Revista cine de los 80

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¿Cuál fue la INFLUENCIA del cine de los 80?

Conoce los CL ÁSICOS del cine de los 80

NÚMERO DE EDICIÓN: pr imera edición

Cin e y po lític a exter ior EST ADOUNIDENS E

2023
Junio
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INFLUENCIA DEL CINE DE LOS 80´S GÉNEROS QUE DOMINARON LOS 80’S CLÁSICOS DEL CINE ENTREVISTA A STEVEN SPIELVERG DIRECTORES DE CINE CINE Y POLÍTICA EXTERIOR ESTADOUNIDENSE EN LOS AÑOS 80 22 15 10 3 28 MÁS RECONOCIDOS 34 VIDEO CASSETTE
ÍNDICE

Estas películas, casi todas consideradas basura cuando se estrenaron, resultaron muy formativas. Me enseñaron más sobre la vida que ningún profesor. Hadley Freeman .

INFLUENCIADELCINE

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La década de los 80, en Estados Unidos, estuvo marcada por el auge de la sociedad capitalista, el consumismo y la cultura pop. Pero si algo destaca de estos años es la consolidación del término blockbuster. Pero, ¿qué es un blockbuster? Se trata de una película que resulta ser todo un éxito en taquilla, un taquillazo. Este tipo de películas recaudan millones de dólares durante su proyección en salas de cine.

Pero no todo queda ahí. El gasto en publicidad comenzó a ser altísimo y se creó todo tipo de merchandising. Incluso se realizaron colaboraciones con marcas de ropa o cadenas de comida rápida. Otro concepto que va ligado directamente con el blockbuster es el de saga. Una sucesión de películas que cuentan diferentes historias, siguiendo una trama principal, sobre un personaje o varios.

Durante los años 80 los géneros cinematográficos que mejor funcionaron fueron la ciencia ficción y el cine de aventuras. Esto podemos verlo reflejado en películas como “Regreso al futuro” (1985) o “Indiana Jones: En busca del arca perdida” (1981). Otro de los géneros que cosechó un gran éxito fue el cine de terror. En concreto, el subgénero slasher triunfó entre el público con personajes tan característicos como Freddy Krueger, cuya primera

aparición fue en “Pesadilla en Elm Street” (1984). Al hablar de terror debemos mencionar al escritor Stephen King, responsable de inspirar películas de la talla de “El resplandor” (1980).

Los directores del conocido como Nuevo Hollywood surgido en los años 70, también triunfaron en esta época. Brian de Palma dirigió “El precio del poder” (1983), una de las mejores interpretaciones en la carrera de Al Pacino. Pero dos de ellos sobresalieron más que el resto. Nos referimos a Steven Spielberg y George Lucas. Spielberg, creador del primer blockbuster de la historia, consolidó su nombre como una marca. Sin duda, una de sus películas más icónicas de esta década fue “E.T. El extraterrestre” (1982). También fue el encargado de dirigir el resto de entregas de la saga Indiana Jones. Spielberg tuvo varios discípulos, entre los que destacan Joe Dante y su película “Gremlins” (1984) o Robert Zemeckis.

En lo referente a George Lucas, durante estos años ejerció de productor y fue el encargado de supervisar “El imperio contraataca” (1980) y “El retorno del jedi” (1983). Finalizando la primera trilogía de una de las sagas más exitosas de todos los tiempos. Los efectos especiales mejoraron bastante en la década de los 80 y se aumentó la calidad durante la postproducción.

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Otros de los grandes exponentes de la ciencia ficción fueron Ridley Scott, director de “Blade Runner” (1982) o Ivan Reitman, encargado de dirigir “Los cazafantasmas” (1984). No podemos olvidar a James Cameron y Tim Burton. El primero triunfó con “Terminator” (1984), mientras que Burton hizo lo propio pero utilizando un estilo muy diferente y característico. El ex animador de Disney dirigió “Bitelchús” (1988) y “Batman” (1989), película protagonizada por Michael Keaton y Jack Nicholson.

En la actualidad, la nostalgia por este tipo de películas tan icónicas se ha utilizado de diversas maneras para crear contenido audiovisual. Series, como por ejemplo, “Stranger Things” (2016), han sido aclamadas por la crítica y el público a partes iguales. O en forma de remakes, uno de los más exitosos fue “Blade Runner: 2049” (2017). Otro claro ejemplo es la más reciente “Top Gun: Maverick” (2022), protagonizada por Tom Cruise y secuela de “Top Gun. Ídolos del aire” (1986).

En Europa la tendencia cinematográfica consistió en alejarse del cine comercial americano. Un claro ejemplo de esto es una de las obras maestras de la historia del cine: “Cinema Paradiso” (1988). Un tema muy recurrente en el cine europeo y soviético de los 80 fue la Segunda Guerra Mundial, esto podemos verlo en cintas como “El submarino” (1981) y “Masacre” (1985).

En Japón, Akira Kurosawa dirigió una de las cintas más relevantes de toda su filmografía, “Ran” (1985). También, durante la década de los 80 mucho en el terreno de la animación y se estrenan cintas tan importantes como “La tumba de las luciérnagas” (1988), “Mi vecino Totoro” (1988) y “Akira” (1988).

Durante mucho tiempo, confesar que tu película favorita era ochentera equivalía a colleja, insulto

o las dos cosas. Ahora ya no. ¿Retromanía? ¿Las cosas de la paternidad? Nada de eso. La verdadera razón por la que ciertos filmes de entonces han pasado de subproductos para frikis (según la crítica) a títulos de culto (según los espectadores) es su mensaje, imposible de encontrar en sus equivalentes en el cine comercial contemporáneo. Algo que va más allá de la obviedad de comparar Cortocircuito con Transformers.

Hadley Freeman es la autora de The time of my life, un libro “ligeramente autobiográfico y tremendamente subjetivo” en el que explica cómo el cine estadounidense de esa década en concreto la sensibilizó a ella y a su generación frente a cuestiones como el aborto, la discriminación racial o la incomunicación entre padres e hijos. Lo hizo no con productos de arte y ensayo precisamente, ni con crudos documentales, sino con cintas “desternillantes, tiernas e inteligentes” como Regreso al futuro, El príncipe de Zamunda, La princesa prometida y Dirty Dancing, de la que un productor dijo: es tan mala que lo mejor es quemar los negativos y cobrar el dinero del seguro.

“Estas películas, casi todas consideradas basura cuando se estrenaron, resultaron muy formativas. Me ense-

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ñaron más sobre la vida que ningún profesor. Hoy sería en esencia la misma persona si mis padres se hubieran ahorrado miles de dólares en educación y me hubieran pagado sólo con la suscripción al videoclub de la calle 86 Este [Nueva York]”, ironiza la escritora y columnista de The Guardian en un volumen que cualquier seguidor de Stranger things debería autorregalarse.

Con un sentido del humor que salpica y empapa, la autora lamenta que ahora, tres décadas después del estreno de Cuando Harry encontró a Sally, es imposible encontrar a una mujer joven en el papel protagonista de una película romántica “que no lleve siempre el pelo perfecto, tenga la talla 34 y vista con ropa ajustada”. De la misma forma, Freeman sostiene que el éxito de Pixar -especialmente Shrek- tiene en gran medida su origen en La princesa prometida, “un cuento de hadas para aquellos a quienes les gustan los cuentos de hadas, pero también una autoparodia para los que no; una película para niños y para adultos a la vez”. Es decir, eso que se catalogaba para todos los públicos antes de la era de la medición y la audiencia segmentada en ‘targets’.

Que ya no se hagan películas como las de los 80 se debe a tres factores, expone The time of my life: económicos, cambios en las actitudes sociales y cambios en el orden mundial. “La cultura estadounidense se ha vuelto progresivamente más conservadora”, resume Freeman la transición Reagan-Obama-Trump y el auge de los llamados grupos de presión. Y luego está la deriva de

Hollywood hacia el franquiciado global: megaproducciones que evitan cualquier tema sensible para resultar aptas en Nueva York, Moscú o Shanghái. Conclusión: la industria ha visto cómo la recaudación procedente de China aumentaba un 400% en los últimos cinco años... mientras el talento creativo se iba a la televisión por cable.

Freeman admite sin pudor que las películas de los 80 le gustan ahora más que cuando las vio por primera vez. Su favorita es Cazafantasmas. Sí, ese grupo de amiguetes que no iban de machos alfa ni siquiera mientras desempeñaban un trabajo tan testoronil como cazar espectros. “Los hombres de Cazafantasmas se comportan como adultos y parecen mucho más maduros que la mayoría de los hombres de la cultura popular de hoy en día”, apunta la escritora. “Y cuando los Cazafantasmas son modelos relativos de madurez, algo raro está pasando”.

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Es fascinante ver la grancantidad declásicos que aparecieron en tan solo 10 años. Indiana Jones, Regreso al futuro, Dirty Dancing, E.T., Duro de matar, El club de los cinco, Los Goonies, Pesadilla en Elm Street… Escoge un género y seguro que encontrarás una película que, de un modo u otro, lo ha definido. El concepto de ‘éxito de taquilla del verano’ se inventó a finales de los años 70 con Tiburón y La Guerra de las Galaxias, pero pasó a convertirse en todo un arte en los años 80 con películas que más bien daban la sensación de ser eventos. Era un perfecto ‘a medio camino’ entre el cine de lo antiguo y lo nuevo: maquillaje práctico y efectos especiales que habían evolucionado a niveles alucinantes, mientras que los efectos por computadora estaban convirtiendo el cine en algo diferente.

