Sophie Saint Rose
Índice
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Epílogo
Capítulo 1
Sara se volvió para mirarse al espejo y sonrió.
—Estás preciosa, hija —dijo su madre llorando a moco tendido—. Y el peinado es maravilloso.
—¿No crees que es demasiado hippy? —preguntó algo insegura repasando las intrincadas trenzas en su cabello pelirrojo.
—Eres tú. Y el vestido es un reflejo de ti misma.
Acarició el encaje que caía desde debajo de su pecho hasta los pies. Sonrió al ver las manoletinas forradas con la misma tela. Iba a vérsela muy bajita al lado de Michael, pero él sabía que no soportaba los tacones. —Voy a casarme.
—Sí, es un auténtico milagro —dijo su amiga Judith a punto de reírse—. ¿Quién te iba a decir que ibas a pillar al vecino de al lado?
—Era su única opción ya que no sale de casa apuntilló su prima Steffany revisándose en el espejo.
—Qué suerte, qué suerte ha tenido mi niña.
Tía, no es suerte. Suerte es que te toque la lotería. Esto ha sido el destino —dijo cantarina burlándose de ella.
Gruñó fulminándola con sus ojos ambarinos y pegándole un empujón que a su prima la hizo reír. —Serás envidiosa, capulla.
—Pues sí, porque está para comérselo y estoy a dieta desde hace meses. Se miró al espejo de nuevo y apartó un mechón negro para colocarlo detrás de su oreja. —Michael Grifford, es que es para matarte. ¡Si no sabes nada de finanzas!
Meredith sonrió orgullosa adorando a su niña con la mirada. —Eso no es importante.
—Él me quiere por muchas otras cosas —dijo divertida.
Steffany sonrió cogiendo sus manos. —Claro que sí porque eres la mejor, pero eso no implica que no me corroa la envidia.
Sabiendo que era mentira la abrazó. —Estoy asustada —susurró.
—¿Pero feliz?
—Nunca he sido más feliz.
—Pues venga, que no querrás que se quede sin uñas —dijo Judith levantándose y mostrando el vestido de dama de honor. Su madre hizo una mueca viendo el estampado estridente que había elegido antes de volver la vista hacia su prima y suspirar. Iba a ser un cortejo nupcial de lo más variopinto.
Sara reprimió la risa por su expresión. —Tranquila mamá, cuando estén todas juntas tendrá sentido. Ya verás, formarán una imagen. Es que faltan algunas en medio.
—Más te vale. Con lo pija que es su familia, quiero que salga todo muy bien.
—No son tan pijos. —Por sus caras era evidente que había dicho un disparate gordísimo y suspiró dejando caer los hombros. —No pegamos nada, ¿verdad?
—¿Tú le quieres? —preguntó Judith.
—Con toda el alma.
—Pues lo demás tiene que importarte un pito. Que les den. Es el día de tu boda, vamos a divertirnos.
—Eso es, amiga. Steffany le puso delante su ramo que se lo había hecho un amigo suyo experto en artes plásticas. Sus flores parecían hechas con pintura que se derretían y las gotas caían con distintos colores. A ella le había encantado, pero seguro que a su suegra le horrorizaba. Bueno, ahora ya estaba decidido y no había marcha atrás porque no se desprendería de su hombre ni con agua caliente. Ya se camelaría a su suegra. Seguro que el cuadro que le estaba haciendo le encantaba porque otra cosa no, pero adoraba el arte y sabía que apreciaba muchísimo su trabajo. Eso era un punto a
su favor que pensaba explotar y sabía que al final se la ganaría. Ella no se llevaba mal con nadie.
—Uy, es tardísimo —dijo Meredith yendo hacia la puerta del apartamento. Cuando la abrió allí estaba Michael a punto de llamar, guapísimo con su traje gris y su rosa violeta en el ojal.
—¿Pero qué haces aquí? —preguntó la novia porque ya tenía que estar en la iglesia.
—Preciosa, no tengo coche. Levantó una ceja divertido.
—¿Cómo no vas a tener coche si lo encargué…? —Su voz fue desapareciendo poco a poco. —Porque lo encargué, ¿no?
Sus amigas rieron por lo bajo.
—Sara, ¿estás segura de que nos casamos hoy?
—Muy gracioso. —Se acercó y le dio un suave beso en los labios.
—Por esto quería que tuviéramos una organizadora de bodas dijeron los dos a la vez. Michael se echó a reír—. Me lees el pensamiento, preciosa.
—Es que te conozco muy bien. Y sobre lo de la organizadora no hubiera sido especial.
—Pues esto empieza muy bien —dijo comiéndosela con los ojos —. Estás tan hermosa que quitas el aliento, futura señora Grifford. —Besó sus labios suavemente y todas suspiraron.
—Te quiero.
—No tanto como yo a ti. —Sus ojos verdes la miraron como si fuera suya y cogió su mano tirando de ella fuera del apartamento
—¿Aun después de lo del coche?
—Son despistes a los que ya me he acostumbrado.
Sonrió radiante. —Tú también tienes lo tuyo, ¿sabes?
—No, soy perfecto. Pregúntaselo a mi madre. —Todas gruñeron entrando en el ascensor y Michael se echó a reír.
Cuando llegaron abajo tampoco estaba la limusina azul cielo que se suponía que la llevaría a la Iglesia.
—Hija…
Gimió porque aquello empezaba a pintar fatal y se sonrojó con fuerza. —No sé lo que ha pasado.
—No pasa nada, iremos en taxi. —Michael levantó la mano y sus amigas la miraron como si fuera un desastre.
—Es un ángel dijo Steffany—. Qué mono. Sus ojos bajaron hasta su duro trasero. —Muy mono.
—¡Oye, que es mío! —exclamó dándole un codazo.
Michael se volvió y las cuatro sonrieron inocentes. Él respondió a su sonrisa antes de llamar a otro taxi. —Yo iré en el primero para llegar antes. Vosotras dar una vuelta y retrasaros unos minutos. —Le dio un rápido beso a Sara en los labios y se subió a su coche a toda prisa.
—¡Voy contigo! —gritó Judith—. En el otro no hay sitio para las cuatro.
—Muy bien, vamos —dijo él dejándole espacio.
Vamos, vamos… —dijo su madre—. Cuidado al entrar con su vestido, no rasguéis el encaje que es muy delicado y romper el vestido trae muy mal fario.
—Mamá, todo está bien.
—Eso ya lo veremos.
—¿Qué has dicho?
Su madre se hizo la loca. —A la Iglesia de Santo Tomás de la Quinta Avenida.
—Uy tía, se te ha caído un poco la flor del pelo.
—Arréglalo —dijo histérica—. Tengo que estar perfecta.
—Mamá relájate.
