Veronica Roth



Clavo los ojos en el suelo y me pongo detrás de los iniciados nacidos en Osadía que han decidido regresar a su facción. Son todos más altos que yo, así que, cuando levanto la cabeza, solo veo hombros cubiertos de negro.
Entonces, la última chica hace su elección (Cordialidad), y llega la hora de marcharse. Los de Osadía salen primero. Paso junto a los hombres y mujeres vestidos de gris que antes componían mi facción, pero mantengo la vista fija en la nuca de alguien.




Sin embargo, tengo que ver a mis padres una última vez. Vuelvo la vista atrás en el último segundo antes de marcharme y, de inmediato, desearía no haberlo hecho: los ojos de mi padre abrasan los míos, acusadores.

Al principio, cuando noto el calor detrás de los míos, pienso que ha encontrado la forma de prenderme fuego, de castigarme por lo que he hecho, pero no…, es que estoy a punto de llorar.
A su lado, mi madre sonríe.
La gente que tengo detrás me empuja para que avance y me aleja de mi familia, que será de las últimas en salir. Puede que incluso se queden a apilar las sillas y limpiar los cuencos. Giro la cabeza para buscar a Caleb entre la multitud de Erudición que sale detrás de mí.



Está entre los otros iniciados, estrechándole la mano a un trasladado, un chico que estaba en Verdad. La facilidad con la que sonríe es una traición. Se me revuelve el estómago y miro al frente. Si a él le resulta tan fácil, quizá también a mí debería resultármelo.





Miro al chico que tengo a la izquierda, que antes era de Erudución, y ahora está tan pálido y nervioso como yo debería sentirme. Me pasé todo el rato preocupada por la facción que escogería y nunca me paré a pensar en qué ocurriría si eligiera Osadía. ¿Qué me espera en su sede?
La multitud de Osadía que nos dirige va hacia las escaleras en vez de hacía los ascensores. Creía que solo los de Abnegación usaban las escaleras.


Entonces, todos se ponen a correr. Oigo chillidos, gritos y risas a mi alrededor, y docenas de pisadas ensordecedoras, cada una a un ritmo distinto. Que los de Osadía usen las escaleras no es un acto de altruismo; es un momento de desenfreno.

¿Qué está pasando? grita el chico que tengo al lado.
Sacudo la cabeza y sigo corriendo. Al llegar a la planta baja estoy sin aliento, pero los osados corren a la salida. En el exterior, el aire es frío y el cielo se ha teñido de naranja con la puesta de sol; se refleja en el cristal negro del Centro.


Los de Osadía se reparten por la calle e impiden el paso de un autobús, y yo salgo disparada para no quedarme atrás. Mi confusión desaparece mientras corro. No he corrido a ninguna parte desde hace mucho tiempo porque Abnegación no fomenta hacer cosas por disfrute personal, y eso estamos haciendo ahora: me arden los pulmones,


Me duelen los músculos, disfruto del feroz placer de una carrera a toda velocidad. Sigo a los de Osadía por la calle, doblamos la esquina y oigo un sonido familiar: la bocina del tren. Oh, no murmura el chico Erudición. ¿Se supone que debemos saltar a esa cosa?

Sí, respondo sin aliento.

Es bueno haber pasado tanto tiempo observando la llegada al instituto de los de Osadía. La multitud forma una larga fila. El tren avanza hacia nosotros sobre sus raíles de acero con las luces encendidas y tocando la bocina. Todas las puertas de los vagones están abiertas, esperando a que los osados entren, cosa que hacen, grupo por grupo, hasta que solo quedan los últimos iniciados.




Los nacidos en la facción están ya acostumbrados a hacerlo, así que, en pocos segundos, solo quedamos los trasladados de las otras facciones.


Doy un paso adelante con algunos otros y empiezo a correr. Corremos a la altura del vagón un momento y después nos lanzamos de lado al interior. No soy tan alta ni tan fuerte como muchos de ellos, así que no logro meterme en el vagón; me agarro a un asidero cercano a la puerta y me doy con el hombro en el tren. Me tiemblan los brazos y, por fin, una chica de Verdad me agarra y me mete dentro. Le doy las gracias entre jadeos.

Se oye un grito y miro atrás; un chico bajito y pelirrojo de Erudición alza los brazos intentando llegar al tren. Una choca de su facción que está junto a la puerta intenta agarrarle la mano, pero el muchacho está demasiado atrás. Se cae de rodillas junto a las vías y, mientras nos alejamos, veo que esconde la cabeza entre las manos.
Me siento mal, el chico acaba de fallar la iniciación de los osados. Ahora no tiene facción. Podría pasarnos en cualquier momento.


