¡Creo! Cofrades en la Fe

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¡Creo!

COFRADES Hermandad Santa Vera Cruz + Martos (Jaén)

EN LA

FE

| Nº 12 | AGOSTO | 2013


Asunción de María

GRUPO PARROQUIAL PRIMITIVA HERMANDAD DE LA SANTA VERA CRUZ Y COFRADÍA DE PENITENCIA Y SILENCIO DE NUESTRO PADRE JESÚS DE PASIÓN Y NUESTRA SEÑORA MARÍA DE NAZARETH Diputación de Formación y Convivencia Diputación de Publicaciones

¡Creo! COFRADES

EN LA Número 12 · agosto 2013

FE

PUBLICACIÓN DIGITAL: www.issuu.com/veracruzmartos CAPELLÁN Y PÁRROCO: Rvdo. José Checa Tajuelo Pbro. REDACCIÓN: Miguel Ángel Cruz Villalobos, María Inmaculada Cuesta Parras, Manuel Márquez Herrador y Gabriel Zurera Ribó COLABORADORES: Eduardo A. de Diego Amate, Jesús Díez del Corral Pbro., José Manuel Espejo Martínez, Francisco Javier Leoz Ventura Pbro., Florencio Mínguez Niño o.f.m., Facundo López Sanjuán Pbro., Yves Raguín s.j., Hno. Abdón Rodríguez Hervás y Nicolás Vargas Melero FOTOGRAFÍA: Juan Carlos Fernández López DISEÑO Y MAQUETACIÓN: Antonio Moncayo Garrido EDICIÓN DIGITAL: Antonio García Prats PORTADA: Jesús Caballero Caballero DIRECCIÓN POSTAL: Parroquia de San Juan de Dios Plaza de San Juan de Dios, 1 23600 Martos (Jaén) veracruz.martos@gmail.com DEPÓSITO LEGAL: J-1.292-2012 La revista ¡Creo! Cofrades en la Fe no participa necesariamente de las opiniones expresadas por nuestros colaboradores, limitándose solamente a reproducirlas.

REDACCIÓN

Parece que fue ayer cuando veíamos a Jesús (entonces Jesusito) en el presbiterio de la Iglesia de la Santísima Trinidad, con su carita de niño bueno y mimado de las Monjas que lo veían como un pequeño serafín. Ahora es ya todo un joven adulto que sigue la impronta de su gran maestro Joaquín Marchal -los colores de su obra lo delatan-. Una madonna -se me antoja theotokopoulizada, por lo estilizada- es llevada al cielo por querubines velados entre nubes. Pintura al óleo sobre tabla realizada por esta joven promesa que se va haciendo cada vez más realidad. Era de esperar que en el mes de agosto, la portada de esta revista fuese dedicada a la Asunción de María. Este Dogma, proclamado en 1950 por Pío XII, era consecuencia inmediata de aquel otro definido en 1854, que se refería a la pureza de María como Inmaculada Concepción. Era de esperar que si María no había sido corrompida por el pecado original, no habría de pasar por el efecto de éste que no es otro que la muerte. El Nuevo Catecismo de la Iglesia Católica (966) nos lo explica así, citando a Lumen Gentium 59, que a la vez cita la Bula de la Proclamación del Dogma: “Finalmente, la Virgen Inmaculada, preservada libre de toda mancha de pecado original, terminado el curso de su vida en la tierra, fue llevada a la gloria del Cielo y elevada al Trono del Señor como Reina del Universo, para ser conformada más plenamente a su Hijo, Señor de los señores y vencedor del pecado y de la muerte”. Este dogma nos ratifica en la esperanza cierta de que algún día resucitaremos para morar en la casa del Padre. Amén.

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en

. . . o t agos

Octava llave: en la Iglesia

La Eucaristía JESÚS DÍEZ DEL CORRAL

7. EXPERIENCIA DE FE

5. SACRAMENTO

17.

PIERRE-MARIE DELFIEUX

11. DIEZ

Memoria agradecida FLORENCIO MÍNGUEZ

4. ¡Creo! Cofrades en la fe

VATICANO II CONCILIO

LLAVES

PARA ORAR

Ayer y hoy FACUNDO LÓPEZ SANJUÁN

11. La humildad de la oración

10. Abba, Padre

15. Martos Eucarístico

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¡Creo! Cofrades en la fe “Ayer vendrá”, decía el poeta y sin embargo su importancia deslucida y relegada ha originado un tiempo al que perdido le hemos el sentido y su lógica vital. Marginada eclesialmente, tanto a nivel teológico como catequético, la esencial proclamación litúrgica de la fe: “Y de nuevo vendrá con gloria a juzgar a vivos y muertos”. Por eso la esperanza se diluyó de manera tal que devaluada impusiera un mundo sórdido en el que las flores fueran obligadas a brotar a punta de pistola. La espera y la esperanza deben volver a ocupar, transformadas y transfiguradas la misma centralidad y ontología que por principio tuviera aquella original centralidad bíblica. Pero la involución viene, por fruto del Espíritu inspirador de las reflexiones que se hacen a tiempo, ya de vuelta y las distancias se relativizan nuevamente cuando retomando, digamos, a San Pablo, advertimos y tomamos conciencia realmente de haber participado ya en la resurrección por el bautismo, poniendo en justicia a la espera como manifestación de Jesús. Salvados que hemos sido en la esperanza, no se trata de una espera de salvación, sino de apreciar que la esperanza es característica y constitutivo esencial de esa salvación. ¿Por qué la humanidad ha venido manteniendo con una constancia en espiral una dialéctica en términos de irredención? Es ese el estado del interior del ser derrotado, yerto de pena y dolor, mas quien piense que la salvación no ha llegado es que no sabe que ha llegado el Mesías, por ello urge volver a conectar la Parusía con la realidad. No es pues necesario, para proporcionar una explicación coherente, disculpar a Dios del sufrimiento del mundo, de su drama constante, si se entiende la trascendencia del Hijo Encarnado y de su camino de filiación que lleva hasta la cruz, respuesta auténtica de Dios. Pero la glorificación posterior de ese Hijo no clausura en modo alguno la historia que sigue abierta. Sin comprender la Parusía en su auténtica dimensión e intensidad, o trivializamos las heridas de esta tierra ante el grado de salvación alcanzado o suponemos la respuesta de Dios como satisfacción con lo ya hecho, referido a la entrega efectuada de su Hijo. Ambos razonamientos se contraponen al auténtico significado de Cristo y a la experiencia que alboreaba entre los primeros creyentes en el Resucitado. Por eso, cuando la Parusía no se entiende como debiera y se descuida su importancia, se dice que la Iglesia pierde su capacidad para denunciar, permaneciendo impasible mientras se legitima la lógica de unos seres humanos acostumbrados a la pesadumbre, evitando posturas necesariamente radicales y permitiendo se cristianicen las actitudes de una sociedad acomodada, en lugar de potenciar capacidades movilizadoras de la esperanza, así como consintiendo la identificación de ésta con la espera de una pueril e inmadura felicidad celestial, en vez de pregonar la auténtica alternativa de un cielo y una tierra nueva. Así es que el Resucitado se muestra y se hace presente como aquel que ha sido crucificado, portando en su carne, como razón, consecuencia y signo, las llagas de la cruz. Por ello se incluye como manifestación de fe el descenso de Jesús a los infiernos, a la inmundicia, en conexión con el carácter mortal de la vida humana. La forma gloriosa del Hijo de volver al Padre es por y entre “los infiernos” y abismos de la muerte, lo cual es pasado presente retornando de continuo a través de las “experiencias abismales” de los hombres. El lenguaje de Jesús, Él que retorna, se pronuncia a través de los aniquilados, de los despreciados, de los caídos. Si tú vives en su Parusía, habrás de abrirte camino entre los infiernos de este mundo para instaurar la definitiva y contundente paz del Mesías, de la reconciliación universal. En la medida en la que cada persona se abra con sensibilidad ante los quejidos, clamores y lamentos que atraviesa la historia humana, la Parusía se estará produciendo.

