
3 minute read
Andrés GarcíaAndrés García García Andrés García Su GArcíA quE conocí
“¿Tienes problema de que comamos con él?”, me preguntó Hanzel. “Ninguna, en absoluto; al contrario… ¿podré sumarme a su mesa?, le respondí”.
De ahí pasamos a un privado del Kalei; pedimos aguas, cervezas, mezcales; él no. Andrés García traía dos teléfonos celulares que colocó en la cabecera de la mesa y se dejó atender, apapachar por De Santiago quien, entre cosa y cosa, nos contaba anécdotas del “consentido de Dios”, mientras el actor apenas escuchaba, preguntaba y repreguntaba para cerciorarse de su hoy, de su aquí, de su ahora...
Advertisement
recordaba perfecto su historia, pero olvidaba lo que acababa de comer
Por esas cosas del tiempo y del destino, además de su cirrosis padecía un poco de sordera (usaba aparatos auditivos) y mucho olvido y abandono. Recordaba perfecto su historia desde niño hasta sus gloriosos años como amo y señor del cine mexicano; se sabía a la perfección los años de gloria y decadencia física… pero olvidaba lo que acababa de comer; incluso olvidaba que acababa de decir, de comentar, de platicar...
Comió poco y bebió cero alcoholes. Ya se había consumido todo el que le tocaba. Comió, comió, y a los 10 minutos preguntó: “¿Qué vamos a comer?”
Y fue triste; muy triste verlo así. Y solo. Porque en esa mesa se dijo, en voz baja, que su carácter no ayudaba; que si a sus hijos los había corrido, que si al empleado lo había encañonado, que si a todo mundo le gritaba y de la nada sacaba la pistola. Y que era lioso de a gratis. Pero era, qué caray, ¡Andrés García! ¡El consentido de Dios! ¡El mil amores! ¡El todos me conocen; conozco a todos!
Esa tarde nos contó de todos y de todas. Los hombres de lealtad, los hombres en el poder y bajo su mano; y de ellas, las mujeres con las que estuvo, con las que quiso y pudo; y de sus la última foto. Víctor Hugo Sánchez, Andrés García y el periodista Hanzel Zárate en una comida en Acapulco en agosto del año pasado. hijos, en ese momento “enemigos” de su historia. Fue en agosto del año pasado, antes de que se reconciliara con, al menos, Leonardo.
Y habló de Margarita, su mujer, y del hijo de ella, y de sus afectos y de sus infiernos. Habló de todo y sin tapujos. Y volvió a preguntar qué comeríamos cuando ya estábamos en el postre, en el digestivo.
“necesito a un escritor bien chin...”: andrés garcía
“Andrés, qué prodigio de memoria tienes!”, le dijeron Hanzel y Erik. “Deberías hacer un libro”, sugirieron. “Ya tengo uno, par de pend…; lo escribí cuando cumplí 50 años”, decía con su inconfundible voz nasal. “Pero otro; que abarque de tus 50 a tus 80”, insistieron. “Necesito a un escritor bien chin… que lo haga”, reclamó. “Víctor Hugo Sánchez tiene un libro propio y la biografía de Valentín Pimsptein”. “¿Y quién es ese pend…?”. “Él, acabamos de comer con él”, le dijeron señalándome, y yo temblaba de emoción y de miedo.
“Apunte mi teléfono y mándeme mensaje de audio y de texto; tardaré en contestarle, pero lo haré. Si estos dos pend… dicen que usted, quiero que haga mi libro y una sinopsis del mismo, porque en dos meses viajo a Nueva York para firmar contrato con Netflix”, me dijo y se despidió.
Estábamos en Acapulco, “su” Acapulco, su tierra, su mundo, su universo...
Había hablado de Roberto Palazuelos, de su esposa, de sus amores, de sus hijos; nada en la grabadora, por eso no me permito reproducir nada de mis recuerdos de aquella tarde. Por ética, por respeto y admiración.
Al llegar a la CDMX me puse en contacto con Andrés García; me contestó, me recordó (a medias). “Quiero que hagamos mi libro y que me consiga cuatro o cinco guionistas que vengan y hagamos una sinopsis, y que nadie me cobre; si me gusta, les pago; si, no… no”, dijo lacónico, contundente.
“Disculpe, señor, nadie, ni yo, trabajamos de a gratis”, le dije en mensaje de voz. “¡Ah, pues entonces váyanse mucho a la mie…!”.
Sonará estúpido, pero es la mentada de madre más sabrosa que me hayan dado.
Ya no hicimos el libro ni nada. El martes 4 de abril murió el hombre y, el mismo día, nació la leyenda.
Descanse en paz, Andrés García.