La voz de san roque, número 4

Page 13

que fueron sometidos por los nuevos vencedores. Vinieron a la capital buscando el anonimato, sosiego y nuevas oportunidades. No sé si lograron el anonimato y el sosiego, las nuevas oportunidades no, con toda seguridad, pero al menos encontraron un cobijo en aquellas “casas de tablas”. La nueva urbanización, por llamarla de algún modo, carecía absolutamente de todo. No había electricidad, por lo que las noches eran largas, muy largas y llenas de intranquilidad, que solo lograba quebrar las notas de alguien, que sentado en el umbral de una puerta, entonaba una copla. Oscuridad, que ahuyentaba aún más a los fieles creyentes de la leyenda negra, que tempranamente comenzó a circular por Badajoz y fue creciendo desmesuradamente. “Era más la fama”, me dice Modesto, “En otros barrios incluso hubo muertes, en La Picuriña no.” Tampoco se disponía de agua corriente, había que llevarla desde la fuente hasta las tinajas, que poseían la mayoría de las chabolas colocadas en el lugar más umbroso, para que en los secos veranos, aquellos de “la pertinaz sequía”, se mantuviera fresca. “Los más afortunados ó los que por la edad o estar impedidos les era imposi-

José Manuel Ferrera Boza

ble ir a la fuente, podían adquirírsela a los aguadores que recorrían las calles, ofreciéndola a veinticinco céntimos el cántaro.” Añade José Manuel Ferrera, otro de los contertulios que nació y vivió en “La Picu”, como él la llama. Las aguas mayores, menores, intermedias, todas las aguas a falta de una mínima canalización sanitaria, corrían libremente cerro abajo desde las embarradas calles. El olor que desprendían aquellos lodos saturados por las aguas negras, se unían a los del vertedero. Un olor acre, denso, graso envolvía al aire, insufrible para los foráneos que se acercaban a la zona, pero a los de casa no les hería el olfato, estaban más que acostumbrados. “La mierda de uno no huele”. Asevera uno de nuestros invitados con cierta ironía. En los tiempos que recuerda José Manuel Ferrera, el vertedero ya no estaba allí, fue trasladado al cruce de la Carretera de la Corte con la Nacional V. Al olor de aguas fecales y desperdicios se les unía el aroma muy particular de las piaras de cerdos que hocicaban en las basuras, bajo la vigilante mirada de los porqueros, los cuales vivían allí mismo, en una de las dependencias del fuerte.

Modesto Murillo Maldonado

Pese al entorno insalubre en que se desarrollaba la vida, parece ser, que la si• 13 •


Issuu converts static files into: digital portfolios, online yearbooks, online catalogs, digital photo albums and more. Sign up and create your flipbook.