lilith guía feminista
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CARTA EDITORIAL Y NUESTRA LILITH GLOSARIO
GÉNERO, TRANSFEMINISMO Y LA LUCHA CONTINUA POR EL DERECHO A EXISTIR: UNA CONVERSACIÓN CON ALHANA CHAVARRÍA
ILUSTRACIÓN: SEDIENTX POR JUSTICIA
MEDIOS AUDIOVISUALES, EL CAPACITISMO Y EL FEMINISMO: UNA CONVERSACIÓN CON LAURA ASTORGA
POEMA: NI REY, NI PEÓN
MUJERES POR LA ESCENA: UNA CRÓNICA DE FUERZA, VULNERABILIDAD Y LUCHA POR UN MAÑANA MÁS JUSTO ILUSTRACIÓN: SOMBRAS EN LA LUNA
LA VOZ Y LAS PALABRAS: UNA CONVERSACIÓN CON SHIRLEY CAMPBELL BARR
POEMA: LA MESA ESTÁ SERVIDA
FOTOGRAFÍAS: REBORN
NUESTRO EQUIPO Y AGRADECIMIENTOS
Carta Editorial
El 24 de mayo mi pareja creativa, Cris, y yo nos reunimos en un restaurante en Heredia para tener nuestra primera reunión oficial sobre el proyecto final de mi carrera de periodismo. Nos sentamos allí, reflexionando una frente a la otra sobre todos los distintos componentes de la identidad del proyecto: su nombre, su contenido, los aspectos audiovisuales y el diseño editorial. Pensamos en personas que podrían querer ayudarnos, personas feministas y dispuestas a que su visión del mundo fuera desafiada tal como lo fue (y sigue siendo) para nosotras. Pronto, esto trascendió de ser un trabajo universitario y se convirtió en una entidad propia, libre y audaz como la misma Lilith.
Es comprensible que estuviéramos nerviosas. Después de todo, acabábamos de comprometernos con la idea de crear la primera publicación feminista de Costa Rica y la presión para lograrlo, y lograrlo bien, era palpable.
Desde su inicio Lilith se basó en la colaboración y la diversidad.
Nuestro objetivo siempre fue ser lo más inclusivas posible, porque sabemos que nosotras dos solas no representamos el amplio espectro de la feminidad y no podemos hablar de experiencias que no nos pertenecen. Por eso, buscamos hablar con
distintas activistas enfocadas en diferentes áreas del movimiento feminista. La interseccionalidad es clave y trabajamos con rigor para lograr una representación fiel de ella.
También nos propusimos crear una guía sobre términos y teorías feministas relacionadas con los temas específicos de esta edición. La intención ha sido brindarles a las mujeres y a las personas no binaries un lugar donde puedan encontrar información, creatividad y el contenido intelectual que se merecen.
Si las Cris y Elena que se reunieron hace meses en un restaurante para comenzar a soñar despiertas con un pequeño proyecto independiente pudieran ver los resultados de todo nuestro esfuerzo ahora, puedo dar fe de que sonreirían, profundamente satisfechas, y derramarían una lágrima de gratitud.
Espero que disfruten de este primer número de Lilith Zine y que sigamos creciendo con amor, sabiduría y comunidad como movimiento feminista.
Atentamente y con eterno agradecimiento, E.A.
Lilith fue descrita como la primera mujer en existir, quien fue desterrada por no obedecer. Luego se le comenzó a retratar como un demonio. Una figura malévola que varias religiones usaron para causar terror.
Esto me recuerda un poco a la manera en que nos suele dividir la sociedad. Lo que es aceptado o lo que no. Mujer de bien o mujer del mal.
La bruja, la impura, o simplemente una mujer que es dueña de sí misma y de su vida. Alguien que se separa de la religión y las reglas impuestas para buscar su propio camino en el cual tiene una voz, y una decisión por y para ella.
Cuando pensamos en nombres para nuestro proyecto, existía esta imagen que se relacionaba con una mujer fuerte, creadora de su camino, que hizo una diferencia. Una belleza única e incluso oscura tomando en cuenta los matices que la sociedad entiende como luz y oscuridad.
Encontrando un punto medio en el cual se permite crear, en el cual nos apoderamos de la oscuridad como nuestra. Resignificando cada palabra que han usado para dañarnos. Porque en un mundo donde nos quitan nuestros espacios, decidimos reclamarlos y tomarlos.
En Lilith Zine somos protagonistas. Nos permitimos crear colectivamente. Buscamos acompañamiento, conocimiento, comunidad de la mano del arte como herramienta y camino.
C.S.M
NUESTRA LILITH
Nota de la editora >>> este glosario contiene las definiciones de palabras y conceptos explorados en esta edición de Lilith Zine. ¡No dudés en consultarlo mientras seguís leyendo!
aAliadx: una persona que apoya activamente a los derechos de una minoría o de un grupo marginado sin ser necesariamente miembro de él.
cCapacitismo: la discriminación y el prejuicio social contra las personas con discapacidad, basado en la creencia de que las capacidades típicas son superiores.
Cisgénero/cis: una persona cuya identidad de género corresponde con el sexo que fue asignado al nacer; no es transgénero.
Cisheteronormatividad: un sistema de creencias sociales que privilegia la heterosexualidad, la identidad cisgénero y la asignación binaria de sexo como norma.
Cis passing: cuando alguien, generalmente una persona trans o no binarie, es percibidx como cisgénero en lugar del sexo que se le asignó al nacer.
fFeminismo blanco: también conocido como feminismo hegemónico o feminismo de la segunda ola, este es el feminismo “tradicional”. Prioriza los problemas y el bienestar de las mujeres blancas de clase media o alta, específicamente en los Estados Unidos y Europa. También se ve atado al feminismo “girlboss” ya que tiende a centrarse en la igualdad y el empoderamiento a través de medios capitalistas.
Feminismo interseccional: un tipo de feminismo centrado en el hecho de que los sistemas de opresión afectan a las personas de manera diferente en función de su raza, clase, capacidad, sexualidad y otras características.
Feminismo negro: un tipo de feminismo que se centra en la forma en que las mujeres negras son discriminadas no sólo por la misoginia, sino también por el racismo y el capitalismo.
g
Gaslighting: una forma de maltrato psicológico en la que una persona hace que otra cuestione su cordura, sus recuerdos o su percepción de la realidad.
Grooming: comportamientos manipuladores que un agresor utiliza para acceder a una víctima potencial, coaccionarla para que acceda al abuso y reducir el riesgo de ser descubierto. Suele hacerse a niños y adolescentes, pero también puede aplicarse a adultos.
iInterseccionalidad: un término utilizado para describir cómo diferentes factores de discriminación pueden encontrarse en una intersección y pueden afectar la vida de alguien.
glosario
lLa mística de la feminidad: concepto que describe la suposición social de que las mujeres pueden sentirse realizadas únicamente a través de las tareas domésticas, el matrimonio, la pasividad sexual y la crianza de los hijos. Creado por Betty Friedan en 1963 mediante su libro del mismo nombre.
mMe Too: movimiento que llama la atención sobre la frecuencia con la que, principalmente, las mujeres y las niñas sufren agresiones y acoso sexual.
nNo binarie: alguien que tiene una identidad de género que no se acopla a las creencias binarias tradicionales sobre el género, las cuales indican que todos los individuos son exclusivamente masculinos o femeninos.
pPatriarcado: un sistema social en el que las posiciones de dominio y privilegio las ocupan los hombres.
q
Queer: un término general que describe orientaciones sexuales e identidades de género distintas a las heterosexuales y cis.
tTERF: una TERF (o Feminista Radical TransExcluyente en inglés), es un tipo de feminista que se opone enfáticamente a incluir a las personas trans en espacios que considera exclusivos para personas asignadas femeninas al nacimiento. Las TERFs son notoriamente vitriólicas hacia las mujeres trans en particular, difundiendo información errónea y dañina sobre ellas. Una TERF altamente popular: la autora J.K. Rowling.
Transfeminismo: una rama del feminismo que centra las vivencias de las mujeres y personas trans. Se enfoca en los efectos que tienen la misoginia y el patriarcado en las mujeres trans.
Transfobia: un miedo irracional, una aversión o discriminación hacia las personas transgénero.
Transgénero/trans: una persona cuya identidad de género no corresponde con el sexo que fue asignado al nacer; no es cisgénero. Esta identidad incluye a las personas no binaries.
x“X”: letra que se utiliza en el formato escrito para denotar que una palabra puede ser femenina (a), masculina (o) o no binarie (e). Se pronuncia como una “e”. Ej: “juntxs”.
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GÉNERO, TRANSFEMINISMO Y LA LUCHA CONTINUA POR EL DERECHO A EXISTIR.
Una conversación con Alhana
Chavarría
Lo primero que notas cuando Alhana entra en una habitación es lo alta que es. Y no se trata solo de su estatura, no, te fijas en lo largo que es su cabello oscuro y brillante, en lo alargado que es su andar, en dónde su vestido besa la plataforma de sus sandalias. Tiene aplomo, es elegante, tiene una energía de sabiduría y profesionalismo que no se esperaría de una joven de veinticinco años.
Le digo que su forma de caminar me recuerda a Bea Arthur, un legendario icono gay que luchó por los derechos LGBTQIA hasta el día de su muerte.
Se coloca un mechón de pelo detrás de la oreja, mira hacia abajo, sonríe y, muy gentilmente, me encoge de hombros. No sabe quién es Arthur, pero se siente halagada.
Otra cosa que podrías pensar cuando la ves es… ¿No te resulta familiar? Y probablemente sí, pues en el 2021 Alhana se convirtió en la primera mujer trans de Centroamérica, la segunda en toda Latinoamérica, en ocupar el cargo de presidenta de una federación estudiantil en una universidad pública.
“Muchas personas llegaban y me escribían: “Mira, Alhana, te vimos y ahora en mi casa se está hablando de esto”, “Ahora estoy iniciando mi proceso gracias a esto”. Ahí fue donde yo dije, valió la pena romper tanto y poner el cuerpo para que otras personas también puedan llegar en su momento a estos espacios y a otros.”
Se asegura de especificar que el camino no fue fácil.
Describe instancias de transfobia-- “siendo esto una enfermedad totalmente social” --insultos, faltas de respeto hacia su nombre y pronombres, así como un profundo desgaste emocional. Algo que me parece particularmente interesante es que Alhana y su equipo no estaban conscientes del hecho de que estaban haciendo historia. Con calma se endereza la espalda y me explica que nunca usó su identidad trans como una bandera que la diferenciara inmediatamente.
