Discurso volver a las fuente cofradía del socorro, 18 de mayo 2013 (1)

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VOLVER A LAS FUENTES PARA UNA ESPIRITUALIDAD EN LA COFRADÍA DE NUESTRA SEÑORA DEL SOCORRO DE VALENCIA (Palabras pronunciadas del Pbro. Luis Manuel Díaz en el Paraninfo de la Universidad de Carabobo, en ocasión del 397º aniversario de la Cofradía de Nuestra Señora del Socorro de Valencia, el 18 de mayo de 2013) INTRODUCCIÓN Manifiesto mi más profundo agradecimiento a la honorable directiva de la Cofradía de Nuestra Señora del Socorro de Valencia por esta honrosa invitación, la cual he aceptado con prontitud por ser miembro de esta Iglesia diocesana, y quizás sea esto mi único mérito de estar en este recinto. Dios me ha permitido desarrollar mi vocación sacerdotal en esta Iglesia que amo entrañablemente; y quiero aprovechar en esta ocasión tan grata de compartir y festejar con ustedes nuestra fe en el Espíritu Santo y la devoción a nuestra Madre Santísima, la Madre Jesús, en la valenciana advocación del Socorro. En el marco del Año de la Fe, proclamado por Su Santidad Benedicto XVI, resuena hoy más que nunca lo que imprimió el concilio Vaticano II a la Iglesia contemporánea: el regreso continuo a las fuentes para alcanzar una profunda renovación de fe, como principio y condición indispensable para vivir una verdadera espiritualidad cristiana. Es una nueva experiencia de fe que puede y debe iluminar toda nuestra existencia, en el quehacer eclesial y en el compromiso social. Permítanme recordar unas palabras del teólogo jesuita Karl Rahner, quien profetizó en su tiempo, acerca de la crisis apremiante de la espiritualidad cristiana en el mundo moderno: “El hombre religioso de mañana será un místico, una persona que ha experimentado algo, o no podrá seguir siendo cristiano... El cristiano de mañana será místico o no será cristiano”. Entiendo que ser místico es tener una experiencia de fe, vivida y decidida por la persona de Jesucristo; porque ser cristiano es tener una conciencia mística; es decir, reconocer que en mi vida cristiana es una vivencia plena en el Espíritu Santo, y como miembro de la Iglesia es sentirme que soy guiado por el mismo Espíritu. Para esto se requiere en nuestros días, un nuevo encuentro con Jesucristo, vivo y resucitado; y esto es lo místico, una nueva experiencia espiritual. La palabra “espiritualidad” evoca una relación directa al Espíritu, a la Persona del Espíritu Santo, el Espíritu del Hijo y del Padre. La espiritualidad es la vida según el Espíritu. La espiritualidad cristiana es la experiencia de fe en la vida del creyente. El mundo de hoy, reclama nuevos heraldos del evangelio con una conciencia cargada de espiritualidad, con plena identificación con Cristo y su Iglesia.


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Hace poco escribía el Papa Francisco lo siguiente: “Un cristiano sin memoria no es un verdadero cristiano: es un hombre o una mujer que prisionero de la coyuntura del momento; no tiene historia. Es el Espíritu el que le enseña como tomar la historia... Memoria de nuestra vida, de nuestra historia, de los momentos en los que tuvimos la gracia de encontrarnos con Jesús; memoria de lo que Jesús nos ha dicho…”. Es urgente fomentar una renovada espiritualidad cristiana en nuestras iglesias parroquiales, en los grupos apostólicos y en las cofradías o hermandades. Volver a las fuentes, como nos invita el Concilio Vaticano II, debe significar para la Cofradía de Nuestra Señora del Socorro de Valencia un volver a comenzar en la fe, con una relectura de sus dos constituciones más antiguas que dieron origen a la devoción de nuestra Madre del cielo. Me propongo presentar brevemente el contexto teológico-espiritual de estas constituciones y así conocer las primeras motivaciones que llevaron a los primeros cofrades a fundar esta institución, y como sabemos pronto estaremos celebrando el 400 aniversario de su fundación. LA FE ORIGEN DE LAS COFRADÍAS En este Año de la Fe, es interesante recordar que la fe “es un camino hacia Jesucristo, quien inicia y completa nuestra fe” (Cf. Heb 12, 2). Ese camino se hace, en un momento crucial, como un encuentro personal, y luego, en un momento testimonial, como un encuentro en comunidad, como Pueblo de Dios. Por esta razón, como nos invita la Carta Apostólica Porta Fidei, “el trabajo que tenemos –en este