El de Villegas

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EL DE VILLEGAS “Un Gran poblador”

PORTAL BOLIVARIANO

“Yo deseo mas que otro alguno ver formar en América la más grande Nación del mundo, menos por su extensión y riquezas que por su libertad y gloria.” Carta de Jamaica Kingston 6 Sep 1815

“No somos europeos, no somos indios, sino una especie media entre los aborígenes y los españoles. Americanos por nacimiento y Europeos por derecho, nos hallamos en el conflicto de disputar a los naturales los títulos de posesión y de mantenernos en el País que nos vio nacer, contra la oposición de los invasores” Discurso ante el Congreso de Angostura 15 de Febrero de 1819

“No olvidéis que vais a echar los fundamentos a un pueblo naciente que podrá elevarse a la grandeza que la naturaleza le ha señalado” Discurso ante el Congreso de Angostura 15 de Febrero de 1819

Simón Bolívar.


EL DE VILLEGAS “Un Gran Poblador”

CAPITULO I ¡UN SUEÑO!… ¡UNA EVOCACIÓN!… ¡UNA EXCELSA MANIFESTACIÓN! “Y del cielo que tantas veces luces lo embellece, de la mente profunda que la envuelve, recibe la imagen y de ella se hace una estampa”....

Dante Alighieri. “Paraíso, 2do Canto”. “Los sueños simbólicos, que son coherentes y de los que casi siempre recordamos son el resultado del mejor esfuerzo que hace nuestra personalidad”.

Arriette A. Curtis. “The Voice o Isis”

Como por obra de magia, a ratos el optimismo cede como una verdad al atrevimiento, cuando una mezcla de sueños, visiones y pensamientos, con sus entuertos hilvanados en trascendentes relatos, descubren por mi intermedio en su trecho y alcance, al personaje de marras. Cediendo a una poderosa fuerza interior, como una evocación, como un conjuro, llamé en voz alta: ¡Caramba, Díos mío! … ¡Viniera, viniera alguien que me diera noticias sobre la conquista de mi tierra! Y fue ciertamente una manifestación excelsa, casi al mismo instante de la serenidad de mi semblante, oí el levísimo rumor de la luz, acentuándose, entonces ya no tuve duda de la incipiente comunicación alarmaba mi


tranquilidad, cuya fuerza tomaba cuerpo fluorescente… mas yo sentí el inmenso deseo de saber algo sobre el misterio que aguardaba, al momento de pasiva concentración de mi mente, presentáronse a mis ojos espirituales, cuadros y visiones estimulantes al fin de lo que así se percibiera. Y en verdad, en verdad os digo, con palabras del hijo del padre, que una telúrica y mágica energía se acercó a mí como un jilguero capturado en su etéreo cuerpo. Elevé mi oración al Todopoderoso sin ser merecedor o el escogido, quizás el menos apto para realizar la tarea encomendada y en experimentada sensación de privilegio entendí el mandato. ¡La vida es así, hijo mío!. ¡Intentaré hacerlo mi señor!, fue mi respuesta ante la impresión que me causaba aquella voz que templada al hablar, pedía que la historia conocida no había meritado todavía su emprendedor camino, hasta su zaga libertaria, hacedora de patria nueva. ¿Quien sois? le pregunté… ¡Identifícate! ¿Quiero saber sobre tus quehaceres mundanos, goces y sacrificios? ¿Acaso no me percato por tu indumentaria y ceremonial postura, eres un barbigotudo hombre de terno férreo, soldado guerrero de los antiguos tiempos de la conquista de la tierra de gracia como la llamó el descubridor? ¿Acaso ese coselete metálico que te cubre y aplomada borgoñota luces con mandoble toledano a la cintura ceñido, con poderosas espuelas, no descubre tu señorío de bravo conquistador rico en temerarias hazañas? ¿Acaso no eres uno de aquellos malvados flemáticos que diezmaron en criminal


penetración y ataque invasor, cuan inhumana crueldad a nuestra nativa raza aborigen, execrada hasta los más apartados confines de la selva virgen del Orinoco bravío? ¿Dime quien eres?, y entonces hablaré de tan interesante señor que parecieseis flotar en el éter de los inmortales. ¡Dejad, pues señor!, que la irradiación de tu aura con su elíptica parábola, permita escuchar el mensaje para narrarte en mi humilde y sano fluir, sin flaquezas, amparado en la verdad mas el de mi creadora imaginación, pero jamás ni nunca terciado por la falsedad o la impostura. ¡No te conozco, ni sé quien eres!… Todo me suena a historieta, me dije. Resulta cursi y hasta demasiado novelesco para ser cierto… Sin embargo, es la absoluta verdad y demos por aceptado que así lo sea y la misión habrá comenzado. A todas estas sus ojos brillaban intensamente. Fue apenas un sueño, con frecuencia os oigo decir ¡Tal vez! ¡Tal vez!, sin embargo desde aquel día siento una fe serena y sonrío… Jamás una ambición arrogante me inspiró, pero si la aspiración abusiva y sincera de escribir sobre aquella apasionante vida, esparciendo en las receptivas mentes de los lectores algunas coordenadas de la radiante, telúrica y sublime luz, que el más grande y único sabio universal me ha permitido en felicidad percibir. En su aparición, el protagonista hablante, como una imagen perfecta de pequeña alma circundante, se desdobla, describe y enjuicia así mismo, como queriendo asumir su condición de hombre, apelando a la eventual conciencia de un destinatario materializado en mi persona. Resplandecería desde lejos y yo sabría entonces quien era y de un modo


casi inexplicable parece elegir su propia vía, dejando atrás la amarga y áspera existencia de alma herida en la búsqueda circunstancial de redención, de reencontrase con su apocada dignidad, en esa misión por continuar en su elevación hacia los confines celestiales. Durante aquella madrugada, cuando Venus refulge en todo su esplendor antes de perderse en la línea riendo el alba, al naciente, testigo de una maravillosa facultad, no pude calmar la emoción que me embargaba, cuando se presentaba a mi vista interior, pintada por la imaginación un cuadro o escena de la aparición, o de una excelsa manifestación, de aquel cuerpo astral, que se identificara como Don Juan ¡El de Villegas!, mejor dicho, Juan Ruiz de Villegas Maldonado, el de Segovia. Claro, mi mente estaba aparentemente pasiva para percibir aquella imagen. No sabiendo si estaba soñando o si realmente estaba viendo a un ser real, porque parecía estar vivo, desapareció la visión ¡En vano! La visión no se repitió y pasaron varios días y varios meses, entonces en otra madrugada como la primera fue percibida de nuevo la visión, iluminándose la comunicación del personaje para conmigo, lo que motivara una investigación con el fenómeno y un estudio sobre el personaje, amén del ardid. En verdad que hay una diferencia entre sueño y visión. “El sueño es lo que se presenta cuando dormimos; y, es visión lo que percibimos en estado de vigilia”. En este caso, creo comprender que fui afectado por eso que llaman sueños quiméricos, aquellos que se dan cuando, bajo una


vehemente impresión, nos adormecemos y soñamos lo que durante la vigilia hemos pensado, oído, leído o experimentado. La naturaleza, ordenada a perfección por el Padre Eterno, nos muestra que, además, de la vida material de nuestro organismo carnal, está en nosotros una vida que puede desempeñar su actividad sin el concurso de los sentidos físicos, vale decir, que los sueños son los escalones más bajos de nuestra vida espiritual. Ha de aceptar entonces el hombre que sueña, sin poder evitarlo, la acción o actividad de fuerzas, extrañas o no, sean buenas y/o malas. Es que la voluntad humana coopera en aquellos escalones de la actividad espiritual que son mas elevados, caminos que cuando unen a las fuerzas espirituales con nuestra voluntad, nos conducen a una estación de vida superior, a la infalible clarividencia, clariaudiencia y claripercepción. Trascurridos casi cinco Siglos del nacimiento del Don Juan Ruiz de Villegas Maldonado y a cuatrocientos cincuenta años de haber abandonado su noble e iluminada alma su envoltura corpórea, desempolvamos el pasado, abrimos el libro de la historia y nos compenetramos con su espacio para recapitular sus afanes y penas, que al serles redimidas, pueda lograr y gozar en el paraíso de los frutos de sus buenas acciones. Entonces me dijo… ¡Recibe al Capitán alegremente, al mensajero jovial y su recado!. Lo cierto es que Don Juan se presentó a mí como un hombre joven y fuerte, sanguíneo, de muy buena estatura y gran vigor físico. De figura


gallardísima, reciedumbre caballeresca, mano leal y generosa, de piel trigueña quemada por el sol tropical, nariz perfilada, cabellos y barbas negros, como sus ojos castellanos melancólicamente esperanzados de tanto mirar horizontes, de emprender caminos; por su corazón pleno de ardor bizarro y la solariega hidalguía de su origen, de súbito en sus labios encendida, la voz atiplada de su carismático mando, en aquel barbigotudo Segoviano que a ímpetus de su mocedad, colgóse, como lo hiciera su padre, el resuelto y valiente chaval Juan López de Villegas, soldado de las huestes del capitán Gonzalo de Córdoba, una tizona al cinto y atravesara en calurosa aventura el tenebroso atlántico con la armada alemana, cuando emprendiera viaje hacia la Tierra de Gracia. Estos hombres Europeos herederos de la cultura Greco-Romana, mezclada con la cultura de los pueblos bárbaros en el medioevo, identificada

como

civilización

Cristiana-Occidental

con

su

específicamente, elementos Judeo-Cristianos, con sus cosas, costumbres y con ese espíritu personalista, de rebeldía, temeridad y aventura, especie de mezcla de Sancho y Quijote con el Cid Campeador, mejor dicho, de rufián y caballero, con un profundo sentimiento igualitario, irracional e ignorante, orgullosos que se creían con derecho a todo. Son los hombres que van a volcar España con generosidad de madre sobre aquella inmensidad de tierras desconocidas. Esta es la signología de quienes a partir del descubrimiento del nuevo mundo el año 1492, se vienen y se encuentran en él. Mundo de incertidumbres, pero luego convertido en una realidad hacia la patria nueva. “El de Villegas”, o Don Juan Ruiz de


Villegas Maldonado, es uno de esos valerosos hijosdalgo, que hizo familia en casa y naciรณn nueva como todo un gran poblador.


EL DE VILLEGAS “Un Gran Poblador”

CAPITULO II ¡DE CASTILLA LA VIEJA VENGO!… ¡DE SEGOVIA SOY!…

“El mérito no es del suelo en que nace el hombre. Es que olvidan en unos casos el origen de los servicios, y en otros, los servicios por el origen”....

Simón Rodríguez. Maestro y Filósofo “No hay ciudad sino masas de población, indios, negros y españoles unidos por el fin común de establecerse en el lugar, de hacer suyo el territorio en nombre del Rey de España.”

Mario Briceño Perozo. Historiador

Segovia, la de Villegas, antigua capital de la dominación Árabe y sede Episcopal del Reino de Castilla, aparece adormecida al calor de la tarde diáfana y llena de sol. Segovia impresiona como una romántica remembranza del pasado, con su maduro asentamiento de siglos, sobriedad y señorío le otorga el decurso del tiempo. Ubicada sobre una rocosa elevación, forma una especie de isla, que está rodeada por el anillo de dos ríos, el Eresma y el Clamores, como protegida por esas dos corrientes que se unen al pie de su colina, se levanta la hermosura de su Alcázar.


Destacan además, sus sólidas murallas que la rodean construida en tiempo de los Romanos y un conjunto apiñado e irregular de casas blancas, enmohecidas por el tiempo, con sus colorados techos de tejas o de barro cocidas al sol, sobresalen las altas fachadas, sus cúpulas, torres y torreones, pardas o grises de los principales palacios e iglesias de agobiante estilo mudéjar, en derredor se respira una serenidad y una paz conventual. La ciudad vista desde la torre del Paseo de los Reyes, en el Alcázar, yace envuelta en brumas color fuego que se acentúan como un embrujo del atardecer. Bajo la dirección del Califa de Córdoba, Abd-er-Rahman

III,

emprendióse su construcción en el Siglo XI. Posteriormente en los años 1352 y 1358, el Rey Enrique II lo agrandó y mejoró. Residencia habitual en sus aledañas casas del Rey, lo fue de Enrique IV y su Corte Por sus salones, cámaras, pasillos, escaleras y laberintos, hermosos ventanales de balcones con sus capiteles en punta, vivieron instantes de emoción y de tristeza los Príncipes de Castilla, Isabel y sus hermanos, haciéndole compañía a su madre, la Reina Juana. En esta gran fortaleza no dejaría de adivinar su Alteza, Isabel la Católica, grandes acontecimientos de su vida. Por allí estuvieron alabarderos y ballesteros formando guardia de honor, mientras en las calles empedradas una multitud entusiasmada lanza vítores de emoción a gritos más allá de las murallas. ¡Viva la Reina Isabel!... ¡Por Castilla y por Don Fernando de Aragón!...


¡Castilla soy yo y no descansaré hasta lograr lo que quiero!, expresión muy de siempre en la legendaria Reina Isabel de Castilla, vehemente por los cuatro cardinales, aberrada en su fanatismo impersonal a través de la naturaleza de su doctrina: ve a sus súbditos o como virtuosos católicos, cristianos y castellanos, o como heréticos, mahometanos y judíos. Con los propósitos y los medios a utilizar en el plan, desafía la aventura de su reinado al lado del Aragonés Rey Fernando, trata de parir a una nueva y gran nación con una sola fe e inequívoca religión. Una guerra grande

y santa gana, colmada de repugnante crueldad,

derramamiento de sangre, agonía y muerte, montada con las arcas de los nobles…multas,

decomisos,

expropiaciones

a

los

asesinos

del

Nazareno… ¡Magnífico!- exclama a cada instante al lado del monstruo inquisidor de Torquemada… ¡Por mi Fe, esto es soberbio!... ¡Centena de Millones!... lo aprueban las Cortes de Toledo en Castilla la Vieja, la más famosa del Reinado de Isabel y Fernando. <Victorioso el castellano ejercito al brillo de sus comandantes Don Alonso de Cárdenas Maestre de Santiago, Don Rodrigo Téllez Girón Maestre de Calatrava, Don Rodrigo Ponce de León, Marqués de Cádiz, de Don Pedro Enrique, Adelantado de Andalucía, del belicoso prelado Don Alonso Carrillo Arzobispo de Toledo, del joven y protegido Capitán Isabelino Gonzalo de Córdoba. Entre otros, el denodado caballero Leones Juan Ortega, arenga las huestes, al unísono un mozalbete, resuelto y muy valiente, Juan López de Villegas, destacábase entre los soldados de vanguardia.


Don Fernando y Doña Isabel, por la gracia de Dios, rey y reina de Castilla, de León, de Aragón, de Cecilia, de Toledo, de Valencia, de Galicia, de Mallorca, de Sevilla, de Córdoba, de Córcega, de Jaén, de Algarbe, de Algeciras y Gibraltar. Conde y Condesa de Barcelona, Señores de Vizcaya y de Cerdeña, Marqueses de Oristán y de Gociano,> etc., triunfan en sus acciones. La reconquista avanza hasta su fin, cuan sometidos los principales valuartes árabes: Loja, Málaga, Guadiz y Almería, solo quedaba el reducto más preciado, Granada. Cabe suponer que la contienda llegó a su final sin el empleo de las armas ante una capitulación ayudada por Boabdil, el Rey Chico, Emír de Granada y antiguo aliado y súbdito de los Reyes Católicos. Al dominar de nuevo la situación de Granada, el Rey Moro, abre oficial y públicamente los acuerdos para la rendición y es Gonzalo de Córdoba el esforzado y valiente capitán devoto inalterable de Doña Isabel de Castilla el elegido para instar negociaciones, consensualizadas el 28 de Diciembre de 1491, con la rendición total de la Ciudad de Granada, todos sus Alcázares y fortalezas, más la libertad inmediata sin rescate de todos los cautivos, sobreviene la inmediata entrega de toda la artillería árabe, conservando los moros, solo algunas armas, pertrechos y caballos, así como sus bienes. Un nuevo alzamiento armado encabezado por los caudillos granadinos, entre marchas y traiciones, sable en mano tienta Abdul Zeid, arrogante Moro de linaje califal; protestan por las pautas de la rendición, cuando todo esta resuelto y aprobado. Conjurada la rebelión por el Rey


Chico, proceden el día 2 del año nuevo de 1492 a tomar posesión de la ciudad de Granada y de su Alhambra, la comitiva real. Al frente van Don Fernando y Doña Isabel vestidos de sus galas de corte acompañados de grandes nobles y prelados lucen lujosos trajes, elevan los estandartes, heráldicas, consignas y presumidos blasones, avanzando a campo abierto hasta muy cerca del cortejo real árabe. Al frente, el Rey Chico ataviado con gran riqueza a la usansa moruna, turbante en piedrería y cinturón rojo con bordados de oro, en la gruesa empuñadura brillan enormes gemas de gran valor en el Alfanje que pende a su ceñidor. Ya muy cerca, Don Fernando de corcel a corcel y tratándolo de igual, se confunde con el monarca árabe en un estrecho y fuerte abrazo, a su vez que Boabdil besa unas grandes llaves que trae consigo y alcanzado las manos del Rey Fernando le dice: ¡Señor, estas son las llaves de vuestra Alhambra y Ciudad!.... ¡Id, señor y recibidlas! El Rey Católico recibe las llaves y con la venia protocolar vuelve hacia la Reina y exprésale con gran acatamiento. ¡Id proveedla de alcaide!. Mientras la reina Guerrera replica con énfasis… ¡tan mía es como de vuestro señor, por Dios y por la España! El 31 de marzo de ese mismo año de 1492, firman los reyes católicos el famoso Edicto de expulsión de los judíos del territorio peninsular. Era horripilante para los judíos, el violento abandono de aquél país donde habían trabajado, amado durante muchos siglos y arraigado a sus hogares. A éste pueblo dentro de la España se le caen sus esperanzas, tiene que abandonar sus bienes físicos, hogares, fortunas


ganadas con esfuerzo y más grave aún las consecuencias impredecibles, borrar y olvidar de un plumazo a un sistema económico estable en lo social y hasta en lo político. El mes de agosto de ese mismo año se produce la ejecución definitiva del mandato, saliendo del territorio Ibero alrededor de unos doscientos mil judíos sin aspiración de regresar, acaso otros tantos decidieron quedarse bajo la capa de conversos, mientras la Inquisición, el Tribunal de la Suprema o el Santo Oficio, controlaban su vigilancia, sirviendo de instrumento a la clase opresora castellana para la defensa de sus privilegios, imponer su ideología y crear el terror religioso que con el andar del tiempo y frente a otros acontecimientos históricos lo convertirían en absolutamente provervial, línea está que habría de ser impuesta en toda su extensión en el proceso de conquista y colonización de las Indias Occidentales. La verdad es que, el Reino perdía a la gente más organizada y laboriosa del pueblo español. Año

y

medio

antes,

después

de

alternadas

entrevistas,

encontrándose la reina Isabel en la ciudad de Córdoba, Capital de la provincia de Andalucía, situada a la orilla derecha del río Guadalquivir, sobre una llanura rodeada por dos sierras, al norte la de Córdoba y por su frente la Morena, de famoso aroma gitano, se anuncia la visita del prelado Hernando de Talavera, quien viene en compañía del hijo del pañero de Génova, Micer Cristóbal Colón, fracasado ante el Rey de Portugal al dejarlo sin respuesta, apelaba entonces a los reyes castellanos conocedores de la propuesta. <Los dos personajes frente a Doña Isabel, Talavera y Colón. El primero gesticula y recomienda como interesante la empresa, el segundo


insiste en examinar su teoría, estudiada ya por los sabios y eruditos, respaldada por Toscanelli, como aceptable, rechazada por otros de los doctos allí reunidos, solo trátase de un proyecto fantástico, sin fundamento alguno. La Reina a su vez manifiesta simpatía por la probable consecución y envergadura, asienta que no es el momento para emprenderla. Colón siente que su alma se va a sus pies, mantiene su serenidad y recibe por la intermediación de Talavera tres mil Maravedies,> y en lo sucesivo otras remesas. La luz proyectada por las piedras preciosas de las joyas de Isabel la Católica, alumbraron los caminos que conducen al Puerto de Palos de Moguer, base para la gran hazaña. De frente está el Atlántico, el Mar Tenebroso del siglo XV al que desembocan los ríos Tinto y Odiel, formando un anchuroso estero y a su lado el faro que sirve de guía a los marinos. Es el mismo sitio en que, aquella mañana del 3 de agosto de 1492, los monjes de La Rábida, entre ellos los padres Marchena y Juan Pérez, vieron pasar por sus ojos a “La Santa María”, “La Pinta” y “La Niña” camino al Occidente. Se disiparon las sombras de la noche cuando en el curso de la travesía antes del alba de aquel glorioso día, del 12 de Octubre de 1492, Juan Rodríguez Bermejo, apodado Rodrigo de Triana lanzara un grito a garganta

abierta

¡Lumbre!

¡Lumbre!...,

¡Tierra

a

la

vista!...,

convirtiéndose aquella fecha en una de las mas trascendentes de la historia de la humanidad. El insigne navegante Micer Cristóbal Colón cumplía así su misión, abriendo horizontes ilimites al ideal de la Reina


Isabel de Castilla, de convertir a la fe católica los pueblos por descubrir, para aumentar en ellos la majestad y esplendor de la gloria del Señor. Cristóbal Colón, el visionario del descubrimiento, que salió de Puerto de Palos buscando por el entonces llamado “Mar Tenebroso”, el camino mas corto para llegar por el occidente al Continente Asiático, murió sin saber que había descubierto un nuevo Continente. En su tercer viaje el gran navegante llegó a un Puerto que los nativos llamaban Macuro, sin saberlo, confundió a la tierra firme con Islas, como aquellas de sus primeras incursiones, era que se encontraba en la Tierra de Gracia, como él la llamó, sotavento al Mar de los Caribes.