“Creo que fue algo que siempre me propuse”, dice en una voz baja, pero con convicción. “Nunca voy a quedar por ser una mujer trans, sino por mis habilidades y lo que yo podía liderar desde ese espacio.”
Y efectivamente, ganó no sólo por el impacto histórico que tendría su triunfo, sino por sus habilidades como líder, oradora y defensora de los derechos humanos.
Cambio el tema hacia la importancia de tener personas transgénero en posiciones de poder.
“Es una deuda histórica para la comunidad trans y la comunidad LGBTQIA+ porque podemos impulsar políticas que mejoren las condiciones a las cuales nos enfrentamos socialmente. ¿Y quién mejor que una persona a quien le pase por el cuerpo? Entonces, desde ahí se enmarca saldar una deuda que hay con poblaciones sumamente vulnerables que enfrentan situaciones diariamente en donde tienen que sobrevivir.”
Cerrando la parte de nuestra conversación centrada en su presidencia, la cual se truncó en el 2022 cuando ella se retiró de su cargo, Alhana enfatiza que, si bien el camino hasta allí fue difícil, fue posible.
“Permití dar plataforma y visión a una realidad que estaba siendo ignorada, excluida, y silenciada por la sociedad.”
Pasando al corazón de Lilith, el feminismo, le planteo la siguiente pregunta:
“¿Seria acertado decir que vos te identificas como feminista?”
“¡Uf!”
Y es como si se quedara sin aliento. Rápidamente se recompone y comienza a contarme que este es un tema complicado dentro de la comunidad trans.
“¿Somos o no somos feministas? Esto es un tema importante de recalcar. ¿Qué tipo de feminismo nos representa? Y, en definitiva, es el interseccional, verdad, porque marca el agrupar a todas aquellas realidades que enfrentan las mujeres o que enfrentamos diariamente por un tema de sobrevivencia ante un estado patriarcal, machista y misógino. Personalmente, me considero transfeminista en un hecho de diferenciar.”
A lo que se refiere Alhana es al reconocimiento de la diferencia muy real entre el trato que reciben las mujeres trans y las cis. Sus asesinatos y crímenes de odio a manos del mundo son diferentes, al igual que las expectativas que se espera que cumplan. El rechazo que enfrentan en sí es diferente.
“Entonces, para mi es importante hacer esa diferenciación para decir, ok, está sucediendo esto y tenemos que luchar para erradicarlo.”
Continúo mi pregunta anterior con la importancia de las mujeres transgénero en la lucha feminista por la igualdad de derechos.
“Creo que somos el fiel ejemplo de irrumpir con el patriarcado y con lo cisheteronormado, de decir, mirá, abracemos esa diversidad de ser mujer. Rompemos con todo estereotipo. El feminismo o los feminismos deben abrazar esa diversidad de todos los cuerpos que, aun siendo mujeres cis, encuentran parte de esa diversidad en sus cuerpos, en sus vivencias, en sus realidades. Eso es lo que mostramos las personas trans: irrumpimos con todo aquello que socialmente se ha construido como normal.”
Esta vez, soy yo la que se queda sin aliento porque ella tiene toda la razón. Imagínense ser la encarnación viviente de la disrupción de las normas sociales. Imagínense romper todos los
estigmas con solo existir. Imagínense el orgullo y la libertad, pero también piensen en el riesgo.
“Me ha pasado muchísimo que no me he sentido cómoda en espacios feministas, debo decirlo, con las llamadas TERFs”, prácticamente se puede sentir el cansancio en la voz de Alhana.
“En Costa Rica existen y, pues, están presentes dentro de las marchas, dentro de las luchas feministas y lo vemos diariamente dentro de algunas colectivas que lo dicen públicamente o por medio de sus acciones, sus discursos de odio y demás. Entonces, a partir de eso, en esos espacios claramente no pertenezco o no me representan como mujer. Espero que cambien pronto porque no representan a muchas mujeres también desde su diversidad. Su discurso también excluye a mujeres cis y es importante recalcarlo.”
“¿Cómo excluye a las mujeres cis?” le pregunto.
“Porque meten que una mujer es aquella que menstrúa, que da a luz, etcétera, etcétera, etcétera. Todo aquel discurso sumamente errante, biológico. Hay mujeres cis que no tienen útero, hay mujeres cis que no tienen muchas de las cosas que nosotras también como mujeres trans no tenemos. (…) Se da una exclusión social, estructural y sistemática totalmente patriarcal del ser mujer.”
Me tomo un momento para pensar en mis privilegios como mujer cisgénero, las cosas que doy por sentado, pero especialmente la falta de
empatía y amor que veo hacia nuestras hermanas trans que luchan tan valientemente por nuestros derechos colectivos. Así que paso a un tema que creo que nosotras, como feministas cisgénero, debemos priorizar en nuestra solidaridad: la mejora de nuestra comunidad para ser lo más inclusivas posible.
¿Por dónde empezamos?
“No apropiarse de espacios. Creo que es algo que yo trabajo mucho con colectivos feministas. Incluyan a mujeres trans. Incluyan dentro de su lucha, dentro de sus organizaciones y abracen esa diversidad. No se apropien de algo que no les corresponde porque lo hemos visto en algunas colectivas feministas en Costa Rica. Se apropian de un discurso de interseccionalidad, de inclusión. ¿Pero cuantas mujeres trans hay ahí?”
“Entonces, a partir de eso, lo que yo siempre digo es que se formen, se formen en materia de inclusividad, de sensibilidad, de concientización y también en terminologías, conceptos, en ese material que nos permita al menos brindar un espacio seguro para aprender de una persona trans.”
Pasamos a la intersección de la feminidad y las identidades trans, algo en lo que a las TERF les encanta centrarse como una forma de desacreditar a las mujeres transgénero en particular. Ellas tienen este mito dañino sobre las mujeres trans, que refuerzan el patriarcado ya que buscan cumplir con un prototipo femenino perfecto.
“Estamos en contra de eso, más bien nosotras irrumpimos ese prototipo y decimos: mirá, podemos ser lo que queremos ser a partir de nuestro concepto de feminidad personal. No es necesario usar maquillaje, no es necesario usar esto o esto para ser mujer. Lo vemos en las personas trans que no se meten en procesos hormonales o cambios quirúrgicos. Lo que nosotras desde las vivencias trans buscamos es una comodidad con nosotras mismas más allá de cumplir los gustos del patriarcado en torno a la feminidad.”
Me cuenta cómo se espera que las mujeres trans cumplan con ser cis passing, un término que denota que una persona transgénero podría “pasar” por cisgénero. O sea, el típico: “¡Ay, nunca se podría adivinar que esa persona es trans!” (una declaración muy dañina dado que “pasar” no es lo que hace válida la identidad de una persona trans).
“Existen dos ámbitos del cis passing. Esta el que abraza a la comunidad trans, que es como una meta para llegar a los procesos, una meta de su transición y, todo bien, es válido. Pero esta el otro lado que a veces lo utilizan para reprimir y decir: si no logras ese estereotipo de ser mujer, no podés serlo.”
Su voz se intensifica y se vuelve apasionada.
“Entonces, a partir de eso es que luchamos por erradicar esos constructos y decimos: no, existimos como somos y punto. Tenemos derecho de ser.”
TÍTULO OBRA: SEDIENTX DE JUSTICIA
TÉCNICA: PINTURA ACUARELA, LÁPIZ DE COLOR, RAPIDÓGRAFO
AÑO: 2024
IG: @IMAGINARIAA
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MEDIOS AUDIOVISUALES, EL CAPACITISMO Y EL FEMINISMO.
Una conversación con Laura Astorga
Cuando llega Laura, nos quedamos atónitos. Esto sucede porque al instante queda claro que acaba de entrar en el estudio una gran personalidad capaz de dominar cualquier habitación. Ella es bajita, mide 1’55 o menos, y lleva un vestido abotonado que parece sacado directamente de principios de los 70’s. Su pelo gris, que le llega hasta los hombros, está peinado hacia atrás con ondas que evocan el estilo vintage del antiguo Hollywood. Ha venido con su hija Carlota, una estudiante de antropología de 17 años de voz muy suave y ojos tímidos. Entregándole su bastón de madera, Laura se acerca a la silla que le hemos preparado frente a la cámara.
“¿Adónde miro?” pregunta Laura, recogiéndose un rizo en la coronilla.
“Acá, viéndome a mí”, le digo. “¿Puede presentarse?”
“Bueno. Soy Laura Astorga Carrera. Tengo casi 50 años. Yo ya tengo como dos años de decir que tengo como 50. Lo más bonito que descubrí como un motivo de investigación y propósito pasó hace 10 años y tuvo mucho que ver con la infancia de mi hija en donde yo tuve que decidir cómo hacer para educarla sin que consumiera todo [lo de] Disney porque hago cine. O pretendía hacerlo.”
Me explica que ni siquiera los cineastas masculinos, que son notoriamente mucho más privilegiados que las féminas, tienen posibilidades reales de hacer cine. Simplemente no hay muchas oportunidades. Por eso muchos artistas tienden a irse de Costa Rica.
Volviendo a Carlota y su crianza, Laura comparte que llegó a un punto en el que se enfrentó a muchas preguntas sobre la representación de la mujer en los medios y cómo eso afectaría a su hija. Eso la llevó a crear una herramienta pedagógica que ayuda a detectar patrones misóginos en el cine y la televisión, más tarde llamada El Sexismógrafo, mientras Carlota aprendía sobre la representación femenina, convirtiéndose finalmente en una fan de Studio Ghibli. Esto parece alegrar mucho a Laura, ya que dicho estudio es conocido por tener protagonistas femeninas de gran fuerza en sus películas.
“¿Usted se considera más una artista, activista o cineasta?”.
Se toma un momento para pensarlo.
“Me gustaría posicionarme en un lugar más bien político. Me gustaría [identificarme como] política, pero la gente casi no entiende esta manera de hacer política.”
Laura considera que los artistas, más concretamente los cineastas que trabajan dentro del género de ficción, tienen un podio político bastante poderoso. Cuando dice “político” se refiere a que millones de personas ven lo audiovisual sin juzgarlo demasiado, sino que optan por bajar la guardia y suspender su incredulidad porque son conscientes de que una película tiene una realidad completamente distinta en sí misma. Entran en un estado de disfrute y esto permite que las películas entren en el subconsciente del público y cambien
algunas de sus formas de ver el mundo.