Su prima colocó la flor verde que llevaba en su cabello pelirrojo intenso. Esta vez se había pasado con el color del tinte, pero no pensaba decir ni pío. Sara se inclinó hacia delante. —¿Puede dar una vuelta no vaya a ser que lleguemos antes que el novio?
—Por supuesto.
—Gracias.
—Qué nervios, qué nervios. Hija habrás hablado con el cura, ¿no?
—Sara volvió la cabeza hacia ella demostrando que su comentario no le había gustado un pelo. —Era por saber…
—Claro que sí, mamá. Estuve ayer mismo con él aguantando el tostón que me soltó sobre lo importante que era el sacramento del matrimonio.
—Pues eso es lo más importante. Que haya cura.
Estaba claro que pensaban que Michael podía arrepentirse en cualquier momento. —Me quiere, ¿sabéis? Con locura.
—Sí, claro que sí —dijeron en coro como si hablaran con una loca.
—¡Qué si me quiere! ¡Y vamos a ser muy felices juntos!
—Prima, ¿estás nerviosa?
—Me ponéis vosotras, yo estaba muy tranquila.
—Uy, qué mentira…
—¿Sabes lo que tienes que hacer?
Sí, colocar las damas de honor para que se vea la imagen en los vestidos. —Le puso la palma de la mano delante. —¿Ves? Aquí están todas apuntadas por orden.
Lo tenía tan cerca que no veía nada y cuando entrecerró los ojos su prima apartó la mano. —Así que relájate.
El taxista empezó a dar vueltas a lo tonto. Ya está bien, puede ir a la iglesia —dijo muy nerviosa.
—Enseguida llegamos —dijo su prima intentando calmarla.
Se mantuvo en silencio apretando el ramo entre sus manos pensando lo que diría su suegra al ver a su hijo y a la novia bajar de un taxi. Nada bueno, seguro. La pondría verde y criticaría la flor de color que llevaba su hijo en la solapa como todo lo demás. Había que ser realista, no la tragaba e intentaba meter mierda en su relación cada vez que podía. Lo de los coches había sido una metedura de pata que todavía no entendía. Ella se había organizado apuntándolo todo. Estaba claro que algún papelito se le había despistado. El taxi se detuvo ante la iglesia y vio a un montón de invitados que no conocía de nada. Todos vestidos muy pijos, y eso
hacía destacar a sus amigos que más de sport estaban a un lado. Gimió al ver el pelo violeta de Jeremy que iba vestido como cualquier otro día con unos vaqueros viejos y rotos. Eso sin mencionar la camiseta que estaba para tirar, le iba a matar. Entonces se dio cuenta de algo, ¿por qué no estaban dentro? Madre mía, ¿y ahora qué? Abrió la puerta del taxi y salió. Jeremy se acercó a toda prisa y ella susurró —¿Qué pasa?
—Queda media hora.
Perdió todo el color de la cara. —¿Qué?
—Hay un funeral —respondió divertido—. Quien imprimió las invitaciones se equivocó en la hora.
—Ay, Dios mío…
Sara… —Giró la cabeza lentamente para ver llegar a Michael que se acercaba y no estaba muy contento. Y su madre iba detrás vestida impecablemente con un vestido de gasa rosa palo y una pamela a juego. —Nena, hemos llegado temprano.
Forzó una sonrisa. —Así nos conocemos un poco.
—Mi abuelo se ha dejado la silla de ruedas en el coche y no tiene donde sentarse.
En ese momento llegó el coche fúnebre y se puso tras ellos. — Mira, este sí que tiene transporte —dijo su suegra con mala leche.
—Mamá, por favor…
—¡Esto es inconcebible! —exclamó Rose antes de alejarse hacia su padre que estaba sostenido por su asistente.
—Lo siento.
—Mi jefe tiene un cabreo de primera —siseó mosqueadísimo. Quiso morirse. —¿Y eso?
—Uno de tus amigos le ha insultado.
Se llevó la mano al pecho de la impresión. —¿Y eso por qué?
—¡Yo qué sé! Algo de que su mujer mata animales.
Vio que la señora Williamsburg llevaba una estola de piel de zorro y gimió. —Ese ha sido Lewis.
—Nena, controla a tus amigos.
—Hablaré con ellos, ¿vale?
—Van a fastidiarnos la boda.
Se volvió para ir a hablar con su jefe y ella dejó caer los hombros. —Perfecto.
Tranquila, ya he hablado yo con ellos —dijo Jeremy acariciando su hombro.
—Gracias.
En ese momento varios hombres de negro empezaron a sacar el féretro. —Dios mío… —susurró su madre antes de santiguarse—. Mal fario, mal fario.
Tía no digas eso.
Se apartaron para que metieran el féretro dentro del coche y ella gimió por la viuda que lloraba agarrada a dos adolescentes que era evidente que eran sus hijos. —Debía ser joven.
Cuando se fueron, se quedaron ahí de pie mientras los floristas pasaban casi corriendo con los ramos de flores de colores que ella había encargado. Un jadeo de su suegra le llamó la atención y vio su cara de horror. —Le han encantado —dijo su prima divertida.
—Eso es evidente. Ya verás cuando entre en el restaurante.
—Vamos, vamos… Entremos en la iglesia —dijo su madre.
Su suegro se acercó a ella y sonrió. —Chica, tú sí que sabes llamar la atención. —él le dio un beso en la mejilla. —Estás preciosa.
—Siempre tan amable. —Le guiñó un ojo. —Esto ha empezado fatal, ¿eh?
Su suegro se echó a reír mientras los invitados entraban en la iglesia. Su prima ordenaba a las damas de honor y las colocaba al lado de sus parejas, casi todos amigos de Michael. El novio en la puerta intentaba organizarlo todo y a ella le entristeció lo tenso que estaba. —La he fastidiado, está enfadado.
—Qué va. Son los nervios y desaparecerán cuando diga sí quiero.
—Eso espero.
—¡Michael ven aquí!
Mientras su suegro iba hacia su esposa, su madre la besó en la mejilla y pasó el dedo sobre ella para quitarle el carmín. —Me voy a mi sitio.
—Gracias mamá.
—¿Por qué?
—Por soportarme estos días. He estado muy nerviosa con todo esto.
—Me lo he pasado genial. —La besó de nuevo y casi salió corriendo.
La camioneta de las flores desapareció y ella esperó allí sola a su suegro que la llevaría hasta el altar. Miró al novio que observaba a su madre que se acercaba a él en ese momento. Este le sonrió y ella cogió su brazo. —Mírame, cielo. No te enfades conmigo.