¡Así es la historia hijo mío!... ¡Así me la contaba mi padre, cuando orgulloso de su comarca me alertaba! ¡De Segovia* soy! ¡De Castilla La Vieja! ¡Hijo mío!...ahora debo deciros que: nací en un barrio de Segovia, aledaño al Alcázar, a finales de un mes de Septiembre de 1909. Claro, ¡De Castilla la Vieja vengo!... ¡de Segovia soy!. Hijosdalgos éramos yo y un hermano menor llamado Luís de Villegas; de la casa de su nombre, de Juan López de Villegas, familia proveniente de los Valles de Toranzos en Burgos y era nuestra madre llamada Juana García, la de Segovia, con su escudo de armas en fondo de plata formalizado y partido, a su izquierda una cruz flordelisada, a su derecha una banda sinople escarlata y ocho calderos. Él había sido muy joven, siendo apenas un adolescente, paje y soldado de avanzada a las órdenes de Gonzalo de Córdova, años después, y ya maduro, retornó de


la guerra contra Francia a Segovia lisiado de una pierna y contrajo nupcias con nuestra madre. Siendo teniente del ejército, él trabajaba bajo las órdenes del Alcaide del Alcázar de Segovia, mientras ella cosía en su taller del hogar, prendas y vestidos diseñados por encargo para nobles, prelados, y también para soldados. Sólo tenía quince años y mi hermano Luis trece,

cuando tocó a nuestro padre abandonar esta vida por

enfermedad desconocida, al año siguiente murió la de Segovia, nuestra madre, aquejada por la peste. Por nuestro castellano orgullo de familia, fuimos a la escuela y nos formaron en la carrera de las armas, como era la costumbre. En hora buena, aprendí escolástica, latín y hasta de leyes y ordenanzas. ¡Así es la vida hijo mío! Comenzó entonces, nuestra lucha y entusiasmo por irnos a las indias occidentales, sin alcanzar nuestro propósito. Por algún tiempo esperar y esperar fue la consigna, después de gestión tras gestión, con el espíritu lacerado por la injusticia de aquellos

hombres, rufianes y

acaparadores de oficio que se habían apoderado en aquél entonces de los asuntos públicos y del comercio en nuestra España, salí en plena juventud hacia la tierra andaluza de Sevilla, pero el cariño por mi tierra quedó firme. Cuando apenas cumplía los diecinueve años me alisté en Sevilla en la Armada Alemana. Mi hermano Luís se fue a Cuba contratado por un tercio comerciante, a la antes llamada Isla Juana, años después se fue a


vivir a la Nueva España, a la tierra de los aztecas, conquistada por Hernán Cortez, mientras yó, me había decidido por la Tierra de Gracia. ¡Mi Señor!...En ésta inmejorable ocasión, quiero decirle que me corresponde una tarea noble que enorgullece mi entidad, siempre dispuesta a dar, como es la de ilustrar el pasado para los desentendidos y contribuir a recrearlo una vez más. Tampoco creo que la gente nazca siendo héroe, es su sensibilidad la que hace que enfrenten o huyan de la adversidad y eso los inmortaliza. Lucha tras lucha para vencer, es una muestra ejemplar de cómo todos los protagonistas de la historia forjaron nuestro país.... ¡Mi Señor, Usted es uno de ellos! A todas éstas despertando del sueño, parecía que caían gotas de lluvia con escarcha, mientras Venus el lucero del alba ya desaparecía entre los fogariles al otro lado del cerro, apenas me apeaba de la hamaca donde había dormido, todavía conturbado, me dispuse a indagar la historia. Cautivado por este acontecimiento trascendente e inolvidable, debo afirmar, que aquellos pueblos ibero-europeos en su afán guerrero fueron de los mas avanzados de la época, templados al calor de una lucha de siglos para detener la penetración de las huestes árabes y propagación del credo islámico en la Península, se convirtieron en los mas recios, fuertes y capaces, soldados y caballeros del mundo conocido. El Nuevo Mundo descubierto por la España, insta a la aventura de la conquista y poblamiento, que creará como madre fecunda con sangre de su sangre, regada en cien pueblos y a través del tiempo y la distancia,


hablando en el idioma de Castilla eternizaron la gloria del mestizaje, forjado por los hijos resultantes del cruce de las tres razas conocidas en América: los blancos españoles, los indios nativos y el africano importado, fueron la fragua de las nuevas generaciones, empezándose a esbozar el criollo que, dos siglos mas tarde haría de las colonias de España en Venezuela una patria independiente y libre, gracias al mas grande

hombre,

a

un

americano

excepcional

de

dimensiones

extraordinarias, hijo de la extirpe de Don Juan de Villegas, Simón Bolívar. El Libertador


EL DE VILLEGAS “Un Gran Poblador”

CAPITULO III HACIA LA TIERRA DE GRACIA.

“La ambición y la audacia llegaron a un extremo tal, que la religión se inclina mas a defender las quimeras humanas, que a seguir los mandamientos de la escritura”.

Baruch Spinoza. “Ética”. “En este sitio descampado, áspero y combatido por el sol y el viento, donde el agua es escasa y el verde terroso, se puso la semilla de la Provincia de Venezuela. De aquí partieron las rutas por donde se hizo el país. Allí estarían la Silla del Obispo y la Vara del Gobernador”.

Arturo Uslar Pietri. “El Viento de Coro”

Marcados por la aventura, por la ilusión de obtener fortuna rápida, las capitulaciones del 27 de Marzo de 1528 y que firmaran los banqueros alemanes Enrique Ehinger y Gerónimo Sayler, con el hijo de Juana La Loca y Felipe El Hermoso, El Emperador Carlos V de Habsburgo, Carlos I de todas las Españas, alentaron a centenares de españoles a viajar hacia la nueva Provincia de Venezuela, la pequeña Venecia de Vespucio, territorio que no había siquiera logrado todavía afianzar su nombre. Captados por la casa de contratación de Sevilla y por la famosa compañía conducida por los “Welser” Belsares, quienes movilizaron


recursos económicos y financieros para lanzarse en expedición hacia la zona cedida de Cabo de la Vela hasta Maracapana. Los contratistas de la Casa Welser, en esta difícil, costosa y llena de riesgos incursión, pusieron pie en Santo Domingo y acceso tuvieron a las grandes riquezas de la Nueva España o México. Se obligaban a fundar dos ciudades de trescientos habitantes, construir tres fortalezas; hacer trabajos en minas de oro, plata y otros metales, con cincuenta alemanes expertos a su servicio, entre otras estipulaciones. Mientras a cambio recibirían un cuatro por ciento del producto de la conquista y otras ganancias o descubrimientos. Tenían la facultad de nombrar el Gobernador con el Titulo de Adelantado, para la nueva Provincia de Venezuela, organizándose una genésica expedición hacia estas tierras. Al amanecer del día 28 de Octubre de 1528, los primeros rayos solares no consiguieron atravesar la compacta y cerrada masa de niebla, al resonar el canto de los pájaros en armonioso saludo del nuevo día. Después de vencer innumerables y disciplinados arreglos, un contingente de aproximadamente cuatrocientas personas, unos doscientos sesenta y cuatro soldados, mujeres e hijos y entre ellos mineros teutones, ochenta caballos, armas y municiones, zarpan a bordo de tres navíos y una carabela. La brisa mañanera hincha las velas de las naves inquietas y los primeros rayos se hieren suaves en el aire al comenzar el viaje. La escuadrilla se aleja del puerto, al clamor de la despedida que va cediendo, al paso de perderse los luceros del alba a lo lejos todavía se veían pocas lamparillas y las cúpulas inertes de las iglesias.


Van capitaneados por Juan García de Lerma, comerciante de Burgos, quién invertía su hacienda en Castilla y se endeudaba en el apresto de sus naves con destino a Santa Marta, abordado como fue por los comerciantes alemanes, le propusieron financiar una expedición bien armada para ir a pacificar su gobernación y luego pasarían a conquistar las tierras adyacentes, acordadas en la capitulación. Navegaron rumbo a la isla de La Española donde tenía su sede la Real Audiencia de Santo Domingo y habían salido inicialmente de Sevilla, embarcando en el Puerto de San Lucar de Barrameda. A bordo va un núcleo de hombres tan resueltos como ambiciosos, dispuestos a las penurias y riesgos de la aventura que les depara la misión a cumplir de descubrimiento y población de tierras salvajes e ignotas, en la certeza de un oscuro porvenir o en la esperanza de hacer nación, se debaten en demasía por la miseria moral y material a empeñar en el esfuerzo.

Con Ambrosio Alfinger A mediados de enero de 1529, la flota hizo escala en Santo Domingo, donde pasaron varios días, hicieron provisiones, más caballos y otros animales domésticos, sumándose también otros capitanes y soldados a la expedición, quedándose sólo un pequeño contingente con García de Lerma, quien había sido factor de Los Welser en aquella Isla, separándose una nave mercante en la que García de Lerma navegaría hasta la ya pacificada Santa Marta con su tripulación, cincuenta soldados y las correspondientes mercaderías. Las tres restantes embarcaciones


expedicionarias de los Welser, traen ahora como jefe al alemán, designado Primer Gobernador y Adelantado Micer Ambrosio Alfinger, natural de la ciudad de Ulm. Allá van en pos de la gloria o del infortunio.... a bordo de la nave capitana, destacaba la presencia de hijosdalgos. Tres figuras, tres hombres, que se distinguen en el gríseo amanecer caribeño contemplan la ya lejana e isleña costa, desde la borda en popa, cuando la bruma y tierra se confunden en el estrecho abrazo de la distancia, aquel hombre de hablar seco en inentendible idioma, se pasea con el catalejo en sus manos en busca del horizonte marino. Alguno de ellos murmura con los otros y suspiran sin proferir quejas, ellos son: Juan de Villegas, Pedro de San Martín y Ruiz de Vallejo, en la esperanza de una aventura sin determinar, mientras al darse vueltas escuchan el grito insolente y arrogante de aquella voz teutona de mando y de complicada interpretación... era el rubicundo Alfinjer, alto y altanero, jefe de la expedición Welser tras la fama y la fortuna. ¡Sed valientes!, le dice al intérprete “¡fama y fortuna les esperan al término de la travesía!”. Poco después, se producía el enredo de lenguas entre los expedicionarios a bordo, ante los acontecimientos dramáticos que se estaban desarrollando en perspectiva, comienza entonces, la soldadesca española a llamar al joven y resuelto Capitán Juan de Villegas, en forma despectiva, más tanto por la importancia que descubría su arrolladora personalidad y manifiesta zorraconería, como “El de Villegas”, quién en verdad dice: “Quedábamos en la luna al no entender a los alemanes cuando nos hablaban.... Nosotros somos alemanes.... ¡Alemanes!,”


exclamaba sórdidamente.... ¡Fantástico!, ¡Pues yo soy amigo!.., les enfatizaba en pícaro alarde. A su vez Alfinjer, aleteándose su jubón bajo el coselete, les gritaba... ¡Avante, follones, rumbo a “La Curiana”!, en su enredado idioma. ¡Camino a la Tierra de Gracia vamos!… ¡Por Dios y por el Rey!.... Frase proverbial en su contenido mágico, alzaban la cruz de la espada para estimular la invasión y la conquista. ¡Oro!.... ¡Codicia!.... ¡Lujuria!, es la traducción de la conducta de aquellos hombres, que los nuevos vientos diseminarían en la llanura, en la montaña, en los ríos, por descubrir y conquistar y hay por Dios ante la Madre Tierra, madre de cuyas entrañas pronto brotará la sangre, con el oro arrancado de su seno, testigo de la muerte, ante la justificada civilización a poner en marcha. Muerte a los infieles indios para imponer la nueva religión, consigna ésta de Alfinger y el grueso de expedicionarios. Los ojos de los viajeros conquistadores, mejor acostumbrados a la noche, pudieron reconocer algunos detalles de la costa y el sinuoso perfil de sus playas, cuyas arenas confundidas con el corte agresivo de los arrecifes, como colosos neptunianos, se alzaban contra el fondo teatral del mar. Ya antes de anclar, se divisaba a lo lejos una extensa planicie o sabana, al fondo un gran monte o cordillera, que por la noche parecía oscura como el mar sin luna y por el día, más bien verde como la mar con sol. De la escuadrilla desembarcaron, un 24 de febrero de 1529, en las Costas de Venezuela, por la parte Occidental de la Península, llamada por los nativos Caquetios “La Paraguaná”, con penachos, camisas


blancas, jubones de tafetán, pantalones de cuchilla, calzas de paño, armados de tizonas, ballestas y arcabuces, en severo contraste con la modesta indumentaria de los fundadores del poblamiento de la curiara, quienes se encontraban vistiendo humildes casaquetas de lienzo mal cortado, alpargatas ligeras para el suelo y espadas envainadas en cuero de venado con su pelo, al mando de Don Juan “el de Ampíes”, llamado el bueno, quien con su gente los esperaba en el rancherío poblado de Todoraquiba acompañado de su amigo el Cacique Manaure, y de unos cincuenta o sesenta hombres y mujeres, hicieron resistencia ante el novísimo Gobernador, siendo expulsado el mozo de Ampíes, en mala hora como si fuese un intruso a parar a “La Española” fue, mientras su queja no logró consolación por el despojo. A todas estas los noveles, recién llegados y bien vestidos colonizadores se reían de los rostros y hambrientos fundadores de Coro. Aquellos Soldados de infortunio, de barbado rostro, se confunden en estrecho abrazo con las jóvenes indias de belleza desnuda. Aunque no todos los conquistadores toman parte en la orgía, ésta queda a razón de la soldadesca, venidos de ultramar, saciarían su ego, ante el hambre del sexo que no aguanta. ¡Por ellas, nosotros y por el Rey! Se escuchaban los gritos. ¡No olvidéis bellacos, de dar las gracias a Dios por lo que hoy os concede, ahora cuando bebemos y brindamos con el enmontillado vino, que generoso derramamos en la conquista de estas ignotas comarcas!, alardeaban los capitanes.


¡Bebed también por las hermosas hijas de esta tierra!...¡Así es!...¡Por ellas y por el oro! Alzaban las manos entre copa y copa, mientras otros a los dados jugaban con bulliciosa interrupción.

¡Callad, vive Dios!... ¡Hasta allá en las Españas se escuchan vuestros gritos!... Interrumpe Don Juan “El de Villegas”, fingidamente encolerizado, atuzándose su negra barba en acusada quijada ¡Callad, bellacos y dejad de chillar e instar! Mientras las risas continuaban con más fuerza, los conquistadores, ahitos de vino, finalmente yacen sin gloria ni honor al pie de las tablas de la improvisada taberna. ¡ Así es la historia hijo mío!.... Sobre aquél interesante acontecimiento en el cual participaba, como soldado con rango de oficial, escribano y hasta de leguleyo hacía. Como seguidor de mi padre no podría faltarle a su ejemplo, en disciplinada formación escuchaba las órdenes. Cuando el Adelantado Ambrosio Alfinjer llega a Coro, han transcurrido ya unos diecinueve meses del primer asiento establecido el día de Santa Ana de 1527, cuando se hiciere el poblamiento de Coro o lugar “del viento”, donde el veedor de la jornada con sus comisionados y soldados lo fue Esteban Metheos, ya existían buen número de casas y ranchos de tapia o barro cocido con sus techos de paja donde se albergaban los primeros vecinos. Corresponderá a éste primer Gobernador alemán de la naciente provincia legitimar aquel poblado, dándole estatuto de ciudad, le traza sus primeras calles, se construye iglesia, cárcel, y, desígnale a su primer Cabildo integrado por Martín de Arteaga, Juan de Quaresma de Melo, Virgilio García y Gonzálo de


los Ríos como Regidores, quienes a su vez eligen como primeros Alcaldes ordinarios a Sancho Briceño y Esteban Matheos

De inmediato, dice “El de Villegas” en su relato, me alisté con Alfinger en la expedición de Rancheo, en la que de escribano hacía Juan de Carvajal, nos dirigimos al Lago de San Bartolomé o de Coquivacoa, donde nos vimos rodeados de perfiles verdeantes que forman contorno a un

pueblo que se puede decir flotando sobre las aguas y en sus

terraplenes se miran amarrados los cayucos de uso de sus habitantes para transportarse entre las hileras de sus rústicas chozas llamadas palafitos, con vista del fondo mismo de las aguas que las rodean. Marché siempre a la vanguardia, temerario al fin, enfrenté sin temor la emboscada guerrera de los indios, al acecho, como llamábamos a los nativos que resistencia en defensa de su lar de origen instaban. Trasteando por las orillas de aquel lago, bendito sea Dios, hicimos amistad con varias tribus y por el oro que nos entregaban en abuso discordante por inducción del Rubicundo Alfinger, le devolvíamos a cambio cuentas de vidrio, asadores de hierro, hasta espejos riendo el agua y otras baratijas. Y continúa “el de Villegas”... regresamos a coro, apenas en tres meses reiniciado el viaje de expedición hacia el Nuevo Reino de Granada, pasando al otro lado del lago, continuamos explorando aquellos parajes y nos internamos hacia un valle llamado de “Upar” y descubrimos una laguna llamada de “Zapatosa”, en tierra de los tamalameques, nativos que huyeron en sus canoas adornados de chagualas y orejas de oro a una isla de la laguna. Hasta allá los


perseguimos en nuestros corceles, nadando, por orden de Alfinger e incitados por la codicia, fuimos Virgilio García, Alonso de Campo, Hernán Pérez de la Muela y otros Veintiséis soldados más, espadas en mano y lanzas empuñadas realizamos una matanza, mientras algunos lograban escapar presurosos, hicimos prisionero a su cacique Tamalameque…. ¡Pobre de aquellos infieles, inocentes e indefensos aborígenes, víctimas de nuestra diabólica incursión! Desde aquel momento mi espíritu se encorva y no me deja tranquilo, al grado máximo de expiación. ¡Algún día lo pagarás Juan en aquel juicio final!.... ¡En la otra vida!

Cuando retornamos a la curiana, muchos de los expedicionarios habían muerto vencidos por el mal tiempo, las toceras y calenturas producidas por el escorbuto, las picadas de insectos y mordeduras de serpientes habían causado estragos, aunado al flechazo a tiempo y por mampuesto, hasta alimañas, ranas y caracoles comimos, también hojas y raíces desconocidas. Indios, caballos y europeos quedaban paralizados y morían helados, siendo el aprovechamiento conocido por más de un año de aquella jornada de codicia y maldad, un botín que alcanzó a más de cien mil castellanos de oro fino; lo que ocultamos los soldados fue otro tanto. Días después, cuando regresábamos del Valle de Chinacota, en la región de Pamplona, moría Micer Ambrosio de una certera flecha envenenada, después de tres días de agonía, en aquel Valle, desde aquel día fue llamado “El Valle de Micer Ambrosio”. Los pocos que quedábamos de la expedición apenas unos ochenta, decidimos el mando


en Pedro de San Martín, a quien en definitiva, impuse, prevalido de mi ascendencia sobre aquel ejército sin jefe, era que <Gracias a su habilidad política con su autoridad y aquella respetable veneración que se había ganado en la estimación de todos logró al fin conciliarlos>, repartiéndose la tropa unos veinte mil ducados en oro, emprendimos retorno a Santa Ana de Coro bordeando la Costa Oriental del Lago Coquivacoa. Después de tres años de aventuras y exploraciones por aquel lago donde los habitantes del palafito, confundidos en sus prácticas religiosas, en su mundo espiritual, concretábanse a creer en un espíritu bueno al que llaman mareigua y uno malo que los persigue llamado caribú. En esta expedición endiablada y maldita por el alemán, habían perecido entre aventuras, exploraciones, violentos choques y enfermedades, a todo dolor unos trescientos de nuestros acompañantes, arribando a Coro a fines de 1532 y comienzo de 1533, apenas con unos noventa sobrevivientes de nosotros. Allí en Coro, también conocí a un personaje singular, llamado Esteban Matheos, amigo personal de Ampíes y quien había venido de la isla de Santo Domingo a donde había llegado de los reinos de España, con su padre Pedro Matheos, y con el Almirante Colón, al decir, fueron sus acompañantes y narraban orgullosos las hazañas y aventuras del descubrimiento del Nuevo Mundo, por lo que a mi entender, decidí entonces hacerlo mi consejero.

Nicolás de Federman y su Relación Indiana


Un 2 de Octubre del año 1529, un nuevo grupo de conquistadores al mando de Nicolás Federman, natural de Ulm, Alemania, se embarcaba en el puerto de San Lúcar de Barrameda, con la “Armada alemana”,

luego de vencer una serie de

obstáculos y aventuras ocurridas en las islas Canarias, a causa de una escala que hicieron para abastecer de agua los navíos, llegaron a la isla de Santo Domingo, donde los esperaba el factor Welser, Sebastián Rentz. De nuevo se aprovisionaron y embarcando diez caballos más, emprendieron el viaje a Tierra Firme; desviados de la ruta por las corrientes marinas, llegaron a las costas de Paraguaná y no a Coro, como era lo previsto, obligándose a desembarcar en aquel lugar a ciento veintitrés soldados españoles y veinticuatro mineros alemanes, además de veintiséis caballos que traían.

Ante la ausencia de Alfinger, había gobernado a Coro Bartolomé de Santillana, hombre violento, cruel y libidinoso, abusaba de las españolas casadas en ausencia de sus maridos expedicionarios. El año de 1534 estalló el motín y siendo Alcaldes Francisco Gallegos y Pedro de San Martín en nombre del pueblo apresaron al sádico de Santillana y lo echaron encadenado a un calabozo para enjuiciarlo.

Este Federman impaciente y decidido, justificando que había demasiada gente innecesaria e inactiva en Coro emprendió viaje tierra adentro, hacia el “Mar del Sur”, partiendo de Coro el 12 de Septiembre de 1530, con “ciento diez españoles de a pie y dieciséis a caballo y un


centenar de indios de la tribu de los Caquetios” que encadenados, cargaban los víveres y los equipajes necesarios de seguridad y abastecimiento del grupo.

De este viaje el joven Nicolás, quien era alto, delgado, barbirojo y bien parecido, escribió una “Relación Indiana”, en la que narra y describe < haber encontrado pueblos indígenas al Sur de la sierra de Coro hacia la llanura, el de los “Xideharas”, enemigos de los Caquetios. Continuando el camino otra aldea llamada de los Ayamanes, estos de muy baja estatura, eran guerreros enanos, apenas de cinco a seis palmos de tamaño poco amigos y distintos a los anteriores que habían prestado atenciones con comidas y bebidas. Mas al interior encontraron otras tribus de Ayamanes agricultores de “maíz, yuca, batata y auyama”, y mas adelante hicieron contacto con los Coyones. Estas tribus eran enemigos entre sí y se habían producido muchas guerras entre ellos. Se alarmaron y corrieron hacia las montañas huyendo del fuego y ruido de arcabuces y del relinchar progresivo de los caballos, continuando el viaje hasta llegar al borde de un río Tocuio o “Tocuyo que corre veloz por un valle y es grande y profundo”. Era necesario para que los tercios que no sabían nadar lo atravesaran construir balsas para llevar los equipajes, mientras los caballos pasaban el río a nado>.

Federman nos llegó a contar, dice “El de Villegas” en su relato que, “Algunos indios fueron bautizados mientras otros caciques hacían alabanza del buen tratamiento que habían recibido, mientras aquellos


que se enfrentaron habían sido víctimas de las ballestas, lanzas y disparos de arcabuz”. De allí siguió a un pueblo llamado de la Carohana (Carora) y encontraron otra nación de Ayamanes enemigos de los Gayones, sus vecinos. Al término de cuatro días de camino, dice que, llegaron a la aldea de los “Axaguas” y mas adelantes de estas aldeas, al final de la montaña, comenzaba “una tierra llana y una de las mas bellas que había visto en las Indias, ocupada por la nación o pueblos de los Caquetíos, que era gente numerosa y muy guerrera, parecidos a los nativos de la Curiana, sus casas estaban ubicadas a lo largo de una sabana y eran de paja, barro y horcones amarrados y estribaban a las márgenes de un gran río color marrón ceniza”.