“Quienes hacemos ficción te ponemos a sentir como espectador y sobre la emoción hay tal vulnerabilidad que, si te convencimos ahí, no hay vuelta atrás y tiene más poder que una tesis de cómo se va a construir un país o de cómo se va a gobernar.”
Pasando al activismo, Laura comienza a detallar las diferentes barreras que se interponen a que las feministas adquieran conocimientos basados en herramientas como El Sexismógrafo.
“Algunas personas por declararse feministas o por ser mujeres, o no heterosexuales o queer se perciben como que ya tienen ese conocimiento adquirido, como si tuviera una característica biológica u hormonal, que no es [así] para nada.”
Explica que el primer paso hacia una conciencia social es admitirse a una misma que todas hemos interiorizado la misoginia, el racismo y el capacitismo, no desde un lugar de maldad, sino porque así nos condicionaron de niñas. El siguiente paso es encontrar una figura docente, alguien que te guíe en teoría y literatura feminista. Otra clave para comprender mejor el mundo que nos rodea son las ciencias sociales.
Laura tiende a sentir que constantemente lleva en sus manos un tesoro de un millón de dólares en forma de esta sabiduría, esta experiencia que puede beneficiar a las mujeres y activistas de todo el mundo. Sin embargo, lo más frustrante es que, por mucho que ofrezca a otras personas una parte de este tesoro que ha encontrado, nadie parece
estar realmente interesado en adquirir una nueva perspectiva. Al menos no en Costa Rica.
Atribuye este fenómeno a la forma en que se nos enseña a las mujeres a ver a nuestras compañeras como mera competencia, algo que da lugar a un odio muy fuera de lugar. Y no es personal, no es voluntario, simplemente se remonta a los ideales que nos han adoctrinado. Desmantelar este odio es esencial para desarmar la misoginia, porque ¿cómo podemos enfrentarnos al patriarcado si ni siquiera podemos mantenernos unidas?
“Hay una sección de mis talleres que es solo para mujeres y es para generar alianza política y esta no es que somos mejores amigas, no es que vamos a ir de viaje juntas, es que vamos por el [mismo] objetivo.”
Otro consejo que ofrece es apoyar el trabajo de las demás en lugar de descalificarlo. Debemos aprender a obedecer a las mujeres que ocupan puestos de poder y que saben lo que están haciendo sin tener que consultar cada una de sus decisiones con otras mujeres o, peor aún, con hombres. Para darnos un ejemplo, Laura dirige su atención a Cris, la directora encargada del acompañamiento audiovisual de esta entrevista.
“Digamos que Cris está dirigiendo un proyecto y me pide una luz azul. Adelante, Cris, pedime una luz azul”.
“Quiero una luz azul”, ordena Cris desde detrás de la cámara.
“Entonces, lo que pasa es que te voy a preguntar”, Laura mira a Joaquín, otro miembro de nuestro equipo. “Joaquín, ¿ella quiere azul? ¿De verdad quiere azul?”
Lo que acaba ocurriendo es que, independientemente del lugar que ocupe una mujer en la jerarquía de una empresa u organización, acaba siendo cuestionada en lugar de seguida. Otro problema suele surgir cuando cuestionamos continuamente a las mujeres en el poder y es que, inconscientemente, esperamos que ellas nos guíen en nuestros propios papeles (“¿Qué tipo de azul, Cris? ¿Y de qué tamaño? ¿Estás segura? ¿Podés escribírmelo?”), por lo que las obligamos a maternarnos.
Me llama la atención esta observación porque es muy cierta. ¿Por qué esperamos que las mujeres en el poder asuman una posición de madre y nos micro gestionen en lugar de respetar su autoridad? ¿Tenemos que suavizar siempre el papel de la mujer hasta convertirlo en algo menos amenazador, como el de una madre? Me viene a la mente Ida Lupino, una de las primeras directoras
de Hollywood que, con bastante ingenio, optó por que su equipo, en su mayoría masculino, se refiriera a ella como “madre” para que no se sintieran intimidados. Pero eso fue hace casi setenta años.
Le pregunto a Laura sobre la importancia de luchar contra el capacitismo como comunidad feminista.
“Bueno, yo siendo una persona con una discapacidad que por momentos es invisible y que yo he procurado que sea invisible, voy a explicar por qué. De pronto ahora hay un montón de circunstancias en las cuales te piden que rellenés y digás qué tipo de discapacidad hay, cuáles serían las circunstancias adaptivas que necesitás y todo. Pero también les digo, ojo, cuidado con esto porque es una herramienta de discriminación también. (…) Me molesta la hiper clasificación porque no estoy segura de que socialmente estemos maduros para saber qué hacer con eso. Estamos demasiado habituados a que lo que se hace con eso es rechazar.”
Vincula la experiencia de ser una mujer con una discapacidad a la forma en que como sociedad se nos enseña a ver a las mujeres como madres y cuidadoras.
“Para las mujeres es más pesado el capacitismo porque es como no poder ser. No podés potencialmente ser madre entonces no existís. Es insoportable porque inmediatamente asocian que, si no vas a poder encargarte de siete cosas a la vez por tu discapacidad, sea física o intelectual, no podés maternar. Entonces es, ¿para qué existe esa amiga?”
Sobre la representación de las mujeres con discapacidades en los medios de comunicación, señala que sólo hay un programa que lo ha hecho correctamente: Woo, una abogada extraordinaria. Más allá de ese, la mayoría de las historias sobre discapacidades están protagonizadas por hombres.
“¿Cuándo más veo en esto a una mujer? Una vez lo vi en [un show de] Corea de una abogada. Nunca más. O sea, es impresionante. Es como nunca más.”
Y no son sólo los hombres quienes ocupan el centro de la atención cuando se trata de luchar por los derechos de los discapacitados. De hecho, como me informa Laura, a las personas discapacitadas les resulta increíblemente difícil participar en el activismo porque la mayoría de los movimientos de discapacidad nacen de las personas que les cuidan, como sus padres o acompañantes. Es crucial dejar que las personas con discapacidad lideren su propia lucha, así como acomodar otras formas de activismo como el feminismo a sus necesidades.
Debemos preguntarnos cómo puede nuestra comunidad ser más inclusiva con las mujeres discapacitadas a la hora de organizar protestas, marchas y manifestaciones. También debemos preguntarnos cómo podemos visibilizar sus experiencias de una manera respetuosa y feminista. La verdad es que nos guste o no, elijamos reconocerlo o no, las mujeres discapacitadas existen y son tan importantes como las mujeres neurotípicas y sin discapacidad.
Mi memoria conspira en contra mía, como una alarma sin fin, que me repite todas las veces que desee ser el rey en lugar del peón, que además de ser manipulado, le toca ser un adorno, silencioso, decorativo y dócil, limitado y sin alas, pequeño y confinado, porque una mente finita así lo decidió.
ni rey, ni peón
Entonces, recuerdo a mi abuela diciéndome
que ella es un cero a la izquierda cada vez que le insisto usar su voz y su sabiduría, pero sigue siendo víctima de un sistema que la hizo callar y arrinconarse, y por eso ya no quiero ser rey.
El rey arrasa con todo a su paso sin piedad, el rey solo no escucha, solo dicta, el rey es vacío e inescrupuloso, el rey es indiferente y egoísta, el rey roba, abusa y quita.
¿Quién querría ser el rey?
Es ahí cuando recuerdo que soy infinita, que no quiero ser rey, ni estar por encima de nadie, pero tampoco voy a ser peón, y estar por debajo de nadie.
Recuerdo que soy más, que soy grande y con fuerza expansiva, que tengo una voz clara y fuerte, que soy libre y que soy yo, y ese poder no lo tiene nadie.
Lucha feminista
deIgualdadderechos
Poder femenino
MUJERES POR LA ESCENA
Una crónica de fuerza, vulnerabilidad y lucha por un mañana más justo.
Son las 5 pasadas cuando Susan llega al café en el que acordamos encontrarnos. Es la primera integrante de Mujeres por la Escena que conozco.
“Qué vergüenza, perdón por el atraso. Es que se alargó la situación en la oficina”.
Asegurándole que todo está bien, le pregunto sobre su trabajo.
“Un call center”, ensancha los ojos y mira hacia la mesa. “Vos sabés cómo es”.
Y lo sé, pero no por experiencia personal, sino por el puñado de amigas que han venido contando historias de terror sobre su tiempo en lugares de trabajo similares.
Anda una sudadera con un logo de jiu jitsu que, según me dice, le pertenece a su novio. Lleva el pelo recogido en un moño desarreglado, lo que revela un rostro fresco y juvenil que nunca delataría su edad. Cuando me dice que tiene treinta años, exclamo:
“¡No es cierto!”
Y suelta una risita.
Después de pedir unas papas bravas, Susan empieza a contarme de su trabajo secundario: actuar en simulaciones clínicas para estudiantes de medicina. Han pasado algunos años desde que se alejó por completo del teatro, dejándolo en malos términos después de sufrir violencia sexual en manos de otros artistas. Su postura se pone un poco rígida mientras relata estas experiencias.
“El primer hombre que me acosó fue el director de la facultad de artes dramáticas de la UCR. Al final lo reemplazaron, pero, mae, ¿te imaginás pasar por
eso en tus primeras semanas de la u?”
Esta anécdota me recuerda a mi propio encuentro con este problema particular que muchas mujeres enfrentamos, pero del que no se nos permite hablar. Me recuerda a mi propia agresión sexual, la cual ocurrió durante mi segunda semana estudiando cine.
Después de sacar su título en artes dramáticas, Susan comenzó una nueva carrera: ingeniería industrial. Sin embargo, esto no significa que no esté plenamente comprometida con la lucha por la igualdad de género en las artes.
Junto con la también actriz Fanny, ella es una de las fundadoras del movimiento Mujeres por la Escena. Para entender cómo llegó a existir éste y por qué su función es tan necesaria, debemos remontarnos al 27 de marzo de este mismo año, el Día Internacional del Teatro.
Ese día las redes sociales se inundaron de publicaciones de agradecimiento de muchos actores populares del país, en su mayoría hombres, pero sus contrapartes femeninas y no binarias no estaban muy entusiasmadas con la ocasión. No veían motivos para celebrar. Vieron a sus numerosos abusadores regocijándose porque, sin importar cuán problemáticos fueran, sin importar cuántas veces los hayan cancelado, ellos seguirían teniendo un lugar al frente y al centro del teatro.
