Discurso del Santo Padre en Casa Central

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MARZO 2018

Discurso del Santo Padre en Casa Central Plaza Juan de Dios Vial, Centro de Extensión de

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Luis Barriga

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VISIÓN UC

Señor Gran Canciller, cardenal Ricardo Ezzati, hermanos en el episcopado, señor rector, doctor Ignacio Sánchez, distinguidas autoridades universitarias, queridos profesores, funcionarios, personal de la universidad, queridos alumnos:

1. Convivencia nacional Hablar de desafíos es asumir que hay situaciones que han llegado a un punto que exigen ser repensadas. Lo que hasta ayer podía ser un factor de unidad y cohesión, hoy está reclamando nuevas respuestas. El ritmo acelerado y la implantación casi vertiginosa de algunos procesos y cambios que se imponen en nuestras sociedades nos invitan de manera serena, pero sin

César Cortés

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stoy contento por estar junto a ustedes en esta casa de estudios que, en sus casi 130 años de vida, ha ofrecido un servicio inestimable al país. Agradezco al señor rector sus palabras de bienvenida en nombre de todos y también le agradezco a usted, señor rector, el bien que hace con su «sapiencialidad» en el gobierno de la universidad y en defender con coraje la identidad de la Universidad Católica. Muchas gracias. La historia de esta universidad está entrelazada, en cierto modo, con la historia de Chile. Son miles los hombres y mujeres que, formándose aquí, han cumplido tareas relevantes para el desarrollo de la patria. Quisiera recordar especialmente la figura de san Alberto Hurtado, en este año que se cumplen 100 años desde que comenzó aquí sus estudios. Su vida se vuelve un claro testimonio de cómo la inteligencia, la excelencia académica y la profesionalidad en el quehacer, armonizadas con la fe, la justicia y la caridad, lejos de disminuirse, alcanzan una fuerza que es profecía capaz de abrir horizontes e iluminar el sendero, especialmente para los descartados de la sociedad, sobre todo hoy en que prima esta cultura del descarte. En este sentido, quiero retomar sus palabras, señor rector, cuando afirmaba: «Tenemos importantes desafíos para nuestra patria, que dicen relación con la convivencia nacional y con la capacidad de avanzar en comunidad».

demora, a una reflexión que no sea ingenua, utópica y menos aún voluntarista. Lo cual no significa frenar el desarrollo del conocimiento, sino hacer de la universidad un espacio privilegiado «para practicar la gramática del diálogo que forma encuentro»[1]. Ya que «la verdadera sabiduría, [es] producto de la reflexión, del diálogo y del encuentro generoso entre las personas»[2]. La convivencia nacional es posible –entre otras cosas– en la medida en que generemos procesos educativos también transformadores, inclusivos y de convivencia. Educar para la convivencia no es solamente adjuntar valores a la labor educativa, sino generar una dinámica de convivencia dentro del propio sistema educativo. No es tanto una cuestión de contenidos sino de enseñar a pensar y a razonar de manera integradora. Lo que los clásicos solían llamar con el nombre de forma mentis.

[1] Discurso a la Plenaria de la Congregación para la Educación Católica (9 febrero 2017). [2] Carta enc. Laudato si’, 47. [3] Cf. Zygmunt Bauman, Modernidad líquida (1999). [4] Cf. Gilles Lipovetsky, De la ligereza (2016).

Y para lograr esto es necesario desarrollar una alfabetización integradora que sepa acompasar los procesos de transformación que se están produciendo en el seno de nuestras sociedades. Tal proceso de alfabetización exige trabajar de manera simultánea la integración de los diversos lenguajes que nos constituyen como personas. Es decir, una educación –alfabetización– que integre y armonice el intelecto, los afectos y las manos– es decir, la cabeza, el corazón y la acción. Esto brindará y posibilitará a los estudiantes crecer no solo armoniosamente a nivel personal sino, simultáneamente, a nivel social. Urge generar espacios donde la fragmentación no sea el esquema dominante, incluso del pensamiento; para ello es necesario enseñar a pensar lo que se siente y se hace; a sentir lo que se piensa y se hace; a hacer lo que se piensa y se siente. Un dina-

