flores, simple tributo de amorosa fe. ¿Perdonarás a mi enemiga estrella, si disipadas fueron una a una las que mecieron tu mullida cuna esperanzas de alegre porvenir? Sí, le perdonarás; y mi memoria te arrancará una lágrima, un suspiro que llegue hasta mi lóbrego retiro, y haga mi helado polvo rebullir.

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Epistolario



CARTA A MANUEL NICOLÁS CORPANCHO Reflexiones sobre la Poesía a propósito de algunas de sus obras. Valparaíso, 18 de enero de 1856 Estimado Señor mío: Sentiría mucho que Usted hubiese creído por un momento que el haber dejado de contestar a sus amables cartas tanto tiempo era efecto de desatención o negligencia. Todo lo contrario. He estado ocupadísimo: he sufrido golpes dolorosos, de que, a la verdad, se ha resentido poco mi salud; pero que me han acarreado una especie de desazón moral y de incapacidad completa para los estudios de la bella literatura, que eran en otra época de mi vida mis delicias. Está en el orden de la naturaleza que yo no sea ya ni aun lo poco que antes he sido. Usted lo percibirá demasiado al recorrer estas líneas. Quería, por otra parte, darme tiempo para leer con la debida atención las Brisas del Mar, acompañando a esta lectura la de los filosóficos discursos que las preceden, y la de la carta de Usted al señor Orihuela. Las producciones poéticas de Usted revelan felices disposiciones para la poesía: sensibilidad, e imaginación; dotes inapreciables que el arte no puede dar, pero que, en el estado presente del mundo, no pueden lucirse sin el arte; quiero decir, sin una competente posesión de la lengua, que es la primera y la más indispensable de las preparaciones del poeta, comprendiendo en ella la versificación y el estilo; posesión que, como Usted sabe, no la dan las reglas: es preciso agregar a ellas la lectura variada de nuestros buenos escritores en prosa y verso, y de los que, en otros idiomas, antiguos o modernos, han dejado monumentos inmortales que el mundo no se cansa ni se cansará jamás de admirar. La lengua, mi estimado señor, la lengua castellana pide a Usted alguna más atención y estudio para que sus eminentes dotes poéticas tengan todo el brillo a que las ha destinado la naturaleza. Yo encuentro en sus obras (permítame Usted que le hable con sinceridad) faltas graves de lenguaje, que por acá, o no se conocen, o se toleran; pero de que debe abstenerse el escritor que tenga, como Usted debe tener, la noble ambición de ser leído 253


Gramática de la Libertad

y apreciado en todo el mundo castellano, y aun más allá, si es posible. Encuentro frases mal construidas, y palabras impropiamente usadas. Su prosodia no es siempre correcta. Me atrevería a indicarle que estudiase detenidamente las leyes del ritmo, sus movimientos, sus cadencias, en las obras líricas de Lope de Vega, Rojas, Quintana, Moratín. Olmedo es casi el único de los poetas sur-americanos que ha dado a esta parte de la lengua y de la versificación toda la importancia que se merece; y a ello, debe, tanto como a su esclarecido ingenio, su indisputable preminencia. Pasando de la corteza a la sustancia, y contrayéndome al Magallanes, no creo, con el gran poeta argentino1, que Usted hubiese hecho mejor elección prefiriendo, para un ensayo épico, el porvenir al pasado. Los destinos futuros de nuestra América serían un bello asunto para una oda; pero ¡para un poema épico! Yo creo dar a la epopeya el sentido más lato que puede admitir, comprendiendo bajo este nombre toda especie de poesía narrativa; el Jocelyn, por ejemplo, el Lara, el Corsario, el Moro Expósito, las leyendas de Zorrilla, etc. Ya usted ve que no soy supersticiosamente adicto a las tradiciones de la escuela clásica. Pero sólo en este sentido lato, me parece realizable la epopeya en nuestros días. Habrá, pues, diferentes especies, diferentes formas, diferentes tonos de epopeya, adaptados cada uno a la naturaleza del asunto que se elija, sea cual fuere, con tal que se preste a las condiciones esenciales de una narración animada, interesante, poética. La individualidad, la determinación, es el carácter constitutivo de una narración épica. El héroe se pone de bulto, no en expresiones generales, por elegantes y espléndidas que sean, sino en hechos concretos, que puedan hablar, por decirlo así, a los ojos, y trasladarse al lienzo del pintor. Esta es la parte en que sobresale Ercilla y a que se reduce todo el mérito de La Araucana. ¿Se describe una tempestad? Es preciso ver sus estragos. ¿Un naufragio? Ahí está el terrífico cuadro de Lord Byron. ¿Una batalla? Bernal Díaz, en su rastrera prosa, es una prueba de lo que vale lo que yo he llamado individualidad, para conmover profundamente el alma. La narración debe ser rápida, no como la del Jocelyn de Lamartine, que camina perezosa entre la lozanía de las descripciones, y la autopsia de los sentimientos que el poeta desenvuelve en sus personajes. Nada de Psicología. Transparéntense las afecciones del corazón en las actitudes, 1

