Somos Guaicaipuro (Edición Nº 4)

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La conversa

Somos Guaicaipuro ­— Del 1 al 7 de abril de 2016

La existencia creadora de Benito Chapellín ■ A sus 72 años, el pintor y escultor es patrimonio inalcanzable de Los Teques por su calidez humana y la complejidad de su obra Yurimia Boscán SOMOS GUAICAIPURO

El 8 de octubre de 1943, en una zona neblinosa, repleta de riachuelos, manantiales y la placidez de quienes pueblan un paisaje para ser parte de él, nace Benito José Chapellín Díaz, fruto de la unión de Aurora Díaz y Juan Lorenzo Chapellín Lira, comuneros descendientes de los inmigrantes canarios que desde 1692 poblaron las zonas agrícolas de lo que hoy conocemos como San Antonio, San José y San Diego de los Altos. Sus inicios Benito refiere que el germen de su oficio vino de sus progenitores. Recuerda que su padre, además de labrar la tierra, era alfarero, y que su madre tenía el don de estampar las telas con hermosos bordados, una combinación que, a su juicio, marca el camino de su amor por la expresión plástica. Relata que en una oportunidad, en la escuela donde estudiaba, descubrió un enorme pendón con la imagen del cacique Guaicaipuro tamaño natural. El hallazgo despertó en él la inquietud por la forma y el volumen, por lo que años después, ambos elementos emergieron convertidos en la gigantesca estatua conocida como El Indio, ubicada en la cima del cerro Pan de Azúcar, que desde 1974 se yergue altiva como símbolo de la bravía estirpe de los indios Teques. Cuenta Chapellín que su adolescencia estuvo marcada por los cambios, pues debió sustituir su paisaje de helechos y chicharras por las calles urbanas de Los Teques, donde para ayudar a la familia, estudia de noche y trabaja de día. Su nostalgia por lo perdido abre la puerta de un universo en el que se sumerge sin titubear. Sus sentidos se expresan en el color de la tierra, en las sombras de los recuerdos y en un trazo que anuncia esa manera única de gritar que posee aquel jovencito que

A medida que sus ojos van perdiendo contacto con la luz exterior debido a un glaucoma, Benito se adentra en realidades más densas

recupera lo extraviado desde la tela y el bastidor al pintar su primer cuadro, el cual aún conserva y muestra con orgullo. Del estudio a distancia a la Cristóbal Rojas Tentado por la oferta de una revista, Benito estudia dibujo por correspondencia. El método a distancia le permitía organizar su tiempo, compartido entre el trabajo, las clases y el ciclismo, deporte donde también se destaca. Mientras sus piernas pedalean y triunfan, sus manos alternan el manubrio de la bicicleta con lápices de dibujo y carboncillo. Finalmente, Benito se decide por la Plástica y se va a Caracas. Estudia con el maestro Carlos Galindo, “Sancho”, en cuyo taller recibe clases de dibujo artístico, introducción a la figura humana, retrato, rotulación, dibujo publicitario y pintura. También incursiona en el modelaje de la arcilla con “don Pepe”, un sabio escultor de origen español. La enriquecedora experiencia es crucial para el joven artista, quien posteriormente, en su búsqueda por la expresión, explorará los mágicos caminos de la escul-

tura, la serigrafía y los grabados y retratos en su taller de Los Teques. Lo acompaña su amigo Jorge Chacón, otro de sus maestros. Curtido con la vivencia de quien va del aprendiz al maestro y del maestro al aprendiz, Benito arriba a la Escuela de Artes Cristóbal Rojas para afianzar los conocimientos adquiridos. Exposiciones y obra En el año 67, las puertas de la Casa de la Cultura se abren para recibir la primera exhibición de Benito Chapellín. Es el inicio del torbellino de exposiciones individuales y colectivas que le labran un merecido sitial en importantes salones nacionales, entre los que destacan el Salón de Artes Visuales Arturo Michelena, el Salón Nacional de Artes Plásticas, el Salón Nacional Homenaje al Centenario del Natalicio de Armando Reverón y el Salón Municipal de Pintura de Aragua. El amor por la ciudad y la preocupación ecológica de Chapellín se evidencian en 1977 con la elaboración de paisajes en miniatura, que simbolizan lo efímero y la inmediatez. Con la serie “Esquinas de Los Teques”, fruto de su paleta vidente, resguarda la identidad de un pueblo en vías de extinción, al retratar casas y lugares que fueron engullidos por el concreto. Siguieron luego los paisajes en azul, con la serie “Orígenes”, donde recoge magistralmente la niebla de su infancia. A medida que sus ojos van perdiendo contacto con la luz exterior debido a un glaucoma, Benito se adentra en realidades más densas. Su colección “Contrabando Psicológico” plasma el diálogo con una interioridad que evidencia sus conflictos existenciales. Entre los años 80 y 90, realiza la serie “Morfocromía”, la cual consta de 125 cuadros, de medianos y grandes formatos que conjugan el movimiento y la luz con sinuosidades orgánicas, creando armónicos laberintos acuáticos. Para él, esta

La colección “Contrabando Psicológico” plasma el diálogo con su interioridad

“Esquinas de Los Teques” resguarda la identidad de un pueblo en extinción. foto cortesía B. Chapellín

sucesión de pinturas reviste especial importancia, pues además de ser la última colección que compone antes de perder totalmente la visión, la misma constituye el grito inconforme de quien se rebela contra el dolor: “Morfocromía” es el rostro de Benito perdido en rasgos que hablan de la impotencia de lo que no se puede cambiar: la destrucción ambiental, la muerte de su hijo mayor, la luz exigua de sus ojos, la soledad…

La Fundación Macana El intenso trabajo plástico de Benito va paralelo a una gratificante labor de calle a través de la Fundación Macana, un proyecto sociocultural que emprende junto a su amigo el poeta Gilberto Gil. La sede de esta peculiar fundación se instala en medio del bulevar Lamas de Los Teques, desde donde ambos creadores impulsan actividades incontables tomando parques y plazas para el arte y la creación.


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