Año cero

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DR © Tomás García Hernández Compilador Primera edición en formato digital: septiembre de 2014 Todos los derechos reservados. Esta publicación no puede ser reproducida, ni toda ni en partes por cualquier medio ya sea mecánico, electrónico o fotocopiado, sin permiso previo, por escrito, de la autora. Editor: Producción:

Tomás García Hernández Versalita Producciones, S.A. de C.V. www.versalita.com.mx

ISBN: 978-607-9085-14-8

Impreso en México

Printed in Mexico


1944: EL Aテ前 CERO


Los materiales contenidos en esta compilación, provienen de las siguientes fuentes: La tragedia de Tuxtepec. Manuel Castillo Estrada. s.e., s.f., 1944 10 año después de la trágica inundación. s.a., s.f., 1954 Album del alumbrado eléctrico en Tuxtepec, s.a., s.e., 1948 El material fotográfico proviene de los archivos de: Familia Lavalle Acevedo Familia Rendón Macoco Sr. Francisco Alonso Ahúja Mtra. María Dolores Trujano Red social www.historiadetuxtepec.ning.com Archivo Histórico del Agua Fundación ICA, A.C. Archivo del autor


1944: EL AÑO CERO Testimonios gráficos y documentales de la inundación de Tuxtepec

Tomás García Hernández COMPILADOR


DR © Tomás García Hernández Compilador Primera edición en formato digital: septiembre de 2014 Todos los derechos reservados. Esta publicación no puede ser reproducida, ni toda ni en partes por cualquier medio ya sea mecánico, electrónico o fotocopiado, sin permiso previo, por escrito, de la autora. Editor: Producción:

Tomás García Hernández Versalita Producciones, S.A. de C.V. www.versalita.com.mx

ISBN: 978-607-9085-14-8

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ÍNDICE Presentación 1944: el año cero Tomás García Hernández

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I. TESTIMONIOS DOCUMENTALES La tragedia de Tuxtepec Manuel Castillo Estrada

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La inundación y Rodríguez Pacheco Luis Lavalle Ávila

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La inundación de Tuxtepec, 22 al 25 de septiembre de 1944 José Mejía Reyes El Papaloapan y yo Natalia Gamiz

59 75

II. TESTIMONIOS GRÁFICOS Archivo de Carlos Melo López

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Archivo de Teodoro Acevedo Villamil

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Archivos institucionales y familiares

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I Índice

I

Cap. Siguiente

PRESENTACIÓN

Cap. Anterior

La primera vez que tuve noticia del impacto emocional que una inundación puede causar en las personas, fue en el año de 1969. Contaba con escasos seis años de edad, pero puedo recordar la aflicción de mis abuelos y la preocupación de mis tíos ante lo inminente de un acontecimiento trágico del cual, muchos años atrás mantenían vivo el recuerdo. Vivíamos en una casa rústica complementada con dos construcciones más de los mismos materiales, sobre los horcones se levantaron los pocos menajes de la vivienda y mis tíos desprendieron las tablas de las paredes para permitir que el agua pudiera correr sin arrasar la frágil construcción de madera y palma. Los menores y los viejos fuimos llevados a la comunidad de Loma Alta para protegernos de un posible desastre y mis tíos mayores se quedaron a velar en la casa desmantelada, de la misma forma que gran parte de la población velaba los escalones del Paso Real, los cuales medían la creciente del río en aquel año del señor cuando se desbordó sin grandes estragos por la parte baja de la ciudad y corrió por las calles principales un torrente líquido que trató con benevolencia la ciudad natal de mis abuelos. Dos años más tarde, tuve la referencia puntual de la angustia familiar que se alcanzaba a respirar en ese tiempo: en mis libro de lecturas del segundo grado1, se contaba parte de la historia de un viejo acontecimiento perpetuado en el imaginario colectivo como el acto

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CONALITEC. Libro de lengua nacional de segundo grado. Talleres Gráficos de la Nación, México, 1972. Pags. 38 y 39

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más relevante en el acontecer regional en el siglo Relato de Papá, se leía:

XX,

en la lección

Papá nos cuenta: —Los daños son muy serios. En algunos poblados casi todas las casas quedaron destruidas. Los caminos y puentes han desaparecido. La gente se halla ambrienta y miserable; perdió víveres, ropa, muebles, animales, herramientas. En esas regiones casi todos son agricultores. Ahora ven con desesperación cómo sus sementeras se pudren bajo el lodo. De los plantíos de maíz y de caña de azúcar, de los platanares y campos de palmeras, nada permanece en pie. Son un destrozo. Tuxtepec es la población que más sufrió. Por un momento los habitantes pensaron que nadie los ayudaría; pero no ocurrió así. De Tierra Blanca, pueblo vecino, acudieron al auxilio todos los hombres. Arrancaron de las aguas a las víctimas y se las llevaron a vivir con ellos. Allí, en Tierra Blanca, siguen acogidos con cariño los habitantes de Tuxtepec. Disfrutan de albergue y de alimentos; a los enfermos y heridos se les cura y atiende. Tierrra Blanca es un pueblo del Estado de Veracruz cuyo ejemplo no debemos olvidar.

Supe entonces que ese Tuxtepec era el pueblo donde yo vivía y que ese acontecimiento tuvo lugar en 1944, porque así me lo refirieron los mayores. Más tarde tuve la oportunidad de escuchar múltiples relatos con los testimonios orales de los sobrevivientes de aquella gran avenida, hasta que, en 1977 una compañera de banca me entregó un álbum fotográfico editado en 1944 cuyo nombre: La tragedia de Tuxtepec, sirvió como título general para la recapitulación que hicimos en 1994 y finalmente, en el 2013 logramos editar el folleto completo identificando a sus autores. Este documento es valioso por dos razones: a) porque su serie fotográfica tomada por el Sr. Carlos Melo López, se perdió con el paso de los años y es uno de los pocos testimonios gráficos que aún se conservan, y 2) porque incluía un texto

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de primera mano, con el relato de uno de los testigos presenciales de aquel fenómeno, don Manuel Castillo Estrada. Desde entonces ha corrido mucha tinta sobre tal fenómeno, en especial se destacan los testimonios en video de los sobrevivientes recogidos por Santiago Méndez Agama2 y los relatos siempre dramáticos de aquellos quienes tuvieron el infortunio de naufragar en esa inundación, recogidos por Antonio Ávila Galán3. A diferencia de otros trabajos sobre el tema, en esta obra he querido mantener la misma línea de trabajo en la compilación de los relatos que se presentan: testimonios escritos por los protagonistas de dicho acontecimiento, por lo cual, entrego ahora tres historias realizadas en lapsos de diez años cada una, la de Manuel Castillo Estrada de 1944, la de Luis Lavalle Ávila en 1954 y la de Francisco Mejía de 1964. Todos ellos precedidos de un estudio preliminar donde buscamos contextualizar el significado que tuvo la inundación en Tuxtepec del 23 al 25 de septiembre de 1944. Se agregan a este trabajo, la obra litararia de la maestra Natalia Gamiz quien hace un relato que navega entre la ficción y la realidad, más los testimonios gráficos provenientes de diversos archivos, en especial el archivo del Sr. Teodoro Acevedo Villamil, del Sr. Carlos Melo López y otras imágenes provenientes de instituciones, archivos familiares, museos y publicaciones varias que han sido consultadas en distintas épocas.

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Méndez Agama, Santiago. Videos varios sobre la Inundación, data on file.

3 Ávila Galán, Antonio. La lluvia desencajada. Edición de autor, México, 2012;

Sueños del recuerdo. Helios ediciones, México, 1997 y Otras desmemorias, edición de autor-PACMYC, México, 2002.

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I

Índice

Cap. Siguiente

EL AÑO CERO

Cap. Anterior

La inundación de 1944, también llamada “La tragedia de Tuxtepec” es un acontecimiento que se ha perpetuado en la memoria de los residentes, fundamentalmente por su aspecto trágico y desgarrador. Sin embargo, no existe una valorización del fenómeno en su conjunto que permita situarlo en el medio y en su contexto histórico para inferir, a partir de él; la significación que ha tenido en la historia reciente de la comunidad y su medio. Tal es la intención de este trabajo. Nos referiremos a tres aspectos básicos de la comprensión cabal de este acontecimiento: en primer lugar el marco de referencia, esto es; el entorno físico-hidrológico y socio-cultural donde se sitúan los hechos, en segundo lugar; los acontecimientos como tales y finalmente, mencionaremos el impacto y significación de la inundación de 1944, en la vida moderna de Tuxtepec. MARCO DE REFERENCIA El mundo físico Tuxtepec se ubica en la margen izquierda del Río Papaloapan (en el agua de las mariposas), en una especie de meandro o herradura de los muchos que forma el río a lo largo de su cauce. Es el arranque de una extensa planicie que resulta de la prolongación de la Sierra de Zongolica y la depresión de la Sierra de Juarez, para formar las extensas planicies de la faja costera conocida como región de Sotavento.

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Tuxtepec es el punto nodal de la región hidrológica denominada Cuenca del Papaloapan. Su posición estratégica le convierte en el punto de confluencia de las corrientes naturales de la zona, sean estas de carácter hidrológico, económico o migratorio. Pero junto a la belleza cantada por los lugareños desde tiempos remotos, Tuxtepec está situado en un punto donde el río gira 45 grados para cambiar de curso, sobre un terreno sedimentario circundado en un 80% por la corriente fluvial que posibilita, maximiza, la exposición de la ciudad a inundaciones catastróficas. La Cuenca del Papaloapan comprende una superficie de 46,517 km2 de la vertiente del Golfo de México, la cual abarca porciones de los Estados de Oaxaca, Puebla y Veracruz. En ella se genera un escurrimiento de medio anual de 47,000 millones de metros cúbicos, que arrastra anualmente unos 18 millones de toneladas de azolve cuya salida natural es a través de la albúfera de Alvarado. El eje fluvial de la Cuenca del Papaloapan lo conforma el río del mismo nombre y sus numerosos afluentes que bajan de la sierra de Juárez, la sierra de Zongolica y la zona serrana zapoteca de Villa Alta. El río Papaloapan tiene vertientes distintas en su dilatado cauce, en la porción suroeste nace con el nombre de Río Grande en la sierra Juárez y se le incorpora el río de Quiotepec y otros tributarios provenientes de la región poblana de Tehuacán, en la confluencia recibe el nombre de río de Santo Domingo y recibía por la margen derecha al río de Usila. En la actualidad ese río y el Usila están regulados por la presa “Cerro de oro” por lo que la corriente del Santo Domingo se incorpora a la del río Valle Nacional a un menor gasto de aquel que propiciaba las grandes avenidas. El río Valle Nacional nace en el Cuasimulco y es enriquecido en su trayectoria por diversos arroyos y ríos menores. Ya unidos, a poco menos de 20 metros de altitud recibe el nombre de Papaloapan, en el punto denominado Sebastopol. Siguiendo hacia el noroeste toca la ciudad de Tuxtepec y más adelante recibe el tributo del río Tonto. El río Tonto, conocido alguna vez como Xoloapan (Xolo, apócope de xolopitl= tonto y apan= río) de acuerdo con el investigador

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Martínez Gracida1 antiguamente nacía en la Sierra de Zongolica, en la actualidad parte de la presa Miguel Alemán en el municipio de Soyaltepec. Recibe por la izquierda a los ríos Chichicazapa y De Enmedio, recorriendo 5 kilómetros en tierras tuxtepecanas hasta recibir a las aguas del río Amapa (En los Amates) para verter sus aguas, 30 kilómetros más adelante, al río Papaloapan en el sitio llamado Toro Bravo. Antes de alcanzar la población de Tlacotalpan se le incorporan los cauces líquidos de los ríos Tesechoacán y el río San Juan.

El río de Tuxtepec. Óleo sobre tela de Jorge Cazares Campos. Colección Cerillera La Central.

Numerosos arroyos se unen todos estos ríos en sus cursos. Uno de ellos: el arroyo Moctezuma, tiene la particularidad de cruzar la ciudad de Tuxtepec hacia el oeste. El Papaloapan mide unos 60 metros de ancho y una profundidad media de 6 metros con algunas variaciones; el Tonto mide unos 50 1

Martínez Gracida, Manuel. “El río Tonto” en Memorias de la Sociedad Científica Antonio Alzate, octubre de 1998, Pag. 62.

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metros de ancho pero secularmente poseyó una mayor profundidad por lo que aportaba una mayor cantidad de corriente líquida, determinante en la épocas de alta precipitación para el desbordamiento del Papaloapan en la cuenca baja, en tanto los ríos del Obispo y Amapa alcanzan los 30 metros en algunas partes. Sus profundidades no son uniformes, especialmente en el Papaloapan, donde el proceso de azolve le ha eliminado casi toda la posibilidad de navegación como antiguamente se hacía. En temporada de estiaje, el Papaloapan podía cruzarse caminando frente a Tuxtepec, pero en épocas de lluvia, los ríos y arroyos se convierten en un serio problema para los cultivos y las poblaciones ribereñas. Al repletarse sus cauces, el agua inunda las riberas causando grandes pérdidas a los cultivos comerciales y a los caminos que enlazan a las poblaciones de la Cuenca. La alta precipitación en la zona del Papaloapan se debe a que la región posee un clima tropical con lluvias en verano de acuerdo a la clasificación climática de Koeppen. En Tuxtepec se presenta un clima tropical-húmedo y seco, con una temporada de sequía en la época de mayor inclinación de los rayos solares y un ritmo marcadamente estacional. Los meses de lluvia intensa son de junio a septiembre, con una precipitación promedio anual de 2,427.2 mm. y una evaporación índice del 50%. Los vientos dominantes son los llamados alisios, procedentes de la costa del Golfo, los cuales cuando alcanzan velocidades mucho mayores, aproximadamente 15m/seg., son llamados “nortes”, vientos enrachados que azotan con regularidad la costa veracruzana. Este es el entorno físico en el que se sitúa la tragedia de Tuxtepec. El mundo histórico

Desde épocas remotas, el ciclo recurrente del clima de la Cuenca ha propiciado el desbordamiento de los cauces. En particular, en la zona media y baja de la región, las inundaciones periódicas han sido un fenómeno con el cual, los pobladores de todos los tiempos han aprendido a vivir. Los pueblos ribereños son en el más amplio sen-

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tido, el “don del Papaloapan” ya que su cuerpo principal tras salirse de madre, desborda sobre los terrenos ribereños una capa rica en sedimentos que han mantenido la fertilidad inagotable de las tierras cuenqueñas. A pesar de la ciclicidad de las avenidas, las mismas no representaron un problema para los pueblos ribereños, por el contrario, rápidamente aprendieron a utilizar el desbordamiento de los ríos en su favor. En el punto de la ubicación de Tuxtepec, los asentamientos originales se consolidaron en las zonas altas a resguardo de las inundaciones regulares, las únicas posiciones de la porción inundable estaban convenientemente colocadas en la loma de la calle Arteaga en el promontorio denominado “El Flamenco”. De igual manera, los diversos montículos localizados en la ribera del río poseen una elevación de al menos seis metros sobre la base del desbordamiento de las aguas. Pero a la llegada de los españoles, el patrón de asentamiento cambió de acuerdo a las necesidades y visión de los conquistadores de tal manera que, la población para finales del siglo XVII tomó carta de naturalización en las tierras bajas, abriendo la puerta para los estragos futuros causados por las riadas anuales. Con estos antecedentes, en la vida junto al río no todo ha sido de regocijo para los habitantes de la zona, aproximadamente cada cuarto de siglo, algún huracán proveniente de la costas del Golfo hacía precipitar grandes cantidades de lluvia en las zonas serranas y los ríos y arroyos menores alimentadores del gran río, proveían al flujo principal de grandes cantidades de azolve, levantando a su paso árboles, plantas y animales. Toda esa fuerza líquida cuando llegaban a los afluentes principales multiplicaban su fuerza y al desembocar en el curso del Papalopan, el río adquiría una fuerza destructiva capaz de arrasar cualquier objeto que se cruzara en su curso. El impacto sobre las poblaciones ribereñas sembraba de muerte y desolación los hogares. Ya para 1580, a pocos años de la fundación de Tlacotalpan, Juan de Medina2 reportaba en la Relación de aquella comunidad: 2

De Medina, Juan. “Relación de Tlacotlapan y su partido”, en René Acuña, Relaciones geográficas del siglo XVI, obispado de Tlaxcala. UNAM, México, 1984

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“cuando sale el río de madre lo aniega todo y se pierden las sementeras de maíz y de camotes, que son batatas, y esto es cosa ordinaria de los más de los años”, mientras que, el cura Caveros y Rendón3 de la comunidad de Chacaltianguis, reporta en 1779: “con las aguas se inundan los pueblos y los caminos —y agrega que los vecinos—para visitarse unos a otros tenían que hacerlo a bordo de canoas y las casas se fabrican sobre pretilones de barro o de madera”. Velasco Toro4 documenta otras inundaciones de la porción media del Papaloapan: En julio de 1714, por ejemplo, la creciente de los ríos Papaloapan y Tesechoacán sorprendió a todos los habitantes de la región y provocó enormes daños en los hatos ganaderos de las haciendas de Uluapa, Guerrero, La Estanzuela y Santa Ana Chiltepec. Otra creciente catastrófica fue la que ocurrió en 1768. Ese año el río Papaloapan se desbordó con tal violencia que destruyó el templo de la virgen de la Concepción en Cosamaloapan ((AGN, Tierras, v. 2804; AGN, Templos, v. 15).

Para el siglo XIX, el viajero francés Lucien Biart5, narra cómo fue alcanzado por una inundación del Papalopan entre Tlacojalpan y Otatitlán: El camino fue largo, y el río subía sin cesar. Al fin, la inundación llegó hasta el sendero por el que íbamos, y tuvimos que moderar la marcha (...).Contemplamos con espanto las oleadas que saltaban con ímpetu como de una esclusa, y caían en el barranco con ruido de torrente. Diez minutos más tarde, salíamos de la selva. Trepamos una ligera cuesta y nos en-contramos en una meseta cubierta de matorrales (...). Solamente entonces (...), contemplamos sin inquietud el imponente espectáculo que nos rodeaba. 3

Caveros y Rendón, Francisco, “Relación geográfica de San Juan Bautista Chacaltianguis, 1777”, en Manuel Esparza (editor), Relaciones Geográficas de Oaxaca, 1777-1778, CIESAS, México, pag. 42-62. 4 Velasco Toro, José, “Espacio y comercio colonial en la región sotaventina del bajo Papaloapan, Veracruz”, en revista CESLA, no. 6, 5 Biart, Lucien. La tierra caliente: Escenas de la vida mexicana 1849- 1862, Editorial Jus, 1962.