Michael se giró sin mirarla una sola vez antes de entrar en la iglesia y a punto de llorar tragó saliva intentando no darle importancia. Eso no significaba que no la quisiera, solo estaba contrariado por todo lo que había pasado. Su suegro se acercaba y ella forzó una sonrisa, pero de repente Michael gritó alargando la mano. El impacto sobre el parabrisas fue brutal y volvió a sentir otro golpe sobre el techo del coche para caer sobre la acera antes de quedarse sin aire. Sara sin saber lo que había pasado intentó moverse, pero no pudo y asustada se dio cuenta de que le costaba respirar. Tosió y alargó la mano confundida. —¿Nena? —Con la vista nublada vio al novio arrodillándose a su lado y cogiendo su mano.
—¿Cielo?
—Te pondrás bien —dijo pálido y muy asustado antes de gritar — ¡Una ambulancia!
—No puedo… —Intentó respirar, pero casi no le llegaba aire y aterrada apretó su mano.
—No hables, preciosa. No podía verle bien y sollozó. —Lo siento. Angustiado se agachó sobre ella. —No tienes nada que sentir. Todo está bien.
—Te quiero. —Intentó respirar y al no poder apretó su mano queriendo aferrarse a él.
—No, Sara… No me dejes. —El aire no llegó y su mano cayó sobre su vientre haciéndole gritar desgarrado de dolor. La cogió para abrazarla con fuerza. Sara, no me dejes. Por favor, no me dejes… —Enterró su rostro en su cuello. Te quiero, nena. Te querré siempre.
Capítulo 2
Sara caminó por la neblina. Sorprendida se miró los pies desnudos. ¿Y sus manoletinas? Estiró la tela de su vestido y vio que no llevaba el encaje sino una simple tela blanca. Parecía una túnica. Asustada levantó la vista y dio otro paso sobre aquel suelo que parecía hecho de algodón. Entonces se dio cuenta de que tenía un sueño muy raro o solo había otra opción. —Dios mío, ¿estoy muerta?
—Pues sí. —Una anciana de cabello platino apareció a su lado sobresaltándola y esta sonrió. —Bienvenida, querida. —Hizo una mueca. —Menudo golpe, ¿te encuentras bien?
—¿Qué ha pasado?
—Te ha atropellado un coche. Un conductor que al parecer se dio a la fuga. Hay mucho cabrito por ahí.
—¿Qué?
—Una fatalidad.
—¿Qué? —gritó más alto—. ¡Esto no es justo! Ya, pero las cosas son así.
—No había llegado mi hora. —Asustada se llevó las manos a la cabeza apartando sus rizos pelirrojos. —¡No había llegado mi hora! ¡Le había encontrado, me quería!
La mujer apretó los labios mirándola con tristeza. —Lo sé, por eso digo que es una fatalidad. Un horrible momento para todos los tuyos que presenciaron tu muerte. Tu madre…
—Dios mío, mi madre —Dos lágrimas corrieron por sus mejillas. —¿Cómo está?
—Muy triste como es lógico, pero tranquila que ella no te vio morir, se desmayó en cuanto te vio en el suelo. No tenías muy buen aspecto.
—¡Me lo imagino, me habían atropellado!
—Oye, no te enfades conmigo, solo estoy aquí para ayudarte.
—¡No ha llegado mi hora! le gritó a la cara antes de sollozar—. Tenía toda mi vida por delante… A su lado…
La mujer sonrió con tristeza. —Por eso voy a ayudarte.
—¿Ayudarme? ¿Cómo si estoy muerta?
—Ya, pero ella no. Todavía. —Miró hacia abajo y vio que el suelo se había despejado entre sus pies. Abajo del todo se mostraba a una mujer de su edad rodeada de máquinas con un tubo que le salía de la boca. Se llama Monique y está a punto de que se acabe su tiempo.
La miró sin comprender. —¿Y?
—Pues que vas a entrar en su cuerpo y podrás regresar. Sonrió encantada. —¿A que es una idea estupenda?
—¡Es una idea de mierda! ¡No seré yo!
—¡Niña! ¿Sabes lo que me ha costado convencerles?
—¡Quiero mi cuerpo!
—Eso no va a poder ser.
—¿Por qué? —preguntó asombrada.
La mujer hizo una mueca. —Tu funeral fue hace seis meses. Como comprenderás volver con tu cuerpo sería un poco raro.
Dejó caer la mandíbula del asombro. —¿Seis meses? ¡Pero si me acabo de morir!
—Me costó un poco convencerles, así que te mantuvieron en una especie de limbo mientras se decidían. —La mujer sonrió. —Pero a mí a machacante no me gana nadie.
—Madre mía, madre mía, madre mía…
—Además tu cuerpo no tenía arreglo. Ese sí.
Volvió a mirar hacia abajo. —¿Qué tiene?
—Tuvo un derrame cerebral y su alma… Digamos que quedó atrapada entre dos mundos y no quiere volver. Era monja, está deseando encontrarse con su señor. Por sus buenas acciones se lo van a permitir y eso es lo que vamos a aprovechar.
Dio un paso atrás. —Estoy soñando, ¿verdad? ¡Todo esto es una puta pesadilla!
—¡Niña, esa lengua!
—¿Me he muerto de verdad? —preguntó sorprendida—. ¿De verdad?
—De verdad de la buena.
Se tambaleó a un lado. Me estoy mareando. —De repente apareció una silla tras ella y se dejó caer. —¡Esto no puede estar pasando! —gritó medio histérica—. ¡Me iba a casar! ¡Iba a ser el día más feliz de mi vida!
—Pues no empezó muy bien.
La fulminó con la mirada. —¡No sé qué pasó con los coches!
—Vale… —Cogió una silla que apareció de repente y se sentó a su lado dándole palmaditas en la mano. Sara la miró como si fuera un bicho raro. —Estás en shock, puedo entenderlo.
—¿No me diga, señora?
—Llámame Camilla.
Se le cortó el aliento mirándola bien. —Es usted… La antigua dueña del piso de Michael.
Sonrió radiante. —La misma. Veo que te han hablado de mí.
—Cassandra no deja de hacerlo. La quería mucho.
—Y yo a ella. ¿Cómo está mi niña?
—Hace unos meses que no la veo. Está de gira con su marido, no podía venir a la boda.
Sí, está muy liada con tanto niño y sus libros. Además, no hay que desatender al marido.
—Eso me dijo ella cuando me llamó para felicitarme por el anuncio de la boda. Y que no le quite ojo porque es mucho más guapo que yo y hay mucha lagarta suelta.
—Esa lección se la di yo —dijo orgullosa—. ¿Y?
—Y que no debo mostrarme celosa, pero que a veces es inevitable. Y algo de unas escaleras que no entendí bien.
—Lo de las escaleras es muy práctico de vez en cuando. Cuando las necesites lo entenderás.