Federman había

descubierto en este asiento la comarca de Bariquesemeto y a su norte otra aldea similar de largas chozas o bohíos, camino de la Huaca (Duaca). De este lugar Federman recordaba “Cuando alcancé el primer pueblo o aldea de esta provincia de Bariquesemeto, encontré allí gran número de indios, aproximadamente unos cuatro mil, gentes bien proporcionadas y fuertes por quienes fui bien recibido”….y continúa en su relación: “En todos estos pueblos y aldeas, en número de 23, situados a orillas de este río, nos dieron muestra de buena amistad y nos hicieron regalos sin obligarles a ello, por un valor de tres mil pesos oro que son alrededor de 5.000 florines del Rhin, pues son gentes ricas que tratan, trabajan, elaboran y venden oro”…..además, nos dice que: “Tienen y poseen además, poblaciones bien fortificadas que no podrían ser tan fácilmente asaltadas como las habíamos conocido antes. La causa de ello es la enemistad que mantienen con las cuatro naciones que los


rodean por los cuatro lados…. aunque están confederados con algunos de estos pueblos……. Como los axaguas, con quienes comercian con sal; son sin embargo, como he dicho, también sus enemigos. Por otro lado colindan con la nación de los Ciparicotes y por el tercer lado tienen los Cuibas…. Y por el cuarto lado tienen a los de su propia nación, también Caquetíos, en Valle Poblado, es decir en un valle bien habitado y con numerosa población llamada Varárida, que son asimismo sus enemigos…Entonces, continuaron el viaje por un valle entre dos montañas, a lo largo de un gran río llamado Coaherí y habiendo alcanzado la llanura acamparon en una sabana para descansar mientras algunos salieron a explorar el lugar, siendo atacados por los Cuibas, primer pueblo que había usado contra los expedicionarios flechas envenenadas”.

Por medio de una india de Barquisimeto que usaban como intérprete, lograron ganarse la amistad de los indios para llegar hasta un gran pueblo o aldea de la misma nación llamado “Hacarygua, situado al lado de un gran río, con una anchura de casi dos tiros de arcabuz”, los habitantes eran en parte Caquetíos y en parte Cuibas y vivían juntos.

A cuatro millas de Hacarygua se encontraba el pueblo de los Gayones, enemigos de los Cuibas. Al no someterse a los conquistadores, Federman consideró que el único recurso que le quedaba era incendiarles la aldea, “para que salieran de sus casas o se quemaran dentro”.


Después de pasar por los poblados cuibas, llegaron a un gran río que separa esta nación de otros pueblos llamados “Guayqueries”, donde en una de sus aldeas habían cerca de 600 indios, “gentes negras como el carbón”. Estos guayqueries eran gentes malvadas, falsas y por lo demás obstinados, atacaron la expedición y en la pelea murieron muchos indios y españoles. Federman ordenó incendiarles sus chozas y en las aldeas vecinas torturaron a los caciques y a otros los fusilaron con los arcabuces, y tomando a otros como cautivos regresaron a la Hacarygua. Cansados, agotados y enfermos como estaban él y su gentes decidieron retornar a Coro por el camino de Bariquesemeto, atravesando un valle entre dos montañas, al poniente habitado por los Ciparicotes y la Oriente por los Hytotos. En la llanura de ese valle, de casi cuatro millas de ancho se encontraba poblado por los Caquetíos en sus largas y grandes aldeas donde vivían hasta ocho y diez familias con sus mujeres e hijos.

Que hermoso valle este colmado de arboledas, riachuelos y quebradas que arrastran muchas piedras donde las gentes son de estatura elevada y especialmente

las

mujeres

son

muy

bellas

su

silueta,

bien

proporcionadas, por lo que llamamos a esta comarca al igual que los indios, Varárida o Guadabacoa en Caquetío, como “El valle de las damas” y que comienza donde nace el río mentado Yaracuy, prolongándose hasta el mar, a su desembocadura o boca del Yaracuy en la ensenada triste.

Con Jorge de Spira.


Un 6 de Febrero de 1535 desembarcan en las costas de Paraguaná vía hacia Santa Ana de Coro otra expedición al mando del Welser capitán Georg Hohermuth Von Speyer, natural de la ciudad del mismo nombre, capital de la provincia de Pfalz en Baviera, mejor conocido como Jorge Spira por ese cambio ladino y algunas veces por orgullo burlón al que tendían los españoles, de castellanizar los nombres de los extranjeros. Con la muerte del gobernador Alfinger en tierras del nuevo reino por herida mortal de flecha que recibiera de los indios, la corona había designado a este nuevo gobernador Alemán en el nombre de Jorge de Spira, quien había salido de los reinos de España del Puerto de San Lúcar de Barrameda en la Armada Alemana* con seiscientos hombres de diversa nacionalidad, desde españoles, alemanes, flamencos e ingleses, quienes habían embarcado a finales del año 1534. En esta nueva expedición, vendrían como su Teniente de Gobernador y lugarteniente de confianza otro alemán, joven de noble linaje llamado Felipe de Hutten, quien había nacido el año de 1511 en la ciudad de Bierkenfeld. En este grupo dice “el de Villegas”, vinieron algunos de los capitanes y soldados que se encontrarían a su lado, apoyándole en la misión de fundar otros poblamientos, cual era su verdadero interés y el de la Corona, ante el incumplimiento por parte de los alemanes.

Y agrega “el de Villegas” en su relato…. Me encontraba para aquel momento en la ciudad de Coro donde ejercía como escribano y asistía en


las estipulaciones y otros papeles para los vecinos de aquel novísimo pueblo. Recién, unos dos meses antes, para Diciembre del año 1534 había contraído matrimonio en la Iglesia de techo de paja, de tapia amasada de barro y piedra, con Ana Pacheco, natural de Lerma, Castilla la Vieja, al igual que su Padre el conquistador Francisco Pacheco, quien llegó a la curiana en compañía de Esteban Matheos desde Santo Domingo y su Madre María Díaz, quien se le sumara posteriormente. La ceremonia del casamiento fue oficiada por su excelencia, el recién nombrado obispo Rodrigo de Bastidas, por su majestad el emperador Ibero-Germano Carlos V, el Rey Carlos I de todas las españas.

Nuevamente y de inmediato me puse a las órdenes y mando del Gobernador Jorge Spira, con mi mujer y hacienda para emprender otro viaje en proyecto hacia el interior, al Sur de la provincia, donde también pude servir como de escribano y capitán de servicio, aportando armas y caballos.

Spira, al tiempo que organizaba aquella expedición, vía los llanos, para rastrear a la famosa ciudad de “El Dorado”, cuya leyenda enloquecidos los tenía, dio nombramiento al experimentado Nicolás de Federman como su Teniente de Gobernador y llevó consigo como escribano y capitán de avanzada a Don Juan de Villegas. Mediando Mayo de 1535, abandonan a Coro con un grueso numérico de casi trescientos hombres de a pié y noventa jinetes, fuertemente armados de


ballestas, arcabuces, cuchillas con sus espadas y rodelas, bien equipados y uniformados todos, resaltaban por encima de sus jubones los coseletes y los yelmos, destacando en los capitanes las celadas con penachos enmonados de plumas que distinguían a la Divisa Welser. Bordeando la costa hacia el río Tocuyo, penetraron en él cruzando el Valle del Yaracuy, luego el de Bariquesemeto, continuando la jornada con acciones de cacería, muerte y destrucción de los pueblos indígenas que a su encuentro le salían, alcanzando después de otras leguas de trajín el llamado río Hacayrigua y un largo trecho más al sur otro río amarillo, más ancho y caudaloso, llamado por los indígenas Apure, que no pudieron cruzar por temor a las rayas punzonas y abundantes pirañas. Fueron tres años de aventuras, de exploraciones y enfrentamientos malvados, en continuas y arrebatadoras guazábaras, suscitadas por el hostigamiento y ataque de los nativos. Vencidos por el hambre y la fiebre que diezmaron la tropa en casi dos tercios, frente a las continuas protestas de los soldados, había fracasado el encuentro con la llamada ciudad Dorada. Spira entonces, decidió retornar por la misma vía desandada y finalizando Mayo de 1538, llegó maltrecho al poblamiento de Coro con solo ochenta soldados y apenas veinte jinetes, siendo el botín insignificante, de apenas cuatro pesos de oro fino lo alcanzado en este cruento viaje atropellado por los innumerables entuertos, el hambre y las enfermedades que produjeron bajas apreciables por los constantes enfrentamientos. Dice “el de Villegas” que: “perdió en estas expediciones cantidad de pesos de oro, cavallos e ropa e servicio, que


había asistido sirviendo por su propia persona e armas a su propia costa e Misión e con gran riesgo de mi persona” * Al llegar a Coro, después de esta desastrosa expedición al país de los indios choques, en tierras del Nuevo Reino, encontró el gobierno en manos del “oidor” Antonio Navarro; éste armado de valor y alzado en el cargo había comenzado a repartir a los indígenas como si fueran suyos. Como Juez de Residencia nombrado por la Real Audiencia de Santo Domingo, le fue revocado por el Rey su nombramiento a comienzos del siguiente año, mientras Spira asumía de nuevo la Gobernación y Capitanía General de la Provincia de Venezuela con plenas facultades. Considerando las innumerables cualidades de Juan de Villegas, quien había sido el escribano de la fatal jornada, a comienzos de 1539, fue ascendido en Coro al cargo de Alcalde Mayor y General en las cosas de guerra, recompensa que recibió del Gobernador Spira para resarcir sus altos servicios a la Corona. Dice “El de Villegas”... entonces Spira hubo de enfrentar a un Teniente llamado Velazco que había soliviantado en su contra a los vecinos, empeñados todos en que los indios le fueren repartidos para el trabajo y sus servicios, acotaba, “que el repartimiento de indios era más que necesario y la única manera para remediar la miseria de los conquistadores que creían más en el poblamiento y colonización que en aquellas expediciones, burdas y llenas de violencia y crímenes”. Para Don Juan, conteste de aquella forma de esclavitud, consideraba como una obra de paz “e los pueblos así repartidos, se ennoblecerán”.


Ante la resistencia de Spira en aceptar esta conseja, fue tanta la vehemencia de “El de Villegas”, que llega al extremo de amenazarle en éstos términos: “Si en esta Provincia oviere alboroto o alzamiento de gente sea culpa del dicho Señor Gobernador....”,sin embrago, en mayo de 1539, fue nombrado por Spira como Alcalde Mayor de Coro y “General en las cosas de guerra”. Era que Don Juan, se distinguía siempre por el buen juicio, por sus luces e inteligencia, reconocido valor y arrojo, más bien por su temeridad y discreción, así lo había demostrado en su historia de vida en los momentos de arbitrio y decisión. En verdad que supo ser un buen soldado, de aquellos que no buscan la fortuna por amor al oro sino más bien por su prestigio, el de su comunidad, en sana protección a su familia. Ya Don Juan, descollaba con su personalidad dirigente, su carismática figura bizarra y emprendedora, que le hacía destacar entre todos a diferencia de aquellos desalmados alemanes. Era que a los 30 años, joven y plenitud de su personalidad, aunque no tenía todavía la estatura de que gozaría después, se había ganado aquel puesto

satisfacción, empero, demostró cualidades que

resultarían cruciales, mas tarde, cuando verdaderamente quedase investido de autoridad suprema en el mando. Claro, siempre se elevaba por encima de la nubes y divisaba la lejanía. A mediados del mes de junio de 1540 con la muerte del Gobernador Jorge de Spira, asume el cargo como nuevo Gobernador y Capitán General interino, su Teniente de Gobernador Don Juan de Villegas, quien dice: “me quedó el gobierno de esta gobernación, E yo, como seguidor


de su magestad, tuve en mucha paz y sosiego a los españoles de dicha provincia e naturales de dicha tierra”. Ya a los pocos meses, el 7 de diciembre del mismo año le entrega el mando al Obispo Rodrigo de Bastidas nombrado por la Real Audiencia de Santo Domingo, también como Gobernador interino, mientras Felipe de Hutten al saber la muerte de Spira regresa a Coro y el Obispo Gobernador lo nombra por su Teniente con el Cargo de Capitán General, para continuar con las exploraciones hacia “El Dorado”. Entonces, prepara éste, otra expedición que será la sexta y última conducida por los alemanes al interior de la Provincia de Venezuela. Asientan las crónicas que este joven Welser, saldría de Coro un primero de agosto de 1541 con cien jinetes y unos cientos cincuenta soldados de a pié, entre otros, le acompañaban el joven Bartolomé Welser y el veterano Capitán Pedro de Limpias, encontráronse por el valle ancho de Bariquesemeto, finalizando enero de 1542, con otro contingente que conducía un capitan mentado Lope Montalvo de aproximadamente otros ciento cincuenta hombres entre peones y jinetes, unidos a la hueste, continuaron la expedición hacia el país de los Omegüas, pasando por el río Guaviare hacia tierras del Nuevo Reino. Lo cierto es que el fracaso no se hizo esperar, después de infructuosos años removiendo aquellos territorios comarcanos, sin alcanzar botín alguno ni dar con el quimérico Dorado, a fines de 1544 Hutten emprendió su regreso. Brilla de nuevo en su acción “El de Villegas”, cuando en Coro se sucedían Gobernadores interinos unos tras otros, a Bastidas lo sustituyó


Diego de Boyca y a éste, el alemán Enrique de Remboldt. Fue tan grave el daño que habían causado al contingente de expedicionarios como “gente de guerra”, que la ciudad de Coro se había casi despoblado por sus vecinos ya que muchos habían perdido la vida en las atroces aventuras y exploraciones de los alemanes en sus recorridos por el territorio. Este Remboldt, ante la insistencia del Capitán Juan de Villegas, en la necesidad de repoblar el asiento de Coro lo comisionó oficial y suficientemente con el cargo de Justicia Mayor y Capitán General, para que emprendiera viaje hacia la Macaracapana y Costa de Cubagua en busca de gente y con el encargo de resolver el problema de límites entre las dos Provincias o Gobernaciones de Venezuela y Cubagua. Un diez de marzo de 1543, inicia viaje por tierra el Capitán Juan de Villegas en cumplimiento de la misión encomendada “dejando su casa mujer e hijos”, acompañado de los Capitanes Diego de Lozada y Ruiz de Vallejo, su amigo éste último desde que vinieron de la península y coterráneo a su vez, así como de algunos soldados, vía al oriente, donde dice que.... “capituló con la justicia de Cubagua, haciendo uso de sus facultades, que con fecha e ynformación de adonde llevavan los lymites de dicha gobernación, tomáse la posesión de la tierra, la cual dicho información dixo que avia echo justamente con la justicia de Cubagua, ante Andrés de Andino, escribano de sus Majestades y que por ella constava y parecía que los límites de la Gobernación de Venezuela llegavan hasta Maracapana, donde el dixo que en nombre de Su Majestad y los Gobernadores de dicha provincia, en su real nombre avia


tomado la posesión en el año 1543 y avia usado de la jurisdicción civil y criminal de dicha tierra libre y desembargadamente syn contradicción nynguna”. ( Según carta de Juan Pérez de Tolosa. En el Tocuyo, del 8 de julio de 1548). “El de Villegas” redacta el mismo, directamente: “…Yo fui por Capitán General e Justicia Mayor a la costa de Maracapana y truxe cien Españoles e ciento e treynta cavallos, toda gente de guerra, en el qual dicho viaje yo paseé muy grandes trabajos y peligro de mi persona, asi de yndios herbolarios como de tigres, y tardé en el dicho viaje año y medio poco más o menos; y con la dicha gente se reformó la dicha Ciudad de Coro que a la sazón estaba en términos de se despoblar, viéndose pocos españoles y que los yndios de la Comarca se les alcaban y con la llegada de dicha gente se castigaron algunos yndios alcados y se reformó la dicha cibdad…”. En septiembre de 1544 regresó a Coro, con noventa y seis hombres, entre ellos los capitanes Hernando Madrid y Francisco Sánchez, natural de Santa Olalla en Toledo, y ciento diecisiete caballos, en un viaje de retorno muy trastornado donde fueron acosados terriblemente por los indios, perdiendo a cuatro de sus hombres por herida mortal de flechas, varios caballos perecieron, por lo que obligado fue en su defensa y del resto de la expedición a castigar con la muerte de algunos naborías y principales, era que había “ejercido la jurisdicción civil y criminal en las poblaciones de Maracapana hacia el oeste, ” con firmeza y decisión. Siete años después, en carta al rey fechada en Coro el 20 de octubre de 1550, el Obispo Fray Gerónimo de Ballesteros, acusa a Don Juan de


Villegas en los términos siguientes… “Siendo Villegas autoridad, fue a la provincia de Maracapana con ciertos soldados y llamó de paz, a ciertos principales, hasta nuecero de seis, los cuales vinieron con muy gran cantidad de naborías, y a dos principales hizo asar en barbacoa y a todos sus naborías herró y vendió a trueque de vino, puercos y ropas a vecinos de la Margarita” * (Inmael Silva Montañes, op. Ct.T.IV, Pag 403) En la misma carta, el Obispo agrega: “escribí a Juan de Villegas, que no era servicio de Dios ni de vuestra magestad, haber sacado esas doscientas diez almas encadenadas, y que era una cosa muy mal hecha. Respondiéndome que el no lo supo, que algo hubiese hecho, que con su persona pagará a vuestra Magestad” * (Guillermo Morón Op.T.III,p 277)


EL DE VILLEGAS “Un Gran Poblador”

CAPITULO IV EL TOCUYO, CARVAJAL Y VILLEGAS

“Algunos paranoicos sociópatas se gratifican sexualmente por medio de la extorsión y el miedo, obteniendo a la postre resultados paradojales, pues al final queda clara la diferencia entre desear y el amar, entre vivir y el matar.”

Francisco Betancourt M. “Sotavento” “De vez en cuando para este hombre, el cielo no tocaba horizontes, y entonces podría ver, más allá de ese horizonte, formas de movimiento”

Brice Catton. Escritor Norteamericano

Por los caminos de la mar o por los de tierra adentro, Gobernadores y Capitanes pobladores saldrían a disputarles sus tierras a los naturales, sus llanuras, selvas y ríos, en privilegio y ventajismo buscando oro, el espejismo de el dorado y que al no encontrar la fabulosa riqueza fácil, se posesionaron en nombre de Rey de las tierras conquistadas y sometidas, levantando Reales o Rancherías, Vìllas y Poblamientos, algunas con rango de ciudades, imponiéndose por la fuerza, a sangre y fuego, con la espada y el arcabuz, a las comunidades nativas ante cruel despojo


obligándolos al régimen de repartimientos y encomiendas para el trabajo de la agricultura y la cría.

Con la muerte del último factor Alemán Enrique Rembolt, la Real Audiencia de Sto. Domingo, envía a Coro interinamente a Juan de Carvajal como Gobernador. Este era natural de Villa Franca del Reino de León y gozaba ya de mucha experiencia en esta región occidental de la tierra firme en la Provincia de Venezuela por haber sido escribano de Ambrosio Alfinger y mas exactamente en la ranchería de Maracaibo en el Lago de San Bartolomé o de Coquivacoa por el año 1530 y luego también fue escribano público en Coro entre 1534 y 1538. A fines de 1544 embarca Carvajal en Santo Domingo con provisiones, caballos, armas, soldados y una hermosa dama de nombre Catalina de Miranda, su concubina e indispensable compañera; pero un furioso vendaval arroja la embarcación a las costas de la Paraguaná con destino a Santa Ana de Coro. A su mensaje de avería, dice “El de Villegas”… “hasta allá me trasladé y fui a recibirlo antes que se adelantara Diego de Lozada y al encontrarme con él intenté darle la mano.... Y él me respondió.... ¡La mano no!.... ¡un abrazo como lo hacen dos que de nuevo se encuentran, porque usted y yo nos conocemos desde hace tiempo!, en demostración de portentoso carácter Carvajal asentaba su temperamento rebelde e impetuoso para impresionarme. Juntos continuamos el viaje, por terrenos áridos y yermos, de árboles propios de la sabanas como cujíes y dividives que nos salían al paso, fuertes como la tierra en que habían


nacido, que no le temen ni al sol ni a la sequía, después de atravesar el arenoso istmo y el medanal, arribamos a Coro el 1ero de Enero de 1545”.

Carvajal, presentó documentos emanados de la Real Audiencia de Santo Domingo, que lo legitimaban como Gobernador de la Provincia de Venezuela. Juan de Villegas llegó a afirmar que “…vino a la dicha cibdad por Gobernador Juan de Carvajal, probeydo por el Audiencia Real de Santo Domingo, el qual en nombre de su Magestad me nonbró por su teniente y Alcalde Mayor…” Sin pérdida de tiempo, Carvajal después de dar nombramiento a “El de Villegas”, toma las providencias que cree necesarias con miras a la extraordinaria empresa proyectada, para lo cual se incauta de las armas y obliga a todos los habitantes, un poco más de ciento ochenta personas a abandonar el asiento de la Capitanía General, por primera vez con sus esposas, hijos y bienes, incluía además indios de servicios, algunos negros esclavos, ganado vacuno, porcino, afémilas, asnos y aves de corral. Villegas salió de Coro con la expedición al mando del Gobernador Carvajal, aproximadamente para los primeros días de abril de 1545 con rumbo hacia la comarca llamada de Bariquesemeto, pero hubo de detenerse por el mes de mayo en un valle de la sierra habitada por los jirajaras llamado Cuquidi. Era tan recio y devastador el invierno que las bestias y el ganado por sus flaquezas y falta de alimento sufrían y llegaban a morir. Desde aquí Carvajal impone a Villegas regresar a Coro para arreglar irregularidades y desavenencias ante el Cabildo, por el mes


de Agosto de ese año así lo mandó, con un poder, para “que quitase la vara a Bartolomé García y Hernán Darias de la Becerra, Alcaldes Ordinarios de Coro”, y para que los sustituyera por Antonio de Valenzuela.

Al decir de “El de Villegas”, “No hubo lágrimas, si sospechas, mas a diario mi mujer, mis hijos y yo, ante la conducta violenta y las hechuras de maldad que fraguaba aquel hombre recio en el mando, invadido por la codicia y la lujuria comenzábamos a llamarle entre la gente Juan el malo”.... Este con su pequeña corte de adláteres y de su amada amante Catalina de Miranda, había provocado el repudio ostensible de los vecinos de Coro y en Amador Montero su protesta y tenaz oposición a formar parte de la expedición, a la vez que otros, por aquella unión irregular, que causaba indignación en las otras mujeres, fue serio motivo de enojo para el nuevo Capitán General. En el mes de Septiembre, mejor dicho entrado el verano partió desde Cuquidi a las sabanas de la Carohana (Carora) y luego hacia los llanos de Quibure (Quibor) hacia las serranías de Dinira al poniente y de Dintas al naciente. “El de Villegas” se había adelantado a este valle del Tocuyo bañado por su hermoso río del mismo nombre para organizar el sitio donde días mas tarde procederían a la fundación del poblamiento, no habían encontrado resistencia de sus moradores que recibieron a los extraños visitantes con demostraciones de amistad, sorprendiéndose sí, al ver los caballos y las demostraciones de los arcabuces.


