Revista Viernes Año I. No. 13

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Josué Pellecer examina una prensa que data de la decada de los 40, listo para fabricar los Libros de Oro.

Todo se lo debo a mi padre Fotos: Danilo Ramírez y archivo

Héctor Castañeda

e mirada serena, caminar pausado y voz profunda. Lo espero junto a su mesa de labores desgastada por el trabajo; se acerca, me extiende la mano y con un apretón firme, me dice: “Sabés, la primera vez que vine a la Tipografía Nacional era tan solo un niño, era más o menos durante esta época, pero a mediados de los años sesenta. Mi papá, que era parte de aquí, me traía, porque el director improvisaba una tarima en el parqueo y nos daban regalos, así se inicia mi pasión por esta gran institución”, estas son las palabras del maestro Encuadernador Josué Pellecer, quien cada día se aproxima a cumplir 40 años al servicio de la Tipografía Nacional y el Diario de Centro América. Los ojos de Josué brillan al recordar a su padre, don Saulo Pellecer Montúfar, quien fue un maestro de las artes gráficas y laboró por espacio de 47 años en esta entidad tipográfica, y dice “mi papá era el encargado de la apropiada impresión, revisión y numeración del papel sellado y los timbres fiscales, documentos legales de suma importancia y valor para el Estado”, afirma. El tiempo vuela, y antes de cumplir 17 años, allá por 1977, don Saulo se acerca a su hijo y le dice “quiero que entrés y aprendás el oficio”. Es así como Josué se presenta con ilusión y nos relata “para poder optar a una plaza, antes debías demostrar que sabías trabajar, y entonces lo que te tocaba era hacer méritos, luego te examinaban varias personas hasta que el jefe del departamento daba su visto bueno y decir: sí está apto para la plaza”. De acuerdo con lo que relata Josué su meritorio fue de tres años, inició su aprendizaje en el departamento de Prensas, para luego ser, ayudante de su padre. Una de las cosas que mi papá me recomendó fue: “Para que una persona en un lugar dure, debe ser honrada, trabajadora y ahorradora, cuando recibás tu

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Saulo Pellecer Montúfar, laboró en la Tipografía Nacional de 1940 a 1987 año de su jubilación.

primer sueldo abrí una cuenta en el banco, para que hagás algo en la vida”, recuerda sonriendo. Pasó el tiempo y su próxima asignación lo lleva al desaparecido departamento de Cajas, en el cual aprendió la elaboración de los moldes que servían para levantar obras literarias y recopilaciones de leyes, “de ahí aprendió a ser sacapruebas del Diario de Centro América. Trabajé, mano a mano con los correctores que revisaban los previos antes de la impresión”, y relata que a pesar de lo aprendido, todavía no recibía un salario por el trabajo realizado; recuerda que sus compañeros eran quienes le ayudaban, “cada fin de mes contribuían, voluntariamente, unos me daban 25 centavos, otros 10 centavos y así lograba juntar hasta

Guatemala, VIERNES 6 de diciembre de 2013

25 quetzales al mes, todo el edificio me apoyaba, yo era visto algo así como la mascota de la Tipografía”, afirma entre risas. El esfuerzo y su trabajo constante hizo que sus superiores reconocieran su esfuerzo y le tomaran en cuenta, “cuando vieron que yo era una persona apta para poder trabajar me evaluaron y gané mi plaza de ayudante, iniciando con un sueldo de Q200, luego fui directo al departamento de Encuadernación, el que ahora considero mi segundo hogar; allí inicia mi aprendizaje de empastados rústicos y finos, realizo libros en blanco, cartapacios, rayados, empastado de obras literarias y la elaboración de los famosos Libros de Oro, hechos completamente a mano”, asegura. Luego de este relato, Josué mueve sus manos, marcadas por los años de trabajo y explica cómo se elaboran estas obras: “son libros con estilo español, llevan un enguate especial, para hacerles su dorado, hay que tener nervios de acero cuando se decora el cuero, el cosido se hacía a mano para luego darle el acabado final; libros que han sido tan importantes para la historia, como el utilizado en el Centenario de la Tipografía Nacional o los que poseen la Presidencia y el Congreso de la República para sus actos protocolarios”, acota. Pero el trabajo de Josué no se queda ahí en el taller de Encuadernado, también es parte activa del Museo Nacional de la Tipografía Nacional, en el cual sirve como guía y encargado de atención al público, transmitiendo a los visitantes su conocimiento y experiencia en las artes gráficas, según dice: “Me llena de alegría poder ser parte de esta institución, pero también me lleno de melancolía al pasar por los lugares donde trabajaba mi padre, alguien que dejó un legado de trabajo y confianza, el que ahora represento yo”. A lo largo de casi 40 años de labores Josué agradece la confianza que se ha depositado en él, ya que incluso ha viajado al extranjero representando a la Tipografía Nacional con el objetivo de comprar nueva maquinaria, para la modernización de la institución. “Que yo haya llegado aquí, fue la voluntad de Dios, que por medio de mi padre me trajo para aprender y ser, orgullosamente, parte de esta sagrada institución”, finalizó.


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