Audífonos

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Audífonos Texto de evocación Alejandra Ramírez Avellaneda Su papá siempre se encargaba de la música. En las fiestas familiares, en el carro, en la casa cuando se hacía oficio… Pero los mejores momentos eran los que vivían solo los cuatro: su papá, su mamá, su hermana menor y él. Abrían la caja de casetes, escogían alguno y lo escuchaban completo. Era una colección extensa, compuesta por las mezclas que grababa su mamá de las emisoras de radio y los álbumes que compraba su papá en el centro: desde Willie Colón hasta Björk, desde Café Tacvba y Caifanes hasta Lenny Kravitz. Y todos cantaban con las letras escritas a mano por ellos mismos, y en un inglés inexistente. En la casa de sus abuelos también había una colección de música, pero en vinilos principalmente, que solo se podían reproducir allá porque en su casa no había tocadiscos. Y ese era un tesoro familiar. Los vinilos se guardaban bajo llave en un mueble de la biblioteca. Pero siempre estuvo muy atento a cómo prender el equipo, el tocadiscos; era todo tan cuidado que la curiosidad le sobrepasaba. Un domingo, en un descuido, su abuela dejó la llave pegada al mueble, y él se dio cuenta en seguida. Entonces esperó a que todos se fueran a tomar la siesta de siempre, luego del almuerzo y antes del juego de cartas, y abrió el cajón: y ahí, por fin, el tesoro. Solo podía escoger un disco porque, apenas lo pusiera, se darían cuenta. Entonces revisó cada uno, con el cuidado que se examinan piezas de un museo, y encontró uno con una portada ilustrada de un castillo, una bruja y un pájaro azul. Quién sabe qué tipo de música será este- pensó. Bajo al primer piso, sacó el disco del plástico que lo protegía, hizo lo mismo que su papá hacía para poner un vinilo y empezó a sonar sin dificultad: “Un día, el rey encantador vio a Florinda paseando en un jardín de palacio, y quedó tan enamorado que decidió casarse con ella…” Después de un rato de escuchar, como había previsto, todos se levantaron. Pero, en vez de molestarse con él por haberse atrevido a tocar el tesoro familiar, estaban felices. Había puesto “El pájaro azul”, un cuento narrado que devolvía a sus padres y tíos a su infancia. Todos recitaron al unísono: -

Sí, ma.

-

NO ME DIGAS MA

-

¡Está bien, ma!

Se sentaron en la sala a recitarlo al tiempo que la narradora, de inicio a fin.


Y luego recordaron algo más: un casete que su papá y sus tíos habían grabado cuando niños. Habían usado la grabadora nueva de la abuela de Franklin para jugar: se encerraron en el cuarto y grabaron todo un día de radio. Primero las noticias, en las que se cuenta que un bus se volcó en la carretera, y se entrevista a una afectada: “Ay, mi cuello. Creo que me lo he rompido”. Después la franja musical, en la que cantan canciones de Los Beatles acapella en su versión del inglés. Después una entrevista a los candidatos a la presidencia de Colombia. Todo intercalado con las diferentes propagandas de la época: -

¿Sufre usted de lumbago, calambres o dolencias similares?

-

Sí, señoor

-

¿Padece torticolis, torceduras, desgarros?

-

Sí, señoor

-

Doloran te frota y ¡que rápido alivio!

Después de eso, empezaron a planear un nuevo noticiero entre todos, para reproducir en la próxima reunión familiar. Y así, Franklin empezó a interesarse por las palabras y la creación.


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