Ajá… Volviendo a lo mío…
—Pues ahí la tienes, solo tienes que decir que sí.
Miró hacia abajo de nuevo. —Parece entrada en carnes.
—Hacía pasteles. —Hizo una mueca. —Tendrás que ponerte en forma.
—Es morena, no se parece en nada a mí.
Camilla cogió su mano. —¿Crees que Michael se enamoró de tu físico?
Sollozó sin poder evitarlo. —Le encantaba mi pelo.
—Seguro que le encantaban muchas más cosas de ti.
—Eso decía. Se limpió la nariz con la mano libre y de repente apareció ante ella un pañuelo. —Gracias.
—Solo tienes que volver a conocerle y enamorarle. Ya lo has hecho antes, no es tan difícil.
Hizo una mueca porque todavía consideraba un milagro que se hubiera enamorado de ella la primera vez. Si cuando la conoció pasaba tanto de todo que ni se depilaba las piernas. Todavía recordaba la mirada de satisfacción en su rostro cuando se la encontró un día en el ascensor y se dio cuenta de que ya no tenía pelo porque se había puesto un pantalón cortísimo mostrándolas casi enteras. En ese momento le robó el corazón del todo porque se acercó y le susurró al oído Bonitas piernas. —Casi se desmaya del gusto dejando caer al suelo el maletín de arte que llevaba en la mano. Él rio por lo bajo y salió del ascensor sin mirar atrás. Tan guapo, tan elegante… Tenía a todas las féminas del edificio revolucionadas, pero había hablado con ella. Con ella. Es que casi ni se lo podía creer. Y así siguió durante unas semanas, pero un día algo cambió.
Él hizo unas obras en su piso que casi la vuelven loca porque ella trabajaba en casa y después de diez horas de golpes decidió salir casi chocándose con él que había ido a visitar la obra. Estaba enfadadísimo porque los obreros se estaban retrasando y frustrado miró su carísimo reloj. —¿Quieres cenar conmigo? —preguntó ella tímidamente.
La miró de una manera que le revolucionó la sangre. —¿Te has depilado?
Sin aliento respondió —De arriba abajo. Casi.
Él sonrió haciéndole temblar las piernas. —Es una invitación que no puedo rechazar.
Y ya no se habían separado. Un milagro. Un auténtico milagro porque él fue enamorándose y dependiendo tanto del tiempo que pasaban juntos como ella. Recordó las risas, las conversaciones y la complicidad que habían compartido. Se conocían tan bien que se entendían con una mirada y había conseguido que pasara por alto todas sus meteduras de pata, todos sus despistes. —Eres una rareza en ti misma —le había dicho una vez después de hacerle el amor tan apasionadamente que supo que no podría amar a nadie más en la vida—. Y yo quiero algo único.
Sus ojos se llenaron de lágrimas de la emoción y susurró que le amaba. Él sonrió y mostrándole un colgante con un diamante en forma de corazón dijo —Entonces tendremos que casarnos, no vaya a ser que te olvides de que me has entregado tu corazón y otro se te lleve. —Le guiñó un ojo. —Es para el cuello, ¿sabes? Así todos esos hombres verán que eres mía y no lo mancharás de pintura. Había chillado de la alegría abrazando su cuello. Las lágrimas corrieron por sus mejillas recordándolo y se llevó la mano al pecho, pero no estaba, su colgante no estaba. —Fue perfecto. Camilla sonrió con tristeza. —Lo sé. Lo he visto. Por eso no pensaba dejar que esto terminara así. Tienes que volver y solo tienes esta opción. Aún tienes una oportunidad. No te des por vencida.
—No voy a darme por vencida. —Se levantó de la silla mirando hacia abajo. —¿Qué hago, me tiro?
Antes tengo que advertirte…
La miró a los ojos. —¿Si?
—No debes decir nada. A partir de ahora eres otra persona y si le enamoras tendrás que hacerlo como tu nuevo yo. No debes decirle la verdad. Pensaría que estás loca, está muy dolido por lo que ha ocurrido y si te sinceraras sería peor.
Se mordió el labio inferior porque no sabía si sería capaz de guardar el secreto. —De acuerdo. Soy Michelle…
—Monique…
—Suena a francesa. —Camilla levantó sus cejas platino. —¿Soy francesa? ¡No sé francés!
—¿Quieres dejar de quejarte?
—Perdona si me han matado el día de mi boda y no lo llevo demasiado bien.
La anciana chasqueó la lengua. —Mi Cassandra era mucho más dócil —dijo por lo bajo.
—¿Qué?
—¡Qué te tires ya!
—¿Me tiro? —Miró hacia abajo. Tiene pinta de que está muy lejos.
—Estás muerta, ¿qué puede pasarte?
Tomó aire. Tiene razón, como mucho me caeré de la cama si esto es un sueño. —Estiró la pierna dejando el pie en el aire.
—Un momento.
La miró sorprendida y la mujer sonrió. —Dile a mi Cassandra que estoy muy orgullosa de ella.
—Camilla, ¿dónde estás?
Esta miró hacia atrás sonriendo. —Ya voy, amor. —De repente echó a correr a una velocidad impropia de su edad dejándola con la palabra en la boca y como por arte de magia desapareció.
—Pero… —Miró el agujero y vio a aquella mujer allí al fondo. —Es un sueño, es un sueño y cuando te despiertes Michael te va a comer a besos como cuando soñaste que te perseguía una hamburguesa. —Tomó aire. —Bien, vamos allá.