José Mármol.

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A Manuel Nicolás Corpancho

en los movimientos materiales, en las palabras que arrancan la pasión al personaje, en el drama de la narración. Resumo mis ideas sobre este proceder de los grandes artistas con una sola palabra: Dido. Esto es lo más noble, lo más elevado del arte; y como el poeta debe sacarlo de su propio fondo, e inocularlo, no puede menos de chocarnos, como falsificador de la historia, cuando toma un asunto histórico conocido. Bajo este punto de vista, me parece mal elegido el descubrimiento de Magallanes para un canto épico, la luz de la historia desprestigia la epopeya, que, por eso, se ha refugiado a los asuntos de pura imaginación, a las leyendas, y a las tradiciones oscuras de una edad fabulosa y heroica. Usted ha navegado entre dos escollos: el incredulus odi de los lectores y la falta de vitalidad poética. Siento decir que no ha tenido la fortuna de su héroe. Usted me encontrará demasiado pedagógico, demasiado dogmático; pero creo no haber hecho otra cosa, que recordar a Usted doctrinas ajenas, principios conocidos, e incontestables. Otra indicación someteré también al juicio ilustrado de usted; el tono lírico no es el propio de la narración épica; este es un peligro para las imaginaciones ardientes, y la de Usted no ha podido evitarlo. He sido tal vez demasiado franco; si así fuere, ruego a Usted me perdone, atribuyéndolo a mis buenos deseos por la acertada dirección de sus estudios y ensayos poéticos, que darán con ella un lauro más a las glorias de nuestra común patria y convertirán en preciosas realidades las que ahora son risueñas esperanzas. Usted es joven; yo estoy ya a la orilla de la tumba: la falta de franqueza sería en mí vituperable disimulación, deslealtad. Concluiré rogando también a Usted que por ningún motivo, vean estas desaliñadas líneas la luz pública. Ellas harían un papel bien triste aliado de las de los señores Noboa, Carpio, Orihuela y Mármol, en que he tenido el placer de ver confirmadas algunas de mis ideas sobre el carácter de la moderna poesía en España y América, y he encontrado asimismo consideraciones o puntos de vista tan nuevos para mí, como felizmente expresados. Trabajo habrá tenido Usted para descifrar estos caracteres trazados por una mano casi octogenaria; y no debo prolongarlo más tiempo. 255


GramĂĄtica de la Libertad

RecibirĂŠ siempre con mucho placer las comunicaciones de Usted y le suplico me ponga en la lista de sus amigos y admiradores. B.S.M. AndrĂŠs Bello

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CARTA A PASCUAL DE GAYANGOS Sobre varios temas literarios. Sr. Don Pascual de Gayangos Madrid Santiago de Chile, 23 de agosto1 de 1862 Muy señor mío y de mi más distinguida consideración: He recibido con particular satisfacción la de Ud. de 25 de septiembre último: sus bondadosas ofertas2 me penetran del más vivo reconocimiento; y como una prueba de que las creo sinceras principiaré desde luego a valerme de ellas; después de decirle que la carta que Ud. me indica de diciembre del año pasado, se ha extraviado sin duda. Imprudencia parecerá de mi parte que yo moleste con observaciones e investigaciones literarias a una persona tan ocupada como Ud. en materias de la misma clase y de mucho más interés para Ud. y para el público. Discúlpame en parte la pobreza de los establecimientos de Santiago, donde por lo general es imposible rastrear documentos y datos históricos o filológicos para ilustrarme en los trabajos que temerariamente he emprendido. Pero antes de todo haré a Ud. uno o dos reparos que se me han ofrecido en la lectura del ameno y erudito Discurso Preliminar3 que Ud. puso al tomo 40 de la Biblioteca Española. Primeramente por lo que toca a los tres Ciclos en que Ud. divide la epopeya caballeresca, yo creo que la denominación de Ciclo greco-asiático es una especie de injusticia respecto de su cuna y principal asiento en Bretaña, entendiendo bajo este nombre la patria de los bardos-galeses, armoricanos y anglo-normandos, que inventaron o amplificaron las tradiciones y leyendas en que figura el Amunátegui publica esta misma versión con fecha 8 de marzo de 1862. En el borrador revisado por nosotros aparece tachada esa fecha, y en su lugar Agosto 23 de 1862. En: Miguel Luis Amunátegui, Vida de Don Andrés Bello, pp. 576-579. 1

