¿Qué quiere alcanzar un hombre al correr 2 mil 688 kilómetros?

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La Chivita

2 mil 688 kilómetros?

¿Por qué este saltillense corrió

VANGUARDIA lunes 24 de Marzo de 2014 / No. 417

Periodismo de investigación

www.semanariocoahuila.com


VIDEÓDROMO

Dallas Buyers Club

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Semanario

Paolo Jean-Marc Valée 2013

Por Esteban Cárdenas

Quién sabe qué le pasó a Matthew McConaughey en el 2010, pero seguro fue algo bueno. Hasta entonces, su filmografía leía como un anaquel de descuento de DVDs en Blockbuster, lleno de comedias románticas genéricas, cintas de acción inertes y –muy probablemente- una que otra con perros que hablan. Después, se tomó un sabático misterioso y regresó convertido en (sorpresa) un gran actor que favorece a las películas indie sobre el trash hollywoodense y que gana premios. Después de me-

morables papeles secundarios en Bernie (2011, Richard Linklater) y Magic Mike (2012, Stephen Sodeberg) nos sorprendió a todos con su estelar en la inolvidable Mud (2012, Jeff Nichols) y ahora carga sobre sus hombros la Dallas Buyers Club de JeanMarc Valée. Encontró su nicho interpretando a rednecks atormentados, por que quizá en el 2010 vivió como uno de ellos. Es un mundo que el tejano entiende, y que ha logrado representar en la pantalla con la energía de un toro desbocado en un rodeo. Precisamente en Dallas Buyers Club interpreta a un electricista y jinete de toros llamado Ron Woodroof. Lo conocemos escondido detrás de las rejas de un rodeo echándose a una prostituta mientras observa a través de

una rendija un jinete caer de un toro. Nos enteramos después que Woodroof es portador del virus del SIDA. No lo puede creer, ni él ni sus amigos quienes, como buenos tejanos basura blanca, lo condenan al ostracismo. Los doctores le dan treinta días para vivir, pero como buen “good ol´boy” tejano, se rehúsa a caer. Woodroof busca tratamientos sin aprobación por la FDA y después de un viaje a México conoce a Rayon (Jared Leto) un travesti que se convierte en su aliado improbable en esta lucha. Como buena película inspiradora sobre un alguien testarudo que de repente su mundo se ve de cabeza, Ron se suaviza ante la causa de los enfermos de SIDA. La epidemia está a todo lo que da, y Ron se vuelve una especie de ángel guardián de

Radar Por Esteban Cárdenas

escardenas@ vanguardia.com.mx

Lucinda Williams Lucinda Williams 1989

cientos de enfermos, quienes hacen fila afuera de su “club de compradores” para recibir una medicina que los pueda ayudar. Jared Leto tiene sus méritos, pero esta es una película que le pertenece a McConaughey. Reviso mis archivos y no tengo mas que cosas negativas que decir sobre él (hasta Mud, que me encantó) y en este caso tengo que aceptar que sí fue la mejor actuación que vi en el año. La cinta frecuentemente juega a lo seguro, y sin él, sería una película relativamente convencional. Lo inspirador / conmovedor / lagrimero no viene de su guión ni su dirección, sino de un actor que se ha encontrado a si mismo, y que interpreta a su personaje con coraje y explosividad, lleno de energía impredecible, y de momentos dignos de aplauso.

Suena a… La disquera alternativa inglesa Rough Trade merecidamente relanza el clásico tercer álbum de la norteamericana Lucinda Williams, e incluye con esta edición remasterizada algunas pistas en vivo, así como versiones acústicas para el radio, donde queda depurada su hermosa voz y una guitarra. Lucinda. Qué buen nombre de artista country. La señora, en 1988, lanzó este disco homónimo con gran respuesta de la crítica, en lo que muchos consideran es de los primeros discos de americana, es decir música

que utiliza elementos de la tradición sonora gringa con un toque moderno, pero siempre basado en las raíces folk. Las raíces en cuestión son el country padre, no el frívolo country comercial que dominó el radio durante los ochentas y noventas. Lucinda Williams se alejó de todo el Nashville de los malls gringos para encontrar su propia voz viniendo del country tradicional y el rock and roll, lo que resultó en un gran disco de country alternativo que hay que voltear a ver si es que no lo había hecho antes.