Año de la Fe- es redescubrir el camino de la fe, como exigencia para la Iglesia: porque su misión es transmitir la fe, para que el hombre se encuentre con Jesús”. La fe se vive y se comunica en comunidad, y así como Iglesia podemos irradiar con la palabra y el testimonio la novedad del evangelio de Jesucristo. La Iglesia parroquial de Valencia, donde va tener origen las primeras cofradías, era consciente que su experiencia de fe debía y exigía vivirse y transmitirse como comunidad. Las cofradías son hermandades que expresan una fe viva dentro y fuera de la Iglesia. Se dedicaban al culto en sus múltiples manifestaciones, las muchas y diversas obras asistenciales, el entierro y sufragio por los difuntos y la penitencia de los cofrades. En sus inicios se establecieron sin la aprobación de la autoridad eclesiástica, con la necesaria y exigida aprobación de la autoridad eclesiástica (del siglo XVI en adelante), o con la necesaria y exigida aprobación de la autoridad real o de la Cámara de Castilla (segunda mitad del siglo XVIII). Las cofradías son y han sido a lo largo de toda su historia, en América Latina y en Venezuela, las instituciones eclesiásticas netamente seglares. En ella los laicos más aventajados en la experiencia personal de Dios han actuado como Iglesia o como Pueblo de Dios. Más allá de la condición de clase o estado de vida, nos resuena la expresión litúrgica cuando el sacerdote nos invita en la Eucaristía en el abrazo de la


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paz: “…No tengas en cuenta nuestros pecados, sino la fe de tu Iglesia…”. De este modo, es por la fe de la Iglesia que se crean estas instituciones que se convertirán en columnas vitales para el sostenimiento de la acción pastoral de una parroquia. En la Iglesia parroquial de Valencia, ya existían tres cofradías que hacían vida pastoral: el Santísimo Sacramento, la más antigua; la Santa Vera Cruz, sus constituciones fueron aprobadas en 1586; y la cofradía del Espíritu Santo. Todas ellas representaban la expresión más genuina de la fe católica en una sociedad multiétnica, injusta e invariable. LA COFRADÍA Y LAS CONSTITUCIONES Ya sabemos que las primeras constituciones de la Cofradía del Espíritu Santo fueron aprobadas en 1616, pero al transcurrir 104 años, más de un siglo, los cofrades deciden agregar su devoción mariana bajo la advocación de “Nuestra Señora del Socorro”, en 1720, y es aprobada por el Obispo en 1723. En la política del regalismo borbónico, durante el siglo XVIII, se mostraba abiertamente contraria a la proliferación de hermandades o cofradías. De ahí la tardanza de la aprobación de la segunda constitución que tiene como fecha 1752, por parte de la corona. Muchas cofradías americanas, que presentaron sus constituciones al Real Consejo, no fueron aprobadas; en cambio la nuestra tuvo la dicha de cumplir con los requisitos legales, tal como lo exigía la cédula de Felipe III, en 1600, y retomada en las Leyes de Indias, en 1680: Para fundar Cofradías, Juntas, Colegios o Cabildos de españoles, indios, negros, mulatos u otras personas de cualquier estado o calidad, aunque sea para cosas y fines píos y espirituales, preceda licencia nuestra y autoridad del prelado eclesiástico, y habiendo hecho sus ordenanzas y estatutos las presenten en nuestro Real Consejo de las Indias para que en él se vean y provea lo que convenga, y entre tanto no puedan usar ni usen de ellas; y si se confirmaren o aprobaren, no se puedan juntar ni hacer cabildo ni ayuntamiento si no es estando presente alguno de nuestros ministros reales que por el virrey, presidente o gobernador fuere nombrado, y el prelado de la casa donde se juntaren (Ley 29, tít. 4, lib. I de la Recopilación de las Leyes de Indias de 1680). Estos trámites legales, que cumplieron la Cofradía Espíritu Santo y Nuestra Señora del Socorro, representaban para el Estado español en aquella sociedad colonial venezolana un bien público y para la Iglesia parroquial de Valencia significaba un buen espacio para la catequesis. Por consiguiente, los párrocos podrían contar con hombre y mujeres evangelizados dispuestos a sostener las actividades religiosas en los tiempos fuertes de la liturgia de la Iglesia. Ahora bien, mientras las constituciones eran aprobadas por la Corona, la vida de la hermandad tenía que esperar para su