Enojada y abrumada por la falta de comentarios críticos, Susan siguió los pasos de una amiga al subir una serie de historias que denunciaban las diversas instancias de agresión vividas en la comunidad. Poco después, Fanny también recurriría a Instagram para dar a conocer sus propias experiencias y expresar una grave
preocupación por el estado del gremio de teatro. Sus esfuerzos conjuntos dieron como resultado una tormenta de acusaciones contra actores a través de cuentas personales, colectivos feministas y mensajes directos.
Todo siguió una narrativa muy similar a la del movimiento Me Too que se apoderó de Hollywood en el 2017.
A medida que Susan comienza a desglosar el modelo de Mujeres por la Escena, me sorprende descubrir cuán estructurada es la comunidad que se propusieron crear. Verás, el movimiento está dividido en unos cuantos subgrupos: comunicación, trabajo profesional, investigación, academia y espacios de formación, intervenciones activas (“Ahí están las anarquistas. Ellas están dispuestas a tomar las calles y quemar teatros, si llegara el caso.”) y una sección de estrategia política.
Las actrices tienen distintas convicciones políticas: algunas son Liberacionistas, otras pertenecen al Frente Amplio y unas pocas son bastante antigubernamentales. De cualquier manera, tienen la mirada puesta en ser escuchadas por los principales políticos del país.
“Ya nos reunimos con una diputada y, a finales de junio, ella hablará sobre nuestra misión en la Asamblea Legislativa”, me señala Susan con una papa frita.
Cuando le pregunto sobre la posibilidad de trabajar con otras integrantes de Mujeres por la Escena en esta misma pieza, se encoge de hombros y agarra su celular.
“Para ser totalmente sincera, tendrías que preguntarle a Fanny. Yo soy más, como, de espíritu libre, así que estoy abierta a todo, la verdad. Ella es ya más organizada, seria, que sigue las reglas. Consultalo con ella”.
Más rápido de lo que podría haber imaginado, nuestra hora pasa y la actriz que está delante de mí debe correr.
“¡Uy! ¡Tengo una reunión en, como, media hora! Por dicha es virtual. Pero de fijo nos vemos en quince, ¿verdad?”
Y acordamos ponernos al día en un par de semanas.
Tal como dijo Susan, conseguir que Fanny se siente conmigo requiere muchas más formalidades. Primero, nos reunimos por Zoom para que yo pueda presentarle la idea de cubrir el movimiento
que ella ayudó a poner en marcha. Luego, creé un documento de Word con algunos detalles que me había pedido que le proporcionara para poder hablarlo con el resto de los miembros. Aproximadamente tres semanas después, finalmente se lleva a cabo nuestra reunión.
Fanny entra al café con los hombros ligeramente erguidos, nerviosa y es comprensible, pues detrás de su cálida sonrisa y sus gafas de montura transparente se esconde una mujer tan fuerte que, incluso cuando le cuesta encontrar las palabras o tal vez murmura un poco, su valentía y liderazgo no pasan desapercibidas.
De entrada, Fanny representa un caso muy particular, ya que estuvo casada con un abusador en serie durante casi doce años antes de separarse en diciembre del 2022. El divorcio se concretó el año pasado.
“Cuando veo el post de Susan diciendo que no había nada que celebrar del Dia del Teatro porque estos tipos agresores seguían estando ahí, todo cobro sentido. Y yo dije: ¡claro, con razón no tengo ganas de publicar nada! Porque además para ese momento, la cara de mi expareja, de mi agresor, estaba en un montón de proyectos. (…) Eso fue lo que me motivó a mí a decir, mae, no se vale.”
Así que publicó su segunda denuncia en su contra. La primera tuvo lugar el 8 de marzo, pero pasó casi desapercibida debido a la avalancha de información que acompaña a esa fecha, el Día Internacional de la Mujer. Esta vez, sus acusaciones públicas contra su exesposo no solo fueron escuchadas y respaldadas por sus compañeras actrices, sino que también fueron repetidas por muchas otras mujeres que vivieron experiencias similares con él.
“Creo que ya para ese momento en el que yo por fin me sentí con la fuerza para hacer esa denuncia, estaba en un buen lugar psicológico, porque si fue mucho el bombardeo de recibir información, comprobaciones, o bueno, había otras que yo ni siquiera me imaginaba,” se ajusta los anteojos y agarra con más fuerza mi celular, donde estoy grabando nuestra conversación.
“Yo me imaginé que cuando yo lo dijera empezarían a salir un poco de comentarios por aquí y por allá. Cuando puse la cosita [de mensajes] anónimos yo dije, bueno, vamos a ver qué pasa y empezaron a caer demasiadas, y yo dije: ¡Dios mío!”
Y estos testimonios solo demostraron exactamente por qué Mujeres por la Escena es una necesidad, no un deseo.
A medida que Fanny recibía mensaje tras mensaje detallando casos de acoso a estudiantes cuando él era profesor asistente o situaciones en las que acosaba a sus compañeras de escena durante
una actuación o detrás del escenario, ella no solo se sentía inmensamente preocupada, sino también validada después de años de ser engañada mediante el “gaslighting”. No era ella, era él.
“Cuando empecé a ver todos los nombres [de otras víctimas], fue como esta sensación de validación por esto que te decía, porque en el gaslighting te hacen creer que sos vos la loca y que sos vos la que está inventando cosas. Y no, no estaba loca.”
Pero el problema seguía en pie: ¿cómo era posible que alguien que era tan claramente conocido por aprovecharse de jóvenes universitarias y de compañeras de escena no sólo mantuviera un trabajo, sino que además no tuviera que enfrentarse a prácticamente ninguna repercusión?
“A mí eso me hacía mucho, mucho ruido en la cabeza de que era necesario que la gente conociera esta faceta de este tipo también porque para mí era importante que la gente supiera. (…) Era eso, entender la dimensión de que ya no me va a hacer daño a mi porque yo logré salir de ahí, pero ¿qué pasa con todo el resto de las personas que siguen estando en sus círculos?”
Cuando le pregunto sobre la cantidad de mensajes que recibió, me dice que ni siquiera puede poner un número.
“Pero si fueron días de mensajes, o sea, como tres o cuatro días en que los mensajes no dejaban de llegar. Creo que eso también es interesante del fenómeno Me Too, de que la gente se siente identificada y tal vez no le pasó precisamente con mi agresor, pero sienten la confianza de decir: él no es el único.”
Instintivamente, sé lo que quiere decir. Lo he vivido. En la industria del cine, la misma de la que me había propuesto formar parte cuando tenía 19 años, la mayoría de las mujeres que conocí habían tenido al menos una experiencia muy amarga con un hombre abusador. Eran nuestros profesores (tuve un profesor mayor que me tocaba los piernas en clase), nuestros compañeros (una tarde, me pasé una hora oyendo a mis compañeros hacer bromas groseras sobre dejarme embarazada), nuestros jefes (supe de mujeres que habían sido acorraladas y agredidas físicamente por hombres encargados de festivales de cine) e incluso nuestros amigos (no era raro descubrir que una persona cercana a vos fuera, en realidad, el agresor de otra). Pero, por alguna razón vergonzosa, nunca se me había ocurrido que sería igual de horrible para las mujeres que estaban al otro lado de la cámara, las actrices.
Si en cualquier otra carrera, entiéndase no creativa, la gente tiene algún tipo de protocolo al que acogerse en caso de abuso sexual, psicológico o físico, ¿por qué las escritoras, actrices y cineastas no teníamos nuestros propios procesos para
garantizar nuestra seguridad?
¿Cuánto sufrimiento más tendríamos que soportar para demostrarle al mundo que nuestro dolor es real y merece ser tomado en serio?
Hacemos una pausa para dar un sorbo a nuestras bebidas. Yo tomo una limonada, Fanny una taza de café caliente.
“Nadie está regulando el trabajo del artista que sucede en los ensayos o en camerinos o en las pautas durante las funciones. (…) Pero si [un abuso] sucede, ¿a quién puede llegar usted a hacer la denuncia? ¿En quién se ampara? ¿Qué hace la Universidad de Costa Rica? Digamos, si alguien llega a denunciar que mi pareja de escena estuvo agrediéndome o abusando de mí, ¿cuál ha sido la respuesta por parte de la universidad?”
Sube el zipper de su chaqueta bomber y empieza a hablarme de su tiempo como estudiante de teatro en la UCR.
“A la Fanny que entró a Artes Dramáticas nadie le dijo que si un compañero insistía en que tenía que haber un beso en una escena que no requería besos y usted se negara varias veces hacerlo y al mae insistiera y ya estando en escena se lo diera, a esa Fanny nadie le dijo que eso estaba mal.”
Continúa contándome.
“Además hay una cuestión, en teatro en particular, que es como de que usted tiene que ser abierto de mente, abierto para explorar y en estas exploraciones, muchas veces los límites se vuelven borrosos.”
Fanny me explica que conoció a su exesposo cuando ella estaba apenas en su segundo semestre de la universidad y él ya en su tercer año. Dice que esto fue algo que surgió mucho en los mensajes que recibió tras denunciarlo públicamente: la mayoría de sus víctimas también eran de primer ingreso. Pero mientras ellas son en su mayoría menores de 20 años, él sigue envejeciendo, llegando actualmente a los 38 y siendo padre por primera vez. Cabe señalar que la forma en la que conoció a la mayoría de sus víctimas fue a través de puestos de enseñanza, sobre todo como asistente de profesor en la UCR.
“¿Por qué el gremio sabe que estas personas son así y les da acceso a espacios donde hay personas que están en una situación vulnerable porque son mujeres jóvenes que están viendo en esta persona una figura de poder que se puede aprovechar de ellas?”
En cuanto al protocolo universitario, Fanny se pregunta si las normas se pensaron sólo para las clases y los cursos en los que el contacto físico no es algo habitual entre alumnos y profesores. Cuando
estudiás actuación, te exponés a que los profesores corrijan tu postura mediante un contacto físico directo o a que te critiquen abiertamente por la falta de cierta emoción que pueda requerir una escena. Es muy parecido a estudiar danza, donde el cuerpo se considera un instrumento, un medio de comunicación.
Tras semanas de acusaciones muy públicas contra populares actores, músicos, cineastas y otros artistas, se produjo una sensación de... ¿y ahora qué? ¿Qué va a pasar ahora? ¿Va a ser esto algo más allá de chismes y drama en redes sociales?
“Creo que la quema fue buena para entender que hay un problema y es claro que no es solo esta persona, es otro montón de personas que han hecho cosas hasta más graves de lo que éste ha hecho.”
