Escenas ocultas Alejandro y Hedoní

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Tres días después Comida con la familia de Alejandro

El lugar era un precioso restaurante insertado en una ex hacienda en la ciudad de México. A la entrada, después de un amplio camino empedrado, en un acueducto montado sobre cinco enormes arcos, circulaba agua pura, cristalina y potabilizada con escrúpulo. El acuífero liquido transparente caía sobre piedras de granito y era otra vez filtrada y repasada por barro para impregnarse de sus exquisitos sabores. Esa agua, era servida en el restaurante como un sello especial del lugar.


El lugar servía comida mexicana,

ahora con la

modalidad de autor. Se

servían

tres

opciones

en

cada

tiempo;

ingredientes cuya recolección y selección eran óptimas a la estación y a la oportunidad en la creativa mente del chef. Los padres de Alejandro ya en la mesa, esperaban relajadamente tomando un tequila. Ambos de pelo entrecano, tanto ella como él, lo portaban con orgullo. Elegantes, seguros y amorosos, recibieron con gusto a Monique, que llegó del brazo de Alejandro, una decena de minutos después que ellos. Esperaban también a Hedoni, la hermosísima hermana

de

Alejandro.

Unos

diez

minutos

después…Hedoní entró al restaurante lleno de comensales.


En un instante, el pequeño salón enmudeció, un silencio similar al provocado por un asalto. Algunos comensales

preocupados

giraron

su

cabeza

indagando. Cuando Hedoni recorría su camino a la mesa, los hombres intentaban expresar su mejor mirada, su mejor postura, deseaban ser agraciados con el simple hecho de un segundo de los ojos de Hedoní, con eso, se daban por iluminados esa noche.

Las

mujeres

le

veían

con

expresión

descompuesta, incomprensible, no le podían mirar a los ojos. Al deslizarse entre las mesas con destino a la suya, facilitaba la impresión de que su belleza desmayara todo a su alrededor, como un surco que se abría con la fragancia de su preciosidad, opacando en incomprensión a quien su vista la percibiera. Era inentendible tanta belleza. Perturbaba.


Hedoní se sabía bella, pero además, sabía del perfume sexual que emanaba. Como una diosa griega, ese día, su cuerpo apenas rozaba la tela ligera de algodón blanco níveo que cubría su piel desnuda, su cuerpo, como una escultura en oro macizo y de sedoso tacto, dejaba resbalar el blanco translucido de la tela, apenas deteniéndose con las curvas de su cuerpo, de sus hombros, pero sobre todo,

de

sus

hermosos

pechos

desnudos

y

bronceados en dorados exquisitos. Su mirada era segura, asertiva, sabía donde dirigirse sin dudar un ápice y su sonrisa, apenas estiraba sus labios, con la misma perversidad de una ninfa que inflama los corazones de quien deseé, casi como un juego, como revalidando en cada paso su dominio sobre los seres cuyos ojos, se hechizaban de ella.


En

la

mesa,

Monique,

como

los

demás

espectadores, quedaron sin habla. Hedoní se dirigió sin dudar primeramente a ella y permaneció de pie mirándole. Monique dudó y un poco turbada le saludó con un tímido “hola”. Hedoní se expresó con la mirada, sus ojos pronunciaron ternura y un honesto

gesto

dibujó

inexplicablemente tomó la

su

rostro,

mientras

mano de Monique, y

flexionando su hermoso talle, la besó con dulzura y agregó: --- Hola princesa, quien quiere a mi hermano, también tiene mi corazón--y como un hermoso cisne dobló elegantemente su talle, con gracia y elegancia y se acomodó en la silla. Hedoní era una verdadera diva, todos sus movimientos acentuaban su infartante belleza.


En esa mesa… Monique parecía atrapar en su charla a Erms; coincidieron en un tema, las palabras empleadas y la descripción de los escenarios empatizaban con Erms; entonces, de súbito, decidió sentarse junto a Monique, le besó la mejilla y escuchó las ideas que Monique expresaba, charlaron, Erms la miraba con gusto, aprobación y agrado. Por otro lado,

un

comensal, joven y de impecable traje sastre impecablemente confeccionado se acercaba con emoción para saludar a Hedoní, un amigo de su círculo social cotidiano. Las mesas en la parte más amplia del recinto, rodeaban un extenso círculo con piso de parquet, esperando recibir parejas bailando. Justo a un costado de la pista, la mesa que ocupaba la familia,


era una de las agraciadas a presenciar en primera fila. Desde ahí, fácilmente se percibía un escenario con un par de metros de altura, dominaba cualquier ángulo visual; una banda con cerca de veinte elementos se instalaba: Piano de cola, trompetas, tuba, trompa, trombón, marimba, violines, violoncelo, mandolina,

guitarras,

arpa,

bombo,

tambores,

timbales, bongos, batería, platillos, así como todo tipo de maracas, panderos,

y güiros entre otros,

armonizarían con esos sonidos que decoran la música

latina.

