Tribuna de Querétaro 481

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3 DE FEBRERO DE 2009 • AÑO XII • No. 481

Apuntes para una alternativa educativa (Segunda parte) María del Carmen Vicencio

E

n mi artículo anterior esbocé algunas notas para construir un proyecto alternativo, no sólo de educación, sino y sobre todo de sociedad: el cuidado de nuestro planeta; la búsqueda de justicia y equidad y el mejoramiento de la convivencia democrática, cooperativa y solidaria. El presente artículo apunta hacia… >>El rescate de la autoconciencia y de la autonomía de los sujetos Frente a la alienación que vivimos, ante la dificultad de entrar en contacto profundo con nosotros mismos, debido al ruido estridente y omnipresente de nuestra sociedad comercial, los maestros tenemos la responsabilidad social de rescatarnos como personas y profesionales pensantes, capaces de comprender lo que sucede (y nos sucede) en este mundo y capaces también de confiar en que tenemos el poder de transformar nuestra realidad. Sólo con el ejemplo lograremos que nuestros estudiantes hagan lo propio. Como señalamos en otro momento, la verdadera calidad educativa (si hemos de usar el término) tiene más que ver con la forma de relación cotidiana entre los miembros de la comunidad escolar, con su forma de pensar, de vivir y de actuar, que con las credenciales que tengan los maestros, las buenas instalaciones o las clases de inglés y tecnología. ¿Cómo podemos mejorar la calidad de esa relación cotidiana cuando durante mucho tiempo la

profesión docente, en el nivel básico, ha vivido la experiencia de la subalternidad (Gramsci)? La estructura autoritaria del sistema educativo parece dejar poco margen de libre acción y capacidad creativa a los profesores. La SEP, el SNTE y sus estructuras burocráticas, los medios masivos, ciertos sectores de padres de familia (atrapados ya en la lógica mercantil), y otros actores más que están metiendo sus narices en la actualización docente (como Televisa o el Tecnológico de Monterrey), sabotean en la práctica los intentos de mejoramiento que predican. Este saboteo tiene lugar cuando se imponen sobre los maestros formas de comportamiento que contradicen los resultados de las investigaciones más recientes sobre la forma como aprenden los niños y adolescentes, y que ponen en entredicho la supuesta eficacia y bondad de las mediciones estandarizadas (aplicadas como se aplican en México), para mejorar los procesos educativos (Ver sobre el tema el volumen 24, No.1 de la revista Avance y perspectiva del IPN). Parte del mejoramiento de la calidad educativa implica el reconocimiento de que muchos maestros, sometidos a tantas presiones y siendo testigos sensibles del rumbo que lleva nuestra sociedad, desarrollan (mos) ciertas enfermedades profesionales, frente a las que hay que tener una actitud vigilante. Entre otras están: una mayor ignorancia ante la saturación informativa (disfrazada con frecuencia

de discursos huecos), el miedo, la abulia o depresión, y la anomia (concepto este último, formulado por Durkheim, que se refiere a la falta de objetivos, a la pérdida de identidad y de sentido del individuo, provocados por las intensas transformaciones del mundo moderno). Para poder plantear una alternativa educativa, los profesores (y, sobre todo, quienes deciden sobre sus condiciones) tienen que hacer algo por prevenir éstas y otras enfermedades (o sanar, si las tienen), evitando arrastrar con ellos a las nuevas generaciones. He aquí algunos síntomas, que permiten reconocerlas: El síndrome de Peter Pan: que presentan aquellos, que eligen ser maestros, no por vocación, sino por miedo a crecer. Prefieren cerrar los ojos a la realidad, porque los deprime y sumergirse en ilusiones Televisa; manifiestan actitudes sensibleras y una necesidad obsesiva de divertirse. Se aburren ante las reflexiones teóricas, tienen nula conciencia política, “no se les da” leer, ni escribir, “porque resulta tedioso”, y consumen acríticamente los discursos oficiales, sometiéndose a “los valores” que privilegian los medios masivos. A este grupo corresponden también los de mentalidad provinciana, que prefieren encerrarse en la comodidad doméstica (en el útero de la situación conocida, como dice Rollo May), sin atreverse a navegar más allá de las columnas de Hércules. El síndrome del Pigmalión: que padecen quienes eligieron la profesión para sentirse superio-

res, exigiendo el trato de “maestro”; aquellos que se preocupan más por obtener títulos y prestigio social, que por comunicarse profundamente con sus estudiantes, pretendiendo que éstos se comporten a su imagen y semejanza, y que pretextando “ser exigentes”, los humillan y maltratan. El síndrome del burócrata: que aparece en quienes ven a la docencia sólo como un medio de ganar dinero, que la eligieron por ser “poco exigente, pues se trabaja con niños”, “tiene muchas vacaciones y se labora sólo medio tiempo” (antes también “porque uno obtiene plaza segura y se jubila relativamente joven”). Es el síntoma de quienes se ocupan permanentemente del “cuentachilismo sindical” y dicen: “Hacen como que me pagan y hago como que trabajo”; los que, al pretender vengarse del sistema, se destruyen a sí mismos y con ellos a sus alumnos. El síndrome de la víctima: que se da en aquellos profesores que no están dispuestos a asumir la responsabilidad de su trabajo deficiente y suelen responsabilizar “al sistema tan injusto”, a los estudiantes “tan flojos o incapaces”, a los padres de familia “que no cooperan”, a sus autoridades “que no los comprenden”, a sus colegas que los precedieron “porque no hicieron su tarea y por eso los niños andan tan mal”. Encontramos entre ellos a muchos que se escudan en discursos “de izquierda”, quienes para librarse de las sanciones que les corresponderían, se defienden a capa y espada, alegando su cali-


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