SILVITA

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Victoria Elizabeth Chávez Mora

(SILVITA)

Victoria Elizabeth Chávez Mora

A mi abue.

Gracias por nunca dejar de creer en mi. Te quiero siempre.

Silvita de 83 años, forma parte de los 15.07 millones de adultos mayores que viven en México: 12% del total de la población; con los crecientes avances de la medicina y atención a la salud se estima que para el 2050 la población mayor alcanzara el 22% contra el 19% de población infantil.

A principios del 2020, llegó una enfermedad respiratoria hasta entonces desconocida y extremadamente contagiosa; algunas personas se mostraban asintomáticas ante ella y muchas otras no conseguían afrontarla. Los servicios de salud colapsaron, las personas tenían miedo de salir de sus casas y de ver a sus seres queridos: principalmente papás y abuelos; ya que factores como la edad, hipertensión o algún otro padecimiento previo generaba más vulnerabilidad ante esta enfermedad. Las escuelas cerraron, también los supermercados, las actividades no esenciales se suspendieron, la gente trabajaba desde sus hogares, las personas morían y los servicios de salud y funerarios no se daban abasto.

Silvita había vivido 2 años en una casa de retiro debido a que no quería ser una carga para sus hijos, ya que de acuerdo con cifras del INEGI (2015), solo uno de cada 10 adultos mayores vive solo, de los cuales 7 de cada 10 son

funcionales e independientes. Ella no entendía lo que sucedía. Ya no había visitas, sus hijos que antes acudían casi todos los días a verla ya no lo hacían más, ya no iban sus fisioterapeutas, las enfermeras nunca se dirigían a sus casas. Nadie salía y nadie entraba. Durante casi un año pocas veces pudo ver a sus seres queridos, a través de una ventana, y con un trapo que les tapaba la mitad de la cara.

Durante estos meses, sus síntomas de demencia y depresión se agravaron, disminuyó su apetito y en noviembre del año 2020 sufrió un infarto hasta el punto de casi morir. Los médicos decidieron darla de alta ya que no podían hacer nada más por ella. No consideraban que lograría estar con vida durante mucho tiempo.

A partir de entonces, Silvita vive con su hija y su nieta; ocho meses han pasado. Día tras día transcurre sin mucha novedad. Con días buenos y días malos. A veces las reconoce, a veces no se reconoce a sí misma. Sus recuerdos son borrosos y por más que trata de aferrarse a ellos se le escurren como agua entre sus dedos.

¿Quién es Silvita? ¿es lo que queda de ella? ¿es todo el conjunto de lo que familiares y amigos recuerdan de ella? ¿quiénes somos cuando no recordamos quiénes somos? ¿qué proporción de nuestra personalidad, de nuestra identidad, está marcada por nuestros recuerdos? ¿qué nos queda cuando nuestros recuerdos nos abandonan? ¿quiénes somos cuando la memoria nos falla y no nos reconocemos a nosotros mismos o a quienes son importantes para nosotros?

III

IV

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