Diario Versión Final

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8 VERSIÓN FINAL POLÍTICA Maracaibo, miércoles, 4 de febrero de 2009

Saturio Carregal habló de la muerte de su hijo en la asonada del 4F de 1992 MINUTA DE MUERTE

¿Enfrentamiento o asesinato? Sandy Ulacio

El subteniente (Ej.) José Alberto Carregal Cruz era uno de los “alzados”. Murió bajo fuego “leal”. Nueve proyectiles calibre 9 milímetros, provenientes de una sub-ametralladora UZI de una funcionaria de la Disip, entraron entre la cabeza y la cara del oficial del Ejército venezolano. Penetraron el cráneo, la frente, el lagrimal izquierdo, y el resto destrozó el maxilar del mismo lado. Otro proyectil descendió hasta el pulmón y lo hizo estallar; el brazo izquierdo y la rodilla del mismo costado recibieron también sus respectivos impactos. Un balazo en la pierna derecha, único sitio donde el cadáver presenta un hematoma, —señal de vida—, hecho por un fusil, evidencia en forma clara y sin lugar a dudas que el sub-teniente estaba herido en el momento en que fue masacrado. Todos los disparos hechos por la ametralladora fueron a quemarropa, es decir, a pocos centímetros; los centímetros que separaban a la funcionaria del joven recostado del árbol, allí cerca del parque infantil, al noreste de la Casa Presidencial. Tanto el capitán Carlos Rodríguez Rodríguez Torres, como el teniente José Ángel Calatayud vieron vivo y herido al sub-teniente Carregal Cruz. Rodríguez Torres lo resume así: “En ese momento (a las 4:30 am aproximadamente del 4 de febrero) se acercó un soldado para informarme que el Sub-teniente Carregal Cruz no podía acercarse ya que estaba herido en una pierna, de hecho, cuando yo andaba ordenando el alto al fuego, Carregal me hizo una señal con el brazo, indicándome que tenía su sector controlado. Él se encontraba arrodillado”. Por su parte el teniente Calatayud, quien es señalado por el capitán Rodríguez Torres como uno de los oficiales que reorganizó las tropas y ayudó a recoger los heridos, momentos antes de que las fuerzas bolivarianas realizaran el acuerdo de rendición, no entendió inicialmente que aquel joven con la cara destrozada que depositó en una ambulancia la mañana del 4 de febrero, pudiera ser el sub-teniente José Alberto Carregal Cruz, ya que él lo había visto herido, pero vivo, un poco antes.

Los “héroes” sin justicia de la revolución de tras el quinto repique: “¡Aló!”, una voz con marcado acento español atiende y aclara: “Ella se fue hace mucho tiempo para España buscando olvido a su dolor”. Era Luisa Carregal, quien de inmediato afirmó: “no está casada con mi hermano, pero sigue siendo mi cuñada”. La cruz, Dolores la continúa llevando a cuestas, atrás dejó un hijo y un matrimonio muertos.

Muchos de los allegados de los soldados que dieron su vida el 4 de febrero sienten que el sacrificio que hicieron no valió la pena. La muerte del subteniente José Alberto Carregal Cruz, registrada en Las Casona, marcó a su familia. Sandy Ulacio (Unica 2003) sandy@versionfinal.com.ve

C

orre la madrugada del 4 de febrero de 1992. Sombras, unas vestidas de camuflaje, otras con ropa de diario, recorren agitadas Miraflores y sus adyacencias. No hacen ruido, pero tras la huella de sus pasos un golpe de Estado sacude el ambiente. Los militares alzados buscan rescatar la democracia, según sus palabras. Un juramento de alianza y muerte los une. Victimarios y víctimas se confunden y riegan con su sangre la tierra por la cual luchan. Han transcurrido 17 años de aquella asonada. Los llamados Comacates (comandantes del 4F) ya no son el grupo de otrora, el unido por ideales bolivarianos. Para muchos de ellos el alzamiento les costó la carrera, y nada más. Otros perdieron la vida, las esperanzas, las ganas de luchar… se vencieron a ellos mismos. Carlos Andrés Pérez no está en el poder, pero los vicios que le atribuían a su gobierno, y en especial, la corrupción, se han acentuado. El actor es otro, Hugo Rafael Chávez Frías, el comandante, el que llamó a la rendición. El mismo que los trató de reivindicar como héroes de la Patria y de la revolución. Fue el 4F de 1992 una fecha oscura para muchos. Quienes dieron su vida por la Patria, fueron traicionados. Uno de ellos fue el subteniente José Alberto Carregal Cruz, quien nació el 31 de marzo de 1967, en Caracas. Sus padres son gallegos, de esos emigrantes que tomaron a nuestro país como su patria, y no sólo emprendieron

José Alberto Carregal Cruz dio la vida por el ideal bolivariano. Su familia se disolvió tras su muerte hace 17 años.

su vida sentimental, familiar, sino también económica y social, en Venezuela. Aquella fecha aciaga, el señor Saturio Carregal tuvo que ver varias veces el cadáver de su hijo: no lo reconocía, ni lo aceptaba… Diecisiete años después la realidad lo sacude. El antiguo matrimonio de inmigrantes está disuelto. Saturio Carregal todavía transita las calles del Valle de Caracas, sigue trabajando, pero sus pasos lo

llevan a una nueva familia. “Yo trato de hacer mi vida al lado de otra persona, con otra familia, quiero dejar el dolor atrás, aunque no quiero decir con esto que olvido a mi hijo”, contó de entrada. Versión Final trató de contactar a Dolores Cruz, madre del subteniente, la otra mitad de una vida perdida tras las balas de una sub ametralladora UZI. El teléfono suena varias veces antes de ser respondido. Por fin alguien atien-

Lágrimas por dentro La voz de Saturio cuando responde está llena de impotencia. “Para qué me hablan de la muerte de mi hijo si ese caso ya no tiene remedio y no se va a hacer nada al respecto, el juicio no se hizo, y ya es un caso cerrado”. No confía en nadie, sea del Gobierno o de la oposición. “Muchas personas se acercaron para hacer trabajos periodísticos, para notas de prensa o libros, pero ninguno ayudó”. Sin embargo, se relajó al escuchar el nombre del arquitecto y profesor Nedo Paníz. Es su amigo, el que los acompañó en su dolor y se hizo cargo de las averiguaciones que siguieron para tratar de que la muerte del subteniente no quedara impune. “Hablar de la muerte de mi hijo es ahondar en algo que todavía duele a pesar del tiempo transcurrido. Para mí fue alguien que luchó por unos ideales en los que creyó, y que hoy no existen”. Este padre, con un hijo menos, dice que el silencio es el mejor descanso para su alma y para el reposo de la memoria del militar. A pesar de lo corta de la comunicación, Saturio Carregal no quiere que queden dudas de sus palabras: “El motivo de mi silencio es que no quiero que unos digan que mi hijo fue un traidor, un asesino o como se les ocurra llamarle, y otros que fue un héroe de la revolución. Ambos casos no son más que palabras que retumban y suenan a hueco, a vacío. Fue una víctima al que no le consiguieron culpable y un héroe al que no le hicieron justicia”. Este es uno de los relatos que cada año llenan las vidas de los familiares de las víctimas del 4F. Su dolor no se apaga y nadie recuerda a sus seres queridos. Son usados como banderas políticas, dejaron de ser seres humanos y sus vidas sólo son recordadas con la rabia, la impotencia y las lágrimas de madres, padres, hermanos e hijos de los caídos.


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