mismo de capacidades al servicio de la persona y de la sociedad. La alfabetización, basada en la integración de los distintos lenguajes que nos conforman, irá implicando a los estudiantes en su propio proceso educativo; proceso de cara a los desafíos que el mundo próximo les va a presentar. El «divorcio» de los saberes y de los lenguajes, el analfabetismo sobre cómo integrar las distintas dimensiones de la vida, lo único que consigue es fragmentación y ruptura social. En esta sociedad líquida[3] o ligera[4], como la han querido denominar algunos pensadores, van desapareciendo los puntos de referencia desde donde las personas pueden construirse individual y socialmente. Pareciera que hoy en día la «nube» es el nuevo punto de encuentro, que está marcado por la falta de estabilidad ya que todo se volatiliza y por lo tanto pierde consistencia.


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Y tal falta de consistencia podría ser una de las razones de la pérdida de conciencia del espacio público. Un espacio que exige un mínimo de trascendencia sobre los intereses privados –vivir más y mejor– para construir sobre cimientos que revelen esa dimensión tan importante de nuestra vida como es el «nosotros». Sin esa conciencia, pero especialmente sin ese sentimiento y, por lo tanto, sin esa experiencia, es y será muy difícil construir la nación, y entonces parecería que lo único importante y válido es aquello que pertenece al individuo, y todo lo que queda fuera de esa jurisdicción se vuelve obsoleto. Una cultura así ha perdido la memoria, ha perdido los ligamentos que sostienen y posibilitan la vida. Sin el «nosotros» de un pueblo, de una familia, de una nación y, al mismo tiempo, sin el nosotros del futuro, de los hijos y del mañana; sin el nosotros de una ciudad que «me» trascienda y sea más rica que los intereses individuales, la vida será no sólo cada vez más fracturada sino más conflictiva y violenta. La universidad, en este sentido, tiene el desafío de generar nuevas dinámicas al interno de su propio claustro, que superen toda fragmentación del saber y estimulen a una verdadera universitas.

cipación directa e instantánea de los sujetos. La cultura actual exige nuevas formas capaces de incluir a todos los actores que conforman el hecho social y, por lo tanto, educativo. De ahí la importancia de ampliar el concepto de comunidad educativa. La comunidad está desafiada a no quedarse aislada de los modos de conocer; así como tampoco a construir conocimiento al margen de los destinatarios de los mismos. Es necesario que la adquisición de conocimiento sepa generar una interacción entre el aula y la sabiduría de los pueblos que conforman esta bendecida tierra. Una sabiduría cargada de intuiciones, de «olfato», que no se puede obviar a la hora de pensar Chile. Así se producirá esa sinergia tan enriquecedora entre rigor científico e intuición popular. La estrecha interacción entre ambos impide el divorcio entre la razón y la acción, entre el pensar y el sentir, entre el conocer y el vivir, entre la profesión y el servicio. El conocimiento siempre debe sentirse al servicio de la vida y confrontarse con ella para poder seguir progresando. De ahí que la comunidad educativa no puede reducirse a aulas y bibliotecas, sino que debe avanzar continuamente a la participación. Tal diálogo solo se puede realizar desde una episteme capaz de asumir una lógica plural, es

decir, que asuma la interdisciplinariedad e interdependencia del saber. «En este sentido, es indispensable prestar atención a los pueblos originarios con sus tradiciones culturales. No son una simple minoría entre otras, sino que deben convertirse en los principales interlocutores, sobre todo a la hora de avanzar en grandes proyectos que afecten a sus espacios»[5]. La comunidad educativa guarda en sí un sinfín de posibilidades y potencialidades cuando se deja enriquecer e interpelar por todos los actores que configuran el hecho educativo. Esto exige un mayor esfuerzo en la calidad y en la integración, pues el servicio universitario ha de apuntar siempre a ser de calidad y de excelencia, puestas al servicio de la convivencia nacional. Podríamos decir que la universidad se vuelve un laboratorio para el futuro del país, ya que logra incorporar en su seno la vida y el caminar del pueblo superando toda lógica antagónica y elitista del saber. Cuenta una antigua tradición cabalística que el origen del mal se encuentra en la escisión producida por el ser humano al comer del árbol de la ciencia del bien y del mal. De esta forma, el conocimiento adquirió un primado sobre la creación, sometiéndola a sus esquemas y deseos[6]. La tentación latente en todo ámbito aca-