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Bautismo Eucaristía Confirmación penitencia matrimonio orden sacerdotal unción de enfermos

La Eucaristía, alimento de nuestra fe JESÚS DÍEZ DEL CORRAL, Pbro. Párroco de Peal de Becerro (Jaén)

Dentro de nuestro repaso por los sacramentos de la Iglesia vamos a tratar en este artículo del sacramento fuente y culmen de la vida de la Iglesia: la Eucaristía. Forma parte junto con el Bautismo y la Confirmación de los denominados sacramentos de la iniciación cristiana. Si el bautismo nos introduce en el misterio de Cristo y la confirmación madura esa fe recibida en la pila bautismal, la Eucaristía nos alimenta en nuestro caminar diario al encuentro de Jesucristo dentro de la Iglesia. La Eucaristía es el acontecimiento central de toda la historia. Jesucristo, al final de su vida terrena, vivió su Pascua salvadora, su paso en tres momentos: el jueves en su última cena, el viernes en su muerte y el domingo en su resurrección. En el jueves Santo adelanta la muerte que sufrirá al día siguiente. Celebra con su cuerpo roto y su sangre derramada lo que tendrá lugar en la tarde del Viernes Santo. Jesús, antes de celebrar la cena con sus discípulos, sabe que tiene que pasar por esta Pascua y se tendrá que separar de sus discípulos y de este mundo. Pero sabe que la separación en su muerte dará más plenitud al unir a Dios con los hombres, esto es la COMUNIÓN que se celebra en la Cena del Señor. En el jueves Santo se compendia todo lo que va a suceder, y es lo que cada día y sobre todo el domingo celebramos y actualizamos en la Eucaristía: el acontecimiento salvador, la Pascua del Señor Jesús que atraviesa la historia, la marca y la convierte en el acontecimiento central del cristianismo junto con la Encarnación.

La Iglesia recibe esta joya y tiene que ponerle un “estuche”, para que viva en plenitud lo que vivió el Señor Jesús. Eso es la celebración de la Eucaristía propiamente dicha. Es un modo, una institución, un ritual que ha variado en su modalidad a lo largo de los siglos pero que ha mantenido una misma forma a lo largo del tiempo.

Al final de la última cena, Jesucristo nos dijo: “Haced esto en memoria mía”. En ese momento, Jesús entregó a su Iglesia la “joya” más preciada que es todo su amor expresado en su misterio pascual.

Es el modo en el que Cristo se nos da a los hombres, por eso la Eucaristía tiene dos grandes mesas: la mesa de la Palabra y la mesa del Altar. En la primera, Cristo hecho Palabra se nos da como re-

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velación y enseñanza, se actualiza con las palabras del sacerdote en la homilía que cada día nos enriquece con su palabra, variada y sencilla que refleja la validez de una Palabra que sale de Dios y cala en el corazón para que vuelva a Dios en alabanza. Por otra parte, la mesa del altar donde se nos da el mismo Cristo, Cristo carne, Cristo vida. Queda otro tercer altar: el altar del corazón de cada uno que ha recibido a Jesús y lo lleva en su cuerpo, siendo un testigo de su Amor entregado. Benedicto XVI afirma de la Eucaristía que comulgar el Pan de la vida es un gran encuentro entre dos personas. “Cristo me acoge a mí, con mis defectos, así como soy, y yo acojo a Cristo, a toda su persona y enseñanza” afirma nuestro Papa emérito. Para comulgar bien la Iglesia nos recomienda dos actitudes básicas para recibir en gracia a Jesús Eucaristía. La primera es hacer un ayuno previo antes de la celebración que significa que dejemos un vacío no sólo de alimento sino de todo lo que nos preocupa e inquieta y que nos servirá para que Cristo entre en nosotros. El segundo momento es el perdón antes de la comunión unido íntimamente al sacramento de la penitencia para estar en estado de gracia y recibir como se merece a Jesús. Tenemos una cita dominical, el día de la resurrección. La Iglesia por la necesidad de nuestra

debilidad y contingencia nos dice que todos los domingos consagremos ese día al Señor. Por eso nos pide que asistamos a misa. El CCE recoge unas palabras del vaticano II: “Nuestro salvador en su última cena, instituyó este sacrificio que la Iglesia, su esposa amada, perpetua su banquete pascual en el que los fieles reciben a Cristo, su alma se llena de gracia y se nos da una prenda de la vida futura” (CCE nº 1323) La Eucaristía se celebra todos los días y en diversos acontecimientos (sacramentos, celebraciones festivas, exequias, etc.), por eso decimos que Cristo nos alimenta y en cada celebración es un motivo de alegría recibir a Cristo, siendo el culmen de la semana la celebración dominical de la que resuenan los ecos durante toda la semana donde se realiza el misterio de la muerte y resurrección de Cristo. Durante la misa el espacio y tiempo se han movido. Se mezclan el pasado, presente y futuro. “El señor esté con vosotros”, “levantemos el corazón”, es una voz universal que llega a toda la humanidad, incluso cuando en la Eucaristía invocamos a los ángeles. Pero ante todo la invitación final: “podéis ir en paz”, en latín “ite missa est” es un envío para que los cristianos, una vez alimentados de Jesús, proclamemos con nuestra vida lo que hemos vivido y celebrado en este sacramento.

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Experiencia de fe

Memoria agradecida Fr. FLORENCIO MÍNGUEZ Franciscano y misionero en la Amazonía peruana

El hermano Miguel Ángel Cruz me invitó a escribir algo sobre la Misión Franciscana de FLOR DE PUNGA, en la Amazonía peruana. Hace tiempo que pensé en hacerlo, pero ya ven, es ahora que me estoy decidiendo. El 29 de junio se cumplieron 14 años de mi llegada al Perú y, más concretamente, a la Parroquia La Inmaculada, en Flor de Punga, distrito de Capelo, en la Región Loreto. Los 81 pueblos que forman la Parroquia están a ambos lados del río UCAYALI, que no es otro que el AMAZONAS, que toma este nombre bastante más abajo, en la confluencia con el MARAÑÓN. Ambos inmensamente grandes, profundos y navegables por toda clase de embarcaciones.

