ALMA MAGAZINE 36 - ABRIL 2009

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a era de la cautela, aquí y ahora. Más que nunca. Si lo sabrá Mickey Rourke, quien vivió los días previos a la entrega del Oscar con la seguridad y la omnipotencia que le daban los sondeos, que lo acreditaban como digno ganador en la categoría Mejor Actor. El mejor de todos. La maravillosa vida breve de un Oscar que no fue. No importa si era merecido o no (no tengo dudas de que se lo tenía bien merecido). No importa si su rostro estaba más para pasar por el consultorio de un buen cirujano amigo –“Casi un Freddy Krueger con los labios de Angelina Jolie”, así lo describió unos números atrás nuestro compañero Gonzalo Paz– y no tanto para invadir con un primerísimo plano millones de hogares del mundo en ese momento estelar. No importa que el personaje, en su momento, se hubiese comido al actor, al hombre y a su fortuna. No importa. Mickey había vuelto para el gran público –al que le perdonamos que no haya tenido en cuenta su paso fructífero por Sin City (2005), Once Upon a Time in México (2003) o The Pledge (2001)–, y las expectativas generadas, las encuestas previas y los indicios de todo talante daban por hecho que él era el elegido. Mickey, el hombre que desafiaba a la gravedad del caso y del rol. Mickey, el carilindo que había vuelto del infierno. Monstruo y belleza a la vez. Un James Dean sin causa. Un ratón Mickey que encontraba su refugio –después de haber sido su propio gato feroz persiguiendo una presa infestada de excesos– en clave de revancha y redención. No puedo dejar de pensar que ese papel áspero y taciturno que le dio el director neoyorquino Darren Aronofsky (Pi, Requiem for a Dream) en el filme The Wrestler, era la vuelta de tuerca necesaria para que la carrera –y la vida; ese uso recurrente de “vida y obra” nunca tan bien preciso cuando se trata del último Mickey– tome un vuelco pronunciado; ese que cuando haya que bordear con trazos de oro y nicotina el epitafio del aprendiz de Marlon Brando detrás de The Motorcycle Boy, provoque que el recuerdo se haya virado hacia

la figura entrañable que estaba más allá de todo, y no tanto el Frankenstein que había tomado el cuerpo de Mickey. En la televisión española hay un programa de humor en la saga de lo que fue The Kids in the Hall y más lejos The Monty Python, llamado Muchachada nui (muchachadanui.rtve.es); compuesto por un grupo de humoristas ibéricos, no tiene desperdicio. Este año va por su tercera temporada y hay una sección de la que no es difícil volverse adicto: Celebrities!!! Por YouTube se pueden seguir algunos de los grandes personajes parodiados (el de Bono es imperdible). Por eso, ahora, mientras recuerdo el clima –nada mejor que la idea de “la calma antes de la tormenta”– y el conflicto de The Wrestler –el tipo estaba entre la vida y la muerte; entre seguir moliéndose a palos arriba del ring o terminar miserablemente en la calle como un perro; o peor, su autoestima sólo se encendía cuando se encaminaba hacia el escenario de los golpes, frente al flash de sus antiguos seguidores y únicos legitimadores de una leyenda empobrecida–; mientras recuerdo el magnetismo de la figura del ex joven y ex apuesto Mickey, no puedo dejar de fantasear con un Celebrities!!! del señor Rourke. Ahora bien, convengamos que la cautela no ha sido una herramienta que al exhibicionista que ha sido Mickey le haya cuajado. Y si bien, como él mismo dijo, el papel de Randy El Carnero Robinson se parece a su vida –“Me siento identificado con Randy como persona”– y ese rol daba para reflexionar bastante sobre cómo cualquiera de nosotros espera que sean los últimos días de la vida de una persona –Randy, visto y considerando que sufrió un infarto y debe abandonar el cuadrilátero, opta por hacer oídos sordos; primando más que nada el precio de su autoestima–, es más que seguro que la cautela no estuvo en los planes del nuevo Mickey. Una pena. “Abril es el mes más cruel”, decía T. S. Eliot. Para Mickey será, de ahora en más, febrero. Gustavo Alvarez Núñez


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