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Se mantienen registros de inundaciones catastróficas en los años de 1840, 1860, 1867, 1868, 1884, 1888, 1901, 1903, 1912, 1921, 1929, 1931, 1935, 1944, 1950, 1958, 1962 y 1969, 1972 y ya en el siglo XXI, las inundaciones del 2010 en la parte baja de la Cuenca, han vuelto a colocar el problema de las avenidas en primer plano. El mundo social

José Emilio Pacheco inicia una excelente novela con estas palabras: “El mundo antiguo. Me acuerdo, no me acuerdo: ¿qué año era aquel?” Y sirvan estas mismas palabras para hablar de aquel año de 1944. En aquella época México estaba en guerra contra las potencias del eje, después de que el presidente Ávila Camacho le declaró la guerra a Alemania por el hundimiento de barcos petroleros mexicanos. A consecuencia de esta decisión, se vivía bajo ley marcial lo cual no tenía mayores expresiones que la obligatoriedad del servicio militar. El Tuxtepec de 1944 es similar al Tuxtepec de todos los cuarenta y unos años antes: una ciudad tranquila y floreciente de casas blanqueadas con grandes ventanales y artesón de teja. Podríamos decir que se encontraba perdida en esta porción del mapa ya que la comunicación principal hacia el exterior se hacía desde la comunidad de El Hule (hoy, Papaloapan) desde donde se podía abordar el ferrocarril mexicano proveniente del Istmo de Tehuatepec. Muchos años atrás, los vapores de pequeño calado, las canoas ancheteras y las balsas de ocho palos habían sido vehículos comunes en la navegación fluvial del Papaloapan, pero con el ciclón del 29 la navegación del Papalopan tocó fondo y gradualmente se fue abandonando, de la misma forma que el meteoro referido causó en parte la crisis de la producción bananera que significó uno de los principales cultivos en los albores del siglo XX. Para 1944, muchos agricultores vivían una de las crisis mas importantes de la región, como consecuencia de la salida de las com-

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Anuncio de una compañía de navegación en el Papaloapan. Fuente: Massey Guilbert, Blue book of Mexico for 1903.

pañías bananeras que vinieron a romper junto con las plagas y las afectaciones agrarias el encanto del oro verde, de aquella época dorada en la que Tuxtepec disfrutó de riqueza motivada por el Boom bananero. Nada de aquello existía para 1944 sino el recuerdo y el esfuerzo de los agricultores locales por encontrar una salida a la crisis agrícola a partir del cultivo intensivo de variedades de plátano mas resistentes a las plagas como el plátano macho, caña de azúcar, piña y arroz.

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Había congelamiento de precios, lo que no impedía que el maíz debido a la enorme escasez que sufría la región, se vendiera a $0.35 el kilo, la masa a $ 0.30 el kilo y las tortillas a dos por cinco y tres por diez centavos. Ante la escasez sin precedentes de maíz, se prohibió la salida del grano del distrito lo cual no solucionó el problema durante 1944. También había efervescencia política, en Enero, Ángel Rangel Barrán sustituyó como presidente municipal a Luis Roy Jr., electo en 1942, aunque esos primeros años de la década están caracterizados por la inconsistencia política por lo que desfilaron como primeros concejales: Felipe Matías Parra en dos periodos (1940-1941 y 1943-1944), Francisco Mora Juárez (1941-1942) y Luis Roy Fentánez (1944-1945). Por otro lado, el general Sánchez Cano aspiraba a la gobernatura del Estado que alcanzó a mediados de ese año de 1944. La vida cultural se regocijaba en Tuxtepec con la marimba “Lira Tuxtepecana” y las obras “Malvaloca” y “Los hijos artificiales” del “Cuadro artístico local María Teresa Montoya” que ofrecía funciones regulares en el teatro Hidalgo, mismo espacio donde se ofrecían funciones regulares de box con los ídolos regionales de aquellos años: “el Churrero” y “Chico Ordaz”. En el cine-teatro Pardo se veía ‘”La trepadora” con Sara García, María Elena Marqués, José Cibrán, y Roberto Silva. En el mes de mayo tenían lugar las fiestas de la primavera, la cual desde mediados de los 30’s se hacían coincidir con las festividades del Cristo negro de la vecina población de Otatitlán. Durante las fiestas de la primavera había festejos charros, competencias deportivas, carreras de gatos, cuadros artísticos y ceremonias religiosas donde participaba un gran núcleo de la población. Por supuesto que también había personas en Tuxtepec preocupada por la situación amenazante del río. En Octubre del año anterior, los ingenieros Serafín Montes, Bernardo del Castillo y Pablo Acosta realizaron un estudio para librar a Tuxtepec de las inundaciones; en informe se presentaría el ejecutivo de la unión como parte de un estudio sobre el río Papaloapan. Mientras, Lorenzo del Peón Caso trabajaba en un proyecto carretero que uniera a Tuxtepec con la

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carretera Córdoba-Veracruz, lo que daría mayor utilidad a la panga del río Tonto. Las fiestas de la Independencia fueron celebradas a la manera tradicional, con la elección de la “América” encargada de interpretar el Himno Nacional, bervena popular y desfile de escolapios al día siguiente. Un grupo de jóvenes de la escuela “Pacheco & Henning” de la ciudad de Puebla hizo una visita de cortesía por aquellos meses. Ese era el Tuxtepec de ayer, en pleno. LOS ACONTECIMIENTOS.

El 27 de septiembre de 1944, el diario El Universal6 bajo el encabezado de “Tuxtepec ha desaparecido prácticamente”, informaba a todo el país” Los habitantes de Tuxtepec, Oaxaca, solicitan auxilio porque no tienen qué comer. Las principales casas de la ciudad fueron arrasadas por la corriente del río, al igual que los edificios comerciales, perdiéndose todas las mercancías. Las calles están intransitables y las casas que aún quedan en pie están llenas de escombros y las calles de hoyancos. Dentro de lo que eran habitaciones hay toneladas de arena en las que están sin duda, sepultados muchísimos cadáveres. El llamado barrio abajo de Tuxtepec ha desaparecido con pérdidas incalculables, las vías están interrumpidas y las autoridades de Veracruz son hasta el momento las únicas que han prestado auxilio. Podemos informar sin exageraciones que Tuxtepec ha desaparecido y que urge la intervención del presidente de la República y del gobernador de Oaxaca para que envíen brigadas sanitarias que prevengan el desarrollo de una epidemia que se anuncia devastadora.

La noticia no podía ser mas reveladora de los trágicos acontecimientos.

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El Universal, el gran diario de México, jueves 28 de septiembre, 1944.


Dos fenómenos meteorológicos coinciden en la faja central del Istmo mexicano que desencadenaron los trágicos acontecimientos: 1) un aciclonamiento estacionario que azotó las costas de Guerrero, Oaxaca y Chiapas, provocando rachas huracanadas con velocidades de 15m/seg., y 2) la presencia de un huracán tipo 1 en la escala Saffir-Simpson que impactó la zona del Golfo de México del 19 al 22 de septiembre de aquel año7, provocando una precipitación pluvial de mas de 50 cm. en la parte oriental de la sierra mazateca y las tierras bajas adyacentes, del 21 al 23 de septiembre. El investigador Luis Montero difiere en la información y siguiendo a Luna8, escribe: “la inundación fue ocasionada por un huracán nacido en el Caribe y con trayectoria parabólica invertida, éste penetró a tierra en las cercanía de Coatzacoalcos y Los Tuxtlas, llegando a la parte media de la cuenca el 21 de septiembre”. Con las fuertes y prolongadas lluvias los ríos pronto repletaron sus cauces, arrastrando todo cuanto encontraban a su paso corriente abajo, hacia el Papaloapan cuyo nivel subió rápidamente en pocos días. En la madrugada del sábado 23 el huracán tocó tierra en el puerto de Veracruz desatando copiosas lluvias en la serranía y fue todo. El Papaloapan desbordó su cauce en toda la parte baja. Tuxtepec ante el azoro de los habitantes se vio repleto de agua por todos lados a partir de la madrugada de aquel día 23 de septiembre. Lo que en un principio apareció como una inundación más de las que ya había 7

Gómez Ramírez, Mario. “Trayectorias históricas de los ciclones tropicales que impactaron el estado de Veracruz de 1930 al 2005” en Revista Electrónica de Geografía y Ciencias Sociales, Universidad de Barcelona, Vol. X, núm. 218 (15), 1 de agosto de 2006. 8

Luna Bauza, César. Crónica de los huracanes en el estado de Veracruz. Gobierno del Estado de Veracruz. México, 1994, pp. 33-34, citado en Montero García, Luis Alberto. “Cuando las aguas se dsbordaron: crónica de la inundación de 1944”, pag. 134 en Montero G., Luis A. Et al. (Coords.). Mariposas en el agua. Historia y simbolismo en el Papaloapan. Universidad Veracruzana. México, 2011.

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sufrido la población, pronto se convirtió en una seria amenaza al subir aceleradamente el nivel y la fuerza con que las aguas azotaban las construcciones. El río cubrió todo el horizonte arrastrando en su loca carrera lo mismo hombres, casas, plantas y animales. El mundo se fue a pique, alcanzando las aguas niveles de 4 y 9 mts. en las zonas más bajas. Durante tres días angustiosos la población vio desfilar desde los techos de las casas mas resistentes, lo mismo casas enteras que arboles y cadáveres. Al caer en cuenta de la magnitud del fenómeno, párroco del pueblo, Silviano Pérez y su sacristán Felipe de Valencia hacen repicar las campanas para alertar a la población y buscar ayuda para salvar el archivo parroquial en la parte alta de la iglesia. El padre Silviano dejó testimonio de aquel acontecimiento en los archivos de registro: El viernes 22 de septiembre de 1944 a las 12 de la noche principió la gran inundación que arruinó la ciudad de Tuxtepec, duró 72 horas y alcanzó dos metros sobre el nivel del río Papaloapan, perecieron alrededor de 50 personas. El párroco presbítero Silviano Pérez presenció.9

Ante la magnitud de la tragedia, Felipe Matías Parra10, presidente municipal interino en aquel año, tomó la decisión de abrir las puertas de la cárcel municipal para que todos los internos pudieran salvar sus vidas. Desde entonces se ha celebrado en esa fecha, 24 de septiembre, el “día del preso”, donde tradicionalmente se otorgaba la libertad a algún recluso. Muchos fueron los actos heroicos que escribieron en aquellos momentos, ya de quienes se salvaron en los árboles o de quienes se lanzaron a la corriente para rescatar algún infortunado; ya de quienes en un lanchón salvaron vidas o de quienes pusieron a salvo su pocos 9

Texto manuscrito en el libro 25 de bautizos, partida 37, 1944, Archivo Parroquial, Tuxtepec, Oax. 10 Existen controversias al respecto a quien abrió las rejas de la cárcel municipal. Antonio Ávila Galán en La lluvia desencajada, recoje el testimonio del Sr. Ernesto Vanvollehoven Huervo quien afirma que fue su padre: Eduardo Vanvollehoven, alcaide de la cárcel municipal quien liberó a los internos.

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menajes en la techumbre de las casas. Héroes anónimos que batallaron contra la furia desatada de la naturaleza y de quienes solo la tradición oral recoge sus esforzados actos. Teodoro Acevedo Villamil, fotográfo originario de Tuxtepec, coincide en aquellos momentos en la comunidad y ante el espectáculo de las aguas embravecidas, comienza a levantar uno de los más valiosos testimonios gráficos de aquel momento: Pasa las 72 horas de angustia a salvo en la casa verde junto a sus tíos: don Rodrigo Villamil y doña Susana Prieto Villamil. Desde su refugio veían pasar casas enteras que el furioso río llevaba y el llanto con gritos de las personas que no pudieron ponerse a salvo. Al bajar las aguas tomó algunas imágenes más del paisaje devastado por la corriente de las aguas del Papaloapan, pensando que al revelar estas fotografías fueran testimonio de la tregedia y llegara pronto la ayuda. Con esa voluntad, sale en chalán hasta Papaloapan donde toma su última foto al puente herido y caminando por la vía, llega por la noche a Tierra Blanca donde pide auxilio al párroco de la localidad quien hace tocar las campanas de la iglesia y lo conduce con el presidente municipal: don Ernesto García Ferro, quien lo escucha atentamente y organiza las primeras cuadrillas de ayuda con víveres y agua para los damnificados.11

A su vez, desde otro punto de la ciudad, el fotógrafo Carlos Melo López se sube al techo de su estudio en la avenida Independencia y desde ahí dispara su cámara para integrar otro valioso testimonio en imágenes de aquel acontecimiento. Las aguas del río bajaron con desesperante lentitud hasta permitir el auxilio de los temerosos habitantes. El presidente de la Tierra Blanca, Ernesto García Ferro, en un acto de solidaria fraternidad al igual que su similar Tres Valles, enviaron con la premura que el caso requería toda suerte de víveres, ropa y medicamentos. Actividad trabajos y asumiendo dirección salvamentos consiguiese retirar del peligro de morir ahogadas más de setenta familias, inundación 11

Biografía de Teodoro Acevedo Villamil, escrita por Rodolfo Lavalle Acevedo, data on file archivo del autor.

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presenta caracteres trágicos y suponese (sic) hayan perecido aislados por falta de embarcaciones propias para salvamento muchas personas viven entradas población hoy mismo envío primeros auxilios comestibles fin ayudar necesidades principales.12

El señor Roberto Herrera, jefe de la oficina federal de Hacienda envió el día 26 un elocuente telegrama al presidente de República: Hónrome comunicarle esta población encuéntrase totalmente destruida, habiendo desaparecido un 75% población. Aguas río Papaloapan subieron 9 mts., no puede precisarse número de muertos por encontrarse gran parte sepultados por derrumbes de edificios. Los que milagrosamente nos salvamos fue en balsas, árboles y azoteas de techos casas mas elevadas. Urge auxilio efectivo, comestibles y medicinas, y fuerza federal efecto guarde orden. Todos los que salvamonos estamos viviendo intemperie. Ya empieza a sentirse putrefacción cadáveres.13

El mismo día, Antonio Pérez Franco, ante la imposibilidad de comunicarse con la capital oaxaqueña, solicita el apoyo de los comerciantes de Córdoba y al doctor Gonzalo Casas Alemán, jefe de la Unidad de Salubridad y Asistencia.14 En esta ciudad, el Sr. Luis Lavalle y otros prestigiados tuxtepecanos formaron un “Comité de emergencia” para prestar axilio a la poblacion y mantener la seguridad de quienes se vieron en el más completo desamparo. En medio del lodo y los escombros, el padre Silviano hace sacar la imagen del “Señor del desgravio” de la parroquia y oficia en el quiosco del parque Juárez, donde muchos salvaron sus vidas; una solemne misa de acción de gracias. 12

Telegrama, Tierra Blanca, 25 de septiembre de 1944. Dr. Ernesto García Ferro a Jorge Cerdán. Citado por Montero García, Luis. Op. Cit. pag. 143. 13 Novedades, miércoles 27 de septiembre, 1944. 14 Telegrama, Córdoba, 27 de septiembre, Antonio Pérez Franco a Gonzalo Casas Alemán. Citado por Montero García, Luis Alberto. Op. Cit. pag 142

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De acuerdo a como se fue diseminando la noticia en el país se fueron formando diversos comités de ayuda a los damnificados, como en la Ciudad de México. Se destaca entre todas, el trabajo altruista de Francisco Rodríguez Pacheco15, tuxtepecano radicado en Puebla y reconocido como hijo predilecto y benefactor de Tuxtepec, quien es informado a través del “Comité de emergencia” y obtiene del gobernador de Puebla, Gonzalo Bautista Castillo, la intervención para que se trasladen a la ciudad: la Cruz Roja de Puebla y los maestros de la escuela “Pacheco & Henning” a brindar su valiosa colaboracion. El aspecto de la ciudad cuando se retiraron las aguas era impresionante, todo destrucción y devastación a lo largo y ancho del horizonte. Mucho de eso fue lo qe presenció el presidente Ávila Camacho quien realiza una visita de reconocimiento en la parte media y baja de la Cuenca por varias poblaciones de esta zona. Junto con el Gobernador Sanchez Cano de Oaxaca arriba a Tuxtepec el 14 de octubre, donde el presidente dicta importantes disposiciones en pro de la ciudad, tales como: • Obras de defensa contra futuras inundaciones. • Limpieza y reacondicionamiento de las calles. • Ámplio crédito para ejidatarios, agricultores y comerciantes. • Agua potable para la ciudad. • Instalacion de una potente planta de energia electrica.

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Francisco Rodríguez Pacheco nació en Tuxtepec, Oax., en 1896, a la edad de 19 años emigró a la ciudad de Puebla donde inició una próspera actividad como empresario y educador. Asociado con el Sr. Agustín Henning construyó la colonia Santa María en la Angelópolis y posteriormente en sociedad con Rómulo O’Farril y Luis Alarcón construyó el emblemático fraccionamiento La Paz. Fundó las escuelas “Pacheco & Henning” en 1935 y “María Luisa Pacheco” en 1943 en colaboración de su esposa, doña Marina Hernández de Rodríguez Pacheco. Fue electo presidente municipal de la ciudad de Puebla en 1960, puesto que desempeñó durante siete meses hasta su muerte en aquel año. Durante su vida, presidió la beneficencia pública del estado de Puebla.

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Francisco Rodríguez Pacheco en una fotografía de la época.

