Señoras y señores pasajeros...

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Nosotros ayudábamos a empaquetar las humitas y cuando estas empezaban a salir de la olla, partíamos a caballo a repartirlas a las casas situadas a bastante distancia unas de otras. Una de las atracciones del lugar era “El Peñón”, una piedra enorme desde donde se podía apreciar todo el valle incluyendo el lecho del río Cachapoal. La superficie superior del Peñón era totalmente plana, y allí nos sentábamos a comer con mis padres y las cuatro primas. En uno de sus costados, la piedra daba la forma casi perfecta de un sillón, en el cual dice la leyenda que todas las mañanas aparece una princesa peinando sus cabellos. Cuentan algunos ancianos de Idahue que el tata David, antes de abandonar esas tierras y en su desesperación por salvar su destruida economía, quiso hacer un pacto con el Diablo. El tata, montando su burra llegó al Peñón una mañana muy gris y ya entrado el invierno, se paró al borde del cerro y empezó a invocar a Lucifer. – ¡Luciferrrrrr!, ¡Luciferrrr! Sus fieros gritos producían ecos en las quebradas, mientras que una sombra fría emergía como un manto negro desde las profundidades del valle. La sombra iba manchando de oscuridad las quebradas y al paso de ella, el canturrear de las aves enmudecía produciéndose entonces un silencio de muerte. El cielo, encapotado y oscuro, dio de pronto paso a una tempestad de granizo, truenos y relámpagos que violentamente se precipitó sobre la tierra y sobre el tata David quien aterrorizado montó en su burra y huyó del lugar para nunca más volver. Cuenta la leyenda que allí existió un floreciente reino, cuya princesa, la más bella, era una mujer muy caprichosa, a quien las riquezas le parecían escasas y vivía sólo pendiente de sí misma. Su padre, el rey, ya cansado de sus caprichos y derroches: le pedía moderación y humildad. También Dios el creador, disgustado del mal proceder de ésta, bajó del cielo para decirle que ninguna belleza es perfecta si no va acompañada de la bondad. Dios le habló del Santo Tribunal y sus decisiones basadas en acciones y no en la belleza externa. Pero la princesa, ciega por su capricho y sus ansias de lujo, ni siquiera a Dios obedeció. Éste, en vista de la desobediencia, bajó de nuevo al palacio, cogió a la 41


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