Las grandes distancias, las dificultades en el traslado, que no tenemos otra forma de hacerlo que por el río, obliga al cuidado de las comunidades de forma muy diferente a lo que es habitual por España. La visita para las más alejadas, no menos de 24 horas en lancha, nos obliga a hacerlo una sola vez al año y para administrar alguno de los sacramentos, por lo general el bautismo. Para las más cercanas, los encuentros son más frecuentes y también por otros motivos, como la celebración de su fiesta de aniversario. En Flor de Punga, sede de la Parroquia y con una población de 2.500 habitantes, la actividad diaria es algo más parecida a lo que por ahí es habitual. Misa diaria, atención a los diferentes grupos

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Entre todos destacamos la dotación de AGUA POTABLE a Flor de Punga; proyecto que fue y sigue siendo modélico en toda aquella ribera del Ucayali y que tenemos que agradecer a MADRE CORAJE. También la construcción de casas, proyecto que hemos llamado VIVIENDA DIGNA; gracias a la ONG de Cádiz MARANA–THA, hoy en la Parroquia hay más de 50 familias que pueden vivir más dignamente.

parroquiales, celebración de sacramentos y la preparación para los mismos con catequesis a lo largo del año. Una atención especial llevan los ANIMADORES CRISTIANOS; hombres y mujeres que en los diferentes caseríos (por aquí los llamamos así), son los responsables de su comunidad. Ellos son los que cada domingo reúnen a los católicos en la celebración de la Palabra; visitan a los enfermos o dan sepultura a sus difuntos. Ellos son el lazo de unión con el párroco, para hacerle llegar todas las necesidades y todos los problemas de tipo espiritual y material. Al menos una vez al año, reciben una formación especial o cursillo. Casi desde el comienzo nos hemos preocupado por LA EDUCACIÓN de niños y jóvenes. La Parroquia cuenta con un CETPRO (Centro de Estudio Técnico Productivo), en él los jóvenes se preparan en: informática, industria del vestido, carpintería y, por algún tiempo tuvimos, soldadura. También desde el principio, apoyamos con BECA DE ESTUDIOS a jóvenes que se preparan para el futuro y lo hacen en la universidad o en institutos técnicos. Son muchos los que han terminado ya y están ejerciendo como maestros, enfermeros, electricistas, contables, mecánicos, etc. Con la ayuda de la ONG de Jerez MADRE CORAJE, al comienzo de cada curso, podemos repartir unos 300 lotes escolares para niños muy pobres o que viven con los abuelos.

En la actualidad estamos trabajando en colaboración con el Gobierno Regional, en lo que han llamado “TECHO DIGNO”. El gobierno les da las calaminas y clavos para el techo y nosotros añadimos el piso y/o cerrado de la casa. Este apoyo lo podemos dar gracias a LOS GRUPOS DE NUESTRO CONVENTO DE GRANADA y a todos aquellos colaboradores que nos hacen llegar su platita, y no especifican el destino que quieren le demos. Muchas otras ayudas se llevan a cabo desde la Parroquia, mencionamos: enfermos, sacada de documentos, viajes, etc. Todo esto que acabamos de contaros, sólo tiene una finalidad: SER UN HOMENAJE a todos aquellos, muchos gracias a Dios, que aún me siguen recordando y en mí y conmigo recuerdan y quieren a todos estos hermanos de la Amazonía en la que me encuentro. El Señor que mira el corazón del hombre, nos bendiga y nos conceda la gracia de seguir amando y sirviendo a los más pobres.

A lo largo de estos 14 años han sido varios los PROYECTOS DE DESARROLLO y de carácter social que hemos ido llevando gracias a la colaboración de muchos amigos, principalmente de Andalucía.

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Proyecto “Vivienda digna”

Con la colaboración de la ONG “Madre Corage” de Jerez

Con la colaboración de la ONG “MARANA-THA” de Cádiz

Atención sanitaria primaria

Con la colaboración de la ONG “Madre Corage” de Jerez

P. Florencio con unos amigos de Martos que le visitaron

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Abba,

Padre

SECCIÓN DEDICADA A LA ORACIÓN, COORDINADA POR HNO. ABDÓN RODRÍGUEZ HERVÁS, MONJE JIENNENSE DEL MONASTERIO CISTERCIENSE DE SANTA MARÍA DE LAS ESCALONIAS. HORNACHUELOS (CÓRDOBA).

AGOSTO Oremos por las intenciones del Santo Padre y la Conferencia Episcopal propuestas al Apostolado de la Oración, a las que le hemos sumado una de la Hermandad.

A GENERAL Padres y educadores: Que padres y educadores ayuden a las nuevas generaciones a crecer con una conciencia recta y una vida coherente.

A MISIONERA Iglesia en África. Que las Iglesias locales de África, fieles al Evangelio, promuevan la construcción de la paz y la justicia.

A CEE Que las instituciones católicas implicadas en los Medios de Comunicación Social trabajen prioritariamente en favor de la evangelización desde la plena comunión con la Iglesia.

A COFRADE Que los ex-cofrades alejados de su Hermandad vean y actúen con misericordia y bondad con la Cofradía y sus hermanos que han dejado en el camino.

Credo con María subiendo al cielo FRANCISCO JAVIER LEOZ VENTURA Delegado de Religiosidad Popular de la Diócesis de Pamplona

Creo, contigo María, que si camino como Tú en la tierra me aguarda lo que, Tú ahora, vives en el cielo. Creo, contigo María, que si en mis entrañas acojo a Cristo con la misma verdad que Tú lo acogiste en tu seno disfrutaré de esa eternidad que, ahora Tú, vives en la Ciudad Celeste. Creo, contigo María, que si abro los oídos como Tú lo hiciste a la voz del Ángel, soplo del Espíritu Santo, estaré llamado a compartir esa misma suerte que, ahora Tú, acoges asombrada ante la magnitud del Misterio del cielo. Creo, contigo María, que tu corona –no de oro ni de platafue el servir a Dios con todas tus fuerzas. Sentirme Iglesia viva, valiente y decidida ante un mundo que, en medio de tanto ruido, pretende silenciar el Amor que nació en Belén. Creo, contigo María, en este Año Santo de la Fe que para subir hacia el cielo, hay que bajar peldaños en la tierra que para ascender hacia Dios, hay que descender hacia el corazón de los sufridos que para escalar en medio de las nubes, hay que pisar la realidad de cada día. Creo, contigo María, en este Año de la Fe que, conocer a Cristo, es algo grande y es gracia divina. Que, servirle, es privilegio y altura de miras Que, escucharle, es dar oxígeno a nuestras almas Que, amarle, conlleva abrir los brazos a los que me rodean. ¡SÍ, MARÍA! ¡CREO CONTIGO EN DIOS! ¡SÍ, MARÍA! ¡CREO CONTIGO EN CRISTO! ¡SÍ, MARÍA! ¡CREO CONTIGO EN EL ESPÍRITU SANTO! Porque, los tres en uno, dieron VIDA a tu vida Esplendor y hermosura a tu figura Eternidad para siempre a tus pocas palabras Corona de triunfo que nunca se marchita a tu cabeza amueblada con palabras con sabor a obediencia, humildad, sencillez, silencio, evangelio, camino, Dios, Jesús, Espíritu e Iglesia. ¡CONTIGO, MARÍA, SE PUEDE CREER MÁS Y MEJOR! ¡CONTIGO, MARÍA, AL CIELO!