En noviembre hizo su visita a Tuxtepec, Rodríguez Pacheco, quien dispuso $25,000.00 para construir casas para las familias desamparadas (la actual colonia María Luisa) en un predio donado por el señor Enrique N. Trejo Pacheco, y un jardin de niños para impulsar la educacion de los párvulos. Hoy se levanta un monumento a su memoria en la confluencia del boulevard Ávila Camacho y la avenida Jesús Carranza. El domingo 3 de diciembre se constituyó el Comité Pro-Recuperacion de Tuxtepec por un grupo de destacadas personalidades de la comunidad, entre los que se recuerda a Javier Ahúja Beuregard, Emilio Patatuchi, Próspero Arellano J., Jesús García López, Lic. Leopoldo Hernández, Clemente Carrillo, Emilio Jiménez Ruiz, Rafael Ruíz Lara, Herman Enríquez, Roberto Herrera Giovaninni, Luis Lavalle Ávila, Vicente Castro Olivares, Conrado Sánchez Mendoza, Profr. Luis Alcaraz, Lorenzo del Peón Caso y Alfredo E. Ahúja. Las pérdidas causadas por la inundación han sido estimadas de la siguiente manera :

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Agricultura y Ganaderia Casas en Tuxtepec Otros poblados Daños al ferrocarril Pérdidas indirectas Total

$12’000,000.00 3’000,000.00 5’000,000.00 6’000,000.00 4’000,000.00 $30’000,000.0016

La ciudad se redujo tanto poblacional como geográficamente, aunque no hay una cifra oficial de muertos durante el desastre. Grandes extensiones de terreno habitable fueron arrasados por la corriente, son notorios en la avenida Independencia, la cual perdió cuatro cuadras después de la calle Allende. IMPACTO Y SIGNIFICACIÓN DE LA INUNDACIÓN DE 1944

Los desbordamientos de los ríos de la Cuenca son un fenómeno que se repite de manera periódica desde épocas antiguas, de ahí que los primeros asentamientos tuxtepecanos se ubicaron en las zonas altas a resguardo de las inundaciones anuales. Estos emplazamientos permitían aprovechar las tierras bajas en labores de cultivo con el abono natural que le proporciona el río al salirse de madre. A finales de 1600, despues de volver del destierro que hizo desaparecer a la población durante 80 años por órdenes del virreinato, se asentó la comunidad en su sitio actual. Desde entonces la posibilidad de un desbordamiento catastrófico ha permanecido latente. Las causas fundamentales de la inundación de 1944 se ha identificado como el resultado de la precipitación pluvial provocada por el ciclón de aquel año, sin embargo; otros factores también pueden señalarse como coadyuvantes, entre los que podemos mencionar: a) La ubicación de las comunidades en las tierras bajas susceptibles de inundaciones. 16

San Vicente Reynoso, Julio. Impacto económico de los puentes Papaloapan y Caracol, tesis UNAM, 1968.

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b) La deforestación de la alta montaña que impide la retención del agua y provoca grandes cantidades de azolve los cuales son arrastrados por la lluvia en su descenso hacia los grandes ríos. c) La falta de dragado en el lecho principal del río. d) La obstrucción de la salida natural del río en la albufera de Alvarado y la desembocadura al mar del Papaloapan e) La construcción de terraplenes para proteger caminos y pueblos que provocó la reducción del cauce del río en varios tramos de su curso líquido. Como resultado de los dramáticos acontecimientos de 1944 se creó en 1947 por decreto presidencial, la Comisión del Papaloapan (CODELPA) para atender a toda esta amplia zona. Basada en los resultados del Tennesse Valley Proyect, se impusieron a la comision los siguientes objetivos: 1. Estudiar, proyectar y construir las obras necesarias, tales como presas de regularización, rectificación de ríos, diques de encauce, canales de alivio y dragado de ríos, hasta evitar o reducir los efectos de los desbordamientos de los ríos de la Cuenca. 2. Estudiar y contruir las instalaciones necesarias para aumentar substancialmente la generacion de energía eléctrica, las superficies de tierras con riego y asegurar la nevegación en los cauces de los ríos. 3. Integrar una red de vialidad, mediante la construcción de caminos, puentes, ferrocarriles, puertos marítimos, fluviales y aéreos. 4. Saneamiento de la región, incluyendo obras de ingeniería, campañas médico-sanitarias, instalación de hospitales, centros de salud, dispensarios y desecación de pantanos. 5. Alfabetización y elevación del nivel cultural de la población mediante la construcción de escuelas primarias superiores y técnicas, dotación de personal docente, campañas y misiones culturales. 6. Investigación y extensión agrícola, creando centros de investigación, granjas experimentales y campos de demostración.

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7. Promoción agrícola e industrial, mediante orientación y créditos a los agricultores y futuros empresarios. Uno de los proyectos centrales en el control de las inundaciones ribereñas lo constituyó la construccion de la presa “Miguel Alemán” para lo que se destacó un gran contingente al sitio del embalse con importantes modificaciones que cambiaron en alto grado la vida de los municipios afectados. Todo el despliegue material y humano que significó la Comisión del Papaloapan, cuyas oficinas finalmente se construyeron en Ciudad Alemán y no en Tuxtepec como se pensaba, dieron a la región un impulso inusitado hacia una etapa de rapido desarrollo y abandono del marasmo en que se vivía. No solo en la ciudad de Tuxtepec y el municipio, sino todos los municipios englobados en la Cuenca, se transformaron en algun grado con el nuevo organismo.

Construcción de la panga sobre el río Tonto, en 1968 sería sustituída por un puente sobre el río.

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Los trabajos de CODELPA junto con el esfuerzo de Tuxtepecanos progresitas dieron a Tuxtepec una fisonomia distinta en pocos años. La estructura básica de la ciudad de hoy se definió en este periodo, adquieriendo un carácter urbano que subsiste a través del tiempo. Se realizaron entonces trabajos de alcantarillado, nivelacion de calles, campañas sanitarias, (se construyó el Hospital Regional), caminos, campañas educativas, culturales, de experimentacion agrícola y un sinnúmero de actividades más. Hacia 1948, a la par que se construía una panga para cruzar el río tonto, llegaba por ferrocarril la planta de energía eléctrica ofrecida por el presidente Ávila Camacho. Tuxtepec ya no era una ciudad perdida junto a un caudaloso río, vivía inmersa en una febrilidad agobiante de trabajo en la edificación del futuro inmediato. Lógicamente todos estos cambios no estuvieron exentos de problemas, algunos de los cuales subsisten hasta nuestros días, como lo es el reacomodo de los indígenas mazatecos y chinantecos desplazados de los sitios donde se contruyeron los embalses En 1944, cuando se formó el comite Pro-recuperacion de Tuxtepec, se acuñó el lema de: “La voluntad de vencer asegura la victoria. ¡Es la hora!” y la hora había sonado, Tuxtepec era distinto, nuevo. Una vez más, como en aquella desaparicion de 1600, los tuxtepecanos habian vuelto a rehacer la casa de sus padres. Pero al paso del tiempo las obras de la Comision del Papaloapan se rezagaron batante, sobre todo aquellas que competian al control y prevencion de las inundaciones en el bajo Papaloapan. Las inundaciones de 1968 y 1969 llevaron a diversas asociaciones locales, tanto de Tuxtepec como de otras ciudades cercanas, a formar en 1970 el “Comité Pro-dearrollo de la Cuenca del Papaloapan” con sede en Tuxtepec. Durante los dos años siguientes se ralizaron reuniones en distintas ciudades de la Cuenca y se insistió ante las autoridades federales para que CODELPA continuara su programa de obras. La parte central de los trabajos inconclusos era la construccion de la Presa Cero de Oro, segunda etapa del embase total que reuniría a los vasos

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Llegada de la planta de luz para la electrificaci贸n de la ciudad

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Pavimentación de la avenida Independencia, 1958. Fuente: AHA

de ambas presas. En nuestros días, los trabajos de construcción en Cerro de oro, ya concluidos e inaugurados en 1988 por el presidente de la República, llevan el nombre de Presa “Miguel de la Madrid”. La Comisión del Papaloapan fue liquidada en 1986 y cancelada definitivamente en Abril de 1988.

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El año cero

Contextualizada en su dimensión espacial e histórica, podemos afirmar que la inundación de Tuxtepec es un acontecimiento que no solo ha significado desarrollo material, también abrió viejas heridas de abandono y desintegración que los tuxtepecanos han sentido ad perpetuam por parte del gobierno del estado de Oaxaca. Aún es anecdótico entre los habitantes de Tuxtepec hablar de aquel momento cuando, ante la tardía respuesta del gobierno del Estado, un sector de la población pedía la anexión al estado de Veracruz, hasta que una voz expresó: “los tuxtepecanos preferimos tener una mala madre que una buena madrastra” y la discusión terminó. Pero en medio del tráfago de hechos positivos y altibajos sufridos como consecuencia de aquellos trágicos momentos, la experiencia y la integración ganada ha sido uno de los elementos que han marcado la diferencia entre esta ciudad y el resto de las comunidades cuenqueñas. Aún en la expresión musical un evento de esta naturaleza ha tenido repercusiones, de aquel año en particular son dos composiciones ofrecidas a Tuxtepec como ofrenda lírica en tan funestos momentos. La primera, cantada por varios años en las escuelas de Tuxtepec, es obra del compositor poblano Rodolfo Reyes González. La segunda, la canción identificada como el “himno tuxtepecano” escrita por el compositor Ramón Gutiérrez Toraya, quien la compuso como una ofrenda de amor a su esposa, originaria de Tuxtepec, al ver la aflicción que pasaba por no tener noticias del terruño en aquellos angustiantes días. Así pues, la inundación de 1944 no solo es un hecho dramático y dantesco, es por muchas razones; el punto de partida de la historia moderna de Tuxtepec. La historia local se puede dividir en dos etapas: antes y después de 1944. Antes, existía el Tuxtepec de ayer, la ciudad de calma y sueños bucólicos, la tragedia marco el parteaguas que dividió una etapa de integración hacia adentro por otra, la del Tuxtepec moderno, plenamente integrado hacia la Cuenca, hacia el estado de Oaxaca y hacia el País mismo. Por ello, he denominado al año de 1944 como el “año cero”, porque en ese año murieron las as-

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piraciones localistas de una generación, para dar lugar al nacimiento, en medio del légamo y las aguas empantanadas, de una nueva visión de progreso y desarrollo que cada día adquiere nuevas expresiones. Sería necio atribuir estos cambios a condiciones fortuitas o al solo esfuerzo unificado de los tuxtepecanos, sin descontar la importancia que revista lo anterior, porque se caería entonces en el solecismo del desarrollo espontáneo, además de naufragar en utopismos. En la evolución de lo últimos años han tenido que ver y mucho, organismos como CODELPA y el gobierno del Estado. Las decisiones de políticos importantes a nivel estatal y nacional además de los políticos locales. La constante labor de los grupos de poder y los empresarios regionales, así como otros organismos y asociaciones propios. A ello debe agregarse el acendrado cariño que por esta tierra tantas veces bautizada por el Papaloapan, sienten los tuxtepecanos, cuyas acciones en uno u otro sentido han contribuido a enriquecerlo. No debe perderse de vista la ubicación privilegiada del municipio, ni la decisiva capacidad económica que represena el entorno agrícola, ganadero e industrial, tanto como la vinculación comercial al estado de Veracruz. La concidencia con los planes estatales se ha sumado a esta era de cambios, así como un constante proceso de industrialización e incremento de la oferta educativa y en conjunto, han dado como resultado un Tuxtepec dinámico y cambiante. Evidentemente no todo es consecuencia de aquel hecho que hoy recordamos, pero es innegable que es el punto de partida del Tuxtepec que hoy tenemos. Quiero recordar ahora las palabras escritas por Castillo Estrada, recogidas en este volúmen: “Tuxtepec resurgirá triunfante y vigoroso con el esfuerzo unificado de sus hijos, y se levantará pujante y grande para satisfacción suprema de la Patria”. A lo largo de los años, cientos de ciudadanos, hombres y mujeres que apostaron su futuro en esta tierra después de la magnitud de los acontecimientos, quizás no tuvieron la oportunidad de vivir este resurgimiento, pero en su memoria, las nuevas generaciones tienen el compromiso de hacer de este lugar un sitio próspero y promisorio. Recordemos finalmente que el viejo Papaloapan sigue allí, ciñiendo con su brazo fluvial a esta ciudad nuestra. El Papaloapan román-

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tico, el de los pintores y los poetas, el río de las mariposas, el de aguas plácidas y cada vez menos cristalinas; encierra en su apariencia apacible una fuerza destructora que no ha sido controlada del todo. Es claro que no pienso en una inundación como aquella, pero sí; en que cada vez que volvamos la vista a sus aguas, recordemos que la tierra que pisamos ha sido regada infinitamente por este río y que por tanto es tierra fertil, pródiga y lo más importante, es nuestra.

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Testimonios documentales


Portada del album La tragedia de Tuxtepec, noviembre 1944


Manuel Castillo Estrada1

I

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LA TRAGEDIA DE TUXTEPEC

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Tuxtepec, la Esmeralda del Papaloápan, tierra de ensueño y de poesía, tierra del trópico, feraz y rica, vive una de las mayores tragedias de su historia. El caudaloso “Río de las Mariposas”, otrora manso y apacible, con ímpetu incontenible, con furia sin igual, se lanza sobre la indefensa población y en unas cuantas horas, siembra la destrucción y la muerte. Los días 23, 24 y 25 de septiembre de 1944, hogares risueños y felices son barridos como plumas por la impetuosa corriente, dejando en su lugar, solo una huella dolorosa de su precipitado paso. Tres noches angustiosas e intranquilas vivió la poblacion. Los que a tiempo buscaron un seguro refugio salvaron sus preciadas vidas; los que tardaron un minuto, fueron arrastrados por las turbulentas aguas, perdiéndose sus gritos de angustia y de teror enmedio de la negra y tormentosa noche. Las fervientes oraciones que salen de los temblorosos labios de hombres y mujeres, de ancianos y niños, se elevan hasta el Supremo Hacedor como un consuelo de los que sufren e imploran el perdón de sus culpas. 1

Manuel Castillo Estrada, maestro y periodista nacido en Tuxtepec en 1908. Estudió contaduría pública en la Ciudad de México, se desempeñó como pagador en CODELPA, regidor en varios trienios y juez del registro civil. Fundó junto con otros periodistas en Tuxtepec el periódico Acción que circuló desde 1929. Se dice que durtante la visita del presidente Ávila Camacho a Tuxtepec, pronunció un discurso donde solicitó la creación de la Comisión del Papaloapan. Murió en 1972. El presente texto fue publicado en noviembre de 1944 como parte del album fotográfico que dejaba testimonio del terrible acontecimiento.

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Nos enloquece una macabra sinfonía, en la que se confunden el ulular del viento, el trepidar de los edificios que se abaten al golpe arrollador del torrente, el sonido de la incesante lluvia, los ayes lastimeros de las pobres gentes heridas de muerte que son devoradas por las aguas, y el llanto de los niños, que pálidos y medrosos, con sus ropitas empapadas, ape-nas si tienen fuerzas para pedir alimentos. El Dante tal vez no hubiera concebido tan pavoroso pasaje. Las aguas suben aún de nivel. Resignados y tristes, esperamos la muerte que parece inevitable. Mientras tanto, en cada hogar se produce un drama. Todos luchan por salvar a sus pequeños, a sus esposas, a sus padres. Se presencian verdaderos actos de heroísmo que llenarían muchas páginas. Héroes anónimos que calladamente y sin ostentación, salvaron muchas vidas, con inminente peligro de perder las suyas. Hubo 2 personas que en frágiles chalupas rescataron de la muerte a familias enteras, luchado a brazo partido con el torrente, hasta llevarlos a lugares relativamente seguros. Varios niños vieron la luz primera en esos terribles dias. Ojalá que no lleven para toda su vida, la tragedia que los vió nacer. Las aguas bajaron con desesperante lentitud. El espectáculo que se presentó a la poblacion después de la avenida, fue desconsolador y triste. El corazón se oprime y los ojos se llenan de lágrimas. Tuxtepec casi ha desaparecido. De lo que fuera una floreciente ciudad llena de arrullos y de canciones, de guitarras y de marimbas, solo quedan cieno y ruinas. Luto y desolación en los corazones. Llanto en los ojos, y en el alma, la tristeza infinita de los vencidos. Una laxitud horrible invade al pueblo. La mente resulta impotente para resolver la desesperada situación en la que han quedado; sin hogares los más, y afortunadamente los menos, sin algún ser querido. Un espantoso silencio de tragedia llena la población. Sus moradores se mueven como autómatas sin decir palabra; no es posible que las digan. Sus mentes desorganizadas no saben qué pensar. Algunos aparecen como si todavía no despertaran de un terible sueño, y contemplan absortos y desilusionados el lugar vacío que ocupaba apenas

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ayer su venturoso hogar. Otros, desesperados, buscan sin encontrarlo; alimentos para sus pequeños, que allá en la calle, o en el desolado solar, se guarnecen hambrientos y ateridos, bajo las protectoras ramas de un árbol solitario que resistió los embates de las aguas. La impresión dolorosa de estos cuadros, plenos de amargura y dramatismo conmueven hasta las lágrimas. Muchos cerebros no resistieron y acaban hasta la locura. Hay personas que ante la catástrofe, intentan arrancarse la vida. ¿Para qué sirve ésta, cuando el trabajo de tantos años de lucha y de prolongados esfuerzos y sacrificios se esfuman en unas horas? Las pérdidas materiales son inmensas, incalculables. La ciudad ha quedado reducida en un cincuenta por ciento. El Barrio de Abajo casi desapareció. Una playa inmensa queda como único vestigio de hogares en su mayoría humildes. El Barrio de la Piragua, sufrió tambien muchos estragos. Hasta las esbeltas y arrogantes palmeras fueron abatidas de raíz y yacen semienterradas en el lodo, como soldados caídos en titánica lucha. Ha sido una verdadera hecatombe, con un saldo doloroso de vidas y de bienes materiales. Ante lo inevitable, y ante la urgente necesidad de conseguir víveres y medicinas para el pueblo, un grupo de funcionarios públicos y algunos comerciantes encabezados por los señores Roberto Herrera Giovanini, Jefe de la Oficina Federal de Hacienda, don Luis G. Lavalle, Sr. Conrado Sánchez Mendoza, Administrador de Correos, Vicente Castro Olivares, Capitán de Puerto y otras personas más, organizan con la premura que el caso requiere, un Comité de Emergencia, que trabajó con todo empeño y desinterés, dando seguridad a la población con las fuerzas federales y distribuyendo en primer término, los víveres y medicinas enviados por el señor doctor Ernesto García Ferro, presidente municipal de Tierra Blanca, Ver., quien al tener conocimiento de nuestra desgracia, ordenó que se embarcaran con dirección a Tuxtepec, las mercancias necesarias para cubrir las imperiosas necesidades del momento. Estos fueron los primeros auxilios, cuando toda una población, después de tres noches y dos días sin comer, desfallecía sin tener nada qué llevarse a la boca. Un nutrido grupo de obreros de la Sección 25 del Sindicato de Trabajadores Ferrocarileros de este mismo lugar, llegó con palas y carretillas para