Sintió un miedo espantoso, pero en su mente apareció el rostro de Michael sonriéndole después de hacerle el amor y no lo pensó. Se dejó caer y cuando el fuerte aire le dio en la cara asustada abrió los ojos como platos gritando al darse cuenta de la velocidad a la que caía. Se iba a dar una leche de cuidado. Por instinto se cubrió la cara con los brazos y gritó desgañitada una y otra vez antes de parpadear viendo una peca enorme encima de la ceja de esa mujer. Porque era una peca, ¿no? Gritó del horror al ver que era una verruga gigantesca. ¡Iba a matar a la vieja! Cayó sobre ella y suspiró cuando todo se volvió negro. Bueno, ya estaba. Se volvió acomodándose y de repente sintió como si todo a su alrededor se ajustara. Frunció el ceño y levantó la mano llevándosela a la mejilla. ¡Menudos mofletes tenía! Intentó abrir los ojos, pero tenía los párpados pegados con algo. Mierda. Entonces lo sintió y se llevó la mano al cuello. Algo le obstruía la garganta. Ah, el tubo que había visto antes. Tranquila, puedes respirar. ¿Hola? ¿Hay alguien ahí? ¿Dónde estaban los médicos? Se llevó la mano al párpado izquierdo y tocó el pequeño apósito quitándoselo con cuidado para abrir el ojo. Miró a su alrededor, estaba sola en una habitación con un enorme crucifijo delante. Hizo una mueca, a partir de ahora iba a tener que empezar a creer en Dios. Le había dado el gusto a su suegra casándose en una iglesia, aunque ella en el pasado no creía en nada de eso. Había que ver lo equivocada que estaba. De ahora en adelante iba a ser de esas que iban a misa todos los domingos, claro que sí. Llevó la mano a su otro ojo y se quitó la otra tirita que le impedía ver. Sí, estaba sola. Con esfuerzo se sentó en la cama. Uff, no tenía ninguna fuerza. Al verse esos rechonchos dedos de los pies y esas uñas que no habían visto una pedicura en la vida por poco le da un infarto. ¡Menudos mejillones! Tiró de la sábana hacia arriba para ver unos
pelos negros como escarpias en unas piernas que tenían mucha falta de crema hidratante. Puso los ojos en blanco. Aquel cuerpo necesitaba mucho trabajo, mucho, mucho trabajo para que Michael la mirara dos veces. Se llevó la mano a la cabeza y jadeó al notar que tenía el cabello corto a lo chico. No, no lo tenía corto. ¡Tenía una zona en la que no había nada! Leche, ¿es que no había otra casi muerta en mejores condiciones? ¡Arreglar aquello iba a llevarle un tiempo precioso que no tenía!
La puerta se abrió de golpe y miró hacia allí para ver a una enfermera con un gorrito con una cruz roja, que chilló del susto dejando caer la bandeja antes de salir corriendo despavorida. Esa no pensaba que iba a salir adelante, pero iba a salir. Sus ojos azules se entrecerraron. Iba a salir e iba a conseguirle de nuevo, claro que sí. Después de tener otra oportunidad no pensaba desperdiciarla.
Capítulo 3
Estaba tumbada de nuevo cuando la enfermera regresó. Lo hizo con varios médicos que asombrados empezaron a hablar en francés a su alrededor y parecía que estaban discutiendo. Frunció el ceño y cogió al que tenía más cerca de la bata acercándole lo que pudo y se señaló la garganta con el dedo índice. Empezaron a discutir de nuevo y ella puso los ojos en blanco. Aquello iba para largo. Mierda, tenía que haber prestado más atención en las clases de francés del instituto, pero a ella solo le había interesado el arte. Mientras discutían levantó sus manos y se las miró. Esperaba poder pintar como antes porque si no sería como si le arrancaran los brazos. Pero ahora tenía que centrarse en lo que más le importaba, así que llevó la mano al aparato aquel que le salía de la garganta y empezó a tirar.
—¡Non! —gritaron todos con horror.
Mira, eso lo había entendido. Un hombre mayor dijo algo y el que tenía más cerca empezó a quitarle las tiras que estaban pegadas a la comisura de su boca. Dijo algo en francés y sin tener ni idea de lo que quería decir levantó una ceja. Él hizo como que respiraba hondo y ella lo repitió. Él sonrió mientras los demás murmuraban y el tubo salió poco a poco de su garganta liberándola. Miró a unos y a otros sentándose en la cama. —¿Alguien habla inglés?
Varios dejaron caer la mandíbula del asombro y se miraron los unos a los otros antes de asentir. Ella sonrió mostrando su perfecta dentadura. —Genial. Tengo hambre.
En su celda la hermana Marguerite se acercó. —¿Estás segura de esto?
—El señor me ha dado otra oportunidad —dijo dulcemente como siempre mientras bajaba la camiseta que cubrió su enorme vientre —. Tengo una misión y debo buscar en dónde se me necesita.
La mujer que tenía sesenta y tres años sonrió uniendo sus manos ante su hábito gris. —Que Dios te ilumine y guíe tu camino.
—Más me vale —dijo por lo bajo cogiendo la vieja mochila que habían encontrado en algún lugar del convento. Hizo una mueca porque no tenía un dólar y en la mochila solo llevaba ropa de segunda mano que le habían dado en la parroquia. Que vida llevaban esas mujeres, era para ponerles un altar a todas. No solo trabajaban de sol a sol ayudando a los sin techo, sino que también les daba tiempo para rezar, para hacer pasteles que luego vendían e incluso bordaban manteles y lo hacían como los ángeles. Por algo las llamaban las protectoras del Corazón de Cristo porque tenían un corazón de oro.
La mujer sonrió. —Que ahora hables inglés será por algo. Igual deberías ir a Inglaterra.
—Me inclino por ir un poco más lejos.
La mujer asintió dándolo por bueno. —El señor te guiará.
—Creo que me iré a Nueva York.
—Oh, allí hay mucho vicio y perdición.
—Eso seguro. Allí hay de todo, algo encontraré.
La mujer metió la mano bajo el hábito y sacó un sobre. —Hemos hecho una colecta para ti.
—Pero no puedo aceptarlo —dijo sonrojándose.
—Necesitarás el dinero. No es mucho, pero…
—No, de verdad, no me parece bien. Vosotras lo necesitáis mucho más que yo.
La hermana sonrió. —No nos hagas el feo. Además, el billete a América es muy caro.
—Me las arreglaré. —Se emocionó porque esa mujer no se había despegado de ella desde que había despertado y la abrazó. — Gracias por todo.
—Gracias a ti —dijo la monja estirando el brazo y metiendo el sobre dentro de la vieja mochila—. Desde que has vuelto has sido un rayo de luz en esta vida sombría.
Emocionada se apartó cambiando la mochila de mano y colgándosela al hombro. Cogió la gorra y salió de la celda. Todas la esperaban para despedirse y se echó a llorar mientras la abrazaban deseándole mucha suerte. Ella se despidió con el poco francés que había aprendido en esos meses en que su cuerpo se había recuperado y se alejó caminando por el corredor de piedra. La puerta de la capilla estaba abierta y se detuvo por última vez santiguándose para mirar el fresco que había hecho para agradecer su ayuda. Su mejor obra. El Cristo en brazos de María con un estilo a Rembrandt que su profesor de arte se caería de la impresión. Sonrió y caminó hacia la salida abriendo la enorme puerta de madera de estilo medieval para llegar a la calle. Cuando cerró la puerta miró a su alrededor suspirando. Las calles del centro de París estaban en plena actividad. París… Cuando se dio cuenta de que estaba allí no se lo podía creer. Europa era arte en sí mismo miraras donde miraras y había disfrutado de sus pocas salidas como si fuera una niña.
Después de caminar hacia el Sena pensó que debía planificarse. Debía buscar donde dormir y necesitaba dinero. —Bueno, esto está chupado. Necesitas un lápiz y un block de dibujo.
