Misterio en la Patagonia - Beatriz García-Huidobro

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Antonia irrumpió en el dormitorio de su hermano Pablo y dijo con seriedad y firmeza: Algo pasa.

Diego, su primo, levantó los ojos de la pantalla. Estaba terminando una presentación para la clase de Biología y no se distraía cuando estaba concentrado. Pablo siguió lanzando la pelota hacia una canasta sujeta sobre la puerta. Se ponía de espaldas y daba un brinco antes de acertar.

¡Hasta con los ojos cerrados! exclamó orgulloso.

Estás a dos centímetros, cualquiera lo logra respondió su hermana.

Te desafío. Basta de pelotitas, les estoy diciendo que algo pasa.

Las amebas son impresionantes dijo Diego . ¿Sabían ustedes que, a pesar de ser organismos unicelulares, tienen la capacidad de producir muchas enfermedades? Como la amebiasis, que es la más conocida, pero hay otras que…

Por favor, ahórranos tu disertación, donde seguro te sacarás la mejor nota.

Igual que yo, porque el trabajo es en parejas aclaró Pablo, ufano, como si hubiera participado en la tarea y mereciera la misma calificación que su primo . Este es el último trabajo y por fin llegarán las vacaciones de primavera.

Bien, entonces los dejo con la duda de qué está pasado. Yo iré a informarme y no les pienso contar, aunque mueran de curiosidad dijo Antonia con un tono de voz dramático, como preparando una salida teatral.

Diego cerró la computadora y la miró con paciencia. Él era hijo único y su mamá trabajaba largas jornadas, pasaba los días de semana con sus primos y, a pesar de que Antonia solía molestarlos, a él le divertía esta prima mayor tan expresiva y nunca se enojaba con ella, como le sucedía a Pablo.

A ver, ¿qué pasa?

Antonia retrocedió entusiasmada y se sentó en el borde de la cama.

Eso es lo que quiero saber. Y creo que tiene que ver contigo, primito. Resulta que en el living están la abuela, la mamá, el papá y tu mamá.

No es raro. Cuando se desocupa temprano, me pasa a buscar y nos vamos a casa.

Pero están a puertas cerradas agregó ella en voz baja; no iba a dejar que le arruinaran una buena historia tan fácilmente.

ALGO PASA

Eso debería haber hecho yo dijo Pablo : cerrar la puerta para que no entren ciertas personas.

Diego la miró con seriedad. En esa casa nunca se cerraban las puertas. Pensó que tenía razón.

Y menos con pestillo agregó con satisfacción Antonia. Había logrado cautivar a su audiencia.

Mmm, en verdad que es raro...

En ese momento entró al dormitorio Sarita, la hermana menor, con su fiel perro Salomón que, aunque cojeaba, la seguía adonde fuera. Había oído la conversación e intervino con voz asustada:

¿Algo malo pasa? ¿Tal vez está enferma la abuela? ¡No quiero que se muera! Por supuesto que no la tranquilizó Diego . La mejor forma de saber una respuesta es preguntando. Así es que voy a ir…

¡Yo también! saltó Antonia . Porque si voy sola, seguro que me retan, pero acompañada de Diego nadie me dirá ni mu. Eres el ídolo familiar, primito.

¡No me dejen, yo también voy! exclamó Sarita.

Supongo que yo igual refunfuñó Pablo y los siguió.

Cuando estuvieron frente la puerta cerrada, Antonia golpeó con decisión. De inmediato se hizo a un lado y murmuró:

Habla tú, Diego.

La puerta se entreabrió unos pocos centímetros y la abuela asomó la cabeza. Miró a Diego fijamente y le dijo: Contigo queremos hablar.

Y apenas entró Diego, la puerta se cerró. Los hermanos quedaron perplejos y solo Pablo se atrevió a preguntar qué estaba pasando.

Pero no hubo respuesta.

Es extraño, ¿vieron? dijo Antonia . Que esté la tía, que se encierren a hablar, que nos dejen afuera sin preocuparse de que nos pase algo…

¿Por qué nos habría de pasar algo? preguntó Sarita.

Digo que nos están ignorando, no les importamos porque algo sucede pegó la oreja a la puerta . No se oye nada, apenas un murmullo de voces.

Eso no se hace dijo Sarita . Es mala educación.

Secretearse tampoco es buena educación replicó Antonia.

Yo no tengo curiosidad sonrió Pablo porque Diego me cuenta todo. Somos mejores primos-amigos, así es que voy a esperar a que salga y me diga.

Y ahí me lo cuentas a mí. Perfecto sentenció Antonia.

Pablo iba a responderle, pero prefirió quedarse callado. No era intruso ni le preocupaba lo que conversaran los grandes. En general, lo que ellos hablaban lo aburría un poco; le gustaban los deportes, las aventuras y los misterios, pero los de verdad, no los cotilleos de su hermana.

Algún día crecería y enfrentaría verdaderos crímenes, resolvería robos de millones y atraparía a los delincuentes. Aunque también le gustaría ser piloto de aviones. Y secretamente soñaba con ser un superhéroe con poderes extraordinarios, pero eso no se lo decía a nadie, ni siquiera a Diego, porque se burlarían.

¿Y si esperamos comiendo ricos huevos revueltos con pan tostado? sugirió Sarita.

¡Nadie los prepara mejor que yo! saltó Pablo.

Los llenas de aceite, deja que los haga yo intervino Antonia.

Mientras comían, discutían acerca de qué podría estar pasando. Era evidente que Diego no había hecho nada malo, no lo estaban castigando. Pero era algo serio, si no, lo habrían conversado alegremente a la hora de comida, delante de todos. Ese secretismo, tan poco habitual en la familia, los desconcertaba.

Cuando la puerta se abrió, la escena fue aún más desconcertante. Todos estaban alrededor de la mesa del comedor: el papá y la mamá de pie con caras serias. La abuela sentada los miraba con preocupación, como queriendo hablar con los ojos. Diego tenía una expresión ausente, de estupefacción. Y su mamá lo abrazaba, con los ojos llorosos.

Alguien se murió Sarita empalideció al musitar esas palabras. Salomón lanzó un pequeño aullido y lengüeteó su mano.

Quizás la tía perdió el trabajo murmuró Pablo.

O tal vez la ascendieron y se irán a vivir a otra ciudad susurró Antonia . Apostemos, a ver quién gana.

¡No es chistoso! exclamaron sus hermanos.

Pasen dijo su mamá al ver a los niños en la puerta . Es importante que hablemos sobre lo que está pasando.