Neko Case

The Worse Things Get, the Harder I Fight, the Harder

I Fight, the More I Love You 2013

Loretta Lynn Van Lear Rose 2004


| Los menesteres del ocio

|| Por Miguel Agustín Perales

|| Por Alfredo García

1.- Don Benito Juárez nacióel 21 de marzo de … viento, enamorado de Flora, a hizo reina de las flores

■ a) 1805 ■ b) 1806 ■ c) 1807 ■ d) 1808.

2.- Sor aqua (“La hermana agua”) es un poema de … ■ a) Amado Nervo ■ b) Salvador Díaz Mirón ■ c) Enrique González Martínez ■ d) Manuel Gutiérrez Nájera.

3.- El … de marzo de 1938 el presidente Lázaro Cárdenas decretó la expropiación petrolera.

■ a) Aquilón ■ b) Noto ■ c) Céfiro ■ d) Austro.

6.- Dresde es una ciudad de … ■ a) Bélgica ■ b) Suiza ■ c) Suecia ■ d) Alemania.

7.- La bohemia es una ópera de …

■ a) 15 ■ b) 16 ■ c) 17 ■ d) 18.

■ a) Puccini ■ b) Donizetti ■ c) Rossini ■ d) Verdi.

4.- “Manolín era el nombre artístico del actor cómico Manuel …

8.- El … de marzo es el Día Internacional de la Eliminación de la Discriminación Racial.

■ a) Ochoa ■ b) Cortés ■ c) Palacios ■ d) Garrido.

5.- Cuenta Ovidio que el

■ a) 20 ■ b) 21 ■ c) 22 ■ d) 23.

RESPUESTAS 1) b; 2) a; 3) d; 4) c; 5) c; 6) d; 7) a; 8) b.

superméndez

Pandillas del futuro. A principios de este siglo, cuando se ha legalizado el matrimonio homosexual y la adopción de niños por parejas del mismo sexo, es hora de replantear el problema de las pandillas. Soy partidario de que se les reconozca un estatuto jurídico como familia ampliada, familia sustituta, familia de transición o alguna otra figura afín que se les ocurra a los juristas. De manera que el gobierno, en lugar de perseguirlas y acosarlas, arrojándolas en brazos de los cárteles del narco, se dedique ahora a apoyarlas en aspectos médicos, educativos, legales y culturales. La violencia del narco ha desintegrado por todas partes el tejido social: hay huérfanos de guerra lo mismo en las colonias de alta marginación que en las de clase media alta. Las parejas homosexuales pueden auxiliar de manera parcial, adoptando a hijos de sicarios o de drogadictos, pero es quizá más práctico y urgente apoyar los nichos naturales donde se han refugiado desde siempre los miembros de familias desintegradas. La pandilla es un modelo espontáneo, histórico y de gran arraigo en países depauperados como México. El Estado podría implementar un sistema de desarrollo integral de las pandillas y canalizar hacia ellas recursos semejantes a los que dedica a promover a las familias de bajos recursos, a personas en estado de indefensión o a sectores marginados y discriminados. Las pandillas desempeñan el papel de la una familia política o de un clan multifamiliar. Su legitimidad se enraiza en la misma naturaleza gregaria del ser humano, que sirve de sustento a la familia nuclear. En tal sentido, tiene más de una semejanza con la familia prehistórica, a la vez que se presenta como una institución posmoderna, si la consideramos como una figura que rebasa el matrimonio, el matriarcado y el patriarcado. No sé si en el seno de ellas se permitan las uniones homosexuales, pero al parecer las heterosexuales son transitorias o de plano colectivas, como ocurría en el principio de los tiempos (dice un amigo mío: aprobaron el matrimonio gay, cuando de lo que se trataba era de abolir el matrimonio). La educación de los infantes es responsabilidad de todo el grupo e involucra en la misma medida a mujeres y varones. Como ocurre en las sectas protestantes, hay en su seno un compromiso de franqueza, de honestidad, de socorro mutuo. La estructura de la pandilla es tan natural que surge de manera espontánea en todos los estratos y niveles de la sociedad: en las penitenciarías, en las escuelas, en los partidos políticos, en los sindicatos, en las feligresías de las iglesias, en los clubes profesionales, en los fraccionamientos de gente acomodada. Son una institución profundamente democrática: aunque se acata la presencia de machos alfa, como en todas las esferas del reino animal, las decisiones concretas se toman por deliberación, con una calidad de debate que jamás igualarían ni el Congreso federal ni las cámaras empresariales. Su carácter natural, insisto, hace innecesaria la inversión de grandes cantidades de dinero, como las que se derrochan impunemente en los partidos políticos o en las organizaciones supuestamente no gubernamentales.