2

Amunátegui incluye sus expresiones de afecto pero en el borrador aparece tachado.

3

Se respetan todos los subrayados del borrador.

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Gramática de la Libertad

rey Artús, los caballeros de la Tabla Redonda, Tristán, etc., y de que forman un bellísimo apéndice los Lais de Marie de France. Las hazañas, matrimonios y descendencias de muchos héroes caballerescos de la Edad Media en el Oriente, no quitan a la Bretaña sus derechos sobre lo que debe considerarse, a mi parecer, como una emanación de sus propias invenciones y leyendas; tanto más, que las hazañas y maravillas de los libros greco-asiáticos están calcadas sobre las de los bardos bretones. Yo dejo la decisión de esta duda mía a la superior inteligencia de Ud. y a su extenso conocimiento de las obras que Ud. refiere al ciclo greco-asiático, en que, a decir verdad, he tenido poquísima versación. Creo también que el llamar francés al ciclo bretón es otra injusticia a los antedichos bardos-galeses, armoricanos y anglo-normandos. Es verdad que las aventuras y maravillas referidas por éstos, se injirieron después en las canciones de gesta de los troveres; pero fueron originalmente bretones, y así es que no hay rastro de ellas en las más antiguas poesías de los troveres, principiando por la Chanson de Roland y Le Romans de Garin Le Loherain, y siguiendo esta veta legendaria hasta el Gerardo de Viena, muy entrado ya el siglo XIII. El segundo reparo mío recae sobre la inteligencia de la palabra Gaula en el apellido de Amadís. No me parece exacto que esta palabra designe lo que hoy llamamos País o Principado de Gales, ni que estuviese situado en ninguna de las Islas Británicas. Este apellido lo había heredado Amadís de su padre Perión de Gaula, que indudablemente reinaba en una parte de la Galia; y por consiguiente, el Gaula de los dos apellidos no era ni más ni menos que Galia, que se llamó generalmente Gaule. Me fundo para juzgar así en las expediciones y viajes que se refieren en el Amadís, donde creo que, por punto general, cuando se trata de pasar a Gaula una persona que está en cualquier lugar de las Islas Británicas, tiene que atravesar el mar, y recíprocamente, al paso que, para pasar de la Gaula a la Pequeña Bretaña, y recíprocamente, no se hace más que montar a caballo, y tomar el camino real. Yo era de opinión contraria algunos años ha; pero, habiendo leído después el Amadís, varié de juicio. Debo confesar, sin embargo, que la única edición que yo he visto en América del Amadís, es la modernísima de Barcelona. Si Usted tuviese tiempo de verificar mis observaciones, celebraría que se sirviese manifestarme su juicio definitivo acerca de la patria del grande héroe caballeresco. No añadiré a esta larga carta, sino una cuestión relativa a la Crónica del 258