Ante las cámaras teníamos a una nueva generación de gigantes del cine como Tom Cruise, Arnold Schwarzenegger y Julia Roberts, que por un lado nos parecían de otro mundo pero al mismo tiempo nos recordaban nuestra realidad más cercana. Detrás de la cámara, Steven Spielberg estaba llegando a su auge, hasta el punto que estaba incluso redefiniendo lo que significaba ‘ir al cine’. También sonaban ya los nombres de John Hughes, James Cameron, Spike Lee, Tim Burton, Sam Raimi y Kathryn Bigelow. Se estaba formando la tormenta perfecta de talento con la que se crearían historias inolvidables.

Combinado con todo esto también surgió la necesidad de arriesgarse. La cultura americana cambió significativamente en los años 80 con una renovada sensación de poder y optimismo. El cine reflejaba justamente eso en la pantalla, por lo que no podía permitirse el lujo de simplemente versionar el pasado. Los estudios tuvieron que arriesgarse e innovar, apelar a una nueva generación que no miraba al pasado y que, en cambio, se deleitaba en su presente. Las posibilidades del cine parecían cambiar de una semana a otra, lo que daba a directores y productores la posibilidad de crear nueva aventuras. La sofisticación de los efectos especiales ayudaron sin lugar a duda a que Terminator fuera lo biónico que fue y que un hombre tranquilo pudiera acabar aterrorizando a todo Manhattan.

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Una nueva ola de música pop nacía al mismo tiempo para añadir mayor vibración todavía a las misiones de Tom Cruise en Top Gun, dar a Rocky “El ojo del tigre” o emparejar al Joker de Jack Nicholson con una banda sonora escrita por Prince.

La inspiración venía de todas partes y su impacto todavía se siente hoy. Cinematógrafos como JJ Abrams (La Guerra de las Galaxias: El Despertar de la Fuerza) y los Hermanos Safdie (Diamantes en bruto, Good Time: Viviendo al límite) hablan del cine de los 80 como del nacimiento de su amor por el cine, lo cual explica por qué su obra nos recuerda siempre a la estética de justamente esos años.

Ese amor por el cine de los 80 también se pone de manifiesto en las maneras en que ese período proporciona todavía hoy el escenario para películas modernas y programas de televisión. Las series Stranger Things y GLOW de Netflix se han convertido en éxitos mundiales a partir de una estética y rodaje que lleva el sello de esa época estampado por todas partes. El Joker de Todd Phillips reinventó la película de comic el octubre pasado, y lo hizo basando los orígenes del Príncipe del crimen con cara de payaso en los años 80 (es decir, 30 años después de que El Batman de Tim Burton revolucionara el género). Películas de estudios cinematográficos como Thor: Ragnarok e X-Men: Apocalipsis confiaron en la estética de los peinados y en los viejos éxitos para llenar las cajas registradoras de las taquillas.

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A nuestro lado de la pantalla, si pensamos en por qué esta época continúa siendo tan atractiva, hay algo más profundo en juego. No hay duda de que los primeros 20 años del nuevo milenio han sido tumultuosos. Por cada paso hacia delante en los campos de la tecnología y la justicia social, hay un evento mundial que parece haberlo cambiado todo indefinidamente. El arte a menudo nos ofrece una manera de huir de todo eso, de mirar atrás a una época en que las cosas no eran tan complicadas, por mucho que solo estemos mirando a una versión idealizada del pasado. Para muchos, los 80 son perfectos para ese tipo de nostalgia. Los que ya tengan una edad se identificarán con su niñez y recuperarán recuerdos maravillosos del pasado. Los más jóvenes verán una época que se parece a la suya, pero que es más sencilla. Los personajes tienen juegos de ordenador y televisión, pero no disponen de las redes sociales y todo lo que eso implica. La gente habla por teléfono, pero el auricular está pegado a una pared en vez estar constantemente adosado a la mano. Nos vemos reflejados en casi todo, porque casi todo nos resulta familiar, pero a la vez nos parece lo suficientemente alejado de nosotros como para no tener que abordar los problemas a los que nos enfrentamos en nuestros presente actual.

“Nostalgia es negación; negación de un presente doloroso,” afirma John (Kurt Fuller), uno de los personajes de la comedia Medianoche en París del año 2011, una película que precisamente aborda la idea de que cada generación cree que el pasado era mejor. Esta idea continúa siendo válida en el cine, época tras época. Los años 50 fueron la época dorada de las películas del oeste, justamente cuando un mundo cada vez más industrializado volvía la mirada atrás, a la frontera. Los años 60 se fijaban en el heroísmo de la Segunda Guerra Mundial, el c ual quedó plasmado en un gran número de éxitos cinematográficos como El gran escape o El desafío de las águilas, que sirvieron para unir a padres veteranos e hijos que habían crecido escuchando esas historias. A pesar de todo esto y de toda la evolución cultural de la que son responsables, los años 80 encontraron su propia inspiración en otra época. Cuenta conmigo, Rebeldes y, cómo no, Regreso al Futuro volvieron a dar vida a los años 50 con estos éxitos nostálgicos para tanto un público de mediana edad como una nueva generación que parecía dispuesta a aceptar la moda esa época.

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GÉNEROSQUE

LOS 80’S

Al filo de los avances en efectos especiales y en la cresta de la ola de las nuevas lógicas blockbuster, la ciencia ficción renació en los años ochenta con una energía renovada llena de fantasía, acción y de los primeros destellos del cyberpunk.

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CIENCIA FICCIÓN

Hoy en día parece imposible no asociar la ciencia ficción a los años ochenta. Como hemos explorado, fue en la década de los cincuenta donde el género, como reacción a una situación desastrosa y a la paranoia de la Guerra Fría, estableció las bases de por lo que entendemos por ciencia ficción cinematográfica hoy en día. Durante los siguientes veinte años el género transitó numerosas transformaciones que acabaron, en muchos casos, en pasos en falso y callejones sin salida, pero que conducirían al colofón final que la catapultaría a lo es todavía hasta hoy en día: un género central en la industria, con un puesto fundamental en la mayoría de los blockbusters, franquicias y sagas, y una particularidad sinergia con la lógica comercial del cine actual. No es casualidad, como ya vimos en

la entrega anterior, que los orígenes de esta lógica coincidieran con el estreno de una película de ciencia ficción (o, al menos, de su prima cercana, la ópera espacial): La guerra de las galaxias (George Lucas, 1977).

El enorme éxito de la megaproducción de George Lucas condujo no solo a la implantación de la lógica del blockbuster en la industria cinematográfica, a la cual ayudó también el enorme impacto de Tiburón (Steven Spielberg, 1975), sino un encumbramiento glorioso de la ciencia ficción al interior de este renovado espíritu comercial, al demostrar que el género no solo podía ofrecer distopías retorcidas, delirios camp de serie B o fábulas espectaculares, pero oscuras y pesimistas, sobre la bomba atómica y la catástrofe. De repente, el cine era algo eminentemente divertido, colorido, infantil en un buen sentido, un fenómeno de masas que apenas que agotaba en la pantalla y se transmitiría por un enorme ecosistema de medios que incluía pósteres, merchandising y los importantísimos juguetes.

La fantasía, como se sabe, tuvo su propio resurgimiento en esta nueva reorganización comercial del panorama cinematográfico de Hollywood. Buena parte de estos blockbusters de ópera espacial que inundan los principios y mediados de década deben gran parte de su concepción y éxito a las claves de la fantasía, como puede verse en los más icónicos segmentos de la antología de animación Heavy Metal (Gerald Potterton, 1981), trasladados de la famosa revista del mismo nombre. El panorama sencillamente se vio inundado de la noche a la mañana con épicas espaciales y

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parábolas alienígenas, como en las menos conocidas Starfighter: La aventura comienza (Nick Castle, 1984) y Enemigo mío (Wolfgang Petersen, 1985) y sobre todo en la superproducción de Dune (David Lynch, 1984). De forma de sobra conocida, el descontento de Lynch con el resultado final de Dune, que recogía otra de las propiedades intelectuales que habían inspirado a la propia La guerra de las galaxias, es un buen ejemplo de cómo gran parte de esta corriente estaba motivada por unos intereses corporativos que claramente creían haber encontrado la fórmula para vender más entradas, camisetas y juguetes.

Esta mezcolanza de géneros y esta nueva lógica comercial sirvió sin duda para ensanchar la imaginación de la que la ciencia ficción era capaz en su momento, pero ciertamente clausuró ciertos aspectos que habían hecho al género relevante por su comentario social, al desconectarlo en gran parte de las tendencias históricas de su momento. No es casualidad, en el momento del auge y consolidación del neoliberalismo global, en el ocaso de la Guerra Fría, que triunfara en la gran pantalla una nueva tonalidad afectiva que privilegiaba el escapismo propio de la fantasía al tradicional elemento social, más sofisticado y sutil, que había acompañado a la ciencia ficción cinematográfica (y en mayor parte a la literaria) hasta el momento. Pero esto no fue exactamente así en todo caso y, si bien de forma desigual y en parte a contrapelo de su época, la década de 1980 nos dejó una serie de películas distópicas que recogían en cierto aspecto el núcleo narrativo de la ciencia ficción hasta el momento, eminentemente pesimista, o al menos ambivalente, y lo reformulaban en las propias claves y tendencias históricas y sociales de su momento.

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Los ochenta nos dejaron una serie de películas distópicas que recogían en cierto aspecto el núcleo narrativo de la ciencia ficción hasta el momento.

AVENTURA

En 1981, Steven Spielberg asociado a George Lucas estrenan En busca del arca perdida. Una película de aventuras inspiradas en las películas de James Bond y en películas como las Minas del Rey Salomón de Compton Bennett y Andrew Marton. En busca del arca perdida fue un éxito de taquilla e inició una saga de varias secuelas convirtiéndose Harrison Ford en Indiana Jones.