El único superhéroe de Saltillo y la región (incluyendo Ramos) Por J. Latapí

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| Claro que ud. lo sabe

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La Ch


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hivita Por césar gaytán / fotos: Omar Saucedo

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La Chivita corre para vivir y para reunir fondos para construir su casa.

A

lfredo Castillo Solís no conoce el cansancio. Ningún hombre en México ha corrido tanto como él en tan poco tiempo. Sus pies se aferraron al asfalto saltillense para cumplir su sueño, correr 2 mil 688 kilómetros. Fue el 13 de enero de 2014 cuando este hombre de voz rasposa al que apodan la ‘Chivita’ inició el reto de la ultradistancia, con la meta de correr 64 maratones en 40 días. Un regalo que quiso darse por su 64 cumpleaños. Sus tenis viejos pisaron desde entonces las calles que rodean la Alameda Zaragoza, vuelta tras vuelta, día tras día. Sus ánimos fueron grandes, pero también lo fueron sus detractores. Muchos se burlaron, lo atacaron o simplemente le dijeron que la suya era una encomienda imposible de cumplir. Quizá les resultaba difícil que un hombre con el pelo canoso y arrugas en la cara lograra lo que otros más jóvenes no. Una inflamación en el tobillo a los nueve días, le hizo detenerse y creer que había llegado el final, que quizá aquellos que lo criticaban tenían razón, y el cuerpo no daba aguante. Afortunadamente para él, no pasó del susto. Sus fuerzas no se desvanecieron. Cada paso que daba, cada aliento, cada gota de sudor, le ayudó a dejar atrás la derrota y el abatimiento. Todavía a la mitad, la meta se veía lejana. Pero centímetro a centímetro, metro a metro, la distancia se acortó al grado de sentir que ya tenía el triunfo en la bolsa. La Chivita demostró el pasado sábado 15 de marzo, que basta

creer en sí mismo para lograr las cosas que uno se propone. Cumplió el reto de ultradistancia, y aunque no pudo hacerlo en 40 días, sino en 62, incluyendo descansos, no hay en el país quien lo iguale. Para festejar, Alfredo organizó un convivió en la zona sur de la Alameda, zona que fungió como centro de operaciones para su hazaña los últimos dos meses. Ahí compartió un taco con quienes lo apoyaron todo este tiempo. Y es que no está solo en su historia. Sería injusto volver invisibles a José Luis Gutiérrez, su inseparable amigo y compañero de baile, y a Jorge “El Grande” Flores, quien no termina de creerse el aguante de la Chivita. Le contaban el tiempo, le contaban las vueltas, le contaban chistes. Le hicieron bromas para que se riera, pero también le aventaron porras, albures, le dieron gajos de naranja, bolsas de agua, palmadas en la espalda. Lo masajearon cada que era necesario. A veces uno, a veces otro. Siempre estuvieron ahí, y la Chivita lo sabe. Los pasos de Alfredo llevaron también la fuerza de sus amigos, el aguante del trote que no cansó ni desgastó. Llevó consigo los aplausos de la gente, los mensajes de apoyo, incluso las declaratorias enemigas que le advirtieron un fracaso que nunca llegó. Algunos lo ven como un hombre normal que supo salir adelante, otros le dicen super humano, o incluso loco y soñador, pero para la Chivita todo es un reto mental, es un maridaje entre el cuerpo y la mente.