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Diez llaves para orar PIERRE-MARIE DELFIEUX

Ninguno de nosotros sabe orar, pero Jesús nos ha enseñado cómo hacerlo. Después de tantas y tantas generaciones, sus discípulos intentan imitarle, y han ido desarrollando y precisando, un cierto número de leyes para actualizar y concretar las enseñanzas del Evangelio. Enseñanzas que, a lo largo de los siglos, numerosos maestros espirituales han confirmado. Estas enseñanzas nos abren las puertas del mundo interior de la contemplación. Aquí tienes, hermano, hermana, diez llaves para la oración.

Si la oración es un acto eminentemente personal, nunca es sin embargo un acto individual. Y ésta no es la menor de las paradojas, porque una nueva llave de la oración se nos ofrece desde la maravillosa realidad de la oración eclesial, que es también oración litúrgica y participada. Quien no sepa orar en la Iglesia, no sabrá orar verdaderamente. La Iglesia es la prolongación de Cristo sobre la tierra y el lugar en el que el Espíritu sitúa a los hombres en la mayor unidad. Es en la Iglesia donde mejor brilla y se quema la zarza ardiente de la oración. La Iglesia nació del fuego de la contemplación que iluminaba la cámara alta. “Llegados a la casa, subieron a la sala donde se alojaban; eran: Pedro, Juan, Santiago, Andrés, Felipe, Tomás, Bartolomé, Mateo, Santiago el de Alfeo, Simón el Fanático y Judas el de Santiago. Todos ellos se dedicaban a la oración común, junto con algunas mujeres, además de María, la madre de Jesús, y sus parientes” (Hch 1, 12-14). Y se manifestó en primer lugar en el fervor de las primeras comunidades de Jerusalén, que se mantenían constantes en la oración: “Eran constantes en escuchar las enseñanzas de los apóstoles y en la comunidad de vida, en el partir el pan y en la oración” (Hch 2, 42). La Iglesia es la morada viva y vivificadora donde escuchamos unidos al Señor que nos dice que nos ama. Es allí donde le decimos unidos que le amamos. ¡Creo! Cofrades en la Fe X Hermandad de la Santa Vera Cruz X Número 12 X Agosto 2013 X Página 11


La oración litúrgica expresa, alimenta y construye el amor mutuo, que es el vínculo perfecto. “Por encima de todo, ceñíos el amor mutuo, que es el cinturón perfecto” (Col 3, 14). La oración litúrgica tiene algo que la hace irreemplazable: que no es una oración improvisada, sino recibida; que no es individual, sino comunitaria. Es una oración ofrecida, construida, establecida. En una palabra: eclesial. Es portadora de una gracia muy particular de fecundidad y de unidad. Nada mejor para acercar al hombre a Dios y unir a los hombres entre sí que la oración litúrgica, que forma el cuerpo de Cristo y une, anticipando el Reino, el tiempo y la eternidad, la tierra y el cielo. Quien sabe sumergirse en la divina liturgia, posee con toda seguridad una de las mejores llaves para la oración. La liturgia ilumina la vida, explica el pasado y alumbra el porvenir. Por la liturgia, el orante santifica el tiempo. La liturgia llena nuestro ser, unifica nuestros corazones, dilata nuestros espíritus y hace de todos nosotros, unidos, el mismo cuerpo en el único Espíritu. “Es un hecho que el cuerpo, siendo uno, tiene muchos miembros; pero los miembros, aun siendo muchos, forman entre todos un solo cuerpo. Pues también el Mesías es así, porque también a todos nosotros, ya seamos judíos o griegos, esclavos o libres, nos bautizaron con el único Espíritu, para formar un solo cuerpo” (1 Co 12, 12-13). Lejos de separarnos de lo real, la liturgia nos envía de nuevo constantemente a lo más cotidiano de nuestras vidas. La liturgia consolida nuestra esperanza, alimenta nuestra fe y aviva cada día en nosotros el fuego del amor cuyo epicentro es la Eucaristía. Mientras nos eleva hacia el cielo, la liturgia nos guarda en el corazón del hoy de Dios.

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La humildad de la oración YVES RAGUIN, s.j. (“Orar la propia vida”)

En este ámbito de fe que es el mundo de la oración no se puede entrar por la fuerza. Si Dios no abre a nuestra llamada, jamás podremos franquear el umbral de su misterio. Por eso Cristo da gracias a su Padre por haber revelado sus misterios a los humildes y sencillos y haberlos ocultado a los arrogantes y soberbios. Muchos se sublevan contra este tener que implorar la luz divina, como si fuera contra su dignidad de hombres. Pero, decidme, ¿de dónde viene el hombre y de quién obtiene su grandeza? Sé que Dios ha puesto en el espíritu humano un poder extraordinario, una asombrosa grandeza. ¡Cuántas veces le ocurre a quien entra en oración percibir que afluyen a él todo el poder de la creación y la fuerza del amor! Es lo que arrastra al hombre a la más alta conciencia de su valor. Ese poderío interior que exalta en nosotros lo que hay de más humano, nos hace a la vez alcanzar lo divino. Y es ahí, una vez llegados a la más alta cima de esta exaltación, donde ha de mostrársenos, en un más allá, la Omnipotencia divina. Si en esa exaltación de nosotros mismos hemos percibido de veras el poder divino que en ella se revela, no tendremos dificultad ninguna en decir: «Dios mío, toda esta fuerza es vuestra. Pero por grande que sea, no puede hacerme captar vuestro misterio. Dejo a un lado todo cuanto puedo alcanzar, para escuchar vuestra revelación, la que me hacéis en vuestro Hijo». La Escritura está llena de gritos semejantes que han lanzado el salmista y los profetas. Ellos sabían que el hombre, por sí solo, no puede tener acceso al misterio de Dios. Por estar llena de exaltación, su oración fue tan humilde, tan sencilla: «Escucha la voz de mi súplica cuando grito a Ti; a Ti, Señor, te llamo. Roca mía, no seas sordo». Mientras el hombre está rumiando pensamientos o repitiendo palabras, no siente la imposibilidad en que se halla de traspasar, de sondear el misterio de Dios. Pero cuando acepta quedarse delante de Dios en un silencio que es una llamada de fe, todo cambia. No puede hacer otra cosa que suplicar a Dios que ponga en él su mirada y que abra a su llamada. Quizás hace sólo un instante estaba tan orgulloso de sí... Y ahora descubre delante del Dios santo, que no es más que un pecador, y que lo que él consideraba su ciencia no es sino ignorancia. En toda oración, pues, hemos de intentar comprender pidiendo a Dios que nos ilumine. Entender las palabras y frases, lo podemos siempre, pero