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démico será la de reducir la Creación a unos esquemas interpretativos, privándola del Misterio propio que ha movido a generaciones enteras a buscar lo justo, bueno, bello y verdadero. Y cuando el profesor, por su sapiencialidad, se convierte en «maestro», entonces sí es capaz de despertar la capacidad de asombro en nuestros estudiantes. ¡Asombro ante un mundo y un universo a descubrir! Hoy resulta profética la misión que tienen entre manos. Ustedes son interpelados para generar procesos que iluminen la cultura actual, proponiendo un renovado humanismo que evite caer en reduccionismos de cualquier tipo. Esta profecía que se nos pide, impulsa a buscar espacios recurrentes de diálogo más que de confrontación; espacios de encuentro más que de división; caminos de amistosa discrepancia, porque se difiere con respeto entre personas que caminan en la búsqueda honesta de avanzar en comunidad hacia una renovada convivencia nacional. Y si lo piden, no dudo de que el Espíritu Santo guiará sus pasos para que esta casa siga fructificando por el bien del pueblo de Chile y para la Gloria de Dios. Les agradezco nuevamente este encuentro, y por favor les pido que no se olviden de rezar por mí.

De ahí, el segundo elemento tan importante para esta casa de estudios: la capacidad de avanzar en comunidad. He sabido con alegría del esfuerzo evangelizador y de la vitalidad alegre de su pastoral universitaria, signo de una Iglesia joven, viva y «en salida». Las misiones que realizan todos los años en diversos puntos del país son un punto fuerte y muy enriquecedor. En estas instancias, ustedes logran alargar el horizonte de sus miradas y entran en contacto con diversas situaciones que, más allá del acontecimiento puntual, los dejan movilizados. El «misionero», en el sentido etimológico de la palabra, nunca vuelve igual de la misión; experimenta el paso de Dios en el encuentro con tantos rostros o que no conocían o que no le eran cotidianos, o que le eran lejanos. Esas experiencias no pueden quedar aisladas del acontecer universitario. Los métodos clásicos de investigación experimentan ciertos límites, más cuando se trata de una cultura como la nuestra que estimula la parti-

[5] Carta enc. Laudato si’, 146. [6] Cf. Gershom Scholem, La mystique juive, París (1985), 86.

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2. Avanzar en comunidad


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VISIÓN UC

Discurso del rector Ignacio Sánchez con motivo de la visita de

Su Santidad Plaza Juan de Dios Vial, Centro de Extensión de

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Hugo Lagos

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u Santidad, ¡muy bienvenido a la Pontificia Universidad Católica de Chile! Su visita a nuestro país es una gran alegría y una fuente de esperanza para nuestro pueblo. Su visita y presencia en nuestra universidad, –la que es su casa–, es un honor, una distinción, la que agradecemos de manera especial. Es una visita evangelizadora del sucesor de Pedro, quien nos trae un llamado al cambio y a la conversión personal. Su venida representa una nueva forma de analizar la cultura y la convivencia nacional para los próximos años de nuestro desarrollo como sociedad. En esta casa de estudios superiores, próxima a celebrar el jubileo de sus 130 años, se reúnen hoy los representantes de la educación, de la ciencia, humanidades y arte, de medios de comunicación, junto a la comunidad universitaria. A todos

nos reúne la emoción de tenerlo con nosotros y escuchar su palabra en el apasionante desafío de educar a las futuras generaciones. Tenemos importantes desafíos para nuestra patria, que dicen relación con la convivencia nacional y con la capacidad de avanzar en comunidad tras la búsqueda de aquello que consideramos en esencia justo, bueno, bello y verdadero. En las ciencias, en humanidades y artes, su mirada humana, cercana y vigente, expresada en sus escritos magisteriales, y en particular en el ejemplo de sus gestos, nos interpela para avanzar en una mayor integración y experiencia de amor al prójimo. Es así como hemos puesto énfasis al interior de la universidad al cuidado y relevancia del sentido de comunidad, en el encuentro personal, con una preocupación especial por cada una de las