Miraron a Diego, que estaba tieso como una estatua.

Creo que ni pestañea susurró Antonia. Pablo le dio un codazo y esperaron a que los adultos hablaran.

Cuando Diego tenía casi tres años, su padre se fue de la casa y nunca más supieron de él. Su madre intentó ubicarlo y la única respuesta que recibió fue la de su suegro,quien le comunicó que él estaba bien pero quería buscar otra vida, una vida distinta y lejos de ellos, lejos de todo lo que había conocido, y que había partido a otro país. Eso fue muy duro de oír para ella y la hirió la indiferencia con que le habló. Pero no tuvo tiempo para lamentarse; tenía un hijo que empezaría a ir al parvulario y debería aprender a arreglárselas por sí sola. Buscó un trabajo de tiempo completo y se esforzó por mantener a la pequeña familia que formaban ella y Diego.

Y ahora había recibido una llamada de su antiguo suegro. Le contaba que estaba viejo y algo enfermo, que sentía que se acercaba a la última etapa de su vida y lamentaba no haber visto nunca más a su nieto. Que se daba cuenta de que había sido un error enorme creer que, si su hijo había dejado a su familia, él también tenía derecho a hacerlo. Que se había desentendido y quería enmendarlo. Que se desvelaba pensando en lo injusto que había sido. Eso había dicho. Que quería conocer a Diego y por eso lo invitaba a visitarlo en la Patagonia, para que conociera las tierras a las que llegaron sus antepasados.

No me gusta ese hombre refunfuñó la abuela . No creo en su arrepentimiento. ¿Lo conoces? le preguntó Sarita.

No, ni siquiera vino cuando nació Diego, la guagua más linda del mundo sonrió.

¡Pensé que era yo! se lamentó Sarita.

Nos lo dice a los cuatro, pero todos sabemos que la mejor guagua fui yo, además de ser la primera y la más esperada se jactó Antonia . Creo que Diego debería ir porque a lo mejor el viejujo tiene una fortuna y lo nombra su heredero, y así nuestro primito podrá dedicarse a la ciencia y hacer grandes descubrimientos.

Antonia, por favor, controla esa boca le dijo su papá . Acá es Diego quien decidirá qué quiere hacer y nosotros lo apoyaremos. Y te aseguro que lo que decida no será por interés.

Puedes tomarte el tiempo que necesites para decidirlo agregó la mamá de Diego.

Y cambiar de opinión cuantas veces quieras dijo su tía.

Yo también te apoyo rezongó la abuela . Pero no me gusta nada la idea de que el niño viaje al fin del mundo a visitar a un hombre que no conocemos y que no sabemos cómo lo tratará.

¿Y por qué no viene él? Si quiere conocerte que se esfuerce Pablo habló con tanta autoridad que hasta él se sorprendió.

Sí, él estaría dispuesto a venir aclaró la mamá , pero quiere que Diego conozca la región, que compartan varios días y se conozcan conviviendo de una manera más profunda, por así decirlo, lo que acá no sería posible.

Lo importante es lo que pienses tú dictaminó la madre de Diego mientras lo abrazaba . Ya nos dirás lo que decidas.

Hay una cosa que está clara: solo no irás saltó Antonia . Si tú vas, vamos todos. Que el viejujo nos mande los pasajes y sepa que este silencio de años tiene su precio. Que no estás solo, que tienes una familia que te acompaña. ¡He dicho!

Quizás no sea un viejujo, sino un abuelito como el de Heidi dijo Sarita . ¿Y si después lo quieres más que a nosotros y te quedas con él?

Diego la abrazó y se rio. ¿Cómo podía pensar que querría cambiarlos por otras personas? Ellos eran su familia.

Fue una larga conversación con muchas preguntas y miradas a Diego para ver cómo reaccionaba en cada momento. Pero él estaba decido a guardar silencio hasta que hubiera reflexionado lo suficiente y tomara una decisión.

CONJETURAS ANTES DEL VIAJE

Cuando Diego y su madre se fueron, los niños hicieron muchas preguntas a sus padres y a la abuela. Todos sabían que el papá de su primo se había ido cuando él tenía tres años, que nunca más lo vio y que era algo doloroso. Aunque casi no lo recordaba, lo lastimaba que no lo quisiera ni se interesara por saber de su vida.

Jamás tocaban el tema en la familia para que Diego no sufriera. Pero ahora era diferente.

¿Significaba quizás que su padre regresaría?

Eso no parece posible explicó el papá . Según sabemos, se radicó en Australia; allá trabaja y formó una nueva familia. Tampoco sabemos si ha venido alguna vez, pero si lo ha hecho, no preguntó por Diego ni quiso visitarlo. Es de esas personas que dejan atrás las cosas y no les importa.

Mi nieto no es una cosa dijo la abuela cruzándose de brazos.

Era muy inmaduro agregó la mamá . Y al parecer no ha cambiado.

A mí nunca me gustó y se lo dije hasta cansarme la abuela volvió a cruzar los brazos para enfatizar su molestia . Pero ya sabemos lo que es una jovencita enamorada: alguien que no piensa con la cabeza. Y hasta que él no se fue y la hizo sufrir, no se dio cuenta de cómo era.

La tía es linda pensó Antonia en voz alta—. Y han pasado tantos años… Ella debería tener un novio. Debería crearse un perfil para conocer a alguien por las redes y casarse de nuevo.

¿Y para qué querría eso Diego? No necesita a un padrastro, tiene a nuestro papá opinó Pablo.

No estamos hablando de un padrastro, sino de un hombre que le guste a ella y la divierta dijo Antonia.

Antonia, no te metas en lo que no te incumbe. Conozco a mi hermana siguió la mamá y sé que si sale con alguien no va a contarnos ni a presentárselo a Diego hasta que no esté segura de que la cosa va en serio. Por supuesto que ha tenido citas, pero no se ha vuelto a enamorar, y me parece bien que no obligue a su hijo a conocer a nadie.

A mí me gustaría estar en esa situación imaginó Antonia . Sería simpática con todos tus enamorados, mamá, y sacaría el máximo provecho de la situación, les pediría que te convenzan de que me des permisos que no me das, que viajemos a lugares lejanos...

Nooooo exclamó Sarita . Yo no quiero que mi papá y mi mamá estén nunca separados. No me interesa que me den regalos ni permisos ni nada, ¡quiero estar con ustedes siempre! y los abrazó.