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limpiar las escuelas y los edificios públicos demostrando su solidaridad hacia nosotros. El nombre del Dr. García Ferro es pronunciado con cariño y con respeto por todos los tuxtepecanos. Debido a la falta de comunicaciones telegráficas y telefónicas, la noticia de la tragedia llegó hasta días después a nuestro paisano señor Francisco Rodríguez Pacheco, quien al darse cuenta de la magnitud del desastre, se apresuró a entrevistar al C. Gobernador de Puebla y entre ambos organizaron una Brigada Sanitaria de la Cruz Roja, la que llegó con toda oportunidad a esta ciudad, conduciendo gran cantidad de víveres, ropas, medicinas y cuarenta grandes casas de campaña para alojar provisionalmente a los que quedaron sin hogares, lo que vino a aliviar en mucho la situacion, ya que eficazmente fueron atendidos muchos enfermos y distribuidas las mercancías a miles de personas. El propio señor Rodríguez Pachecho, poco después, hizo un donativo por la cantidad de veinticinco mil pesos para la construcción de cien casas a las personas pobres que perdieron sus hogares. Los ciudadanos Generales Edmundo Sánchez Cano, quien actualmente ocupa la Gubernatura de nuestro Estado y Vicente González Fernández, gobernador saliente, llegaron a esta ciudad trayendo también alimentos, ropas y medicinas que pusieron en manos del Comité de Emergencia, siendo distribuidos al pueblo. El señor Presidente de la República, entregó al propio Gral. Sánchez Cano, la suma de cincuenta mil pesos para construcción de casas. La visita que con fecha 14 de octubre de 1944 efectuó a Tuxtepec el Primer Magistrado de la Nación, Gral. de División Manuel Ávila Camacho, levantó la moral decaida y fortaleció el espíritu del pueblo, y las palabras que pronunció en el parque Benito Juárez ante una inmensa cantidad de personas allí reunidas, llenó de aliento y esperanza a todos. El señor Presidente vivamente impresionado por la catástrofe que contemplaron sus ojos, decidió permanecer aquí hasta el día siguiente para dictar importantísimos acuerdos que son los siguientes: Obras de Defensa de la población contra futuras inunda-

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ciones. Construcción de un Hospital. Limpieza de las calles de la población. Instalación de una potente planta de luz eléctrica. Amplio crédito para ejidatarios, agricultores y comerciantes. Agua potable, y además hizo entrega de varios miles de pesos a funcionarios escolares para reparación de las escuelas de la localidad. Antes de partir de Tuxtepec, el señor Presidente manifesto lo siguiente: “Estoy vivamente interesado por la suerte de Tuxtepec, y mi Gobierno prestará toda la ayuda que sea necesaria para que resurja esta población, a la que guardo especial cariño.” Los beneficios de la visita presidencial ya se han dejado sentir, y se espera que muy pronto, todos los acuerdos sean cumplidos. El Comite Pro-Damnificados de Oaxaca con residencia en la Capital de a República, trabajó tambien sin descanso, organizando festivales y colectas públicas para aliviar la situación de sus paisanos víctimas de la naturaleza. Especial mención merecen los profesores y alumnos de la Escuela “Pacheco y Henning” de la ciudad de Puebla. Apenas unos días antes de la tragedia, gozaron con nosotros el espectáculo patriótico de nuestras fiestas septembrinas, trayendo desde la ciudad poblana un mensaje de cultura y fraternidad. Qué lejos estaban de pensar entonces, que días después, la ciudad que ellos conocieron alegre y hospitalaria, floreciente y rica, y de la que marcharon con gran tristeza, iba a ser arrasada por el Papaloápan, que contemplaron a cada momento con singular admiración. Una pena inmensa y profunda les causó la noticia, y para demostrar al pueblo de Tuxtepec el cariño que para estas tierras se llevaron en sus corazones, un grupo de maestros de ese plantel, acude presuroso hasta nosotros con la ofrenda de su gratitud, brindándonos su apoyo moral en la hora trágica que vivimos, y ademas distribuyen entre los necesitados gran cantidad de piezas de ropa y de cobijas. Este gesto patriótico y humano, ennoblece a la Escuela “Pacheco y Henning” y a la ciudad de Puebla. Largo sería enumerar a cada una de las personas que ayudaron a Tuxtepec en su desgracia; pero queremos dejar constancia, que hasta los pueblos más humildes de este Distrito, y hasta los paisanos más alejados de nosotros, nos tendieron la mano con nobleza.

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Para todos ellos, el reconocimiento eterno de los tuxtepecanos. El día 30 de noviembre fue una fecha grata para nosotros por la visita que efectuó a Tuxtepec el señor Francisco Rodriguez Pacheco acompañado de su distinguida esposa señora Marina H. de Rodríguez Pacheco, y de los señores, ingeniero Sealtiel Peláez, licenciado Gustavo Ariza y Capitán Leopoldo Garduño, siendo recibidos en la estación del ferrocarril por el pueblo entusiasmado, prodigándole cariñosa recepción. Durante el recorrido que efectuó en la población, el señor Rodríguez Pacheco distribuyó personalmente varios miles de pesos en los hogares pobres, que fueron recibidos por los beneficiados con lágrimas de agradecimiento. El propio señor Rodríguez Pacheco reiteró su deseo de que las casas que donó se construyan lo más pronto posible, y autorizó al Comité nombrado para este fin, a que adquiera por su cuenta un terreno en donde se construirán las casas a las personas que también perdieron sus solares. En compañia del señor ingeniero Peláez, recorrió el río hasta el lugar denominado “Sebastopol”, para estudiar un importante proyecto de defensa contra inundaciones. El domingo 3 de diciembre actual, asistió a una reunión en la que estuvieron presentes las fuerzas vivas de la población, y en la cual quedó constituido el Comité Pro-Recuperación de Tuxtepec, integrado por entusiastas y progresistas personas que se encargarán de trabajar con verdadero ahínco por la grandeza de nuestro pueblo. El señor Rodríguez Pacheco fue portador de una ofrenda lírica que como valioso presente nos envía el inspirado compositor poblano señor Rodolfo Reyes González. Se trata de la bellisima melodía “TUXTEPEC”, la que hemos adoptado como himno, y que será entonado por todos los tuxtepecanos, como merecido homenaje a su autor. La letra de esta canción se reproduce en la última página de este álbum. Injusto seria pasar por alto la labor meritoria y tesonera de un grupo de humildes muchahos, forjadores del futuro de Tuxtepec, que semana a semana publican ese pequeño gran periódico que se llama “ACCIÓN” y que ha llegado a ser una necesidad para todos, porque

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en sus interesantes páginas campea el espíritu inquieto y progresista de sus colaboradores. Este periodico ha llevado a nuestros paisanos que radican por la República, la noticia palpitante de nuestras penas y nuestras esperanzas. No estamos solos en nuestra tragedia. Tuxtepec resurgirá triunfante y vigoroso con el esfuerzo unificado de sus hijos, y se levantará pujante y grande para satisfacción suprema de la Patria. Tuxtepec, Oax., diciembre de 1944.

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LA INUNDACIÓN Y RODRÍGUEZ PACHECO I

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Luis Lavalle Ávila1

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Cuando el dia 26 de septiembre de 1944, a las cinco de la mañana bajé del refugio en que pasé los días 24 y 25 del propio mes, aún llovía en forma menuda, el ambiente era pesado, el lodo que quedó almacenado en las calles y en las casas tenía un olor a podrido bastante molesto. El piso era falso y atascoso. Había hoyancos por todos lados, lagunetas aqui y allá, lomos de tierra de más de un metro o dos de altura, hacinamiento de maderas y objetos, animales muertos ya en estado de descomposición, casas destruidas y a medio caer otras; ramas moribundas de árboles arrancados de cuajo semisepultados en el lodo, alambres retorcidos, drenajes descubiertos, chalanes medio enterrados, ropas deshechas, pacas de tabaco reventadas, costales con algodon hinchados; escritorios, bancos, camas, vidrios y un sinfín de objetos destruidos por todas partes y ... en el rostro de las gentes... pedían de comer; ancianos con sus carnes flácidas expuestas a la intemperie y gente grande moviéndose lentamente de un lado para otro, viendo sin ver... buscando sin encontrar... parecía que vagaban en las ruinas como sonámbulos, como si fueran muertos que anduviesen. La sombra de la tragedia aún estaba cubriéndonos, caravanas de gente que hablaban, hablaban y no sabían lo que decían ni a dónde 1

Maestro y comerciante de Tuxtepec, nació en 1906 en esta ciudad. Estudió contaduría pública en la Ciudad de México desempeñando su función profesional en el negocio familiar “Abarrotes la siempreviva”. Fue fundador del Centro de Dependientes de Tuxtepec y primer director del periódico Acción. Falleció en 1993. El presente texto fue publicado en un opúsculo conmemorativo editado por el Ayuntamiento de Tuxtepec en ocasión del décimo aniversario de la inundación.

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iban. Mas allá otros buscaban enloquecidos al ser querido que el destino separó al presentarse el fenómeno dejando familias divididas. Los mas corrían en busca de su casa, de sus objetos abandonados precipitadamente para ir en busca de refugio en las partes altas; otros, los más desesperados, cavaban con sus manos en el fango en el sitio en que habían visto caer a los suyos con la esperanza de encontrarlos. Grupos de gente abrazados llorando como criaturas por haber salvado sus vidas. La mayoría rodilla en tierra y arrasados sus ojos de lágrimas daban gracias al Todo Poderoso por estar vivos y sanos, mas allá otros ya con los síntomas de la locura, gritaban, gritaban y corrían. Este era el panorama desolador después de la terrible inundación por el desbordameinto de las aguas del río Papaloapan. Inicié mi recorrido y encontré por todos lados desolación y ruina. Tuxtepec había sido herida de muerte, toda una vida de sacrificios y constancia había sido truncada en unas cuantas horas. Las caravanas seguían arrastrando su dolor y su miseria, gente que había pasado toda la inundación en las terrazas de los edificios, sin protección alguna, cayéndoles el agua todo el tiempo encima y ensordeciéndose con ese imponente ruido que producían las aguas al precipitarse y martirizándose con los gritos que se oían allá en la lejanía, de otras pobres gentes que angustiosamente pedian !Auxilio! !Auxilio! Lastimeros gritos que partían el alma y helaban la sangre, pero ellos, todos ellos; como todos, estaban incapacitados para prestarlo. Gentes que trepadas en ventanas, en árboles esperaban solamene el fatídico desplome de un momento a otro para quedar sepultados en las aguas lodosas y pestilentes del embravecido Papaloapan. Seguí mi recorrido y a pesar de ser nativo del lugar, había momentos en que me desorientaba, todo estaba irreconocible, mas allá entre los escombros de una casa se encontraba el cuerpo de un pobre hombre zapatero que terminó su vida en forma trágica y espantosa. Poco más adelante me tocó ver cómo un hombre tal vez ya desequilibrado, daba muerte a un pobre panadero y pistola en mano empezo a caminar hacia “abajo”, seguramente sin rumbo, con la mirada extravida, como autómata, pues cayó a un hoyanco lleno de agua bastante profundo que habia frente a la casa de don Sotero A. Castillo y salió sereno, como si nada hubiera pasado siguiendo su camino con la pistola aún

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en la mano. Supe como una mujer trepada en un naranjo paso toda la inundación con un niño de pecho en los brazos y cuando estos ya no pudieron sostenerlo mas, rasgó sus ropas y lo ató al propio árbol para salvarlo de una muerte segura. Oi el comentario de cómo una familia iba en una balsa buscando refugio en un chalán y antes de llegar a la embarcación salvadora, la balsa en un golpe de agua se desbarató y el padre desesperadamente y con el agua casi cubriéndole, asió a sus hijos uno en cada mano, pero le faltaba uno que se hundía y no pudiendo hacer más, lo tomó con la boca y con gran trabajo y un heroico sacrificio se lo arrebató a la muerte. Muchos otros casos de verdadero arrojo escuché, pero estos dos por patéticos se me grabaron profundamente. Por otros barrios se veían salir de la tierra manos crispadas que no lograron encontrar una tabla salvadora y entregaron cuentas al Señor en forma desesperada. Muchos oyeron, sin poder prestar auxilio, como don Modesto Anitúa gritaba: “me ahogo, sálvenme, me ahogo” y terminó hundiéndose para no salir más. Personas respetables me contaron que estando a bordo de un chalán, frente a la casa del Sr. Enrique N. Trejo había entre los náufragos una señora en estado grávido y que siendo éste muy adelantado ya y seguramente acelerado por el terror, dio a luz en el propio chalán en donde no contaban con nada para atender a esta pobre enferma, pero que en los momentos mas precisos, las aguas enfurecidas reventaron las puertas de la botica de don Ángel Vidal y hasta el chalán llegaron flotando paquetes de algodón, gasas y otras medicinas que sirvieron para atender a la señora y al niño. Este relato impresionó grandemente y se cita como providencial. Podría narrar muchas cosas mas que vi, otras que me contaron los protagonistas, pero sería interminable, ya que en esta catástrofe cada quien vivió una tragedia distinta. Una vez que me di cuenta del estado general de la población, regresé a buscar a las autoridades en compañía del Adminitrador de Correos, Sr. Conrado Sánchez Mendoza, para sugerirles la formación de un Comité que tomara a su cargo las medidas necesarias a fin de tratar de solucionar de momento la situación que reinaba y prever cualquier abuso. Después de un ligero cambio de impresiones se constituyó el Comité de Emergencia, integrado por los se-

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ñores Roberto Herrera Guiovaninni, como Jefe de la oficina Federal de Hacienda, don Conrado Sánchez Mendoza, como Administrador de Correos, el Sr. Vicente Castro Olivares, como Capitán de Puerto, el suscrito Luis G. Lavalle y el Prof. Luis Alcaraz, director de la Escuela Madero y algunos otros que de momento escapan a mi memoria. Las medidas fueron acertadas todas, precisas; ajecutadas con tino no obstante que fueron muy enérgicas. Los soldados prestaron eficaz ayuda y se logró conjurar amotinamientos y abusos hasta donde las circunstancias lo permitieron. El comercio de abarrotes, en su inmensa mayoría, abrió sus puertas y empezó a regalar lo que tenía, los de ropa y calzado hicieron otro tanto y muy pocos, señaladísimos, se significaron en sentido contrario. Los que habían sido refugios seguros fueron cedidos a las gentes que habían pasado a la intemperie toda la inundación. Pasado el primer momento de desaliento, no se hizo esperar la reacción y todo el que estaba en condiciones físicas aceptables, empezó a descongestionar de lodo su casa y a procurarse los elementos indispensables para subsistir, tales como plátanos, naranjas, cocos y lo poco que en buen estado había en las tiendas: galletas, leche condensada, harina, frijoles, conservas, etcétera. En esta tarea nos encontraron las huestes de Dr. Ernesto Garcia Ferro que fueron las primeras que llegaron a auxiliarnos capitaneadas por él. Es de justicia hacer mención al caballeroso amigo Pepe Leal Arceo y a los esforzados ferrocarriileros que acompañaron al Dr. Ferro en su noble y patriótica cruzada de auxilio. Nos trajeron alimentos, medicinas y muchos hombres que con sus palas descongestionaron de lodo varios edificios públicos y algunas casas particulares. Tuxtepec entero no olvidará jamas este acto humanitario ejecutado por verdaderos patriotas. Después de darnos el auxilio se retiraron llevándose y bien conquistado, el sincero afecto de nuestro pueblo que supo aquilatar esta hermosa y noble actitud de nuestros hermanos de Tierra Blanca. Las vías de comunicación quedaron interrumpidas totalmente, la linea telefónica solo podía utilizarse yendo a San Bartolo y ésto era una verdadera proeza, el ferrocarril, la carretera, el telégrafo, nada podía utilizarse, solamente el río ofrecía su coriente para llevarnos

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a Santa Cruz en los límites de Veracuz. Ahí empezaba un fatigoso y peligroso recorrido, pues las partes bajas estaban inundadas aún y un tramo de puente del ferrocarril, estaba derrumbado, había que meterse en frágiles bongos para llegar a un barranco resbaloso y empinado y una vez dominado había que caminar largo trecho hasta llegar al terraplén de la vía un poco mas allá del “Tinaco” (Tres Valles), para abordar el tren del Istmo que solo hasta ese lugar podía llegar. Los remolcadores y chalanes de Tuxtepec, hacían el servicio de emergencia a este lugar, pero empezó a escasear la gasolina y el problema se acentuaba. El éxodo de las familias era incontenible, los alimentos escaseaban y las enfermedades empezaban a hacer estragos, el famoso “apagon” (disentería) llevaba al cementerio veinte, treinta personas de todas las edades por día y el cementerio presentaba el serio problema de que estaba cubierto de lodo pestilente y había que enterrar los cadáveres en esas condiciones. Ante estos serios problemas el Comité de Emergencia acordó enviar una comisión a Puebla a pedir auxilio, sabiendo que ahí había un tuxtepecano capaz de los mayores sacrificios. Con ansias de devorar distancias salimos de Tuxtepec, el Sr. Alfredo E. Ahúja, Lorenzo del Peón y el que esto escribe. Al llegar al “Tinaco” (Tres Valles) después de realizar la odisea que ya describí antes, nos encontramos ya con la brigada de auxilio del Colegio “Pacheco y Henning” que de Puebla llevaba alimentos y ropa con que el Sr. Rodríguez Pacheco y los padres de familia de la citada escuela fundada por él, contribuían para aliviar nuestra situación. Días antes, durante las festividades patrias una nutrida excursión de dicho Plantel había estado con nosotros en alegre y franca camaradería llevando al frente a la muy estimable profesora doña Paz Álvarez, directora del citado plantel educativo de la colonia santa María. Ahí encontramos también a los gobernadores de Oaxaca, el saliente general González y al entrante general Sánchez Cano que iban a ver lo sucedido y a ofrecer su ayuda. Llegamos a nuestra meta y expusimos sin rodeos nuestra misión a don Francisco Rodríguez Pachecho y con la actividad característica en él movió lo resortes necesarios y la Comisión logro todo su objetivo. No estábamos solos, ahora eran las manos de ese gran hombre que se agigantó multiplicándose en beneficio de sus paisanos en des-