comprender lo que Cristo quiere hacernos captar, no depende ya de nosotros, porque lo que es palabra en el libro es espíritu y vida en Cristo. Aún cuando entendamos algo, hemos de decirnos que hay todavía un sentido más profundo que no nos será mostrado sino más tarde, cuando hayamos progresado suficientemente en la intimidad divina. El conocimiento de Dios que nos está prometido no tiene fondo. Por eso, en la oración no debemos abandonar nunca esa actitud humilde. La humildad ha de crecer, incluso, a medida que avanzamos en la intimidad divina. Pero no hay que confundirse en cuanto a la naturaleza de esta humildad. Porque no es un sentimiento enfermizo de culpabilidad, ni siquiera un sentimiento de temor. Es el simple reconocimiento de la infinita distancia que nos separa de Dios dentro de la intimidad perfecta que Él nos ofrece como se le ofrece a un amigo muy querido. Es la humildad de un hombre libre que sabe que su libertad alcanza su perfección en el reconocimiento de su dependencia con respecto a Dios. Si medito en la Trinidad, podré ilustrarme con cuanto han podido decir los Padres de la Iglesia. Obtendré así ciertas intuiciones que me posibilitarán considerar el misterio y saborearlo intelectual y espiritualmente. Pero el misterio seguirá siendo misterio, y llegará un momento en que tenga que decir: «Dios mío, ¿qué más puedo hacer para entender?». Y vendrá la respuesta que diga: «Renuncia a entender y hazte humildemente dócil a la enseñanza del Espíritu». Con el humilde reconocimiento de su impotencia es como el hombre se prepara a recibir de Dios aquella enseñanza interior que nos mostrará el misterio con una luz nueva. ¿Qué luz es ésta? Es la unción espiritual que el Espíritu derrama sobre nuestros conocimientos cuando aceptamos que sean vivificadas con la luz de la fe. Las palabras adquieren una profundidad nueva, un gusto nuevo. Y el hombre tiene la sensación de recibir, no ya de hacer por sí mismo. La humildad no es otra cosa que la visión clara de nuestro puesto en la relación con Dios. No basta reconocer esta situación en teoría. Hay que obrar en consecuencia y expresar dicha convicción en nuestra vida de oración. Es preciso que esta actitud se haga habitual. De esta forma, la luz divina resplandecerá siempre sobre nosotros como resplandece en el corazón de todos los humildes.

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Vivir la fe a la intemperie PADRE ARRUPE, s.j. (Carta a toda la Compañía de Jesús, 1.11.1976)

Ser testigos de Jesús siempre, Pero más en nuestro mundo secularizado, Requiere hombres de Fe, Amplia experiencia de Dios Y de generosa comunicación de esa experiencia. Tener hoy la intuición y el valor De realizar creativamente nuestras opciones Requiere una docilidad al Espíritu Que no se consigue sino como don, Fruto de humilde escucha de ese Espíritu En el seno de una vida verdaderamente de oración. Todo ello es impensable sin un don de Dios Implorado en humilde oración. Vivir nuestra Fe y nuestra Esperanza a la intemperie, “Expuestos a la prueba de la increencia y de la injusticia”, Requiere de nosotros más que nunca la oración Que pide esa Fe, Y que tiene que sernos dada en cada momento. La Fe no es algo adquirido de una vez, Puede debilitarse y hasta perderse, Necesita ser renovada, alimentada, fortalecida constantemente. La oración nos da a nosotros nuestra propia medida: Destierra seguridades puramente humanas Y dogmatismos polarizantes Y nos prepara así, en humildad y sencillez, A que nos sea comunicada la revelación Que se hace únicamente a los pequeños.

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Martos Eucarístico Horarios de exposición del San!simo Sacramento en templos marteños

1 jue

Capilla Nuestra Señora de los Desamparados (Residencia) 17:30 h. a 18:45 h.

11 dom

Capilla Nuestra Señora de los Desamparados (Residencia) 17:15 h. a 18:00 h.

2

12

vier

Capilla Nuestra Señora de los Desamparados (Residencia) 17:30 h. a 18:45 h.

Capilla Nuestra Señora de los Desamparados (Residencia) 17:30 h. a 18:45 h.

3 sáb

Capilla Nuestra Señora de los Desamparados (Residencia) 18:00 h. a 18:45 h. HERMANDAD HUMILDAD Y DESAMPARADOS Iglesia del Monasterio de la Santísima Trinidad 10:30 h. a 13:00 h.

lun

TRIDUO A LA ASUNCIÓN DE NTRA. SRA. Iglesia Parroquial de La Asunción de Nuestra Señora 20:30 h. a 21:00 h.

13 mar

Capilla Nuestra Señora de los Desamparados (Residencia) 17:30 h. a 18:45 h.

4 dom

Capilla Nuestra Señora de los Desamparados (Residencia) 17:15 h. a 18:00 h.

5 lun

Capilla Nuestra Señora de los Desamparados (Residencia) 17:30 h. a 18:45 h.

6 mar

Capilla Nuestra Señora de los Desamparados (Residencia) 17:30 h. a 18:45 h.

7 miér

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Martos (Jaén)

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El Concilio Vaticano II, ayer y hoy Con motivo del L Aniversario del Concilio Vaticano II en el Año de la Fe FACUNDO LÓPEZ SANJUÁN, Pbro. licenciado en Teología Histórica, profesor de Teología en el Seminario Diocesano de Jaén y en el Instituto de Estudios Teológicos “San Agustín” de Madrid

“El Año de la fe ha comenzado en el 50 aniversario de la apertura del Concilio Vaticano II. Esta coincidencia nos permite ver que el Vaticano II ha sido un Concilio sobre la fe, en cuanto que nos ha invitado a poner de nuevo en el centro de nuestra vida eclesial y personal el primado de Dios en Cristo. Porque la Iglesia nunca presupone la fe como algo descontado, sino que sabe que este don de Dios tiene que ser alimentado y robustecido para que siga guiando su camino. El Concilio Vaticano II ha hecho que la fe brille dentro de la experiencia humana, recorriendo así los caminos del hombre contemporáneo. De este modo, se ha visto cómo la fe enriquece la existencia humana en todas sus dimensiones” (Papa Francisco, enc. Lumen Fidei, 6).

Con estas palabras del papa Francisco en su primera encíclica he querido comenzar esta serie de artículos sobre la historia y sobre la eclesiología del Concilio Vaticano II que nos ayuden a profundizar en nuestra responsabilidad como cristianos en este tiempo de Nueva Evangelización. El Concilio sigue siendo una brújula segura en nuestro camino y un aldabonazo en nuestra tarea. Para ello debemos entender bien su historia, su contexto, y sus implicaciones.