Ella habla por hablar intervino Pablo . No sé de dónde saca tantas ideas tontas.

Antonia suspiró, exhaló todo lo que pudo y, tras una pausa, dijo solemnemente:

Yo me he dado cuenta de un asunto importante: cada vez que digo algo, me miran feo. ¿Y saben por qué? Porque también lo piensan; solo que no se atreven a decirlo. ¿Quién piensa que la tía debería tener un novio? Todos. ¿Quién lo dice? Nadie. Por suerte estoy yo para que sus pensamientos se transformen en palabras.

Hablas enredado le dijo Sarita.

Es que usa demasiadas palabras aclaró Pablo.

Sus palabras viajan más rápido que sus pensamientos se rio la abuela.

No tiene filtros suspiró la mamá.

Por ejemplo continuó Antonia , sé que están pensando que si Diego quiere ir a conocer al abuelo está bien que lo haga. Pero yo encuentro que hay que poner condiciones. Años y años de no saber nada de Diego, si estaba enfermo, si necesitaba algo, ¡nada! Entonces ahora no puede salirle ni fácil ni gratis.

Así como va, esta niñita acabará en la política dijo el papá.

—“Niñita” refunfuñóAntonia. Tenía catorce años y no había nada que la enfureciera más que ser tratada como una niña. Cuando salía con sus amigos e iba a sus casas, los otros padres le hablaban como adulta y respetaban sus opiniones. Y sus amigas le pedían consejo todo el tiempo porque ella sabía muy bien hacia donde iba el mundo.

Ya, nadie diga nada más. Lo importante es que Diego dirá qué hacer, cómo y cuándo y todos lo apoyaremos concluyó la abuela.

Y si decide viajar lo acompañaremos sentenció Antonia . Como dije antes: está decidido.

Sus papás suspiraron con paciencia y los mandaron a acostarse.

Una vez en la cama, debajo de las mantas,Pablo llamó por teléfono a su primo y conversaron. Diego le confesó que su única preocupación era que a su mamá la hiciera sufrir que él fuera, que se sintiera abandonada o pensara que era una especie de traición acercarse a la familia de su papá.

Porque obviamente él quería conocer a este abuelo, le daba curiosidad y tenía muy claro que si no se entendían, no perdía nada porque nunca lo había conocido ni había contado con él. Pero si viajo concluyó Diego , tú vienes conmigo. ¡Cuenta con eso! respondió Pablo antes de colgar.

RUMBO A LA PATAGONIA

Al final todo se resolvió rápidamente. La mamá de Diego le aseguró que no tenía celos ni miedo ni nada, que la alegraba que fuera a conocer a su abuelo. Mientras más personas te quieran, mejor. ¡Y quién no te querría apenas te conozca! le dijo.

Sin embargo, ella no deseaba ir. Le parecía bien que conviviera unos días con su abuelo y quizás tuvieran una relación importante de ahora en adelante. Pero a ella no le interesaba forjar una conexión que nunca existió cuando eran parientes. Además, él quería ver a su nieto, era Diego quien le interesaba.

Lo que sí le preocupaba era que viajara solo, y fue un enorme alivio cuando la abuela dijo:

Si bien no me parece necesario que mi precioso nieto vaya hasta el fin del mundo a conocer a un abuelo ingrato, lo apoyo; y para que no se le haga difícil partir solo, le pagaré el vuelo a Pablo, así irá acompañado.

Los niños estrujaron a su abuela en un abrazo apretadísimo. Sabían que ella no tenía más que una pequeña pensión que no le alcanzaba para pagar sus gastos; por eso vivía con la familia de su hija. Comprar un pasaje a Punta Arenas iba a significarle un gran esfuerzo. Y quizás mermaría la inmensa cantidad de dulces que escondía en el baúl, los rincones del armario y otros recodos misteriosos.

¡Son tres mil kilómetros! exclamó Diego.

Más de tres horas volando se emocionó Pablo. Aunque había tenido la oportunidad de volar a Iquique, en el norte del país, viajar en avión era algo que le fascinaba y no podía convencerse de su suerte. ¡Por tercera vez volaría y con la vuelta ya serían cuatro vuelos completos!

Yo encuentro que la abuela no tiene por qué pagarlo intervino Antonia . Hay que pedirle al viejujo que mande los dos pasajes o nada. Que se quede sin ver a su nieto si se pone avaro.

No quería que supieran que estaba un poco envidiosa de la suerte de su hermano. A ella le gustaba mucho visitar lugares y conocer gente, y sabía que en el extremo sur de Chile había paisajes impresionantes y ciudades únicas. Además, estaba terminando el trimestre y vendrían

días de vacaciones. Era el momento perfecto para irse lejos y regresar con muchas cosas que contar.

Sarita se acercó con la tablet y les mostró el pronóstico del tiempo en la zona para los días siguientes.

Fíjense que, aunque es primavera, la temperatura no subirá de nueve grados. Tienen que preocuparse de llevar suficiente ropa abrigada dijo la abuela.

Y lo más importante es llevar una parca para la lluvia y un gorro de lana para el viento, que puede alcanzar los 30 o 40 kilómetros por hora. ¡Y eso da mucho más frío! Y además los días empiezan a ser más largos, oscurece más tarde y tienen que usar protector solar porque el sol irradia más fuerte que en otras partes Sarita se detuvo para respirar mientras buscaba más datos.

Gracias por toda la información, nos servirá mucho sonrió Diego, que ya había investigado acerca de la zona pero no quería decepcionar a su pequeña prima.

Ojalá que no coman corderitos, miren lo lindos que son siguió la niña. Mejor que aprovechen de probar las centollas se paladeó la abuela.

—A ver cómo son… ¡Oh, son horribles!

Horribles, pero exquisitas insistió la abuela . Ahí cerca de Punta Arenas, en el estrecho de Magallanes estuvo el famoso Puerto del Hambre. Una ciudad que se fundó antes del año 1600 y donde quedaron varados más de 300 colonos, soldados, curas, mujeres y niños. Después los encontraron muertos, muertos por inanición; no habían tenido con qué alimentarse, y por eso el lugar fue rebautizado así: Puerto del Hambre. Dice la leyenda que abundaban las centollas, pero ellos les temían por su aspecto y no supieron que podían comerlas.

Ahora hay quienes investigan y creen que tal vez fue la marea roja, una infección, lo que los mató a todos. Es un misterio que sigue sorprendiendo aunque hayan pasado siglos agregó Diego, que también había estado leyendo.

