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Abecedario
Guatemala, viernes 2 de febrero de 2018
Cuba, Cataluña y la Fotos: Archivo
Muchos emigrados catalanes desarrollaron intereses económicos y políticos en Cuba.
En las noches de verano, en los pueblos de la costa de Cataluña, Cuba es todavía un recuerdo y una nostalgia. Lioman Lima* n recuerdo que huele a ron quemado y una nostalgia que suena a la música de las habaneras, mientras el mar rompe y la gente se reúne a cantar viejas historias: las memorias de los abuelos que se fueron a la guerra o a buscar fortuna a Las Antillas. En Cataluña, como en el resto de España, Cuba perdura como una vieja herida, como un lejano “paraíso perdido”. Pero lo que muchos desconocen es cómo se vivió la historia del otro lado. Y es que más de un siglo antes del referendo separatista, de las huelgas y las manifestaciones que se han hecho frecuentes en esa región de España, el ideal de la independencia, al menos como hoy se concibe, comenzó a gestarse a miles de kilómetros de la Península Ibérica.
En 1898, al terminar la Guerra Hispano-Cubana-Estadounidense con la firma del Tratado de París, España perdió sus últimas colonias: Cuba, Puerto Rico, Filipinas y la isla de Guam. La política del “último hombre y la última peseta”, por la que Madrid pretendía conservar Cuba, costara lo que costara, dejó a la corona española endeudada, deprimida y en crisis. Algunos catalanes, como José Miró Argenter, Josep Oller Araga o Gabriel Prat combatieron junto a los cubanos en la guerra contra la corona.
No fue una regla general.
“A finales del siglo XIX, cuando la Guerra de Cuba, no todos los catalanes estaban de acuerdo con la independencia de la isla, había muchos que tenían negocios y perder Cuba era también perder ese negocio”, explica el historiador Joan Esculies, profesor de la Universidad Abierta de Cataluña (UOC, por sus siglas en catalán). La independencia de Cuba generó entonces algunas simpatías, pero sobre todo, muchos recelos entre los catalanes, especialmente, entre los que perdieron sus cuantiosas propiedades y riquezas en la isla. Muchos no le perdonaron esta derrota a la Monarquía, como antes tampoco le habían perdonado la abolición de la esclavitud en isla.
Y es que el tráfico de esclavos era una tarea tan catalana en Cuba que hizo popular por ese entonces una cuarteta que decía: “En el fondo del barranco/ canta un negro con afán: / ay, Dios, quien pudiera ser blanco/ aunque fuera catalán”.
Cuba catalana
Ya por esos años eran comunes en la isla los apellidos de ascendencia catalana, desde los Partagás hasta los Bacardí o los Sardá, estirpes emblemáticas de quienes habían hecho fortuna allí y establecido negocios, cuya opulencia todavía tienen eco no solo en la mayor de las Antillas sino en el Caribe y sus alrededores. Muchos abandonaron la antigua colonia después de la guerra y regresaron a Cataluña con las alforjas llenas del dinero que habían hecho sus familias allí por siglos en el comercio del tabaco, el azúcar y, también, la esclavitud. Fueron muchos de ellos quienes, al regreso, impulsaron el movimiento de renovación política y cultural de finales del siglo XIX y principios del XX que dio origen al nacionalismo catalán moderno y a fenómenos como el modernismo. Pero otros tantos se quedaron del otro lado y, desde ese entonces, comenzaron a pensar que lo ocurrido en Cuba bien podía replicarse en Cataluña.