ALMA MAGAZINE 37 - MAYO 2009

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o existe nadie que se oponga al extraño carisma paternal que se desprende del rostro dócil e irónico (e indómito) de Bill Murray. Es que Bill siempre pareció ese tío picante que le proporciona dinero al sobrino para salir de juerga. El mejor tío de la familia, el más mordaz y rebelde por naturaleza, de instinto iconoclasta. Aún de joven. Aún de guarro integrante de Saturday Nigth Live, William James Murray parecía un joven veinteañero –nació el día que comenzó el otoño de 1950– entregado a un plan para desbaratar cualquier atisbo de formalidad y tradición en una de las naciones más fuertemente tradicionalistas del continente americano. De igual manera, no le hizo aversión a una de las instituciones más señeras del país, el matrimonio: se casó –aunque se divorció luego– dos veces, la primera con Mickey Kelley (1981-1994), con quien tuvo dos hijos, Homer y Luke; y la segunda con la vestuarista Jennifer Butler, con la que sumó cuatro vástagos felices a su cosecha, Jackson, Cal, Cooper y Lincoln. Bill Murray es bastante alto pero su estatura mítica va por mucho más que dos matrimonios y seis hijos. Y que toda su filmografía, probablemente. No es una estrella como Tom Hanks pero sus admiradores incondicionales a lo largo y ancho del planeta lo quieren; tanto por las películas que hizo como por los corazones de fans que deshizo con su sola faz burlona de gesto perenne y veneno sarcástico. No obstante, tiene corazón de niño. En la década del 80, paseó como fantasma entre protagonismos sin demasiado éxito en las boleterías y brillantes actuaciones de reparto, que permitían no olvidarse que detrás de su rostro engañosamente impávido y keatoniano se escondía una marmita al borde de una implosión de talento imprevisible; un talento que sólo ofrecía en cuentagotas, como por un ardid caprichoso que el tiempo descubrió como una personalidad que no se regala ante cualquiera. Dentro de su halo de actor, la gente lo único que quiere es que siga siendo él, Bill Murray, el perfecto payaso para interpretar a depresivos, como brilló en The Royal Tenenbaums (2001) o en Broken Flowers (2005). Basta de actuaciones, queremos a Bill. ALMA MAGAZINE: ¿Alguna vez le molestó que la prensa adjudique su éxito a lo largo de generaciones a un único gesto de socarronería? BILL MURRAY: ¡Wow, entrégueme sus direcciones postales y les enviaré cartas-bombas por desacreditar mi única cara de socarronería! (Risas) AM: Permítame aclarar que, como todos los periodistas que afirman aquello, admiro su trabajo profundamente. B.M.: ¡Todos me dicen lo mismo! Sin embargo, por las mañanas no me reconocen. Se dan vuelta en la cama y me dicen “Hey, ¿quién eres? ¡Te pareces a Bill Murray!” Y me echan a patadas. ¿Sabe qué? Los productores de cine son como esposas: te mienten pero te hacen felices. Sin embargo, los periodistas son como amantes: debes tratarlos bien aunque te ignoren para que la próxima vez se comporten de manera más cariñosa. ¿Pero sabe qué? De nada sirve. El poder lo tiene la prensa. ¡La prensa y las amantes! AM: Francamente, ¿le parezco más poderoso que usted? B.M.: No, pero sí más que Charles Bronson. Y mucho más que Dolly Parton. AM: ¿Cómo se lleva con el poder en Hollywood? B.M.: No es algo con lo que mantenga una relación, así que nunca sabremos cómo me llevo con toda esa codicia desatada. Pero ya ve, aquí mismo le acabo de defi nir, de algún modo, mi punto de vista sobre esta industria del entretenimiento poderosa y voraz. AM: Y lo acaba de hacer de nuevo. B.M.: Oh, ¿ve? También soy un mentiroso. ¿Será que en el fondo

amo a Hollywood? A.M.: No me cabe la más mínima duda, señor Murray. B.M.: Es que cualquier actor que trabaje haciendo películas de Hollywood no podría resistirse a una vida odiando su misma fuente de trabajo, ¿no le parece sensato? AM: Sí, ya lo creo. Y hasta me parece lógico. B.M.: Bueno, la lógica no es una sustancia que abunde en mi trabajo. ¡Tampoco es una sustancia! En la profesión de actor el instinto es la fuerza suprema. El rey de los mandamientos. Es un don que aparece y desaparece como el viento. Algunos escritores antiguos aburridos le llamaron musa al momento de enfocar esa intuición en un texto. Quizás estaban simplemente excitados en su soledad arcaica y les hacía bien quedarse con la idea de que la musa fuese algo así como una sirena hermosa y sensual, no sé, estoy divagando con usted. A mí, en principio, nada que tenga branquias me parece sensual. A lo sumo un salmón, pero sobre mi plato y bien aderezado. ¡Hasta podría tener una erección si se acompaña con velas! AM: Hablando de placeres, ¿qué películas le produce placer fi lmar? B.M.: En principio, todas. Si chequeas mi carrera, sólo un pequeño puñado de veces he desistido de un ofrecimiento. Si hasta me consideraron para el personaje de Han Solo en la primera Star Wars en 1977. ¿Puede imaginarme maniobrando el Halcón Milenario? ¡Dios! Cada vez que recuerdo esa locura siento un gran alivio. No me imagino siendo parte del imaginario de la saga de Lucas, aunque a alguno de mis hijos le fascine. Bah, ¿a quién no? Es pura fantasía. A lo que voy es que de haber traba-

“¿SERÁ QUE EN EL FONDO AMO A HOLLYWOOD? ES QUE CUALQUIER ACTOR QUE TRABAJE HACIENDO PELÍCULAS DE HOLLYWOOD NO PODRÍA RESISTIRSE A UNA VIDA ODIANDO SU MISMA FUENTE DE TRABAJO.”

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jado en ese gran monstruo del cine popular y la ciencia ficción, mi trayectoria seguramente habría sido otra, tal vez menos comprometida con la comicidad y el desaliño. Habría terminado como Harrison Ford, haciendo publicidades en Japón con cara de amargado. Lo recuerdo de la vez que preparé mi papel para Lost in Translation. Lo sigo recordando. Y me alivia ser quien soy, aunque a muchos les cause cosquillas mi nombre y mi voz. AM: ¿Qué pasaba? ¿Desistían de contar con usted con mayor facilidad en aquella época? B.M.: Bueno, en la actualidad hay muchos que podrían seguir haciéndolo conmigo si me prestara a ese juego. Los Weinstein por ejemplo. Pero no me meto en líos. Hacer lobby, como dijo Clint Eastwood, no es lo mío. AM: De hecho, si me lo permite, usted en una época era conocido por sus intempestivos cambios de humor. Su amigo Dan Aykroyd lo bautizó “The Murricane” por tal característica. B.M.: Pero se me pasó luego de los “años locos” (hace un gesto de comillas con sus manos). AM: ¿Arresto por posesión de marihuana incluido? B.M.: Vamos, no sea cretino. Eso fue durante mi post adolescencia. (Me mira con odio simulado.) De todos modos me encanta ese antecedente penal. Tiene algo de victorioso, de reo ganador. “Wow, men, tengo un joint en mi chaqueta y pienso fumarlo con Willie Nelson en el techo de la Casa Blanca.” (N. del R.: alude a una vieja anécdota del músico country a raíz de un joint que habría fumado en la azotea del recinto presidencial luego de una cena organizada por el presidente Jimmy Carter en la década del 70.)

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