El estrecho de Magallanes es fascinante; había sido muy importante durante siglos para la navegación y estaba repleto de historias sorprendentes, de piratas y de aventuras llenas de peligro.

También pueden comer chocolates siguió Sarita . Dicen que los de esa zona son los mejores. Chocolates, centollas y pescados, pero no coman corderitos, por favor y les mostró la foto de una niña paseando con uno blanco y lanudo, como si fuera un perro. Salomón miró con complacencia la foto y dio un pequeño ladrido de aprobación.

¡Yo quiero verlo todo! exclamó Pablo, mirando una vieja guía de turismo . Glaciares, pingüinos, lagos, termas…

¿Sabes qué son las termas? preguntó Antonia.

—En verdad no…

Adonde van los viejitos a meterse en el agua caliente para que no les duelan los huesos rio Antonia—. Pobre mi hermanito que se puso anciano…

Si algún insolente está pensando en sugerir que yo debería ir allá, me voy a enojar los previno la abuela risueña.

En ese momento entraron la mamá y la tía, y les dijeron que debían preparar sus cosas y que ellas las revisarían. No querían que Diego hiciera como en otras oportunidades, en las que había dejado ropa indispensable parallevar en su lugar libros, microscopios y cajas misteriosas, que ninguna de las dos se atrevía a abrir por temor a encontrarse con bichos.

No queremos que vuelva enfermo ninguno de los dos.

Cuando estuvieron listas las dos mochilas y un gran bolso, partieron al aeropuerto, donde recibieron otras tantas instrucciones por parte de ambas madres. Antes de embarcar, les entregaron un teléfono celular.

Quiero que, si tienen el más mínimo problema, puedan o no describirlo, pero que los haga sentir mal, inmediatamente nos llamen dijo la tía.

O manden un mensaje, lo que sea insistió la mamá.

Finalmente se sentaron en el avión, abrocharon sus cinturones y esperaron el despegue mientras observaban a la gente que subía calmadamente y acomodaba sus bultos en la parte alta de la cabina. El vuelo estuvo movidísimo y, aunque no les dieron de comer más que un diminuto paquete con frutos secos y un jugo, el estómago se les revolvió y se miraban el uno al otro y se describían sus respectivas palideces:

Tú estás verde.

Y tú amarillo.

Ahora te pusiste blanco.

Y tú trasparente.

El aterrizaje, en cambio, fue suave y se sintieron mucho mejor apenas tocaron tierra. Ya en el aeropuerto advirtieron que hacía más frío del que esperaban y en sus mentes agradecieron que sus madres los hubiesen obligado a llevar los chaquetones en la mano.

Una vez que retiraron el equipaje de la cinta transportadora, se asomaron a ver la gran cantidad de gente que esperaba a algún pasajero.

¿Cómo lo vamos a reconocer? preguntó Pablo.

Supongo que traerá un letrero con nuestros nombres sugirió Diego. No quería decirlo, pero sentía un nudo en el estómago. Y no era por las turbulencias del vuelo.

Mira, ese debe ser Pablo señaló a un hombre alto y robusto, de pelo blanco y espesa barba, vestido con una gruesa chaqueta de pana, que miraba a los pasajeros como buscando a alguien . Como decía Sarita, se parece al abuelo de Heidi.

Sin embargo, el anciano agitó su mano cuando vio a una mujer y se fueron juntos. No se veía letrero alguno con el nombre de Diego y la gente empezó a ralear hasta que no quedó nadie más que unos pocos choferes que ofrecían transporte a la ciudad.

¿Qué hacemos? se asustó Pablo—. Creo que voy a llamar a tu mamá y decirle…

No, espera sonrió Diego . Pensemos un poco. Él ha estado esperando este momento y no nos va a dejar plantados. Debe haberse atrasado por algún motivo.

O se murió.

También es una opción. Esperemos que no sea eso.

En ese momento, un hombre bajo y delgado, vestido con una chaqueta formal y zapatos de cuero, como un oficinista de Santiago, se acercó con paso decidido a los niños.

Sin duda que ustedes son Diego y Pablo. Bienvenidos a Punta Arenas dijo como si fuera un guía turístico en lugar de un abuelo que conoce por primera vez a su nieto.

¿Y usted es Mirko, el abuelo de Diego?

Claro. Vamos a mi camioneta.

El hombre se veía mucho más joven de lo que esperaban. Y para nada enfermo. Caminaba a paso rápido y ágil, mientras ellos trotaban detrás con las mochilas y bultos.

Debió ofrecerse a llevarnos algo masculló Pablo . No me está gustando este abuelo tuyo…, el viejujo, como le dice Antonia.

—Hay que darle una oportunidad. Aunque es cierto que no parece simpático…

Mis dos abuelos murieron cuando yo era chico, así es que no sé qué esperar de un abuelo. Son distintos de las abuelas con esta reflexión Pablo intentó conformar a su primo.

La camioneta era de doble cabina, enorme y muy moderna. Ambos se acomodaron en el asiento traseroe iniciaron el trayecto en silencio. El abuelo Mirko no abrió la boca más que para decir “espero que les guste Schubert” y poner su música a todo volumen. Diego y Pablo se

miraron desconcertados un instante, pero el paisaje vasto y ancho los deslumbró. Ambos esperaban ver bosques verdes y no esta llanura inmensa, donde los árboles habían crecido bajos y los que conseguían elevarse estaban retorcidos por el viento. Cada uno era una especie de escultura con tantas formas y ángulos que podían descubrirse decenas de figuras.

Mira el cielo, se ve amenazante dijo Diego.

Seguro que va a llover agregó Pablo.

Parecía que hubieran pintado las nubes con brochazos negros, grises y morados, dejando apenas unas pocas ráfagas de blanco. Era como si el viento quisiera competir con las nubes en una carrera sin fin.

No lloverá dijo el abuelo Mirko . A pesar de que estamos en la época de las lluvias, hoy no caerá más agua.

Los niños se miraron extrañados de que finalmente les conversara algo. Tenía una voz profunda y cascada, como si fumara mucho, y pronunciaba las palabras con calma y precisión.

Pablo pensó que en eso se parecía a su primo, que nunca se atarantaba para hablar como le pasaba a él, que parecía que las palabras tropezaban unas con otras en su boca apuradas por salir.

Entraron a la ciudad y pasaron por una calle que daba al mar, donde los enormes barcos parecían mecerse suavemente al ritmo de las olas, como si bailaran con ellas y con el viento. El abuelo Mirko detuvo el auto y les mostró un antiguo edificio de cuatro pisos.

