Ataque a la doctrina adventista de la trinidad

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MATERIAL DE ESTUDIO PARA LA IGLESIA

testificará de mí”, “tomará de lo mío”, “hablará todo lo que escuche” (Juan 15:26; 16:13,14,15). El mismo Hijo eterno, en cierto aspecto estuvo también subordinado al Espíritu en un tiempo para la realización de la obra de la Redención. Según el profeta Isaías, Jesús fue el enviado del Padre y del Espíritu Santo, pues leemos: “ahora me envió Jehová y su Espíritu” (Isa. 48:16, VRV 1960). En la encarnación, el Hijo tuvo que confiarse (por decirlo de alguna manera) en las manos del Espíritu para ser depositado en el vientre de María (Luc. 1:35). Jesús fue el enviado del Padre y del Espíritu, pero también vino con el Espíritu. Este último sentido también está implicado en el texto original de Isa. 48:16. En el contexto de los capítulos 14 al 16 del evangelio de Juan, el Espíritu Santo desempeña un papel subordinado al Hijo. Es enviado “en nombre de” Cristo (14:26), su testimonio es “acerca de” Jesús (15:26, comp. con 16:8-11), “no hablará por su propia cuenta, sino… todo lo que oyere” (16:13), y finalmente, no toma nada de Sí mismo, sino del Hijo, y lo glorifica a Él (16:14,15). Si el Espíritu habla, entonces es una persona. Toda su obra denota personalidad. El misterio de la personalidad del Espíritu Santo está escondido en el hecho de que Él no se autorevela a Sí mismo, sino a Cristo. Por esto su personalidad no nos resulta tan clara como quisiéramos que fuera. Su función principal no es de autorevelación, sino de comunicación y aplicación. La subordinación del Espíritu, así como la de Cristo (1 Cor. 15:24-28), es parte de la economía funcional de la Deidad en el desarrollo del Plan de la Salvación. En el transcurso del tiempo, el Plan de la Redención ha demandado la ejecución de aspectos indispensables para su progreso, hasta su consumación final. Por ejemplo, Jesús dijo que era una necesidad vital que Él padeciera, muriera y resucitara de los muertos (Luc. 9:22; Juan 3:14: 16:7). Así mismo, su ministerio sumosacerdotal es vital para la consumación del Plan de la Redención (Hech. 3:21; Heb. 7:26; 8:1,2). Pero la interactiva subordinación de los miembros de la Deidad, no niega su propia individualidad, tampoco niega su coexistencia e igualdad (Juan 5:21; Mat. 22:41-46). El Espíritu Santo, aunque es enviado por el Padre y el Hijo (Juan 14:16,26; 15:26; 16:7), actúa también con plena autonomía (vea Hech. 13:2; Isa. 63:10). La obra de redención implica la participación directa y conjunta del Padre, del Hijo y el Espíritu Santo (Juan 3:16; Heb. 9:14). Tratar de diferenciar las cualidades de uno de los miembros de la Deidad y contraponerlo con las del otro, es uno de los tantos errores que han surgido dentro del cristianismo. No es correcto negar la personalidad e individualidad del Espíritu por el hecho de que es nombrado “Espíritu de Dios”. Bajo esta misma forma de pensamiento pudiéramos también despersonificar a Jesús porque es llamado “Hijo de Dios”. La Personalidad del Espíritu probada El Espíritu de Dios tiene una mente, pues de otra manera le sería imposible abarcar el conocimiento infinito de la mente de Dios Padre: “El Espíritu lo explora todo, aun lo profundo de Dios. Porque, ¿quién de los hombres conoce lo íntimo del hombre, sino el espíritu del hombre que está en él? Así también, nadie conoció las cosas [profundas] de Dios, sino el Espíritu de Dios” (1 Cor. 2:10,11). Si el Espíritu Santo tiene tal sabiduría y conocimiento, Compilado por el Pr. Daber Arbey Bedoya Rodríguez - Distrito Central Ibagué

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