El río atravesaba el valle de sur a norte, proporcionaba peces en abundancia a los nativos y unas fértiles vegas donde éstos cultivaban maíz, yuca, caraotas, plátanos, auyamas, apio, ñame, ocumo y tabaco, además había gran variedad de frutas silvestres y abundantes animales de caza, entre ellos, zorros, tigres, monos, abundaban lapas, venados y váquiros, también cachicamos, iguanas, guacharacas y palomas, que servían para el comercio y sustento. Por cierto que utilizaban como medio de trueque y que llamó poderosamente la atención una unidad de cambio en el comercio que llamaban quiteroque, representada por piedritas de poco valor. El Gobernador Carvajal encantado y satisfecho por la región escogida tomó posesión de inmediato de aquel valle que los indios Tocuyos llamaban Guay, en las riberas Este de su caudaloso río, entre las torrentosas quebradas, la de Sanare al Sur y la de Barrera al Norte, y levantose por el escribano Juan Quincoces de Llana, el solemne auto de fundación de la ciudad, que por nombre pusieron “Nuestra Señora de la Pura y Limpia Concepción del Tocuyo”, según, el 7 de diciembre de 1545, cuyas calles a cordel trazaron con la colaboración y mano de obra de los nativos. De inmediato el gobernador Carvajal con su Teniente de Gobernador Juan de Villegas, con la formalidad de rigor procedieron a organizar el gobierno municipal, instalando su primer cabildo. Le fueron nombrados como primeros Alcaldes: Esteban Matheos y Hernando de Madrid; por Regidores: a Damián del Barrio, Juan de Guevara, Alonso de Campos y Bartolomé de García, mientras a Luis de Narváez lo designaron Alguacil Mayor.


Fueron pocos días, los que pasados entre trabajos y alegrías, para que llegaran noticias de la llegada de Felipe de Hutten y Bartolomé Welser, quienes se presentaron ofendidos a reclamar sus derechos, aquellos viajeros alemanes que tenían a su cargo la Provincia, con parte de su gente regresaban de la expedición quimérica de el Dorado. “El de Villegas” fue enfático al relatar, que entre Carvajal y los alemanes.... “hubo ciertas rrebueltas y alboroto, en tal manera que cada uno tenía la gente puesta en armas, en término de romper los unos con los otros, e yo el dicho Juan de Villegas, como servidor de su Majestad, amador de toda paz y sosiego, metí pazes entre los dichos dos campos y se otorgaron ciertas treguas en el quebrantamiento de las cuales yo no fui consentidor, antes por contradezir, el dicho Carvajal me quiso cortar la cabeza....”. Cuando estos acontecimientos domésticos ocurren en el Tocuyo, Carvajal recela de éste peligroso rival alemán y decide en su acción colérica de aventurero descerebrado, darle muerte. Aquel violento gobernador los persigue y embosca con éxito, apresando a Felipe de Hutten, Diego de Romero, Gregorio de Palencia y Bartolomé Welser. Al unísono e impaciente les gritaba ¡Ya se confesarán en el cielo...!, mientras de rodillas el colorado y buen mozo joven Capitán alemán pedía la confesión al Fraile Rudela que les acompañaba, elevando sus manos al cielo dijo: “en tus manos encomiendo mis espíritu”, y allí acabó la vida del Gobernador Welser y de sus capitanes acompañantes, quienes bárbaramente morían con sus cabezas cercenadas con un machete


mellado en manos de un negro ladino, después de haberlos atado como malhechores, rodaron sus cabezas y pedazos de pescuezos. ¡Carvajal se había manchado sus manos por su misión impostora!.. ¡en verdad que no podíamos evitarlo!, dice “El de Villegas”, y “por temor a sus amenazas, a conciencia no llegamos al extremo de desobedecerle en su maldicientes y locuaces acciones criminales, pero menos en acompañarle por traidor en la tregua ya nos había amenazado con darnos muerte, decidimos abandonarle”. De la horrenda carnicería solo escapa un soldado de Hutten que, aunque gravemente herido, lleva la novedad a las autoridades de Coro y éstas la hacen del conocimiento de la Real Audiencia. La Corona, enterada del incalificable hecho, destaca y dá nombramiento el 12 de septiembre de 1545 al Licenciado Juan Pérez de Tolosa, como nuevo Gobernador, Capitán General y Juez de Residencia de la Provincia de Venezuela

para

juzgar

y

castigar

ejemplarmente

a

Carvajal,

probablemente a instancia de los alemanes. Más bien en la realidad, para poner orden en unos territorios azotados por conquistadores bárbaros, depredadores violentos, que casi acaban con la población natural de la provincia. Con tal alta investidura en el bolsillo, el 11 de Junio de 1546, ya en Coro, el nuevo funcionario, enérgico y hábil letrado se impone de la situación y sale al frente de su escolta y se dirige a El Tocuyo; y un mes mas tarde después de múltiples incidentes y de tener que mitigar el hambre y la sed con solo frutas y miel por muchos días, llega a los aledaños de la ciudad recién fundada en donde aprehenden un piquete


del gobernador Carvajal que conducía “el de Villegas”, que más luego por ser intimidados, les conducen hasta la madriguera de aquel perverso hombre. El campamento de quebure (Quibor) reposaba sereno y silencioso. Nada haría suponer que en su seno se estaría encubando el epílogo de un drama de ambición y de muerte. El Capitán Carvajal asoma en la entrada, congestionado su ceñudo, barbado y bronco rostro, revuelta su castaña y ensortijada barba, en magas de camisola, ajustándose el cinto en su obesa figura, en horrible significación de sonrisa tuerce sus labios al lado de Catalina de Miranda. Entonces sorpresivamente, rompiendo en mil pedazos la quietud reinante, se oyó una voz imperiosa que impartía una orden en tono firme y con acento metálico: ¡Carvajal.... deténgase!. Y Carvajal sin hacer oposición es apresado por orden del Gobernador Pérez de Tolosa, hombre ilustre en ejercicio del mandato de su Majestad, igual apresamiento ocurre para con “El de Villegas” y otros soldados acólitos, evidentemente sospechosos de aquellos males. Se hizo juicio y producida la sentencia por la residencia, que se cumpla la voluntad de Dios y hágase la justicia terrenal. El contenido del párrafo de la dispositiva producida por el Gobernador Juez de Residencia el Licenciado Juan Pérez de Tolosa fue el siguiente: “Debemos condenar y condenamos a dicho Juan de Carvajal a que sea sacado de la cárcel pública, donde está, atado a la cola de un caballo y por la plaza de este asiento sea llevado arrastrado hasta la picota e horca e allí sea colgado del


pescuezo con soga de esparto o de cáñamo de manera que muera como de muerte natural....”. Habiendo dictado sentencia, el magistrado se puso de pie y entre un aplauso tumultuoso, que no pudo ser callado, la audiencia se dió por levantada. Seguidamente aquél escribano oficial Juan Quincoces de Llana, dejaba constancia al pie de la sentencia, que su ejecución era de acuerdo a sus disposiciones. ¡Hijo mío!, ¡era tanta la preocupación que desesperaba!. ¡…Ruégole a su Señoría!.... ¡Con una orden y una palabra vuestra ya estaría en libertad....! en las afueras gritaba enardecida una parvada de amigos y admiradores.... ¡Libertad para Don Juan!, “El de Villegas”. Ahora el poderoso es el señor de Tolosa, quien los salva de la tenebrosa mano del reo, un día antes de su captura. Carvajal yergue, pálido, pero sereno, ante el verdugo al colocar la soga de esparto o cáñamo en su cuello. Es que ningún español se acobardaba ni pedía clemencia, sin espantarse ante la muerte, pues así era el antiguo espíritu de los hombres nacidos en Castilla y León. En verdad, dice “el de Villegas” en su relato… ¿Es que acaso no hemos corrido juntos la aventura de Coquivacoa y del poblamiento del Tocuyo, a lo largo de su río?....¡Creedme Carvajal, me dije a fuero interno!.... ¡me duele la impotencia y postración en que me encuentro pero nada puedo hacer para mitigarla!...... ¡Nada!. Era que él déspota había caído y sucumbido ante el poder y arbitrio del nuevo Magistrado.....”. Sin duda alguna ¡Mi señor! las pasiones humanas y mas aún si son de naturaleza violenta, se reflejan en los semblantes, en la culminación


de las crisis que las generan. Claro “El de Villegas” se encontraba en aquel ingrato momento, frente a un hombre que había enloquecido por la ambición, frente a un hombre siempre dispuesto a matar o morir en la persecución de su propósito. Don Juan de Carvajal había sido ejecutado un 16 de septiembre de 1546 en la misma ceiba que en sus diabólicas acciones eligiera para ahorcar a sus víctimas, mientras aquél pasado borrascoso y bárbaro llegaba a su fin. ¡Adiós hombre valeroso, colérico pero visionario en su acción de colonizar, extraño y pérfido, osado aventurero!.... murmuraba el Capitán Juan de Villegas, su Teniente de Gobernador. A los pocos días, ya muerto Carvajal, “mi libertad fue ordenada por el Licenciado Pérez de Tolosa. Probada mi inocencia por no haber ni agravios ni delitos por mi cometidos, fui absuelto ese día, un 25 de septiembre de aquel año de 1546”. Mientras una doble fila de soldados dejaron el centro de la Plaza, alejándose de la Ceiba maldita que con el tiempo sus hojosas ramas amarillas se tornaron. ¡En nombre de Dios Todopoderoso recojan mis gracias…! ¡ Me han salvado de pena! … ¡Que mi Dios Vuestro Señor se los pague y les dé merito!. Ahora, hecha la paz en El Tocuyo, “El de Villegas”, como el ave mitológica, renacía de sus cenizas. Reflejaba “El de Villegas” su fecundo ingenio y demostraba su robusta y acelerada fortaleza espiritual, a diferencia de los demás, sus seguidores o séquito de adulantes de oficio, quienes le profesaban respeto y hasta un franco y leal afecto a él y a su familia, en la que destacaba Doña Ana Pacheco su abnegada esposa, mujer ésta alta y


vigorosa, con su airoso porte castellano, de encantador y apacible carácter, era de negro pelo ondulado, tenía la voz suave siempre presta a las atenciones y al extremo, cristiana, al cuidado cotidiano de sus pequeñuelos hijos. El 26 de septiembre de 1546, en recompensa, su excelencia, “El Gobernador”, lo designó Regidor y luego el 19 de octubre de ese mismo año, lo hizo Tesorero, por ser “persona hábil y suficiente”. Declarado “Leal Servidor de su Majestad” por el Gobernador y Juez de Residencia Licenciado Juan Pérez de Tolosa, posteriormente éste le nombró de nuevo, habida cuenta de su vasta experiencia y acreditada conducta como su Teniente de Gobernador y Capitán General. A todas estas, los osados aventureros alemanes, veían declinar su poder, acercándose éste a su fin, era que habían fracasado rotundamente en la colonización estos bárbaros en el cumplimiento de las capitulaciones, era que habían abusado de sus poderes y prerrogativas en beneficio de su propio peculio. Realmente, fue un período nefasto y de estancamiento mientras el caos y a su vez la violencia se habían enseñoreado en el territorio de la Provincia de Venezuela. Así lo comunica el Gobernador Juan Pérez de Tolosa a su Majestad, en carta que le dirige, manifestándole la grave crisis por la cual atraviesa la recién fundada ciudad: dice que la pobreza de los vecinos los hace clamar por irse al Nuevo Reino de Granada; los dueños de ganado deseaban un mejor mercado para su producción y el resto de los habitantes temía que, al llevarse el ganado, su situación se tornará más caótica, por lo cual también deseaban emigrar en busca de nuevos horizontes. Además, el primer censo pecuario levantado y que


arrojaba los siguientes datos:… “cien caballos, doscientas yeguas, trescientas vacas de vientre, quinientos ovejos, algunos cerdos y bestias de cargas y…. dieciocho mujeres cargadas de hijos”.

El balance era lo suficientemente negativo y para colmo denunciaba que muchos de los conquistadores y primeros ocupantes de estos territorios se dieron al vandalismo sexual también con las mujeres de color, iniciándose

sobre las indias y con estas irregulares

uniones o mezcla étnica entre españoles, indios y negros, numerosos nacimientos

de mestizos, al extremo de que era corriente escuchar

afirmaciones como estas: ¡no hay peninsular que no tenga su querida india y no hay india que no haya sido atropellada de buen o mal grado por el señor conquistador!... Lo cierto es que, estos audaces, prepotentes y crueles, veían en cada hombre o mujer indios, solamente un objeto de servidumbre, con los hombres de esclavos en el trabajo ante sus nuevos amos y las mujeres para el placer y la lujuria. Situación más grave confrontaban los esclavos negros de ambos sexos explotados en el trabajo fuerte de la tierra y la mina. Solo le habría parecido interesante y más que necesario, la introducción, aún cuando tardía, de las primeras encomiendas, siempre para el servicio personal, distribución que inició el Gobernador impostor que había sido ejecutado por su insidiosa

y criminal conducta.

Correspondióle al licenciado Pérez de Tolosa, continuar con el apoyo y desarrollo de esta institución de trabajo, mediante la cual el Señor Adelantado o Conquistador – gobernante, entregaba los indios


sometidos---por vía armada o pacifica a los colonizadores, para que estos pudieran utilizarlos como trabajadores gratuitos, cumpliendo con una normativa que había sido impartida por la Corona a partir del año 1512 – 1513 y posteriormente, sólo a partir de 1542, cuando se dictan las llamadas Leyes Nuevas, las encomiendas encuentran un verdadero camino, con el que se les quiso caracterizar, con la innovación de las llamadas encomiendas de tributos. Iniciándose así,

las primeras

encomiendas, que resultaron alrededor de cincuenta, número éste que fue disminuyendo a la vez que, muchos vecinos salieron a fundar y poblar otras ciudades de la Provincia.

El año de 1546 es el fin y es el principio para Don Juan de Villegas, un año de conclusión y de reconstrucción; determinación de una terrible contienda e iniciación de un nuevo período, tan ansiado y de mejor vivir, constructivo con miras a una utópica paz permanente, necesaria hacia el verdadero fin de colonizar y poblar el territorio comarcano de la Provincia de Venezuela. Su nombre, estaba ligado a una increíble y fantástica historia de ambición y de violencia. Era como una plataforma del pasado, uno de esos seres salvado por el milagro de sus heridas, aunque no de su desesperación, al lado de su familia emprende un nuevo rumbo, vuelto a la vida con sospechosa humildad, pero con el deseo vehemente de vencer y de crecer a pesar del estoicismo frente a las circunstancias mas difíciles, experimentaba un brusco salto para sembrar el porvenir. “El de Villegas” ¡Era el hombre del futuro!


Pero no en vano, había pasado los mejores años de su vida luchando contra factores adversos y contrarios a su venerable modo de pensar o de actuar. Con frecuencia se había montado en trances difíciles de violencia o de peligro que había sabido mitigar y sortear como si fueran los últimos, cuantas no habían sido las heridas por mandobles y hasta flechazos cruzaban su cuerpo en el fragor de la conquista.



EL DE VILLEGAS “Un Gran poblador”

CAPITULO V

¡A LA CULATA DE TACARIGUA.... Y A LA BORBURATA!

“Así como la tradición es la sustancia de la historia, la eternidad lo es del tiempo; la historia es la forma de la tradición, como el tiempo lo es de la eternidad”.

D. Miguel de Unamuno. “En torno al Casticismo”.

El 11 de Abril de 1547 sale “el de Villegas”, en expedición hacia la laguna de Tacarigua, para aquel entonces decíase era una Comarca fabulosa donde abundaban ricos metales preciosos entre ellos el preciado y brillante oro, cuyo territorio había que explorar para descubrir minas y conocer sobre su inmenso lago. Acompañado en un número aproximado de fuerzas de cien hombres de infantería, más setenta y siete jinetes con sus caballos, más de ciento cincuenta indios de servicio, aproximadamente unos sesenta negros esclavos, bien armados los tercios, con arcabuces, ballestas, largas jabalinas, espadas y puñales, además instrumentos de minería y labranzas como


picas, almocafres, chécuras, hasta pólvora embotada y unas cuantas acémilas con los bastimentos, inicia la jornada desde el Tocuyo, “El de Villegas” tomando el camino trajinado del ancho valle de vararida, mejor conocido como el “El Valle de las Damas”, y atraviesa su río Yaracuy por los territorios comarcanos aledaños a las montañas de Nirva o Nirúa. El sendero siempre en ascenso caracoleaba la serranía y en descenso repiqueteaban los pasos de los caballos y trasteos de las bestias por alcanzar los arroyos y quebradas que aliviaban su sed. Después de cruzar aguas mansas y de marchar por las sabanas cortadas por las orillas de los cerros, alcanzaron uno con parecidas escaladas, como calcetas color ocre, al vencer la cumbre se divisó entre riscos, hacia abajo, un pequeño valle con forma de cántaro o vasija de barro, hermoso más que bello por su magnífico follaje, cruzado por un río. ¡Hijo Mío!...el encuentro no se hizo esperar, muchos fueron los indios que nos atacaron, muriendo muchos de ellos y algunos nuestros, mientras los disparos certeros de las ballestas y los ruidosos de los arcabuces hacia las montañas del Norte

los hacían huir.

Llegados al plan, al otro lado del río, después de hacer una pequeña ranchería, acercáronse a nosotros, dice “El de Villegas”, otro grupo de nativos con sus jefes al frente, en mejor tónica de conversación que pronto llevamos con interprete. Eran Inagoanagoa y Patanemo y un indio Guiatiao, llamado Don Diego, principales de sus tribus al otro lado de la montaña grande que habitaban los chirúas, allende al lago de tacarigua, y cerca del mar, prometieron hacer entrega de del cacique rebelde de estirpe jirahara que por algún tiempo se había


enseñoreado en aquél valle prodigio, prohibiendo allí su entrada, por ser suyo, a mano derecha del río que luego llamásemos por su mismo nombre. Poco después, el hombre de terno férreo, quien había levantado un rancho en aquel lugar al pie del cerro que llamaban de la Cariaprima, le es comunicada la noticia del fusilamiento del irancundo y violento cacique chirgua o chirua, por unos arcabuceros que le persiguieron y ejecutáronle en la fila de la rueda inmortal, mientras el valle prodigio y sus guerreros indómitos, cual simiente jiraharas, vencidos en su suerte lloraban la muerte de su jefe. La aldea se entregaba pacífica ante su río testigo, mientras “el de Villegas” despídese de los Caciques Inagoanagoa, Patanemo y Don Diego. ¡Mal…Bellacos…Malvados…! Repicaba mi conciencia en las calzadas de las montañas camino de la Laguna de Tacarigua, camino a la Borburata. Todavía, se escuchaba el ruido de los cascos, el piafiar de los caballos en las cerriles piedras. La luna era apenas una delgada hoz y alumbraba escasamente la travesía al dormirse la tarde entre la penumbra, mediando la lluvia, ya sin el menor peligro de indios al asecho. Muchos Chirúas (Chiricoas) se agregaron a la expedición, mientras que en la nueva ranchería quedaban seis arcabuceros con indios de ambos sexos y un Fraile doctrinero al pie del pétreo monumento, que en forma de doble rueda con antenas y patas cortas, otea a su ancho el valle extendido hacia el horizonte. Continuando la travesía en la noche ciega, el viento aullaba como si todas las almas atormentadas del infierno estuvieran dando voz a una infinita desesperación… ¡Parad la marcha!... ¡La


tempestad nos acosa!… ¡es imposible la avanzada en esta noche tormentosa!....¡vaya, maldito invierno! ¡Mañana retornaremos hacia el Tocuyo!, escuchose en la atiplada voz de Don Juan de Villegas, mientras el retumbar de los truenos parecía el sonar de un millar de tambores, como

aquel, “cuyas sombrías notas nos habían

atormentado todos aquellos años y que parecían como amenazas fantasmales, recordar aquellos indios que salvajemente habíamos muerto por nuestras fanáticas religiosas manos, en las andanzas con Alfinger, por las costas del Coquivacoa y en las incursiones por el nuevo reino, en el ardor de la conquista lo fue en justificado resguardo y subsistencia de nuestras vidas, pero reconocer debo, fueron en extremo crueles y sanguinarias”. El pequeño ejército marcha de regreso, debilitado por el fuerte invierno de trecho en trecho hasta por crecidos arroyos que bajan de la serranía, atraviesan pequeñas colinas y luego avanzan por un árido terraplén, orillando un alto y montañoso cerro llamado de los Pericocos, se dirigen a la quebrada de la Abanata. Aquí “El de Villegas” decide acampar por unos días, mientras nativos moradores, muy poco salen al encuentro y otros huyen a la región boscosa ante la extraña presencia de aquellos hombres de barba, con puntiagudas cabezas en confusión con el yelmo. Y continúa “El de Villegas” en su relato… ¡Hijo mío!…Ya por la noche, mientras dormía acercose a mí una india chiricoa o Chirúa que me había estado rondado, y cortésmente siempre me coqueteaba en el viaje, mas no pude evitarlo, pues había sido siempre mi norte y por costumbre ya tenía, no caer en la tentación de la carne, cuando había


sido un cuestionador a extremo de la conducta deliberadamente lujuriosa de los compinches capitanes y de la soldadesca común. Era la primera vez en muchos y tantos años en la provincia que por inmoral atrevimiento le faltase a mi abnegada Ana, la madre de mis hijos. No pude resistir aquella tentación, que contagiara con su amoroso ardor la bella y hermosa Guaytari, este su nombre. Mujer alta, delgada y servicial, de unos escasos veinte años y de suave tez marrón aceitunado, por su enraizado valor y rechazo en protección a su honor, ante las acechanzas de la tropa y otros capitanes, estos le apodaron “María Cuchillo”.