Y en 1982 se estrenó Límite: 48 horas de Walter Hill, la que es considerada la primera Buddy cop. Un subgénero de cine de acción en la que dos protagonistas deben trabajar juntos para resolver un crimen o vencer a un criminal, al tiempo que van entablando una amistad o bien refuerzan una relación existente.

Tuvo como su máximo ejemplo la saga de Arma letal (1987) de Richard Donner y protagonizada por Mel Gibson y Danny Glover. En 1982 también se estrena Acorralado de Ted Kotcheff que dio a conocer el personaje de John Rambo y su secuela Rambo. Acorralado, parte II (1985) dirigida por George P. Cosmatos. Tanto él como Sylvester Stallone forjaron la figura de Rambo en la cultura popular y lanzaron la carrera de Stallone como héroe de acción con películas como Cobra, el brazo fuerte de la ley (1986) y la buddy cop Tango y Cash (1989).

Otra figura clave del cine de acción de los 80 fue Arnold Schwarzenegger; el culturista de origen austriaco que se dio a conocer por su papel de Conan el Bárbaro en la película homónima de 1982 de John Milius y en 1984 por su papel de Terminator en el clásico del cine de acción y ciencia ficción Terminator de James Cameron. Schwarzenegger en esa década protagonizaría películas como Comando de Mark L. Lester (1985), Depredador (1987) de John McTiernan.

McTiernan al año siguiente dirigiría la considerada la mejor película de acción de todos los tiempos por muchos, en España se llamó La jungla de Cristal, aunque su nombre original fue Die Hard

(Duro de matar), protagonizada por Bruce Willis en el papel de John McClane lanzando la carrera del actor. Supuso un éxito de crítica y público, además de dar origen a una saga de cinco películas.

Esta década también fue fructífera en otras partes del mundo, en Hong Kong donde Sammo Hung y Jackie Chan actualizaron el género al añadir una dosis mayor de comedia a las películas de acción. Ambos se convirtieron en estrellas al protagonizar películas como La armadura de Dios (1986), Police Story (1985) de Jackie Chan, Ganadores y pecadores (1983), Los supercamorristas (1984) de Sammo Hung o Yes, Madam de Corey Yuen (1985) protagonizada por Michelle Yeoh y Cynthia Rothrock.

Rothrock se convertiría en la primera actriz occidental en protagonizar una película de acción hongkonesa en 1989 con Female Reporter, también conocida como The Blonde Fury, de Mang Hoi.

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Las películas de Craven, Cronenberg y Carpenter propiciaron la comercialización de un género violento permitiendo la creación de villanos como Freddy Krueger, Michael Myers o Jason Voorhees

Los primeros sustos que Wes Craven regaló en la gran pantalla fueron deudores de las fechorías cometidas por homicidas como Ed Gein o Ted Bundy, y a la vez precursores de una nueva forma de entender los miedos de la psique humana. Fue precismante durante la década de los 80 cuando el cine de terror se abrió a los géneros del slasher y al gore propiciando la entrada de monstruos asesinos icónicos como Freddy Krueger o su antagonista de Viernes 13 Jason Voorhees.

Los psicópatas enmascarados hicieron furor en la taquilla americana cambiando a las víctimas hippies por adolescentes guapos y despreocupados. De la nada y sin proponérselo demasiado, había surgido un estilo comercial que se prolongaría y se homenajearía hasta la saciedad en las décadas venideras.

TERROR

El elemento sobrenatural, a veces limítrofe con la ciencia ficción, no sólo fue utilizado por el padre de Pesadilla en Elm Street. También sirvió a directores como David Cronenberg o John Carpenter para explorar nuevas parcelas del horror, ya fuera bajo la amenaza de un alienígena en una base polar aislada (La cosa) o con un híbrido mitad insecto y mitad humano, producto de un experimento fallido (La mosca).

Los efectos especiales fueron los principales aliados de esta perturbadora generación de cineastas, que no dudaron en sacarles el máximo provecho usándolos en transformaciones y en mutilaciones grotescas.

Mientras las ingenuas criaturas de la Hammer se iban quedando obsoletas ante este nuevo alarde de violencia y locura, las historias de zombis, momias y fantasmas eran rescatadas bajo una nueva perspectiva libre de cualquier tipo de censura. Los carismáticos villanos pronto ganaron terreno a los protagonistas de estos filmes, y la rueda de las franquicias comenzó a girar sin control, replicando la fórmula. La saga Halloween, con 10 títulos a sus espaldas o las adaptaciones de la obra de Hellraiser, ideadas por el escritor Clive Barker, son sólo algunos de sus múltiples ejemplos.

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DEL CINE

La coincidencia este año del enorme éxito en taquilla de ‘Top Gun: Maverick’ y de la temporada 4 de ‘Stranger Things’ vuelven a demostrar lo mucho que nos gusta mirar atrás, especialmente a hace unos treinta años. La nostalgia por aquella década maravillosa que fueron los 80 ya no se limita al imaginario de Spielberg-Lucas y de la factoria Amblin sino que recorre cada uno de los géneros ochenteros, desde las primeras (y mejores) películas de Tom Cruise hasta los biopics de prestigio que arrasaban entonces en los Oscar. Ahí tienes las ocho estatuillas, en cada caso, de ‘Gandhi’ y de ‘Amadeus’.

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La mejor película de los 80 es la considerada mejor película de Star Wars, la segunda de la saga galáctica pero el Episodio VII (si te lías mira el orden correcto de las películas de Star Wars). No puede reprochársele a George Lucas que abusara de una misma fórmula del éxito, siempre cambiando de tono y subgénero en cada una de sus entregas de Star Wars. ‘El imperio contraaataca’ fue (y sigue siendo) la más oscura de todas y la más mítica, con el céleb re “Luke, yo soy tu padre” de Darth Vader y un final embarrado para Han Solo. Era blockbuster comercial de calidad como pocas veces se ha hecho. Lo mejorcito de los 80.

REGRESO AL FUTURO (ROBERT ZEMECKIS, 1985)

Una máquina del tiempo en un DeLorean, un chaleco rojo, Michael J. Fox, Christopher Lloyd y la historia de amor (y concepción) de los padres de Marty McFly. Pocos clásicos han marcado nuestra idea de una época como Regreso al futuro, y eso que transcurre en el pasado. Sigue siendo una de las mejores películas de viajes en el tiempo y un clásico del género, una de las mejores películas de ciencia ficción que puedes ver en Prime Video.

LA TUMBA DE LAS LUCIÉRNAGAS (ISAO TAKAHATA, 1988)

Agarra el paquete de kleenex porque hemos llegado a la película más triste de esta lista, al menos entre las de dibujos. Antes de que Miyazaki se convirtiera en marca de las mejores películas de animación de la historia, su compañero en Studio Ghibli, Isao Takahata, demostró que no hacía carne y hueso para conmovernos por dentro con la historia desoladora de dos huérfanos en el Japón de la II Guerra Mundial. Pero 'La tumba de las luciérnagas' no es dramática por afán de enriquecer la industria pañera, sino una combinación de la belleza y la pena que hay en el mundo, sobre todo (e incluso) en tiempos de guerra.

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CinemaParadiso(GiuseppeTornatore,1988)

Todo el mundo ama ‘Cinema Paradiso’. En su año se hizo con el Oscar a Mejor Película de Habla no Inglesa y todavía hoy puede regresar a los cines sabiendo que cuenta con un público fiel que la considera entre las mejores películas europeas en Amazon Prime Video. La clave está en la mirada fascinada por el cine del pequeño Salvatore que nos recuerda nuestra infancia cinéfila, y también en una de las mejores bandas sonoras de Ennio Morricone. Lo tiene todo para hacerte llorar.

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Cientos de miles de usuarios de IMdB consideran a ‘El resplandor’ como la mejor película de Stanley Kurbrick, por más que le pese a Stephen King, al que no le gustó un pelo que los guionistas se tomaran tantas libertades. Es un viaje a la locura que puede producir el aislamiento y también a la obsesión que puede provocar un título como este en sus espectadores, que llevan décadas produciendo teorías y análisis sobre la película. Curiosamente, de lo que no se trata es de la mejor adaptación de Stephen King, puesto que desempeña ‘Cadena perpetua’, la película favorita en la plataforma.

El comienzo de ndiana JWones. Aquí, como en Star Wars, las anécdotas y secretos de rodaje de ‘En busca del arca perdida’ se mezclan con la leyenda. Las aventuras en países exóticos, la narración clásica de Steven Spielberg, el sentido de la acción como una montaña rusa y, sobre todo, Harrison Ford con sombrero y latigo crearon el arqueólogo más famoso de todos los tiempos. Como que hasta entonces a ningún niño se le habría ocurrido elegir una carrera que exige saber latín y ahora son legión.

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En busca del arca perdida (Steven Spielberg, 1981)
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El resplandor (Stanley Kubrick, 1980)

Amadeus (Milos Forman, 1984)

No es estrictamente un musical, pero tampoco un biopic al uso. ‘Amadeus’ fue el mayor éxito en los Oscar de Milos Forman, y hablamos de quien se había llevado cinco estatuillas con ‘Alguien voló sobre el nido del cuco’. ‘Amadeus’ tenia un Mozart chillón tan inolvidable como el personaje de Nicholson de aquella, aunque solo sea por su risa, y una indagación sobre el talento y la profesión y los celos que no podía dejar de triunfar en Hollywood.

Aliens, el regreso (James Cameron, 1986)

Primera secuela de ‘Alien, el octavo pasajero’ y no vamos a decir que superior, pero sí que está a su altura gracias a que James Cameron transformó la película en algo radicalmente distinto, introduciendo más acción y aventura donde antes había terror claustrofóbico.