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gracia. El hombre que no descansó un solo momento, abandonando sus problemas, para organizar el máximo auxilio para los damnificados y que junto con su respetable esposa doña Marina, hicieron una labor inmensa, inapreciable, altamente benéfica. Cualquier relato de lo que este hombre trabajo sería un pálido reflejo de la realidad. Seguramente que no habrá suficiente cariño en nuestros corazones para agradecer a este hombre lo que hizo por todo Tuxtepec y lo que sigue haciendo. Cuando en el desahogo de una misión tuve que abandonar su oficina y recorrí varias partes de la ciudad me encontré calles y parques con leyendas pidiendo la ayuda para sus hermanos de Tuxtepec. Cuando la curiosidad me hizo leer estos letreros, sentí un nudo en la garganta, una sensacion de satisfacción y agradecimiento interno humedecieron mis ojos y sentí que el corazon me latía acelerado. Queria salírseme para agradecer a todos, lo que estaban haciendo por nosotros, con esto comprobé que no estabamos abandonados y que un tuxtepecano había logrado, seguramente con sus buenas obras, conquistar para él y para su pueblo, el corazón de los poblanos. Mientras todo esto sucedía, Tuxtepec aceleradamente se iba sacudiendo el lodo que lo tenía atado. Empezaron a llegar auxilios de todas partes: Puebla, Córdoba, Loma Bonita, Ixcatlán, Soyaltepec, México y de muchas partes. Llegaban donativos en efectivo que manejó limpia y horadamente el Comité de auxilio que más tarde se convirtió en Comité pro damnificados. Una delegación de la Cerveceria Moctezuma, S.A. de Orizaba entregó una gran cantidad de medicinas que se puso a disposición de los médicos que las fueron usando según las necesitaron por medio de recetas que surtia el distribuidor de la propia Cervecería. Para dar mas facilidades al pueblo y que el auxilio fuera mas oportuno y eficaz se establecieron tres centros distribuidores: la escuela Madero, la escuela secundaria y otro en el barrio de “La Piragua”. Ya de regreso de nuestra comisión a Puebla una noche como a las doce, me fueron a llamar para decirme que acababan de llegar unos chalanes cargados de mercancias y de gente respetable que preguntaban por mi trayéndome una carta. Rápido cuanto pude salí rumbo

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al paso de don “Pedro Bravo” y me encontré con que eran personas venidas de Puebla que traían una brigada médica con suficientes medicinas, una dotación de tiendas de campaña y bastantes víveres. Ahí estaba nuevamente la cooperación del Sr. Rodríguez Pacheco, del General de Div. Donato Bravo Izquierdo, del Dr. Gonzalo Bautista, gobernador de Puebla, del Sr. Rómulo O’Farrill. Se procedió de inmediato a la maniobra de descarga y al día siguiente frente al Parque Juárez se levantaron dos carpas para instalar a la Cruz Roja y más en diversas partes de la población; se establecieron dispensarios que mucho ayudaron a controlar el fatidico “apagón” (disentería) y prevenir otras epidemias. Muchas familias que estaban sin hogar, lo tuvieron gracias a estas tiendas de campaña. Días más tarde recibimos la visita del Presidente de la República Gral. de Div. don Manuel Ávila Camacho y su visita dio a las gentes del pueblo mayor valor, más ánimos. El Sr. presidente comprobó que aquí en Tuxtepec sí se veía que la inundación había hecho daño y grande. En el derruido Palacio Municipal dictó los acuerdos que estimó pertinentes, distribuyó algunos donativos y en el kiosco del parque Juárez se dirigió al pueblo ofreciéndonos darnos luz, agua potable, hospital y defenssa del río. El señor presidente pernoctó en Tuxtepec y durante buena parte de la noche estuvo recibiendo comisiones y otorgando beneficios, abandonando la población al día siguiente por la mañana con la promesa de regresar en otra ocasión. Como resultado de las gestiones que el Comité de Auxilio encomendó al Sr. Rodríguez Pacheco, empezaron a llegar a Tuxtepec, las máquinas y los camiones de volteo que se encargaron del desazolve de las calles con un costo de más de ciento veinte mil pesos. Empezaron a llegar los elementos que la Secretaría de Marina comisionó para estudiar la defensa de la poblacion. Se proyectaron espolones para todo el frente de la población y un empilotado para restaurar lo perdido en “El Bajito”, vino la draga Grijalva y en todo esto y en muchas cosas mas estuvo siempre la constancia y el empeño de Rodríguez Pacheco. Llegó por fin un día en que nos visitó el paisano, el filántropo, el hombre de quien tanto se ha dicho y del que nunca se acaba de

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hablar. Hombre verdaderamente excepcional en toda la extensión de la palabra. Llegó con su familia y de casa en casa socorriendo con dinero en efectivo a todos los que lo necesitaban. Muchos miles de pesos salieron de su escarcela que ha estado abierta para las necesidades de Tuxtepec. Atento a las más urgentes necesidades regresó a México entrevistándose con el C. Presidente de la República y ofreció ante él, regalar cien casas para los damnificados que la hubieran perdido y para aquellos que perdieron todo, el obsequio fue de casa y terreno. El Presidente Gral. de Div. don Manuel Ávila Camacho se comprometió a su vez a otras cosas de urgente necesidad y así de gestión en gestión se inauguró el servicio de alumbrado, de agua potable. En el servicio de luz, el Sr. Rodríguez Pacheco regaló la red de distribución y el pueblo cooperó con el terreno, los cimientos del edificio y alguna cantidad en dinero. Ordenó el propio Sr. Rodríguez Pacheco la construcción del edificio para el kinder que obsequió al pueblo con un costo aproximado de ciento cincuenta mil pesos equipado con su mobiliario. Este fue el edificio que se construyó primero, después de la inundación, considerándose como la primera piedra del progreso de Tuxtepec. Esta determinación por venir de quien vino dio confianza a mucha gente que de inmediato procedió a reparar sus casas unos y a edificar otros. Hasta la fecha, toda obra que se hace cuenta con la ayuda decidida de Rodríguez Pacheco quien no escatima tiempo ni dinero para lograr el resurgimiento de su pueblo. El ramo educativo ha sido siempre uno de sus desvelos, detallar cuánto en este terreno ha hecho sería interminable. Baste decir que en todos los aspectos del progreso del lugar, está la mano generosa y la inteligencia de Rodríguez Pacheco. Su labor es grande y limpia, recta a carta cabal. No tiene negocios en Tuxtepec ni piensa tenerlos. No aspira a ninguna representación oficial y no obstante que sus beneficios siempre han tenido el sello de servicio a la colectividad no ha podido escapar al beneficio particular o personal ya que muchas personas han acudido a él encontrando siempre bondadoso y humano que ha sabido ayudar sin reservas. A todos, los que en una o en otra forma nos ayudaron y cooperaron en esa terrible tragedia y que han escapado a mi memoria, sirvan las presentes líneas como una demostración de gratifud que

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a nombre de Tuxtepec, ofrezco plenamente autorizado para ello y reciban el cari単o de los tuxtepecanos, siempre sincero y noble. Tuxtepec, Oax. 1954.

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LA INUNDACIÓN DE TUXTEPEC, 22 AL 25 I DE SEPTIEMBRE DE 1944

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José Mejía Reyes1

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El veintidós de septiembre de mil novecientos cuarenta y cuatro, era Agente de la Lotería Nacional para la Asistencia Pública; habíame impuesto la costumbre de escuchar por radio todos los sorteos, para por medio de boletines tener al corriente a mis clientes de los premios, terminaciones y reintegros. El viernes del día veintidós, terminó la transmisión, después de las veinte horas; alguien llegó a decirme: !El agua ya corre por la calle donde vive el doctor Orozco! Fui a ver, mas bien por distraerme, efectivamente, una pequeña corriente de agua clara, corría del río hacia la plaza; cuando regresé dije a mi mujer, es agua del Valle; si crece el río de Ojitlán, estamos perdidos. A mas de agente de la Lotería Nacional, tenía una pequeña tienda de abarrotes; éramos cuatro de familia: María, mi mujer, Reina y Constantino hijos de crianza y yo; teníamos dos cochinos de engorda, dos perras, un gato y algunas gallinas. Nuestra casa; de ladrillo, adobe y techo de lámina, medía catorce metros de largo por trece de ancho; estaba a menos de doce metros del barranco del río, por lo que fue una de las más castigadas por la fuerza de la corriente. Esa noche fue mucha la gente que iba y venía viendo el río; pues el temor y la alarma, crean el miedo. Todos deseaban estar alertas por lo que sucediera, por lo que fue difícil dormir esa noche; pues las guasitas de las amistades de: “Levántese ya está entrando el río” no 1

Sobre José Mejía Reyes no hay mucha información biográfica, se sabe que se desempeñó como comerciante y periodista ocasional. La presente crónica apareció publicada en un tabloide en 1964 y resulta interesante por tratarse de un relato pormenorizado de los acontecimientos.

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se hacían esperar; otros borrachitos nos pedían café con aguardiente, diciendo nos estaban cuidando, para avisarnos cuando el río entrara; por lo que fue la primera noche de desvelo. Ese mismo día veintidós, un bajo que hacía la avenida Cinco de Mayo cerca del panteón ya estaba inundado, pero; como eso era costumbre de casi todos los años, no se le daba mayor importancia; antes servía de gusto estar viendo a los borrachitos caerse al agua, bañarse chicos y grandes cuando estaba clara. El día veintidós en la noche, era todo lo contrario; el pueblo ya presagiaba, ya sentía, los acontecimientos que se sucederían; el sexto sentido por medio de su intuición les avisaba su amargo porvenir; donde tal vez sería turbada su existencia; pues la desgracia, es como la felicidad, se anuncian antes de presentarse. Serían tal vez las cero horas treinta minutos de la noche del veintitrés, cuando el río de Ojitlán hinchado con la fuerza demás de ese río, vacío sus aguas sobre el estrecho vaso que ya rebotaba con las aguas de los ríos del Valle, por lo que el desborde fue terrible; era una agua cenagosa y pestilente, tendría el cuarenta por ciento de lodo. Amaneció el día veintitrés: !con su creciente, el río estaba soberbio, grande, terrible! !Arrastraba casas, árboles, ganado y hasta gentes ahogadas! !Árboles desenraizados que aún llevaban en sus ramos los nidos de inocentes pajarillos y que sus padres con esfuerzos seguían a vuelo la veloz corriente de las aguas, semejaban llorar su desdicha! La zozobra, la alarma y el miedo aumentaban; eran como las ocho horas, cuando la casa de madera del señor Horacio Joachín del Barrio de Abajo, en la avenida Cinco de Mayo, !la fuerza del agua la levantó, y como un niño que se divierte con un barquito de papel en un charco, así el río se divertía dándole vueltas en el remanso que hacia aquel bajo! !Hasta que la misma fuerza la empujó a la corriente, la volteo para arriba y se la llevó a los tumbos! !Aquella fue una visión terrible! !Fue la advertencia mas enérgica que nos hizo el destino para que empezáramos a prepararnos para lo que vendría después! Empezamos a subir a nuestros tapancos todo lo que mas pudimos.

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El barrio “La Piragua”, es la única salida que Tuxtepec tiene por tierra ya estaba inundado, con profundidades hasta de tres metros. “Estábamos presos”. ¿Dónde ir? “Poniendo la vista en Dios, esperábamos el milagro”. Pero, por doquiera nos acechaba la adversidad; cada instante nos acercábamos más y más al caos de nuestro destino... Tal parecía que Dios había enmudecido a los lamentos de nuestras penas. Estábamos muy lejos de comprender, que: el aire, el agua, el sol, el frío y el calor; son elementos indispensables a nuestro existir; pues, tan presto nos acarician como nos torturan; el goce y el sufrir son indispensables: pues son los factores que forman el “bien” y el “mal” y nuestro sufrir y nuestra alegría es la adaptabilidad a tales estados, a dichos factores. Ese mismo día, como a las nueve horas; el agua empezó a inundar nuestro patio, poco después, las embarcaciones empezaron transitar por las calles cual nueva Venecia; cargadas de personas que llevaban algunos bártulos de sus pertenencias y hasta cerdos, para salvarse en lugares que ellos creían mas seguros. Las canoas eran escasas, y sus viajes prolongados, debido a que hacían varias estaciones; pues en cada cantina que llegaban, empinaban el codo para que la mojada no les hiciera daño. Cuando hicieron el segundo viaje, llegaron a la casa a preguntarme que si quería salirme; les propuse que llevaría conmigo las pertenencias de la Lotería Nacional, me contestaron que únicamente tenían orden de salvar personas; por lo que no acepté. Todos los que manejaban las embarcaciones ya estaban borrachos; estuvieron punto de ahogarse varias gentes debido a una embarcación que volteó la fuerza de la corriente. El río, crecía, crecía arrastrando maderos con velocidades tales que si la hubieran enviado Hipómenes o Atalanta. Mis dos cochinos se estaban ahogado, y tuve que irlos a desatar y llevarlos al baño donde les improvisamos una tarima arriba del tanque; ahí los dejamos haciéndonos sordos a sus gritos. El río se hinchaba en una forma terrible, cruel y desconcertante. Dentro de la casa mojaba el agua hasta la rodilla; hube de quitarme los pantalones. Sal, azúcar, arroz, maíz y otras muchas mercancías, que teníamos encima del mostrador, amenazaban mojarse. Volvió

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la embarcación; me dijeron que pensaban que era el último viaje; supliqué esperasen un momento; llamé a mi mujer, la dije: —María, es bueno que te fueras con Reina. Va a ser muy difícil salvarnos los cuatro juntos, cuando llegue la necesidad; déjame a Constantino. Se la recomendé al que hacía de jefe de la embarcación y se fueron sin despedirnos. Cuando quedé solo ¿por qué tuve miedo? ¿Por qué el valor me abandonó? !Hasta entonces, comprendí el peligro! Son preguntas que no me ha sido posible darles respuesta. Ya era muy difícil entrar y salir de una pieza a otra dentro de la casa; la fuerza del agua era formidable; el cancel de la puerta de la sala que daba a al calle estaba cerrado con llave, impidiendo el paso a muchos objetos que flotaban e invadían la pieza; el agua llegabáme ya arriba de la cintura; los cochinos dentro del baño chillaban horriblemente. Todo era desorden, caos; mi mente comenzaba a flaquear ante aquel maremágnum cuya vorágine era terrible. Muchos maderos con velocidades de más de cien kilómetros por hora pasaban por las calles destruyendo las casas al chocar contra ellas; era tanta la madera que bajaba que puede decirse tapizaba su superficie, y parecía poder caminarse sobre ella sin mojarse. El muchacho con los perros y el gato estaba en el tapanco; a mí me era imposible darme a atender tantas cosas. !Mas demoraba en subir los pollos y gallinas a lugar alto, cuando ya otra vez flotaban sobre la superficie del agua! Pasaban ya de las catorce horas; el río había impuesto silencio a todo; solo él mandaba, él era el caos; todos ante él nos doblegábamos oyéndole siempre la misma canción. !Su terrible canto! Pasaban ya de las quince horas; el agua ya me mojaba los hombros, todo lo que había puesto en el mostrador estaba mojado; en un estado de febril angustia me encontraba, mi razón no hallaba modo de controlar mis actos; viendo lo difícil que era salvarlo todo; con una tabla larga que estaba detenida por el cancel, lo hice ceder; al abrirse, atropelladamente y con gran velocidad salieron en libertad todos los objetos que obstruían la sala; con esfuerzos llegué hasta el baño; de fuerte tirón, abrí la puerta; los cochinos arrastrados por la

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corriente salieron nadando. El arrepentimiento de no haberme ido a salvar con mi mujer me atormentaba. La angustia, el pavor, el miedo y la zozobra, ahuyentaron mi apetito; desde un día antes no comía. Mi mente indigesta de tanto pensamiento puede decirse estaba obnubilada, por lo que reñida con la razón me era infiel y estaba a punto de parar toda actividad, al caer mi espíritu en un ensimismamiento de conturbación. No sé que rato estaría en ese ensueño, cuando sucedióse un trueno terrible, como derrumbe; busqué inútilmente la causa, cuando el muchacho me gritó: —Mire qué abertura tan grande se hizo. —Ah, pues tenemos que irnos, le contesté. —!Pero si yo no se nadar, don José!—, me contestó. —!No le hace! —le dije. Presto subí, y lo bajé por la escalera que estaba atada a una viga; asido a mi hombro, lo até arriba de una silla que estaba encimada a una mesa, sostenida con dos acumuladores de la radio para que no se fuera; ahí lo deje sentado. !Llegaba la hora de tomar una determinación! !Precisaba tomarla pronto! ¿Qué hacer? ¿Esperar que nos cayera la casa encima? Hacía dos años había muerto mi madre, sagrado ser que nunca se olvida. Encomendándome a ella, murmuré estas palabras: “madre mía, tu hijo José se halla en grave peligro, de serte posible, ruega a Dios por él”. Resurgió en mí cual por ensalmo, la entereza, el valor, el ánimo, la voluntad y hasta la felicidad; la normalidad desalojó de mi mente a la anormalidad que se había posesionado de su sitial, y mi salud mental era cierta; todo el pesimismo, todo el miedo, toda la zozobra, la inquietud y la desdicha huyeron ahuyentadas por aquella desconocida panacea cuya terapéutica me es extraña. Henchido de ánimo, dije al muchacho: “Agárrate” y asido a mi hombro, llegué al quicio de la puerta y sin vacilación me tiré a nado. Aquella corriente impetuosa que solo de verla daba miedo la crucé. Llegué a la casa de enfrente, a la casa de la familia Paz. En el portal, detenido en uno de los pilares estaba atorado un árbol de guayabo. Dije al muchacho: !Agárrate! Una vez asido lo dejé y yo logré entrar a la casa; dentro, ya la corriente no tenía gran fuerza, pues había remanso; cogí un pantalón que flotaba y pasando un extremo al muchacho le repetí: agárrate. Di el tirón y lo entré a la casa.