Una semana después estaba dibujando lo que había quedado de Notre Dame después del incendio, cuando alguien se puso tras ella. Distraída levantó la vista y un anciano sonrió diciendo algo en francés. Ella forzó una sonrisa. —No hablo francés.
—Oh, ¿americana?
—Algo así. —Forzó la sonrisa aún más y siguió dibujando.
—Tiene una técnica increíble.
—Gracias.
—¿Dónde estudió?
Hala, ¿y ahora qué decía?
Soy… autodidacta. —La sorpresa en su rostro fue evidente. Antes fui monja, ¿sabe?
—Incroyable.
—¿Qué?
—Es increíble lo que ha evolucionado usted sola.
—Gracias.
—¿Le da para vivir?
Hizo una mueca porque pagaba la pensión a duras penas y eso que la colecta de las hermanas le había servido de mucho. Pero ese poco dinero se estaba acabando y allí no se vendía demasiado porque había numerosos artistas en la ribera del Sena. Los turistas preferían los cuadros baratos para llevarse un recuerdo. —No muy bien.
Él observó los dibujos que tenía expuestos para la venta. —
¿Domina el óleo?
—Domino cualquier técnica —dijo con seguridad.
—¿De veras? preguntó divertido antes de alejarse. Habló con un hombre que estaba unos metros más allá y le dio unos billetes. Este le dio un maletín y un lienzo en blanco. Incluso le dio el caballete y se acercaron con ello poniéndoselos delante. —Sorpréndeme.
Tener pinturas de calidad después de tanto tiempo casi la hace llorar de gusto y maravillada cogió los pinceles de la mano del hombre. —¿Hago lo que quiera?
—Quiero que me sorprendas.
—¿Esto es un concurso de la tele?
Él hombre se echó a reír y se cruzó de brazos. —Estoy esperando, señorita.
Con muchas ganas se levantó abriendo el caballete y puso el lienzo mirando hacia ella antes de sentarse de nuevo en el muro y
empezar a pintar. El hombre frunció el ceño porque no miraba nada más que el lienzo y separó los labios de la impresión al ver el dominio del pincel al mezclar los colores. Ella forzó una sonrisa sin dejar de mirar el lienzo. —Voy a tardar un poco.
—Esperaré.
Asintió y siguió pintando. Varios artistas se acercaron a ella y miraron el lienzo asintiendo. Al mirarle a él varias veces supo que estaba haciéndole un retrato. Eso no podía ser. No le había vuelto a mirar una sola vez. Aquello iba a ser un desastre.
Dos horas después estaba flanqueada por un montón de gente que miraba el cuadro y de repente sonrió. —Ya está.
—Estoy deseando verme.
Le miró indignada. —¡Me ha fastidiado la sorpresa!
Sonrió y le hizo un gesto a los artistas que se alejaron de inmediato. Se aproximó a ella poniéndose a su lado. La fuerza de su retrato le impactó. No solo había captado su expresión si no también su espíritu. Sus ojos grises brillaban con curiosidad y no se le había escapado ni una sola arruga de su rostro. Incluso había captado la suave brisa que había despeinado ligeramente su cabello blanco. Impresionante.
Sonrió radiante. —Gracias. Tenga cuidado, aún está fresco.
—¿Para mí?
—Por supuesto que es para usted. Gracias por dejarme pintarle. Si hubiera tenido más tiempo hubiera sido más detallada, pero no quería que se quedara ahí de pie otra hora.
Él levantó una de sus cejas blancas. —¿Más detallada? Niña, ven conmigo.
Le miró de arriba abajo. —¿Perdón?
—Es Phillip Dubois —dijo impresionado uno de sus colegas—. Corre tras él. Es el marchante de arte más importante del país.
Se le cortó el aliento. —¿Lo es?
El hombre le guiñó el ojo alejándose. —¿Vienes, niña? —Corrió tras él. —Mi cuadro.
Regresó corriendo y cogió el cuadro con todo lo demás a toda prisa mientras el hombre se alejaba. —¡Espere! Ya he esperado bastante.
Metió todo lo que pudo en la mochila y cogió el cuadro antes de correr tras él. Dichosos kilos, lo que le estaba costando quitarlos y eso que ya había adelgazado seis, pero aún le faltaban veinte por lo menos. No pensaba comer un bollo nunca más en la vida. —Espere, por favor —dijo sin aliento. El hombre sonrió cuando llegó a su lado —. ¿A dónde vamos?
—A mi casa.
Tenía la sensación de que si quería regresar a América él podría ayudarla, así que le siguió sin decir ni pío. —Al parecer no dudas de mis intenciones.
—No soy una belleza, así que no creo que quiera seducirme y además necesito la pasta. A no ser que sea un pervertido o un asesino en serie iré con usted al fin del mundo como si fuera una lapa.
Él se echó a reír. —Nos vamos a llevar muy pero que muy bien.
—Eso no lo dudo, monsieur.
La llevó hasta un edificio en estilo victoriano que era tan hermoso que robaba el aliento y abrió la enorme puerta para dejarla pasar. — Vamos, niña. Aprisa.
Asintió levantando la vista para admirar los hermosos frescos del techo, que aunque necesitaban una buena restauración eran impresionantes. El hombre se dirigió hacia una gran escalera de mármol y empezó a subir. Corrió tras él siguiéndole y cuando llegaron al primer piso él abrió otra puerta enorme. Allí había una mujer sentada tras una mesa y esta le iba a decir algo, pero el hombre la interrumpió levantando una mano. Rodearon la mesa y abrió otra puerta haciéndola pasar. Dio un paso a lo que parecía un
gran despacho y con curiosidad caminó hacia una mesa que parecía del siglo diecisiete y estaba llena de documentos.
—¿Tu nombre?
Iba a decir Sara, pero se mordió la lengua antes de responder — Monique. Monique Malthieu.
La miró de arriba abajo y negó con la cabeza. Ella que sostenía con dos dedos el lienzo por el interior forzó una sonrisa. —¿Dónde dejo esto?
—Apóyalo cerca de la ventana.
Ella lo hizo con cuidado de no manchar nada y cuando vio que la pintura de la nariz se había movido un poco pasó el dedo por ella haciendo una pincelada perfecta. —Perdón, casi lo estropeo.
Él la observaba como si fuera una rareza y se sonrojó. —¿Y ahora qué hago?
Se sentó en su sillón de cuero tras el escritorio y juntó las manos.
Tu inglés es perfecto y no sabes francés. ¿Qué está ocurriendo aquí?
—Pues no lo sé muy bien. —No entendía nada y decidió decir lo que decía a todo el mundo. —Estuve en coma y me desperté así. Pintando y hablando inglés. —Se encogió de hombros. —Tampoco es tan raro. Dicen que el cerebro es un misterio que tardará en resolverse.
—¿Y tu familia qué dice?