personas que la integran, con una invitación a la participación, a ser parte de ella y a tener como modelo a Jesús, quien es el que debe guiar nuestro camino y renovación personal. En segundo lugar, trabajamos en el cuidado de la casa común. Usted, Santo Padre, ha compartido con nosotros su preocupación por la naturaleza, por la protección de los más vulnerables y por el compromiso con el desarrollo integral de la sociedad. Nos ha insistido en que la tierra es el lugar donde debemos buscar la forma de articular nuestra relación con los demás, es decir, crear un punto de encuentro con nosotros mismos, con la creación y con Dios. Y en tercer lugar, queremos manifestar nuestro compromiso y apoyo en el cuidado de la vida, desde la fecundación hasta la muerte natural. Acogemos de manera entusiasta su

llamado a reavivar nuestra conciencia sobre la importancia de la familia como el núcleo principal de nuestra sociedad. En ella se enseña el valor de la vida, el respeto, el cuidado de los niños y también de las personas mayores. Queremos vivir la experiencia de la fe al interior de cada una de nuestras familias. Querido Santo Padre, su visita significará la apertura a un nuevo espacio de diálogo, aliento y renovación en el encargo que usted mismo nos ha hecho, cual es prepararse a ser una guía en este proceso de humanización de los pueblos y de evangelización de la cultura, a la luz del mensaje de Cristo. Su presencia representa un nuevo impulso para nuestra renovación y cambio personal, por lo que su mensaje permanecerá por siempre en la UC y al interior de todos nuestros corazones. Gracias y ¡bienvenido!


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Los símbolos de una visita Los obsequios para el Santo Padre fueron elementos alusivos a su mensaje y otros que dan cuenta del rol de la UC para servir al bien común. Él, por su parte, sorprendió con la entrega de dos presentes significativos. CONSTANZA FLORES LEIVA

Agustín Mercado esperó el momento sentado en la ubicación que le habían asignado, en las primeras filas. Estaba ansioso. En sus 18 años en la universidad, nunca había compartido con tantas jefaturas y autoridades. Trabaja directamente con los alumnos y solo Mario Ubilla, el decano de la Facultad de Arquitectura, Diseño y Estudios Urbanos, se había asomado por su taller de herramientas y prototipos, donde es el encargado. Por eso, cuando le preguntaron si quería entregarle un regalo al Santo Padre, pensó que era una broma. Nunca imaginó que el intenso trabajo de cinco días, haciendo con su compañero Pedro León las 3.700 capillitas de madera que se entregaron a los asistentes al encuentro como recuerdo, tendría esa clase de recompensa. «Le di la mano (al pontífice), él también me habló y le dije, es un honor estar delante de usted». Contento, pero nervioso, esa fue la interacción que tuvo Agustín con Francisco, en los breves segundos en que estuvo en el escenario. Él, junto a Rosario Undurraga, jefa del departamento de beneficios del personal, ofrendaron el documento llamado Compromiso por la paz, elaborado por 13 instituciones de educación superior católica e inspiración cristiana y otras corporaciones nacionales afiliadas. Se trata de 260 acciones e iniciativas concretas para avanzar

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en la inclusión social y el cuidado de la casa común, preocupación desarrollada ampliamente por el Santo Padre en su encíclica Laudato si’. Además, incorporaron un cuaderno con las más de mil oraciones que se realizaron por su venida. Este fue el segundo de los cinco presentes que los encargados del evento propusieron. El primero que se le dio al pontífice consistió en una maqueta de las construcciones que el proyecto Capilla País ha edificado

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El báculo y la férula Agustín Mercado también fue el responsable de dar forma al báculo que la UC creó para Francisco por encargo del arzobispado. Capa por capa y sumergiendo la madera en agua caliente, consigió dar forma a la curva que lo caracteriza. Este, junto al otro bastón llamado férula, –coronado con un crucifijo que fusionó en su diseño al Cristo de San Joaquín con el de Casa Central –fueron usados en los multitudinarios eventos del Santo Padre. Mario Ubilla, decano de la Facultad de Arquitectura, Diseño y Estudios Urbanos, los diseñó sencillos, atendiendo a las preferencias del pontífice. En su fabricación se usó madera de tepa, raulí y canelo, o sea, árboles nativos. Además, se les incrustó una cruz de cobre, para representar el esfuerzo del Chile minero.