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Con una de las divisiones de tablas que se cayó, nos pusimos a formar un entarimado para estar en lo seco; tendríamos cinco minutos, cuando con gran estruendo se derrumbó el portal; tejas y vigas estuvieron a punto de sepultarnos; dejamos ese aposento y nos refugiamos en un cuarto de la misma casa; no se si sería mareo, o era que temblaba el cuarto. Había dos mostradores, uno encimado en otro, ahí nos subimos, a la mano encontré una silla que usé como sostén; había amarrado en el primer mostrador un perro muy bravo ya ahogándose; también había un cochino y una gallina con pollos en las mismas condiciones, pues el agua ya casi los cubría; los subimos al mostrador de arriba a que nos hicieran compañía; el perro, agradecido no obstante ser tan bravo nos hacia fiestas con la cola. De la vida que Dios nos concedía, dábamos vida nosotros a otros seres. El cuarto también amenazaba caerse, por lo que dije al muchacho que estuviera listo pues en el primer ruido tendríamos que huir. Por estar atrás, y porque la fuerza le llegara mas débil, resistió hasta el término de la inundación. La primera fase de la lucha por la existencia a que nos retó el destino la habíamos ya ganado el saldo a nuestro favor era “vida”. El día saludaba a la noche, la noche despedía al día; las palideces dejadas por el sol, iban desapareciendo ocultadas por las sombras. Otro trueno terrible, más fuerte cual cañonazo se dejó oír acallando por unos instantes el rumor de la corriente. Era mi casa que empezaba a caerse. Con intervalos tal vez de cinco minutos se repetía aquel terrible ruido que hacía la casa al caerse. En forma imperceptible oímos en la parroquia las diez y ocho horas poco después. La destrucción de aquella obra, que era esfuerzo de varios años, que era mi hogar, mi orgullo y mi ideal; aquella felicidad por la que tantos suspiramos ya no existía, había muerto; los escombros esparcidos por la furia de la corriente eran su cadáver. Me preguntaba ¿qué sería para mi después? Aun había claridad para ver pasar, llevadas por la corriente, diferentes mercancías de la tienda. Cuando todo pasaba arrastrado por el río, dijo el muchacho: —!Ahora si nos quedamos en la calle! —Hay que volver a luchar—, le contesté.

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Las sombras de la noche, cubrieron con su manto los contornos desolados por aquella titánica furia de las aguas. Era muy negra la noche, tan negra como la crueldad que el destino nos hacía padecer. Pero aquella negrura no lograba cubrir aquella extensión de agua que reflejaba una opalinidad, que vencía todas las sombras. La lluvia lenta y prolongada, alimentaba algunas goteras que la obscuridad nos impedía evitar; y por cuya causa el privilegio del sueño no era nuestro. Ya el temor era cosa del pasado. Una luz y un libro, hubieran sido para mi una delicia, en aquel entonces en que el único quehacer era estarse cambiando de postura. Las aguas de este río, son factor de progreso, en él han apagado su sed los ganados, los obreros que trabajan con las embarcaciones han ganado el pan para sus hijos, los veraneantes han encontrado en él, placer, reposo, salud y aseo. Al bañarse, las mujeres hermosas han lucido con satisfacción sus arquitecturas impecables por sus bellezas; sus riegos han hecho que fructifiquen sus diferentes plantas, y las mieses de sus cosechas han alimentado seres humanos. Hoy por tantísimos afluentes que en el han desalojado su contenido, el vaso e su cause ha sido impotente y ha tenido que derramarlas haciendo daños tal vez sin comprenderlo ni saberlo, y sin quererlo. Las sombras retirábanse con reverencia para recibir la claridad del día veintitrés; la noche con su equipaje de negrura marchábase a cumplir a otros rumbos sus deberes; la claridad del amanecer ya era verdad. ¿El nuevo día nos traería alguna esperanza? Esa pregunta, el río, tenía que contestarla. Día claro, sereno; llegó como sonriente y compasivo. Nuestros cuerpos arguyendo como razón su forzosa abstinencia de alimento, parecían gritar: !tengo hambre! !Tengo sed! Los árboles que más habían en nuestro solar eran naranjos; de los cuales mas de doce se cayeron quedando muchos atorados; en el mes de septiembre es cuando están en plena producción, muchas naranjas desprendidas llevaba la corriente a nuestra atalaya o refugio, y hacía mis acopio de ellas y de ese modo mitigamos la sed, pues las aguas corrompidas del río eran prohibidas debido a tal causa. Quedaba aún nuestra hambre torturante que no habíamos saciado y con imperio nuestro estómago lo exigía. Cerca de las diez de la mañana divisamos con alborozo un racimo de plátanos roatán;

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hasta el último término de nuestra inteligencia pusimos para lograrlos; siendo premiado por el éxito nuestro esfuerzo; lo izamos, quise colgarlo a una alfajía del techo, y se rompió la madera; algunas tejas desprendidas estuvieron a punto de herirme la cabeza, por lo que lo amarré a uno de los parejuelos. El racimo era grande, pesaba como dieciocho kilos; los plátanos estaban sazones y verdes, pero nuestro apetito lo que ansiaba era comer y nuestra hambre fue saciada; el perro, el cochino y la gallina, también participaron de nuestro banquete. Nuestro oído al continuo ruido, y nuestra vista a la misma visión ya se habían familiarizado. Después de las diez horas, el sol se impuso a la niebla, rasgándola en girones, y alumbrándonos con toda su intensidad; el escaso rato que calentó nuestro refugio, lo aprovechamos en secar nuestras ropas. La cantidad de maderas que continuaba bajando, era asombrosa; no exagero si digo que su valor llegaría a millones de pesos. !Era tan fuerte la corriente, que muchos durmientes con rieles de la vía de Tomellín fuera arrastrados hasta Tuxtepec! Lo mismo que piedras gigantescas: en varios lugares abrió zanjas tan profundas, que para hacerlas seria necesario el trabajo de varios cientos de hombres trabajando por meses. La saciedad del sueño era la deuda que teníamos pendiente con nuestro cuerpo; la incomodidad, el estado psicológico y la constante balumba del río eran las causas de tal motivo, y que causaron en mi mente un estado hipnótico, donde despierto me parecía que todo lo veía dormido, tal situación hizo crisis y obnubilada mi psiquis me hacía ver visiones de personas que pasaban caminando sobre las aguas y oía que me hablaban por mi nombre a mi y a otras personas conocidas. Mi mente quería hacerme creer que todo era un sueño o pesadilla, que nada era cierto, que todo era mentira lo que estaba pasando; tal estado me impidió conocer si ese día el río tuvo oscilaciones en sus agua; él seguía imponente como el día anterior. El vapor que el calor de la mañana elevó formando nubes blancas, cuya blancura significaba pureza y piedad, por la tarde unidas por el aire, se tornaron negras volviéndose después tormenta martirizante.

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Nuestra segunda noche de vela y cautiverio se acercaba; la palidez de la luz languidecente se trocó en sombras que la lluvia acabo de ennegrecer. El rio seguía soberano, repetía su misma canción, su misma melopea del torrente, cruel martirizante y destructora; ni siquiera la obscuridad afectaba su faz pues reflejaba una luz opalina que alumbraba sus inmensas extensiones que él se empeñaba en exhibir en forma macabra. Ya a la media noche, la lluvia cesó su misión y la claridad de la luna pudo imponerse a la obscuridad; el paisaje lo pudimos contemplar desde nuestra atalaya en toda su magnitud; la luna alumbraba como denunciando los destrozos causados por la injusticia y la impiedad de los acontecimientos ante Dios. Con clarinadas de luz, anunciábase el día veinticuatro; el sol, con sus torrentes de luz iluminaba los horizontes, ya hasta algunos pajarillos celebraban los esponsales del silencio y la blancura; así como se anuncia el principio de la torrente, así también se anuncia su fin. Ese día en la madrugada mis cochinos llegaron buscando su casa, como estaba caída no la reconocieron, el perro con sus ladridos los ahuyentó; nada pude hacer por detenerlos; de ello colegí que el río había bajado más de un metro, muchos objetos que estaban cubiertos por el agua asomaban sus partes en libertad, y cual testigos mudos parecían mostrar el gusto y su satisfacción por tal hecho. Nuestra esperanza de que venían tiempos mejores, tenían una base firme; el temor de que el río volviera a crecer estaba descartado; pues, sin los debidos elementos nadie crece. Mi estado hipnótico continuaba afectándome, seguía viendo visiones y oyendo voces. El constante rumor del agua ya no era causa suficiente para que mi mente rechazara la visita que el sueño había demorado. La incomodidad y la presencia del perro y el cochinito, más la acentuaban, pues mente y cuerpo ansiaban saciar tal necesidad; pero el instante propicio no se hizo esperar, con la bajada del río un fogón quedó al descubierto; improvise con unas tablas, una cama como pude, y después de saciar mi hambre me entregué a tal delicia, diciéndole al muchacho que solo por muy urgente necesidad me despertara.

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Fuertes calambres en la rodillas tal vez por tanta humead me hicieron levantar, dándome frotación y haciendo ejercicio fue como se calmaron. Eran pasadas las catorce horas, colijo haber dormido más de cinco. La mejoría de mi estado hipnótico fue el inmediato después. Nuestra hambre pedía ya algo que no fueran plátanos; tal comestible ya nos tenía ahítos; nos chocaban (como vulgarmente se dice). Yo me resistía ya a comerlos. Nos metimos al agua, a mi me llegaba a la rodilla, comencé a explorar para ver si encontraba alguna otra cosa qué comer, pero no había nada comestible. Vi con sorpresa que a la tienda de mi amigo Francisco Mora entraba un joven que le decían “El Topile”. Creyéndome campeón de natación por mi anterior hazaña, me tiré a nado queriendo atravesar la calle Nicolás Bravo. ¡No llegué mas que hasta media corriente! Pues su fuerza era terrible y me devolvió; ya repuesto, un poco descansado lo intenté otra vez. ¡Me azotó con fuerza sobre la banqueta y me golpeó! Parecíame imposible no poder cruzar aquella corriente. Una hora después, armado de un palo hice nuevo intento queriendo atravesar por la avenida Cinco de Mayo. Estuve a punto de lograrlo, el agua me daba arriba de la cintura; la fuerza de la corriente me quitó el palo y la corriente de la calle Nicolás Bravo me devolvió con velocidad terrible; vi después, que ahí donde iba yo a llegar, en la avenida Cinco de Mayo, había un hoyo cual sepulcro de botellas, pomos y garrafones rotos, y que de haberlo logrado, hubiera caído siendo herido por tanto vidrio. ¿Qué misterio me protegía? ¿Dios, mi madre? no podré contestarme tal pregunta. Pero, ha existido en mí una sugestión que los años no podrán borrar, de que algo misterioso velaba no solo por mi existencia sino también por mi seguridad. Ante lo irremediable esa noche no hubo mas recursos que entrarle a los plátanos. Ya las visiones creadas por mi estado hipnótico lo mismo que las voces habían desaparecido, el sueño me había indultado de tal mal. ¿Qué sería del género humano sin el sueño? y aun el sueño no me anunciaba su visita; por lo que mi mente se iba en dialogar los procesos de tantas teogonías que mi mente sacaba de su obscuridad.

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La hermosura de la noche, prestaba al río su belleza, haciendo agradable tal conjunto que era felicidad a la vista y a la mente que sabía comprenderla. A las cero horas, el sueño llamó a las puertas de mi mente y poco después me entregaba a él arropado en su regazo. El flagelo de los calambres y con el cuerpo magullado por el duro lecho me hicieron despertar como a las seis horas; la neblina cubría los contornos y los ocultaba con su blanco manto dándole un paisaje de hermosura; el río había bajado tanto que la banqueta de la avenida Cinco de Mayo quedaba al descubierto. Lleno de gozo cual nuevo Rodrigo de Triana exclamé:“Tierra! Levanté al muchacho, dentro de la casa de la inundación no quedaba más que el recuerdo por la humedad, lodo y desorden. Salimos a explorar; el techo de nuestra casa con excepción de las medias aguas había caído a media calle casi íntegro, removiendo algunos escombros como vigas y otros, logramos penetrar a su interior. ¡Oh, sorpresa! Las dos perras y el gallo estaban unidos dentro de los escombros, todos acudieron al vernos, y su júbilo lo exteriorizaban haciéndonos fiestas y hasta llorando; manifestaban un hambre devoradora al comer el plátano que les dimos. El río seguía imponente, bañaba los bordes del barranco; su acarreo de palos era interminable, parece que hacía un saqueo de toda la madera que podía robarse. Me subí al caballete del techo para divisar hasta la plaza pues cerros de arena de más de dos metros de altura bloqueaban las calles; se veía a muchas gentes en los balcones de las casas de alto presenciar el descenso de las aguas. Empezaron a llegar personas y amigos preguntándonos las peripecias de nuestra odisea. Pasó el tiempo.... En eso, llegó mi mujer llorando, con mi hija Reina, la dije: —!No llores!, lo que se perdió ya no tiene remedio, hay que volver a luchar. Me llevó una olla con café con una galletitas que me dijo le había dado mi amiga doña Epifania Palma, diciéndole que fuera todos los días por comida para mí. Después de la inundación quedamos afectados no solo en nuestra economía, sino en nuestra psicología, nuestra fisiología y aún hasta nuestra anatomía. Reconstruir todo era no solo trabajo de meses sino hasta de años, cosa que casi llegaba a lo imposible si no se cuenta con elementos de apoyo. Éramos cuatro bocas que había que vestir,

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alimentar, medicinar, careciendo de lo más importante como es el dinero. Escombramos lo más que pudimos dentro del techo de lámina y con tablas y costales improvisamos camas y nuestro domicilio provisionalmente. Llegó la familia Paz y le hice entrega de la casa, así como del perro, del cochino y la gallina; extrañándose de que el Tigre (así se llamaba al perro) no nos hubiera mordido; como para despedirse aún nos movía la cola. El barrio “La Piragua”, estaba aislado por un extenso barranco que había abierto el río. Ese día, me invitó a comer la familia Paz, vieron con satisfacción, que yo me hubiera refugiado en su casa y les hubiera cuidado algunas cosas. Yo seguía con mi indumentaria de camisa y calzoncillos, pues la ropa que se encontraba toda estaba demasiado sucia por el lodo y podrida. De tantos pares de zapatos, pude encontrar derecho e izquierdo pero de diferente modelo. Lo que más me entristecía era la pérdida de mi biblioteca que con tanto esmero y esfuerzo logré reunir. El día veintiséis, hice un recorrido por la avenida Cinco de Mayo hasta llegar a la avenida Independencia adelante del “Paso Real” (que le llaman) no podía pasarse adelante, como antes dije había un barranco de grandes extensiones abierto por el río. Lo que vi en mi recorrido, solo la pluma de un Dante pudiera explicarlo, puede decirse que Tuxtepec agonizaba, todo era luto, desolación y ruina. Las casas destruidas, pasaban de un setenta y cinco por ciento y semidestruidas todas lo estaban en su totalidad. Las que quedaron en pie mostraban tales cuarteaduras que pedían con exigencia la reparación lo más breve. A mas de grandes montones de arena que bloqueaban las calles se veían por doquier muebles, ropas, pedazos de mostradores y trastos diferentes. Los llantos de los niños, los gritos de angustia y el quejarse de dolencias eran una pluralidad. Era cómico y trágico al mismo tiempo, observar familias enteras cuya pulcritud en el aseo y en el vestir eran proverbial, andar sin zapatos, llenas de lodo, con los pies hinchados, que con esfuerzo medio

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podían andar, tal parecía desempeñaban una mojiganga o celebraban algún carnaval o habían sido invitadas a algún baile de mascaras. Motivadas por tantas inmundicias de animales muertos y aguas fétidas estancadas, las enfermedades contagiosas y gastrointestinales no se hicieron esperar. Gripes, catarros y toses eran males comunes a que se les hacía poco caso. No obstante tantas calamidades jóvenes y adultos no perdían su buen humor; a las diarreas le llamaban el “Apagón”, a las fiebres palúdicas la “Bamba”. Las brigadas sanitarias que llegaron en nuestro auxilio no se daban reposo en su labor humanitaria. Diagnósticos y medicinas eran gratuitas para dichos males; gentes del campo que padecía males anteriores aprovecharon su estancia para reconocimientos y terapéuticas. Los actos de locura y de demencia hicieron presa en muchas personas, por sus mentes indigestas de tantos problemas donde ya no tenían cabida y que precisaba resolver en una situación de angustia y de ruina, pues tal era el imperativo. Hubo quien creyó resolverlos pegándose un tiro. Tierra Blanca, es centro ferrocarrilero del ramal del Istmo; es una hermosa ciudad cuyo progreso se debe al esfuerzo de sus hijos todos honrados que ganan con su trabajo el sustento de sus familias. Antes de la inundación en mil novecientos treinta y cinco, Tuxtepec sufría las devastaciones del río como antes dije, la sociedad nos ayudaba con su estímulo en las diferentes formas más para arbitrarnos fondos y presentarle impedimentos a la fuerza destructora de las aguas aún cuando todo no era más que paliativos, pues la obra resultaba muy costosa en su total. Alguien nos sugirió hacer un llamado a los componentes del cuadro dramático de aficionados “Alfa”. Bondadosamente su contingente no se hizo esperar y fue con nosotros; su actuación artística fue muy elogiada por la sociedad tuxtepecana, no solo por su buena actuación sino por el altruismo que representaba tal desprendimiento de dicho grupo artístico. Cuando la inundación de Tuxtepec, su presidente municipal señor Ernesto García Ferro con la colaboración de dicho pueblo fue de los primeros que llegó en ayuda de Tuxtepec con varios víveres. Azúcar, arroz, frijol y maíz mojados que pudimos recuperar de la tienda, lo repartimos entre nuestros vecinos y amigos; muchos