A Pascual de Gayangos

Cid. En los capítulos 229 y 233, se habla de un Jilberto, un sabio que fizo la historia de los reyes moros que reinaron en el señorío de Africa. Según parece por el nombre del historiador, y por las cosas que le atribuye la Crónica, debió de ser, si en efecto ha existido, algún cristiano que, escribiendo los hechos de las cosas de Africa, ingirió en ellas algunas de las muchas fábulas legendarias que se añadieron a la historia auténtica del Cid. Usted, por sus vastos conocimientos históricos y bibliográficos, y por las grandes bibliotecas a que tiene acceso, pudiera tal vez resolver fácilmente esta duda. Para principio de correspondencia, me parece que basta, y sobra, esta larga carta. Mande Usted francamente a quien desea tener ocasiones de mostrar a Usted los sentimientos afectuosos con que soy Su apasionado servidor y admirador4. Borrador Nº 2 (Es, al parecer, la primera versión inconclusa de la carta). Sr. Don Pascual de Gayangos Santiago Respetable señor mío: Animado por nuestro común amigo Don Diego Barros Arana a entablar correspondencia con Ud. de lo que he estado tiempo hace deseosísimo, doy principio a ella por una cuestión ventilada por varios literatos. La cuestión es esta: ¿Es verdaderamente de Cervantes la novela que con el título de La Tía Fingida se le atribuye vulgarmente, y como de su propiedad figura entre las obras de aquel esclarecido ingenio y ha sido impresa en la Biblioteca de Autores Españoles? Parece haber prevalecido la afirmativa, y se me acusará de temerario en poner este asunto otra vez en tela de juicio, mayormente después de lo que ha escrito, del modo incisivo y perentorio que acostumbra, Don Bartolomé José Gallardo Esta parece ser la versión definitiva que Bello envió a Gayangos. Se conservan, no obstante, dos borradores más cuyo contenido se transcribe a continuación. 4

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Gramática de la Libertad

en el Nº 1 del Criticón. Pero después de haber leído cuanto sobre esta materia me ha venido a las manos, que a la verdad no es mucho, no acabo de asegurarme. El motivo principal de mis dudas es la palpable diferencia que creo percibir sobre el lenguaje y estilo de La Tía Fingida y el de las obras de Cervantes que indisputablemente le pertenecen ……………….……………….……………….……………….……………….………………..... Borrador Nº 3 (Es una versión totalmente distinta a la primera. El tema se centra ahora en la literatura caballeresca. Esta versión intercala varias notas al margen. Tal vez debido a su larga extensión, y por ser la primera vez que le escribía a Gayangos, Bello decidió sintetizar en la versión final algunas de las observaciones que desarrolla en este borrador también inconcluso). Primeramente, yo creo con Ud. que la literatura caballeresca, juntamente con el espíritu que la creó, tuvo origen y principio en Europa. Poco más adelante divide Ud. esta literatura en tres grandes ciclos: el bretón, el carlovingio y el greco-asiático: “los dos primeros”, añade Ud., “son, con alguna ligera excepción, exclusivamente franceses”. En esto, señor Don Pascual, no estoy enteramente de acuerdo con Ud. Lo que caracteriza desde sus primeros destellos al ciclo bretón es la riqueza de su maquinaria maravillosa. Los primeros romances o gestas de los troveres franceses son comparativamente pobrísimos en esta parte importante de la epopeya, y de ellos nos da una muestra irrecusable el más antiguo que se conoce de estos troveres, Theroulde, autor de la Chanson de Roland, que según la exhibe M. de Génin (París, 1850) no es más que un tejido de combates que terminan en la famosa batalla de Roncesvalles, en que no se ve nada sobrenatural sino el irresistible filo de Durindana, el alcance del temeroso sonido de la corneta de Roldán y uno que otro milagro de fisionomía bíblica, como los que se encuentra en la Crónica de Turpín. El Bruto de Wace es en gran parte una trascripción en verso francés de la crónica latina de Galfrid o Gofredo de Monmouth, religioso benedictino, después obispo de Saint Asaph, llamada también vulgarmente el Bruto, compilada, según él mismo dice, de manuscritos bretones que Walter Calenio, arcediano de Oxford, había recogido en la Bretaña continental. Ahora bien: tanto el Bruto francés de Wace como el latino de Galfrido aunque escritos en forma de historias, contienen una mitología en que ya se encuentran muchas de las fábulas portentosas de que se llenaron 260