Acá es les dijo.

Los niños, decepcionados, subieron las escaleras arrastrando sus bultos. Esperaban un campo, o una gran casa, o una cabaña, pero ¿un departamento como cualquiera de Santiago? ¿Y más encima sin ascensor?

Abrieron la puerta y, si bien se podía ver el mar a lo lejos, seguía siendo un lugar convencional. Habían viajado tres mil kilómetros para nada.

Pedí una pizza, debe estar por llegar dijo el abuelo Mirko . Mientras, acomoden sus cosas en ese dormitorio, lávense las manos y luego comemos acá y señaló el cuarto donde había una mesa para cuatro personas frente a la televisión.

Los niños se miraron incrédulos. ¿Cómo iban a soportar una semana completa con ese señor aburrido, encerrados en un departamento y comiendo platos preparados? ¿Dónde estaban los corderos al palo (prohibidos por Sarita)? ¿Y los rebaños de ovejas? ¿Y los caballos para montar y perderse en las anchas praderas? ¿Y las fogatas nocturnas?

De todos modos, les mandaron un mensaje a sus familias diciendo que todo estaba bien, que se había hecho de noche y que al día siguiente contarían más novedades. Trataron de que no se notara su decepción.

Cuando llegaron a sentarse, una pizza gomosa y tibia los esperaba. Una botella de bebida y unas servilletas de papel. Eso era todo. Ese era el gran recibimiento para el nieto pródigo. Y la televisión encendida transmitía el noticiario de la noche. Así es que comieron en silencio. El abuelo Mirko no les ofreció postre y se fueron a acostar.

Mañana partimos temprano a la hacienda dijo el abuelo Mirko . Los despertaré a las seis.

Y cerró la puerta.

LA CAJA FUERTE

Aunque el amanecer era frío, los primos saltaron de la cama entusiasmados. Elba tenía la chimenea prendida y el desayuno listo.

Bañados los quiero, eso sí. No les sirvo nada a los que no estén limpios y perfumados; no quiero a nadie hediondo en mi mesa y los mandó a darse una ducha que tomaron rápidamente y luego se sentaron a comer vestidos y peinados.

El abuelo Mirko ya había desayunado y estaba en el escritorio revisando papeles. Parecía contento.

Han traído excelentes animales. Óscar los fotografió y me envió las cantidades. ¡No hay nada más lindo que un campo lleno de ovejas pastando! Ni las nubes en el cielo son algo tan hermoso.

¿Las van a mostrar acá? preguntó Pablo.

No, los tratos son de palabra y confianza. Ellos llevan los animales al galpón, donde los contamos y marcamos. Luego, vienen acá y les pago. Nadie engaña a nadie.

¿Y si lo hicieran?

Difícil que alguien se atreva; todos nos conocemos y sabemos quién es quién. Pero hay una persona que quiere que le pague allá mismo y ahora, así que iré provisto.

Se fue hacia el sector de los dormitorios y abrió la puerta de un armario que había junto al baño. Ahí dentro estaba la caja fuerte cuyo dial empezó a girar mientras tarareaba en voz baja: “siete, siete, nueve, diez, dos, cuatro, dos”. Entonces, se abrió la puerta y vieron cómo empalidecía el abuelo Mirko.

¡No está, no está! exclamó.

Levantó algunas carpetas con papeles, un pequeño cofre y nada. El dinero que había sacado del banco ya no estaba ahí dentro.

¿Estás seguro de que lo guardaste aquí? preguntó Diego. Ya había asumido aires de detective y no dejaría de interrogar a su abuelo.

Completamente, no hay otro lugar.

¿Cuándo fue la última vez que viste esta plata?

—Anteayer, cuando la guardé… No, espera. Ayer, cuando regresamos, guardé unos papeles de mi escritorio y los fajos de billetes estaban. Si hasta debí moverlos para acomodar la carpeta

Es decir, entre ayer en la tarde y hoy en la mañana desapareció.

Así viene a ser calculó el abuelo Mirko.

Pero anoche fuiste a la caja fuerte a guardar unos papeles que te trajo Óscar.

¡Cierto! También anoche la abrí. Pero no me fijé si estaban los billetes, simplemente lancé esos papeles en su interior.

Es decir, sabemos con certeza que ayer, a las seis de la tarde, la plata estaba; y hoy, a las ocho de la mañana, ya no existe precisó Diego.

Tiene que ser alguien que haya entrado en la noche y robado. Es muy extraño. Voy a tener que llamar a los carabineros y de aquí a que vengan perderé toda la mañana… —reflexionó el abuelo Mirko y telefoneó a la comisaría.

Mientras él hablaba, los niños examinaron la caja fuerte y el entorno.

La caja no está forzada observó Diego.

¿Y no tiene una llave? preguntó Pablo.

Cuando el abuelo Mirko colgó, respondió a las preguntas. Estaba pálido, pero hablaba con firmeza a pesar del impacto.

Sí, hay una llave, pero la guardo dentro de la misma caja fuerte. Debe ser una banda, con esos estetoscopios o qué sé yo qué usan para saber claves y abrir cajas como esta. Primera vez que me roban. Y justo cuando había ido al banco y tenía tanto efectivo.

Si alguien hubiera entrado en la noche, lo más probable es que lo hubiéramos escuchado. Pues aunque uno se duerme muy cansado, hay tanto silencio que se siente hasta el más mínimo ruido. Alguien debió oírlo dijo Diego.

¿Y si fue alguien del banco que lo siguió? preguntó Pablo . Puede haber estado espiando ayer y hoy por la ventana hasta que lo vio abrir la caja y anotó la clave.

¡Algo así debe haber sido! saltó el abuelo Mirko . Qué problema. Va a ser una larga investigación y nunca voy a recuperar nada. Ahora no podré comprar el ganado que quería, el banco está cerrado. Quizás alguien reciba cheques. Pero no voy a tener fondos; me alcanzará para muy poco. A ver… Sí, al menos la chequera está. Y mi pasaporte. No se ha perdido nada más que los billetes.

¿Qué dijeron los carabineros? preguntó Pablo.

Milagrosamente vendrán de inmediato pues estaban cerca, rumbo a la competencia.

Mientras tanto revisemos, a ver si descubrimos por dónde pudieron entrar dijo Diego . Es que todo se ve bien seguro, las ventanas tienen persianas y las puertas cerrojos firmes.