Uno de los éxitos en taquilla llegados de Europa que han llegado a convertirse en un título de culto (y una de las mejores películas clásicas que puedes ver en Netflix). Se trata de la historia de un submarino, claro, durante la Segunda Guerra Mundial, con toda la tensión, claustrofobia y peligro que se podía vivir encerrado en un espacio minúsculo y lleno de máquinas muy por debajo del nivel del mar. Es también una de las mejores películas bélicas de la historia.

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Garcias a Jar Jar Binks ya nadie odia tanto a los Ewoks. En su momento fueron críticados por el incipiente fandom de la saga galáctica pero, ahora, el final de la trilogía original de Star Wars puede disfrutarse como la más familiar de las primeras entregas. Tiene el que probablemente sea el mejor ritmo de toda la saga, un equilibrio muy fino entre la oscuridad del Emperador en todo su esplendor y las descargas de humor y el final, el glorioso e insuperable cierre de Darth Vader.

Después de filmar en Italia (y Almeria) algunos de los mejores westerns de la historia del cine, el director Sergio Leone fue a Hollywood a filmar el otro género americano por antonomasia, el cine negro. El resultado no fue solo uno de las mejores películas de Robert de Niro, ni una de las mejores películas sobre la mafia de la historia, sino la más conmovedora y trágica historia de amistad entre dos jóvenes que crecieron en la Ley Seca y acabaron convirtiéndose en una de las bandas más poderosas del barrio.

Si has visto ‘Masacre’ es probable que no quieras volver a encontrarte con el rostro roto del jovencísimo Alexei Kravchenko. Es una de las películas más duras, por violentas, que se hicieron en los 80 (y en la Historia) sobre los horrores de la guerra. Ambientada en el frente principal de la Segunda Guerra Mundial, el director Elem Klimov sumerge al espectador en las matanzas de centenares de aldeas bielorrusas operadas por el ejército nazi de camino hacia Moscú.

Masacre (Ven y mira) (Elem Klimov, 1985)
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Seguimos con los horrores de la guerra, esta vez en Vietnam y con Stanely Kubrick. La película comienza con la inolvidable bronca improvisada de Ronald Lee Ermey, el sargento retirado real que participó en la película, y acaba con un francotirador entre los edificios devastados de Vietnam. Entre medias, algunos de los mejores planos secuencias con steadycam del director y una sátira despiadada hacia el militarismo.

El precio del poder (Brian De Palma, 1983)

Remake de uno de esos clásicos que todo cinéfilo presume de haber visto, una, dos, muchas veces, de Howard Hawks. Con el título de ‘El precio del poder’ la película contaba con un guion de Oliver Stone y con Brian de Palma tomándole la delantera a su colega Francis Ford Coppola en el terreno de la mafia y el tráfico de drogas. Donde ‘El Padrino’ era clásica, ‘Scarface’ es barroca como solo Miami en los 80 podía serlo. Ambas están entre las mejores películas de Al Pacino, pero aquí Michael Corleone deja la contención a un lado para actuar como si la vida le fuera en demostrar que nadie puede ganarle a hortera.

Es Navidad, hay un edificio, terroristas y rehenes y un tipo descalzo que no se para ante nada. Ese tipo resultó ser Bruce Willis en una de sus mejores películas y el título en cuestión uno destinado a originar una saga de hasta 5 entregas: ‘Jungla de cristal’. ¡Yippee-Ki-Yay!

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Divorcio, acoso escolar, soledad... los traumas infantiles del director más taquillero de la historia siempre han salpicado sus películas. Pero ahora va más allá. En la última nos acerca a su infancia y a los obstáculos que sorteó para alcanzar sus sueños. Lo mismo que hace en esta reveladora entrevista.

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or fin lo conocemos. Ese niño que Steven Spielberg siempre ha llevado dentro es, por fin, el protagonista absoluto de una de sus películas. Se llama Sammy Fabelman y le ha llevado toda una vida –75 años; 36 películas– decidirse a mostrárnoslo. Y no ha sido fácil, admite Spielberg. Porque Los Fabelman, su nueva obra (estreno: el 10 de febrero), es su propia historia, la de su familia.

Recorre en ella su infancia y adolescencia; el camino que lo llevó hasta su ingreso, precoz, en la industria del cine. Por momentos, admite, le costó mantener la compostura, expuesto a la tesitura de dirigir a actores que interpretaban a sus seres queridos en momentos complejos de su vida. Al fin y al cabo, Los Fabelman –triunfante en los Globos de Oro y gran candidata al Oscar– habla de sus padres, de infidelidades, de divorcio, de traumas, de abusones, de decepciones y triunfos, de rodajes caseros e imposibles; de empeñarse, en definitiva, en alimentar una pasión y alcanzar tus sueños.

De ese emotivo proceso que lo emparenta con ilustres apellidos del celuloide: Truffaut, Kurosawa, Malle, Fellini..., grandes que también trasladaron partes de sus vidas a la gran pantalla, habla Spielberg con XLSemanal. Es esta una entrevista plagada de recuerdos y reflexiones que nos acercan al director más admirado de nuestro tiempo, también al más taquillero de la historia –la recaudación de sus obras suma 10.657 millones de dólares, 2,6 más que James Cameron– y, probablemente, al más influyente. ¿Quién más puede presumir de haber cambiado tantas veces el rumbo de la industria? Porque eso es lo que hizo con Tiburón, En busca del arca perdida, E.T., Parque Jurásico, Salvar al soldado Ryan, Minority report... Está claro: sin Steven Spielberg nada sería igual.

XLSemanal. ¿Llevaba mucho tiempo queriendo hacer una película de su propia historia?

Steven Spielberg. En realidad, no. Proteger mi círculo familiar y mis amistades ha sido una preocupación constante desde que me convertí en una persona pública. Es cierto que he ido incluyendo partes de mi vida en muchas de mis películas –en E.T., sobre todo–, pero nunca soñé con filmar mi propia historia.

XL. Hasta que…

S.S. Hasta que murió mi madre. El 21 de febrero de 2017. A partir de ahí todo comenzó a precipitarse. Tres años después perdí a mi padre. Me quedé huérfano y, de repente, se convirtió en una necesidad urgente.

XL. ¿Cree que les gustaría a ellos?

S.S. A mi madre seguro porque le encantaba ser el centro de atención. Tenía un restaurante en Los Ángeles, The Milky Way, donde era la estrella. Además, se pasó años diciéndome: «Steve, ¿cuándo vas a contar nuestra vida? Es una gran historia». Fue la primera que me animó a contar mi infancia y todo lo bueno y malo que le ocurrió a mi familia.

XL. ¿Y su padre?

S.S. También la habría aprobado. Yo estuve enfadado mucho tiempo con él tras el divorcio, lo culpaba de todo, pero él siempre fue honesto con respecto a lo que sucedió, como probó en el documental que HBO hizo sobre mí en 2017. Así que a ambos les habría parecido bien.

XL. ¿Ha sido, entonces, un modo de ayudarlo a afrontar su muerte?

S.S. Ha sido, desde luego, una experiencia intensa y emotiva. Y liberadora, sí. De hecho, me aterraba la idea de cruzar esa línea. Fue Tony Kushner, guionista con quien llevo trabajando desde Múnich (estrenada en 2005), quien me dio el empujón definitivo. Siempre habíamos compartido historias de infancia y él me animó a recopilar mis memorias más traumáticas, base de la película.

XL. Ha rodado usted obras tan duras como La lista de Schindler, Salvar al soldado Ryan, Amistad…, pero, emocionalmente, ¿ha sido esta la más difícil?

S.S. Sin duda, porque estaba constantemente obligado a controlar mis emociones. Luchaba contra mis recuerdos, no podía desmoronarme al revivir todo lo que compartía con el equipo en cada escena.

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XL. ¿Se contuvo todo el rodaje?

S.S. Digamos que mantuve la compostura el 80 por ciento del rodaje [se ríe]. Ten en cuenta que dirigía escenas de mi vida y a actores que interpretaban a mis padres, mis hermanas y a mí mismo. ¿Cómo no me va a afectar? De todos modos, fue un proceso hermoso y emotivo. Te dije antes que nunca pensé en hacer esta película, pero me alegra mucho haberla hecho.

XL. Tras el rodaje viene la edición, el montaje. ¿También fue difícil?

S.S. Sí, sí, el montaje fue mucho peor [se ríe]. Imagínate, ver cada escena varias veces, despacio, cortando escenas tan íntimas para mí… Fue un recordatorio constante de que mis padres están muertos y de momentos traumáticos de mi infancia. Fue una experiencia extraña y compleja, porque nunca hay respuestas fáciles cuando te enfrentas a tu vida y la de tus padres.

XL. ¿Qué actor/personaje le provocaba más emociones?

S.S. Mis padres, interpretados por Michelle Williams y Paul Dano. Fue mucho más fácil dirigir a Gabriel LaBelle, que hace de mí. Recrear sus personalidades, sus vidas, mi recuerdo de ellos fue complicado.

XL. ¿Más que recrear su vida?

S.S. Sí, porque comprendí que es imposible dirigir a un actor que te interpreta a ti mismo. No hay modo de ser objetivo. Así que confié en Gabriel y le di libertad total.

XL. Apenas le dio indicaciones...

S.S. Tal cual. Y, cuando acabamos, le dije: «Sabes, Gabriel, me has interpretado como el chico que siempre quise ser, pero nunca fui. Y es genial, porque la gente va a pensar que fui mucho mejor de lo que, en realidad, fui». Sí, creo que me he salido con la mía [se ríe].

XL. ¿No fue tan buen chico como se pinta en la película?

S.S. Bueno, como hijo mayor, me tocó asumir responsabilidades sobre mis hermanas y creo que hice un pésimo trabajo en ese aspecto. Siempre se mantuvo el amor en nuestros corazones, pero nos peleábamos mucho. La mayor parte del tiempo.