Pasados dos días, emprendimos de nuevo el retorno hacia el Tocuyo con renovados bríos y avergonzado conmigo mismo, por aquella debilidad y con la guaricha en su sana intención pero que no podía complacer dejarla conmigo, a mi lado, quedose a vivir con parte de su gente en aquella ranchería de la quebrada de la “Abanata”, donde había componentes de su tribu, gandules y otras mujeres de la estirpe

jirahara. Al año siguiente, se escuchaba el

intrigante rumor entre mi propia gente, que la india María Cuchillo me había parido a una hija, a quién llamaron Yayrida y al sitio donde acampaban, cerca de una pantanosa laguneta llamada de las “Parchas”, mentaron como “La Villeguera”, en lo adelante. Al pasar por el territorio de Nirva o Nirgua, atacados fuimos de nuevo por los aguerridos jiraharas que en Guazábara bajaron por las faldas de un picacho grande, aquél cuyas colinas altas píntanse de azul, verde oscuro, de ocre o amarillo según la gradación del sol. Venciendo el temporal atravesamos valles y hondonadas de


vegetación exótica, a veces selváticas que ya conocíamos, estábamos penetrando al extenso, plano y grande valle de Adabacoa, bañado por su río Yaracuy y muchos riachuelos cargados de piedras. Seguidamente abordamos los terrenos áridos y yermos, con tunas y cardonales, los parajes de Baraquisemeto para tomar la vía hacia el Tocuyo, venciendo el mal tiempo y con la tropa enferma por las calenturas y las tocederas al fin llegamos a casa. En estas funciones de Teniente de Gobernador y satisfecho mis deseos por poblar y colonizar, por instrucciones del gobernador Pérez de Tolosa y ante mi insistencia, fui enviado de nuevo “con gente de a pié y a caballo a explorar la región de la Borburata y la laguna de Tacarigua, por tener noticias de minas de oro”, cuya exploración anterior había fracasado. Don Juan, como le llamaban amigos y acólitos, mientras que el pueblo llano, y hasta los indios y negros esclavos le mentaban por costumbre, como “El de Villegas”, tenía un don especial para obtener y conservar la lealtad de sus subordinados. Cuando preparaba las órdenes para expedicionar hacia la Laguna de Tacarigua y la Boburata, su mujer Ana Pacheco le comentaba: ¡Si tu padre pudiera verte!... ¡Juan eres todo lo que tu padre quiso que fueres! Y sobrevino la contesta... ¡Has dicho verdad mujer, yo tengo el ejemplo de mi padre, el también fue un soldado bien mandado y emprendedor!. Al momento sus ojos irradiaban una gran confianza en sí mismo y una tenacidad indudable, aquellos ojos negros que a veces lanzaban destellos luminosos, siempre buscando el horizonte, abonando el progreso, no desmayaba en el esfuerzo colonizador.


A finales del mes de Noviembre de 1547, me puse de nuevo a la cabeza de mis jinetes, entre quienes me acompañaban, tres personajes de rango, como el capitán Luis de Narváez, Pedro Álvarez, teniente de veedor, Pablo Suárez, alguacil mayor, entre otros, Sancho Briceño, Juan Domínguez Antillano y Gonzalo de los Ríos, y, como escribano de la expedición. ..Francisco de San Juan. Además, cien infantes, y trescientos indios, entre Caquetíos, Goyones, Chirúas y Quiriquires, algunos negros de fuerza. Dominando el Valle, montado en mi caballo rucio, al amanecer y sin el menor acecho de indios violentos, tomé la vía del llano, para conducir la expedición a incursionar hacia la Laguna de Tacarigua, tramontando por tierras que ya había explorado antes el alemán Federman, después de atravesar el río Coaherí, algunos soldados se quedaron rezagados, muchos de ellos en extraña actitud maldecían del jefe y su séquito, pues ya estaban cansados y al no conseguir el oro prometido no ansiaban otra cosa que retornar presurosos al Tocuyo, desobedeciendo sin razón, llegaron al extremos de amotinarse rompiendo filas iniciaron la huida acompañado del intrépido viejo compañero de andanzas, Luis de Narváez

y de un piquete de

soldados, los perseguimos logrando al fin su apaciguamiento y captura. En ese interín, “el de Villegas les gritaba”… ¡oh hi de putas, putos, mal cristianos… arderán en el averno follones del carajo!...!regresad traidores y no huyan víboras insensatas! Les gritaba “el de Villegas” enardecido, al parecer, se había descompuesto aquel hombre siempre de conducta serena y ejemplar en su estoica figura.


El gesto adusto del Capitán basta para aplacar a los mas recalcitrantes y todos se llaman a sosiego.... ¡habéis perdido el juicio insensatos! gritaba “El de Villegas” acallando los rezongos y la insulsa protesta de sus subordinados. El Capitán General interino de la provincia de Venezuela, con miradas que despedían centellas, con aquellas resonantes frases imposibles de resistir, se dirigió a todos para imponerles respeto a su propio espíritu. Una vez que fueron retornados al ejército, los veteranos aprendieron la lección y los presuntos rebeldes, anunciado el perdón de su jefe quedaron reducidos al silencio. ¡Sosegaos y tened calma! Era que Don Juan, sabía ser amable, bondadoso y comprensivo con sus hombres, pero en lo tocante a severidad no había ninguno como él. ¡Rezad y clamad por vuestras vidas al amparo de Dios!... ¡recuerden que la fe salva y cristo no os abandonara!... ¡debéis comprender que la gloria y la fortuna no son bienes que se recogen a la vera del camino!... les encrespaba en tono de mejor conseja... ¡todavía hay seres, que en medio de la porfía, alzan sus ojos y los clavan en el lejano horizonte, bien por pereza o por desconfianza en incursionar y seguir en el camino!.... ¡alertaos!... ¡debéis vencer los obstáculos y almacenemos triunfos y riquezas!. Luego advierte “El de Villegas”: ¡No debéis olvidar que van hacia la Laguna de Tacarigua, a una comarca fabulosa, donde de seguro hay minas y abundante oro! ¡Las riquezas tienen referencias válidas aunque no correctas!... ¡Debo recordarles que El Dorado fue una aventura quimérica de los alemanes, en hacerlo bien, es poblando y


trabajando las minas y es en la tierra donde estriba la grandeza de la hazaña a cumplir!

Al continuar el viaje pasamos por las faldas de un gran cerro llamado Tiramuto, subieron a sus cima unos bellacos, que llevaban consigo mi catalejo que había mandado con algunos naborías de servicio hasta aquella elevada cumbre, en sus partes bajas de colinas, entrecruzadas con bajos bosques donde matamos venados y gran parte de una manada de cerdos salvajes, llamados por los nativos váquiros, especie de pequeños jabalíes marrones con pinchos, que nos sirvieron de alimento asado para la tropa. Desde aquel alto, pudieron divisar entonces, hacia el norte, a lo lejos, más allá de las serranías la inmensa laguna, era que estábamos acercándonos a la comarca de Tacarigua. Pasamos por esos valles, después de dejar el llano, corren rumorosos, apacibles y encantadores riachuelos y quebradas, hasta por un salto de un río con rápidas, espumosas aguas y otras cascadas, se reflejan en aquella geografía, confundido con el ruidoso trinar de los pájaros en la policromía circundante, el zumbido de los insectos, entre millares de mariposas multicolores y libélulas de elegante corte. Bajando, de aquellas hermosas serranías, hacia la sabana, alegraban el camino del Sur hacia el Norte, guacamayos, los bulliciosos pericos, alcaravanes y una especie de gallinas finas de monte llamadas guacharacas salían a nuestro encuentro, también hasta el canto triste de la guaca y el silbido del perdigón escuchamos: en verdad creímos que estábamos en el paraíso terrenal, así era el embrujo que nos transmitía aquel ámbito de incomparable belleza natural. Empero,


fuimos atacados en violentas emboscadas por tribus hostiles que nos salían al paso, entre ellas, la de los meregotos, guayqueries, quiryquyries y guamos, parecía que estaban unidos estos guerreros del estirpe caribana. Por sus constantes incursiones guerreras en numero y a manera de emboscada, no podría “el de Villegas” y sus capitanes, menos que preguntarse en tanto se acercaban a la Comarca de Tacarigua como los recibirían sus naturales. En su trayectoria, atravesaron por un río y sitio llamados Paya y en lo adelante otro llamado Pira Pira y al pasar por la región llamada de Maruria, cercano al señorío del joven cacique Queipa y del viejo Carabobo, pasó la expedición por un caño llamado “del Charal”. Allí en ese sitio les esperaba los ya concertados principales: Patanemo, Inagoanagoa y Don Diego, quienes le salieron a su encuentro, recibiéndolos con alegría y consuelos, les guiaron hacia un promontorio o isleta que ellos llamaban la Corotopona, como aquel morro a orilla de la laguna, sitio donde tendría lugar la ceremonia. Ahora “el de Villegas” reflejaba su confianza, se hallaban más fuertes y triunfadores que nunca y sus capitanes y soldados celebraban el descubrimiento y la toma de posesión de aquel fantástico lugar lacustre donde se escuchaba el eco musical de las guaruras, al son del canto sonoro de las paraulatas. En aquella mañana de aquel día 24 de diciembre de 1547, arriban los expedicionarios a la señorial Laguna de Tacarigua. Al acercarse el Teniente de Gobernador Don Juan de Villegas y sus hombres, a las aguas verdi-azuladas que dan paso al celeste cielo cruzado por el radiante sol de la mañana, su mirada se pierde en el horizonte hasta luego morir a la orilla de su playa, confundida en sus


tangibles cristalinas aguas con burbujas que saltan coronadas de espumas que irisan el espíritu al descubrir aquel paraje de contagiable hermosura natural. En sus alrededores se divisan arboledas de los llamados tacarigaos o árbol de la lana de tambor, caujaros, jabillos, samanes, cedros, yagrumos y la hermosura de los guayacanes y los bucares con sus flores amarillas y moradas, dando sombras entrelazadas por los cañaverales y los eneas, orillando. Se extienden plantaciones de maíz, patatas, yuca, auyamas y abundan en sus cercanías frutales como chirimoyas, mangos, guayabas, tamarindos, y frutas de pepas con cascarones verdes unas y amarillas otras,

de gustoso

sabor

agridulce, llamados macos o mamones y los cutuprises, todos con sus inigualables aromas característicos. Aquel remedo de suspiros, recalca “El de Villegas”, lo percibimos todos, por la gracias de Dios, como un inigualable edén cuajado por la hermosura de aquella inolvidable mañana, toda quietud, apenas alterada por ruidos leves en la víspera de la natividad, era como el regalo del niño Dios, aquella clara y limpia serenidad, como un renacimiento primaveral a plenitud, que transmutaba mi espíritu y colmaba de emoción a mis gentes, mientras los nativos de tribus aledañas nos prestaban su atención, gracias a las mejores gestiones de paz y afecto que fueron ganadas por los caciques amigos Inagoanagoa , Patanemo, y el ya bautizado como Don Diego, quién servíales

de interprete

a los Maregotos, Uayos,

Mucarias,

Guamos, Araguas, Marurias, y Guacamayos, entre otras aldeas y tribus vecinas ya concertadas que habitaban aquel lugar lacustre,


fueron a recibirnos, más con sus gestos de alegría que con sospechosa iracundia. En sus tobillos muñecas y brazos destacaban los adornos de cuentas de piedras, caracoles, plumas de diversidad de colores, exhibiendo las mujeres adornos en su talle al que enroscaban sartas de perlas, colgabanse en sus cuellos pesadas águilas o chagualas de oro entre sus pechos o en las orejas. Era que la atención nos llamaba, como abundaban brazaletes, collares, conchas marinas, piedras pulidas, colmillos de caimán, uñas de jaguar, algunos cubrían la cara con su cuero o llevaban cuernos de venado y dientes de danta en la cabeza engarzados. También aquellas indias de silueta delgada y piernas torneadas nos entregaron presentes de vasijas de bellas formas, de arcilla gris o rosada mezclada con aquella arena picosa o mica, quizás provenientes de la misma laguna, opacas o

brillantes de

distintos modelos y figurillas de diversa índole. En verdad que no podría olvidar la cortesía de manifiesto, distinta de las guazábaras y ataques violentos que nos habían proferido en otros sitios y lugares, como, cuando exploramos hacia aquel Valle de Upar y hacia la Laguna de Zapatosa, también cuando hicimos viaje hacia la Maracapana a buscar gente para el repoblar de Santa Ana de Coro, en aquel pasado borrascoso de la conquista, cuando llegásemos a todos los extremos, causándole la muerte y exterminando a aquella raza nativa que defendían su lar de nación, ahora me sentía con mejor aliento y más tranquilidad. Todo aquello parecía, como una fantasía pasajera del espíritu, atormentado en mi, antes por tanto recuerdos de violencia y ahora ante la visión del presente, en solemne hora de paz y armonía.


Seguidamente, el hombre de terno férreo con su voz clara y limpia rompe la serenidad de la hora, se levanta y clava la cruz de madera en la arena, con el estandarte de los leones, los castillos y el águila bicéfala, simbología terrible, cruel y heroica de la voluntad imperial de su Majestad Carlos V. Al mismo tiempo que sacaba su espada, cuya hoja reflejó el brillo del sol y la alzaba sobre su cabeza haciendo la señal de la cruz.... Pronuncia las palabras con adusto gesto de satisfacción, en ésta, la ceremonia formal de la toma de posesión de la Laguna de Tacarigua, su comarca y aledaños, aquella mañana del 24 de Diciembre de 1547. Dice la crónica: “Al acto de posesión se une el empeño de fundar un pueblo en la Borburata a orillas del mar, al otro lado en la culata de la laguna de Tacarigua y también, el de conquistar en lo adelante el valle de los Toromainas, Teques y Caracas”… Estos territorios comarcanos se encontraban dentro de la delimitación que el propio Juan de Villegas había hecho cuando ejerció la Jurisdicción civil y criminal, por el año de 1543, de las dos provincias, la de Cubagua y la de Venezuela, en aquel viaje que hiciera a la Maracapana. El escribano dice y repite, se trata por supuesto de Francisco de San Juan, que su señor, “El de Villegas”, le han mandado a que busque minas de oro. Entonces éste con toda solemnidad, consciente del acto… agrega: “e tomándola y aprehendiéndola, llego a la ribera del agua de la laguna y cogió agua della y con su espada


cortó ramos y se paseo por la dicha rivera de la dicha laguna y por otras partes, y se mando poner y se puso junto a la dicha laguna una cruz de madera hincada en el suelo; lo cual todo dijo que hacía e hizo en señal de posesión, la cual tomo quieta e pacíficamente sin contradicción de persona alguna”. Pero “El de Villegas” anda en busca de oro que es la razón central de la empresa y que el escribano San Juan recuerda a menudo en el acta, y agrega que su señor envía gente para que recorran la comarca y se apresten a su trabajo “Tres mineros de minas de oro”…. Hernando Alonso, Juan Jiménez y Juan Sánchez Moreno. Estos para darle más solemnidad a la misión de mineros, los juramenta Villegas y les encarga vigilancia… “Sin hacer ni aver en ello fraude ni encubierta alguna por ninguna causa que sea…y les promete premiar el trabajo, es decir, remunerarlo con repartimientos y otros provechos de la tierra”… Se habían llenado los requisitos previstos en las capitulaciones y reales cédulas. Desde aquel momento, exitoso para el gran poblador y su hueste, como para la Corona, la tierra de tacarigua y su laguna, ya son españoles. Aquel extenso y hermoso valle con paisaje de paraíso, con su culata que le sirve de fondo, entre dos serranías al poniente y al naciente y a su norte una cordillera

con su cumbre nubosa y

ventisquera, avencidada de un abra hacia el mar, ya habían pasado a otras manos. Comenzaba la triste historia, la de los nostálgicos usurpados, la del indio que se ve desalojado de sus propias tierras, donde todo lo


tuvo, vería de lejos las islas como jardines flotantes, también su cerámica como parte de su arte quehacer quedará bajo tierra. Va con el paso del tiempo reduciéndose una vez más, es la raza que se extingue y que comienza a sentir su abandono, lleva en su ser la pesadumbre del vencido, en su cuerpo y espíritu, cansado el primero y abatido el segundo por infinita melancolía. Cumplida la misión con éxito, continúa “El de Villegas”, el Capitán Poblador, su ruta expedicionaria hacia la costa por tierras del cacique Patanemo, en son de paz. Sube la alta y fría montaña y al bajar, atraviesa toda una serranía enmarañada de vegetación exótica. La verdad es que abrió a pica y con almocafres, un camino nuevo rumbo a la Borburata y el día 24 de febrero de 1548 en presencia de 40 hombres de su comitiva que le acompañaban en la expedición, levantaba el acta de poblamiento de “Nuestra Señora de la Concepción de Borburata”, comprometiendo a sus soldados el 27 de ese mismo mes, con el propósito de asegurar el éxito y legitimación del Real, les hizo firmar a todos, a regresar al lugar para venir a poblarse “con todos sus haberes y ganados.”, y

además con los

familiares que tenían en el Tocuyo, para dejar definitivamente consolidada la fundación. Para más seguridad previó Don Juan, lo cual era muy propio en él, dejar un grupo de negros esclavos para que hicieren plantaciones y con algunos indios de servicios bajo la tutoría del principal Patanemo ayudaran en las “sementeras”,

cuando

vinieran de nuevo los españoles, contarían con el fruto de la tierra para el sustento, porque ya la sal la tenían y las minas en lo sucesivo serían explotadas.


Pero el intranquilo y osado Don Juan “el de Villegas” siempre en la búsqueda de minas y ansioso por continuar poblando, el 12 de octubre de 1548, envía al Maestre de Campo su paisano y amigo de confianza Diego Ruiz de Vallejo, para iniciar la penetración que ya había proyectada hacia los territorios habitados por los timotes y los Cuicas, con instrucciones muy precisas para buscar minas de oro, como también la misión de estudiar la posibilidad de encontrar algún lugar bueno y seguro, propicio para fundar un nuevo poblamiento en aquella región, tan necesario era para sembrar y recolectar el algodón por los naturales de servicio y a utilizar de los ya reconocidos telares Tocuyanos que hacían la conversión en tejido o sayal. En tanto, personalmente asevera: “es que pensaba apostarme, una vez que fuere rastreado el terreno por este verano, entonces los puedo ir a poblar con gente que hay en este asiento del tocuyo”…


EL DE VILLEGAS “Un Gran Poblador”

CAPÍTULO VI EL LIENZO TOCUYO Y LA VÍA HACIA TUNJA

“La tradición eterna es lo que deben buscar los videntes de todo pueblo para elevarse a la luz, haciendo conciente en ellos, lo que en el pueblo es inconsciente, para guiarse así mejor”.

D. Miguel de Unamuno. “En torno al Casticismo”. “El inconsciente murmura sin cesar y escuchando esos murmullos oímos su verdad, recuerdos quizás, reminiscencias hechas de sueños inconclusos”.

Gastón Bachelard. Escritor y Poeta

A la España del siglo XV y XVI, por estar capacitada en su fortaleza e inteligencia y preservada en su admirado temple para esa gran empresa del descubrimiento de América, su conquista y colonización, le correspondió enviar a éstas tierras del Nuevo Mundo, a hombres de perseverantes propósitos, tercios de influencia predominante, por su misticismo y estoicos espíritus de aventura decidida y determinante en la heroicidad, como invasores y usurpadores, pero también algunos aunque muy poco de ellos, habrían de pronunciarse por ideas y proyectos a desarrollar y que con sentimiento y lealtad a La Corona así lo entregaron en nobles obras.


Nombrado “El de Villegas”, teniente de Gobernador por su excelencia el licenciado Juan Pérez de Tolosa, Segoviano como aquel, adquiere el Tocuyo cualidad de ciudad al instalarse su primer ayuntamiento, engalanado por los Alcaldes Esteban Mateos y Hernando de Madrid y los Regidores Damián del Barrio, Juan de Guevara, Alonso de Campo, Bartolomé García y Luis de Narváez. Afrontaba entre sus primeros problemas, superar su posible despoblación, llegando a suplantar de hecho a Coro, que seguía siendo oficialmente la capital de la provincia.

El Lienzo Tocuyo En el Tocuyo Juan de Villegas como todo un caballero emprendedor en connivencia con el nuevo Gobernador Pérez de Tolosa, ambos oriundos de la textil ciudad Peninsular de Segovia donde se desarrollaba una industria manufacturera de telas y tejidos, se acuerdan bajo la iniciativa del primero, quien se las agencia para recolectar buenas porciones de algodón para instalar rústicos talleres en los cuales logra fabricar una burda tela o sayal.

En el vetusto despacho del señor gobernador, ya sentados frente a frente, el Licenciado Pérez de Tolosa y Don Juan “El de Villegas” en aquella vasta mesa de trabajo y de quehaceres publícanos, conversando sosegadamente, el segundo le dice al primero ¡escuche vuestra merced!... ¡del éxito de este telar su gestión al mando de esta provincia se hará valer ante Su Majestad!... mientras el licenciado pensativo, agarrándose su castaña barba, respondiole en grave tono ¡así es Don Juan!... ¡sí, no hay lugar a dudas!... Y levantándose


parsimonioso con aires de optimismo le dijo a “El de Villegas” ¡continuareis trabajando y cercano veréis los resultados para que esta gobernación crezca, respetable y con grande pueblo! Al tiempo que se levantaban de aquellas rusticas sillas de talla y cordobán, para despedirse ante aquel escudo testigo, el del soberano de los castillos y los leones, distinguidos junto al águila bicéfala de la casa de los Austrias, sírvele de fondo.

Aquel momento es trascendente para “El de Villegas”, quién explica entonces... “a toda velocidad se elabora el telar, uno tras otro igual. En ellos el tejedor desliza las manos de una parte a otra del tejido, al ritmo del chirrido de las poleas y el crujido de las palancas, sin perder detalles en cualquiera que fueren los vistosos colores de la tela. Con la punta de los pies mueve las cuerdas que accionan los lisos, especies de marcos que sujetan unas mallas en movimiento alternativo, unos en ascensos y otros en descensos, separan y guían los hilos de la urdimbre, mejor dicho aquellos hilos colocados en el telar verticalmente y que avanzan hacia el telar desde su frente, hacia el conjunto de hilos cruzados a todo lo ancho. Mientras las hábiles manos, entrelazaban horizontalmente las hebras del algodón de la trama, con los hilos separados de la urdimbre, haciendo una pasada y así sucesivamente se empujaba la fuerza del tejido”. Y continúa Don Juan en su emocional explicación: “Aquella tela o sayal cubría en parte las apremiantes necesidades de los Tocuyanos, en la confección de vestidos, principalmente el llamado Corton o saya para los labriegos y pastores de ganado. La pieza del tejido apenas media unos diez centímetros de ancho, de tinte unicolor,


luego se aplicaron las cruzadas de varios colores con figuras intrincadas”. La verdad es que, en aquella España del Emperador Carlos V, hábiles artesanos se habían dedicado desde antiguo al arte u oficio de la tejeduría. “El de Villegas” siendo un granujilla, alardeaba, rememorando a su madre cuando se dedicaba al oficio de la costura y los diseños, perfeccionando en los telares que fueron los primeros en construirse en las indias occidentales, mejor dicho en la América Nueva, así como los métodos empleados por el emprendedor de Villegas, éste logra y obtiene mantas hasta de lana de superior calidad y una tela de algodón de fina textura que llega a imponerse en toda la provincia de Venezuela, llevada al Nuevo Reino de Granada, a pueblos del Ecuador y Perú con el nombre de “El Lienzo Tocuyo”.

Llegó a decirse que durante muchos siglos, los reyes y jefes de las tribus de la costa del África Occidental, donde también se extraían grandes cantidades de oro, se proporcionaban las riquezas de sus vestidos y habían creado telares similares, manuales, de fabricación casera y que los reyes negros en sus aldeas llegaron a llamarle kenente o “Kente”, telas que alcanzaron prestigio y rango real. La técnica era celosamente guardada y se prohibía a los demás artesanos que utilizaran los diseños de distintos colores que llevaban los jefes. Era que al poco tiempo hasta allá, había llegado la experiencia tocuyana, allende a los mares, del afamado lienzo crudo o de la tierra, como también le llamaron.


