

Nació en un libro. Algunos dicen que lo escribió un historiador árabe, otros que fue un tal Miguel de Cervantes... No se sabe, lo único cierto es que vivió en un sueño.
Se hizo llamar Quijote. Era largo y flaco como un día sin pan, era soñador y aventurero como los antiguos caballeros andantes.


Soñaba que cabalgaba sobre seres fantásticos y que era el héroe de hazañas increíbles. Le gustaban las palabras llenas de magia: Rocinante, Dulcinea, Toboso, Fierabrás... Cuando las pronunciaba parecía que se quedaban flotando en el aire...



Solo tenía unas viejas y oxidadas armas y un flaco rocín. Lo armaron caballero en un majestuoso castillo, aunque los que niegan la fantasía dicen que fue en una sucia venta. A partir de aquel día ofrecía las hazañas a su dama Dulcinea, que los no soñadores llamaban Aldonza.

Hay gente que no soporta a los quijotes. Le quemaron los libros, pero no pudieron quitarle los sueños. Le habían salido alas en los pies. –¡Sienta la cabeza. Compórtate como todas las personas de tu edad! –le decía todo el mundo. Él no quería ser como los demás.

Salió al mundo a defender a los débiles, a luchar contra la injusticia y el mal. Le faltaba un escudero, y de este modo entró el cuerdo de Sancho en su sueño.
¡Al fin la aventura!