XL. Ya, es algo demasiado habitual entre hermanos…

S.S. Y deja asperezas, se arrastra… Es increíble cómo la infancia te marca tanto a pesar de ser una diminuta ventana temporal en tu vida. Y es el único momento en que realmente somos libres.

XL. La infancia es una constante en su cine. A sus 75 años, ¿cómo mantiene fuerte esa conexión?

S.S. Para empezar, la edad es solo un número, no te define. No veo en mí lo que la sociedad ve en una persona de 75 años. Soy, además, padre de siete hijos y abuelo de seis nietos. Pero la clave es que nunca me he alejado del niño que fui, he cuidado de él, he conversado con él. Gracias a Dios, gozo de buena salud, estoy en forma, cuido lo que como y sigo dedicado a lo que más me gusta, así que espero que ese chico permanezca conmigo mucho tiempo.

XL. Ayudar a los demás a conectar con su propio niño interior ¿ha sido un objetivo profesional?

S.S. Bueno, es importante no olvidarse del niño que fuiste y he intentado ayudar a la gente en ese sentido, sí. Todos tenemos una relación con el pasado –positiva, feliz, traumática…–, cada cual la suya, pero es algo inevitable. Así que debemos pensar en ese niño, conectar con él, para recordar quiénes quisimos ser y entender mejor quiénes somos. Por eso, respeto mucho los recuerdos. Son lo que da forma a nuestra identidad.

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Lo importante ante el acoso escolar es aprender a defenderte. Yo no era bueno con los puños, así que busqué otras estrategias...”

XL. Pero debe de ser más fácil mirar atrás hacia una infancia feliz que a una que fue un infierno, ¿no?

S.S. Claro. Todo guarda relación con la pérdida de la empatía, sobre todo cuando llegas a la secundaria, a la adolescencia. Es un momento clave porque la responsabilidad de tu propia educación y de tus valores comienza a recaer por completo en ti. Y al margen de dónde vengas, si decides ser amable y respetuoso con los demás, serás una persona empática; pero, si te conviertes en un matón –o en una víctima–, tu empatía se muere. Desaparece. Y sin empatía te vuelves agresivo, intolerante, egoísta, resentido...

XL. Usted sufrió a abusones en el instituto. ¿Cómo consiguió no convertirse en ‘víctima’?

S.S. Lo importante ante el acoso es aprender a defenderte. No puedes quedarte quieto. Yo no era bueno con los puños, con la violencia, así que me busqué otras estrategias. Utilicé mi cámara para contraatacar. La gente entenderá lo que te digo cuando vea la película [sonríe].

XL. Dicen que Vladímir Putin sufrió acoso. ¿Sería una víctima que acaba convertida en abusón?

S.S. Pues no sé qué decirte, la historia de los gobernantes y poderosos está plagada de abusones. No es algo nuevo, ocurre desde el principio de los tiempos. Ser tan poderoso es el sueño de todo abusón, supongo. Ahora bien, del mismo modo que llegan al poder, también caen...

XL. Su familia proviene de Ucrania. ¿Aún tiene parientes allí?

S.S. No sé bien, la verdad, pero mis abuelos procedían de una ciudad llamada Kamianets-Podilskyi y de un pequeño pueblo llamado Sudylkiv, ambos muy al oeste de Kiev, donde no han llegado los bombardeos. Tres de mis abuelos nacieron en Ucrania. Solo la mamá de mi mamá, Jenny, nació en Ohio. Y mis padres también, así que soy americano de segunda generación.

XL. ¿Ha estado allí, donde nacieron sus abuelos?

S.S. He estado dos veces en Ucrania. Conozco Kiev y Odesa y visité una vez la cuna de mis abuelos. Quise volver al empezar la guerra, pero el Departamento de Estado me aconsejó no hacerlo. Pero hago todo lo posible por ayudar a Ucrania.

“Quise irme a Ucrania, la tierra de mis abuelos, cuando empezó la guerra, pero el Departamento de Estado me aconsejó no hacerlo. Ahora hago todo lo posible por ayudar”

XL. Estados Unidos también vive tiempos convulsos; polarización. ¿Cómo ve la situación en su país?

S.S. Prefiero no enredarme en asuntos de política, pero soy positivo y creo que nuestra democracia es fuerte y sobrevivirá.

XL. Creo que su madre solía decir que la culpa es una emoción inútil…

S.S. Sí, desperdiciada, una emoción desperdiciada. Ella siempre repetía eso. Pero a mí nunca me funcionó. Sentirme culpable por todo es mi especialidad. Pero es una gran frase [se ríe] para una película, ¿no?

XL. Su padre siempre le dijo que se olvidara del cine. ¿Hubo alguien que lo animara a seguir su pasión?

S.S. Sí, un profesor del instituto: el señor Pfister. Cuando le enseñé mis peliculitas de 8 milímetros, me dijo que hiciera más. Y, cuando un profesor te anima a perseguir tus sueños, te marca para siempre.

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XL. ¿Recuerda ahora su infancia más vívida que nunca?

S.S. Siempre ha sido vívida porque soy una persona muy nostálgica. Mucho más que mi esposa. Katie mira hacia delante y lidia con el aquí y el ahora, pero yo siempre ando con la cámara a cuestas. He filmado los nacimientos de mis hijos, cada cumpleaños, cada logro, cada graduación... He documentado la existencia de mi progenie y me encanta ver todos esos vídeos.

XL. ¿Los ve solo o en familia?

S.S. Pues mira, ¿sabes lo que hacemos en casa? Cojo todos los vídeos que he hecho a lo largo de todo un año, un editor de mi compañía me los pone en orden, les añade música y a final de año los vemos todos juntos en el salón. Llamamos a ese momento: ‘el vídeo familiar’. Lo hacemos desde 1999.

XL. En realidad, lleva haciendo películas familiares desde niño...

S.S. Sí, sí, es cierto, porque mi padre era un desastre con la cámara. Siempre que filmaba él, salía todo movido [se ríe]. Yo le decía: «Papi, debes mantener la cámara firme, estable». Hasta que me dijo: “Mejor hazlo tú y me filmas mientras preparo el fuego para cocinar las truchas que acabamos de pescar”. Así fue como me convertí en el camarógrafo oficial de la familia.

XL. ¿Hay alguna escena de su infancia en particular que siempre quisiera filmar?

S.S. Montones de ellas. De haber rodado todas las que escribí, tendría que haber hecho una miniserie de ocho horas. Al escribir el guion, descarté más de veinte. Por el bien de los espectadores... [se ríe].

XL. ¿Qué partes siempre tuvo claro que iba a incluir?

S.S. El principio y el final. Comenzaría con el primer día que fui al cine. Mis padres me llevaron a ver El mayor espectáculo del mundo, de Cecil B. DeMille, a principios de 1952. La verdad es que me cagué de miedo con el accidente de tren, me impresionó muchísimo verlo en aquella enorme pantalla en medio de la oscuridad. Y esa es la primera escena de Los Fabelman.

XL. Y la última es su encuentro con John Ford…

S.S. Eso es. Tenía 16 años. Fue mi primer y único encuentro con él. David Lynch está fantástico en el papel, pero no fue fácil convencerlo. Por suerte, me ayudó nuestra amiga común la actriz Laura Dern. Le explicó que no se trataba de un cameo, sino de recrear un episodio serio y traumático de mi vida. Y yo solo podía ver a David haciendo de John Ford. Gracias a Laura hablé con él por teléfono y se lo expliqué todo.

XL. ¿Le exigió algo en particular?

S.S. Accedió con una condición: que le enviara el vestuario para el personaje antes de rodar la escena. “No digas más –le dije–, te lo envío ahora mismo”. Ya sabes: el parche, las gafas, la visera, la casaca, incluso los caballitos de madera de la mesa de su despacho. Creo que pasó varios días disfrazado de John Ford antes de rodar la escena [se ríe].

XL. Dice que fue un episodio traumático, pero le ha quedado una escena de lo más divertida…

S.S. Sí, ahora yo también me río, pero te aseguro que salí de aquella oficina con el rabo entre las piernas.

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XL. Y una última cuestión. La taquilla está hoy dominada por superhéroes y secuelas de éxitos, reduciendo cada vez más el espacio para el resto de las películas. ¿No es usted, de algún modo, el responsable de todo esto?

S.S. Sí, no puedo negarlo [se ríe], pero odiaría que llegue un día en que las salas solo proyecten películas de superhéroes o secuelas. La covid nos ha hecho mucho daño, pero espero que la gente regrese a los cines.

29 POPCORN elproductode una sociedad desechabletierra Soyel enemigodela Soyla ruinadel medio soyel flagelo de los soy ambiente mares l a contaminación plásti ac Soy estoy yoS e l plá stico que est a o b s t yur odne sol v e r t ed eros soy el calentamiento global , soyel plocitsá euq atenalpleodnaniurraátse . yoS l a co matninacion p r o blema detodos.Soyel plásti co q u e odnanimimatnocatse sol yoS.sonaeco elplasticoqu e esta m a t a m d o que está causandoel yestoyaquípara quedarme e n to das partes,ysoyel l a v i leyoS.ejavlasad tico tico p l á s p l á s P

DE CINE MÁS RECONOCIDOS

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James Cameron es una figura extraña. Por un lado parece ser un cineasta de manual: guiones perfectos para películas perfectas y divertidas. Debió ser por ello que en los ochenta se convirtió en una opción obvia para segundas y terceras versiones de películas ya fuera como guionista (Rambo II, George P. Cosmatos, 1985) o como director (Aliens, 1986). Garantizaba la neutralidad del cine industrial no autoral. Y aun así, cuando uno revisa las mejores películas de su primer periodo las cosas se ven distintas. Hagamos el recuento: Terminator (1984), la ya mencionada Aliens, El abismo (The Abyss, 1989), Terminator 2: El juicio final (Terminator 2: Judgement Day, 1991) y la absoluta genialidad de Mentiras verdaderas (True Lies, 1994).