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Nomás con que la gente me conozca, pa’ qué chingados quieres más”.

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Pero ¿qué motivos lo llevaron realmente a emprender esta empresa? ¿Qué fuerza mueve a un hombre más allá de sí mismo sin cansarse? La necesidad, dice Alfredo. “Eso es lo más fuerte a lo que uno se puede enfrentar”. Y es que para entender sus pasos, para comprender cómo es que aguantó más de 2 mil kilómetros casi seguidos y todavía piensa seguir corriendo, es necesario alejarnos de las calles donde aprieta el paso, e ir hacia el oriente de Saltillo, hacia un inmueble a medio construir que es su casa. Es aquí donde la sonrisa que este hombre siempre porta se va haciendo chiquita, porque se encuentra cara a cara con un pasado que quiere olvidar. Es aquí, sobre una cama de piedra, donde nace la voluntad imparable de la Chivita. Todo comenzó con un sueño.

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El artista

Alfredo soñó que sería artista. Fue antes de empezar a correr. Pero no uno de esos con carisma que se ganan a la gente a base de encanto. No como Juan Gabriel, dice. No. Él soñó que sería el centro de atención. “Nomás con que la gente me conozca, pa’ qué chingados quieres más”, pronuncia con esa sonrisa que no lo abandona. Es el noveno día del reto. Es 21 de enero y es la primera vez que hablo con él. Hasta ahora sólo lo había leído o visto en las noticias. Es más chaparro de lo que creí, se ve más viejo de lo que creí. Pero es buen tipo, trae actitud, trae ánimo. Había empezado a correr a las siete de la mañana, pero a eso de las 10:00 tuvo que parar. Traía el tobillo inflamado. Sus amigos le decían que ya le parara, que le habían hablado a un doctor para que lo revisara, que no pasaba nada si tenía que descansar un día. Al principio no los quiso escuchar. Todavía cuando llegó el doctor, le dio dos vueltas más a la Alameda. Finalmente la Chivita se tumba en una banca. Le quitan los tenis, los calcetines, y evidentemente su

tobillo está hinchado. Dos o tres veces su tamaño normal. “Yo no quería parar, pero ya el doctor nos dijo que nos teníamos que checar. Vamos a ir a los consultorios del DIF Saltillo, ya nos van a atender”, dice mientras platicamos. “¿Miedo? No, pues miedo no. Obviamente yo quiero seguir, pero hay que seguir las indicaciones de los profesionales. Esperemos que no nos diga que este fue el último día de nuestro reto de ultradistancia”. Algo en su hablar me dice que Alfredo es sincero, y quizá eso me hace creer en él, creer que va a completar los 64 maratones. Así se lo digo, y él lo agradece. Las pruebas médicas que le practicaron después arrojaron resultados positivos. Las únicas recomendaciones fueron descansar el resto de ese día y el siguiente, además de que le bajara al ritmo que estaba corriendo. Sus amigos cuentan que por día llegó a correr hasta 68 kilómetros, y que era necesario que se moderara. Pero para ser honestos, no vine a escuchar lo mismo que los demás. No vine a verlo correr, y preguntar cada día cuánto lleva, cuánto le falta. Cuando le digo que quiero ir a su casa, que quiero contar su historia personal, se me queda viendo y acepta, aunque no lo veo muy convencido. Los que lo acompañan comienzan a decir que es una buena idea, porque así nos vamos a dar cuenta de qué se trata esto en realidad. Que más allá del viejo bonachón que anda corriendo hay pasado que contar, y que más allá de sumar kilómetros quisiera juntar dinero. El corral

Acordamos ir al día siguiente, el 22 de enero, por la prolongación Otilio González. En una de las estrechas calles que entroncan con esta avenida, casi al fondo, está una casa con la fachada de blocks. “Aquí es, pásenle al residencial de la Chivita”, anuncia el Grande. Es una edificación que está casi pegada a un arroyo. Elí, Omar y yo los saludamos y nos acercamos.


