Anochecer 08

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—Si no fuera por ella, no tendrías alma gemela. Yo tenía dieciséis años cuando me salvó la vida por primera vez. Y lo ha hecho en incontables ocasiones desde entonces. Después de digerir esa información, MacRieve, dijo: —A Regin no le gusto lo más mínimo. —No. —¿Le había caído una gota?—. Pero probablemente Lachlain opina igual de mí. —Quizá, pero bueno, yo nunca le he disparado a tu hermana. Lucía se quedó observando la barandilla. —Sólo le rocé. —Le disparó en el brazo. —¡Lousha, mira! —exclamó MacRieve, sujetándola por los hombros para darle media vuelta. Vio varias nutrias gigantes con manchas blancas en el cuello. Una pescó un bagre mientras otras retozaban encima de un tronco y cuidaban de las crías. —Es una familia de nutrias de río. También se las conoce como «lobos de río». Ignorando la llovizna, Lucía preguntó: —¿Lobos de río? —Sí. —Cuando la lluvia se intensificó, MacRieve le sujetó de nuevo los hombros y la volvió hacia él—. Ya que te gustan los lobos, supongo que te parecerán bonitas. — Levantó una mano y le acarició la mejilla con los dedos, y con sus ojos castaños le prometió un montón de cosas. —¿A mí me gustan los lobos? —preguntó ella con la respiración entrecortada. Igual que aquella primera noche tiempo atrás, la voz del licántropo se volvió ronca. —Sí, Lousha, te gustan mucho. La lluvia empezó a caer a cántaros y los rayos iluminaron el cielo a su alrededor. Lo único que Lucía podía hacer era ir a aquel oscuro y sensual camarote y quedarse allí con el macho más atractivo que hubiese podido imaginar, y que empezó a quitarle la ropa a la espera de que ella hiciera lo mismo.

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