Los primos dieron vueltas alrededor de la casa y constataron que las ventanas y persianas estaban cerradas. Pero lo que más les preocupó fue comprobar que no había ninguna huella alrededor. El abuelo Mirko los seguía sin darle mucha importancia a su pesquisa. Anoche no llovió, pero el terreno estaba húmedo y barroso, cualquier pisada habría quedado marcada señaló Diego.

¿Y si la hubieran limpiado? pensó Pablo.

Entonces el terreno estaría liso. Y se ven los charcos de agua, algunas huellas de los perros, hojas de árbol. Esta superficie no ha sido tocada y tampoco hay huellas.

Diego hablaba con un tono firme y preocupado. El abuelo miraba la tierra mojada y no comprendía la importancia de buscar huellas.

Son ladrones profesionales; vete a saber cómo funcionan concluyó.

Creo que no te das cuenta de lo que ha pasado dijo Diego . Este robo no viene de afuera, sino de adentro de la casa.

¿Somos sospechosos? empalideció Pablo.

¡Las cosas que se les ocurren! rio el abuelo Mirko . Nadie conocido me robaría. Pero no pensemos más Vayan a tomar su desayuno antes de que se enfríe mientras yo ordeno unas cuentas.

Pablo le comentó a Diego que el abuelo era muy relajado con el tema de la plata. Seguramente lo que había perdido era mucho dinero y no le daba importancia.

—Me preocupa que no se dé cuenta… —susurró Diego.

¿De qué?

De que le robó alguien cercano a él. No es alguien de fuera, sino de la misma casa.

Pablo casi se atragantó con el pan. En las últimas horas en la casa habían estado muy pocas personas: Elba, Óscar, ellos dos, el abuelo y las visitas de la noche anterior: Agustín y Tereza.

¿Habrá venido alguien más? se preguntó Pablo.

No creo. Podría ser que Elba haya recibido a alguien en la cocina, pero, para llegar a la caja, habría tenido que cruzar el living y el comedor, y allí estábamos todos. Sin embargo, hay varias cosas que debemos preguntarnos. Sobre todo la principal dijo Diego solemnemente.

¿Cuál?

¿Quién conocía la clave de la cerradura?

En ese momento golpearon la puerta. Entraron dos carabineros, uno joven y delgado, y otro de edad mediana, fornido y acezante.

Nos hizo correr, don Mirko dijo el mayor de ellos . Esta camioneta está con los amortiguadores malos, así es que vengo con los riñones en la mano.

Elba se asomó y les ofreció algo para tomar. Los agentes aceptaron un mate y empezaron a recorrer el lugar haciendo las mismas preguntas que los niños. El abuelo Mirko les respondía con la misma convicción de antes: había sido una banda de ladrones profesionales, una banda especializada.

La delincuencia ha logrado llegar hasta el fin del mundo suspiró.

Después de revisar el exterior, las ventanas y puertas, los carabineros regresaron a hablar con Mirko y le explicaron lo que los niños ya sabían: el robo no había venido desde fuera. Y dado que el tiempo entre la última vez que vio los billetes y el momento en que supo de la desaparición se reducía a unas pocas horas, la única explicación era que alguien que conocía la combinación hubiera abierto la caja.

¿Quiénes sabían que tenía este dinero, don Mirko?

Bueno, todos lo sabían. Porque estoy comprando ganado.

Aparte de usted, ¿quién conoce la combinación de la caja fuerte?

Nadie. O sea Óscar, por supuesto. Pero no va a pensar que él fue. Sería ridículo, lleva quince años trabajando conmigo y jamás se me ha perdido ni un alfiler. Imposible, es mi hombre de confianza.

¿Nadie más conocía la clave?

No, pero eso no significa nada. Tiene que ser una banda criminal. Óscar no me robaría. Pero puede habérsela dicho a otra persona aventuró Diego.

Cierto dijo el cabo mirando fijamente a los primos por primera vez . Puede tener un cómplice.

Mire, a veces es una noviecita que lo engatusa y él le da la combinación de la caja fuerte y ella es quien roba. O pertenece a una banda. Eso sucede también; hay hombres que le cuentan todo a su mujer y no miden las consecuencias.

Y también puede ser una banda que lo tiene amenazado intervino el carabinero joven . Lo obligan a robar para ellos. Lo amenazan con matar a algún pariente. Y él le roba para salvarlos.

No me gusta nada esto que está pasando cortó el abuelo Mirko . Vienen a mi casa y se ponen a decir cosas imposibles en vez de buscar a los bandoleros.

—Don Mirko, si usted supiera…, hay hijos que les roban a sus padres, nietos que estafan a los abuelos. Se ven cosas mucho más terribles que un empleado que toma el dinero o se pone de acuerdo con otras personas.

A veces ni siquiera quieren robar siguió el otro carabinero . Solo toman la plata para pagar alguna deuda y después la reponen.

Los primos se miraron. Todo lo que decían les parecía razonable y no había manera de pensar que Óscar fuera inocente.

Vamos, no digan leseras. Óscar sabía que hoy haríamos las transacciones, iba a quedar al descubierto esta misma tarde cuando vinieran a cobrar. Todo esto no tiene sentido. Ahora tenemos la competencia y no quiero que mis nietos se la pierdan dijo el abuelo arropándose con la manta.

Muy bien, don Mirko, nosotros vamos a asistir para supervisar que todo esté en orden dijo el mayor sin confesar que para él también era una diversión . Pero citaremos a Óscar a la comisaría mañana temprano junto con usted para un careo. Le vamos a apretar clavijas y verá cómo confiesa.

El abuelo Mirko y los primos montaron sus caballos y partieron hacia la hondonada. Casi no hablaron durante el trayecto, y a Diego y Pablo los turbaba la perspectiva de encontrarse con Óscar. ¿Qué le dirían? ¿Le mencionaría el abuelo lo que había pasado? ¿Sería una situación incómoda? ¿Tal vez violenta?

Apenas llegaron a la llanura, vieron una gran cantidad de gente. Las ovejas estaban en los corrales y los hombres y las mujeres conversaban alegremente. Muchos cebaban sus mates y habían improvisado un desayuno con pan amasado, quesos y fiambres. Los perros daban vueltas alrededor y comían lo que sus dueños les daban distraídamente. Vamos a empezar pronto porque puede que se venga la lluvia dijo un hombre que parecía el organizador.

Y esquilar a un animal mojado no es ningún chiste dijo Tomás, blandiendo su máquina.

¿Estás asustado de competir conmigo? rio Joanna.