1. LA HISTORIA DEL CONCILIO. ANTECEDENTES, SESIONES Y DOCUMENTOS CONCILIARES El 28 de octubre de 1958, a las 17 h. salía fumata blanca de la Capilla Sixtina del Vaticano. Acababa de ser elegido papa Angelo Giuseppe Roncalli, Patriarca de Venecia. Quiso que le llamaran Juan XXIII. Accedía a la Cátedra de san Pedro con 78 años de edad. Se le había elegido como papa de transición, tras el largo y fructífero pontificado de Pío XII, y realmente en un primer momento no se esperaba nada excepcional de él... Sin embargo, en sus tres primeros meses de pontificado sorprende al mundo por su cercanía y bondad y por dos grandes decisiones para el futuro de la Iglesia: Primero: la elección de 23 nuevos cardenales el 17 de noviembre de 1958 (en ese ¡Creo! Cofrades en la Fe X Hermandad de la Santa Vera Cruz X Número 12 X Agosto 2013 X Página 17


momento solo había 52). El primero en la lista su íntimo amigo Giovanni Baptista Montini (futuro Pablo VI, y verdadero impulsor del futuro Concilio). Segundo: el anuncio el día 25 de enero de 1959 de su intención de convocar un Concilio Ecuménico. Ese anuncio fue una auténtica sorpresa para toda la Iglesia. Los papas (por ejemplo Pío XII) se habían acostumbrado a dar respuesta a todas los problemas que surgían mediante su Magisterio ordinario. Además en esos momentos no había en la Iglesia problemas graves de fe, de comunión o de disciplina. “La situación general era pacífica; en muchas partes la vida de la Iglesia era muy fecunda. No estuvo, por tanto, el Concilio condicionado ni en su temática ni en sus actitudes por serias provocaciones que reclamaran de la Iglesia una respuesta, como había sido el caso en gran parte de los Concilios ecuménicos” (R. Blázquez). Desde ese momento se pone en marcha toda una máquina de preparación y organización del futuro Concilio. ***** Pero antes de entrar en la historia concreta del Concilio hay que recordar sus antecedentes teológicos y pastorales. Durante el s. XX varios movimientos de renovación y reforma de la Iglesia se han ido asentando, no sin dificultad a veces, en el Pueblo de Dios. El Concilio no cae del cielo, está amplia y largamente preparado desde la reforma que supuso el inconcluso Vaticano I. Debemos recordar grandes teólogos como los alemanes Romano Guardini (1885-1968), Karl Adam (1876-1966) y Erich Pryzwara (1889-1972) o los franceses MarieDominique Chenu (1895-1989), Teilhard de Chardin (1881-1955), Henri de Lubac (1986-1991) e Yves Congar (1904-1995). Todos ellos abiertos a nuevas corrientes filosóficas con reciedumbre cristiana como el personalismo cristiano de Jacques Maritain (1882-1973) o Emmanuel Mounier (1905-1950). Una contribución de notable importancia para la renovación de la teología católica la ofrecen los tres “movimientos” que, entre las dos guerras mundiales, recogen los esfuerzos de muchos teólogos: • El movimiento litúrgico, con el descubrimiento de la dimensión comunitaria-eclesial del cristianismo y de la liturgia. • El movimiento bíblico-patrístico, que conduce al conocimiento de las fuentes, recuperando así la globalidad del mensaje cristiano, a la luz de la historia de la salvación, tal como emerge de la sagrada Escritura y del pensamiento de los Padres de la Iglesia. • El movimiento ecuménico, que se desarrolla primero en las Iglesias de la reforma, y al cual

se unieron los católicos con un compromiso cada vez mayor y del cual obtuvieron un conocimiento bastante fructuoso de las tradiciones teológicas y de la vida de las comunidades ortodoxa y protestante.

optatam unitati perfectae caritatis orie

gravissimum educationi

dei verbumsacro

vatica nostra aetate

lumen gentiu

dignitat

apostolicam actuositatem

presbyter

***** Pero volvamos de nuevo a los trabajos de preparación propia del Concilio: 1. Para determinar los temas de deliberación del futuro Concilio fueron consultados el Colegio cardenalicio, el Episcopado de toda la Iglesia católica, los dicasterios de la Curia romana, los Superiores generales de las Órdenes religiosas, las Universidades católicas y las Facultades eclesiásticas. Durante un año se llevó a cabo este trabajo bajo la dirección de la llamada “comisión antepreparatoria”, constituida el 17 de mayo de 1959 y presidida por el cardenal Tardini. Toda la información relativa a esta etapa está publicada en los “tomos antepreparatoria” de las actas del Concilio. De las ideas aportadas en esta fase al fruto final hay una verdadera evolución, una “conversión conciliar”, como alguien la ha llamado. 2. Decididos los puntos de estudio a la luz de las consultas realizadas, fueron creados por el motu proprio Superno Dei nutu, del 5 de junio de 1960, entre Comisiones y Secretariados, 15 organismos encargados de elaborar los esquemas doctrinales y disciplinarios, que se enviarían a los obispos para su estudio y que serían presentados y discutidos en las

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sesiones conciliares. Este ingente trabajo fue coordinado por la «Comisión central preparatoria», presidida por el mismo Papa y en su ausencia por el cardenal Tisserant. Son los “Tomos preparatoria”.

m totius is redintegratio entalium ecclesiarum

is

osanctum concilium

ad gentes ano II gaudium et spes inter mirifica

un

tis humanae christus dominus

rorum ordinis

3. Con la mole inmensa de 70 esquemas se llegó al 11 de octubre de 1962, día fijado para la solemne apertura del Concilio. Durante cuatro períodos, en los otoños consecutivos de los años 1962-1965, se celebró el Concilio. Participaron en torno a 2.500 obispos de todas las partes del mundo. Entre obispos, peritos, auditores y observadores de otras confesiones cristianas asciende el número a 3.500. La colaboración de los teólogos -algunos de ellos rehabilitados al ser invitados a participar en el Concilio- con los obispos fue decisiva para el desarrollo y el éxito del Concilio.

El 11 de octubre de 1962 se inauguraba solemnemente el Concilio Vaticano II en la Basílica de San Pedro de Roma. Un “largo río blanco” de obispos cruzaban la Plaza de San Pedro entre una multitud de más de 100.000 fieles. Esa procesión magnifica era presidida por el papa Juan XXIII, con semblante serenamente gozoso en su silla gestatoria, entre los cantos de la letanías. En el lugar central de la Basílica se había colocado el Libro de los Evangelios. El buen Papa Juan pronuncia una homilía bellísima donde entre otras cosas dice: “lo que principalmente atañe al Concilio ecuménico es esto: que el sagrado depósito de la doctrina cristiana sea custodiado y enseñado en forma cada vez más eficaz. Tal doctrina comprende al hombre entero (...) Una cosa