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funcionamiento como ente eclesial para adquirir o vender bienes, o ejercer cualquier función social pública o privada. Además, las constituciones significaron el alma de las cofradías, puesto que llevaban al buen gobierno y a la disciplina de sus miembros. Por eso, en el Sínodo de Caracas de 1687 se mandaba “que si algunas cofradías se hallaren ya fundadas legítimamente, y no tuvieren constituciones, ni reglas, para su buen gobierno, las hagan, y dentro de cuatro meses de la publicación de este sínodo…” (Libro IV, Tít. XV, 170). Cada cofrade tenía sus deberes y derechos que lo hacía participar y representar a la cofradía que pertenecía. En los numerales del mencionado Sínodo, acerca de la organización de las cofradías, nos muestran la relevancia que tuvieron estas instituciones en la Iglesia venezolana. En el caso de nuestra Cofradía, esta importancia lo verificamos en la cantidad de documentos que poseemos en el Archivo Histórico Arquidiocesano “Mons. Gregorio Adam”, a partir del año 1752, donde la Iglesia puso especial énfasis en el cuidado en tomar cuentas a los mayordomos y exigir libros de administración sobre las colectas, limosnas y mesas petitorias que la cofradía hacía al recaudar fondos. FE AL ESPÍRITU SANTO La Cofradía del Espíritu Santo no nace de la nada. Tiene su origen en la fe de una comunidad ansiosa por la salvación. Es una hermandad devocional con el fin de celebrar solemnemente la fiesta religiosa. Sus miembros buscaban vivir su fe con gozo. De ahí que tenían que ostentar la belleza y el regocijo del gran día festivo del santo con novena, misa y procesión, como manifestación pública de la fe. Esta espiritualidad de los primeros cofrades nace y se alimenta del Señor y Dador de vida, el Espíritu Santo. Es el autor de la Iglesia, es el que hace posible la comunión de los fieles. Este sentir de la Iglesia, llevaba a los miembros de la cofradía a vivir las fiestas patronales, como mandaba las constituciones: “haya danzas y todo género de santo regocijo, que la celebración de tan grande fiesta”. Lo primero que nos surge al estudiar las primeras constituciones del Espíritu Santo es la cuestión del origen de esta devoción: la mayoría de los cofrades que iniciaron esta hermandad eran, según la denominación de aquella sociedad estamental, de castas inferiores: indígenas domésticos, negros esclavos o libres, pardos o mulatos. Sus aspiraciones humanas y religiosas eran universales: buscar el gozo pleno de la libertad. Y esa libertad tendría que ser como el viento, como escribe el evangelista San Juan: “El viento sopla donde quiere; oyes su rumor, pero no sabes ni de dónde viene ni a dónde va. Lo mismo sucede con el que nace del Espíritu” (3, 8). La fe en el Espíritu Santo era una compresión acertada de la espiritualidad cristiana: De él nacen los creyentes (Jn 3:3-6), Glorifica a Cristo (Jn 16:14), Guía a la verdad


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(Jn 16:13), Da poder a los creyentes (Lc 24:49), Testifica de Jesús (Jn 15,26), Enseña (Jn 14,26), Es acceso a Dios (Ef 2,18), Da certeza (Rom 8,15, 16; Gál 4,6), Autor de la Escritura (2 Pe 1,20-21), Interpreta la Escritura (1 Cor 2,1-14; Efe. 1,17) bautiza (Jn 1:32-34; 1 Cor 12:13-14), llama y comisiona (Hch 13:24, 20, 28), Limpia (2 Tes 2,13; 1 Pe 1,2), Da poder (1 Tes 1, 5), Llena (Hch 2, 4; 4, 29-31; 5, 18-20), Otorga dones (1 Cor 12, 8-11), Ayuda nuestra debilidad (Rom 8, 26), Mora en los creyentes (Rom 8, 9-14; Gál 4, 6), Inspira la oración (Ef 6,18; Jud 20), Intercede (Rom 8,26), Guía (Rom 8,14) y Libera (Rom 8, 2). ¿Cómo no recurrir a esta fe tan fundamental y excelsa para la vida espiritual del cristiano? Nadie es dueño de este gran don. Es un Dios amoroso y liberador. Un Dios que nos hace recordar siempre nuestro ser de Hijos de Dios, como primera vocación. Por eso, resuenan estas palabras del himno de Pentecostés más antiguo: “Ven, Espíritu Divino manda tu luz desde el cielo. Padre amoroso del pobre; don, en tus dones espléndido; luz que penetra las almas; fuente del mayor consuelo. Ven, dulce huésped del alma, descanso de nuestro esfuerzo, tregua en el duro trabajo, brisa en las horas de fuego, gozo que enjuga las lágrimas y reconforta en los duelos. Entra hasta el fondo del alma, divina luz y enriquécenos. Mira el vacío del hombre, si tú le faltas por dentro; mira el poder del pecado, cuando no envías