ALMA MAGAZINE 41 - OCTUBRE 2009

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La última administración Carter promovió la financiación de la economía: enorme crecimiento especulativo del capital financiero y la desregulación, entre otros puntos. Reagan lo llevó adelante y Clinton lo continuó. Y finalmente con Bush se descarriló por completo. Así que hay diferencias aunque son contrastes dentro de un espectro estrecho. AM: ¿Cómo se relacionan la economía estadounidense y la global con la guerra y la política exterior de Estados Unidos? N.C.: Joseph Stiglitz indicó correctamente que la guerra nos va a costar trillones de dólares y que aumentaría el precio del petróleo. Durante mucho tiempo este tema fue encubierto por la burbuja de la construcción. Supervisada por Alan Greenspan y los demócratas, la burbuja de la construcción en realidad comenzó con Clinton, la cual reemplazó a la burbuja tecnológica que bajo su mandato dio la ilusión de prosperidad. Por eso no se vieron los efectos del gran aumento del precio del petróleo. No obstante, si trazas todas las conexiones, hay una clara correspondencia entre la guerra y la crisis económica como Stiglitz señaló. A esto hay que agregar que parte de la gran violación de los principios del tratado de libre comercio de Estados Unidos se encuentra en que la misma economía está basada en un colosal gasto militar. De hecho ésa es otra parte fundamental de la forma en que funciona la economía. La gente paga los costos y asume el riesgo del desarrollo económico. Si algo funciona tal vez décadas más tarde se lo entregan a una compañía privada para que tenga ganancias. Ese es el elemento primordial de la economía. Por supuesto que eso no se lo permitimos hacer a los países del Tercer Mundo. Si ellos lo realizan se considera una violación al tratado de libre comercio. Sin embargo, es el modo en que funciona nuestra economía y complementa la doctrina proteccionista de las instituciones financieras. Pero en general no poseemos una economía capitalista. Tenemos una especie de economía estatal capitalista en la cual la gente tiene un papel: pagar el costo, tomar los riesgos, rescatar a las instituciones financieras si se meten en problemas. Y el papel del sector privado es: hacer dinero y si hay problemas recurrir al estado. AM: ¿Algo similar sucede con el sistema de salud? N.C.: Bueno, el servicio de salud es un tema difícil. Por años éste ha sido uno de los temas más importantes de la preocupación doméstica de nuestro país. Estados Unidos tiene el sistema de salud más disfuncional del mundo con el doble costo per capita y los peores resultados. También posee el único sistema privatizado totalmente ineficiente con gran cantidad de burocracia, supervisión y gastos administrativos. La

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gente ha sostenido diversas opiniones sobre el tema. Una gran mayoría quiere un sistema nacional de salud como hay en otros países industriales. Generalmente dicen que desean un sistema como el de Canadá, porque es lo que conocen. Nadie habla del sistema de salud australiano, que es mucho mejor. Sucede que nadie lo domina. Pretenden algo similar a lo que llaman Medicare Plus, algo así como extender Medicare a la población. En todos los países industriales –excepto en Estados Unidos–, el gobierno utiliza su poder de compra masiva para negociar el precio de las drogas. Ese es uno de los motivos por el cual los precios de las drogas son más altos en Estados Unidos que en otros países. El Pentágono puede usar su poder para adquirir clips y otros elementos pero la ley no le permite al gobierno hacer eso con el sistema de salud. AM: ¿Qué será lo que permita abrir el camino? N.C.: Es un problema de la disfunción general de la democracia formal. Hay una brecha muy importante entre la opinión pública y la política pública en una serie de cuestiones importantes. Y en muchos de estos asuntos, ambas partes

“Este país tiene una larga historia de ser controlado por el miedo. Es un país miedoso. Eso se remonta a la época colonial.” están muy a la derecha de la opinión pública, doméstica e internacional. Las elecciones se ejecutan como extravagancias comerciales, y eso no es ningún secreto. La industria de la publicidad otorga todos los años un premio a la mejor campaña de marketing. En 2008 se lo dieron a Obama. Creo que le ganó a Apple Computer. Los ejecutivos de las agencias publicitarias y de relaciones públicas estaban muy contentos, y comentaron en el Financial Times que han estado haciendo campañas de marketing a los candidatos a presidente desde la época de Reagan aunque la de Obama fue la mejor de todas. Tenemos una nueva manera de vender las cosas. Ya conocen el estilo de Obama: ¡retórica elevada, la esperanza y el cambio! Las campañas están diseñadas esencialmente por la industria de la publicidad para vender el producto, en este caso es un candidato. AM: ¿Cree que la actual ira popular explotará con el aumento de las cifras de desempleo? N.C.: Es difícil de predecir. Puede llegar a ser bueno, como el activismo de los años 30 ó 60, que terminó haciéndonos una sociedad más ci-

vilizada en muchos aspectos. O puede llegar a ser desgarrador como lo que pasó en Alemania en los años 20. Era la cumbre de la civilización occidental, un modelo en varios sentidos. Pero en diez años cayó en las garras de la barbarie. Ahora, si usted escucha los inicios de la propaganda nazi y escucha la radio norteamericana actual –como lo hago a menudo–, encontrará muchas semejanzas. En ambos casos hay muchos demagogos apelando a la gente que tiene quejas reales. Las quejas no son inventos. Para la población estadounidense, los últimos treinta años han sido algunos de los peores momentos económicos de nuestra historia. Es un país rico, aunque los salarios se han estancado o bajado; trabajamos más horas, gozamos de menos beneficios y la gente tiene problemas muy serios. Aun más serios ahora que las burbujas han estallado. Están muy enojados, quieren saber: “¿Qué me está pasando? Soy un trabajador, un hombre blanco creyente en Dios. ¿Por qué me sucede esto a mí?” Eso es lo mismo que expresaban los nazis. Las quejas eran reales. Una de las posibilidades es lo que Rush Limbaugh nos dice: “Que esto nos está pasando por culpa de todas las personas malas”. En el caso de los nazis, era culpa de los judíos y los bolcheviques. Aquí es culpa de los demócratas millonarios, que manejan Wall Street, los medios de comunicación, y que le dan todo a los inmigrantes ilegales. Este sentimiento llegó a su pico durante la campaña de Sarah Palin. Y es interesante, porque de todos los candidatos, ella era la única que usó la frase “trabajadores”. Ella le hablaba a la clase trabajadora. Y sí, ellos son los que están sufriendo. Como se ve, hay modelos que no son muy atractivos. AM: ¿Existen alternativas? N.C.: Si en la próximas elecciones para el Congreso la economía no comienza a mejorar, este tipo de rabia populista podría desbordarse y tener consecuencias muy peligrosas. Este país tiene una larga historia de ser controlado por el miedo. Es un país miedoso. Eso se remonta a la época colonial. AM: ¿Cuál es su evaluación del presidente Obama hasta el momento? N.C.: Francamente nunca tuve expectativa alguna. Escribí sobre ello hace más de un año. En ese entonces lo pensé y creo que el tiempo me lo confirmó: él es un demócrata de centro. Obama tiene una postura de centro reconocida por la industria de la publicidad. Por eso le dieron el premio a la mejor campaña de marketing. Pero en lo que respecta a su política, salvo que el sector activista le ponga presión, va a mantener su posición. Un demócrata centrista básicamente va a seguir las políticas de Bush, tal vez de una manera más moderada.

OCTUBRE 2009


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