Su ciencia ficción centrada en el enfrentamiento explícito del bien contra el mal tienen un toque macabro y otro toque complejo, al tiempo que son obras pop perfectamente logradas. Cameron, al reunir en el legado de Tiburón (Jaws, Steven Spielberg, 1975) con la moralidad del wéstern fue, en cierto modo, el continuador de una vía narrativa que Spielberg dejó de lado. Aunque las dos películas de los noventa que aparecen aquí encajan con las demás cintas mencionadas, exigen tratarse por separado. Lo haremos en otro momento.

La filmografía de Tim Burton se caracteriza por crear mundos fantásticos de estilo gótico, pero cuya rareza es rentable para la escena comercial de Hollywood. Su primer proyecto cinematográfico fue Vincent (1982), cortometraje realizado para Disney, que cuenta la historia de un niño que idolatra a Vincent Price, el actor del cine clásico de horror, que además presta la voz para la narración. Después creó Frankenweenie (1984), otro cortometraje que retoma la historia de Víctor Frankenstein en la versión de un niño que quiere revivir a su mascota en el ático de su casa.

Aunque ambas cintas ganaron reconocimientos, los bocetos tétricos del realizador no coincidían con la visión optimista de Disney, así que se separó de los estudios. Su primer largometraje, La gran aventura de Peewee (Pee-Wee’s Big Adventure, 1985) fue un fracaso, por ello fue más notorio el éxito inesperado de Beetlejuice, el súper fantasma (Beetlejuice, 1988), una comedia de humor negro sobre un espectro pícaro y desaliñado (Michael Keaton) que ayuda a los espíritus de Adam y Bárbara para deshacerse de los nuevos compradores que quieren alojarse en vida dentro de su casa.

Gracias al éxito de esta película, los estudios Warner le propusieron a Tim Burton hacer la adaptación de Batman (1989), uno de los lanzamientos más taquilleros de ese año. La historia se basa en las primeras apariciones del personaje en Ciudad Gótica. El director fue aplaudido por la atmósfera nocturna que impregnó en la estética de la cinta. Probablemente, la coherencia narrativa no es el punto más fuerte de sus películas; pero destacan otros elementos como el diseño visual de los escenarios, maquillajes extravagantes y creativos, así como personajes complejos, cuyos protagonistas suelen ser héroes solitarios rechazados por la sociedad.

Tim Burton
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James Cameron

Después del éxito de Halloween (1978), John Carpenter encontró el apoyo necesario para disponer de grandes presupuestos, así como mantener en gran medida su libertad autoral. En 1980, estrenó La niebla (The Fog, 1980), una cinta de fantasmas donde hace un uso impecable de la imagen para abordar la culpa y la venganza. Con Escape from New York (1981) logró construir un impactante futuro distópico donde la falta de libertad se convierte en una crítica de la sociedad estadounidense, su corrupción y su violencia. La cosa del otro mundo (The Thing, 1982), una de sus películas más reconocidas, que usa a un extraterrestre que invade otros cuerpos se ha leído como metáfora del SIDA y se convirtió en un retrato memorable de la paranoia estadounidense.

En esta cinta, uno de sus mayores logros técnicos, su uso de los efectos especiales y los recursos plásticos para plantear el horror dialoga con los amplios escenarios de la Antártida (explotando al máximo las posibilidades del widescreen) resultando en un relato inquietante que, a pesar de no haber sido bien recibido por el público en su tiempo, hoy se ha convertido en uno de los momentos más aclamados y muestra innegable de sus alcances como cineasta.

El inconfundible estilo de Ethan y Joel Coen se remonta a esta época. Con Joel acreditado como director, Ethan como productor y ambos como guionistas, en realidad su obra es un resultado de la articulación de ambas miradas. Su opera prima, Simplemente sangre (Blood Simple, 1984) es la historia del dueño de un bar (Dan Hedaya) que descubre la infidelidad de su esposa (Frances McDormand) con el barman (John Getz). A partir de esto se desarrolla una historia que combina elementos de film noir con el característico humor negro de los hermanos: una historia de culpa y paranoia que, además, tiene momentos hilarantes.

La gran fortaleza de éste y muchos de sus trabajos posteriores es un guión meticulosamente trabajado donde los eventos se van hilvanando hasta lograr un relato fuerte y conciso. Su segunda película del periodo, Educando a Arizona (Raising Arizona, 1987) es un poco menos impactante que su debut, pero también tiene sus méritos. Narra la historia de una pareja conformada por un exconvicto y la mujer que le tomaba las fotografías cada que lo detenían (Nicholas Cage y Holly Hunter) quienes, al no poder tener hijos ni permitírseles adoptar, deciden secuestrar a un bebé de una familia que ya tiene demasiados. Nuevamente, una historia que aborda temas controvertidos relacionados con la sociedad y la moral estadounidenses desde una óptica irreverente y humorística.

John Carpenter
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Los hermanos Coen

Jim Jarmusch, desde sus inicios, ha sido un cineasta de lo cotidiano. Esto comenzó a manifestarse desde su proyecto de egreso de NYU, Permanent Vacation (1980), la historia de un joven que deambula por Manhattan e interactúa efímeramente con una variedad de personajes: el protagonista camina sin un rumbo definido y descubre cosas sobre sí mismo sin necesidad de aspavientos dramáticos ni giros argumentales radicales. Su siguiente cinta, posiblemente uno de sus trabajos mejor logrados, Más extraño que el paraíso (Stranger Than Paradise, 1984) sigue esta línea: tres jóvenes emprenden un road trip sin un objetivo definido mientras se encuentran con viñetas de un sueño americano derrumbado. Bajo la ley (Down by Law, 1986) la historia de tres convictos que deciden escapar, también muestra una faceta del desencanto estadounidense con tintes de un humor sombrío que se ha vuelto un factor recurrente en las cintas de Jarmusch. Su última cinta del periodo, El tren del misterio (Mystery Train, 1989) cuenta tres historias aparentemente paralelas que suceden en un nada glamoroso hotel de Memphis.

Haciendo caso omiso de la estructura dramática clásica, Jarmusch emplea el cine para observar a los outsiders y desde ellos criticar las convencionalidades, tanto del cine como de la sociedad, todo con austeridad, lo que lo ha convertido en uno de los cineastas indie más reconocidos de las últimas décadas. Jim Jarmusch logra convertir sus relatos de lo cotidiano en cintas memorables a través de una dirección enfocada en los actores y los personajes, que, como todos, viven en una continua búsqueda y movimiento, lo que otorga a sus tramas una profundidad psicológica inigualable.

Wes Craven fue, en realidad, un director de sensaciones. Su nombre urge a hacer mención de la franquicia de Pesadilla en la calle del infierno (A Nightmare on Elm Street, 1984-89). Freddy Krueger, el famoso antagonista de la saga se presenta dentro de un mundo lleno de humo y rojos intensos que inmediatamente nos acaloran, al tiempo que, a través del sonido nos aturdimos al escuchar el chirrido de sus garras metálicas contra el sinnúmero de tuberías de ese mundo de pesadillas industriales, que no parece ser más que un reflejo del futuro más terrible para una sociedad cada vez más inmersa en lo que viene, como bien lo detallaría en otro género Ridley Scott con la película por excelencia de los la década, Blade Runner (1982).

La cosa del pantano (Swamp Thing, 1982) y el slasher Obsesión fatal (Deadly Friend, 1986), se suman a este cine que cuestiona los métodos que viene arrastrando la industria de décadas anteriores, para renovar la realidad presentada dentro de una estética que se hace dueña del espectáculo bajo sus propias reglas. Wes Craven, como dijo José Luis Ortega Torres, buscaba sólo generar terror y en esa búsqueda consiguió renovar el género varias veces y presentarse como el paradigma de este tipo de cine leyendo a las generaciones jóvenes y regalándoles el espejo de su pesadilla.

Wes Craven
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Jim Jarmusch

La obra de Spike Lee muestra un claro interés por los movimientos de resistencia, la segregación racial, la supresión de la esclavitud negra, la reivindicación de la libertad y la dignidad afroamericana. Por ello, integra elementos documentales en sus películas, en las que participa con frecuencia como actor. Nola Darling (She’s Gotta Have It, 1986) es el comienzo de su trabajo fílmico, una comedia sobre una joven confundida por el trío de pretendientes que no desea perder. No obstante, la historia fue reconocida por plantear una liberación sexual femenina.

Aulas Turbulentas (School Daze, 1988) plantea un enfrentamiento de posturas entre estudiantes afroamericanos que debaten sobre las aspiraciones y el estilo de vida que deben llevar los jóvenes de su comunidad. La visión conservadora de un grupo rivaliza con el activismo y la agitación de otro. De este modo Lee pone en evidencia que los negros no son una unidad sino un grupo humano tan complejo como cualquier otro. Un año después realizó quizá su obra maestra: Haz lo correcto (Do the Right Thing, 1989), una crítica hacia el odio interracial y la discriminación. En ella recrea la crónica que hace Mooki sobre los hechos cotidianos que ocurren en uno de los suburbios más humildes y violentos de Brooklyn. La historia enfrenta los prejuicios y las tensiones entre distintas comunidades durante un caluroso día de verano. Esta obra es polémica y estimulante, porque además de su preocupación social recupera el dilema ético por excelencia, el que está en el título: ¿qué es en realidad lo correcto?