tu aliento”. Esta oración lo entendieron muy bien los fundadores de la Cofradía del Espíritu Santo. SOMOS CRISTIANOS En la primera petición que hacen los primeros cofrades para constituir esta cofradía, en 1616, manifestaban su talante y convicción de su vocación de cristianos: “nuestro cautiverio y color solo está en el cuerpo, y que en lo demás, por gracia y merced de Nuestro Señor Jesucristo comunicada en sus santos sacramentos, somos cristianos, y como tales debemos vivir para ir a gozar de la bienaventuranza…”. Esta era el objetivo y la tarea principal de la naciente cofradía y se buscaba vivir la vida sacramental en un mundo muy complejo, que podemos resumir en tres aspectos: Primero, vivir la fe cristiana con visión sobrenatural en una sociedad estamental; segundo, afianzar el sentimiento de identidad, sin complejos; y tercero, sobrevivir dentro del orden social discriminatorio. Una auténtica espiritualidad nace del convencimiento de lo que somos: cristianos redimidos y con la misión de redimir al mundo. La Nueva Valencia urbana del principio del siglo XVII había crecido en su población de “negros, pardos, mulatos e indios ladinos, esclavos y libres”, y estos nuevos cristianos sienten la necesidad de crear esta institución, para hacerse sentir y comunicar su fe dentro y fuera de la Iglesia; aunque los que vivían en las haciendas o en las afueras de la ciudad no disponían tiempo y los medios necesarios para crear y administrar una hermandad o una congregación religiosa. Pero la creación de la Cofradía del Espíritu Santo va


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significar el lugar privilegiado para congregar a muchos hermanos sin importar su origen y procedencia de clase. Los primeros cofrades entendieron que para forjar una verdadera espiritualidad cristiana y pudieran conquistar una verdadera liberación era necesario hacer valer algunas sentencias populares que nos hace recordar que “Vox populi, Vox Dei” y que nos evidencia que: “cuatro pueden más que dos, cuatro ojos ven más que dos, o dos cabezas piensan mejor que una” y “la unión hace la fuerza”. Así demostraron la importancia de trabajar en equipo; puesto que la vida cristiana se hace más llevadera, más allá de las limitaciones o intereses personales, cuando se vive en comunidad. CONFIANZA EN LA IGLESIA Para llevar a buen término la creación de la cofradía, los primeros cofrades acuden a la Iglesia para la aprobación eclesiástica. Al referirse al Obispo, cabeza visible de la Iglesia, escribe las constituciones de 1616: “Como buen pastor, deseoso de la salvación de sus ovejas, con piadoso y santo celo, favoreciendo nuestra justa demanda…”. La espiritualidad cristiana se vive en comunión con toda la Iglesia, especialmente con la cabeza visible que es el Obispo. En los Sinodales de Caracas, el obispo tenía la obligación de visitar la cofradía, que consistía, entre otras cosas, “tomar las cuentas a sus mayordomos, y oficiales y el reconocer si perseveran en su loable instituto, y si se guardan sus constituciones” (Libro IV, Tít. XV, 168). Sentirse como Iglesia, siendo miembros de la cofradía, se manifestaba en el celo por la misma, y las primeras constituciones mandaba que “los españoles cofrades no han de votar ni ser dueños en cosa de esta nuestra Santa Cofradía”. Aunque dentro de la cofradía no había distinción de clase ni de sexo, las obligaciones del sostenimiento de la cofradía eran las mismas para cada cofrade “hombre o mujer, así españoles como negros, indios y mulatos”. Dentro de la Iglesia no hay distinción de personas. Una de las causas de la desaparición de una comunidad o de una cofradía es cuando se permite el poder mundano y la discriminación de las personas. Ser miembro de la Iglesia es sentirnos como hermanos por el don sobrenatural del bautismo. ORGULLO Y PERTENENCIA El máximo orgullo de pertenecer a la cofradía se expresaba en llevar “la insignia del Espíritu Santo” para las actividades religiosas y sociales. En cuanto a la actividad religiosa, se pedía a los hermanos que hicieran “una procesión de sangre el miércoles santo, en la noche, después de los maitines, convidando para ello a los curas y demás clérigos de esta ciudad, haciendo azotes…”. En la fiesta del Espíritu Santo, las constituciones mandaban que se hiciera “un estandarte, o pendón o un retablo del Espíritu Santo para llevar en procesión”.