Así que nació un grupo de WhatsApp.
A través de un enlace de invitación en Instagram, más de cien personas se unieron al chat en apenas un par de días. La mayoría eran mujeres, pero Fanny señala que también había un puñado de hombres que expresaban su preocupación por la situación y se preguntaban si podían formar parte del movimiento. Le pidieron la creación de un chat para los aliados masculinos.
“Los hombres se indignan, pero les cuesta mucho tomar una posición pública al respecto. Por eso también en algunas historias yo estuve diciendo: mae, si a usted le indigna también, ¡dígalo abiertamente! ¡Organícese, haga algo! Se esperan a que sea una la que lo haga porque como que no se sienten dueños de la lucha o porque temen que tengan cola que [el agresor] les puede majar.”
Con la misión de llenar el vacío que tan claramente existía en cuanto a normas y seguridad, Fanny y Susan se dieron cuenta de que también había una gran demanda de comunidad, de un lugar donde las afectadas pudieran hablar abiertamente de sus experiencias. También era necesario un sistema de apoyo para las víctimas que quisieran acudir a la vía judicial.
Comprendieron que la situación iba más allá de sus propias experiencias e incluso trascendía al mundo de la actuación.
Cuando le pregunto a Fanny cuál le gustaría que fuera la respuesta del público, me da una respuesta tan sencilla y obvia que resulta desgarradora.
“Yo quisiera que más gente entienda,” su mirada es sincera y esperanzada. “Si el problema no existiera, no nos tenemos que agremiar, no tenemos que hacer el movimiento. También [quisiera] darle visibilidad al movimiento, darle visibilidad a que el problema existe y que habemos personas que ya
no lo vamos a tolerar más y queremos hacer algo al respecto. Incluso es una advertencia para los agresores de que el jueguito en el que están ya no va. El problema está y estamos hartas. Queremos hacer algo al respecto.”
Mi siguiente encuentro con Susan tiene lugar el 6 de julio por la tarde. Entra al restaurante con una sudadera color salmón y el pelo recogido. Es alegre y atenta, señalando el nuevo yeso que llevo en el brazo derecho.
“¿Qué pasó ahí?” exclama. “¿Estás bien? ¿Necesitás ayuda?”
Le digo que estoy bien, pero acepto su oferta de sostener el micrófono mientras hablamos.
El mesero se acerca y Susan le sonríe amablemente, mientras le pide un jugo de maracuyá. Me doy cuenta de lo optimista que está hoy, de lo relajada que se ve esta vez en comparación con nuestro primer encuentro. Por un breve instante, veo a la ansiosa adolescente que se había matriculado ambiciosamente en la Escuela de Artes Dramáticas.
“Siento que todo empezó ahí, en realidad”, reflexiona. “Siempre había comentarios súper sexistas.”
El comportamiento fuera de lugar de compañeros y profesores no se detuvo en las palabras. Como me había contado anteriormente, la primera persona que la acosó fue nada menos que el propio director de la facultad. Susan había ido a clase con un vestido de verano de espalda abierta (“¡y un top abajo porque no me sentía tan cómoda en él!”) cuando, de repente, sintió que un dedo le rozaba la columna vertebral en un movimiento descendente hacia su colita. Este hombre no sólo era el director de Artes Dramáticas, sino un artista mayor, venerado.
En otra ocasión, le pidió que le enseñara su ropa interior.
Pero no fue el único miembro del personal que intentó propasarse con Susan. De hecho, era tan habitual que los profesores se involucraran con las alumnas que ella llegó a salir con el asistente de un curso.
“Obviamente ahí había una figura de poder. Ellos eran asistentes del curso y lo utilizaban para ligar güilas. Todo era muy extraño.”
Durante su época de estudiante, también escuchó varios comentarios sobre su cuerpo. Un profesor incluso llegó a decirle que sus piernas eran demasiado largas para su cuerpo y la hacían verse como una araña. Los cuerpos de los estudiantes eran constantemente ridiculizados y comparados entre sí.
“En mi primer año había un profe que me acuerdo que una compañera iba caminando en el aula y él le dijo que parecía una vaca, que además de estar gorda, sus pasos eran pesados.”
Curiosamente, la facultad de Artes Dramáticas había cultivado una atmósfera social en la que hablar de estos abusos se consideraba un reclamo. Susan lo compara con algo prohibido y en los casos en los que alzaba la voz, se convertía en un objetivo de más acoso.
Me cuenta una situación en la que un profesor la castigó por pedir ayuda académica.
“Le pedí a él que me diera clases por aparte y el mae me hizo hacer un montón de ejercicios y luego se burló de mí. Fue como: ja, ja, en realidad eso no servía para nada, solo la quería ver sufrir.”
No sólo los hombres desaprobaban sus quejas. Muchas compañeras y profesoras se burlaban y le decían que solo estuviera agradecida.
“Es que no tengo por qué estar teniendo un profesor que va a hablar de mis nalgas y luego me enseña a maquillarme. No tengo por qué estar explicándole a un profesor por qué subí o bajé de peso. ¡No tengo por qué explicarle a un profesor si ya inicié o no mi vida sexual!”
También se animaba a menudo a las estudiantes mujeres a actuar desnudas. Se les decía que harían mejor en una escena si no llevaban ropa. Esta difuminación de límites y la falta de respeto eran prácticas habituales.
Le pregunto a Susan por qué decidió seguir alzando la voz.
“Yo decía, mae, este profesor que fue director también se retiró con una pensión muy jugosa y está viviendo su vida muy tranquilo sin que haya recibido un solo castigo por todas [sus] actitudes hacía muchísimas mujeres. Porque no somos dos, no somos tres, no somos cuatro. Somos más de 15 y de diferentes edades. ¿Cómo es posible que sean años de años y que no pase nada? ¿Cómo carajos yo me digo a mí misma que soy feminista y que me peleo con todo el mundo si al final yo no levanto la voz?”
Y así fue como el 27 de marzo terminó subiendo a Instagram una serie de historias en las que hablaba de sus experiencias en la universidad.
“Son cosas muy feas y siento que ya es el momento de que las chicas se unan y nos pongamos a levantar la voz entre nosotras porque si nosotras no nos apoyamos, nadie nos apoya y nadie nos cuida.”
Entre las cosas desagradables que Susan vivió como estudiante, hubo un caso muy intenso de acoso sexual en el que su agresora fue una
mujer. Es importante ser consciente de que las mujeres también pueden ser violentas, y algunas incluso pueden acosar a otras, dice notablemente incómoda.
Luego está la gente que se cuestiona la validez del movimiento Mujeres por la Escena. Le dicen a Susan que el fuego se ha “apagado” desde marzo y que no tiene mucho sentido seguir luchando porque ya no tiene mucha importancia. Ella frunce las cejas y me dice que absolutamente sigue habiendo un problema.
“Lo que yo quiero es que, en un futuro, si llego a tener hijas o si la sobrina de alguien o si en 15 años alguien entra a estudiar yo sepa que va a estar en un ambiente donde no tenga ganas de morirse,” Susan baja el tono de su voz a uno serio. “Que no le de depresión, no se sienta mal con su cuerpo, no se le baje su autoestima y que pueda desarrollarse de la mejor manera.”
¿En cuánto a ser cancelada por hablar ahora en el 2024? No podría importarle menos si no vuelve a trabajar en el teatro, si ni siquiera se le permite ser miembro del público. Lo que le preocupa es hacer una diferencia para las futuras generaciones, para que no tengan que experimentar una pizca del infierno que tantas estudiantes de actuación ya vivieron.
Pero los escépticos se aferran a la narrativa de que simplemente lo hacen para llamar la atención.
“Lo que quisiera es que se den cuenta, primero, de las academias formales y de las universidades. Hay un montón de maes acosadores y abusadores que no están recibiendo castigo. ¿Cómo es posible que en universidades públicas haya profesores, y no solo de las artes, sino de otras escuelas, que han recibido más de 70 denuncias y siguen ahí? ¿Qué los castigan tres días, regresan y lo vuelven a hacer?”
Volviendo al director anterior de Artes Dramáticas de la UCR, éste recibió una cantidad atroz de denuncias que hizo desaparecer antes de jubilarse. Desaparecieron todas, me dice Susan. Es como si nunca hubieran existido.
Le pregunto qué piensa de la idea demasiado agotadora de que, al hablar de sus abusos, las mujeres podrían estar poniendo en peligro la reputación de estos hombres. Se sienta erguida con un fuego en los ojos.
“Es que no es, pobrecito, le arruinaste la carrera. ¡No! Esta persona abusó o acosó o cometió algo que es un delito. Yo quisiera de verdad que los medios de comunicación digan, ey, esto está pasando y no es posible. Aunque sea por vergüenza, pero que las autoridades competentes hagan lo que tienen que hacer. Necesitamos que alguien haga algo y que alguien nos vea porque si nadie levanta la voz esto va a seguir hasta que yo tenga 60.”
“Lamentablemente, he de confesar que era una cuestión absolutamente normalizada. Realmente, cuando yo escuché que las chicas y actrices jóvenes empezaron a denunciar y a gritar y a no permitir que esto continuara, pues, me sorprendió y lo agradecí muchísimo que... por fin, por fin, se pusiera un alto.”
“¿Por qué creés que se ha tardado tanto en empezar a concientizar sobre este tema?”
“Creo que eran conductas muy normalizadas. O sea, todas sabíamos que ese profesor era un acosador, pero ni siquiera le llamábamos así, ¿verdad? Si no que era un conquistador. Aunque nos incomodara, ya sabíamos que el profesor era así. Sabíamos incluso que él tenía una vida en pareja y aun así conquistaba a las estudiantes. Era lo que pasaba.”
Se acomoda un mechón de pelo castaño con reflejos rojizos detrás de la oreja y continúa.
Pasan un poco más de dos semanas antes de que tenga mi próxima reunión con otra integrante de Mujeres por la Escena. Como vive fuera de la ciudad, quedamos en vernos vía Zoom un agradable martes por la tarde.
“Bueno, entonces. ¿Cómo te
“Me llamo Raquel y soy actriz. Me gradué de la Universidad Nacional en el 2007, pero estudié primero en el Taller Nacional de Teatro. Creo que fue en el 95. Me gradué en el 96.”
Raquel es un poco mayor que las otras mujeres que he entrevistado hasta ahora, lo que le da la ventaja de tener más experiencia y por lo tanto más conocimiento del mundo del teatro costarricense. También forma parte del equipo de comunicación del movimiento.