Los ochenta fueron la primera gran década de David Lynch, en la que se consagró con un cine donde lo irracional es la base de la coherencia. Lynch crea atmósferas misteriosas e inquietantes, en las cuales lo cotidiano se mezcla con lo onírico, reforzado por la inquietante colaboración musical con Angelo Badalamenti. En el periodo hizo dos películas excepcionales. La primera fue El hombre elefante (The Elephant Man, 1980), la historia de un hombre que se ve privado de la dignidad social por tener una enfermedad congénita que lo ha deformado.

El argumento retoma las experiencias del londinese Joseph Merrick, el primer caso de elefantiasis registrado durante el siglo XIX. La fotografía en blanco y negro usa la belleza para resignificar el dolor humano. La segunda es Terciopelo azul (Blue Velvet, 1986). En ella, una oreja mutilada es el estímulo de Jeffrey Beaumont (Kyle MacLachlan) para indagar un misterio que pronto se convertiría en una pesadilla siniestra. Aquí el director conjunta la perversidad, la violencia brutal, el sexo y los desórdenes mentales de una sociedad idealizada, pero nauseabunda. La crítica estadounidense aplaudió la cinta considerándola la mejor del año, pero además consolidó a Lynch con un sello que años posteriores reafirmaría: el contraste metafórico entre dos mundos, uno de ellos persiste en la normalidad y otro revela las intenciones y sueños más inquietantes.

Spike Lee
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David Lynch

Steven Spielberg representa con más claridad que nadie el cambio radical que hubo en el cine de Hollywood como respuesta a los grandes directores-autores que lograron el cine excepcional que se produjo en Estados Unidos en los 1970. Como respuesta a los creadores artísticos e influidos por ideas europeas había que volver a hacer películas para el público común y corriente. La estrategia no sólo afincó los blockbusters como los conocemos sino que también estableció varios cánones fílmicos que siguen vigentes en el uso de la cámara, el planteamiento de situaciones, el estilo actoral, la música… Spielberg es la pieza clave en la conformación de este estilo y, en consecuencia, es uno de los cineastas más influyentes en la historia del medio.

Y en los ochenta también refundó el cine como espacio para la fantasía, en plena conciencia del eslogan hollywoodense de “fábrica de sueños”. Con sólo nombrar sus obras más relevantes de la década queda clara su influencia. Son Los cazadores del arca perdida (Raiders of the Lost Ark, 1981), E.T., el extraterrestre (E.T. The Extraterrestrial, 1982) e Indiana Jones y el templo de la perdición (Indiana Jones and the Temple of Doom, 1984).

Ahora queda muy claro que el paso de Paul Verhoeven, uno de los cineastas fundamentales de los Países Bajos, por Estados Unidos fue una declaración crítica. Abel Muñoz Hénonin, nuestro director, llama «Trilogía Plástica» a tres de sus trabajos fundamentales en Hollywood: Robocop (1987), El vengador del futuro (Total Recall, 1990) e Invasión (Starship Troopers, 1997), que si bien es muy tardía cierra el ciclo crítico. Las tres son películas de acción, donde se hace una crítica muy abierta tanto al capitalismo neón y evasor de los 80, como al sistema bélico estadounidense, basado en la creación de enemigos bien delimitados y la promesa de armas infalibles (soldados) para combatirlos. Robocop y los comandos que combaten a las arañas espaciales de Invasión son equivalentes en este sentido.

De algún modo todo el ciclo remite a una idea de Noam Chomsky: si hay consumidores, hay ciudadanos disciplinados. Es precisamente en este sentido que Douglas Quaid (Arnold Schwarzenegger), el ciudadano que es perseguido por querer escapar de una realidad vacía de El vengador del futuro resulta la contraparte ideal de los personajes de las otras cintas. La trilogía además, está llena de detallitos que están ahí por joder: un anuncio neón la marca mexicana Peñafiel, soldados que son argentinos y tienen nombres en español y no en italiano aunque parezcan gringos… Y falsedad. Mucha falsedad plástica en las armaduras, el maquillaje, los escenarios… Tenía que ser un extranjero cultivado quien, encantado y risueño, hiciera el mejor retrato crítico de un periodo muy marcado en la vida estadounidense.

Steven Spielberg
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Paul Verhoeven

CINEYPOLÍTICA EXTERIOR

ENLOSAÑOS80

Durante la década de los 80, la industria cinematográfica estadounidense buscó reconquistar sus valores y restaurar los mitos y tradiciones de su cultura mediante la creación de nuevos personajes de acción que marcarían un quiebre con la generación derrotista de Vietnam. De esta manera, se moldeó una nueva pero clásica identidad norteamericana en paralelo con el retorno de los Estados Unidos a la arena internacional.

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EL CINEASTA COMO DEMIURGO: LA CREACIÓN DE MUNDOS

Gilles Deleuze afirma que a través del montaje un director puede retomar visiones filosóficas. En este sentido, el arte cinematográfico puede ser pensado como un vehículo que sirve para plantear ideas, problemas o preguntas. Cabe destacar que debido a la imposibilidad de gran parte de los sistemas filosóficos para abarcar toda la realidad, estos deben ser recortados en una medida considerable si pretenden ser admisibles y aplicables; del mismo modo, en el cine se deben crear conceptos filosóficos precisos, los cuales serán aplicables a un determinado género o película en concreto. De ahí que los cineastas no deben ser concebidos solo como artistas, sino también como pensadores (Deleuze, 1984; Martin, 2010).

Entonces, el cineasta actúa como una especie de agente transformador en el que se encarna y se actualiza una idea. Mediante la mezcla del espacio (encuadre), el movimiento (plano), y el tiempo (montaje), tiene la capacidad de “hacer nacer un mundo” (Álvarez Asiáin, 2011: 106). Pierre Montebello, se ha referido al cineasta como “una especie de demiurgo platónico”, por lo que ambos devendrían en artistas impulsores del universo. No son dioses que crean de la nada, sino ordenadores tanto de materia como de ideas, cuya visión puede otorgarle a lo mundano una finalidad.

La historia nos muestra cómo el cine fue utilizado sistemáticamente por muchos países que se valieron de su capacidad creadora. Mediante la utilización de mensajes explícitos o subliminales se buscaba inculcar una ideología, legitimar un gobierno o una política, construir o derribar mitos, etc.

Puesto que el montaje del director refleja una transformación del universo, la encarnación y la actualización de una idea, el cine pasó a ser concebido como el procedimiento por excelencia a la hora de representar la realidad. De tal manera, en cada plano que vemos se va desdibujando la línea fronteriza entre el cine como arte y el cine como propaganda.

EL CINE COMO INSTRUMENTO PROPAGANDÍSTICO

Con la llegada del estalinismo y el nazismo y el estallido de la Segunda Guerra Mundial, irrumpieron nuevas tendencias en el cine. El resultado fueron discursos que tendieron a focalizarse en dos ejes: la rentabilidad de los proyectos y la narración progresiva y coherente de las historias. Las narrativas de esta época debían ser verosímiles para que sean asimiladas de manera eficaz por el público. De esta manera, se buscaba disimular los trucos

técnicos y evitar que la percepción del espectador se vea perturbada. Para conseguir esto, se inventó la escala de planos que evitaba los saltos y se crearon las normas de los raccords. A su vez, “ se inventa el primer plano, el travelling de acompañamiento, los puntos de vista desde los protagonistas, etc. (lo que refuerza la identificación y la proyección)”

(Viyuela Illera, 2010: 3). De ahí que durante los períodos que van desde la preguerra hasta la posguerra, los países se valieran del lenguaje cinematográfico para producir documentales y películas, las cuales luego serían encadenadas a la campaña propagandística, convirtiendo al cine en un vehículo esencial de llegada al público.

Si bien la mayoría de los países utilizaron al cine con fines políticos durante la Segunda Guerra Mundial, centrémonos en el período de preguerra y los referentes principales en materia de propaganda: el cine soviético y el alemán. Vladimir Lenin creó la oficina soviética de propaganda, pues consideraba que: “De todas las artes, el cine es para nosotros la más importante”. El cine soviético se focalizó en reforzar ideales bolcheviques a través de obras como: El acorazado Potemkin (1925) y Octubre (1928).

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Si hablamos de artistas que ayudaron a legitimar ideologías, no podemos eludir el caso de Leni Riefenstahl, la fotógrafa, actriz y cineasta alemana de fama internacional que puso su talento a disposición del nazismo. De la mano del Ministerio del Reich para la Ilustración Pública y Propaganda, a cargo de Joseph Goebbels, sus obras se convirtieron en hitos del cine propagandístico, es el caso de La Trilogía de Núremberg formada por: La victoria de la fe (1933), El triunfo de la voluntad (1934), y Día de la libertad: nuestras Fuerzas Armadas (1935). Estos se convirtieron en los documentales político-propagandísticos más efectivos que hayan sido filmados. En La victoria de la fe Leni Riefenstahl “sienta las bases de lo que será el comportamiento de los políticos ante las cámaras durante ya más de 80 años. Es uno de los primeros films que muestra a un político en acción ante el pueblo y con fines propagandísticos. Con esta película se crea un canon de cómo filmar a un político” (Seder, N/D: 12).

El cine no se trata solo de entretenimiento, sino que además hay una riqueza artística que lleva al público a conmoverse frente a lo que está presenciando, esto es: imágenes-movimiento enormes con un poder de penetración único. En efecto, el cine deviene en un medio de comunicación masivo, herramienta que promueve causas, movimientos e ideas políticas. Un poderoso instrumento artístico que puede convertirse en una pieza más de la gran maquinaria propagandística.

