Prometeo

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Dos documentos conciliares tratan de Jesucristo de una manera más directa, Gaudium et spes y Ad gentes, ambos promulgados el último día del Concilio, el 7 de diciembre de 1965. Ambos consideran la relación de la Iglesia con el mundo, pero en un enfoque diferente, que hasta podría considerarse como contrario. Porque el primero, Constitución pastoral sobre la Iglesia en el mundo actual, plantea una relación de convivencia y de mutua relación, mientras que el segundo, Decreto sobre la actividad misionera de la Iglesia, plantea una relación de conversión y conquista. Tienen, además, otra diferencia que se puede resumir en dos palabras: el primero es estúpido y el segundo inteligente. Esto explica que una tercera diferencia sea sólo aparente y no real: el segundo parece más católico. En realidad, ambos sostienen la misma doctrina, pero el primero la expone bobamente y el segundo la disfraza con habilidad. Éste último documento, que obtuvo el record de aprobación en la votación final (2.394 placet contra 5 non placet), fue redactado de un tirón por los dos campeones del Concilio, Karl Rahner e Ives Congar. Enseña la fe católica que el Hijo de Dios se hizo hombre para que el hombre se haga hijo de Dios. El Verbo divino se encarnó y padeció en la Cruz para redimirnos del abismo del pecado y devolvernos la participación de su filiación divina. Para alcanzar, entonces, la gloria divina, el hombre debe sacrificar con Cristo las glorias humanas que lo atan al pecado. Pero el humanismo nuevo, dijimos, es la reacción del hombre viejo ante el horror de la cruz, por el cual esconde el talento de gracia que se le dio, prefiriendo ser simple hombre con paz que hijo de Dios con dolor251. El humanista nuevo -el integral, no el ateo- sabe que la paz le vino sólo con Jesucristo, de manera que no quiere renunciar a Él y va a persuadirlo para reorientar el fin de su misión: “Absit a te, Domine, non erit tibi hoc!”252. El truco es simple y ya lo señalamos: el hombre es imagen de Dios, porque es propio del hombre ser libre y es también lo propio de Dios; de allí que el hombre es más divino cuanto más humano. Sin renunciar entonces a la fórmula tradicional, el humanismo conciliar le dará una nueva interpretación: El Hijo de Dios se hizo hombre para que el hombre se haga verdadero hombre253. Jesucristo, verdadero Dios y verdadero hombre, será presentado por Gaudium et spes como perfecto Hombre, el hombre ejemplar que viene a humanizar la Humanidad. Ad gentes, en cambio, parece ser el documento conciliar que, por fin, nos dice que Cristo es también Dios. Pero, por una oscura necesidad que no llegamos a comprender totalmente, Cristo verá disminuida su divinidad por el magisterio conciliar, que se muestra claramente tocado por un cierto neo nestorianismo y un neo arrianismo.

I. JESUCRISTO PERFECTO HOMBRE Mateo 25, 24: “Llegándose también el que había recibido un talento dijo: «Señor, sé que eres un hombre duro, que cosechas donde no sembraste y recoges donde no esparciste. Por eso me dio miedo, y fui y escondí en tierra tu talento. Mira, aquí tienes lo que es tuyo»”. 252 Mateo 16, 21-24: “Desde entonces comenzó Jesús a manifestar a sus discípulos que él debía ir a Jerusalén y sufrir mucho de parte de los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas, y ser matado y resucitar al tercer día. Tomándole aparte Pedro, se puso a reprenderle diciendo: «¡Lejos de ti, Señor! ¡De ningún modo te sucederá eso!» Pero él, volviéndose, dijo a Pedro: «¡Quítate de mi vista, Satanás! ¡Escándalo eres para mí, porque tus pensamientos no son los de Dios, sino los de los hombres!» Entonces dijo Jesús a sus discípulos: «Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame. Porque quien quiera salvar su vida, la perderá, pero quien pierda su vida por mí, la encontrará»”. 253 La Comisión Teológica Internacional se refiere a esta interpretación en unas conclusiones sobre Teología, Cristología y Antropología, de 1981 (en CTI, Documentos 1969-1996, BAC 1998, p. 253-254). Bajo el subtítulo: La imagen de Dios en el hombre o el sentido cristiano de la «deificación» del hombre, comienzan diciendo: “«El Verbo de Dios se ha hecho hombre para que el hombre se hiciera Dios». Este axioma de la soteriología de los Padres, sobre todo de los Padres griegos, se niega en nuestros tiempos por varias razones. Algunos pretenden que la «deificación» es una noción típicamente helenista de la salvación que conduce a la fuga de la condición humana y a la negación del hombre. Les parece que la deificación suprime la diferencia entre Dios y el hombre y conduce a la fusión sin distinción. A veces se le opone, como un adagio más coherente con nuestra época, esta fórmula: «Dios se ha hecho hombre para hacer al hombre más humano»”. Viene luego una explicación del sentido de «deificación» carente de todo sustento ontológico: “La cercanía a Dios [que supone la deificación] no se alcanza tanto por la capacidad intelectual del hombre cuanto por la conversión del corazón, por una obediencia nueva y por la acción moral, las cuales no se realizan sin la gracia de Dios... De la misma manera que la encarnación del Verbo no muda ni disminuye la naturaleza divina, así tampoco la divinidad de Jesucristo muda o disuelve la naturaleza humana, sino que la afirma más y la perfecciona en su condición creatural original”. Es cierto que no la disuelve, pero ¡vaya que la muda! ¿es que no la modifica el organismo sobrenatural de la gracia santificante y virtudes infusas? Después de la explicación, que uno creyó que iba a defender el axioma de los Padres contra el moderno, se termina concluyendo: “En este sentido, la «deificación» entendida correctamente hace al hombre perfectamente humano: la deificación es la verdadera y última «humanización» del hombre”. No hay que negar, entonces, el axioma de los Padres, pero porque significaría lo mismo que el adagio a la moderna. 251

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