A Pascual de Gayangos

después los libros de caballería y que sólo aparecen, a lo que yo he podido notar, en las epopeyas francesas del siglo XIV. Sabemos, por otra parte, que existían en tiempo de Carlomagno epopeyas caballerescas compuestas en lengua teutónica y de que el mismo Carlomagno fue un apasionado colector; pero ni en éstos, según los fragmentos que se han publicado en francés, se echa de ver alguno de la variada tela de maravillas en que trabajaron los bardos bretones. No alcanzo cuál haya sido la antigüedad comparativa de estos bardos y de los poetas teutónicos. Me inclino a creer que una y otra poesía se desarrollaron separadas por muchos siglos y al paso se reunieron en un cauce común en que los troveres se apoderaron de los materiales briteños, y enriquecieron sus composiciones con los inventos, mucho más variados y espléndidos de los vates escoceses y armoricanos. Someto estas indicaciones al buen juicio de Ud. Ud. sabe que con motivo de la invasión sajona numerosas colonias de bretones se refugiaron al continente, y establecidos en la Armórica, la dieron el nombre de Bretaña. Transplantadas allí las tradiciones bretonas, experimentaron un nuevo y prolífico desarrollo; de todo lo cual se aprovecharon más tarde los troveres franceses que crearon el ciclo carlovingio, el cual ya desde mediados del siglo XIII empezó a ostentar aquel tejido de brillantes y variadas maravillas, que pasaron sucesivamente a los libros de caballerías. El mismo pseudo Turpín bebió en esta fuente. Tan lejos estuvo éste de haber dado la primera materia al ciclo carlovingio, que figurando como uno de los doce pares en la Canción de Roland, muere, como casi todos éstos, en la derrota de Roncesvalles, al paso que en la Crónica de su nombre sobrevive para referir aquella desastrosa jornada. Theroulde por consiguiente escribió su poema antes que el pseudo Turpín su crónica. Ni fue Theroulde el único de los troveres que no tuvo nada que ver con las patrañas del pretendido arzobispo de Reims: hállase en el mismo caso el autor del Le Romans de Garin Le Loherain, de que se encuentran numerosas citas en el Glosario de Ducange dado a luz por M. P. París (en París el año de 1833); y parecen haber sido coetáneos de este romance otras canciones de gesta a que alude el editor en su prefacio. Ud. dice que “todas ellas” (las ficciones carlovingias) “se fundan en una crónica fabulosa atribuida a un tal Turpín o Tulpín, supuesto capellán de Carlomagno y arzobispo de Reims”. Pero por lo que dejo dicho se ve que varios de los romances y gestas carlovingias no están sacadas de esa crónica y aun parecen anteriores a ellas. Gofredo de Monmouth 261


Gramática de la Libertad

compuso su obra hacia 1138, y el falso Turpín la suya en los últimos años del mismo siglo. Por otra parte, es manifiesto que la intención del seudo Turpín no fue divertir a sus lectores con invenciones caballerescas, sino alucinarlos con una pretendida historia, calculada para promover los intereses de la sede compostelana: así me parece haberlo demostrado en los Discursos que se han insertado en los Anales de la Universidad de Chile, año de 1854, pág. 93 y sig., y año de 1858, pág. 1 bis o sig. Me tomo la licencia de recomendar a la atención de Ud. estos discursos en los respectivos cuadernos de los […]5 que nuestro común amigo Don Diego Barros Arana se ha encargado de dirigir a Ud. junto con la presente carta. La misma crónica turpinesa suministra pruebas de la parte que el pretendido arzobispo dio en ella a las invenciones bretonas y a las carlovingias que ya existían: en el capítulo 12 nos da una lista de los principales campeones que acompañaron a Carlomagno en su expedición a España; cuyos nombres son en gran parte los de los héroes de otros tantos romances o gestas, y entre ellos son muy de notar los de Arastagno, rey de los bretones y los de Oloe, conde de Nantes, de quien dice expresamente que es celebrado en una cantilena que subsistía hasta su tiempo por haber hecho innumerables prodigios; bien que en otros manuscritos de la crónica se aplica esta cláusula incidental a Ogerio, duque de Dinamarca (que es nuestro Urjel Danés, el mismo que nuestro romance mencionan con el título de marqués de Mantua). Por lo tocante a Oelo, es sabido que este nombre figuraba con distinción en los cantares bretones. De todo esto se deduce, a mi juicio, que las leyendas carlovingias deben poco o nada a Turpín: que la imaginación bretona tuvo grande influencia en los romances y gestas carlovingias, y que los dos ciclos que Ud. denomina bretón y carlovingio, si deben calificarse como uno solo, sería más justo considerarlos como bretones, a lo menos en lo que tienen de más brillante y poético. Pero en esta parte suscribiré gustoso al juicio de Ud. Aquí se me presenta una cuestión que me ha dado algo que pensar. Aquellos seres misteriosos cuya agencia sobrenatural hizo tanto papel en la epopeya de la Edad Media y que aparecen ya en las primeras ficciones de la Tabla Redonda ¿qué nombre tuvieron en la mitología bretona? No ciertamente el de fadas o hadas; porque este vocablo es evidentemente 5

Palabra ilegible, probablemente “Anales”.

