¿Qué quiere alcanzar un hombre al correr 2 mil 688 kilómetros?

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Semanario

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VANGUARDIA Lunes 24 de Marzo de 2014

La Chivita corre para vivir y para reunir fondos para construir su casa.

A

lfredo Castillo Solís no conoce el cansancio. Ningún hombre en México ha corrido tanto como él en tan poco tiempo. Sus pies se aferraron al asfalto saltillense para cumplir su sueño, correr 2 mil 688 kilómetros. Fue el 13 de enero de 2014 cuando este hombre de voz rasposa al que apodan la ‘Chivita’ inició el reto de la ultradistancia, con la meta de correr 64 maratones en 40 días. Un regalo que quiso darse por su 64 cumpleaños. Sus tenis viejos pisaron desde entonces las calles que rodean la Alameda Zaragoza, vuelta tras vuelta, día tras día. Sus ánimos fueron grandes, pero también lo fueron sus detractores. Muchos se burlaron, lo atacaron o simplemente le dijeron que la suya era una encomienda imposible de cumplir. Quizá les resultaba difícil que un hombre con el pelo canoso y arrugas en la cara lograra lo que otros más jóvenes no. Una inflamación en el tobillo a los nueve días, le hizo detenerse y creer que había llegado el final, que quizá aquellos que lo criticaban tenían razón, y el cuerpo no daba aguante. Afortunadamente para él, no pasó del susto. Sus fuerzas no se desvanecieron. Cada paso que daba, cada aliento, cada gota de sudor, le ayudó a dejar atrás la derrota y el abatimiento. Todavía a la mitad, la meta se veía lejana. Pero centímetro a centímetro, metro a metro, la distancia se acortó al grado de sentir que ya tenía el triunfo en la bolsa. La Chivita demostró el pasado sábado 15 de marzo, que basta

creer en sí mismo para lograr las cosas que uno se propone. Cumplió el reto de ultradistancia, y aunque no pudo hacerlo en 40 días, sino en 62, incluyendo descansos, no hay en el país quien lo iguale. Para festejar, Alfredo organizó un convivió en la zona sur de la Alameda, zona que fungió como centro de operaciones para su hazaña los últimos dos meses. Ahí compartió un taco con quienes lo apoyaron todo este tiempo. Y es que no está solo en su historia. Sería injusto volver invisibles a José Luis Gutiérrez, su inseparable amigo y compañero de baile, y a Jorge “El Grande” Flores, quien no termina de creerse el aguante de la Chivita. Le contaban el tiempo, le contaban las vueltas, le contaban chistes. Le hicieron bromas para que se riera, pero también le aventaron porras, albures, le dieron gajos de naranja, bolsas de agua, palmadas en la espalda. Lo masajearon cada que era necesario. A veces uno, a veces otro. Siempre estuvieron ahí, y la Chivita lo sabe. Los pasos de Alfredo llevaron también la fuerza de sus amigos, el aguante del trote que no cansó ni desgastó. Llevó consigo los aplausos de la gente, los mensajes de apoyo, incluso las declaratorias enemigas que le advirtieron un fracaso que nunca llegó. Algunos lo ven como un hombre normal que supo salir adelante, otros le dicen super humano, o incluso loco y soñador, pero para la Chivita todo es un reto mental, es un maridaje entre el cuerpo y la mente.


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