Comiendo en leticia

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niños o con la madre, en la casa de al lado. En esas camas también dormíamos mi compañera de viaje y yo, cada vez que inevitablemente nos cogía la noche en la comunidad, lo cual era bastante frecuente, a pesar de las pataletas de la tímida Milena, que al principio parecía alarmarse ante nuestra presencia, tal vez porque creía que íbamos a seguir acaparando toda la atención de su mamá. Con el tiempo, esa misma muchachita llorona, de ojos manchados porque, según su abuela, Susana se había pintado de huito cuando la estaba gestando, se arrastraba gateando hasta la puerta de la casa cuando nos oía llegar por el freno de las bicicletas, y se carcajeaba con las piruetas que mi compañera le hacía dar sobre la cama. La casa de al lado, la de doña Mariana, la abuela, era de un solo ambiente donde estaba ubicada una cama, tres hamacas permanentemente y otras dos que se descolgaban de las vigas del techo cuando había mucha gente o cuando llegaban las visitas, pues para doña Mariana su vieja hamaca de chambira, tejida hacía tiempos por ella misma, era sólo de ella y, de vez en cuando, de su nieta menor, cuando ya no se la pasaba pegada del pecho de la madre. En este cuarto también permanecían algunos juguetes de los niños, entre los cuales en una época estuvieron los cinco perritos de “la chiqui”, la perra de la casa, esos pobres cachorros que la temible “madona” fue matando de la emoción, tirándolos con fuerza fuera de la casa o asfixiándolos entre sus bracitos y su pecho, cuando los adultos se descuidaban. Finalmente no dejó sino uno, el que le regalaron a su prima Marcela antes de que siguiera el destino de los demás cachorros, y que se llevó contenta, el mismo día que su abuela preparó guisado Fotografía 38. Susana rallando huito de costillas de un tamandúa cazado por los hombres de la casa, y le puso una de las grandes uñas, ensartada en una chambira, alrededor del cuello. El inesperado regalo de la mascota le confirmaría a ella la buena suerte que su abuela le auguró al ponerle la garra en el pecho, según dijo con cara de sorpresa, salvando el animalito de las manos de su primita. En la parte de atrás de la casa de doña Mariana, en una esquina que daba hacia el fogón, había una estrecha puerta que comunicaba con un pequeño almacén, con fósforos, algunos frascos y envases de totumos con sal, harina de trigo, azúcar, panela y algunas hierbas aromáticas secas, entre otros cacharros varios, que no debían quedar desprotegidos, pero que tampoco era propicio mantener en la habitación, junto a las camas. El patio, donde estaba el fogón, era


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