Revista Número 1 Vuelo de Cuervos

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Ella había decidido terminar lo que ya duraba demasiado. Una vez al año, siempre en una noche como ésta. Demasiado tiempo para cualquiera. ¡Basta de preliminares! ¡No más caricias ni besos! Ni siquiera en las reuniones que solía celebrar con sus hermanas saboreaba platos tan exquisitos. En cuanto volviera a casa sería la envidia de todos. ¡De todos! La silueta rodeaba el vehículo agachada. Un paso en falso, un error de principiante que no había significado nada porque aquellos dos tortolitos estaban demasiado ocupados en sus asuntos. La noche estaba siendo provechosa después de su segundo asesinato. Ellos respondían a la necesidad de un plato final, una coronación memorable para un asesino que al día siguiente atemorizaría a todo el pueblo. Los titulares hablarían del psicópata de Halloween, el monstruo de la noche, un asesino en serie que bien podría ser el maldito vecino de enfrente. Y él estaría sentado frente a la televisión, riéndose a gusto mientras liquidaba las últimas gotas de una cerveza bien fría. Pero para que todo eso sucediera, primero tenía que acabar con aquellos dos críos disfrazados de bruja y hombre lobo. La lengua de Diana lamía los labios de Román mientras se agitaba encima de su entrepierna. Éste no podía apartar la vista de aquella inmensa verruga que, aunque habitual, se le antojaba molesta. La feminidad de Diana estalló en alerta y obligó a posar las manos de Román encima de sus abultados pechos, a lo que éste reaccionó con renovado vigor. Los gemidos pasaron a gritos, y éstos a deseos inalcanzables. El olor a sexo les embriagaba. Le gustaba actuar siempre de la misma forma. Esperaba escondido a que la pareja de enamorados se unieran en el lazo que suponía el coito para intervenir en el justo momento, como si se tratara del suegro o del director de la escuela. Aunque en este caso, con el debido derrame de sangre. Y cuando escuchó que aquello se aceleraba sujetó el cuchillo con fuerza. Presto, rompió el cristal de la ventana. El crujido fue ensordecedor y sus movimientos rápidos como el relámpago debido a su experiencia y varios entrenamientos en propiedades ajenas. Metió la mano dentro del vehículo y quitó el seguro para, sin que los ocupantes supieran lo que estaba sucediendo, abrir la puerta. Todo eso en apenas un par de segundos. En el siguiente parpadeo ya estaba amenazando a la pareja que, aún confundidos, seguían en sus asuntos. Les amenazaba con un enorme cuchillo de carnicero, y sus gritos surgían plagados de insultos e improperios. Sabía, por propia experiencia, que una actitud autoritaria acompañada por una seria amenaza de muerte solía desarmar a sus víctimas. El siguiente paso sería mutilar sus miembros, aunque eso aún no lo podían saber. Román y Diana observaban al intruso con fuego en los ojos. No por el brillo de aquella hoja afilada detendrían el coito. Seguían ambos unidos en el sexo mientras los gritos del hombre sólo hacía que molestarles. ¿Por qué precisamente esta noche les tenía que tocar a ellos? ¿Acaso alguien había decidido torturar sus aburridas vidas? A semejantes infortunios responderían con saña. Los dos amantes cruzaron sus miradas mientras terminaban de procrear. Las palabras no eran necesarias para hacerse entender. Cuando terminaron, aún no del todo satisfechos, volvieron sus ojos hacia el psicópata. Éste seguía gritándoles al sentirse tan descaradamente ignorado. Diana ni siquiera se preocupaba por ocultar sus pechos, mientras que el miembro de Román seguía erecto.

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