1. Maqueta de construcciones Capilla País. 2. Réplica del Santo Sudario en base a hongos bioluminiscentes. 3. Textos escogidos de antropología cristiana, de Pedro Morandé. 4. Una de las miles de capillitas entregadas a los presentes en el evento. 5. Cuaderno con más de mil oraciones. 6. Libro Compromiso por la paz con acciones e iniciativas para la inclusión social. 7. Atlas náutico de 1562.

en el extrarradio de distintas ciudades de Chile. A eso se sumó la publicación Textos escogidos de antropología cristiana, escritos por el profesor emérito y sociólogo UC Pedro Morandé. Eduardo Valenzuela, decano de la Facultad de Ciencias Sociales, entregó el libro junto a la hija del autor, Vivian Morandé, como una muestra del legado intelectual de la universidad. El cuadro con el rostro de Jesús presente en el Santo Sudario, ofrendado luego por Luis Larrondo, profesor de la Facultad de Ciencias Biológicas, y Alfredo Matus, director de la Academia Chilena de la Lengua, estuvo lejos de ser un regalo convencional. A través de biología sintética, el Núcleo Milenio de Biología Fúngica Integrativa y Sintético, donde el académico es investigador responsable, desarrolló unos hongos bioluminiscentes, capaces de captar la luz para devolver una impresión sobre sí mismos. Con ellos fue posible crear la obra que combinó la ciencia con el arte y la fe. Por último, el rector entregó a Jorge Bergoglio la medalla centenario, creada para distinguir a las personalidades de Chile y el mundo que visitan la UC, y que se destacan por su trayectoria y su contribución a la sociedad. Sin embargo, antes del cierre del acto principal, el Santo Padre sorprendió con dos presentes. Uno de ellos consistió en el ejemplar número siete de un atlas náutico de 1562 atribuido a Bartolomé Oliva, formado por 14 mapas, y del cual existen solo 50 copias. El segundo obsequio entregado al rector fue una medalla con los rostros de los dos santos chilenos: santa Teresa de Los Andes y san Alberto Hurtado.

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VISIÓN UC


César Cortés, Luis Barriga, Karina Fuenzalida y Hugo Lagos

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VISIÓN UC

(Opinión)

¿Qué nos deja Francisco? Presbítero Tomás Scherz, Vice Gran Canciller

LA FIGURA DEL PADRE HURTADO En su exposición, el Santo Padre hizo alusión a uno de los alumnos más reconocidos de la UC, Alberto Hurtado, quien también nos puede

César Cortés

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l 21 de junio de 1888 se fundó la Universidad Católica, y no nació por un interés mezquino y privativo de algunos cristianos piadosos sustraídos al bien común. La preocupación era el país, no una reivindicación de una elite. Si bien era el contexto de pugnas liberales y laicistas, la Iglesia de León XIII –que era el pontífice de entonces– se desafió a abordar, además del ataque antieclesial, temáticas de carácter social y a dar luces sobre un catolicismo que no podía quedar tranquilo con la condena del Syllabus o con una teología apologética. Ciento treinta años después, y ahora en los patios de nuestra propia universidad durante el pasado 17 de enero, un papa nos vuelve a recordar el interés por la sociedad y por una universidad que debe ser una comunidad inclusiva. Me refiero a Francisco, quien nos dijo explícitamente que «la comunidad educativa guarda en sí un sinfín de posibilidades y potencialidades cuando se deja enriquecer e interpelar por todos los actores que configuran el hecho educativo. Esto exige un mayor esfuerzo en la calidad y en la integración, pues el servicio universitario ha de apuntar siempre a ser de calidad y de excelencia, puestas al servicio de la convivencia nacional. Podríamos decir que la universidad se vuelve un laboratorio para el futuro del país, ya que logra incorporar en su seno la vida y el caminar del pueblo superando toda lógica antagónica y elitista del saber». En otras palabras, el aporte a la convivencia nacional se realiza cuando la comunidad universitaria toma en serio algunos aspectos fundamentales de su tradición más originaria. Ella es «un espacio privilegiado para practicar la gramática del diálogo que forma encuentro», junto a la convicción de que la «verdadera sabiduría es producto de la reflexión, del diálogo y del encuentro generoso entre las personas». Desde nuestra propia tradición debiéramos estar siempre atentos a ese paradigma de comunidad universitaria.