—No tengo… —respondió incómoda—. Era monja. Huérfana desde pequeña. Hace unos meses tuve un problema de salud y me quedé en coma.
Él frunció el entrecejo mirando el cuadro y entonces abrió los ojos como platos. —Merde.
—Eso lo he entendido. Oiga…
El hombre empezó a rebuscar en sus papeles y de repente sacó un folleto. Al ver su foto en la contraportada gimió cerrando los ojos. —¡Sara O’Neill! ¡Sabía que había visto esas pinceladas en algún sitio!
¡Estaba en Nueva york cuando falleciste para hablar contigo! ¡Fui a tu entierro para intentar comprar tus cuadros!
Se quedó en shock. —¿Qué?
—¿No te das cuenta de lo que ha pasado? —Fascinado se levantó.
—De alguna manera te ha transmitido su don al morir.
—¿Su don?
—Es un milagro.
—Uy, uy… Yo me voy que le toca su medicación.
—Dime una cosa. ¿Pintabas antes?
—¿Antes?
Antes de ese problema de salud, ¿pintabas?
—Oh, sí. Pintaba un montón.
—¡Antes me dijiste que no!
Antes pintaba para mí nada más.
—Así que ahora quieres mostrar tu arte… ¿Y lo del inglés? ¿Por qué no hablas francés?
Era muy listo.
—Ni idea. Mi médico…
—Déjate de paparruchas. —Entrecerró los ojos. —¿Sara? Sara O ´Neill, ¿estás ahí?
Bufó yendo hacia la puerta.
—Yo puedo ayudarte. Puedo mostrar tu arte al mundo.
Se detuvo en seco con la mano en la manilla de bronce y le miró sobre su hombro. —Puedo hacer de ti la mejor pintora del siglo.
Llevas esperando esta oportunidad mucho tiempo. Has trabajado muchísimo y si has vuelto es porque te quedan cosas por hacer.
Apretó los labios volviéndose. —Tengo que regresar a Nueva York.
Él separó los labios. —Tu novio. El hombre con el que ibas a casarte.
Sus ojos azules mostraron su dolor. —Tengo que recuperarle.
—Le conocí en el funeral. —La miró de arriba abajo y chasqueó la lengua. —Sara…
—No me llame así —siseó acercándose—. ¿Está loco? ¿Quiere que nos encierren a los dos por haber perdido un tornillo?
—¿Te has visto?
—¡Todos los días en el espejo! ¡Ya lo sé! ¡Estoy horrible! —De repente se echó a llorar y él se acercó a toda prisa para abrazarla. Lo he perdido todo.
—No, no lo has perdido todo. Tu alma está contigo y con ella todo lo que eres. Arreglaremos el exterior y curaremos tu interior. Yo te ayudaré.
—¿Por qué? ¿Por mis cuadros?
Él sonrió con tristeza y cogió su mano volviéndola. Había un cuadro colgado en la pared. Era una hermosa mujer rubia de unos veinte años. —Era Josephine. Murió hace cuarenta años.
—¿Era su novia?
—Mi esposa. Falleció al año de casarnos.
Se volvió para ver su triste sonrisa. —Lo siento.
—Si hubiera vuelto… Hubiera dado todo lo que tengo porque hubiera vuelto.
—¿Aunque fuera distinta?
—La hubiera reconocido en cualquier parte.
Ella volvió la vista hacia el cuadro. Si hubiera vuelto como yo no la reconocería. —Sorbió por la nariz. —Michael ni me mirará dos veces.
—Cuando te vea realmente se dará cuenta como lo he hecho yo.
Ante la empresa donde trabajaba Michael se miró discretamente en la ventanilla del coche que estaba aparcado a su lado y se pasó la mano por encima de la ceja. Menudo trabajo había hecho el cirujano con la cicatriz de la verruga, no se notaba nada. Era un genio porque la liposucción que le había realizado en el abdomen y en el trasero había sido casi un milagro. No era tan delgada como antes, pero no estaba mal del todo. Con el ligero vestido de flores que
llevaba ese día no estaba nada mal. Lo que no tenía mucho arreglo era su cabello que aún estaba muy corto, pero al menos no se le veía la cicatriz de la cabeza. Tomó aire y con su portafolios de arte en la mano cruzó la calle. El portero le abrió la puerta y ella sonrió. —Gracias.
—De nada, señorita.
Caminó hacia la recepción y dejó la enorme carpeta sobre el mostrador. —¿Le pueden entregar esto a Michael Grifford? Se lo hubiera dejado en su casa, pero tengo entendido que se ha mudado —dijo disimulando el nudo que tenía en la garganta desde que se había enterado por Ramón, el portero de su edificio, que al no soportar lo que había pasado había vendido su piso. El piso en el que vivirían y que estaba lleno de cuadros suyos.
—Puede dárselo usted misma —dijo la chica señalando tras ella—. Ahora sale a comer.
Se le cortó el aliento volviéndose y le vio salir del ascensor hablando con James, su mejor amigo. Su corazón saltó en su pecho después de tanto tiempo sin verle. Había adelgazado y su expresión era más dura y eso la enterneció porque demostraba que había sufrido mucho más que ella. Pasó ante la recepción sin mirarla siquiera y eso la hizo reaccionar. —¿Michael?
Se detuvo en seco y se volvió de golpe frunciendo el ceño al mirarla. —¿Si?
Tengo algo para ti —susurró sin poder evitar comérselo con los ojos.
—¿Perdón?
Reaccionó en el acto y cogió la carpeta. —Era de Sara. Él perdió el color de la cara totalmente y se acercó.
—Oiga, ¿cree que esta manera es la mejor de darle algo de su prometida? —preguntó su amigo muy tenso.
—Déjalo James. —Se acercó a ella. —¿Qué es?
Son unos bocetos que se dejó en mi casa. Yo he estado en Europa y no me he enterado… Hasta esta semana. Fui a su antigua
casa, pero en su piso no hay nadie y tú ya no estabas. No sé la dirección de su madre.
Su madre se ha ido a California con su prima.
Separó los labios de la impresión. —¿California?
—Le ofrecieron un trabajo allí y después de lo que pasó… —Él miró la carpeta y la acarició. —Gracias por molestarte.
—De nada —dijo impresionada por su dolor.
Cogió la carpeta y pasó ante James. —Esta tarde no vengo a trabajar…
—¡Pero Michael, tenemos la reunión con Boggosian!
Salió de la empresa a toda prisa y su amigo la fulminó con la mirada. —¡Perfecto, esto es perfecto! ¡Tienes la delicadeza en el culo, guapa! ¡Ahora que empezaba a recuperarse, tienes que llegar tú con esos putos dibujos! ¿No se te ha ocurrido que podrían alterarle?