Interesante operación de telares primitivos, donde torcieron la fibra, hilaron el algodón, tiñeron sus hebras, tejieron sus mantas, taparrabos y ceñidores los nativos de aquella tierra Tocuyana. Gracias a estos hilados de mejor fábrica que aquellos rústicos que elaboraban los nativos para cubrirse sus partes, ahora, ya pintado en la península, llegó a servir hasta como hacedores de corbatas y otras prendas de vestir que compraban los españoles y la soldadesca conquistadora, con los nombres de Angarípola o el Cojudo, que también llegó a mejorar el tejido de las hamacas.

La vía hacia Tunja. Interesada la Corona en la búsqueda de una vía terrestre entre la provincia de Venezuela y el Virreinato de la Nueva Granada, la Real Audiencia de Santo Domingo, por Real orden comisionó al Capitán Francisco Ruiz para que emprendiera la misión y “abriese un camino desde la Margarita y Cubagua hasta el Nuevo Reino de Granada”, a bien de conducir ganado, vacas, caballos, ovejas y cabras del cual carecía aquel territorio, el que no podía ser conducido remontando el Río Magdalena, única vía de acceso a las altiplanicies de Tunja y Bogotá. El teniente de gobernador, Don Juan de Villegas, en ejercicio de su interinaría en la Gobernación de la Provincia, suministra todo lo necesario a la realización de esta extraordinaria obra, fue el más interesado en fomentar esta empresa y permitió un cierto número de indios auxiliares a cada expedicionario, previo registro ante el escribano público y el Cabildo, con fianza de reintegro al regreso de la arriesgada expedición que inició su rumbo en el Tocuyo por la vía del


llano hasta Casanare, de aquí al Valle de Sogamoso a través de la cordillera y luego con su llegada a Tunja, su resultado aportaría beneficios y riquezas para las dos entidades. Los pobladores del Tocuyo que dieron apoyo y estimulado esta necesaria vía para su expansión económica, reconocían en “El de Villegas”, como el iniciador y fomentador de este descubrimiento, en cuyo trayecto se habían comido unos sesenta caballos de los ochenta que llevaban y que después de dos años, abriendo trochas, haciendo picas, construyendo balsas y canoas para pasar los ríos, dieron luz en los meses del verano para el intercambio comercial entre los compradores y vendedores por lo lucrativas que resultaban aquellas operaciones. Esta novelesca aventura, por el beneficio de apertura de esta vía no se hizo esperar y convirtiose en una realidad. Por el año 1549, 1550 llevó a un conjunto de neogranadinos, patrocinados por el Gobernador de Santa Fe Miguel de Almendaris, quienes en son de expedicionarios llegaron a tierras del Tocuyo y adquirieron en compra-venta una buena cantidad de indistinto ganado, caballar, vacuno y lanar, llevándoselo para el Nuevo Reino de Granada. Era por los varios meses del verano cuando arribaban estos compradores y consigo lo conducían por tan importante trocha o camino, una vez comerciado a las regiones andinas de Popayán, Quito y el Perú. Era que la gran abundancia de los buenos pastos hizo prospera esta actividad de cría de ganados como principal riqueza de los tocuyanos, convirtiéndose en un nuevo mercado hacia otros territorios este importante negocio, que llegó a ser de importante comercialización y que así lo había


visualizado el mismo Villegas, en calidad de Teniente de Gobernador y como Gobernador y Capitán General interino de la Provincia de Venezuela. Las ventas resultaban tan lucrativas que motivó la drástica disposición que dictara el Gobernador Arias de Villasinda, por muy buena recomendación que le hiciera “El de Villegas”, un 14 de septiembre de 1553, prohibiendo que nadie podía vender a la Nueva Granada, menos de la mitad del ganado de su posesión. Además prohibía, en su protección, la venta de los indios, estos solo podían ir y hasta cinco de ellos para conducir el ganado como peones de servicio, pagados y con la garantía de ser devueltos al terminar la jornada. Finalmente la expedición de trabajo con la gente del Capitán Francisco Ruiz y los que le había agregado el Capitán Juan de Villegas, llegaron a Tunja, pobres, maltrechos y algunos enfermos, pero la obra era una realidad. “El de Villegas” y la gente del Tocuyo habían traído de aquél territorio la instrumentación o receta de un pan redondo, dulce y aliñado que gustó mucho a los pobladores, se le conoció como “pan dulce de Tunja” y hacían trueque directo con el llamado Lienzo Tocuyo. Diego de Lozada, compañero de andanzas con “El de Villegas”, aún con las marcadas diferencias que se interponían en sus acciones, manifiesta en una carta, que las personas residentes del Tocuyo pedían les dejaran ir al Nuevo Reino de Granada y Don Juan de Villegas, el Gobernador, trató siempre de impedirlo, a fin de que no se despoblase


el asiento, hasta que llegó la noticia de minas de oro cerca de Borburata y entonces la gente se apaciguó. El Tocuyo se convierte, como en un eje o centro preponderante para que “El de Villegas” como todo un caballero emprendedor dé inicio a otras jornadas expedicionarias, hacia la Borburata, hacia el Valle de Las Damas o de Varárida, vía Buría en las cercanías de Nirva o Nirua y otra a Guanaguanare y Boconó, para descubrir minas de oro y hacer nuevos poblamientos, su mira estaba dirigida a fundar un pueblo en la culata de la laguna de Tacarigua, que él con antelación había descubierto y conocía muy bien esa comarca. Como todo acontecimiento de importancia, era factor primordial para los grupos de colonos españoles, la mano de obra indígena para ir y hacer las nuevas fundaciones. Los expedicionarios que saldrían del Tocuyo se formaban en la Plaza Mayor, una vez reunidos la gente y anotados convenientemente quienes estarían en la lista o los nombres que tomarían parte activa en ella, se procedía luego a reclutar a los indígenas; éstos por lo general eran obligados ya que no querían abandonar sus formas de vida. Después del viaje y una vez instalados en el nuevo real o centro a poblar, se procedía a desmontar la zona, trazar a línea de cordel sus calles, hacer las casas o bohíos, de paja y argamasa, amarradas con bejucos. Abrían las acequias para asegurar el agua y era obligado la erección de la Iglesia. Don Juan de Villegas fue muy claro en enfatizar ¡como centinela de avanzada que otea el crecimiento de la ciudad y futuros pobladores de esos sitios, que en el progreso del doblamiento se hace relieve la Cruz de Cristo, por donde quiera que el hombre construya su vivienda la Casa de Dios debe


prevalecer!, en fin había que hacer todo lo necesario para asegurar los trabajos y servicios iniciales e indispensables para la naciente ciudad o asentamiento. En esta actividad eran imprescindibles los indios y más que útiles en las labores domésticas, sus servicios se hacían más productivos en las sementeras o siembras para producir el fruto de la tierra que le daría el sustento a los citadinos. El Tocuyo, entonces, se había convertido en el eje central y operativo de la verdadera y necesaria colonización. La nueva ciudad se había instalado en sitio verdaderamente estratégico, que además de facilitar la penetración hacia el interior del territorio provinciano, estaba a salvo de los ataques de los corsarios y piratas que incursionaban en sus filibusterías y violentas aventuras de asalto a las embarcaciones españolas, a los pueblos y aldeas costaneros del mar Océano. Aquel pueblo del Tocuyo, en su hermoso valle bañado por el río de su mismo nombre, como sus naturales, con hermosa visión y clima muy agradable en suelo fértil en extremo, se había convertido en el obligado centro poblado operacional de mando, en lo político, económico y social de la comarca y ruta obligada para el tráfico interterritorial con el Nuevo Reino de Granada y sede del Gobierno Provincial. Resulta por demás interesante y hasta por quizás arte de magia, que casi cinco siglos después, a “El de Villegas” le trasladase al papel un conocido bardo de nuevo cuño, como Rafael Pineda unos


versos en su hermoso poemario “Telas de aquí y telas de allá” , intitulado: “El Tocuyo”

Telar de las siete leguas, Nombre le prestó El Tocuyo, Las flores el algodón, Poco ruido y mucho mundo. Si de vestir, el liencillo lo llamaban, por lo crudo. Este “lienzo de la tierra”, entre pintores mantuvo Fama, por tres cosas: blanco, Muy rendidor, muy duro. A mediados del Quinientos, e cuenta que ya el productose teje aquí en Venezuela por hombre y mujer, tocuyo que al cabo se hará comúna todas partes, facultoen populares roperos, en camisa, saya y nudo. Ya pintado en la Península, regresa con muchos pujos, y entonces cambia el nombre: angaripola. El cojudo. A falta de otra moneda, el trueque sirvió de uso, mientras con la seña aumentan los coloniales barullos. Durante la Independencia, vestuario será de suyo donde por lo regular


con tanta guerra y apuro, los vestidos son los menos, y los más andan desnudos.

EL DE VILLEGAS “Un Gran poblador”

CAPITULO VII DON JUAN ALCALDE. TENIENTE DE GOBERNADOR Y, GOBERNADOR DE VENEZUELA.


“La expresión del esfuerzo afirmativo de la patria nueva que echaba andar en estas tierras anchas del Nuevo Mundo los aventureros españoles. Patria nueva, cuyo espíritu arrancaba de la Península para crecer”. Mario Briceño Iragorry. “El Caballo de Ledesma”. “Es preciso volver a comenzar, quebrar el tiempo profano que pugna en convertirse en histórico mediante la repetición y el eterno retorno” Eduardo Azcuy. “El Ocultismo y la creación poética”

A su regreso de Borburata, Juan de Villegas es confirmado en su cargo y designado Alcalde Mayor por el Licenciado Juan Pérez de Tolosa, quien parte hacia Coro con una escolta de su confianza al mando del Capitán Diego Ruiz de Vallejos, para renovar sus títulos, dejando a Villegas encargado del gobierno de la ciudad; Este se dirige más tarde a Coro en unión del Capitán Alonso Pérez de Tolosa, del Maestre de campo Diego de Losada y veinte acompañantes más, para entrevistarse con el Licenciado Juan Pérez de Tolosa, y allí recibe la triste noticia de su muerte,

acaecida repentinamente en viaje de

inspección que hacía al Cabo de la Vela a finales del mes de diciembre de 1548. “El de Villegas” ante la infausta noticia que había conmovido a él y séquito, asume interinamente el gobierno directo y supremo de la Provincia de Venezuela, mejor dicho, asciende a la más alta magistratura, al ejercicio de las funciones de Gobernador y Capitán General de la Provincia de Venezuela,

que entonces constaba


solamente de las ciudades del Tocuyo y Coro y el asesoramiento del Cabo de la Vela. Era que Don Juan había alcanzado el máximo liderazgo de los territorios comarcanos de los pueblos del occidente de Venezuela, así se lo había ganado, con esfuerzos, sacrificios e inteligentemente como factor siempre emergente de la lucha diaria y el cargo le es confirmado por la Real Audiencia de Santo Domingo el 14 de julio de 1549. Su mente se encontraba serena y complacida en el orgullo de su pasión por el trabajo en ordenado mando, en esta segunda vez, el Gran Poblador ejerce de nuevo tales funciones, era que había arribado a la cúspide. Ya diez años antes, como Alcalde mayor de Coro se había encargado del gobierno de la Provincia por ordenes y que hiciera en su nombre el factor alemán Jorge de Spira, hasta su muerte, un poco después del 11 de junio de 1540, en aquella oportunidad Juan “El de Villegas”, había ejercido la investidura de Gobernador y Capitán General interino por algo menos de año y medio, cuando correspondió tomar las riendas por segunda vez de la gobernación al Obispo Rodrigo de Bastidas.

Sin lugar a dudas, Don Juan de Villegas demuestra su valía en la acción,

en su misión de gobernante, ya lo había observado en

anteriores incursiones, enfrentándose a las dificultades las domina. Es el hombre que arriesgándolo todo de un solo golpe administra el proceso a posteriori y atrae a la multitud, este carismático conquistador, hombre todavía joven y vigoroso que nunca perdía el control de sí mismo, de por sí era estoico y equilibrado. Un jefe capaz


de inspirar confianza en los que estaban a sus órdenes, siempre en afirmar su autoridad, derivada del prestigio ganado, sentimentalmente ligados a su afincada personalidad, en algunos casos por sugestión, en otros, más bien por la calificada impresión que causaba su hidalga figura e incuestionable liderazgo. En agosto de 1549, ya se encontraba en Coro exponiendo ante el Cabildo que “bien constaba a su señoría reverendísima y a los dichos señores justicia y rregimiento y procurador general, como el Licenciado Juan Pérez de Tolosa, gobernador e Juez de Residencia le nombró e dio su poder de Theniente de Gobernador, Capitán General e Alcalde Mayor en dicha gobernación, ante escrivano público y el dicho poder le embió la tierra adentro, al pueblo del Tocuyo, donde lo presentó ante la justicia e rregimiento del dicho pueblo y fue obedecido e hasta agora a husado los dichos cargos teniendo en paz e justicia los españoles e yndios del dicho pueblo... a mayor abundamiento se presentaba en el dicho cavildo como cabeza de la governación, para que le reciban e admitan por tal Theniente de Gobernador, Capitán General e Alcalde Mayor en la dicha Governación....”. Su vigor y ardor en la lucha, su admirable resistencia física y su tesón para soportar las penurias en el esfuerzo, ante los cuales otros sucumbían, caracterizaban al hombre del terno férreo. Rondaba los 40 años, aquel hijosdalgo hombre de armas que sentía la pasión derrochada por sus años juveniles y por las historias de conquistas y hazañas bélicas, vaya su recuerdo en particular las atinentes al nuevo mundo. Ahora era el protagonista, en el período máximo del estímulo y del trabajo creador, en un tercio que como él no había perdido el


tiempo, ya pues, que se había formado para su gente y su familia, efectivamente estaba preparado para conducir a la Provincia de Venezuela hacia un destino mejor en nombre de su Majestad, a una tierra que lo había adoptado y que él la quería toda como suya, siempre al lado de su mujer y de sus hijos, las cuatro primeras hembras, Ana, Luisa, Agustina y Bárbara de Villegas y Pacheco, quienes rondaban su edad entre los trece y seis años, y, dos varones, Juan, a quién llamarían como primogénito “El Mozo”, de apenas cuatro años y el Benjamín llamado Francisco, de dos años.

“El de Villegas” declara que posteriormente fue recibido en el Tocuyo por su misma condición de Gobernador, Capitán General y Alcalde Mayor,… “en el Cabildo y el dicho tiempo he usado y huso los dichos cargos quieta e pacíficamente, teniendo en toda paz y Justicia los españoles, sin tener ningún salario ni provecho, por razón de los dichos cargos, porque la tierra es probe y está repartida a los españoles y en este asiento muchas personas están contra su voluntad, viendo el poco provecho y de determinación de se yr al Nuevo rreyno y despoblar este pueblo…”

El 20 de noviembre de 1549 salió del Tocuyo Pedro Álvarez, hombre todavía joven, alto y robusto, mas bien rudo, de color blanco, pelo amarillo y ojos de tigre agazapado, de hablar en pausado tono, era de sereno y efectivo valor en la acción, aunque un poco destemplado y hasta venático, pero leal y de confiar en la misión encomendada, a quien apodaban “Perálvarez”, para ir a poblar en la costa la nueva ciudad y puerto de la Borburata, acompañado de un


contingente de unos “cuarenta hombres más o menos, cinco mujeres y unos setenta indios Goyones de servicio provenientes de Quibor”, traídos a la fuerza, según el conquistador Juan Domínguez Antillano, quién dijo, “que estos indios fueron maltratados y los metían en prisiones para que no huyeran y Villegas no se opuso, corriendo el riesgo de que lo agraviaran en su residencia.” Perálvarez,

recibía instrucciones precisas del Teniente de

Gobernador y Capitán General Juan de Villegas, encargado de la Gobernación de la Provincia. Ya habían sido levantadas por él en su expedición a estas comarcas de la laguna de

Tacarigua y de la

Borburata, las actas de toma de posesión, de esta última en febrero del año anterior de 1548, considerada de gran importancia comercial por la abundancia de la sal, como también para fomentar el comercio intercolonial en una ensenada buena para puerto, para el anclaje y atraque de las embarcaciones. Dice “El de Villegas”, en la instrumentación de sus órdenes al Capitán Pedro Álvarez, las cuales constituyen un verdadero cuerpo organizado de ordenanzas y concientes medidas, en lo político, económico, social y espiritual, que dejan traslucir toda una estrategia en lo adelante para la fundación de pueblos y ciudades, que al señalárselas por escrito, son de este tenor: “Saldréis mañana miércoles de este asiento del Tocuyo, con gente de a pie y a caballo, mujeres y ganados y otros aderezos a poblar el asiento que ya tiene nombre de Nuestra Señora de la Concepción de Borburata.” “Iréis derecho a la Laguna de Tacarigua, utilizando el camino de los llanos por donde fui a descubrir dicha laguna, cuando por segunda vez fui a ese asiento y tomaréis la pica hacia dicho puerto de


Borburata, pues, como sabéis por haber ido conmigo, el camino es bueno.” Manifiesta a los componentes de la expedición “Tengan presente que lleváis mujeres españolas y vacas, ovejas, puercos, yeguas y caballos, vigilados y a buen recaudo, no permitáis que ningún animal se extravíe, paren la marcha y reanudarla hasta tanto apareciese. En jornada como estas los Capitanes han de mirar por la gente a su cargo y haciendas que llevan para poblar y trabajar la tierra para servirle a Su Majestad.”

“Como sabéis, los principales Patanemo, Don Diego e Inagoanagoa fueron reducidos al servicio de Su Majestad, muy contentos de nuestra amistad, buscarles una vez llegada la expedición a la Laguna de Tacarigua, estan ellos en cuenta de que irán españoles a poblar este territorio. Por lenguas e intérpretes debéis enseñarles que hay un Dios que creó al hombre a Imagen y Semejanza, con todo lo demás creado y que nosotros y esos indios somos hechura de ese Dios que ha diferenciado a todos los animales, los cuales hizo que mirasen abajo y dio rostro al hombre para que mirase al cielo, por donde a de ir hacia arriba.” Y continúa “El de Villegas” diciendo: “Todos los Cristianos hemos venidos a esta partes por mandato de nuestro Señor Jesucristo, Señor de todas las tierras y en nombre de Dios, obligados estamos a quitarles y apartarlos de los males que apagan la luz, para que salgan de la ceguedad que tienen....” “Serán bien tratados y amparados como hermanos pero si quieren continuar en sus errores y pecados, serán castigados y le haremos guerra como a los enemigos de Dios.”


Luego instruye refiriendo al reparto de tierras y solares: “Al llegar al asentamiento haréis casas hasta tanto yo vaya, Dios mediante, iré a trazar con cordel y medidas la ciudad y calles donde se le dará a cada uno sus solares. Deberéis solicitar el servicio de los Caciques citados para señalar el mas conveniente lugar y tierra que hacerle fuego y hacer las sementeras para las labranzas que aseguren el alimento a dicha población, rompiendo montes, abriendo picas, señalaréis a cada hombre de a caballo ocho fanegadas de tierra y al de a pie cuatro. Cuando sea español y casado, ocho fanegadas aunque no sea de a caballo y si es mujer española no casada, cuatro fanegadas para que dichas parcelas les queden como a vecinos, por propias....” “El de Villegas” dijo a Perálvarez en imponente voz “Reservéis para mi persona veinticuatro fanegadas y casa, para su persona adjudicaréis doce fanegadas y para Juan

Quincoses de Llana, el escribano,

queda para ir conmigo a las minas de Boconó por mi mandato, le entregaréis ocho fanegadas. También debéis apartar doce fanegadas para el Factor de los Belzares, a cargo suyo por su Majestad ésta Gobernación está.” “Para el descubrimiento de minas contad con la experiencia de los tres mineros nombrados para esa tarea que son Juan Jiménes, Hernando Alonso y Juan Sánchez y se le entregan las barras, unos cuantos almocafres y bateas para que busquen y se asienten por la información de los indios en una quebrada llamada “Nepecocuare” (Canaposare), donde hay oro, como también más arriba de la aldea llamada “Pollare”, camino hacia el territorio de los Chiruas.” “Debéis tratar bien a los indígenas...” enfatiza “El de Villegas” en sus órdenes, “Es que deben vigilar el que nadie les haga daño, no


consintiendo que los españoles anden repartidos entre ellos, ni le tomen cosas de sus haciendas, mujeres ni hijos, debiendo dejarlos en sus propios pueblos porque de lo contrario se podría seguir grandes daños. Ya sabéis que del buen tratamiento de los principales, redunda venir los que andan huyendo.”. Más drástico aún, “El de Villegas” demuestra, su nueva y necesaria postura por alcanzar el éxito de la nueva empresa colonizadora y dice: “Que reconozcan que de ahora al tiempo pasado hay una gran diferencia”.

“Debéis, ordena, que una vez asentados, hacer la iglesia la obligada casa de Dios y de oración, para cuando el obispo pueda enviar algún Sacerdote o Fraile, haya un lugar apropiado para decir la misa y administrar el culto Divino. Así mismo os encargo mucho a las mujeres y mirando que son de las primera pobladoras de aquella ciudad y puerto. Todo lo demás que hay que decir y encomendar en esta jornada, Perálvarez lo remito a vuestro buen juicio y cordura....”. Estas instrucciones fueron firmada en el Tocuyo el 19 de noviembre de 1549 y son parte formal de la fundación de Nuestra Señora de la Concepción de la Borburata. Apenas había salido la expedición al mando de Pedro Álvarez, cuando el Caballero Emprendedor “El de Villegas” comenzó a preparar nuevos viajes y expediciones hacia la zona de Boconó y Guanaguanare, regiones ya exploradas donde se pronosticaba y ya se tenían noticias que se podría conseguirse mucho oro y afán para explotar esas riquezas al descubrirse las minas por los expertos, eran fértiles valles propicios para asentar nuevos poblamientos. La nación Cuica habitaba hacia Boconó, eran muy pobres y admiraban la


prosperidad de los gayones de El Tocuyo, con quienes negociaban el hilo de algodón para hacer sus telas. Consideraban ricos y prósperos a los nativos del Tocuyo por tener hilos y ciertas cuentas blancas llamadas “quiteros”. Lo cierto es que Perálvarez se había establecido al principio en el Real de Borburata, donde ya unos negros había dejado con otros criados “El de Villegas”, a raíz de su primera incursión y permanencia en aquella comarca costanera. Éstos habían hecho plantaciones y cultivos de maíz, ñame, auyama y otros frutales para esperar la llegada de los españoles pobladores. Amador Montero fue uno de los veinticinco soldados de la hueste con que llegó a Borburata el Teniente Juan de Villegas, en una declaración de juicio de residencia tomado al Gobernador Juan Pérez de Tolosa, afirma que los soldados de las expediciones instalados en el nuevo poblado, algunos dejaban latente su condición militar y se convertían en colonos, trabajadores del campo en la siembra de la tierra, en la cría de ganado o en la explotación de minas. A él, dijo, le costaba que entre la gente que llegó del Tocuyo a Borburata llevaron muchos indios e indias para que les sirvieran y que acusaba a Alonso de Campos por haber llevado a cinco o seis indios, en “cadena”, atados por una soga y azuzados por los latigazos con daño grave corporal. La verdad es que Perálvarez no dio cumplimiento a aquellas buenas instrucciones había recibido, se dedicó a correrías y reconocimiento sin organizar poblado alguno, más, la lujuria y la codicia fue su norte. En enero de 1551 dos años después, personalmente Don Juan “El de Villegas” de nuevo se dirigió hacia el determinado “El Real de


Nuestra Señora de la Concepción de la Borburata” a poner orden, llegando al sitio a comienzos de abril de aquel año y el diez de ese mismo mes procedió a legitimar la fundación nombrándole Cabildo, porque ya estaba poblada. Sus primeras autoridades que nombró “El de Villegas” y que presidieron el Cabildo fueron: los Capitanes Pedro Álvarez y Virgilio García Alcaldes. Baltazar Fernández Procurador General, a su vez fueron sus Regidores Miguel Barrientos, Diego de Montes, Gonzalo Martel de Ayala, Juan Domínguez Antillano, Alonzo Carballo, Luis Narváez y Pedro Miranda, mientras Juan Quincoces de Llana era el Escribano Público. Entre sus fundadores se encontraban además, algunos de los hombres importantes que participan en lo adelante, en el proceso de conquista y más aún el de fundación de Villas y ciudades, entre ellos: Diego de Lozada, Amador Montero, Juan Sánchez Moreno, Sebastián González, Juan Fernández de Córdoba, Juan de Campo (Alguacil Mayor), Juan Jiménez “El Viejo”, Juan Jiménez “El Mozo”, Cristóbal López y Alonso de Campos (Alguacil Menor).