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de ellos en cambio nos abastecían de cervezas que hubo en mucha abundancia debido a que varios carros del ferrocarril y bodegas quedaron abiertas a voluntad del pueblo. Estábamos incomunicados; pues el río, aunque había terminado la inundación; aún alimentaba arroyos que eran infranqueables sus causes por lo crecidos. Fue hasta el día veintiocho, cuando algunos campesinos lograron llegar al pueblo y nos comenzaron a abastecer de toda clase de comestibles. Recuerdo con gratitud a compadres y amigos, el afán que ponían para sernos útiles en tan crítica situación en que nos encontrábamos. Hubimos de regalar muchas veces los comestibles que no podíamos comernos de tanta cantidad que recibíamos. Tuxtepec demoró como quince días abandonado a su suerte después de la inundación, tan es así que cuando llegó el General Alejando Mange Jefe de las Operaciones de la Zona; compadecido de la ciudad, escribió al Presidente de la República diciéndole tan angustiosa situación por la que atravesábamos. Hasta poco después fue cuando llego el General Edmundo Sánchez Cano con la representación del Presidente de la República; trajo algunos carros de maíz y varios miles de pesos; se concretó a desalojar el lodo de todas las oficinas de gobierno y al reparto de víveres, pero dinero no se sabe que haya repartido a nadie. Procedente de Alvarado llegó el C. Presidente de la República General Manuel Ávila Camacho; el pueblo le improvisó una manifestación y desde el kiosco de la plaza, con palabras consoladoras le prometió al pueblo que todo se arreglaría y que tendrían luz y agua potable, hospital y todo lo que había prometido antes; oyéndolo la muchedumbre con cierta incredulidad pues antes había ofrecido también algo igual y aún no había tenido cumplimiento. Era jefe de la Oficina Federal de Hacienda el señor Roberto Herrera Giovanini, persona atenta y educada; que, por ministerio de Ley, era Agente del Ministerio Público Federal; a él llegó después todo lo referente a auxilios consistente en víveres, ropas y otros. Varios empadronamientos se hicieron para el reparto a los damnificados de los víveres, pero no se cumplió con ninguno; la gente se aglomeraba y había quienes repetían varias veces ración. Fue hasta después cuando se emitieron las tarjetas de racionamiento por

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números de personas en la familia, siendo ese el que mejor resultado tuvo; en el reparto de ropas, catres, tortillas y otros parece que no fue equitativo como leche condensada y otros quedó entre empleados de gobierno, por lo que el público quedó inconforme. En esos casos cuando el orden se subvierte, todos los demás órdenes le siguen, pues se afectan cual infección; en el fisiológico por ejemplo, si se atrofia un riñón, un ojo, un pulmón y así sucesivamente, hay necesidad de extirparlo la mayoría de las veces para que no afecte al otro sano. Don Emilio de la Fuente, era un señor atento, educado, activo, intrépido en los negocios; sabía que el dinero es como el agua que hay que agitarla para que se purifique, dándole corriente, pues todo estancamiento crea gérmenes nocivos. Es por ello que de él tenían ayuda todos los pequeños agricultores para el logro de sus cosechas. Puede decirse era un Mecenas. Una vez idas las Compañías Plataneras, él quedó de hecho a cargo del resto e la producción, en medio de tanta crisis como sufría Tuxtepec puede decirse él era un rayo de luz entre tanta tiniebla. “La Casa Verde” (como vulgarmente le llama el vulgo), fue la residencia oficial de las compañías plataneras; pues, se sucedían las unas a las otras: “La Cuyamel”, “La Standard”, “La United”, “la Trascontinental” y otras muchas. Dicha casa era de don Emilio, adquirida en propiedad, fue una de las que menos sufrió con la inundación debido a que está elevada y descansa sobre altos sostenes; cuando llego el C. Presidente de la República, fue la mas adecuada para su residencia oficial, por lo cual fue huésped de don Emilio de la Fuente. Cuando el C. Presidente se ausentó de Tuxtepec, dicen le dijo como gratitud: ¿a usted en lo particular no se le ofrece nada? Dicen el contestó: mire, C. Presidente, arregle todos los problemas de Tuxtepec, que es lo que más interesa. Fue mucha nuestra sorpresa cuando a los dos días de haberse ido el C. presidente, corrió la noticia de que !Don Emilio de la Fuente, se había suicidado pegándose un tiro, cerca del Comisariado de San Bartolo! En aquel estado de angustia y de tristeza, como se encontraba Tuxtepec; cualquier otra persona que hubiera hecho tal cosa,

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hubiera pasado desapercibido, pero un hombre como don Emilio de la Fuente, un caballero educado, atento, inteligente y trabajador hizo que el resto de las lágrimas (si aún las hubo) fueran para la condolencia de tal suceso. Cabe aquí aquel refrán que dice: “El que pierde a su madre, llora afligido; el que pierde su dinero, se pega un tiro”. Ya antes de la inundación, don Emilio había sufrido una pérdida cuantiosa en cuarenta o más carros de fruta que por cuarentena en Estados Unidos se le descompuso y las Compañías Fruteras a quienes iba remitida no quisieron pagar, les siguió juicio y lo perdió don Emilio. Algo quedábale aún en las diferentes plantaciones de Tuxtepec y las arrasó la inundación; al no poder hacer frente a diversas deudas, creyó resolver sus problemas con la muerte.

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EL PAPALOAPAN Y YO

I

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Natalia Gamiz1

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“Yo tenía una sola ilusión: era un manso pensamiento: el río que ve próximo al mar y quisiera un instante convertirse en remanso y dormir a la sombra de algún quieto palmar”. LUIS G. URBINA.

Un coro de voces infantiles, una canción dulce y bonita, casi un murmullo. Como el del Papaloapan que pasa calentando su pereza por esta calcinada tierra. Cuando llegué a este pueblo de casitas blancas y de platanares despeinados no pensé quedarme. El calor agotante, los calcinados mediodías me enferman pero... Aquí esta él !el río! Mis ojos lo miran hechizados. Su rumor habla a mi oído. Toda su seducción la ejerce en mi y he escrito una carta aceptando el empleo de maestra en la escuela pequeña de este pueblo cálido, de caminos olorosos a cafetal en donde los tulipanes abren al sol sus corolas como monstruosas bocas. 1

Natalia Gamiz nació en la ciudad de México en 1918, maestra de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM y locutora comercial, publicó tres trabajos bajo ediciones de autor: Mujeres de América, antología de 1946; El Papaloapan y yo y Por los caminos en 1947. Este cuento es un ejemplo clásico de la manera como este acontecimiento tuvo repercusiones en muchos ámbitos, como el literario.

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He descubierto un mundo nuevo, caminando por las riberas del río enmarañadas de bejucos, de cascalotes, de guamúchiles. En ellas los cuajiotes, las palmeras y los mangles hacen sombra al mundo diminuto de las tortugas, al de las lagartijas finas y gráciles y al de los pipijíes que brincan y gritan su eterno, su inacabable pipijí. Ya no me importa la tortura del calor. Aquí está él: manso, bueno, desconcertante. Mirándolo me han sorprendido las magníficas alboradas del trópico; han llegado las tardes maravillosas de esta tierra y así, mirándolo, se han alejado las noches en que sólo se escucha su voz uniforme, pero siempre distinta. ¡El río! Siempre el río como parte integrante de mi vida, de la vida de todos los que nos tostamos la piel bajo el sol de este pueblo. Tendida en la ribera, con las manos hundidas en el agua me paso, alagartada, horas entras, mirando fijamente la corriente que pasa. A veces me distrae un instante —nada mas un instante— la firma blanca de una garza en el viento o el ruido de los pasos breves de los animales que van por los esteros. Permanezco hipnotizada, mirando y oyendo al río que con su voz de agua, me habla. Me cuenta las extrañas historias de su vida errabunda, me dice de lugares llenos de arenas calcinantes donde él mansamente descansa, de los despeñaderos en que se atorbellina y canta su canción de rebeldía, me narra la añeja y deliciosa historia del agua que se vuelve nube o redonda bolita de granizo. Me siento niña oyendo sus leyendas. Hay en mi vida como un remontar de días vividos ya, hasta situarme en mi niñez feliz cuando la voz amada de mi padre inventaba maravillosos cuentos para mí, mientras vagábamos los dos felices, por las laderas de la alta Sierra Madre que cruza la tierra donde nací y la llena de pinos que embalsaman el aire con el picante olor de su resina... Me seduce este río. Por él he olvidado los humanos amores que hubo antes en mi vida, los hombres que un momento se detuvieron con sus sueños junto a mí, los nombres más amados, mis ambiciones de grandeza, mi loco y dulce afan de poseer un hijo, los ha borrado

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el Papaloapan culebreante y limpio, este anchuroso río que me obsesiona y me enloquece. Mi alma es suya. Le pertenezco por entero, pero mi cuerpo, no ha sido suyo. Un pudor raro, me ha impedido bañarme en sus remansos y entregarle mi carne que tiene el color de la greda de sus riberas. Solamente mis manos conocen sus largos besos. Las hundo en él y las retiro hasta que están ya heladas, cuando parece que ya no son mis manos. Busco mi río en todos los momentos en que puedo sustraerme al trabajo escolar. No me cansa el mirarlo porque es el mismo siempre, pero también distinto siempre. Me acerco a sus riberas por angostos caminos, abriendo en la maleza observatorios nuevos, lugares diferentes para sorprender su belleza magnifica y brillante y con mi voz enronquecida de pasión le hablo. Le digo las palabras más dulces, las que han dicho los enamorados de todos los tiempos, las que Paolo le dijo a Francesca, las mismas que dijeron conmovidos Tristán e Isolda, las viejas y divinas palabras con que la humanidad habla siempre de amor, los ancestrales y mágicos vocablos. Indolente, el Papaloapan se deja amar por mí. Bien sé que no soy la única en quererlo. También los platanares lo buscan anhelantes y hacen dulce el susurro de sus anchas hojas para que el río lo escuche; las bandadas de patos silvestres que manchan de sepia los juncales y bucean en sus aguas, las golondrinas que pasan, rápidas, rozando sus cristales, provocando su amor. En las azules y altas noches punteadas de estrellas y cocuyos lo atisbo desde la ventana de mi cuarto, enfebrecida, llena de unos celos oscuros y terribles. En el salón de clases, mientras mis niñas inclinan sus cabezas de rizosos cabellos, sobre de los cuadernos, yo pienso en el río. Ellas escriben y yo sueño. Me siento ausente de mí misma, tengo la sensación de ser sin ser. Y así todos los días: lo mismo los de sol brillante que los días en que el viento del norte amontona los cúmulos y hace remolinos de arena.

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Amor extraño, enorme y sobrenatural el mío para este relámpago de agua que no puede sentir y que no podrá amarme nunca. Tres veces por semana recibo cartas de México. Mi madre quiere, exige mi regreso. Me llama, desea que vuelva. Esta distancia la tortura. Teme por mí. Presintiendo “algo” apela al recurso de decirme que se siente enferma, que sus viejas dolencias se han recrudecido, que tal vez muera pronto, que le urgen mi presencia y mis cuidados. Nada de lo que me dice logra conmoverme. Estoy insensibilizada para todo lo que no sea el amor a mi río. Si vivo es solo para sentirlo cerca, para arrojarle frutos maduros y rojos tulipanes como ofrenda. Nada me importa. No tengo mas religión que la de amarlo. Mis oídos están sordos para todas las voces; escuchan solamente su alta y clara voz. De todas las cosas que pedí antes al destino solo le pido ahora que me deje vivir tranquilamente cerca del Papaloapan. Estoy ensordecida y no escucho los ruegos que vienen en las cartas. Pienso, aunque no se lo escribo a mi madre, que no habrá mas retorno. La Capital puede vivir sin mí, pero mi vida dejara de ser vida cuando me falte el Papaloapan. A veces, esporádicamente, razono y medito sobre este amor que se me ha filtrado en el otro río —el de su sangre— y se me figura que el sopor de la tierra caliente se me metió en el cerebro o que, en una hora fatal, apuré, sin darme cuenta, la pócima de la locura. Es un respiro oír las campanadas sonoras del reloj de la iglesia que canta las doce. ¡Ya estoy libre! Ligera, alada, abandono la opresión de mi sala de clases. Rumbo al trapiche, en larga fila, van lentamente las carretas por la calle real del pueblo, cargadas con la verde cosecha de caña de azucar. Los chiquillos las toman por asalto, se encaraman sobre los verdes haces y desgajan la azucarada pulpa. Cautiva en la puerilidad de la escena traviesa me detengo un ins-

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tante, luego, paso a paso, dominándome para no emprender la carrera, me acerco lentamente al río. Desde un macizo de carnosas “mafafas” me espían los ojos de una de mis alumnas a quien le intrigan mis idas y venidas. Me mira, me escruta, pretende adivinar por qué estoy siempre a la orilla del río; de pronto, contagiada de la algaraza de los loros prorrumpe en gritos y se tira al río. Bucea, aflora, vuelve a bucear, se deja llevar por la corriente dichosa de sentirse envuelta en el frescor del río, de mi río. Alegres llegan, hasta las márgenes del Papaloapan, las mujeres que van a lavar. Las riberas se llenan de risas, de canciones y se alborotan más los papagayos y las calandrias de las espesuras. Me enfurezco. Unos absurdos celos me clavan sus garfios cuando miro a mi río jugar con el jabón, cuando lo veo arremolinarse entre las manos regordetas de las campesinas que lavan sus ropas y huyo hacia las “huertas de coco”. Entretengo mi rabia mirando los “pacholes”, contando los “bonetes” de los cocos que se secan al sol. Profundamente aspiro el olor excitante que exhalan los secaderos de copra. Los pedazos de coco deshidratados ya, rezumantes de aceite, perfuman y embalsaman mis manos. Siento que mi carne es una esponja que absorbe todos los perfumes de la tierra caliente y ya no sé si es el viento o es mi piel la que huele a vainilla, a piña, a cafetal. Cerca de una fogata encendida para ahuyentar los moscos, charla “El Pincunca”. Ha viajado y seguido todos los rumbos de la rosa de los vientos. Sencillo, sano de alma, intercala en sus pláticas vocablos que oyera alguna vez y que deforma, provocando en mí, la maestra del pueblo, un algo delicioso e ingenuo. Habla de sus andanzas. Cuenta las cosas que ha vivido. Yo lo escucho, solo a ratos, su voz gruesa, viril, que dice: —Cuando llegué a la casa del patrón me recibieron con satisfacción, pero al verme rodeado de tan altas personas me sentí “prohibido”... —Sí, me tocó ver en las tierras lindas de Michoacán la nacencia

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del Paricutín. Lo vide ansí, ansinita de chico, pero se moría uno de miedo cuando le miraba el “carter”. —Cosas lindas “La Bamba” y “El Zapateado”, amigos: !esos son bailes! pero allá en el “Mesuri” bailan una danza de locos que le dicen el “suich”. Todos lo escuchan embobados, prendidos de su charla. Yo sonrío levemente. Las reminiscencias del viejo hacen sentir un deseo de aventura y despiertan la ambición de viajes que todos llevamos acurrucada dentro del alma. Al alba, cuando las lanchas cargueras remontan para buscar la cosecha de plátano en los ranchos más lejanos y los hombres llevan garrafas de aguardiente para matar el tiempo y alegrar su vida, quisiera irme con ellos. Así sabría dónde mi río descansa su largo cuerpo de agua en pequeños remansos, sabría donde se vuelve turbulento y frenético, forma profundas pozas y giradores remolinos. Sabría en que cañaverales se besa con las garzas y en cuáles de sus playas se calientan, al sol, los enormes lagartos... El Papaloapan, me trae a veces, flotando como peces estriados y verdes, largas y frescas palapas. Me basta entonces —para aprisionarlas y para hacer que los millones de “pepescas” que cintilan bajo el agua emigren asustados— con sumergir mis manos en el agua. Naúfraga entre el sueño y la realidad va caminando mi vida de obsesionada. Van corriendo los días, va galopando el tiempo. Es la fiesta del pueblo. En la pequeña Plaza de Armas se han levantado arcos triunfales y templetes. Repiquetea vivaz en las tarimas el ágil zapateado. La alegría de los sones llena la noche cálida. Adhiere el sudor las blancas camisas a los oscuros cuerpos. Entre los viejos juglares del rumbo que pespuntean las guitarras surge, mordaz el duelo del “Siquisirí”: Yo conocí un animal que se llamaba Vicente,

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aunque era muy animal Vicente no comía gente... Rápido, con un brillo siniestro en los ojos, el aludido contesta: No comía gente Vicente porque era un animal fino no así su compadre Juan que presumiendo de gente era tan solo un cochino... Los castillos encargados a la ciudad llenan de luces y ruidos la noche. Todos están alegres. Yo, eludiendo la contagiosa alegría encamino mis pasos con rumbo a los esteros. Ahí me espera el Papaloapan. A la luz de la luna todo el se llena de rumores para hablarme. Los meses han pasado. Agosto va acabando y la tierra arde bajo su sol canicular. Las plantas están secas, quemadas. El ganado protegido por los sombrajes muge dolorosamente como cuando lo marcan con el hierro. Tendidos en las hamacas sestean los hombres. Mientras voy hacia el río, sin que me importe el sofocante y agobiador calor, escucho el ensordecedor y monótono canto de las chicharras y miro perfilarse como estrellas de jade los penachos de las palmeras, los mangales que maduran sus racimos de mangos pecositos, y los flamboyanes que revientan sus flores como revientan las llamas en la hoguera. Septiembre. Las lluvias retrasadas se insinúan amenazadoras en cielos oscuros. Calma. Una pesadez, una densidad, un grosor de aire se siente por doquier. Se escuchan truenos espantosos, como explosiones de polvorines. Todo ha cambiado en el pueblo. En el salón de clase mis alumnas permanecen calladas. Hay sobresalto, una cortante angustia. El corazón de la naturaleza entera presiente la tragedia. Comienza a llover con gotas gruesas, violentas.