es el depósito mismo de la fe, es decir, las verdades que contiene nuestra venerada doctrina, y otra la manera como se expresa (...) En nuestro tiempo la Esposa de Cristo prefiere usar de la medicina de la misericordia más que de la severidad”. Aquel día de la inauguración fue magnífico. Una esperanza brotaba en la Iglesia. Por la noche se habían reunido unos 25.000 jóvenes en la Plaza de san Pedro con antorchas en vigilia de oración. Fue un gran regalo para el Papa Juan, que al contemplar el espectáculo desde su ventana, improvisó unas palabras –el discurso de la luna– que no aparecen entre los documentos oficiales, pero que son una auténtica proclama. La verdad es que aquella Primera Etapa del Concilio, celebrada a lo largo del otoño de 1962, se divagó muchísimo. Los obispos discutieron los esquemas sobre la liturgia, la revelación, los medios de comunicación social, la unidad de los cristianos, la iglesia, pero sin ningún resultado positivo. La discusión fue fuerte pero no se promulgó ni un solo documento. El Concilio parecía no avanzar... Es en ese momento cuando los cardenales Suenens y Montini tienen sendas intervenciones realmente iluminadoras (apoyadas y anotadas al margen por el mismo Juan XXIII ya enfermo) en las que proponen que el Concilio sea un Concilio de Ecclesia, donde la Iglesia se mire hacia adentro y hacia fuera. Se trata de responder a las preguntas: Iglesia, 1º ¿qué dices de ti misma?; 2º ¿qué puedes aportar al mundo? La respuesta a esas preguntas se hará mediante un triple diálogo: Diálogo de la Iglesia con sus propios fieles; diálogo de la Iglesia con los hermanos separados; diálogo de la Iglesia con el mundo contemporáneo. Ahí está el germen de la línea que va a tomar el Concilio en adelante. Esta primera etapa terminó el 8 de diciembre de 1962, ya digo, sin la aprobación de ningún documento oficial. El 3 de junio de 1963 fallecía el beato Juan XXIII. Le lloró el mundo entero. No había llegado al quinto aniversario de su pontificado, pero dejaba una huella en la Iglesia y en el mundo que nadie podrá borrar. Un nuevo cónclave se reúne el día 20 de junio. Solo un día más tarde era elegido Giovanni Baptista Montini, arzobispo de Milán. Era ciertamente el favorito. Tomó el nombre del apóstol de las gentes: Pablo, el bendito Pablo VI. En el momento de su elección estaba la duda de si continuaría o no la obra del Concilio del papa Juan. Desde ese mismo momento se despejaron las dudas. Montini había gozado de la confianza y el aprecio tanto de Pío XII como de Juan XXIII. Su papel en la primera etapa del Concilio aseguraba la continuidad del mismo. Por si fuera poco, sus primeras palabras como Pontífice fueron las siguientes: “la parte más importante de mi ministerio pontificio

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que ve aparecer a la luz pública documentos tan esenciales e innovadores como la Constitución Dogmática sobre la Iglesia Lumen Gentium; el Decreto sobre las Iglesias orientales católicas Orientalium Ecclesiarum y el Decreto sobre el Ecumenismo Unitatis Redintegratio. Quien participara en esta etapa se daba cuenta de que la iglesia empezaba a tomar un rumbo nuevo porque se miraba a sí misma de otro modo y que ya no cabía marcha atrás. La cuarta y última etapa (otoño de 1965) es la más fructífera en la redacción de documentos oficiales. Después de haberse mirado a sí misma comprendiendo el rico caudal de fuerza y de gracia que alberga, la Iglesia decide mirar al mundo para ser motor de esperanza. En esta etapa se publican documentos realmente novedosos como la Constitución Dogmática sobre la Divina Revelación Dei Verbum; el Decreto sobre el apostolado de los laicos Apostolicam Actuositatem; la Declaración sobre la libertad religiosa Dignitatis Humanae; el Decreto sobre la actividad misionera de la Iglesia Ad gentes; sobre la vida y ministerio de los sacerdotes Presbiterorum Ordinis; y por último una de las joyas del Concilio: la Constitución Pastoral sobre la Iglesia en el mundo actual Gaudium et Spes. será ocupada por la continuación del Concilio Vaticano II, al que vuelven los ojos todos los hombres de buena voluntad. Ésta será la obra principal, a la que quiero consagrar todas mis energías”. Y realmente así fue. La segunda etapa del Concilio, convocada ya por Pablo VI, se inicia el 29 de septiembre de 1963. Pablo VI nombró cuatro cardenales delegados de su entera confianza, que públicamente se habían significado por su apoyo al Concilio en los tiempos difíciles de la primera etapa: Agaginian, Lercaro, Doepfner y Suenens. Con ello el papa daba a entender que tenía prisa y que quería resultados. En su discurso de apertura de esta segunda etapa dijo: “Por tanto, venerables hermanos, reemprendamos el camino (...) ¿De dónde arranca nuestro viaje? ¿qué ruta debemos seguir? ¿y qué meta, finalmente, deberá establecer nuestro itinerario? Estas tres preguntas, sencillísimas y capitales, tienen, como bien sabemos, una sola respuesta, que aquí, en esta hora, debemos darnos a nosotros mismos, y anunciarla al mundo entero: ¡Cristo! ¡Cristo, nuestro principio, nuestro guía, nuestra vida, nuestra esperanza, nuestro término!” (El maravilloso cristocentrismo del papa Montini). En esta segunda etapa (otoño de 1963) se aprueba, por fin, la Constitución sobre la Sagrada Liturgia Sacrosanctum Concilium y el Decreto sobre los medios de comunicación social Inter mirifica. Además se dieron pasos muy significativos en la discusión de los demás esquemas. La tercera etapa (otoño de 1964) está marcada por el estudio de la Iglesia “ad intra”. Es la etapa

El día 8 de diciembre de 1965, tras la misa concelebrada por todos los Padres Conciliares y la lectura de los distintos mensajes del Concilio a todos los hombres y mujeres de buena voluntad, el Papa Pablo VI sancionaba toda la obra con el Breve Pontificio In Spiritu Sancto donde mandaba observar religiosamente las enseñanzas del mismo.

***** La obra posterior de Pablo VI fue la puesta en práctica en toda la Iglesia de aquellos decretos, en muchos casos desde el dolor y el sufrimiento por la incomprensión y el abandono de muchos. ¡Cuánto le debemos! Así lo reconocería posteriormente Juan Pablo I, que en el momento de su elección en 1978 quiso tomar el nombre de los dos papas del Concilio, recordando la sapientia cordis del papa Juan y el modo de amar, servir, trabajar y sufrir por la Iglesia de Cristo. Juan Pablo II, que participó muy activamente en el Concilio, especialmente en la redacción de la GS, también consideró desde el comienzo de su pontificado que su obra era la asimilación del Concilio. Benedicto XVI durante su pontificado insistió continuamente en esa idea, recordando cómo debemos de interpretar el Concilio Vaticano II en una “hermenéutica de continuidad”. A este respecto me gustaría animaros a leer una conferencia suya, improvisada, a los sacerdotes de Roma pocos días después de su renuncia, donde dice: “la fuerza real del Concilio (…), poco a poco, se realiza cada vez más y se convierte en la fuerza verdadera que después es también reforma verdadera, verdadera renovación de la Iglesia”.