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En la procesión, como manifestación pública de la fe, se realizaba entre los cofrades “morenos, indios y mulatos”, quienes tenían el privilegio de llevar el estandarte o el retablo del Espíritu Santo, y no entre los españoles “porque no usen de su superioridad y nos quiten la posesión de nuestra Santa Cofradía”. El sentido de pertenencia a la cofradía inducía a tener un sano celo por el origen sencillo de la hermandad, pues no se podría olvidar la fe de nuestros antepasados. La gran ilusión de estos primeros cofrades era construir una ermita o capilla bajo la advocación del Espíritu Santo. Era un signo visible de la fuerza viva y pujante de la hermandad ante otras que hacían vida en la Iglesia parroquial de Valencia. DEVOCIÓN A LA MADRE DEL CIELO La razón primordial por la cual se lleva a reformar las constituciones de 1616 tiene su principio en la devoción mariana de los mismos miembros de la cofradía cuando comenzaron a rendir “culto a la imagen de Nuestra Señora del Socorro, que muchos años después vino a su poder, y como propia habían colocado en la Iglesia parroquial”. Esta devoción a la Madre de Dios significa ver en la persona de María, la Madre del Verbo encarnado, la primera cristiana que colabora de una forma singular y única en la misión redentora de su Hijo, y, a la vez, Ella es el paradigma de la Iglesia, su arquetipo y el modelo ejemplar de todo discípulo en el seguimiento a Cristo. Este nuevo ingrediente a la fe del Espíritu Santo podría fortalecer la espiritualidad cristiana, así lo expresaba la segunda constitución de 1752: “deseosos de proseguir con más esfuerzo y eficacia en el culto y veneración del Espíritu Santo, nuestro Padre y Protector, y de la Virgen Santísima, nuestra Madre, con la advocación del Socorro, de quien estamos rendidamente constituidos por esclavos”. Este texto es la mejor expresión de la íntima unión del Espíritu Santo, protagonista de la Salvación de la humanidad, y de María, “Templo del Espíritu Santo”, en su docilidad y obediencia en la fe. La devoción a María Santísima lleva a la espiritualidad cristiana a vivir una permanente vigilancia en el amor y asistencia al prójimo y poner lo mejor de cada uno para el bien común y la edificación de la Iglesia. Así en el preámbulo de la segunda constituciones se refiere a lo mandado de la Palabra de Dios de no hacer “omisos, descuidos e inútiles, como aquel mal siervo del Evangelio que refiere el evangelista San Mateo que escondió el talento que su Señor le entregó para que lo multiplicarse, y no hallarse sin aceite de algunas obras en presencia del Justo Juez…”. Esta referencia bíblica no aparecía en las primeras constituciones, y nos lleva a denotar la madurez espiritual que había alcanzado la cofradía, no sólo en el texto legislativo sino en la vivencia y compromiso de sus miembros.