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La tierra se entrega a la tormenta en un delirio. Nada le importa que se desgajen los brazos de los árboles que prohijó con amor, no le interesa que sus canoros pájaros se alejen. Se entrega entera al beso líquido del agua de la lluvia. ¡El río!...; ¡mi río! Desde la ventana de mi salón de clases mis ojos de apasionada lo miran. La cortina de agua de la lluvia lo esfuma. Lo desconozco ahora. Ya no es el río de aguas dormidas. Ha escuchado la voz afónica y urgente de la tierra del trópico que se insolaba bajo el bochorno de los días, de la tierra que era solo una plancha horizontal embotada por el calor; de la tierra abúlica y doliente que solo oponía a la fuerza del sol su pasividad de resignada. Estos días de lluvia continua no dejan que mis alumnas vengan a la escuela. Los caminos están anegados, los atajos son rápidos arroyos. Martha, Juana y María viven en las rancherías. Inútilmente las espero. Estoy sola en el enorme salón. La lluvia sigue sonando sus maracas trágicas. La voz del Papaloapan se escucha ronca, hostil. Interminables son los días en que los huracanes levantan en nubes la tierra. El río crece. Es ya una ira fluida, líquida, potente. Bravío, amenazador lo miro. Tengo miedo. Los hombres responden a mis angustiadas preguntas diciendo que la época de lluvias así ha sido siempre, que las aguas del Papaloapan bajarán pronto, que no me asuste. Pero un miedo invencible se ha apoderado de mí. Estoy arrepentida de haberme dejado atrapar por los hechizos y la seducción el río. ¡No debí haber aceptado este empleo! ¡Debí atender los llamados que venían en las cartas de mí madre! La angustia de mi corazón crece a medida que crece el río. Todo es anormal. Se ha roto la placidez de los días soleados. El Papaloapan es un torrente alocado sin más historia que su momento presente. ¡Tengo miedo! No quiero dormirme pero la noche y la fatiga van poco a poco recostando mi cabeza y bajando mis párpados. Sobresaltada despierto. Alguien ríe con un reír estrepitoso, con una rica convulsiva, sardónica, siniestra... Reconozco la voz! ¡es la de mi río! La del Papaloapan que ha enloquecido.

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Deliro. No puedo contenerme. Ha venido a buscarme. Me ahoga. No soy mas que una pobre mujer llevada por las aguas. Algo me impulsa a abandonarme a este río más hombre cada vez, a estos brazos líquidos que aprietan mi cuerpo exigiendo una entrega, pero algo también me obliga a resistir, a tender desesperada mis manos buscando de qué asirme, haciéndome olvidar las audacias masculinas del Papaloapan. ¡Es la vida que me llama! !¡Es la vida! En esta tierra tomada entera por el agua somos como espectrales grumos Matías, José y yo. Luchando abiertamente con el agua pude llegar hasta una loma. Allí estaban ellos callados, sintiendo la desolación y el dolor que traen siempre las inundaciones. ¡El Papaloapan! !¡Oh, que alucinación! Dejo vagar mis ojos. Agua... Inmensidad de agua... ¿En dónde quedó el río? ¡Mi río! ¡El Papaloapan! El pueblo está inundado. Cubierto por el agua que todo arrastra en remolinos trágicos. Aquella que va allá, flotando como enorme nenúfar, como orquídea gigante sobre la piel el agua, es la más buena, la mas mimosa de mis niñas. !¡No he de volver a verla nunca! Hay otra inundación, pero de llanto, dentro de mi alma. Siento impulsos de dejarlo salir y brota de mis ojos fuerte, fragoroso como las tempestades. Frente al asombro de la destrucción y de la muerte mis ojos se abren espantados. Vivo. Milagrosamente escapé del abrazo mortal del Papaloapan. Ya tengo las escenas dantescas de un drama que chorrea desasosiego, angustia e inquietud. El mal del estatuismo se apodera de mí. Soy insensible a la intemperie, a los dolores. Paso larga horas inmóviles en actitud hierática y desconsolada, con los ojos embotados en la desolación de estas tierras anegadas, de este monótono panorama de tragedia. ¡Tengo miedo! Siento unas inmensas ganas de gritar... Suelto mi grito que es un verdadero alarido, ronco, brutal, que

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rebota sobre las aguas sucias y me echo a llorar desconsoladamente la horrible muerte de mi hermoso sueño de amor. Ante mi espíritu se alza en esta hora la compacta sombra donde la luz se aniquila y el pensamiento se anonada. Sobre mi boca florece una plegaria con el nombre de Dios repetido muchas veces. El Papaloapan con sus signos de destrucción prohijados por el terror, ha hecho que la manada humana, esparciendo sus lamentos en la sombra vuelva a llamar a Dios. Cierro los ojos. Luego los abro lentamente. Un vasto y desolado paisaje se extiende frente a ellos. El Papaloapan sigue pasando victorioso llevando a cuestas su cargamento trágico: árboles, casas, animales, hombres. Hace setenta y dos horas que comenzó la inundación. Ya el Papaloapan no hace alarde de su potencia. Parece que las aguas bajan. Para desasirme de la garra glacial que entumeció mi cuerpo, me tiendo al sol sobre la carne húmeda y lodosa de la loma. Calor de sol. Renacer. Sobre el frágil sedimento de este lodo que ha dejado al acoplamiento gigante de la tierra y el agua pongo los cimientos de una nueva esperanza. Mi cabeza se inclina bajo el peso de la tragedia; hombres flotando entre la espuma viscosa de las aguas turbias, hinchados ya, con pavorosas expresiones en los rostros. Matías y José llenan el ambiente con su carga de promesas, de suspiros, de suplicas. Yo estoy callada, hosca y ceñuda. En esta inundación soy pescadora de almas. Los dolores humanos, los escondidos llantos, las pústulas del alma se exponen para que el Altísimo las oiga en las voces quebradas por el llanto de estos hombres más débiles que yo. “Padre Nuestro que estas en los cielos...” y resurge la fe, único bálsamo de la humanidad doliente. ¡El Papaloapan!... ¡La inundación!... ¡El légamo!... El Papaloapan ya no es el río milagroso, amado por mí. Es un pobre pantano donde una colonia de algas pudre el ambiente. ¡El río! ¡El Papaloapan! Mañana, otra vez, cuando cesen las lluvias volvera a su cauce. Sobre esta ciénaga, como hongo sin origen brotara la vida. Sobre el

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limo que deje resurgirá la vida exuberante e intensa de los trópicos, pero en mi salón de clases faltaran, ya para siempre, las voces de aquellas muchachitas que se llevó en su furia; en mi alma no habrá ya amor para sus aguas ondulantes, mis ojos apasionados no volveran a verlo nunca, ya jamás volveré a recostarme en sus riberas aunque otra vez se finja bueno y se vistan de palmas sus anchurosas márgenes, aunque los “catajúas” se paren en las ramas de los mangos y se finjan granates emplumados.

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Testimonios grรกficos


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I

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ARCHIVO DE CARLOS MELO LÓPEZ

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Carlos Melo López. Huauchinango, (Pue., 1900 — Tuxtepec, Oax., 1970). Trabajó en Ferrocarriles Nacionales en el estado de Hidalgo y como telegrafista en Veracruz. Llegó a la Cuenca primero a Otatitlán y después a Tuxtepec donde casó con la Sra. Modesta Montor García. Instaló su estudio fotográfico en la avenida Independencia entre Morelos y Arteaga. Usaba una cámara de fuelle y tripié con la que hacía fotografía social y testimonial. Cámara en mano, levantó el testimonio gráfico de la inundación desde el momento en que las aguas se desbordan sobre la ciudad. La tragedia de Tuxtepec se publicó en diciembre de 1944, constituyéndose como el primer testimonio gráfico y textual en ser publicado sobre el dramático acontecimiento que azotó la ciudad del 23 al 25 de septiembre de aquel año. En esta ocasión, se adicionan al material fotográfico, otras placas pertenecientes al mismo fotógrafo que no fueron incluidas en la edición de noviembre de 1944.

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El pueblo recibe entusiasmado al Sr. Francisco Rodríguez Pacheco a su arribo a Tuxtepec.

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La señora Marina H. de Rodríguez Pacheco, alivia las penas de muchas mujeres desamparadas obsequiándoles dinero.


El Sr. Rodríguez Pacheco durante la visita que efectuó al Jardín de Niños “María Luisa”, que él sostiene de su peculio, en donde repartió dulces a los pequeños.

En el lugar denominado “Sebastopol”, el Sr. Rodríguez Pacheco estudia un importante proyecto para librar a la población de futuras inundaciones

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Lo que fuera la histórica casona en que se firmó el “Plan de Tuxtepec”, quedó completamente derruída.

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El r铆o, con furia incontenible entr贸 a la poblaci贸n, como puede verse en esta fotograf铆a, que fue tomada cuando las aguas bajaban.

El torrente invade la calle Morelos, destruyendo lo que encuentra a su paso

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La Avenida Independencia, en el segundo día de la inundación. Al fondo se distingue el Teatro “Pardo”, donde se salvaron cientos de personas

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Las aguas van bajando con desesperante lentitud.


Poco después de que el río volvió a su cauce se tomó esta fotografía. En primer término se ve una frágil chalupa que sirvió para salvar muchas familias

Una casa de la Avenida Independencia que sufrió serios desperfectos.

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Frente al Teatro “Pardo” quedó un horrible hacinamiento de palos, troncos y lodo. En ese chalán se salvaron muchos vecinos de ese lugar.

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Triste estado en que quedó la calle Morelos


Techos caídos y pedazos de tablas. A ésto quedó reducido el alegre billar del “Paso Real”. Las mesas fueron arrojadas a muchos metros de distancia.

Parte del Malecón “Ricardo Castro” completamente destruído por la avalancha

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El Comité de Emergencia distribuye los primeros auxilios en la Escuela Secundaria Federal. Nótese la cantidad de lodo que dejó el río en la Avenida Independencia

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Destasando una res frente a la casa del señor Enrique Trejo, para distribuirla al pueblo.


Sobre el “Hotel Pacheco” cayeron los postes de teléfono y telégrafo destruyéndolo casi todo.

En esta poza llena de agua, estuvo el edificio de Telégrafos, siendo arrancado desde los cimientos.

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Aquí estuvo la casa que fué del señor Juan Romero y que servía de bodega al señor Francisco Moreno Z.

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Una casita de la Avenida 5 de Mayo bloqueada por troncos de árboles y basuras. En la azotea buscaron refugio muchas personas.


Una solitaria casa de la Avenida Libertad que resistiĂł la formidable embestida de las aguas.

Los emocionados creyentes llevan al SeĂąor del Desagravio hasta el kiosco del 101 parque JuĂĄrez, para celebrar una misa.


La multitud arrodillada oye con fervor una misa de acci贸n de gracias en el parque Ju谩rez.

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Las casas de campa帽a que facilit贸 el gobierno de Puebla, sirvieron para albergar a las familias que quedaron sin hogar.


He aquí lo que quedó de lo que fuera el poético Malecón “Ricardo Castro” que aparece en la carátula.

En una esquina del parque Juárez se instalaron varias casas de campaña para que la 103 Brigada de la Cruz Roja de Puebla atendiera a los enfermos


En el edificio que ocupa el Jardín de Niños, un grupo de maestros de la Escuela “Pacheco y Henning” de Puebla, distribuye ropas y cobijas a la gente pobre.

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El señor Presidente de la República llega a Tuxtepec para dictar importantes acuerdos y aliviar la situación de las víctimas de la inundación.


El Primer Magistrado de la Nación recorre la ciudad, para darse cuenta de la magnitud del desastre. Lo acompaña el C. Gobernador del Estado, Gral. Sánchez Cano.

Casas de la Avenida Independencia completamente destruídas.

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La casa comercial del señor Casto Paz en el Barrio Abajo, también quedó destruída.

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Señoritas enfermeras del Centro de Higiene, en su noble tarea de prevenir las enfermedades.


La Estación del Ferrocarril sufrió serios daños, perdiéndose toda la mercancía almacenada en sus bodegas. La flecha indica hasta donde subió el agua.

Solo escombros quedaron de lo que fuera la casa comercial del señor Genaro Bravo 107 Loyo, en la Avenida Independencia.


Una cuadrilla de trabajadores removiendo los escombros frente a la casa del Gallito

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No hubo un solo lugar de Tuxtepec que no sufriera las consecuencias de la inundaci贸n. Un aspecto de la calle Allende.


Hasta aqu铆 llega ahora la poblaci贸n. M谩s de 500 metros de terreno se llev贸 el Papaloapan.

Un desolador aspecto de otro lugar de Tuxtepec.

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Así quedó la bodega de la casa comercial del Sr. D. Luis G. Lavalle.

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Ruinas de lo que fuera la casa comercial del señor José Casal en la Avenida Independencia.


Debajo de esos escombros fue encontrado el cadáver de una persona que murió aplastado por el derrumbe.

Así quedó el consultorio del Dr. Adolfo Díaz.

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La motoconformadora enviada por el Presidente de la RepĂşblica, nivelando una calle.

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Sobre las ruinas de su hogar, esta familia medita en el futuro.


Aspecto de la calle Aldama al retirarse las aguas

Lugar denominado “El bajito” donde rompió el río provocando una enorme zanja

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Línea que seguía la calzada de la avenida 5 de mayo por varias cuadras hacia la ribera que fueron arrasadas por la corriente

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Casas destruidad sobre la ribera del río Papaloapan


A causa de la unundaci贸n, el pante贸n qued贸 lleno de tierra y hoyancos

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Teodoro Acevedo Villamil (Tuxtepec, Oax. 1906-1987) visitaba a sus parientes en esta ciudad cuando tuvo lugar la inundación. Realizó una treintena de imágenes sobre diferentes momentos de la riada. Es el conjunto de imágenes más difundidas sobre dicho acontecimiento, ha sido expuesta en diversos momentos por el nieto del fotógrafo: Rodolfo Lavalle Acevedo. Las descripciones que aquí se presentan corresponden en su mayoría a las proporcionada por Rodolfo Lavalle. Las imágenes fueron otorgadas en comodato en el 2010 al Museo Regional de Tuxtepec.

I

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ARCHIVO DE TEODORO ACEVEDO VILLAMIL

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Conjunto de casas en en la ribera del Papaloapan en la zona conocida como “Barrio abajo�, devastados por la corriente

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En la esquina de Allende y 5 de mayo la “Casa Lavalle� donde se salvaron numerosas personas

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Ruinas de la panader铆a de don Clemente L贸pez en la avenida Independencia

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Casas de las familias Ahúja y Cué en la avenida Independencia después de la creciente del Papaloapan

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Brigada de voluntarios de la Cruz Roja de Puebla ayudando para la reconstrucci贸n y limpieza del pueblo

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Una mujer discapacitada es cargada por voluntarios para salvaguardarse de la creciente del Papaloapan

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Recorrido del presidente de la Repテコblica General Manuel テ」ila Camacho por la avenida Independencia

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Un transeĂşnte se desplaza entre la corriente sobre la avenida 5 de mayo

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Doña Asunción Santiago Juárez con sus trillizas María Guadalupe, María Magdalena y María Martha conocidas en la tragedia de 1944 como las tres Marías

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La casa verde vista desde el campanario de la parroquia, al fondo la casa de las se単oritas Ocampo Lavalle

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La esquina de Aldama e Independencia vista desde lo alto del cine-teatro Pardo

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Don テ]gel Vidal Brocado, el boticario del pueblo en el corredor de su casa con sus pequeテアos hijos en plena limpieza de su propiedad

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Chalanes sobre la avenida Independencia en los cuales se salvaron muchas vidas y vieron la luz otros tantos infantes en esos difĂ­ciles momentos

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Doña Rosa María Marrón Martínez y Mercedes Vidal Pérez contemplan sus escasas pertenencias que sobrevivieron a la inundación del Papaloapan

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El puente del ferrocarril, semidestruido por la fuerza de la corriente

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Las familias sobrevivientes buscan entre el lodo sus escasas pertenencias despuĂŠs de que las aguas del Papaloapan regresaron a su cauce

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Don Conrado SĂĄnchez jefe de la oficina de correos, asolea los bultos de cartas despuĂŠs de la creciente

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La calle de Mina en el “Barrio abajo� totalmente destruido por el Papaloapan

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La ribera del Papaloapan sobre la avenida Independencia en completa devastaci贸n

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Un cad谩ver no identificado de los muchos que fueron encontrados en el fondo del lodo que dej贸 el Papaloapan

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A las 8:30 de la ma単ana, el nivel del agua daba a la rodilla, el kiosco, la iglesia y la casa verde estaban llenas de gente

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Don Clemente López a las puertas de las ruinas de su panadería “La Vencedora” con algunos familiares

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El cruce de las avenidas 5 de mayo y Guerrero vista desde el campanario de la parroquia

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Casa de la familia Trejo después de la trágica inundación

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La avenida Independencia vista desde el balc贸n del Hotel Buenavista

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Hotel Buenavista, ubicado en la esquina de la avenida Independencia y la calle Ray贸n

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El cura Silviano PĂŠrez con su sacristĂĄn Felipe de Valencia en la casa del curato

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La avenida Independencia vista desde la calle Hidalgo

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Damnificados esperando ayuda en la calle Guerrero, lateral del palacio municipal

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Don Clemente López en la ribera del Papaloapan, donde estuvieron ubicados los hornos de la panadería “La Vencedora”, de su propiedad

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ARCHIVO INSTITUCIONALES Y FAMILIARES

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➢ Existen diversas imágenes logradas durante la inundación de 1944 cuyos autores no han sido identificados por lo que se ha optado por asignarla a las personas o instituciones que las conservan. Muchas de estas imágenes se han mantenido en forma privada y hace falta una tarea especial para integrarlas y difundirlas. Estas son, solo algunas de ellas.

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Aspecto de las casas destruidas sobre la ribera del Papaloapan. Colecci贸n del Archivo Hist贸rico del Agua

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Otro aspecto de las casas destruidas sobre la ribera en la avenida Independencia. Colecci贸n Archivo Hist贸rico del Agua

Vista de la calle Independencia con el Hotel Buenavista al fondo. Colecci贸n del 151 Archivo Hist贸rico del Agua.


Casa de la familia Illana después de la inundación. Colección Salvador Illana.

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Personas posando después de pasada la tragedia. Colección particular.



1944: el año cero. Se terminó de imprimir en el mes de septiembre de 2014 en su versión digital en los talleres de Duplimedios, S.A. de C.V., se tiraron 200 ejemplares más sobrantes para reposición.


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