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A Pascual de Gayangos

de origen latino. Ud. sabe muy bien que fada es fata plural de fatum, y que de los plurales neutros latinos se formaron frecuentemente en los dialectos romances nombres singulares femeninos, como de insignia, enseùa; de ligna, leùa‌

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CARTA A MANUEL BRETÓN DE LOS HERREROS Ofrece a la Real Academia las anotaciones filológicas y los estudios que sobre el Poema de Mío Cid ha realizado a lo largo de su vida. Santiago de Chile,18 de junio de 1863 Don Manuel Bretón de los Herreros Secretario de la Real Academia Española Excelentísimo señor: Muy señor mío: Por los papeles públicos, acabo de saber que la Real Academia Española se ocupa en varios trabajos importantes, relativos a la lengua y literatura nacional; y dos de ellos me han llamado particularmente la atención, es a saber, un Diccionario de voces y frases anticuadas, y una nueva edición del Poema del Cid, con notas y glosario. Habiendo pasado una gran parte de mi larga vida en estudios de la misma naturaleza, me ha ocurrido la idea, tal vez presuntuosa, de poder ofrecer a la Real Academia indicaciones que pudieran ser de alguna utilidad para los objetos que, con tanto celo, y tan seguro beneficio de las letras castellanas, se ha propuesto ese sabio cuerpo. Por lo que toca al Diccionario, creo que uno de los medios más a propósito para facilitar su formación es el que proporcionan ciertas versiones literales de la Vulgata al castellano de los siglos XII o XIII citadas por el padre Scío en las notas a su traducción de la Biblia. Estos manuscritos, según el mismo padre Scío, existen en la biblioteca del Escorial; y da noticia de ellos en una Advertencia con que termina su Introducción. Los que hacen al caso son los que señala con la letra A y con los números 6 y 8. Yo no conozco de estos manuscritos sino los breves fragmentos intercalados en las notas, y ellos me han suministrado no pequeño auxilio para la inteligencia de las más antiguas obras castellanas, porque los glosarios de don Tomás Antonio Sánchez dejan no poco que desear; y es creíble que, si este erudito filólogo hubiese tenido a la vista las antiguas versiones de 265


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que acabo de hablar, hubiera llenado algunos vacíos, particularmente en su diminuto glosario del Poema del Cid y habría tenido mejor suceso en la explicación de ciertos vocablos. Pondré un ejemplo. El verso 13 del Poema dice así: Mezió Mío Cid los ombros, e engrameó la tiesta.

Sánchez conjetura que el verbo engramear, de que parece no tenía noticia, significa levantar o erguir; pero no es así: significa sacudir, conmover, menear, como lo manifiestan repetidas veces los citados manuscritos del Escorial; así, traduciendo Commotione commovebitur terra de Isaías, XXIV, 19, se dice en el manuscrito 6: Engrameada será la tierra con engrameamiento; y Fluctuate et vacillate de Isaías, XXIX, 6, se traduce en el mismo manuscrito: Ondeat vos e engrameat; y Concussa sunt de Ezequiel, XXXI, 15, se espresa en dicho manuscrito por: Se engramearon. Yo no tengo noticia de una mina más rica de materiales para la elaboración del Diccionario; y aunque es probable que no sea desconocido de los eruditos académicos a quienes se ha confiado este trabajo, he creído que nada se perdía con indicarla, aun corriendo el peligro de que la Real Academia lo desestimase como superfluo. Un Diccionario en que las definiciones estuviesen acompañadas de oportunos y bien escogidos ejemplos ofrecería una lectura hasta cierto punto variada y amena, como no pueden serlo los desnudos y áridos glosarios que conozco de la misma especie. Por lo que toca al antiguo Poema del Cid1, o sea Gesta de Mío Cid, que es el título con que su autor o autores lo designaron, me tomo la libertad de hacer presente a Vuestra Excelencia, valga lo que valiere, que tengo un cúmulo no pequeño de anotaciones y disertaciones destinadas a explicar e ilustrar aquella interesante composición, que tanto ha llamado la atención de los eruditos en Inglaterra, Francia y Alemania, y que tanta importancia tiene sin duda, como Vuestra Excelencia no ignora, para la historia de las letras, y especialmente de la epopeya medieval. Mi designio había sido sugerir las correcciones necesarias o probables que necesita el texto, que son muchas; manifestar el verdadero carácter de su Como acercamiento a los estudios de Bello sobre el Poema puede verse: “El Poema del Cid”. En: Miguel Luis Amunátegui, op. cit., pp. 149-176. 1