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Albañil y corredor así se le va la vida a La Chivita.

Llegué aquí hace cuatro meses. Estaba el terreno solo. Yo lo construí. Robando al gobierno, porque estos terrenos son de Conagua, prácticamente”.

La primera parte es un cuarto en obra negra donde están las columnas, los muros, los huecos para dos ventanas y una puerta, pero no hay techo. En el piso están tiradas latas de cerveza, a un lado están varios pares de tenis. Allá desde donde se alcanza a ver el arroyo, tiene tendidos calcetines, calzones y shorts. Es mediodía, el sol pega fuerte, y acaban de terminar de comer un pollo asado. Tienen los restos en una caja desechable. “Pásenle, pásenle”, nos dice Alfredo. Adentro es un cuarto donde está la cama, un sillón, una suerte de ropero, varias tinas, bultos de cemento, un morral con naranjas, y bolsas con ropa. Ahí mismo, sin puerta, está el cuarto de baño. Un mínimo espacio sin regadera, pero con taza. El interior está enjarrado, pero no tiene pintura. Es un lugar chico, pero cabemos sin estar apretadas siete personas. “Llegué aquí hace cuatro meses. Estaba el terreno solo. Yo lo construí. Robando al gobierno, porque estos terrenos son de Conagua, prácticamente”, cuenta. Y es que si bien lo conocen por participar en las carreras, Alfredo es de oficio albañil. Sin embargo, se quedó en esto a mitad del camino. La luz se la están pasando de otra casa, y aclara que no se está colgando. “Por eso organizamos algo para reunir fondos”, agrega. Es decir, en realidad el reto de ultradistancia buscaba reunir algo de dinero

para que pudiera terminar su casa. No fue un secreto, aunque no todos se enteraron. De hecho, cada día colocaron en la Alameda una caja a manera de alcancía, pero no siempre tenía monedas, y cuando las había éstas pagaban el camión, el taxi o parte de la comida. Las autoridades, comentan con una voz desolada, tampoco se solidarizaron. Otro de los esfuerzos por recabar fondos fue vender algunas de las camisetas que ha recolectado durante más de 35 años que ha corrido. A diez pesos cada una; no tuvieron el recibimiento esperado. Terminó aquí porque no logró ponerse de acuerdo con su antigua compañera, con quien vivía en la colonia Lamadrid, al sur de Saltillo. No quiere hablar mucho al respecto. Le gana una risa nerviosa, y prefiere evitar el tema. Pero su amigo Jorge Flores bromea con él y le pide que confiese que es coqueto, que tiene su pegue. “Tengo varias amigas”, dice Alfredo. “Pero es porque llegas a aun baile, las sacas a bailar, les invitas un refresco, esto y lo otro, y pos ya”. Sus amigos mencionan varias, aunque no pasa de la risa. “Hay que llevar la vida tranquilo”. Lo dice porque se casó cuatro veces, y cuatro veces se divorció. La primera, en el 73, con la madre de sus hijos. Después vinieron las siguientes, pero ya no hubo familia con ellas. Con ninguna encontró el respaldo moral, anímico, económico… por eso, dice, es que