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Tener devoción a la Madre de Dios es obrar con los criterios del Evangelio, es contemplar a Dios en los hermanos más necesitados, es poner más énfasis en nuestra identidad de cristianos, con una misión específica en el mundo. La devoción es vivir conforme a la vida de la Madre de Jesús, como la primera discípula del Señor. GRATUIDAD A DIOS Y A LA VIRGEN MARÍA La presencia de la imagen del Socorro en la cofradía significó un regalo de Dios. Dice la segunda constituciones: “que habiendo sido Dios servido que muchos años después que se fundó esta Santa Cofradía, consiguiéramos la milagrosa imagen de la Virgen Santísima con la advocación del Socorro”. Por eso, se quiso titular la cofradía “Espíritu Santo y Nuestra Señora del Socorro”. Ella se convirtió en el “atractivo de la devoción” en los miembros de la cofradía. Esta devoción pasa a transcender los límites de la parroquia y llega a otras regiones del país. En efecto, el aumento de cofrades se debió por la devoción a la milagrosa imagen del Socorro. Esta fue la parte positiva, en cuanto el aumento de la devoción, que traía un crecimiento en la cofradía; pero, por otra parte, este crecimiento conllevaba muchas complicaciones en la vida interna de la cofradía; por ejemplo, en el momento de las elecciones se originaban “grande discusiones” entre los “hermanos negros, mulatos e indios”. Aunque posteriormente se van a imponer los españoles en los cargos de mayordomos. Por esta razón, en la segunda constituciones ordenaba que “solo tenga voz y voto en las elecciones de hermanos mayores, disputados, mayordomos y alguacil mayor”. Aquí comienza la distinción entre hermanos mayores y el resto de los hermanos de la cofradía. Esta disciplina buscaba el consenso entre los miembros y no perder el fin de la hermandad: vivir el compromiso como cristianos. La devoción a la Virgen del Socorro se hacía vistosa en el Día del Patrocinio de Nuestra Señora, una fiesta mandada por la corona española, como agradecimiento a Dios por la conquista alcanzada en estas tierras americanas. Las constituciones mandaban a celebrar “con vísperas y procesión, misa y sermón y el mayor regocijo que se pudiese…”. LA CARIDAD CRISTIANA Una verdadera espiritualidad cristiana nos lleva al mandamiento del amor, especialmente en la opción por los más sencillos y marginados de la sociedad. De ahí que las constituciones insisten en la asistencia singular de los miembros más necesitados, los enfermos. Los hermanos cofrades tenían la obligación con “los pobres de solemnidad”, visitar “los enfermos moribundos”, que tendría que ir “en casa de dicho enfermo, y siendo de peligro avisará, sin dilación alguna, consolar y ayudarlo a bien morir…”.


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Se le pedía a los hermanos mayores y demás hermanos, hacer una misa cantada por los difuntos cofrades en la “Iglesia parroquial en el altar de la Virgen Santísima del Socorro y se descubrirá la sagrada imagen con seis velas de media libra y otras seis se podrán en la tumba”. Esta caridad significaba compartir juntos la misma fe, especialmente por aquellos que cumplieron fielmente sus obligaciones como cofrades. Esta comunión de los santos llevaba a la cofradía a la obligación de celebrar una misa cantada por los difuntos cofrades. En fin, este compromiso llevaba a la cofradía a manifestar en la vida parroquial y social un testimonio auténtico del amor a Dios y al prójimo. La presencia maternal de la imagen del Socorro testificaba el impulso de la caridad cristiana entre los miembros de la cofradía, más allá de las diferencias y discriminación racial de aquella época. La caridad cristiana marcaba la diferencia en una sociedad injusta y desigual. La Cofradía del Espíritu Santo y Nuestra Señora del Socorro pudo superar todos estos obstáculos, gracias al milagro del Divino Espíritu y la protección maternal de nuestra Madre del Cielo. He aquí la razón de su permanencia y vigencia en la historia eclesiástica carabobeña. UNA ORACIÓN DE FE CONCLUSIVA Para terminar quisiera elevar una oración al Espíritu Divino de Dios, y los invito que me acompañen: Espíritu Santo, Señor y Dador de vida, sigue derramando tus dones de servicio y bondad en esta santa Cofradía, al igual como hiciste con María Santísima, la Madre de Jesús. Que cada miembro sientan tu presencia, como “templo sagrado”, en la disponibilidad y ayuda en el proyecto de Dios, nuestro Padre Celestial. Que nos sintamos hijos amados del Padre y hermanos en su Hijo querido, Jesucristo. Que tu gracia nos ayude a vivir el santo orgullo de pertenecer a esta Iglesia que peregrina en Valencia. Que María del Socorro dócil a tus inspiraciones nos acompañe siempre en este peregrinar hasta la vida eterna. Amén.


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