EL DE VILLEGAS “Un Gran Poblador”

CAPITULO VIII LA NUEVA SEGOVIA DE BARQUISIMETO


“Los grandes muertos forman el patrimonio espiritual de los pueblos. Son el alma misma de la Nación. Pero no quiere decir ello que saberlos grandes sea suficiente para vivir sin esfuerzo nuestra hora actual”. Mario Briceño Iragorry. “El Caballo de Ledesma”.

“Escribimos y en realidad terminamos describiéndonos a nosotros mismos, porque escribir, después de todo, no es otra cosa que leerse a si mismo. Leerse a si mismo significa encontrarse de repente, dentro de ese ritmo, con la biografía propia y tal vez por vez primera”. Max Frisch. Escritor y poeta alemán.

El merito recae exclusivamente en el hombre que se halla en la arena, aquel cuyo rostro está manchado de polvo, sudor y sangre, el que lucha con valentía, el que lleva a cabo las acciones con grandes entusiasmos, en grandes devociones, el que agota sus fuerzas en defensa de una causa, el que con suerte, celebra los triunfos de los grandes logros y que cuando falla o la suerte le es contraria es mas atrevido aun, en desafiar su propio riesgo y de este modo ser siempre un triunfador. Claro, así era la onda que cubría para aquel trascendente momento, al Teniente de Gobernador Don Juan de Villegas. Cumpliendo órdenes e instrucciones del suyas, como Capitán General de la Provincia de Venezuela, en su siempre interesante empeño de proyecto poblador, en la fecha señalada y procurada antes de salir el sol parte del Tocuyo un pequeño ejército al mando del Capitán Don Damián del Barrio, él héroe de la batalla de Pavía al


servicio de Carlos V y del Saqueo de Roma con el Duque de Borbón por el año 1527. Este hombre, quien era natural de Granada, alto y fornido, de blanca piel, cabellos y barba lacio-castaña con sus vidriosos ojos color melado, de buen carácter el tercio, disciplinado y hasta simpático, siempre con su espada al cinto, vestido a resguardo con su brillante armadura sobre su cota de malla en el jubón como corresponde

a un caballero de guerra, llevaba también, siempre,

guindando una arcabuz al hombro, como aquella arma que habla y echa fuego, decían los indios. Era este conquistador, adlátere del Señor Gobernador y compañero de contingencias desde su llegada al territorio de la Tierra de Gracia, un apasionado en la acción como soldado de aventura, organizado en la estrategia y ejecuciones de mando, pero en él era más que evidente la ambición por el oro y por las mujeres, fundamentalmente las nativas. Damián del Barrio emprendió histórica marcha “ por la vuelta del valle que se dice de

las damas”, por la amplia comarca del

cacique Yaracuy, y aposentos territoriales del aguerrido Gandul “Guacaray”. Ávido y ansioso por descubrir la presencia del oro hacia aquellas tenebrosas montañas que los indios llamaban Buría. Sus fuerzas alcanzaban a unos ochenta soldados de a pie más veinte jinetes, para una trayectoria de viaje relativamente corto, a unas dieciséis leguas aproximadamente del Tocuyo. Iban, armados de arcabuces, picas, lanzas, espadas y cuchillas, bien acomodados sus yelmos y jubones como su mallas protectoras, acompañados de algunos negros cargadores y caquetios de servicio, cruzaron entre una


que otra guazábara los peligrosos espacios de los implacables jirajaras y nuaras, quienes le salían al encuentro, vía a las riberas del río buría. Cerca de un lugar de la quebrada llamado Resbaladera donde por informaciones ya traídas existían tierras de aluvión aurífero, en el sitio avecindado por un cerro que habían llamado de “La Enjalma” en la región de Nivar o Nirgua, por la gente que había acompañado al alemán Federman en anteriores incursiones por esos territorios.

Siempre en el insaciable empeño, móvil de explotación del oro y más que emocionado con su capitán al frente, por la noticia sensacional de los mineros…. Hernando Alonso, Juan Jiménez y Juan Sánchez Moreno, quienes habilitados para tan afanosa tarea llegaron a

comprobar la existencia del brillante y costoso metal,

dijeron habíanse encontrado con los veneros principales, por cierto, un día de San Pedro, a unas tres leguas de la confluencia del río buría con el llamado río Barici, turbio o cenizo. Encendidos los arreboles de la tarde, con el zarao de costumbre, celebraron campantes los soldados y del Barrio tomó la decisión de fundar un real de minas con el nombre de San Pedro en aquel lugar de Buría, por lo que fue transmitida por éste, la buena nueva a Don Juan “El de Villegas”, de que el río de las montañas de buría arrastraba pedazos de oro en la corriente, causando un impacto emocional tremendo entre los colonos del Tocuyo, aproximadamente

a

comienzos del mes de octubre de 1551.

El Gobernador interino y líder de la Provincia Don Juan de Villegas, de inmediato, responsablemente al recibir la noticia


sensacional asumió el dato y el poblamiento como bueno, determinando entonces fundar una nueva ciudad que sirviera de acomodo a los mineros y tránsito fuese entre el Tocuyo y el pueblo costanero de la Borburata, mejor dicho, para que sirviese de puente al futuro poblamiento de otra ciudad en la “Culata de Tacarigua”; y al sitio descubierto y asentado por Damián del Barrio lo denominó “Real de Minas de San Felipe de Buría”, comenzando con esta explotación de las minas una ardua y cansable tarea, porque del río de las montañas de Buría, bajaban arrastrados los pedazos se oro por la corriente. A todas estas, los vecinos

organizàronse y avanzaban

penosamente hacia este lugar nuevo y desconocido, donde les esperaba una señera esperanza de riqueza, abandonando los implementos agrícolas y las vacas dejáronlas mugiendo en los establos del tocuyo…

Transcurridos pocos meses, escribe “el de Villegas”, desde el Tocuyo en carta de fecha 29 de Abril de 1552, dirigida a la “Sacra, Cesárea, Católica Majestad” del Rey Felipe II de todas las Españas, informándole que “había enviado al Capitán Damián del Barrio, con copia de jente de a pie y de caballo, a la vuelta de del valle que se dice de Las Damas, hasta 25 leguas de esta ciudad, con mineros y herramientas necesarias a que buscansen aquella comarca minas de oro las cuales fue Dios servido de das y descubrir muy ricas, a lo que parece y creemos serán… Quedo de partida de aquí a diez días, Dios mediante, en nombre de Vuestra Magestad, ir en aquella Comarca a fundar la Nueva Ciudad de Segovia y encomendar a los vecinos los naturales con todo el


miramiento junto, donde nombraré los Alcaldes y Regidores y otro Oficiales que competa y lo merezcan por servicios entre los que me han ayudado a lo buscar y trabajar… Aunque soy cazado y tengo siete hijos y me están bien estos descubrimientos hágalos con gran fervor de servir a Vuestra Magestad y con gasto de mi poca hacienda… Esta Nueva Segovia que voy a poblar está la tierra adentro y conviene al servicio de Vuestra Magestad, pues en ella hay ricas minas… Escrito hube a Vuestra Cesárea Magestad como pensaba de poner en efecto de poblar un pueblo a la culata de la Laguna de Tacarigua en la provincia de los Quyriquyries, y es a cabsa de ser mas importante la Nueva Segovia, que lo haré primero y acabado ansimysmo, poblaré el dicho pueblo, porque se cree ser tierra do habrá mynas”.* Efectivamente se habían descubierto muy ricas minas de oro, por lo que entre otras cosas, le anuncia “el de Villegas”, al Rey su partida para fundar “La Nueva Ciudad de Segovia”. En verdad que, no había llegado la carta que todavía se encontraba en camino, a la corona, cuando el hombre del terno ferreo en cumplimiento de lo prometido, al compás de clarines, de redoble de tambores con sus heraldos y estandartes, engalanado para la jornada a emprender, saldría del tocuyo diez días después, dicen que fue un 9 de mayo de 1552, con una organizada caravana compuesta por “hombres principales de la cuidad”, con sus mujeres e hijos, criados, indios auxiliares y de servicio y por casi todos, dicen que unos 80 de los esclavos negros que quedaban en el Tocuyo; además, llevaban enseres


herramientas y ganado, mas no podía faltar, el bastimento necesario para la travesía a empeñar en el esfuerzo. Era una “rutilante empresa la que no deslumbro el intrépido conquistador, en su recia e infatigable imaginación, que en compañía de aquellos, los 38 mejores hombres de aquel histórico momento, todos de curtido linaje hispano, haría realidad su entrañable sueño de entregarle

a la historia futura de la provincia de Venezuela, un

descollante y afortunado poblamiento”, cuya anotación debida le correspondió hacer al escribano oficial de la célebre expedición hacia la comarca de burìa, Juan Quincoces de Llaña. ¡Avante por Santiago, viva el Rey Felipe!… ¡por el valle de Quibor iremos, hacia la vía del río Barisi ... Allí nos abasteceremos de agua!…, les gritaba “el de Villegas”, emocionado, a sus huestes. ¡Aprovechemos

la

mañana

que

esta

fresca

y

el

sol

es

benevolente!...Claro, el hidalgo caballero emprendedor, no escondía en su adusto gesto, la alegría de su pasión promotora, encabezaba el desfile montado en su caballo rucio-moro, adornado de guirnaldas los conducía a paso de vencedores, acercándose a las rivera del río Burìa, hacia el cerro de la “Enjalme”, hacia las tierras del “rodeo y de sabana de Londres, como serian conocidas años después. Allí y después de una vasta exploración del terreno, dice “el de Villegas” ¡aquí en esta planicie de sabana es el sitio!... ¡no perderéis mas tiempo, debéis proceder a desmontar y dejarla en limpio y haremos ceremonial postura para fundar la ciudad!... ¡aun tiro de ballesta del río!... Aproximadamente entre los días 17 y 19 de aquel mes de mayo de 1552, aproxima y considera la crónica, que Don Juan de Villegas,


comenzaría con el ritual de la fundación de la ciudad, de “La Nueva Segovia de Burìa”, en honor a su cuidad natal en Castilla la Vieja y Burìa, ratificando el vocablo Caquetìo con el que se mentaba aquella región y su río, a todas estas, según las cláusulas protocolares de las siempre recordadas reminiscencias de la España medieval, como consta en luengos documentos de la época. Alzando su acerada tizona y mirando hacia el cielo por encima de su borgoñota enmonada con penachos de color rojo, amarillo y negro, haciendo la señal de la santa cruz clava Don Juan “el de Villegas” la cruz de madera con los estandartes y heráldicas de la madre España, aquellos, el de los leones, los castillos y del águila bicéfala, en aquella tierra llamada de Burìa, allende al valle de las damas, pronuncia en su alta e inteligible voz, la solemnes palabras en símbolo de dominio y posesión del nuevo poblamiento: “En nombre de la Santísima Trinidad, del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, tres personas y una excelencia y de la gloriosa siempre Virgen Maria y de los Bien Aventurados San Miguel Arcángel y San Juan Bautista y de los Santos Apóstoles, San Pedro y San Pablo y de todos los Santos … En nombre de la Católica Real Majestad del Rey Felipe II de todas las Españas y de las Indias de Ultramar … fundada y fundó y poblaba y pueblo en esta dicha provincia … la ciudad de La Nueva Segovia de Burìa… y para su perpetuidad y utilidad y provecho de los vecinos y naturales, les señalaba y señalo, su jurisdicción en señal de poblamiento y fundación en nombre de su majestad” *.


Así fue y así se hizo, por lo que el capitán fundador en el real nombre de dios y de su majestad el Rey, en acto seguido dijo: “que nombraba y nombró las nuevas autoridades: Alcaldes, Regidores y sus Procuradores, de los cuales estando presente, les tomo y recibió el juramento en forma de vida, de derecho y cada uno de ellos por sí dijeron, sí juro…y amén. Así mismo el dicho capitán Fundador dicho que mandaba y mandó al dicho escribano Juàn Quincoses de Llaña, lo dé por testimonio …y lo ponga todo con este auto de fundación y poblamiento en el libro de cabildo de esta ciudad y lo firmó en su nombre y así mismo lo firman todos”. ** Sembrada como fue la cruz que da signo y solemnidad a la jornada, procedió el fundador, con sus acólitos y Naborías de servicio, a trazar a cordel las calles, fueron inicialmente para entonces de norte a sur, tres calles y de naciente a poniente, tres calles, divididas con sus solares dentro y fuera del perímetro urbano, marcaron en el centro los lindes de la plaza mayor y señalaron los sitios para la casa de Dios y para la casa del Cabildo, formalidades estas, cumplidas siempre en nombre del Rey, de quien emana el derecho y detenta la soberanía. Era que en nombre de la ley y que no era otro que el Rey, se asentaba el orden civil y la institucionalidad que caracterizaba a la ciudad castellana. Ya, en horas de la tarde el alucinado crepúsculo de Barici… entre cúmulos y arreboles, danzan festivos y se arrodilla con canto de devoción ante la naciente y núbil villa que emergía al son de los


tambores esclavos, de los Carrizos y Botutos de la Indiada y los heráldicos clarines anunciadores del nuevo tiempo. Don Juan “el de Villegas”, al fin, al lado de su mujer Ana Pacheco, encinta de octavo hijo y acompañado de los siete restantes, el más chico en brazos de aquella, se inclina reverente mirando hacia los cielos, dando

la cara Padre eterno, mientras los crepúsculos

comenzaban a llorar su partida, y, en presencia de los 37 señores de la tierra exclamó ante el gran hacedor del universo ¡Gracias te doy mi Dios, nuestro Dios!...¡ Por tu ojo divino y por el trabajo creador de esta gente que son tus hijos, ya he cumplido!... ¡Ahora haremos Cabildo!. Al día siguiente el señor Teniente de Gobernador y Capitán General y Alcalde Mayor por su Majestad, procedió a darle Justicia y Regimiento a la nueva ciudad y fueron nombrados para integrar aquel primer Cabildo de la futura secular Nueva Segovia, como Alcaldes Ordinarios: Diego de Losada y Damián del Barrio, mientras que para Regidores recayó el nombramiento en: Gonzalo Martel de Ayala, Francisco López de Triana, Cristóbal Antillano, Diego García de Paredes, Hernando de Madrid y Francisco Sánchez de Santaolalla; a su vez, Pedro Xuárez de Castillo, fue nombrado Procurador General y, correspondió a Juan de Quincoces de Llaña, ratificado como Escribano Público, ahora, ocuparía también, el cargo de Escribano del Cabildo. En pleno ejercicio de los cargos que ostentaba y de la competencia derivada de su autoridad, cuya interinaria había reconocido el Rey, pero que nunca llego a nombrarle como titular, muy posiblemente, por tratarse de un funcionario muy progresista,


mejor dicho, emprendedor en el desarrollo de aquellos territorios, por el temor quizás, a una conducta autonomista o a una supuesta insubordinación suya contra la corona, Don Juan de Villegas, cuya designación provisional le había sido oficializada por la Real Audiencia de Santo Domingo, siempre actuando en su real nombre, de su Majestad el Rey, publicó el 14 de septiembre de 1552 el, celebre e histórico documento público, que autenticado como fue, por ante el Escribano del Cabildo Juan Quincoces de Llaña, contiene el texto de “las encomiendas repartidas en Barquisimeto en el año de su fundación e instrucciones de gobierno dadas por el propio fundador”. De

nuevo

brilla

en

aquel

hombre

Augusto,

el

portaestandarte de la audacia y la de su reconocida vehemencia en el estudio y claridad de los asuntos públicos que emergían en aquel momento en el que hace de legislador, cuando dictara aquellas ordenanzas o instrumentos, que a la vez… “procedían

al

repartimiento

de

doscientas

encomiendas, que comprendían también, buena porción de

la

población

indígena,

establecían

además

importantes reglas de carácter mixto, como aquellas destinadas a proteger, bajo ciertas condiciones, mas la intención que en la practica, la vida y la situación de la población indígena. En ella se estimulan el fomento a la solidaridad en común y expresamente se prohíbe no echar los indios a las minas, como se decía y era común que lo hicieran, evidentemente se buscaba favorecer al natural, aun cuando esto provocare la indispuesta


protesta de los encomenderos afectados por aquella justa y equitativa decisión”*

Cañizales

Aquel primer Cabildo de La Nueva Segovia, donde privaban intereses coaligados de esclavistas y encomenderos, al no ver con buenos ojos aquella disposición que prohibía el trabajo de los indígenas en las duras tareas de las minas, se opuso por unanimidad de sus integrantes, realmente fue la única norma reclamada por aquel Cabildo como fiel depositario de su autonomía. Pero “el de Villegas”, bellaco al fin, “se maneja con sublime aptitud de gobernante respetuoso del ayuntamiento, como también observa como honroso el proceder de los Regidores”* Albores de Venezuela Perera, Ambrosio En aquel Repartimiento…de las encomiendas de indios de fecha 14 de septiembre de 1552, se señalaba que: < “Estando juntos en su cavildo, sugund lo han de corriente e por ante mi el dicho escribano y el dicho señor theniente de gobernador Capitán General e alcalde mayor por su majestad”, se encontraban presentes: Diego de Losada,

Alcalde Ordinario.

Damián del Barrio,

Alcalde Ordinario.

Gonzalo Martel de Ayala,

Regidor.

Francisco López de Triana,

Regidor.

Cristóbal de Antillano,

Regidor.

Diego García de Paredes,

Regidor.

Hernando de Madrid,

Regidor.

Francisco Sánchez de Santaolalla,

Regidor.

Pedro Xuárez de Castillo,

Procurador General.


Juan Quincoces de Llaña,

Escribano de Cabildo.

Finalizaba el escribano diciendo que “En este presente año, desta ciudad e república, el dicho señor Teniente dixo que como ya sus mercedes saben, él en nombre de su magestad avía fundado e poblado esta ciudad

nombrado los oficiales que para el bueno

gobierno convenía”…> “El de Villegas”, siempre como buen cristiano, aunque impetuoso y recio en sus acciones, se valía de los mejores consejeros a su lado para evitar yerros en sus ejecutorias. Si Esteban Matheos gozo de ese privilegio, también le correspondió en honor hacerlo, a su cura confesor y compañero de aventuras, el fraile Toribio Ruiz y quien había participado a su lado y en compañía de Melchor Grubel (el alemán) como mediadores, en la búsqueda de un avenimiento amistoso entre Felipe Von Hutten y Juan de Carvajal, por cierto fallido el intento, violado por este ultimo ocurriría aquella horrendo crimen del Gobernador Welser y algunos de sus acompañantes. Ahora… “el clérigo Toribio Ruiz como grata compensación, recibiría, después de 12 años de encontrarse en esta gobernación administrando los santos sacramentos, para ayuda a sus labranzas y sustento, de sus tres negros esclavos e indios de servicio que no dan tributo, también su encomienda, hasta tanto que su majestad otra cosa no provea”… Y, que fue asignada por ante el Escribano Público que lo era Juan Quincoces del Llaña.