Cuando le pregunto sobre los abusos a los que se ha enfrentado a lo largo de los años siendo actriz, responde:
“Ahora las estudiantes tienen más bríos, más información, tienen acceso a otros mecanismos. Porque como bien repito, era una conducta bastante normalizada. No teníamos esa información, que eso era inapropiado. Me acuerdo escuchar más de una vez a alguna profesora que protegía a estos profesores decir que como nosotras éramos mayores de edad, pues era absolutamente normal porque era una relación de dos adultos. Sin embargo, pues no, ¿verdad?”
“¿Te sorprendió escuchar que esto es algo que sigue ocurriendo tanto?”
Y me dice que sí. Raquel también me cuenta que muchas de las personas que se aprovechaban de las mujeres de su generación son las mismas que acosan a las jóvenes hoy en día. La diferencia es que ahora cuentan con muchas más credenciales académicas.
“De hecho, una de las cosas que yo pensé fue: ¿para qué tanto estudio, para qué tanta maestría, para que tanto doctorado si te seguís comportando como el neandertal que me acosó a mí? Qué en el momento en el que mis compañeras y yo fuimos víctimas de él, él ni siquiera tenía un bachillerato. Al fin y al cabo, terminan haciendo exactamente lo mismo que hacían sus maestros.”
Le pregunto si considera que este comportamiento hacia las alumnas se pasa de generación en generación.
“Así es,” responde casi de inmediato. “O sea, con este movimiento de Mujeres por la Escena, lo que me confirma es eso, ¿verdad? Que es algo que ellos aprendieron juntos. Si yo tengo un papá que es ladrón, pues yo aprendo a robar y por más que no me quiera parecer a él, me voy a parecer. Entonces creo que son lo mismo.”
“Me parece que el mensaje de la deconstrucción que algunos predican es absolutamente falso. Me da mucha pena porque son capaces de hacer cualquier cosa para defenderse y para mantener su imagen pulcra. Incluso hasta de inventar que son cosas que nosotras les montamos. Sin embargo, es mentira. Nosotras sabemos quiénes son ellos. La gente en general, hasta sus amigos y sus protectores saben quiénes son y qué es lo que hacen. Pero, sí. Siguen repitiendo un patrón y lamentablemente, pues yo no sé si se va a lograr parar… no se quién los va a parar realmente.”
Raquel hace una pausa y saca a flote algo que creo que todas las sobrevivientes nos hemos planteado en algún momento: ¿qué pasaría si un amigo nuestro se enfrentara de repente a acusaciones de abuso sexual? ¿Cómo reaccionaríamos?
“Me enojaría muchísimo. Creo que le tendría que preguntar. Lo que pasa es que siempre van a negarlo, porque hasta la fecha todavía escucho decir que son montajes, que nosotras estamos diciendo mentiras, que nunca pasó eso, que malinterpretamos. Creo que la relación con esa persona, de mi parte, se rompería porque yo sí les creo porque yo viví algo así. ¡Y aunque no lo haya vivido!”
Me cuenta cómo la mayoría de la gente prefiere ignorar las múltiples acusaciones que se hacen contra amigos o compañeros de trabajo, cómo es más fácil decir que las actrices y las estudiantes de teatro están “locas” y son “histriónicas”. Menciona la peligrosa mentalidad que adoptan muchos espectadores: si no me ha pasado a mí, no puede haberle pasado a nadie más.
Tengo que vivirlo para creerlo.
“Creo que también en algunas personas debe haber un grado de machismo incorporado que les permite quedarse ahí sin culpa siendo, pues, un poco cómplice. O sea, creo que las personas que se quedan ahí y que les permiten y les dan trabajo y todo, tienen un poco de eso. Como de: ¡Ay! ¿Qué importa? De por sí no está muerta, ¿verdad? Está ahí.”
Llegamos entonces a otro gran enigma, uno tan popular y transversal que dudo que sea la primera vez que escuchés hablar de él: ¿Deberíamos separar el arte del artista?
Raquel parece tener lista su respuesta en un instante, comenzando a profundizar con un tono muy serio y un aire apasionado.
“En tanto usted separe la obra del artista y siga trabajando con él, ese artista tiene un comportamiento que va a seguir. Entonces,
usted está abriendo espacios para que ese artista continúe violentando a otras mujeres. Me parece que eso es lo que no está bien.”
Aparte del acoso que sufrió como aprendiz en el Taller Nacional de Teatro, Raquel ha tenido la suerte de trabajar en espacios en los que se ha sentido segura y respetada, según me cuenta.
“Pero si he visto, ¿verdad? Sí me ha tocado escuchar historias de terror.”
“¿Por qué considerás que es tan pertinente que exista un movimiento como Mujeres por la Escena? ¿Por qué es algo que la gente debería tomarse en serio?” Le pregunto.
“Porque es algo que no solamente ocurre en las universidades o en las escuelas de teatro. [Se da] en todas las carreras todavía, lamentablemente, y en los espacios de trabajo. Cuando salen movimientos así, creo que hay que apoyarles y darles la importancia necesaria. Hay un dicho que dice: cuando el río suena es porque trae piedras. Entonces, creo que, si no trajera piedras, no pasa nada. No sonaría. Creo que es eso. Hay que creer y hay que apoyar.”
Al día siguiente de mi entrevista con Raquel, tengo mi último encuentro con una actriz del movimiento. Esta vez se trata de Sheyla, una mujer de unos treinta años que, desde el primer momento, me parece el tipo de feminista decidida, ferviente y sin complejos en su activismo y empoderamiento personal. Para nuestra reunión, lleva el pelo recogido en un moño relajado, un par de lentes y una camiseta de tirantes negra que muestra sus múltiples tatuajes.
Inmediatamente pienso en la primera vez que conocí a Susan y en cómo describió a las chicas de la unidad política (la misma a la que pertenece Sheyla):
“Las anarquistas”.
Estas son mujeres dispuestas a ir a la guerra, impulsadas por un intenso deseo de justicia que ha ardido merecidamente por las horribles experiencias que han tenido dentro de la industria. No están avergonzadas, más bien están furiosas, y tienen todo el derecho a estarlo. Debido a mis propias experiencias de abuso dentro de la comunidad artística y al hecho de que, al igual que Sheyla, me identifico como feminista, estoy totalmente enganchada a su historia incluso antes de que haya empezado.
Una de las cosas más importantes de ella es que es de Guanacaste. Esto le ha dado una perspectiva que desafía la del Valle Central. Así lo señala luego de presentarse. De hecho, es precisamente la razón por la que aceptó ser parte de esta entrevista.
“Yo siempre digo que el gremio es una invención Valle Centralista, ¿verdad? Porque el gremio no existe. Son solo 30 maes del Valle Central, digamos.”
Le pregunto por su experiencia como estudiante de teatro en la Universidad Nacional y lo primero que surge es su origen como guanacasteca.
“Empecemos con que tenemos que migrar, dejar a las familias para poder accesar a carreras artísticas. En ese momento era de una familia de escasos recursos y casi que era la primera que iba a la universidad. Entonces, primero como que el choque cultural ahí es fuerte y algunas otras cositas que yo veo como microviolencias que tienen que ver con las regiones.”
Por ejemplo, explica, en las clases de voz sus profesores le corregían constantemente la pronunciación y el acento guanacasteco. Cabe señalar que era la única estudiante de dicha provincia.
Como era de esperar, rápidamente nos topamos con el tema de las relaciones impropias entre profesores y alumnos.
“Era normal que hubiera rumores de ‘es que fulanita dice que se apretó con tal profe o se acostó con él’. Desdichadamente, los chismes eran ‘las chicas se acuestan con los profesores’. No eran ‘los profesores están depredando chicas’.”
Detallando lo egocéntricos que percibía a sus profesores, menciona los proyectos insignificantes que les encargaban a los alumnos, como traducir al español las canciones de rock favoritas del profesor porque pertenecían a uno de sus álbumes favoritos. Esta fue una de las primeras señales alarmantes que vio Sheyla.
Comprensiblemente, expresó su preocupación, lo que a su vez no hizo más que poner un blanco en su espalda.
“Cuando ya uno empieza a tener esas incomodidades y a expresarlas, a los profesores no les gusta. O sea, los compas son bien territoriales, bien machistas.”
En una ocasión, el profesor les preguntó a los alumnos qué les gustaría ver en su clase, a lo que Sheyla respondió que quería incorporar el uso del lenguaje inclusivo. En aquel momento, hace ya más de una década, eso significaba simplemente incluir a las mujeres en la conversación. Sin embargo, el profesor se mostró poco
receptivo a la petición de Sheyla.
“Este compa termina la clase. Todo bien. Yo me voy para el baño. El baño es un solo pasillo que luego se [divide] en el baño de hombres y el baño de chicas. En ese trayecto del pasillo, me topé con el compa y el mae me puso la mano encima, digamos, me puso contra la pared con sus manos y me dijo: cuando yo hablo, usted se calla. Yo soy el profesor y no quiero que me vuelva a interrumpir con esas peticiones.”
Shockeada y temblorosa por el encuentro, Sheyla agachó la cabeza y se fue al baño a llorar. Esta era una faceta de ella que sus compañeros apenas veían.
“Yo salía toda brava. Era así, odiosa. Entonces, empecé a caerle malísimo. Algunas otras violencias que no solo me pasaban a mí, por ejemplo, es que él decía que nunca nos iba a llamar sus colegas.”
Mientras tanto, el profesor se juntaba con estos mismos estudiantes para fumar hierba y “pasar el rato”. Esto último me suena demasiado a verdad, ya que era el comportamiento al que me acostumbré a presenciar estudiando cine.
Tras una miríada de instancias de abuso de poder hacia Sheyla y sus compañeros (como hacerles correr y competir entre ellos), el profesor llegó a un punto de quiebre con su acoso.
“Estábamos haciendo esta obra. Yo había
decidido que por toda la violencia que yo había vivido ese año, no iba a hacer la reverencia que se hace al final, simplemente me iba a quedar oculta entre los telones. Pues el compa se volvió loco cuando vio que yo no hice la reverencia. Él se tiró de las butacas y me agarró el brazo.”
La miro atónita, con la boca abierta.
“Ajá. Es increíble lo normal que eran esas cosas que nadie hiciera nada, ¿verdad? Me dijo como: ¿quién te creés que sos? ¡No sos nadie! No tenés respeto por el teatro. ¡Sos una vergüenza!”
