Underground Han pasado dos décadas desde la primera muerte causada por el virus COVID-19 en Wuhan, China. Nadie sabe cómo se originó, si fue una mutación del Conoravirus transmitida por los murciélagos y pangolines hacia las personas, quizá la falta de higiene en los mataderos al aire de las carnicerías de su ciudad, o en quizá en el peor de los casos, un castigo divino. Lo cierto es que la globalización hizo su parte, la accesibilidad de los vuelos transatlánticos hicieron que el virus se espaciara rápidamente y la Organización Mundial de la Salud, declarase como pandemia al virus COVID-19. Fiel a su nombre, el virus hizo lo suyo. En las primeras dos semanas, uno por uno empezaron a caer las potencias mundiales (quizá por el hecho de sus capitales centralizaban los vuelos internacionales). La mayor parte de las víctimas fue la población octogenaria, el virus era letal, pero solo para ellos. Cual clásico hollywoodense, cada una de las potencias envió a sus ilustrados, entonces hubo una asamblea en Ginebra, para abordar con mayor premura la pandemia. Pero algo fallo, no se habían percatado que los portadores podrían ser asintomáticos, entonces, los academicistas perecieron. Sin contar con el apoyo de los academicistas, la busca de una pronta cura, paso a manos de la industria farmacológica, cual carrera a la luna, Inglaterra, Estados Unidos, Rusia, Francia y China iniciaron sus investigaciones para mitigar la pandemia e introducir en el mercado una droga que fuera capaz de revertir y curar la pandemia. Donald Trump, Jair Bolsonaro y Boris Johnson precisaban hacer algo, sus parlamentos habían cerraron las fronteras y declarado la cuarentena, decidieron abrirlas, levantar el aislamiento social obligatorio; “la economía lo precisa”, alegaron. dos años después, el 40% de la población había muerto, en el 2021 solo quedaban 4620 millones de personas. El virus era letal, no perdonaba clases, religiones, color de piel, ni dirigentes. En el 2029, China encontró la solución. No fue una vacuna, no fue un chip, fue un tapabocas. Sus científicos se percataron que el virus se transmitía por el aire, el virus estaba presente en el oxígeno que respirábamos, la única cura era destruir el mismo, y dejar de respirar. Técnicamente, no hubo cura. Entonces, tras un descubrimiento de los científicos del CONICET de la Argentina que habían logrado descubrir el genoma del coronavirus, más las tesis orientales, habían concluido en que la única solución factible era proveer a cada una de las personas un barbijo, con determinadas cualidades, que permitía purificar el aire que respiramos, para de esa forma no enfermar. El único problema fue que el recurso era desechable y de corta duración, tenía una vida útil de 48 hs, tras lo cual perdía su eficacia y dejaba que virus entre nuevamente al organismo. 1