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uno se retira. Pero lo vuelve a dejar en claro. No quiere hablar más del asunto. La cama sobre la cual estamos platicando tiene una base de concreto que él mismo hizo. Dice que es para el descanso de los campeones, porque no todos tienen una así. Por más o menos tres meses la usó a pelo. Dormía sobre la piedra, pues. Por ahí de enero, el Grande le regaló un colchón, que si bien no es muy grueso, es más cómodo y caliente. Al lado de su cama hay un armatoste que sostiene una bolsa con suero, como el que utilizan en los hospitales. Se lo trajo el doctor Omar González Blanco, quien le ayuda a suministrarse un suplemento vitamínico. “Yo no quería, pero me dijeron que es para que me ayude. Soy muy apático para esto de las medicinas, como mi papá. Los últimos días que estuvo en el Seguro le daban las pastillas y él las escupía”, narra. La Chivita dice que afortunadamente tiene buena salud, y que todo lo malo lo saca por los poros, que por eso no se apura. “Ahora el día que fui a hacerme los exámenes me dijeron: ‘nomás ya no ande tomando cerveza, porque tiene el hígado inflamado. Claro que no les hice caso”. Los que lo conocen dicen que el motor de la Chivita es pura cebada. “Una caguamita diaria es buena para el organismo”, dice él mismo. Claro que uno de sus secretos es también el entrenamiento. Y es que le gusta irse a correr a la sierra. “Agarra monte, la Chivita. A veces lo acompañamos, otras no podemos, pues no cualquiera le aguanta el paso”. Pero este hombre ya está acostumbrado. Nació en el barrio de Santa Anita en 1950, y desde que recuerda anda a pie por el monte, en las calles encumbradas y empinadas del sur de Saltillo. “En serio, no cualquiera le aguanta el paso”, repiten

sus amigos. Me llama la atención el apoyo que éstos le dan, y le pregunto si cree que podrá completar su meta solo. “No. Desde el principio, uno por machismo, por la mente mexicana valemadrista, dice que puede. Pero hasta ahorita me doy cuenta de lo invaluables que son las personas que están detrás”. ¿Entonces no se cansa? Dice que sí, pero que es poco, que las piernas aguantan, y que el ánimo de la gente es tal que lo levanta a uno aunque no quiera. “Somos masoquistas. Sufres, gozas, de todo”. Y no es por hablar. No es cualquier cosa tener este aguante. Debajo de la cama –siempre la cama-, tiene dos tinas. Están llenas de medallas. Mínimo cuenta 160, y la cantidad va subiendo todavía. Entre todos las sacan, las miran, recuerdan. “Si las vendemos, sacamos para un kilo de frijolitos”, dice uno, “mejor vamos y las canjeamos”, dicen otros. Alfredo no siente que un corredor se mida por las medallas, pero son recuerdos que quedan, y que le gusta atesorar. El rebaño

Como parte de la plática, surgen algunas fotografías, y sale una donde está con la familia. Ahora hablamos de eso. Su papá se llamaba Francisco Castillo Solís Rodríguez y su madre Pascuala Solís Espinoza. De ellos dos tiene un hermano, pero nada más, porque sus padres se separaron cuando él era pequeño, a sus tres años. El resto son medios hermanos. Por lado del papá son dos mujeres y un hombre, por parte de su mamá son tres mujeres y un hombre. “Nos criamos separados. Él se quedó con mi mamá, yo me quedé con mi abuela”, nos confiesa.

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Si algo sobra en casa de La Chivita son tenis que ha gastado corriendo.