Sin dejar de mirar a Michael caminó hacia la salida pasando de él. —¡Eh, que te estoy hablando!
Salió del edificio y cuando él entró en un taxi corrió levantando un brazo. Un taxi se detuvo, pero cuando miró a la carretera había tantos taxis que ya no sabía cuál era el suyo. —¿A dónde, señorita?
Bufó dejándose caer en el sillón. —Lléveme a Times Square. A la galería Dubois.
—Sé donde está.
—Gracias —respondió con la mirada perdida. El taxi se detuvo al lado de otro y vio el perfil de Michael robándole el aliento. Observaba un dibujo suyo que ella había hecho hacía dos días. Michael se acababa de despertar y le sonreía. Recordaba ese momento perfectamente y por su expresión él también. Cuando vio que rompía el dibujo por la mitad se llevó la mano al pecho de la impresión por la furia con que los rompía todos antes de salir del taxi dando un portazo mientras el chófer gritaba que le debía pasta. Impresionada por su dolor sollozó tocando el cristal con las yemas de los dedos. —Lo siento, mi amor. Lo siento muchísimo.
Minutos después, aún llorando entró en la galería y Phillip que salía de su despacho en ese momento apretó los labios antes de acercarse y abrazarla. —¿No ha ido bien?
—Casi no hemos hablado. Se ha llevado los dibujos y he visto como los ha roto. —Él acarició su corto cabello. —Esto no va a funcionar.
—No desistas todavía.
—Le estoy haciendo daño.
—Por el bien de los dos. Solo por el bien de los dos. Ven, para que te alegres un poco te voy a enseñar todo lo que hemos avanzado. Se apartó cogiendo su mano y tiró de ella hacia la sala de exposición. Los obreros estaban recogiendo y la sala totalmente blanca era impresionante. Levantó la vista hacia la iluminación. Cada foco podía redirigirse con un control remoto e iluminaría cada cuadro según sus necesidades. —¿Te gusta?
—Es maravilloso, Phillip, pero…
Levantó su barbilla para que le mirara a los ojos. —¿Pero qué?
—Te estás gastando todo tu dinero en mí. Las operaciones, el estilista, la ropa y ahora te has comprado la galería. Y…
—Me lo devolverás con creces con las comisiones de tus cuadros. Y no me defraudarás porque no dejas de trabajar. ¿Qué más te preocupa?
—¿Tan seguro estás de mí?
Totalmente. Ya lo estaba antes de… ya me entiendes, por eso vine a Nueva York.
Suspiró apartándose y caminando por la sala pensando en que todo aquello era una locura.
—Lo que te pasa es que estás decepcionada. ¿Acaso querías que cayera rendido a tus pies? Está hecho polvo después de lo que ocurrió. Fue un shock.
—Lo sé, he visto su dolor. —Dándole la espalda se cruzó de brazos porque por mucho que lo había pensado no se imaginaba realmente cómo estaba Michael.
—Y no te lo esperabas. —Él se acercó y la cogió por los hombros.
—No esperabas que te quisiera tanto, ¿no es cierto?
—En mi interior siempre tuve miedo a que su amor no fuera real. A que se despertara un día y pensara qué hago con esta loca que ni recuerda el día en el que vive. Sonrió con tristeza. —Creía que no era suficiente para él.
—Lo mismo que piensas ahora. —Se volvió sorprendida y él sonrió con tristeza. —¿O no es así? No te sientes lo bastante atractiva, no te sientes lo bastante mujer para estar a su lado, cuando más de uno casi se queda bizco al verte pasar.
—¡Es por estos pechos! —protestó—. ¡Ese cirujano no tenía que haberlos dejado ahí! —Phillip carraspeó mientras dos obreros la miraban como si estuviera loca. —¡Son incómodos y a él no le gustan!
—Créeme, no hay hombre al que no le gusten.
—¿Eso crees? —Dejó caer los hombros. —Es que no soy yo.
Él sonrió. —No, eres la nueva tú. ¿Si hubieras tenido un accidente en el que hubieras quedado desfigurada él que hubiera hecho? —Se sonrojó con fuerza por lo primero que había pensado y Phillip preocupado dijo —No fastidies.
—Me quería, pero no sé si tanto. Cuando hablas de desfigurada, ¿hasta qué punto?
—Tienes que dejar a un lado tus inseguridades porque sino no vas a conquistarle de nuevo.
—¡Si ni sé cómo lo hice la primera vez!
—Pero ahora tienes la ventaja de que ya conoces lo que le gusta.
Se le cortó el aliento. —Lo que odia y lo que le agrada, lo que le vuelve loco en la cama, todo eso es una gran ventaja, te lo aseguro.
—No sé cómo acercarme a él. Hoy parecía tonta.
—Fue la primera aproximación, se te pasará.
—Más me vale porque yo le sigo queriendo, aun más si eso es posible y no puedo vivir sin él —dijo angustiada.
—Entonces tendrás que poner todo de tu parte para conquistarle, ¿no crees?
Capítulo 4
Al día siguiente a las cinco estaba ante la empresa de Michael lista para seguirle a su casa. Phillip había alquilado un coche y allí estaba esperando a que saliera. Tardó dos horas más en salir y se le cortó el aliento cuando con él salió una rubia preciosa de largo cabello hasta el trasero. Llevaba un vestido rojo que enfatizaba su belleza y por su Birkin era evidente que tenía dinero, mucho dinero. Cuando él sonrió sintió que los celos recorrían su vientre. —Esto era lo que me faltaba. ¡Estupendo Michael! ¡Esto es estupendo!
Al darse cuenta de que iban a coger un taxi arrancó a toda prisa y se fijó en la publicidad que llevaban encima del vehículo para no perderle de nuevo. Salió a la carretera casi chocándose con otro coche y se puso detrás. El taxi puso el intermitente a su izquierda y ella hizo lo mismo. A través de la luna trasera vio como ella se acercaba a él y le daba un beso en la mejilla. Sintió que el alma se le caía a los pies. —¡No, no! —Sus ojos se llenaron de lágrimas y cuando él pasó su brazo por sus hombros quiso morirse porque sabía que la estaba besando. ¿Qué esperaba? Había pasado un año y él tenía que seguir con su vida. Además, era un hombre muy sexual y seguro que había habido otras. Muchas otras, pero la quería a ella. Todavía la quería. El taxi se detuvo y ella lo hizo a cierta distancia tras él. Cuando salieron él pagó a través de la ventanilla del coche y la cogió de la mano para entrar en un restaurante. Sollozó por ese acto de intimidad y recordó lo especial que se sentía cuando le cogía la mano. Aunque ella casi no iba a ningún sitio. Siempre tenía un cuadro a la mitad o estaba deseando hacerle el amor