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versificación, que, a mi juicio, no ha sido suficientemente determinado, exagerándose por eso la rudeza y barbarie de la obra; y aun suplir algunos de los versos que le faltan con no poco detrimento de su mérito. Me ha servido para esto último, como para otros objetos, el cotejo prolijo del Poema con la llamada Crónica del Cid, publicada por Fray Juan de Velorado, y que hubiera deseado también hacer la Crónica General atribuida al rey don Alfonso el Sabio, que desgraciadamente no he podido haber a las manos. Una de las más importantes adiciones que tenía meditadas es la que paso a noticiar a Vuestra Excelencia. Faltaban al manuscrito de Vivar, que sirvió a don Tomás Antonio Sánchez, algunas hojas, y no tan pocas como aquel erudito imaginó, pues, habiendo sido el Poema, como yo creo, una relación completa de la vida del Campeador, según las tradiciones populares, no es creíble que le faltasen algunos de sus hechos más memorables, anteriores a su destierro, y que dieron asunto a infinitos romances antiguos. Tales son, entre otros, el célebre duelo del joven Rodrigo, de que resultó su casamiento con la fabulosa doña Jimena Gómez, el cerco de Zamora y todo lo a él concerniente, y el juramento de Santa Gadea. Pero ¿cómo llenar estos malhadados vacíos? Las crónicas, en que aparecen de trecho en trecho fragmentos del Poema, apenas desleído (disfecta membra poetae) no nos suministran lo bastante, aunque a veces nos dan largos trozos en que salta a la vista la versificación alejandrina de la Cesta. La muestra que voy a dar pertenece a este último tema, en que, si lo tuviésemos íntegro, hallaríamos sin duda un pasaje bellísimo y verdaderamente homérico. Rodrigo de Vivar es, entre los magnates de Castilla, el que se atreve a tomar al rey Alfonso VI, asistido de doce caballeros compurgadores, al juramento de no haber intervenido en la muerte de su antecesor el rey don Sancho, juramento que, según fuero de Castilla, debía repetirse fasta la tercera vegada. Rodrigo lo hace en estos términos: —¿Vos venides jurar por la muerte de vuestro hermano, que non lo matastes, nin fuestes en consejarlo? Decid: —Si juro, vos e esos fijosdalgo E el rey e todos ellos dijeron: —Sí juramos.

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Rodrigo toma otra vez la palabra: —¿Rei Alfonso, si vos ende sopistes parte o mandado, Tal muerte murades, como morió el rei don Sancho. Villano vos mate, que non sea fijodalgo. De otra tierra venga, que non sea castellano. —Amen, respondió el rei, e los que con él juraron.

Es feliz el artificio de variar el asonante para la repetición del juramento, y hace recordar las dos versiones del mensaje del Eterno Padre en las octavas 11 y 15 del canto primero de la Jerusalén del Tasso: Es ora Mio Cid, el que en buen ora nasció, Preguntó al rei don Alfonso e a los doce buenos omes: —¿Vos venides jurar por la muerte de mi señor, Que non lo matastes, ni fuestes end consejador? Repuso el rei e los doce: —Ansi juramos nos. Hí responde Mio Cid; oiredes lo que fabló: —Si parte o mandado ende sopistes vos, Tal muerte murades, como morió mi señor. Villano vos mate, ca fijodalgo non. De otra tierra venga, que non sea de Leon. Respondió el rei: —Amen; e mudósele la color. —Varon Rui Diez, ¿por qué me afincades tanto? Ca hoi me juramentastes, e cras besáredes mi mano. Repuso Mio Cid: —Como me fizier’des el algo; Ca en otra tierra sueldo dan al fijodalgo, E ansí farán a mí, quien me quisiere por vasallo.