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Además de ellos había otros dos hermanos de sangre, un hombre y una mujer, pero fallecieron de fiebre. Como no había adelantos tecnológicos, cuenta, les ponían bolsas de hielo en la cabeza, sin saber que con eso les quemaban el cerebro. A él también le dio fiebre, y le pusieron la bolsa de hielo, pero sobrevivió. “Algo tenía que pagar”, agrega. De estos tiempos viene también su apodo de la Chivita, y es que cuando habla se escucha como afónico, como si permanentemente tuviera algo atorado en la garganta. Es de nacimiento, y es porque tiene pegadas las cuerdas vocales. Nada más. También es de esta época su fascinación por bailar, que aprendió de su papá y sus tías. Lo llevaban a los bailes, y él se quedaba viendo. Tendría cinco años. No sabía muy bien, pero se ponía a patalear, y algo salía. “Como yo me quedé con mi papá, no me gustaba quedarme solo. Iba porque iba, y hacía un berrinche si no me llevaba”, platica. Más tarde, a los 13 años, comenzó a ayudar a Elías Briones, un hombre que tenía una orquesta y le pedía que cargara el equipo y acomodara los atriles por 30 pesos. “Cuando me llevaba a los lugares veía a todos bailar. En ese tiempo le pedía a Dios que yo supiera bailar, que tuviera un traje y que tuviera un carro”, dice. “Todo se me concedió”. Aunque al principio la orquesta tuvo éxito en Ramos Arizpe, comenzaron a tocar después en la zona de Saltillo. “A los 13 años me llevaba, aunque era un crimen que a esa edad anduviera allá. Me metía entre los cajones, y cuando tenían un descanso me llevaban al congal, me enseñaban cómo estaba todo”, narra. Nunca lo descubrieron entonces, sino hasta que fue mayor, alcoholizado, y sin identificación que lo acreditara como mayor de edad. “Conocí a muchas señoras. Doña Meche, la que daba cafecito. Ahorita todavía conozco unos dos o tres cantineros que andan por ahí”, agrega. Una de las anécdotas que recuerda con picardía fue cuando se quiso hacer el vivo. Estaba en el bar Cadillac, y cuando el cantinero se distrajo, se intentó fugar. Sin embargo éste lo siguió, y le exigió pagar la cuenta, a lo que Alfredo respondió que no tenía dinero. A cambio, le ofreció un anillo como garantía, para ir corriendo hasta la Colonia González, regresar y recuperar la joya. También recuerda una ocasión, a los 23 años en la que, como nadie lo quiso acompañar, le pareció buena idea tomar una daga que su papá guardaba en la casa. “Si me sale alguien, pues se lo encajo”, dice. Sin pensar más, llegó al Foco Rojo, otra de las cantinas emblemáticas de la Zona de Tolerancia, y empezó a bailar. Cuando ya iba de regreso, lo alcanzaron dos agentes y lo revisaron. Uno de ellos era Santana Jiménez, de la policía local. Le quitaron la daga, pero lo dejaron ir. Para quitarse el susto, se regresó a otro bar por unos tragos. El gusto del baile le ha durado hasta ahora. De hecho, fue así como conoció a su amigo José Luis Gutiérrez, maratonista de baile.

Procuran ir juntos a los bailes dominicales de la Sociedad Zarco de Artesanos, donde sacan a bailar a las muchachas y han participado en diferentes concursos. También frecuentan la Sociedad Manuel Acuña, el Casino (no el Casinito, ni el Saltillo, pues ambos bares ya fueron cerrados) de Saltillo, La CTM, la Sociedad Obreros del Progreso, el Ojo de Agua. Hay ocasiones en que van a bailar incluso después de correr una carrera de 21 kilómetros. “No se cansa este hombre”, dice José Luis, quien en 1994 ganó el primer lugar de un homenaje bailable que le hicieron a Adalberto Martínez “Resortes”. El resto del camino

El reto terminó. Alfredo Castillo logró correr 64 maratones seguidos. Lo mantuvo de pie el ánimo de sus amigos, de sus tres hijos. ¿Qué camino le queda por recorrer a alguien con este precedente? Dice que va por el record Guinnes. En realidad, la idea era romper el récord con la hazaña actual, pero la premura e inexperiencia ocasionó que se les pasara avisar a la sociedad que registra los récords. “Tenemos un reto más fuerte. Queremos pararle este año e iniciar el que entra con 500 maratones, uno diario. El record lo tiene uno en España, pero con lo que acabo de hacer, estamos seguros que podremos ganar. Lo podemos ganar con más maratones, menos tiempo, y más edad”, explicó.


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