Las huellas del amor

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LAS HUELLAS DEL AMOR

Ana Mena, Laura García, Yennifer Guarín

Ilustraciones generadas por IA

A todas las mujeres rescatistas que dedican su vida para darle una segunda oportunidad a aquellos que más lo necesitan. Gracias por ser esa luz de esperanza, bondad y por demostrarnos, cada día, que el amor lo cura todo.

Había dejado de creer en los humanos. Cuando tenía apenas dos años, fui abandonado por la familia que me había acogido de bebé. Fui golpeado en las calles por ser un ‘sin hogar’ y vagaba por la ciudad en soledad.

Uno de esos días que caminaba sin rumbo alguno la vi por primera vez. Era una tarde lluviosa, sombría y yo me encontraba más sucio que nunca. Ella, una mujer de ojos amables, quien caminaba junto a un gato que parecía haberse encontrado en el mismo estado que yo recientemente. Me acerqué a ellos, moviendo la cola con cautela. No vaya a ser que quiera lastimar a ese pequeño gato -pensé.

- ¡Hola!, soy Elena, ¿cómo estás peludito?

Hasta que ella no me tocó, no me di cuenta que estaba temblando de frío.

Su mano era muy cálida y su sonrisa demasiado brillante. Por primera vez no tuve miedo de un humano.

De repente, Elena me tomó en sus brazos junto al gato y nos cargó por un laberinto de calles. Laberinto que nos llevaría a un nuevo destino.

fdghh

Llegamos a una casa enorme. Esta tenía tres pisos y un gran patio. Pero me di cuenta que no éramos los únicos aquí. ¡Éramos más de cincuenta!, ¿no les parece exagerado?

Resulta que Elena era algo así como una rescatista, según me contó el gato gruñón más viejo de esa casa. Todos la llamaban ‘mamá El’ (aunque ella nunca entendía a qué se referían con sus maullos y ladridos). Allí entendí que nosotros dos acabábamos de encontrar algo que hace tiempo había olvidado, un hogar.

Después de un tiempo construimos algo así como una sociedad o acuerdo. Logramos convivir con los otros animales y con Elena; es más, ella nos dio nombres raros: yo, Rocky y el gato o gatita, Luna.

Ella siempre nos bañaba, nos daba de comer y cuando teníamos sueño, nos arropaba con mantas muy suaves. A mí me gustaba acurrucarme junto a ella en el sofá. Luna, por otro lado, con sus ojos verdes brillantes, exploró cada rincón de la casa; a decir verdad, era la más sociable con los otros perros y gatos de la casa.

Los días pasaron, y Elena estableció una rutina amorosa con nosotros. Despertábamos temprano para recibir caricias y desayuno. Yo, Rocky, había recuperado demasiada energía y amaba los paseos al aire libre, mientras que Luna prefería observar los pájaros desde la ventana. Juntos, formábamos una familia peculiar, no solo éramos tres, porque ya éramos más de cincuenta.

Después de un tiempo nos volvimos grandes confidentes de Elena. Le contábamos todas nuestras aventuras y sueños. A pesar de que ella se veía cansada, siempre nos escuchaba; yo, por ejemplo, soñaba con ser un valiente perro guardián y Luna soñaba con explorar la Luna (aunque no entendía muy bien cómo llegar allí). Elena reía y nos prometía que haría todo lo posible para que nuestros sueños se hicieran realidad.

Un día de primavera, cuando el paisaje es más hermoso, Elena supo que había una familia dispuesta a adoptarnos. Tuve miedo, no quería que me separaran de ella ni de nuestros compañeros. Sin embargo, el gato gruñón nos explicó que ella siempre ha estado buscándole un hogar a todos, para que cada uno tuviera un amor más grande que el que ella nos puede dar; porque su corazón se repartía a muchos y a veces este colapsaba por no poder dar más. Aunque le dolía separarse de nosotros, sabía que podíamos encontrar un hogar que nos llenara de mucha felicidad.

La familia que nos adoptó tenía una casa muy hermosa, con un jardín grande y, curiosamente, un mural de una Luna invadida de gatos (vaya que sí era demasiada coincidencia). Después de explorar un poco vimos a Elena en la entrada. Estaba invadida de lágrimas en los ojos, nos abrazó muy fuerte y se despidió. Se veía muy dolida, pero también con gratitud en el corazón. Nos dejó con un gran vacío.

Yo, Rocky y Luna nos adaptamos rápidamente a este nuevo hogar. Nos daban mucho amor y mucha comida. A veces, Elena nos visitaba y sonreía demasiado cuando nos veía.

No podemos evitar sentirnos muy agradecidos. Todos sus esfuerzos habían valido la pena. Nosotros estábamos llenos de felicidad, y ella también.

Gracias, mamá El, siempre llevaremos tu amor en nuestros corazones. Aunque ya no vivimos contigo, siempre te recordaremos como la persona que nos salvó y nos dio una segunda oportunidad.

Ahora lo sé, todavía podemos seguir creyendo en más humanos como Elena.
FIN

Muchos perritos y gaticos tienen la misma historia de Rocky y Luna. Rescatados por mujeres como Elena que dedican su vida, energía, dinero y corazón a una causa que muchas veces no es reconocida. Ellas realizan una labor que no solo les da otra oportunidad a los animales, sino que contribuye a la sociedad. Elena, Rocky, Luna, el gato gruñón y los más de cincuenta animales demuestran que el amor salva y que todos podemos ayudar.

¿Sabes cómo puedes ayudar tú a esta causa también?

Aquí te compartimos un QR que conecta a mujeres rescatistas que a día de hoy siguen ejerciendo su trabajo y salvando muchas vidas maltratadas y abandonadas.

Puedes donarle productos de alimentación, dinero o lo que consideres que puede hacer su labor más fácil y efectiva.

Muchas gracias por leer esta historia y gracias por contribuir a esta causa. Rocky y Luna te agradecerán con un paquete de croquetas y mucha pelusa por hacer más fácil la vida de mamá El y de muchas otras mujeres como ella.

En una ciudad indiferente, un perro llamado Rocky y una gata llamada Luna encuentran esperanza y una nueva vida gracias a la bondad de Elena, una rescatista de animales. Esta conmovedora historia narra su viaje desde la soledad hasta formar parte de una familia numerosa. Mostrando cómo el amor puede transformar vidas y dejar huellas eternas en el corazón.

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Las huellas del amor by Yennifer Guarin - Issuu