Un

director

de

orquesta

se

posicionaba en un templete; Una mujer de alrededor cuarenta años, vistiendo un espectacular y sensual vestido rojo, capturó las miradas, era la vocalista. Se presentó, introdujo a los presentes al grupo y con carisma comenzó a prender el agrado de los comensales.


Una

serie

de

instrumentos

de

percusión,

encabezados por el timbal con su exacto sonido, capturaban el oído, entonces un corto silencio, tambores, metales, güiros y maracas en perfecta armonía, sorprendían al recinto, no dejando espacio auditivo en distracción. En la sala se escuchaba en volumen exacto, “ Cómo estás, cómo estás Yolanda” , de Manuel “El Zorro” Jiménez, interpretada a la manera de Orlando Contreras, cubano, que magistralmente interpretaba música de

sabor latino. Behepa,

inmediatamente fue conquistada por el son, levantó de su mesa y movió las caderas un tanto sensual, en deliciosa libertad, Alejandro no dudó un segundo y no perdió oportunidad de maravillarse bailando con su madre, que lo hacia estupendo. Erms, tampoco dudó, tomó de la mano a Monique, pidió aprobación


con un gesto, con la mirada; emocionado, se percibía Monique le iluminó con su sonrisa, la pista les acompañó, al igual que muchos comensales invitados por la espontaneidad de la familia. Los cuatro bailaron, la melodía estiró el mayor tiempo posible, los comensales gozaban la exquisita interpretación y los músicos lo percibieron, en reciprocidad, músicos y presentes comenzaron un galanteo. Después de ese lapso, los envalentados a bailar y los músicos se otorgaron un descanso. Unos minutos después … “La soledad”, de Carlos Gardel,

interpretada al estilo de Pink Martini.

Frágiles tonos de piano, como gotitas de agua cayendo, iniciaron a tornarse más alegres y entonces, un silencio… los violines anunciaron un


tango. Hedoní se dirigió a su hermano, le sacó a bailar “¿Te acuerdas?” Ambos recordaron el tiempo que fueron juntos a clases de tango, Alejandro, la tomó en sus brazos, ella se dejó llevar por el recibimiento e inclinó su cuerpo refugiándose en él , la contuvo, se miraron unos segundos y ahí comenzó el tango.

“ Viniste a miiii, como poesía en una canciónnn, mostráaandome, un nuevo mundo de pasiónnn, amáaandome, sin egoísmo y la razónnnn, no fácil sabeeerr…

que era el amorrrr.


Los oliváceos ojos de Hedoní, imantaron la mirada de Alejandro, sus cuerpos eran solo uno.

“Yo protegí mi corazoooón , el sol se fueeee y yo cantando tu…. canciónnn. La soledaaad, se adueña de toda emociónnn. Perdónameeee, si el miedo robó la ilusiónnn.”

Alejandro bajó la mirada, giraron, la aproximó a su pecho, sintió el latido de su corazón.

“ ¡No viniste a miiii, no supe amarrrr!… y solo queda esta ca_anciónnn.”


El dolor y la pasión del Tango quedaba en sus mentes, sus miradas sostuvieron historias, vivencias y…

Un

solo

de

piano

permanecía

como

puntos

suspensivos…

La gente aplaudió y los hermanos se abrazaron.


ADIOS

Ambos

estaban

desesperados,

cada

uno

en

solitario, era un sentimiento no solo privado, sino secreto.

Las luces tras la ventana tintineaban, estaba lloviendo y las gotas resbalaban rompiendo un himen de agua que se aferraba al cristal de las ventanas, los colores de las luces se distorsionaban con el velo y las gotas resbalando, asemejaban trazos de pintura en una noche dentro de un cuadro impresionista. En silencio y soledad, ambos se pensaban, melancolĂ­a apretaba sus respiraciones, una lagrima silenciosa, sedosamente recorriĂł el rostro de HedonĂ­, tomĂł impulso para su descenso


deslizándose por sus pómulos, la gota se apartó sutilmente de la piel y se precipitó al vacío, para romperse en pedacitos. Alejandro se limpió los ojos, la garganta apretaba un trago emocional difícil de permear. Hedoní, esa noche concibió despedida. Alejandro se alejaría de su vida, nunca más le abrazaría mientras verían televisión, ya no se mimarían a escondidas de sus padres, por debajo de la mesa, como travesura a sus padres y a ellos mismos… Eran cómplices en trasgredir, en retarse mentalmente, en hacer travesuras, en probar caricias… Hedoní, impulsiva y un tanto caprichosa, cubrió su cuerpo desnudo apenas velado por lencería blanca con un abrigo de piel mente, distraerse.

