La estanquera de Vallecas

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La estanquera de Vallecas. Invención de un final alternativo.

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La estanquera de Vallecas

CUADRO IV (Al día siguiente por la mañana, Leandro observa atentamente todas las paredes y las golpea una por una. Ángeles en la cocina, la abuela en la camilla con las cartas y el Tocho arriba. Es domingo y ha salido el sol, dentro de lo que cabe.) ABUELA.—¿Qué haces, Leandro? Te repito que no tengo un pico y que ni se te ocurra destrozarme la casa. LEANDRO.—(Riéndose.) ¡Que no, coño, que solo estaba observándolas! Pero con un pico... ABUELA.—Que no. Que además, ¿cómo pretendes que yo tenga un pico en mi estanco? LEANDRO.—Bueno, bueno, tampoco se ponga así. Cualquiera diría que he roto algo. ABUELA.—Pero lo tenías en mente. (Se levanta.) Voy a ver qué hace Ángeles.

(Justo cuando la Abuela se marcha llega Leandro con una caja enorme entre los brazos.) TOCHO.—Ayer os oí hablar a la Abuela y a ti sobre un pico que si tenía o no tenía y mira lo que he encontrado.

(Le entrega la caja. Leandro la abre y se le queda cara de asombro al ver un pico dentro.) LEANDRO.—(Riéndose.) Y la Abuela decía que no tenía ningún pico... (Llama a la Abuela.) ¡¡¡¡ABUELA!!!! ABUELA.—Pero bueno ¿Qué pasa? ¿por qué gritas así?

(Llega al estanco donde están los dos, mira el pico que tiene Leandro en las manos y se queda pálida.) LEANDRO.—¿Cómo es que no tenías ningún pico y hemos encontrado esto? ABUELA.—¿Dónde lo habéis encontrado? TOCHO.—En un cuarto de arriba.


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