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2. LOS OBJETIVOS DEL CONCILIO En el momento de su convocatoria, Juan XXIII marcó tres ideas fundamentales: el aggiornamento (o puesta al día), la búsqueda de la paz entre los hombres y de la unidad de los cristianos. Ese proyecto primero se enriqueció muchísimo en las primeras consultas al episcopado mundial y podríamos decir que poco a poco se fueron delimitando cuatro objetivos que marca la Sacrosanctum Concilium al comienzo: “Este sacrosanto Concilio se propone acrecentar día en día entre los fieles la vida cristiana, adaptar mejor a las necesidades de nuestro tiempo las instituciones que están sujetas a cambio, promover todo aquello que pueda contribuir a la unión de cuantos creen en Jesucristo y fortalecer lo que sirve para invitar a todos los hombres al seno de la Iglesia”. En definitiva, el Concilio se propuso, el incremento de la vida cristiana, la reforma de las instituciones mudables de la Iglesia, el ecumenismo y tender un puente hacia el mundo contemporáneo que le lleve el Evangelio y lo invite, acortando distancias y eliminando recelos, a formar parte del pueblo de Dios. Tres notas caracterizan la forma como se quieren tratar las cuestiones desde el mismo: fidelidad – modernidad – pastoralidad. Mostrar la belleza del Evangelio en aras a la construcción del mundo y de una sociedad mejor. Nos podríamos preguntar: ¿se han logrado estos objetivos? Probablemente el contexto social ha cambiado mucho. Del optimismo primero que llevaba a esa corriente de admiración de la Iglesia por el mundo moderno, hemos pasado a un cierto realismo, que ha rebajado ciertamente aquellas pretensiones... Pero estoy convencido de que la profundización de los escritos del Concilio, con esa hermenéutica de la continuidad de la que nos hablaba Benedicto XVI, es un camino seguro de la Iglesia del siglo XXI.

3. LA VUELTA AL CONCILIO VERDADERO, ABANDONO DE LOS TÓPICOS Y APERTURA AL FUTURO Quiero concluir invitando a todos a leer y meditar de nuevo los documentos del Concilio Vaticano II dejando atrás los tópicos que desde los años setenta han imperado en su interpretación apelando a un inexistente “espíritu del concilio” que no estaría en la letra. Nos daríamos cuenta que el Concilio ha dicho muchas cosas que o bien no hemos asimilado o bien ya ni recordamos; y que, por el contrario, también hay muchos temas sobre los que realmente los padres no dijeron ni una sola palabra y que en un cierto sentir –completamente errado– son “conciliares”. ¡Cuántos conflictos y malentendidos se hubieran evitado por ejemplo en el ámbito de las cofra-

días y de la piedad popular si en vez de inventarse lo que dice el Concilio se hubiera leído correctamente lo que dice y/o lo que no dice! Benedicto XVI habló muchas veces del modo en el que hay que interpretar el concilio aplicando una hermenéutica de la continuidad, es decir: el Concilio no se hace de la noche a la mañana, es fruto de un gran trabajo realizado por teólogos y pastores durante todo el siglo XX; el concilio no rompe una tradición anterior ni se inventa cosas nuevas; el Concilio profundiza en el auténtico sentido de la Tradición cristiana para exponerla nuevamente, con fidelidad, a los hombres y mujeres de su tiempo y de nuestro tiempo. Así el Concilio se sitúa frente a los conservadores que nada quieren que cambie y también frente a aquellos progresistas que rechazan como inútil toda tradición y costumbre. Quiero terminar con unas palabras del querido papa Benedicto, en uno de sus últimos discursos a los sacerdotes de Roma, el 14 de febrero de 2013, cuando decía, haciendo una sana distinción que nos puede ayudar a interpretar correctamente la letra del Concilio lejos de los tópicos imperantes sobre el mismo: “Estaba el Concilio de los Padres -el verdadero Concilio-, pero estaba también el Concilio de los medios de comunicación. Era casi un Concilio aparte, y el mundo percibió el Concilio a través de éstos, a través de los medios. Así pues, el Concilio inmediatamente eficiente que llegó al pueblo fue el de los medios, no el de los Padres. Y mientras el Concilio de los Padres se realizaba dentro de

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la fe, era un Concilio de la fe que busca el intellectus, que busca comprenderse y comprender los signos de Dios en aquel momento, que busca responder al desafío de Dios en aquel momento y encontrar en la Palabra de Dios la palabra para hoy y para mañana; mientras todo el Concilio -como he dicho- se movía dentro de la fe, como fides quaerens intellectum, el Concilio de los periodistas no se desarrollaba naturalmente dentro de la fe, sino dentro de las categorías de los medios de comunicación de hoy, es decir, fuera de la fe, con una hermenéutica distinta. Era una hermenéutica política. Para los medios de comunicación, el Concilio era una lucha política, una lucha de poder entre diversas corrientes en la Iglesia. Era obvio que los medios de comunicación tomaran partido por aquella parte que les parecía más conforme con su mundo. Estaban los que buscaban la descentralización de la Iglesia, el poder para los obispos y después, a través de la palabra «Pueblo de Dios», el poder del pueblo, de los laicos. Estaba esta triple cuestión: el poder del Papa, transferido después al poder de los obispos y al poder de todos, soberanía popular. Para ellos, naturalmente, esta era la par-

te que había que aprobar, que promulgar, que favorecer. Y así también la liturgia: no interesaba la liturgia como acto de la fe, sino como algo en lo que se hacen cosas comprensibles, una actividad de la comunidad, algo profano. Y sabemos que había una tendencia a decir, fundada también históricamente: Lo sagrado es una cosa pagana, eventualmente también del Antiguo Testamento. En el Nuevo vale sólo que Cristo ha muerto fuera: es decir, fuera de las puertas, en el mundo profano. Así pues, sacralidad que ha de acabar, profano también el culto. El culto no es culto, sino un acto del conjunto, de participación común, y una participación como mera actividad. Estas traducciones, banalización de la idea del Concilio, han sido virulentas en la aplicación práctica de la Reforma litúrgica; nacieron en una visión del Concilio fuera de su propia clave, de la fe. Y así también en la cuestión de la Escritura: la Escritura es un libro histórico, que hay que tratar históricamente y nada más, y así sucesivamente. Sabemos en qué medida este Concilio de los medios de comunicación fue accesible a todos. Así, esto era lo dominante, lo más eficiente, y ha provocado tantas calamidades, tantos problemas; realmente tantas miserias: seminarios cerrados, conventos cerrados, liturgia banalizada… y el verdadero Concilio ha tenido dificultad para concretizarse, para realizarse; el Concilio virtual era más fuerte que el Concilio real. Pero la fuerza real del Concilio estaba presente y, poco a poco, se realiza cada vez más y se convierte en la fuerza verdadera que después es también reforma verdadera, verdadera renovación de la Iglesia. Me parece que, 50 años después del Concilio, vemos cómo este Concilio virtual se rompe, se pierde, y aparece el verdadero Concilio con toda su fuerza espiritual. Nuestra tarea, precisamente en este Año de la fe, comenzando por este Año de la fe, es la de trabajar para que el verdadero Concilio, con la fuerza del Espíritu Santo, se realice y la Iglesia se renueve realmente. Confiemos en que el Señor nos ayude. Yo, retirado en mi oración, estaré siempre con vosotros, y juntos avanzamos con el Señor, con esta certeza: El Señor vence”.

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La Hermandad de la Santa Vera Cruz de Martos (Jaén) asumió, con motivo del “Año de la Fe”, el compromiso de realizar una revista digital que sirviera de vehículo de formación. Los costes que está suponiendo esta publicación han superado lo presupuestado inicialmente, por lo que solicitamos un pequeño donativo de aquellas personas que puedan ofrecerlo. Muchas gracias.


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