Por un altoparlante el hombre dio las instrucciones: las primeras dos horas serían una competencia por tiempo y cantidad. Quien lograra trasquilar más ovejas en ese lapso, ganaría la primera fase.

Ya saben las reglas: las dobles cortadas se descuentan y a los animales se los ata con lana torcida, nada de sisales ni cáñamos.

Eran once hombres y solo una mujer. Cada competidor tenía dos ayudantes: uno que le traía la oveja y otro que se llevaba la lana y la apilaba en un costado para el conteo posterior. Habían dispuesto arpilleras en el suelo para que la lana quedara sobre una superficie limpia. Entonces entró Óscar por primera vez sonriente y se ubicó junto al abuelo Mirko:

Estamos listos para ganar. Yo ayudaré a Joanna con el arreo. Mire cómo limpiamos ayer el entorno: nuestros animales están como recién duchados, no hay tierra en nuestras lanas. Y están descansaditos, sin transpiración ni agotes.

Los niños lo miraron extrañados. ¿No se daba por enterado? ¿O realmente era inocente del robo? El abuelo Mirko lo llevó aparte y le contó la situación.

¿Que vaya a la comisaría? Pero, don Mirko, ¿cuándo he ido yo a los pacos por nada?

¿Qué tengo que ver yo con esto? Nunca he entrado a su caja fuerte ni le he tomado un peso.

Ya sé, hombre, pero qué quiere que le diga. Necesitan interrogarlo, no más. Para descartarlo y empezar a buscar a los verdaderos ladrones.

Me van a echar la culpa. Ya me condenaron y usted sabe que no he tomado nada.

Vamos a ir a dejar las cosas claras. Ahora concentrémonos en que ganen nuestros dos esquiladores.

Óscar miró con desconfianza hacia el público, donde distinguió a los carabineros. Ya no parecía contento y, enfurruñado, se ubicó junto a Joanna.

Harto trabajo les espera a los velloneros dijo Tomás.

¿Quiénes son? preguntó Diego.

Son los que se encargan de despejar los vellones que dejan los esquiladores. Son súper rápidos y tienen harta destreza. Mírenlos cuando los acarreen a las pilas.

Unos muchachos jóvenes, apenas mayores que los primos, se apostaron cerca de los esquiladores, listos para llevarse la lana cada vez que alguno terminara con su oveja. Empezó entonces el ruido de las máquinas y los gritos de los acompañantes dándoles ánimo a los competidores.

Diego pensó que era lindo ver cómo las ovejas, después de caer tumbadas dominadas por el esquilador, eran liberadas rápidamente y se alejaban alegres y livianas corriendo hacia sus compañeras que también estaban recién desnudadas.

Al cabo de las dos horas exactas, el árbitro hizo sonar un pito. Aunque hacía frío, los competidores sudaban por el esfuerzo y dejaron caer con alivio las máquinas.

¡Vamos a contar! anunció por el megáfono. Todos sonrieron, pues cada equipo llevaba la cuenta, pero el árbitro debía verificar las cifras y poner algo de suspenso.

Después del conteo se supo que Tomás había obtenido el segundo lugar. ¡Por uno de diferencia con el primero! Estaba furioso consigo mismo y Joanna lo confortó. Ella estaba muy alegre, pues había obtenido el octavo puesto, es decir, le había ganado a cuatro hombres, todos muy avezados en este oficio.

Cada vez seremos más mujeres; empezaremos más jóvenes y no habrá quién nos detenga dijo Joanna con orgullo.

Luego, venía la prueba de velocidad sin resistencia: cada competidor recibiría una oveja y se cronometraría su tiempo de esquila. Tendrían tres oportunidades y el mejor tiempo de cada cual sería el que contaría.

Es como en el atletismo cuando tienes tres saltos o tres lanzamientos, y se considera la mejor marca comentó Diego.

¡Ojalá ganen Tomás y Joanna! exclamó Pablo.

Solo uno puede ganar aclaró Diego . ¿Por quién vas?

¡Por el que gane! no quería decir que le gustaría que Joanna los venciera a todos.

Los competidores debían realizar la faena solos, sin ayudantes. Todos se quedaban viendo al esquilador, que era el único en el ruedo, tratando de hacer su mejor marca.

Era evidente que al árbitro le daba una gran satisfacción hacer sonar su silbato, pues entre que daba el soplido y terminaba el competidor, su pito seguía vibrando ruidoso. Así es que tuvieron que aguantar un largo rato de chiflidos, gritos y zumbidos de la máquina de quien estaba esquilando. El juez anotaba en su libreta los tiempos que cronometraba con exactitud.

Diego y Pablo, al igual que todos lo que observaban, también tomaron los tiempos con el cronómetro del celular.

Antes de que el árbitro pudiera decir nada, ya todos celebraban la marca de Tomás. ¡Era el récord del día! Dos minutos, dieciocho segundos y siete centésimas. Joanna estaba aún más alegre, pues había hecho la quinta mejor marca.

¡Poder femenino! exclamó.

Las mujeres son raras dijo Pablo . ¿Quién se alegra de salir quinta? Eso es perder.

Tiene razón Joanna razonó Diego . A las mujeres no se les enseña cuando son niñas, tienen menos fuerza y, para ellas, abrirse camino en oficios que siempre han sido realizados por hombres es difícil. Y ella les ganó a varios.

Puede ser concedió Pablo a regañadientes. En realidad Joanna le simpatizaba mucho porque no se comportaba como una joven remilgada, sino como un esquilador más. Y debía reconocer que era bonita, con sus enormes ojos oscuros y sus trenzas morenas.

Cuando se realizó la ceremonia de premiación, vieron que había más gente de la que habían estimado al principio. Después de la entrega de medallas y copas, hubo cantos, vítores y bailes. Sobre la gran mesa dispusieron cosas para comer y tomar y, por supuesto, el infaltable asado al palo, al estilo magallánico.

El abuelo Mirko no estaba contento viendo cómo algunos hacendados negociaban para comprar más ovejas para sus tierras.

Me gusta cuando no logro ver ni la punta ni la culata de mi rebaño dijo.

¿Qué es la culata? preguntó Pablo.

El final del piño. Me gusta que sean tantas que parezcan una nube blanca sobre la tierra, sin principio ni fin. Será para la próxima…

Pablo y Diego comentaron que les extrañaba que el abuelo estuviera tan tranquilo después del robo. La gente se alteraba mucho cuando entraban a sus casas y se llevaban algo valioso. O si les arrebataban la billetera o el celular en la calle. En cambio a Mirko, a quien le habían robado una gran cantidad de plata, el ánimo no le cambiaba para nada. De hecho, conversaba con Óscar como si fuera un día normal.