Pero no le hablaba sólo a ella. Era un actor entrenado que sabía proyectar bien su voz por toda una sala. Sheyla dice que sus gritos se oyeron en todo el campus de la universidad.
“Los compañeros lo agarraban por detrás porque me estaba echando el cuerpo. O sea, el mae me quería pegar.”
Tras este encuentro, Sheyla salió del teatro y caminó unos 50 metros antes de desmayarse.
“Me caí, me quedé ahí. Me desconecté. Me tuvieron que llevar a una casa ahí unos guanacastecos que pasaron porque la gente pasaba a la par y nadie me ayudaba. Después de eso pasé tomando antidepresivos. Estuve como tres días llorando sin parar. Me vine a Guanacaste y entonces el compa puso que yo abandoné un curso anual.”
Al denunciar su abuso a la Defensoría de los Estudiantes, no sólo estuvo completamente sola durante el proceso de denuncia, sino que también fue chantajeada por un hombre que trabajaba en la dirección de la escuela y a quien nos referiremos como “Don X” para proteger la seguridad de Sheyla.
“Don X me llamó a la dirección y yo, ingenua, fui sola y cuando llegué el mae me dijo que si yo seguía con la denuncia me iban a entregar a mí a Rectoría porque en ese año había habido unos disturbios en un discurso de Laura Chinchilla y decían que tenían videos míos en esos disturbios. Yo si estuve en esos disturbios, pero no tenían videos míos. Pero en ese momento yo era muy ingenua. Me agarró solita.”
Después de eso, otro profesor empezó a enviar correos a las pocas amigas que Sheyla tenía en ese momento, quejándose de su apoyo hacia ella. De hecho, me cuenta ella, sus compañeros terminaron firmando una carta en la que afirmaban que Sheyla había abandonado los estudios y que ya no iba a clase, lo que acabó siendo cierto después de todo lo que había pasado.
“No pude, no pude graduarme y ya era mi último año. Entonces, esa es mi historia de terror.”
Le pregunto qué tipo de apoyo hubiera deseado tener cuando denunció las agresiones que sufrió.
“De fijo acompañamiento psicológico. Tal vez como una comisión, como alguien que fuera responsable de acompañar a la persona cuando la llamen a presentarse a una reunión, que siempre tenga alguien con quien ir acompañado para que no pase esto. Y de fijo procesos de sensibilización para los profesores porque aquí pasa algo muy curioso. A nosotras en Mujeres por la Escena nos dicen: es que ustedes tienen que motivar a la gente para que denuncie. Pero yo digo, mae, vea mi cabeza colgada ahí en las puertas del teatro. Eso le pasa a las que denuncian, el destierro total. Y por eso yo creo más en la funa social.”
Le pido que me explique un poco más por qué prefiere este tipo de denuncia.
“Bueno, primero porque la estructura está podrida. La estructura está totalmente partiarcalizada. Entonces, siempre se revictimizan a las mujeres. Siempre se les pide que justifiquen todo lo que les pasó. Esa es una de las cosas que pasa con las denuncias, que una tiene que hacer todo. Una es la ofendida y tiene que hacer todo y los maes ahí tranquilos, siguen dando clases, siguen su vida normal. Yo siento que el anonimato es muy importante porque justamente te protege de que te empiecen a cuestionar esas cosas. Sin ser políticamente correcta, la funa es agresiva, es confrontativa. Yo siento que la funa es un hecho como muy valiente y reivindicativo de la justicia comunitaria.”
Y así, estoy aquí, compartiendo las historias y los mensajes de estas cuatro mujeres fuertes que se atrevieron a hacer públicas sus denuncias, su dolor y su pesar. Yo las admiro. Yo fui una de ellas. Muchos de nosotros, no sólo mujeres, hemos estado en posiciones similares a las de ellas. Ahora es el momento de decidir qué viene después: ¿ponemos la otra mejilla y seguimos ayudando a facilitar el acoso y el abuso de más mujeres o creemos en las sobrevivientes que están dando la cara y optamos por dejar de darles plataforma a los hombres abusivos que tienen poder?
Por supuesto, la respuesta no es tan sencilla. Nunca lo es. Pero espero que al darle a estas historias un lugar donde puedan existir juntas, la gente escuche a quienes hemos sobrevivido abusos que nunca, nunca pueden justificarse y decida actuar para garantizar que tal vez un día prevalezca la justicia, y que tal vez ese día pueda ser pronto.
VER V IDEO
LA VOZ Y LAS PALABRAS.
Una conversación con Shirley Campbell
Shirley Campbell Barr es una mujer fuerte. Esto queda claro desde el momento en el que entra en el estudio con su bolso en la mano y dando largas zancadas con sus sandalias de plataforma. Nos ponemos a conversar mientras el equipo audiovisual termina de preparar las luces y pronto descubro que tiene una risa bulliciosa, pero sumamente acogedora que me recuerda a la de la actriz estadounidense, Jennifer Lewis. Y las similitudes no terminan ahí, pues ambas tienen voces muy características.
Me llama inmediatamente la atención que ella viste de una forma que evoca ese elusivo espíritu bohemio que suelen tener la mayoría de los escritores. Lleva una blusa con estampado de leopardo, jeans azules de pierna ancha, brazaletes dorados en las muñecas, grandes joyas brillantes en los dedos y un grueso collar de madera que le cuelga del pecho. También lleva las uñas perfectamente manicuradas y un piercing dorado en el tabique que resalta sus ojos claros y luminosos.
Shirley es muchas, muchas cosas y me lo hace saber al instante. Ella es antropóloga, poeta, activista, madre, hermana, hija y además es feminista.
“Feminista negra,” especifica.
Durante mi investigación para esta entrevista, uno de los datos sobre ella que más me resaltó fue su tiempo estudiando feminismo africano en la Universidad de Zimbabue. Al preguntarle sobre su importancia en el contexto de Costa Rica, Shirley empieza a instruirme. Estoy entusiasmada.
Me dice que todas las formas del feminismo, sin importar cómo las llamemos, son importantes en el contexto de nuestro país, así como en cualquier otro. Esto se debe a que las mujeres existimos en todas las formas; somos diversas en tamaño, color y las estructuras sociales que nos atraviesan. Sin embargo, el feminismo africano tiende a atraer más a las mujeres afrodescendientes en Costa Rica debido a la forma en que se presentan ante la sociedad y cómo dicha sociedad las lee.
“Yo creo que obviamente nosotras mujeres afrodescendientes tenemos una herencia que, pese a la historia que nos ha intentado borrar e invisibilizar, pues la guardamos. Es una herencia ancestral.”
También señala que hablar de un feminismo africano singular es limitante debido al tamaño del continente y al hecho de que alberga más de 50 países.
“En su introducción usted dijo que se identifica no sólo como feminista, sino como feminista negra. ¿Podría explicarnos un poco más eso?”
Y así comienza a explicar que al especificar que es una feminista negra, reconoce una disparidad histórica entre las mujeres negras y las que no lo son.
“Es interesante porque yo nunca me dije feminista. Realmente el feminismo me llegó como le llegó a mucha gente. Me llegó porque pues soy Shirley Campbell Barr, una mujer negra que tiene
una responsabilidad social e histórica. Eso es como yo me percibo—y [digo] responsabilidad porque, bueno, a través de lo que hago tengo una consciencia. La conciencia siempre trae responsabilidad.”
Cruza una pierna sobre la otra y se acomoda el collar.
“Soy una mujer negra que está luchando por cambiar la realidad de las minorías no solamente étnicas. Soy una por las mujeres indígenas, por los pueblos indígenas, por todos los grupos históricamente marginalizados porque no puedo ser una mujer negra que lucha por los derechos de las mujeres negras si no entiendo que hay una disparidad histórica que también está en contra de otros grupos. Yo soy una defensora de los derechos humanos y sí, soy una mujer negra, esto se ve. Entonces, sí, soy una feminista negra, pero también soy una defensora de los derechos de todas las personas.”
Shirley es el tipo de persona que habla con tanta convicción e intención que es imposible no sentirse hechizada por su mensaje. Utiliza mucho las manos para puntualizar algunos de sus mensajes y hacerlos más evidentes. Es claro que tiene experiencia en hablar en público.
Sabiendo lo inclusivo que suele ser el feminismo negro a la hora de defender a todas las minorías sociales, me viene a la cabeza lo que considero su polo opuesto: el feminismo blanco. Pienso en las voces blancas dentro del movimiento feminista que, a la primer oportunidad que se presente, están dispuestas a priorizar sus luchas sobre las de las mujeres de color.
“¿Qué opina del impacto nocivo del feminismo blanco a nivel cultural?”.
Hace una pausa antes de contestarme. Me doy cuenta de que elige cuidadosamente sus palabras.
“El racismo como lo conocemos hoy nos permea a todas las personas. Estamos luchando para cambiar. Sin embargo, creo que el feminismo como teoría, como ideología, nace como y con ese nombre con la mujeres blancas. Ellas obviamente crecieron y se desarrollaron [en] sociedades racistas. Yo [le] digo el feminismo tradicional, pero es que también eso es un poquito delicado porque en América Latina, por ejemplo, ¿quién es blanco y quién no? Eso es una alucinación que el racismo nos ha hecho creer.”
Continúa.
“Cuando las mujeres blancas en los Estados Unidos salieron a luchar por su voto y el derecho a manejar su propio cuerpo, quiénes se quedaron en casa cuidando a los niños fueron las mujeres
negras. (…) Cuando ellas estaban luchando por el derecho al aborto, nosotras estábamos luchando por que no fuéramos esterilizadas en masa.”
Explica que el problema no es necesariamente la raza en sí, sino la conciencia. Así, explica que no se trata del daño que las mujeres blancas han hecho al movimiento feminista, sino de que se han beneficiado de la falta de igualdad racial entre las mujeres. Sin embargo, volviendo a la conciencia, Shirley explica que esto ocurre porque no son conscientes de su propio racismo. Esto les impide darse cuenta de que dentro del movimiento hay múltiples luchas paralelas.
“El feminismo tradicional olvida que ellas mismas también tienen que abrir mano de su privilegio para dar espacio a otras mujeres y reconocerlo, porque el problema más grande es el no reconocimiento.”
Pasando a su carrera literaria, comienza explicando que elegir ser escritora fue una decisión muy política, no sólo porque requiere un cierto grado de conciencia que muchos no tienen, sino también porque hay muy pocos escritores con una voz como la de Shirley.
“Yo tengo el privilegio de que tengo una voz. Tengo la voz y tengo las palabras y entonces tengo que denunciar.”