El que cotejare estos versos con la prosa de los capítulos correspondientes de la Crónica, echará de ver lo pequeñas y naturales que son las alteraciones con que los presento, que todavía sin duda no reproducen todo el color arcaico del original. En todo lo que sigue hasta el lugar que en la Crónica corresponde al verso primero del Poema, hay frecuentes vestigios de versificación. Lo que, según la Crónica, pasó en el coloquio de Rui Diaz con sus parciales cuando se le intimó su destierro, merece notarse particularmente: E los que acá fincáredes, quiérome ir vuestro pagado. Es ora dijo Alvar Fáñez su primo cormano: —Convusco irémos, Cid, por Yermos o por poblados;

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Ca nunca vos fallescerémos en quanto vivos seamos. Convusco despenderémos las mulas e los cavallos, E los averes e los paños, E siempre vos servirémos como amigos e vasallos. Quanto dijiera Alvar Fáñez todos allí lo otorgaron. Mio Cid con los suyos a Vivar ha cavalgado; E cuando los sus palacios vió yermos e desheredados…

A estas palabras, siguen manifiestamente los primeros versos de la Gesta de Mío Cid, mutilada cual la tenemos: De los sos ojos tan fuertemientre llorando, Tornaba la cabeza e estábalos catando. Vió puertas abiertas…

El asonante es el mismo, y el los del segundo verso de la Gesta se refiere claramente a los palacios de la frase anterior de la Crónica, la cual sigue todavía mano a mano con la Gesta por varios capítulos. En vista de lo que precede, no creo se me dispute que todos estos trozos de versos pertenecieron a una misma obra, la Gesta de Mío Cid. Yo no pretendo que el texto de la Crónica, y mis conjeturales enmiendas restablezcan exactamente el de la Gesta, aunque no es imposible que hayan acertado alguna vez a reproducirlo. Mi objeto ha sido poner a la vista por qué especie de medio se ha operado la transformación de la forma poética en la prosaica, y dar al mismo tiempo una muestra del auxilio que prestan las Crónicas para completar, enmendar e interpretar el Poema. No debo disimular que no soy del dictamen de aquellos eruditos que miran el romance octosílabo como la forma primitiva del antiguo alejandrino que, según opinan, no es otra cosa que la unión de dos octosílabos. A mí, por el contrario, me ha parecido que el romance octosílabo ha nacido de los alejandrinos o versos largos que fueron de tanto uso en la primera época de la versificación castellana: primero, porque, según se ha reconocido, no existe ningún códice antiguo en que la epopeya caballeresca española aparezca en romance octosílabo antes del siglo XV, al paso que son tan antiguas y conocidas en obras de los siglos XIII y XIV las muestras de versos largos divididos en dos hemistiquios como característicos de la poesía narrativa; segundo, 269


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porque en los poemas asonantados de los troveres franceses, que a mi juicio dieron la norma a los españoles, la asonancia, al revés de lo que sucede en el romance octosílabo, nunca es alternativa, sino continua, aun cuando aquéllos empleaban el verso octosílabo, como puede verse en el lindo cuento de Aucassin y Nicolette, que se halla en el tomo III de la colección de Barbazan. La Real Academia hará el uso que guste de estas indicaciones. Me bastaría que su comisión me hiciese el honor de tenerlas presentes, aunque fuese para desestimarlas, si las creyere infundadas, al mismo tiempo, me sería sumamente lisonjero que se dignase a pasar la vista por algunos de los principales escritos que había trabajado con el objeto de dar a luz una nueva edición de la Gesta de Mío Cid, empresa iniciada cuarenta años ha, pero que ya me es imposible llevar a cabo. Si la Real Academia aceptase este humilde tributo lo pondría inmediatamente a su disposición, sometiéndolo en todas sus partes a su ilustrado juicio. Espero que vuestra Excelencia me haga el honor de contestar a esta carta, si sus muchas e importantes ocupaciones se lo permiten. Dios guarde a Vuestra Excelencia muchos años. Su más A. S. S. Andrés Bello

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