Es raro comentó Diego.

Como que no quisiera que investiguen agregó Pablo.

Nosotros vamos a descubrir al culpable. Sea quien sea.

¿Qué hacen murmurando tan serios? se acercó Tereza . Son demasiado jóvenes para tomarse la vida tan a la tremenda. ¡Vengan a bailar con la juventud!

Y los condujo hacia el ruedo donde se bailaba y cantaba. Pronto empezó la lluvia y se cobijaron bajo la ramada, pero el viento arreció más fuerte y el agua que caía de lado a lado los empapó. Subieron, entonces, a sus caballos y regresaron a la casa.

El abuelo Mirko y Diego se instalaron en el escritorio a ver fotografías. Ahí estaba su padre de niño, tan diferente a él, pues era regordete y de colores claros, mientras que Diego era delgado, moreno y con los ojos negros. Sin embargo, las facciones se parecían mucho, la forma de la nariz, la boca, la barbilla. Incluso la expresión de las cejas angulosas era idéntica.

Eres la versión oscura de él sonrió el abuelo . Pero son muy distintos en su manera de ser.

Después aparecía de adolescente, macizo pero no gordo. Usaba chaquetas de cuero y un mechón de pelo cayéndole sobre los ojos. Muchas veces estaba apoyado contra una moto o un auto, o con amigos o en viajes, siempre en otras ciudades.

Había algunas en las que estaba en la Patagonia con su madre. La abuela de Diego había sido una mujer muy bonita y con aspecto triste.

Era muy inteligente e instruida, pero melancólica. Yo creo que en parte le pesaba estar lejos de la gente. Le gustaba leer para traer el mundo hasta acá… y tenía alma de artista. Mira, ella pintaba con acuarela, montaba su caballo y se iba lejos con un pequeño atril y me traía de vuelta los paisajes en telas y cartones.

Sobre la repisa y en los muros había muchos de sus cuadros. Diego lamentó no haberla conocido. Las cosas habrían sido muy distintas para él y su familia si ella no hubiera muerto, estaba seguro de eso. Ahora el desafío sería ver si el abuelo y él podrían construir una relación a pesar de tiempo perdido.

Conversaron también acerca de la infancia de Diego, de cómo había sido su vida hasta ahora. Cuando supo de su afición a los fósiles, el abuelo Mirko rebuscó dentro de un mueble hasta que encontró una gran caja donde había trilobites, ostras fósiles, piedras con las marcas de antiguos helechos impresas en ellas como si fueran petroglifos, conchas marinas calcificadas, antiguas puntas de flechas talladas en piedra y hueso. Diego estaba extasiado.

Observa esta roca semipreciosa dijo el abuelo. Al girarla, se veía un forado y en su interior se formaba una caverna con todos los verdes del mundo, como si hubiera sido armada con pedacitos de cristal.

¡Es fabuloso, abuelo Mirko! ¿De dónde las sacaste?

Tu abuela las recogía en sus paseos. Y nos tenía a todos alerta por si veíamos alguna pieza interesante en nuestros recorridos. A veces le traía una roca espectacular según yo y ella la tiraba lejos riéndose de mí. “Es una piedra cualquiera, nunca aprendes a distinguirlas”, me decía. Le gustaba verlas con la lupa y tenía un libro para estudiarlas. Las acomodaba en estas repisas,

eran su colección más apreciada. Cuando murió, me daba pena mirarlas, así que las guardé en esta caja. Ahora son para ti.

¡Es una colección increíble! Pero no sé si puedo quedármela Es tuya, son tus recuerdos. ¿Sabes cuánto tiempo hace que no abría esa caja?

Yo tampoco. ¿Serán veinte años? ¿Para qué quiero tenerla ahí cerrada? Te estaba esperando, se va contigo que sabrás apreciarla. Y llévate también su libro. Seguramente ya está pasado de moda. Los científicos siempre descubren cosas nuevas y ahora todo está en Internet, pero me gustaría que lo tengas también.

Diego no paraba de agradecerle. Era el mejor regalo que podía imaginar. Se emocionaba al solo imaginar que esas piezas de millones de años quizás habían sido tocadas por los dinosaurios encontrados en la Patagonia argentina; que habían resistido inundaciones, sequías, terremotos y miles de muertes, y que, a pesar de todo, aún estaban ahí. ¡Y eran suyas!

Y a pesar de la información que siempre encontraba en la red, pasar las páginas de un libro y ver las fotos le daba mucho más placer. Corrió a su dormitorio a guardar sus nuevos tesoros y a contarle a Pablo. Él se alegró por su primo, aunque en realidad no veía más que un montón de piedras que difícilmente iban a caber en la maleta.

Después, cuando volvieron junto a la chimenea, Diego le dijo al abuelo:

Estoy tan emocionado que no había pensado en el robo. Pero creo que deberíamos tratar de averiguar quién fue. Estoy seguro de que lo resolveremos. Por ningún motivo, Diego. No te vas a involucrar en nada relacionado con este asalto. Puede ser muy peligroso. Los criminales son capaces de todo.

Es que no fue un asalto; fue alguno de nosotros en la casa. Repasemos los hechos: ayer en la tarde tú abriste la caja y la plata estaba; luego, la volviste a abrir en la noche. antes de comer, sin fijarte si seguía o no ahí. Y esta mañana, ya no estaba.

Y nadie más que los que comimos anoche ha venido intervino Pablo.

Entonces fuiste tú, o yo o Pablo, Óscar o Elba o Agustín o Tereza. No hay otra opción concluyó Diego.

¿Ustedes?

Bueno, nosotros sabemos que no fuimos, pero somos parte de los sospechosos siguió Diego . El problema es que solamente Óscar y tú conocían la combinación. No creo que te hayas robado a ti mismo.

No.

Hay gente que lo hace cuando tienen seguros y cosas así señaló Pablo recordando un caso que habían investigado.

Solo tengo un seguro por incendios y espero nunca usarlo el abuelo Mirko golpeó supersticiosamente una viga de madera tres veces.

Al final, acordaron que al día siguiente viajarían a Punta Arenas. El abuelo Mirko quería retirar la denuncia que había hecho a los carabineros, pero estuvo de acuerdo en que Óscar los acompañara, diera su testimonio y cerraran el proceso.

Doy por perdida la plata murmuró.

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