Revista Esencia Nº3

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Imagen: © Manel Calderón 2011

os perfumes son evocadores. Perceptibles, pero invisibles, tal vez eso les rodea de magia y de misterio. Llegan no se sabe de dónde, nos cautivan y producen cambios en nuestra realidad. Nos relacionamos con el mundo exterior a través de los sentidos. Vivimos en una cultura en la actualidad muy visual y auditiva, a costa de la infravaloración del resto de los sentidos. Tal vez el olfato es el más olvidado de todos actualmente, ya que el gusto y el tacto se emplean más en las actividades cotidianas en los medios urbanos. Seguramente en el entorno natural de vida de nuestros antepasados no muy lejanos, el sentido del olfato tenía más importancia como detector de experiencias externas y seguramente también, estaba más desarrollado y afinado que en la actualidad. Del mismo modo que puede educarse y mejorarse el oído musical o el gusto para detectar particularidades de un vino, también el olfato puede desarrollarse y hacerse más sensible para disfrutar de los mensajes que los aromas nos comunican. El hombre pasó de emplear el olfato para cuestiones prácticas (alimentación, reproducción, defensa de depredadores, etc.) y de supervivencia, a emplearlo en formas hedónicas de disfrute (cocina, perfumería) o espirituales (ofrendas y rituales a las deidades) de las sensaciones que los aromas producen en nuestro cerebro. Podríamos decir que la perfumería es al sentido del olfato lo que la cocina es al sentido del gusto, para oler no es necesario crear un perfume ni para comer es necesario elaborar un plato, pero el ser humano gusta de cierta complejidad en todo lo que hace.

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Nº 3 Revista Esencia © 2011


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