Me cuenta que sus primeras inspiraciones para escribir fueron masculinas. Pensemos en Nicolás Guillén, famoso poeta y activista político cubano, y en Jorge de Bravo. Luego, con el tiempo, descubrió a las legendarias feministas negras que abrieron el camino a tantas otras como Bell Hooks, Maya Angelou y Toni Morrison.
¿Y por qué estos ejemplos son estadounidenses? Shirley explica que las voces negras han sido mucho más prominentes en lugares así. También señala que las voces negras dentro de Costa Rica tienden a ser descubiertas primero por otros países que por nuestro propio panorama cultural.
“De nosotros están hablando hace 35, 40 años en los Estados Unidos y aquí en Costa Rica nos descubrieron hace mucho menos, digo yo.”
Más tarde descubrió a escritores afrolatinos de países como Colombia y Puerto Rico. Menciona a Yolanda Arroyo Pizarro, contemporánea suya, como una voz digna de celebración.
“A lo largo de América Latina y el Caribe, nuestra literatura viene con una denuncia, en general, o una celebración, pero viene con el tema de la negritud y esos son temas que la gente no quiere hablar.”
Le pregunto cómo contribuye la escritura a que las mujeres negras revindiquen su poder.
Sonríe, contenta con esta pregunta.
“Normalmente una escribe para una misma. La literatura tiene esa gran virtud, en particular la poesía, pero igual otros géneros literarios son una conversación con una misma. Puede decirse cosas que nadie va a refutarle a usted. (…) ¿Qué pasa? La escritura me ayudó a mí mucho a canalizar, digamos, un poco esas cosas, o sea, a escribir cosas que me hacían sentir bien a mí. Cuando una empieza a compartir lo que una escribe, tiene eco en otras personas. Entonces una descubre que la literatura tiene poder, que yo tengo el poder de hablarle a personas que se ven como yo.”
Inmediatamente me viene a la mente el poderoso e influyente poema de Shirley, Rotundamente Negra (1994), en el que declara no estar dispuesta a comprometer su identidad para encajar en sociedades racistas. Proclama su negritud y la celebra apasionadamente. Ella es ella misma sin pedir disculpas. Es una obra literaria que ha inspirado a muchas otras mujeres a sentirse validadas y a expresarse libremente.
“Tengo la certeza de que lo que yo he escrito, lo que sigo escribiendo, apela directamente en otras mujeres negras, en los pueblos afrodescendientes. Que yo me diga rotundamente negra es transformador para otras mujeres que les daba
miedo decirse rotundamente negras porque nos enseñaron que eso no estaba bien, que no estaba bien ser rotundamente negra y tener estas caderas y tener esta nariz, tener estos labios y bailar de la forma como yo bailo.”
Continúa explicando que, históricamente hablando, las historias sobre personajes negros han sido contadas por personas blancas, por lo que están plagadas de estereotipos perjudiciales. Pensemos en el caso de Cocorí, en Costa Rica.
“Soy yo. Yo me cuento como yo quiero contarme. Nadie tiene que decirme quién soy yo, cómo soy yo, cómo yo me construyo, cómo se construyen mis pueblos. Hasta que los leones no tengan sus propios historiadores, las historias seguirán glorificando al cazador. Ese es el proverbio africano que ahora repetimos. Y es así. Entonces ahora yo no permito que nadie diga quién soy porque yo me aprendí.”
Antes de concluir nuestra charla le pregunto si tiene un mensaje final.
“Estamos viviendo en buenos tiempos. ¿En qué sentido? Bueno, hay una conversación. Hay unos temas importantes que están sobre la mesa. Hay una discusión al respecto. Hemos tenido unos avances importantísimos en los últimos años. Costa Rica es un país que ha dado pasos históricos. Hemos hecho cosas muy importantes como resultado de las luchas y los esfuerzos de los pueblos afrodescendientes. Infelizmente, nadie nos ha dado nada de gratis. Ha sido el resultado de una lucha. (…) A cada uno le toca vivir en el tiempo que le toca vivir y hay que asumir responsabilidad del momento histórico que nos toca vivir y tomar partido. Tomar partido por los derechos humanos de todas las personas. Yo lo tomo a través de la literatura, a través de la palabra. Yo le doy a la pelea que me pongan al frente porque hay que hacerlo. Porque tengo la voz y las palabras.”
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DE AUTORES NO TRADICIONALES.
La mesa está servida
Te caíste, y como un espejo tus pedazos se esparcieron por el pasillo reflejando la luz de una tarde romántica sobre nuestros rostros. Rostros que miraban con miedo y tristeza su propio reflejo en ti. No te duermas dime, ¿qué quieres? ¿qué queremos? ¿qué necesitas? ¿qué necesitamos? Un vaso de agua, tal vez un café, una sopa, hilo y aguja, un cigarro, un taxi o una ambulancia.
No te duermas. Apenas sé tu nombre. No te duermas.
La llamada está en espera. No te manches las mangas. Estamos tan jóvenes y tan tristes, rondando en historias de monstruos y amores que dolieron. No te duermas, el baño no es tan grande para todas. No te duermas, El desorden no está en los libros ni en los óleos, tampoco en las girnaldas ni en los cuartos, está en nosotras.
Nos armamos la una a la otra porque nuestras grietas se parecen; porque nuestras piezas a veces son iguales.
No te duermas, está temblando.
No es la tierra, son mis piernas. Lloraré o lloraremos, pero no frente a ti.
No te duermas, la mesa está servida.
ARTISTA: ARIADNA AV
TÍTULO OBRA: LA MESA ESTÁ SERVIDA
TÉCNICA: POEMA
AÑO: 2024
IG: @__ARI.AVI__
REBORN REBORN rose dimarte
“MOSTRAR CÓMO LAS MUJERES
PUEDEN REINVENTARSE, REDESCUBRIRSE Y RENACER EN SUS PROPIOS TÉRMINOS, DESTACANDO SU FUERZA Y SU BELLEZA AL SER ELLAS MISMAS
SIN TENER QUE ENCAJAR CON LAS EXPECTATIVAS SOCIALES.”
ARTISTA: ROSE DIMARTE
TÍTULO OBRA: REBORN
TÉCNICA: FOTOGRAFÍA DIGITAL
AÑO: 2024
IG: @ROSE.DIMARTE
FUNDADORA / PERIODISTA / EDITORA EN JEFE
Estudiante de periodismo de la Universidad Latina de Costa Rica. Ex alumna de Cine y Televisión, también trabaja dentro del ámbito audiovisual. Su cortometraje, Iridiscente, estuvo en la categoría “Made in Costa Rica” del FestivalShnit San José 2021. Tuvo su primera publicación extranjera en la revista literaria canadiense, Open Minds Quarterly. Sus reportajes en español han salido en Delfino. com y El Financiero.
CINEASTA / FUNDADORA / DIRECTORA AUDIOVISUAL
Con más de 10 años de experiencia, la licenciada en Cine y TV se ha desarrollado en distintos roles de producción audiovisual. Sus cortometrajes han participado en festivales a nivel internacional recibiendo reconocimientos.
DIRECTORA DE ARTE / DISEÑADORA GRÁFICA /
FOTÓGRAFA
Ha trabajado por más de 8 años en espacios de diseño multidisciplinar, estudios de diseño y en general, cualquier espacio que le permita plasmar su creatividad.
Cuenta con dos proyectos personales: Kamaleónica Studio < estudio colaborativo enfocado en la creación de marcas con alma > y Rose DiMarte < proyecto sobre fotografía conceptual y moda>.
carta agra deci mien tos
Antes de nada, me gustaría dar las gracias a Cris, mi compañera creativa en este y tantos otros viajes, por fundar Lilith conmigo. Ha sido un camino difícil, pero lleno de autodescubrimiento, reflexión y amistad femenina. Atesoraré para siempre estos meses en los que nos hemos propuesto crear comunidad y un sentido de propósito, no sólo para nosotras, sino para las mujeres de Costa Rica.
También quiero dar las gracias a Rose por ser esencialmente la mentora de este proyecto. Es gracias a tu guía que nosotras, como revista y comunidad, tenemos esta identidad visual. Has mantenido a Lilith con los pies en la tierra, dándole una estructura que ha sido indispensable para su creación. Gracias por ver nuestro potencial y creer en él.
Me gustaría dar las gracias a Alhana, Laura y Shirley por participar en la serie de perfiles de esta edición. He aprendido mucho de todas y cada una de ustedes. Gracias por compartir su conocimiento y confiarnos la tarea de hacerlo visible para lxs demás.
Gracias a Mujeres por la escena por permitirme la oportunidad de contar su historia a través de la crónica principal. Gracias por la intimidad, la confianza, el tiempo, las conversaciones profundas y el cariño con el que me han tratado.
También me gustaría dar las gracias a Sharline, Kristen, Ashley y Ariadna por colaborar con nosotras a través de sus escritos e ilustraciones.
En cuanto a la ayuda que hemos tenido detrás de cámara, me gustaría dar mil gracias a Joaquín por ayudarnos con la iluminación, el trabajo de cámara y otras tareas generales de producción. Tu ayuda ha sido crucial y esta revista, especialmente su acompañamiento audiovisual, no sería lo que es sin ella.
Lo mismo digo de Alo, quien nos ayudó con la producción de la portada, el spread fotográfico y los retratos del equipo. Gracias por ayudarnos a crear una identidad visual emocionante y cautivadora.
También quiero decirle las gracias desde el fondo de mi corazón a Marianne por su ayuda con el sonido del acompañamiento audiovisual de la crónica central.
Un gran agradecimiento para Vero, nuestra estrella de portada y primera encarnación de la mismísima Lilith. No sabés lo enamoradas que estamos todas de esa foto. También muchas gracias a Winklelita por crear un look de maquillaje tan impresionante e inolvidable. Tanto vos como Vero han contribuido a dar vida a esta revista y por ello les estaré eternamente agradecida.
Por último, el mayor agradecimiento va dirigido a ustedes, nuestrxs lectorxs. Gracias por tomarse el tiempo para leernos, apoyarnos y aprender a nuestro lado. Estoy muy agradecida y feliz de tenerlxs aquí. Espero que podamos seguir juntxs y crecer como comunidad.
E.A.
“Lilith es todo lo que Eva no pudo ser. Es anti-patriarcado, desafiante de la belleza tradicional, es trans, cis, no binarie; ella es ferviente, auténtica y libre sin complejos. Es el opuesto a la Mística de la Feminidad. Es la libertad pura.”