ayudar a entender lo que una universidad es. En la relación a la vida del santo, decía el pontífice, la suya «se vuelve un claro testimonio de cómo la inteligencia, la excelencia académica y la profesionalidad en el quehacer, armonizadas con la fe, la justicia y la caridad, lejos de disminuirse, alcanzan una fuerza que es profecía capaz de abrir horizontes e iluminar el sendero, especialmente para los descartados de la sociedad, sobre todo hoy en que prima esta cultura del descarte». Por ello, y a propósito del interés por la convivencia nacional es que Francisco expresó la necesidad de que se generen en nuestro espacio universitario procesos educativos transformadores, inclusivos y de convivencia: «Educar para la convivencia no es solamente adjuntar valores a la labor educativa, sino generar una dinámica de convivencia dentro del propio sistema educativo. No es tanto una cuestión de contenidos sino de enseñar a pensar y a razonar de manera integradora». Esa inclusión no significa aumento de ciencias o mayor interdisciplinariedad, sino ampliar el universo de los estudiantes, profesores y funcionarios. Se trata de un razonamiento «de manera integradora» o sea, ampliando el universo de las

personas y nuevos temas en la misma comunidad. El papa fue claro: «La comunidad educativa no puede reducirse a aulas y bibliotecas, sino que debe avanzar continuamente a la participación». Se trata de estudiantes de todo el espectro social, cultural, religioso y estilo de vida, especialmente de los que no tienen recursos. Profesores y funcionarios de distinta condición, extranjeros y hasta «werkenes» (mensajeros mapuche).

«El aporte a la convivencia nacional se realiza cuando la comunidad universitaria toma en serio algunos aspectos fundamentales de su tradición más originaria». «Esta comunidad está desafiada a no quedarse aislada de los modos de conocer; así como tampoco a construir conocimiento al margen de los destinatarios de los mismos. Es necesario que la adquisición de conocimiento sepa generar una interacción entre el aula y la sabiduría de los pueblos que conforman esta bendecida tierra. Una sabiduría cargada de intuiciones, de ‘olfato’, que no se

puede obviar a la hora de pensar Chile. Así se producirá esa sinergia tan enriquecedora entre rigor científico e intuición popular». Se trata de un diálogo universitario que «solo se puede realizar desde una episteme (o conocimiento) capaz de asumir una lógica plural»: de las disciplinas y de las personas. Respecto de la identidad católica, de la que Su Santidad hizo especial mención, valen las palabras del inicio de su discurso: «La historia de esta universidad está entrelazada, en cierto modo, con la historia de Chile. Son miles los hombres y mujeres que, formándose aquí, han cumplido tareas relevantes para el desarrollo de la patria. Quisiera recordar especialmente la figura de san Alberto Hurtado, en este año que se cumplen 100 años desde que comenzó aquí sus estudios. Su vida se vuelve un claro testimonio de cómo la inteligencia, la excelencia académica y la profesionalidad en el quehacer, armonizadas con la fe, la justicia y la caridad, lejos de disminuirse, alcanzan una fuerza que es profecía capaz de abrir horizontes e iluminar el sendero, especialmente para los descartados de la sociedad, sobre todo hoy en que prima esta cultura del descarte» Gran desafío que nos recuerda y que nos deja Francisco.


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