EL talante del Adelantado Don Juan de Villegas, título este que recibían los gobernadores, irradiaba en todas sus actuaciones, al saber la noticia de que había sido nombrado por la Corona nuevo Gobernador de la Provincia de Venezuela y que habría de sustituirle de su interinaría, legalizar por cierto, de innegable progreso había sido, esta su actuación infatigable en el esfuerzo y demostrada por obras, otras fundaciones y el crecimiento de haberes y productos de la agricultura y de la cría que fomentara durante su período. Mientras Alonso Arias de Villasinda preparaba su viaje después de su designación como Gobernador Titular de la Provincia de Venezuela, por el Consejo de Castilla el 14 de diciembre de 1551, y arriba a Coro el 12 de junio de 1553, en compañía de su mujer luego de hacer la oceánica travesía, “El de Villegas” estaba a la espera de su llegada para hacerle entrega formal con todo un inventario de la gobernación, encontrándose En el Tocuyo, recibe la noticia de la llegada de aquel y la instrucción debida para que entregase la gobernación. En aquel momento, estando “El de Villegas” en la espera oficial, se escuchaba el galope de los caballos y acercarse la comitiva el repiqueteo de las pesadas botas con el rastrilleo múltiple de las espuelas sobre el rústico piso de arcilla en la antesala del despacho. Don Juan con su sequito de confianza sale al encuentro del alto funcionario al otro lado del corredor, donde al romper éste, las filas de su comitiva, le responde al saludo de bienvenida con un fuerte abrazo…. ¡Su excelencia!...¡Bienvenido a estas tierras del rey, a esta


Provincia de Venezuela… señor Gobernador Villasinda!,

a todas

estas el pueblo concentrado en el lugar le daba vivas a Don Juan y aclamaba con vítores la recepción del nuevo Gobernador y Capitán General. Aquella multitud sin dominio de la emoción gritaba enardecida ¡Viva Don Juan!….¡Viva “El de Villegas”!, porque así lo llamaban la gente del pueblo y agregaban ¡Bienvenido Don Alonso a estas tierras del Rey!…¡Viva su excelencia el nuevo Gobernador!. En pocos segundos, atraviesan el umbral de la puerta donde estaban dos arcabuceros, guardias de honor, internándose ambos en un aposento. Don Juan, siempre con su característico terno Férreo, mientras Don Alonso elegantemente vestido a la usanza cortesana, con pantalones de cuchilla, medias largas marronas, cotón bordado en oro con encajes y lentejuelas y encima el chaquetón de terciopelo azul rey con botones dorados, lujosa indumentaria que lo hacía destacar. El primero quitose la borgoñota y su toledana, al mismo tiempo que, el segundo colocaba su airoso chambergo y dejaba caer su roja capa en uno de los viejos sillones del despacho. Acto seguido, ya sentados uno frente al otro, “El de Villegas”, delante del Gobernador y después de saludarlo de nuevo con aquel ceremonial de estilo propio de los tiempos antiguos le dice: …. ¡Escuché, Vuestra merced!... ¡Estoy rigurosamente a Vuestras órdenes y muy seguro de hacerle entrega de ésta su gobernación a estado en buenas manos y a su residencia me someto! Villasinda, hombre mucho mayor que Villegas, natural de la Valencia de Don Juan, delgado y elegante, de finos modales el Licenciado en la Universidad de Salamanca, con su mirada cansada y ya de cabellos blanqueados, alumbrado por el sol de sus días, le


responde en suave, pero engolado tono de señorial postura…. ¡Su pueblo le quiere, ahora es el mío!... ¡no deberá usted temer, pues vaya conducta suya como buena, haré residencia en nombre de su Majestad!... ¡en caso contrario tenga la seguridad, será castigado!... Villasinda al parecer tácitamente le reconocía a Don Juan de Villegas su labor al frente de la Provincia de Venezuela, a quién la Tierra de Gracia debía mucho, mientras que a aquel en la realidad no le debía nada. Desde el inventario que levantare el Gobernador Pérez de Tolosa, muerto el año 1548…al momento aquel, transcurridos cuatro años ininterrumpidos al mando y bajo la conducción de la Gobernación y Capitanía General de la Provincia de Venezuela, por “El de Villegas”, era notable el progreso. Al recibir las cuentas, Villasinda encontró el territorio poblado, Coro en crecimiento; el Tocuyo en su mejor momento, convertido en Capital de Despacho, ya había sido fundada Nuestra Señora de la Concepción de Borburata, el real de minas de San Pedro de Buría, también se había fundado el nuevo y espectacular poblamiento de la Nueva Segovia de Buría o de Barquisimeto. Descubiertos también además de las minas de Buría, minas en Chirúa (Chirgua), Borburata, Boconó y Guanaguanare. Se entregaba en producción, aquellos telares que fabricaban el Lienzo Tocuyo o el Cojudo, donde se elaboraban el cotón, tela burda para la ropa y hasta para hamacas. En funcionamiento estaba yá, la tan necesaria vía interprovincial hacia el Nuevo Reino, cuya apertura por pica y trocha se había hecho, partiendo del Tocuyo como vía de comunicación hasta Tunja, que servía como de relación de intercambio comercial, para trasladar los ganados vendidos a aquellas comarcas y traer desde acullá, otros


productos como lo fueron el pan de Tunja, llamada luego “La Tunja Tocuyana”. En fin, es innegable que Don Juan “El de Villegas” había alcanzado el éxito como Gobernador interino de Venezuela, enfrentando

todos

los

obstáculos,

venciendo

dificultades

y

multiplicando esfuerzos, mayormente con dinero de su propia hacienda, había sembrado y la cosecha comenzaba a recogerse. De allí que el nuevo Gobernador Villasinda encontró en el territorio a gobernar, en su nuevo inventario, a más de tres mil vacas, mil caballos, yeguas y mulas, más de doscientas ovejas y muchísimos cerdos, cabras, burros de carga, gallináceas a montón en los solares de las casas y campos y hasta cría de gallos de raza, cuyo pié de cría habían traído de la península. Días después, en otra conversación, Don Juan dice al Gobernador: ¡Escuche, Vuestra Merced!…. <“Y el rudo guerrero comienza a hacer el relato maravilloso de las tierras que había visto más allá de la serranía de Nirgua, más allá de las comarcas fieras de los Jiraharas… ¡Si su excelencia, debo deciros! ¡son tierras encantadas, sitas en un valle delicioso y a orillas de un lago de ensueños!... El Gobernador Villasinda, quién se encuentra sumamente disgustado estos días, pues a pretendido fundar una ciudad o puesto en el Valle de Nirgua, rico en metales preciosos, con el nombre de “Las Palmas”, y los tremendos indígenas acosando fieramente a sus hombres le han despedazado varias expediciones y su sueño poblador, se va sumergiendo lentamente en el relato del bravo conquistador, cuyo cuerpo cúbrenlo más de un mandoble y un flechazo aborigen. Y agrega Don Juan:


¡Al entrar en aquel Valle, llenos de sudor y sangre, por los encuentros que hubimos de sostener, el sol nos pareció más luminoso que el de los demás días. Era como que si por primera vez amaneciera sobre el mundo! ¿Y dice Usía que esa tierra deliciosa se encuentra hacia el territorio inexpugnable de los Caracas, es decir entre éstos y los empecinados Jiraharas?...le pregunta el señor Gobernador. Y Don Juan le riposta… ¡Si, Vuecencia! ¡En la boca de esas naciones Caracas y más allá de los Jiraharas de la serranía. Son duros de vencer estos indios; ya sabe Ud. Lo que me ha costado fundar Nuestra Señora de la Borburata hace años!”… “El de Villegas”, suspiraba en tan interesante conversa con aquel inteligente licenciado, cuando apenas avecindado de su mando le escuchaba con vehemencia su recomendación ¡Habréis de fundar un pueblo y colonizar ese Valle de ensueños en la culata de la Laguna de Tacarigua!... y Don Juan sentencia ¡Señor Gobernador ya yo he cumplido en el acre de los combates y en la labor pacifica y paciente de colonizador. Ahora, le corresponde a usted, fundar ese nuevo pueblo! A todas estas el gobernador Villasinda, muy emocionado por el relato y las referencias, con la parcimonia de su estilo, muy propios de un elocuente dignatario con elevados estudios, ascienda ¡A la Tacarigua iremos a fundar ese pueblo, en esas tierras de ensueño, que servirían de base para la conquista de los Caracas, así como también para sujetos de estos salvajes de la serranía!...¡pronto marcharemos a la Capital Coreana y pernoctaremos en la Nueva Segovia, ese nuevo pueblo por usted fundado y que lleva por nombre y en su honor su tierra natal de Segovia! >*


EL DE VILLEGAS “Un Gran Poblador”

CAPITULO IX ENFERMEDAD, MUERTE Y ZAGA DEL CAPITÁN

Todo gran hombre tiene su fuerza retroactiva: toda la historia será puesta nuevamente en la balanza por obra suya, y miles de secretos del pasado se arrastraran hasta ponerlo bajo el sol. ¡Tal vez el pasado esta siempre esencialmente sin descubrir!... ¡requiere aun de tantas fuerzas retroactivas! Friedrich Nietzsche “La Ciencia Jovial”

“Te he contemplado, -Creador mío, con la mirada del corazón, te he invocado –desde lejos, y estando Tú en mis alrededores, te he encontrado, -habitante, dentro de mis interiores”… Millas V. José M. “Literatura Hebraica Española”

La conciencia es un roedor que todos llevamos por dentro y como inca los dientes sin pedir permiso, es que hasta los más desalmados pecadores, sanguinarios de oficio suelen perder el sueño… ¡Yo también los vi y los oí en las noches sin sueños!... ¡pobre de aquellos indios muertos sin razón en barbacoas o empalados y tanta desorbitada crueldad!... La verdad es que siempre esperamos el milagro en vida, aquí en la tierra, más no allá en la otra vida, cuando realmente esa es la eterna. Arrepentido de mis culpas y por mis crímenes ha soportado mi conciencia, cuantos ayunos y sacrificios en


momentos de mi soledad y hasta ofrendas hice al hijo de Dios, a Nuestro Señor. En verdad creo que, el hombre tiende al bien y es más fácil ser bueno que hacer lo malo, significa salirse de la ruta de Cristo, Nuestro Señor. Es que matar a una persona o a varias, resulta igual, es lo último y más condenable, es salirse del camino del bien... ¡Las pobres víctimas tuvieron la mala suerte de cruzarse con gente que nos habíamos salido del camino del bien!... dice “El de Villegas”. Muchos pecadores transgresores de las leyes terrenales y más aún de las divinas durante el transcurso de gran parte de su vida, cuando se acerca la hora del peligro, la del probable desenlace para despedirse fatalmente de esta tierra, se arrepienten, algunos superficialmente otros en gran alarde de expiación por temor a enfrentar al Máximo Tribunal del Padre Eterno.... He de preguntarme a esta edad y a esta hora ¿Bastará la confesión para borrar a limpio mis culpas y criminal conducta, haya sido esta menor o mayor que la de otros?, ¿Acaso las penitencias y la confesión por sí solos hagan posible el perdón de mis pecados?. En verdad, en verdad os digo con palabras del Hijo del Padre.... Es evidente que no.... El perdón sólo es posible cuando es impartido por la poderosa fuerza Creadora Universal, el Dios de Israel, el Dios de Abraham, el Dios de los Reyes Católicos, mi Dios, al que he ofendido y soslayado. Se diría que una luz había iluminado mi conturbado espíritu y que venía al encuentro del cruel presente. Quizás haya sido reservado para sufrir aún otros castigos, otros sacrificios antes que la muerte cierre mis ojos y calle mi voz. Y pensando en cuáles serían ellos, no consigo aquietar mi mente ni mi espíritu.... ¡En verdad mi Señor, es que las malas acciones cometidas en la vida, las almas de sus autores jamás


podrían verse libres y aquellas han tenido un dulce reposo de buenas acciones, pudieran hallar consuelo o felicidad! Para esos días, comienzos del mes de Agosto de 1553, ya Don Juan se encontraba afectado lo suficiente del mal que lo aquejaba y presentía que estaba cerca de su hora final. En su lecho de enfermo, todavía su semblante expresaba una gran confianza en sí mismo, una tenacidad respetable, sus ojos a veces lanzaban los destellos luminosos habituales de su don, pero observaba un debilitamiento físico apreciable. Estaba cadavérico, desencajado. Males del cuerpo y del ánimo agavilláronse contra su cristiano, golpeado pero rebelde vigor, minaron su salud, las fiebres continuas y el escorbuto, acabaron su vitalidad. Hasta la hora de morir, una torva suerte ensañose con aquella tarde de arreboles en las riberas del rió Buría, tierra adentro en el orgullo de su mina y problamiento, recordando a su llana y árida meseta segoviana al lado de sus seres queridos y mejores amigos. La atmósfera se nubla de despedida, al momento que la ventana se empaña, hay ligeros arreboles, sus nubes dejan de viajar, en el jardín las flores pierden su forma, los árboles detienen su ramaje contra el viento terco y sin sabor la bruma huye, como perdida en el mutismo. Se hace el silencio en el aposento, pero el mismo no es completo. Este se rompe con el llanto apagado y entrecortado de Ana de Villegas con su prole al lado, entre dieciséis años de edad y meses de nacidos, sus ocho hijos, mientras las lágrimas gotean el piso, se prolonga el dolor más allá de lo que es posible, mientras la tarde cae. ¡Juan!... ¡No!... ¡No morirás!.... ¡Por amor a Dios, Señor de los Señores, por Jesús Sacramentado!.... ¡Es que no puedes morir!.


Exclamaba, y elevando su voz al cielo Doña Ana de Villegas, decía: ¡Es que no puedes morir ahora, cuando más te necesita tu abnegada esposa, tus hijos y tu pueblo!. A la par que el sacerdote Toribio Ruiz le impartía la extrema-unción untándole los Santos Óleos, “El de Villegas” sollozaba.... ¡Es tarde para impedirlo!, dijo con su voz entre quebrada. Sus ojos de moribundo se entornaron y su respiración se hizo carraspeante, su cabeza cayó lentamente hacia atrás, sus negros ojos segovianos de suave mirar, ahora vidriosos y apagados, se quedaron fijos, como clavados hacia el cielo. Ese día, a finales del mes de agosto de 1553, por todos confines de la provincia de Venezuela corría la noticia, en las calles de la Nueva Segovia de Buría, se escuchaba al vulgo gritar con lamentos ¡murió “el de Villegas”!... Se elevó a los confines celestiales, mientras sus huesos sin ciprés y sin canción yacen al pie del altar de la iglesia, confundidos con el tiempo, en barro y cenizas, bajo la sombra del rumoroso follaje y brisa de Buría. Trasmutado en otra dimensión ahogase el crepúsculo en duelo cual radiosa esperanza en turbio río, con el amargo anhelo y ansias de dar, se fue el caballero emprendedor, se desprendió el alma del conquistador poblador que había combatido en su vida y con la vida . Al momento de su moribunda suerte se fue pensando en su Nueva Segovia, en su nueva patria y en la de su familia, dejaba a la ciudad heredera de “Barquisimeto” y a una Provincia de Venezuela próspera, abierta al provenir. Entonces, ¡Mi Señor!,… “El de Villegas” me dijo: ¡Adiós hijo mío!...¡Probablemente no volveremos a vernos más, pero ocurra lo


que ocurra, jamás olvidaré su generosidad y simpatía!... y, contraído por la emoción le respondí… ¡Hasta siempre mi Señor!... ¡Yo tampoco podré olvidar jamás ese bello tránsito de su trascendente imagen, la que he podido percibir por la Gracia de Dios!...¡Hasta siempre mi Señor!... entonces me quedé solo, inexplicablemente solo, junto a la puerta mirando el amanecer y mirando cuando te ibas, siguiendo el camino del cielo; por donde el cielo comenzaba a abrirse en luces, contemplando aquella figura que se alejaba, como una sombra con su orla de luz que se esfumaba en la imprecisa y oleaginosa bruma cuyo recuerdo no podré olvidar. Al despedirse la imagen del Capitán, por unos instantes quedé desorientado y nuevamente confuso y perplejo como la primera vez, cuando desaparecía la estrella de la mañana. El desenlace se había producido con tal prontitud, en el sueño o en mi imaginación, que apenas había una línea de separación de la cual me percataba, entre aquella fuerza astral y la pujante, dramática y real historia que se había transportado al papel. ¡Gracias a Dios!... ¡Gracias sinceramente!... se había cumplido el mandato, fijado con caracteres imborrables sobre el mensaje transmitido por aquél barbigotudo hombre de terno férreo. Toda la belleza de la alegre madrugada con el despertar de las aves canoras del alma del ilusionado pasajero de la noche, se extasía en la contemplación y el corazón, le avista que aquella silueta en movimiento que se alejaba, es en la visión soñada que conmovió su espíritu. Era otro amanecer, tan bello como el otro, con escarcha y con lucero, con follaje y llovizna, cuando me despertaba de nuevo en el corredor trasero de “La Hacienda”, en la casona de Chirgua, en el


Valle Prodigio, el del geoglifo pétreo en el cerro Bolivita, monumento precolombino de raigambre, donde mora y todavía se escuchan por las noches de luna llena, los lamentos del Cacique Chirgua, dicen los hombres y mujeres de ese campo de mi tierra bella que tan cerca de mi ciudad de Valencia se enseñorea con sus siembras. Allí en ese suelo donde se dibujan en los adoquines de arcilla, la historia y su tiempo, su espacio y su voz, en ese valle que fueron predios de Don Juan de Villegas” y sus descendientes, en esas haciendas que fueron propiedad de los Bolívar Palacios. Ahora, cumplida la misión, con paciencia

y humildad espero....

¡espero otra gran oportunidad!. Mientras tanto el tiempo, inexorable amo de los hombres prosigue su curso y con él nos vamos. ¡Gracias Señor!...¡Gracias de nuevo te doy!


Anexos *Segovia, aproximadamente para el año 1525, era una de las ciudades castellanas más importantes para el Siglo XVI. Tenía unos 5.000 mil vecinos, 21 conventos de religiosos y un importante acueducto de la época Romana, además, lo más sobresaliente, su alcázar de la época musulmana. La historia antigua nos dice que el fundador de Segovia fue Hércules Egipcio y se dice de una escultura que lo representaba “Montado sobre un Jabalí, con la maza levantada y cogida con las dos manos”. Los celtas llamaron a esta ciudad Segobriga. Segovia, después de haber sido muy importante y famosa por sus fábricas textiles y la pintura de sus lanas, producidas por la abundante cría de bovinos de la región, llegó a sufrir, después del Siglo XVI, la ruina de su industria y comercio provocada por las importaciones.


* Una relación de Jerónimo Köhler, nativo de Nuremberg quien vino con una de las expediciones alemanas, decía lo siguiente: “para alistarse, cada viajero se presentaba en la casa de Contratación en Sevilla con documentos y testigos que avalaban al aspirante de no pertenecer a las personas prohibidas”. Aceptado por los Oficiales, era registrado en los libros de la Casa. Reunidos todos y formando filas de 5 ó 6 hombres con banderas desplegadas en los colores de los Welser: blanco, rojo y blanco; del Emperador: rojo, blanco y azul, atravesaban

el puente del

Guadalquivir, dirigiéndose a un Monasterio donde oían misas y se bendecían las banderas. Desde allí pasaban a la factoría de la Compañía de los Welser, situada en el barrio sevillano de Triana. Köhler describe los detalles del desfile final ante de embarcarse para San Lúcar de Barrameda. En la primera fila marchaban seis músicos con chirimías y gaitas; en la segunda 6 curas con sus velas encendidas; en la tercera otros 6 músicos con trombones y trompetas y tras ellos otra fila de seis frailes de la Orden de Predicadores, seguidos de una fila de seis músicos con tambores y timbales y después otra fila de seis frailes descalzos. Seguía la tropa: delante marchaban dos filas de soldados con muchos lebreles y otros perros de razas, seguidos por once filas de seis jinetes cada una, más diez filas de a cinco rodeleros. Los arcabuceros llevaban armas de acero y carcajes repletos de agudas flechas. Iban vestidos con jubones rellenos de pelo de animal, las cabezas cubiertas con cascos semejantes a yelmos romanos, hechos de


cuero de venado y tenían jubones rellenos de algodón, largos pantalones de lino y boinas

adornados de plumas. Todos iban

calzados con alpargatas. Toda la vestimenta hecha a propósito para resguardarse de las flechas envenenadas de los indios y soportar el calor del trópico. Terminando el desfile todos embarcaron en pequeños botes para bajar el Guadalquivir y alcanzar el puerto de San Lúcar de Barrameda. Llegados al puerto se pasó revista general contándose cerca de 600 hombres. El bizarro ejército se trasladó al Monasterio de los Padres Descalzos donde juro fidelidad al Emperador, al Gobernador y a los Capitanes. La ración alimenticia estaba compuesta de vino, agua, carnes, pescado, bizcocho”... …etc.,

NOTA DEL AUTOR

Un estudio e investigación señera produce estas líneas irradiadas en mi simiente espiritual por la ley del supremo hacedor. El, el único, el mas grande señor del universo, con su luz premió en mis sueños y pensamientos esta narración. Lo aprendido no deja de ser poco en experiencia, por la procedente lectura permanente del ojo del hombre en el plasma de sus recorridos, como también en el ejercicio de hacer la historia y de todo lo histórico, cuando he pretendido invadir, aunque con abuso circunstancial, pero si con olor a literatura ese campo, profanado con improvisado afán la metodología concurrente.

Quizás, puedo asegurar con crudeza, que la redacción de este libro pletórico de inhibición e imaginación en parte, adquiere una mayor importancia al concatenar mi pensamiento abonado en el decurso de los acontecimientos pasados, sobre el hecho social y la vida del hombre en sus aprontes por dar y hacer, por supuesto, sujeto a la


rigurosa crítica a la cual me expongo, tanto como del interés de los lectores, así también principalmente de los escritores de la especialidad, a cuyo juicio someto con la envergadura de mi humildad, lo que ya está escrito en las páginas anteriores.

No ha sido fácil, a penas concluir lo inconcluso, sin embargo, emocionado por los cuadros de mi imaginación debo afirmar, que he sido un ávido lector de biografías de personajes históricos, porque el hombre como ente social, crea en su praxis diaria su historia.

Mucho he aprendido entregándome con sobrado interés pro conocer las vidas de aquellos hombres que han hecho la historia, a la par que he consultado muchísimos y tantos libros y fuentes documentales, acompasado con la opinión de historiadores, políticos, poetas y escritores.

Lo cierto es, que en un momento inicial nada nos parece histórico y todo lo es. Es indudable que la acción histórica acumulada de todos los hombres constituye la fuerza generadora de la historia. Es que al acción diaria, casi de rutina, va generando un movimiento que lentamente marca la evolución del hombre. Enhorabuena, por un deber de lealtad conmigo mismo, en los mismo términos me dirijo …. ¡ Mi Señor ¡ …, ¡es que el héroe está en el movimiento histórico, puede ser el símbolo de una época, más no es el hacedor de la historia!. Es posible que en ella se destaquen hombres que van a permanecer en la memoria del pueblo como símbolo de un momento histórico, en el cual destacaron como vanguardia en el proceso.

No soy historiador, tampoco pretendo serlo, lo que si pueden tener por seguro es mi lealtad con la historia que tanto y tanto me gusta, pues la vivo y la siento, aún cuando el azar histórico que crea en el proceso situaciones de perturbación en la continuidad, lesionen el estímulo creador.

En verdad, estoy muy agradecido de lo que voluntaria o involuntariamente he cultivado en esta investigación con características y línea de relato historiobiográfico, al unísono de los que me enseñaron la historia en la escuela media, también lo estoy con todos aquellos que con sus ideas y recuerdos han contribuido con la redacción de este libro.


Vale decir entonces otra verdad y es que, me interesé por escribir una historia local de Chirgua, la de ese hermoso pueblo ubicado a la margen derecha y de entrada a los valle altos de Carabobo, mejor dicho sobre “El Valle Prodigio”, como lo llamó precisamente Don Juan de Villegas, su descubridor, tanto por el oro que buscaba y minas que descubriera, como por su peculiar característica de bucólico vergel de natural belleza, apropiado en su ubérrima tierra para fomentar aquellas, las llamadas sementeras en los albores de la conquista y comienzo poblador por los hombres de España.

No se equivocó el conquistador

Don Juan “El de Villegas”, en su calificación

premonitoria y Chirgua se convirtió, gracias a las familias de su descendencia, durante el largo período de la colonia, en el espacio agrícola mayor productor de café y cacao en sus haciendas. Posteriormente en el siglo XX El Valle de Chirgua es el mayor productor de la papa, tubérculo considerado como rubro alimenticio milagroso por la población mundial.

Pues bien, en ese empeño por historiobiografiar con denodado orgullo sobre mi querida Chirgua, sus naturales precolombinos, sus esclavos que luego vieron la luz de su libertad y sobre Don Juan de Villegas “El gran poblador”, y fundador de la nación venezolana, debo confesar que le jugué sucio al proyecto inicial y terminé, luego de una serie de sueños intercoordenados con visiones y pensamientos sobre aquel interesante personaje, un tanto olvidado y hasta abandonado en sus méritos por la crónica histórica, escribiendo a mi modo y con mi estilo, los acontecimientos mas relevantes de su tránsito por esta vida, por allá, en la primera mitad del siglo XVI.


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