Reflexiones cuaresma semanas 1-3

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Lucas 22:39-46 JESÚS EN EL HUERTO DE LOS OLIVOS Prof. Amílcar Saúl Soto Quijano Director Oficina de Capellanía Recinto Arecibo Tradición presbiteriana “A solas al huerto yo voy, cuando duerme aun la floresta” Estas son las primeras palabras de uno de mis himnos favoritos. Muchos recuerdos llegan a mi mente al escucharlo, entre ellos recuerdos de mi niñez en la iglesia. Nací y me crie en una comunidad de fe y gran parte de mi vida está relacionada a la iglesia. Su liturgia, celebraciones y enseñanzas son parte de mi ADN como hijo de pastor. Quiero hacer mención ahora de mis recuerdos sobre la Semana Santa, en especial sobre uno que guardo en mi mente con mucha nitidez: los servicios de Jueves Santo. Pasé mi niñez en la Iglesia Metodista de Río Piedras Heights. Allí el “Culto de Jueves Santo y Santa Cena” tenía una importancia significativa. Uno llegaba al templo que, según se acostumbraba, estaba en oscuridad y solo la luz tenue de varias velas en el altar alumbraba el hermoso techo en madera. La liturgia, el liturgista y la himnología eran escogidos para tan significativo culto para que al unísono lograran un ambiente de tensión, tristeza, anticipación y retrospección. Yo niño lo percibía. Recuerdo que las primeras veces que pasé al altar a comulgar, tendría 9 o 10 años, fue bajo ese ambiente, en ese culto. Yo podía sentir el dolor y angustia de un Jesús que mañana van a crucificar. Recuerdo en ocasiones mirar a las esquinas de la nave, por las ventanas, o detrás de mí para poder ver la figura de aquel ser desesperado ante un final accidentado y cruel. Más aun podía ver a mi alrededor esa misma tensión y quebranto en los hermanos de la iglesia como preámbulo al gran viernes. Pero para mí ese viernes sería un día libre más, programas en diversos canales con “Cristos” mexicanos o españoles en la tv y predicaciones kilométricas (en ocasiones mi padre en el sermón “Las 7 palabras”). Se apartó de ellos a distancia como de un tiro de piedra, y puesto de rodillas oró, diciendo: «Padre, si quieres, pasa de mí esta copa; pero no se haga mi voluntad, sino la tuya.» Entonces se le apareció un ángel del cielo para fortalecerlo. Lleno de angustia oraba más intensamente, y era su sudor como grandes gotas de sangre que caían hasta la tierra. Lc 22:41- 44 Al sentarme a escribir esta reflexión era imposible no volver a aquel culto y reconocer aquel sentimiento que experimentaba allí, hoy lo puedo identificar como esa angustia interna de dolor y ansiedad tan común en estos días. Aquella congregación se hacía parte de aquel ambiente de tristeza donde hasta se podía oír a la distancia una oración por fuerzas y un clamor por misericordia. Jesús iniciaba su camino al Gólgota sintiendo un dolor fuerte, no físico sino


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