decidió salir, dispersar su


El frío se hizo testigo como se endurecían los muslos desnudos de Hedoní al exponerse a la lluviosa noche, más fría de lo habitual. Subió al auto, encendió las luces , así como el motor, dudó un segundo, resolvió, puso primera y encaminó hacia algo que pasó por su mente un par de segundos antes. Su auto recorrió desde lo alto de reforma, al centro, un camellón con arboles va cambiando de anchura y a sus dos costados, enormes residencias se suceden al descender en la avenida, las casas se transformaron

con

el

tiempo

en

oficinas;

descendiendo más, en bancos y centros de negocio, cruzando el periférico, la avenida se convierte en paseo Todo pasaba en silencio por la mente de Hedoní, solo escuchaba el chasqueo de

los

neumáticos rompiendo la tela de agua sobre el


pavimento, visualizó el edificio del auditorio; un grupo de rock que algún día adoró se presentaba, hizo un gesto de reconocimiento, percibió los hoteles a su izquierda, unos metros, miró a la izquierda, el museo de antropología y después a la derecha, el zoológico, recorrió un minuto en el auto, a lo alto en el cerro de Chapultepec, vio el castillo en el que soñó y lloró María Antonieta, enseguida, Reforma al cruzar el circuito interior, un hermoso paseo con andadores con mucha vida aparece a sus costados, Hedoní pasó la glorieta de la Diana, no la percibió, su mente estaba en otro lado, recordó travesuras con Alejandro en su infancia en todos esos destinos, en un lapso, una glorieta donde un ángel dorado descansa sobre un enorme pedestal es protagonista de todo, altísimo basamento creado para la sublime ángel desnuda, iluminada desde el piso con luces


violetas; hermosa.

También percibió en sorpresa

que se había desviado de su rumbo original, rodeó la glorieta y avanzó una gran cuadra, dio vuelta a la izquierda, se dirigía hacía la colonia Roma. Una vez abajo del departamento de Alejandro, le habló por teléfono, Alejandro bajó para abrirle y asegurar que su hermana estaba bien, Alejandro traía puestos pantalones de pijama, escarpines y la camisa que había portado el día de hoy, pero completamente abierta. Dio instrucciones para que abrieran el estacionamiento, subió al auto de Hedoní, de reojo, sin querer hacerlo, percibió el hermoso muslo desnudo de su hermana, se apenó, giró para no ser sorprendido, pero fue en vano. Salieron del auto, se dirigieron al elevador, Alejandro oprimió el botón y el sonido de una campana


anunció la apertura de las puertas automáticas, ingresaron en solitario, sus miradas, angustiadas, encontraron destino, la campana anunció su arribo, salieron e ingresaron directamente al apartamento de Alejandro, Hedoní buscó la mirada de Alejandro, sus bocas se pidieron y una vez que probaron sus labios

y

lenguas

humedecidas,

una

hermosa

sensación de alivio inundó sus cuerpos

La sed de sus dermis se acrecentó, cuando Hedoní se despojó del abrigo que cubría su cuerpo semidesnudo, Alejandro la tomó por la cintura, la aproximó hacia él y la acarició con un beso intenso, muy húmedo, devorando su boca. Hedoní casi desmaya y se entregó por completo a los brazos de Alejandro, la desnudez de sus pieles se


reconocieron, se confortaron y se pidieron más, mucho más. Todo su cuerpo deseó rozarse encontrando piel siamesa, se unieron en un remolino de abrazos, se besaron la piel, se besaron enteros, regocijándose de haberse dado permiso de haber probado sus hermosuras, en privado y en completo secreto, se despidieron… Alejandro se alejaría de su vida, nunca más abrazaría su piel desnuda mientras verían televisión, ya no se mimarían sexualmente a escondidas de sus padres, por debajo de la mesa, como travesura a sus padres y a ellos mismos… La complicidad en trasgredir, en retarse mentalmente, en hacer travesuras, en probar caricias, se diluiría en la cotidiana y aburrida conciencia de sus vidas adultas.


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