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Tragaluz Para Massimo Pigliucci la respuesta para una vida plena se encuentra en el estoicismo clásico. Para Jules Evans en perder el control y entregarse al éxtasis y el misticismo. Marta Medina* rabajé durante varios años en Casa del Libro. Nunca dejó de sorprenderme la cantidad ingente de clientes que subían a la tercera planta de la librería en busca de tal o cual libro con la fórmula secreta para encontrar la felicidad, no amargarse la vida, atreverse a no gustar, conseguir la autoafirmación o sobreponerse a cientos de angustias existenciales más, algunas de lo más particulares. Frente a las ventas de la narrativa de ficción, los libros de autoayuda se encontraban siempre en las listas de los más comprados, una prueba de que la necesidad de encontrar un rumbo, una guía, un manual de instrucciones sobre cómo actuar en la vida sigue siendo una preocupación capital hoy. Precisamente, en una reciente columna de Ramón González Férriz también discurre sobre esta preocupación del ser humano insatisfecho y desorientado por adherirse a un relato que le sirva como sostén existencial, una “expresión de que vivimos angustiados, incómodos, perplejos porque no sabemos para qué sirve nuestra existencia ni por qué hay que vivirla si, al final, siempre está la muerte”. El escritor y profesor de Filosofía Massimo Pigliucci propone una solución peculiar —aunque no es el primero que lo hace— en su último libro, Cómo ser un estoico (Ariel, 2018): la respuesta a los pesares puede estar en una filosofía
Guatemala, viernes 25 de mayo de 2018
La fórmula d felicidad: ¿auto o desparram
Grabado representando a Epicteto, una de las figuras más importantes del pensamiento estoico.
Portada de Cómo ser un estoico.
nacida 2 mil 600 años atrás. Pigliucci cuenta en su ensayo cómo cuando se reencontró con las reminiscencias de las voces de Epicteto, Marco Aurelio o Zenón de Citio, vio por fin la luz al final de la búsqueda del sentido de su vida. Porque como integrante de una sociedad obsesionada con el control de todos los aspectos de nuestra vida —incluso el paso del tiempo, indómito—, Pigliucci siguió el consejo que desde el siglo I d. C. le enviaba Epicteto y que alivió gran parte de esta carga: “debemos hacer lo mejor con las cosas que están en nuestro poder, y tomar el resto como las presenta la naturaleza”, porque “tenemos una tendencia a preocuparnos y concentrar nuestras energías en aquello que no
podemos controlar”. ¿Se reconoce? No es resignación, no se equivoquen. Es aceptar las propias limitaciones. Tras una breve introducción a la historia de la filosofía clásica, Pigliucci ilustra con ejemplos claros y asequibles cómo una corriente de pensamiento milenaria sí puede solucionar problemas del mundo posmoderno. El estoicismo fomenta el pensamiento positivo, el rechazo a las pasiones exaltadas y el apego excesivo a los bienes materiales, promueve las bondades de la reflexión sosegada —si lo que nos diferencia del resto de los animales es la capacidad de raciocinio, deberíamos darle más uso— y de las buenas compañías, mientras censura las actitudes posesivas en las relaciones