VINCULACIONES ENTRE LA INDUSTRIA CINEMATOGRÁFICA Y LA POLÍTICA EXTERIOR ESTADOUNIDENSE DE LOS AÑOS 80

En el año 1979 Ronald Reagan asumió la presidencia de los EE. UU. y dio inicio a un gran giro en materia económica, social y política en contraste con el retraimiento internacional en el cual se había sumido el país en los años posteriores a la guerra de Vietnam. Además de impulsar las reaganomics y la desregulación financiera del mercado, puso en marcha una nueva política exterior que significó el retorno de los EE. UU. a la arena internacional en lo que él consideraba que era el último round de la Guerra Fría. Un conflicto en el cual, debido al no-intervencionismo norteamericano y a la vergüenza nacional en la opinión pública por lo ocurrido en Vietnam, la URSS había avanzado demasiado y la amenaza de la victoria comunista se hacia cada vez más real.

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Durante su juventud, Ronald Reagan se dedicó a la actuación y fue presidente del sindicato de actores. Fue un hombre con relevancia y conocimiento en ambas esferas: el ambiente político y el cinematográfico.

Las décadas de Vietnam, el movimiento hippie, el estallido social del rock and roll, el consumo de drogas y fármacos, la negación de los intelectuales por los metarrelatos trascendentes, el abrazo a filosofías culturalmente revolucionarias y las nuevas formas de concebir el arte, la cultura, el cine y la sexualidad estaban –a ojos de Ronald Reagan–lejos de aquel EE. UU. que cruzó el Atlántico y el Pacifico para combatir al nazismo y al Imperio Japonés. Entonces, para Reagan, EE. UU. no solo debía volver a ocupar un rol activo y agresivo en el tablero internacional, sino que también tenía que recuperar la noción de lo que significaba ser un “auténtico norteamericano”, ya que percibía, en su lógica tradicionalista y conservadora, que la moral social estadounidense debía dar un giro radical si el país pretendía recuperar el terreno perdido frente a la URSS.

Los dramas psico-bélicos como Taxi Driver (1976) o Apocalypse Now (1979), muestran al veterano de Vietnam como una persona humillada por su nación y sumergida en la miseria; además, representan la vergüenza de ser norteamericano y la negación del patriotismo, elementos característicos de la generación que combatió en Vietnam y que militó en contra de la guerra y los principios básicos del gobierno de los Estados Unidos.

Desde La Casa Blanca pensaban que debía lograrse que los jóvenes de los años 80 se sintiesen orgullosos de ser estadounidenses y se identificasen con los íconos aventureros e intrépidos del folklore norteamericano. Así, se crearían nuevos personajes de acción y se filmarían películas que moldearían la identidad cultural de una generación: el boxeador Rocky Balboa (un hijo de inmigrantes que progresó gracias a su esfuerzo en el mundo del deporte); el veterano de guerra y miembro de las fuerzas especiales John Rambo (un nuevo perfil del veterano de Vietnam); y los pilotos navales Pete “Maverick” Mitchell y Tom “Iceman” Kazansky (espíritus libres semejantes a los cowboys del salvaje Oeste); entre otros.

Quizás las tres películas icónicas de este nuevo tipo de cine son Rocky IV (1985), Rambo III (1988) y Top Gun (1986). La escenografía en estas cintas abunda en imágenes donde la bandera norteamericana figura expuesta en cuadros de dimensiones gigantescas, la cruz de Cristo aparece como trasfondo en escenas de alta carga

emotiva e incluso fotografías de Ronald Reagan se hacen presentes en las tomas. Son encuadres que, mediante la disposición de varios objetos, crean un sistema que exalta el nacionalismo y los valores que se pretendían reinstaurar.

Veamos primero el caso de Rocky IV (1985), película que representó metafóricamente la colisión de las potencias durante la Guerra Fría, donde el choque entre los grandes poderes en el mundo bipolar fue reducido a un combate entre boxeadores en un ring.

Rocky Balboa es un boxeador estadounidense de origen ítalo-americano, como lo fueron los italianos e irlandeses que poblaron Filadelfia en sus inicios, que desde la pobreza de los suburbios logró ascender a la gloria internacional por su fe, constancia y determinación. Es un hombre casado y con una familia tradicional en el sentido cristiano y occidental de la palabra. Además, se lo presenta como una persona religiosa, ya que un sacerdote lo bendice antes de cada pelea. De esta manera, el personaje parece ser el modelo perfecto de estadounidense que se enfrentará a un boxeador brutalmente entrenado por el Estado Soviético.

Por otro lado, Iván Drago, el boxeador de la URSS, desconoce la libertad y es preparado para pelear como si fuera una máquina de guerra. Drago no es representado como humano sino como la versión más extrema del estajanovismo en el mundo deportivo, donde el atleta es llevado a los límites por el aparato gubernamental comunista, disminuyendo al individuo en pos de la realización del ideal comunista.

Uno de los mayores antagonismos se puede observar en las escenas de entrenamientos. Rocky se prepara libremente en los bosques y la cámara nos muestra la naturaleza humana del boxeador. En

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contraposición, se encuentra la escasa/nula emotividad y la deshumanización que transmite Drago, quien entrena salvajemente en gimnasios del Estado, supervisado por equipos técnicos que buscan producir al atleta perfecto y privan al boxeador de su libertad.

El juego más explícito de las imágenes en la cinta se produce en el momento previo a las peleas. La primera de ellas es en suelo norteamericano entre Iván Drago y Apollo Creed. En este escenario, la música de jazz, la voz de James Brown cantando Living in America, las bailarinas con trajes azules, rojos y blancos y todo el glamour propio de una megaciudad comercial estadounidense, dan la bienvenida a un atónito y estupefacto ruso que no comprende tal explosión de música, colores y luces tan ajena a la sencilla austeridad del mundo comunista.

La segunda pelea se traslada a la fría URSS donde la antesala del combate final entre Rocky y Drago es musicalizada con el himno soviético y presenta imágenes de Marx y Lenin y el politburó gubernamental aplaudiendo la gloria socialista expresada en el gigantesco ruso. Una vez concluida la intensa pelea, Rocky resulta victorioso y pronuncia un discurso con un mensaje de esperanza en nombre de la libertad y es aplaudido por el jefe de Estado de la URSS, Mijaíl Gorbachov.

Continuando con las sagas de acción, Rambo es otra importante producción cinematográfica representativa del modelo norteamericano de los años 80. En la primera cinta, First Blood (1982), tenemos a un veterano de Vietnam que no se asemeja a los vistos en el cine previamente. John Rambo es un soldado de las Fuerzas Especiales, ex Boina Verde, que regresa a su hogar luego de servir en la guerra y se encuentra con otra guerra entre la sociedad norteamericana de los años 70: el rechazo total hacia los soldados que combatieron en el sudeste asiático.

Frente a este escenario hostil, Rambo opta por la vida aislada, solitaria, quizás hasta comparable con la contemplación religiosa. Se escapa de la sociedad, pierde el encanto hacia su país, desconfía de su gente, no quiere relacionarse con nadie y vive solo dialogando con sus recuerdos. Ese era el veterano de Vietnam, un hombre sin rumbo que caminaba meditabundo por las carreteras de Norteamérica. Eso también eran los EE. UU., un país derrotado que se negaba a participar activamente en el mundo porque su heroísmo había sido humillado por su propio pueblo.

No obstante, el Coronel Trautman, el instructor de Rambo, lo convence de que debe combatir, que no debe negar lo que realmente es: un guerrero. Al igual que EE. UU., Rambo busca dejar de lado las desgracias del pasado porque debía cumplir con su destino. Entonces, decide regresar a Vietnam para rescatar y dejar en libertad a prisioneros estadounidenses en Rambo II (1985) y se enfrenta directamente contra la Unión Soviética en las montañas de Afganistán en Rambo III (1988). El mensaje es claro: el auténtico estadounidense y la verdadera Norteamérica debían asumir su papel activo en la arena internacional frente al comunismo.

El quiebre generacional también se manifiesta en Top Gun (1986). En esta película, el protagonista es un piloto de la Armada de los Estados Unidos, Pete “Maverick” Mitchell, cuyo padre fue un piloto de caza-bombardero que fue derribado y desaparecido en combate. El joven Maverick decide lanzarse

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a los cielos superando el trauma que significó la misteriosa pérdida de su padre en la impopular guerra de Vietnam y lo hace con una actitud que desborda la disciplina militar tradicional. No es solo un piloto, es un auténtico jinete de aeronaves, rebelde y libre en las alturas. Además pilotea lo que en aquellos años eran los modernos Grumman F14 Tomcat, mostrando el nuevo rostro y la nueva potencia de unas Fuerzas Armadas renovadas, que han superado el pasado y dejado los modelos viejos de la aviación adoptando una nueva cara.

Por lo que la cinta representa, unirse a las Fuerzas Armadas ya no implicaba ser arrebatado del hogar para luchar en lugares lejanos, sino que significaba el inicio de una vida honorable, de aventuras, amistad y camaradería entre jóvenes. El servicio era un honor y los norteamericanos querían volver a la acción en los cielos identificándose con el rebelde y joven piloto de una nueva aviación naval.

El efecto reclutador de Top Gun fue impresionante. Desde su estreno, la Armada de los Estados Unidos declaró que el número de jóvenes que se unieron para ser pilotos creció en un 500 por ciento. Cabe destacar que un año después de que Top Gun fuese estrenada, el número de personal uniformado aumentó en más de 20 000 en todos los servicios de las Fuerzas Armadas estadounidenses. Y particularmente, la Armada incrementó su personal de 571 mil a 587 mil, en el período 1985-1987 (Parker, 2005).

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PROBLEMA DE DISEÑO

El mercado del diseño editorial de revistas es muy competitivo, por tanto, se debe diseñar nuevas y mejores opciones editoriales que tengan un alto nivel gráfico, buscando mejorar el formato tradicional y que pueda lograr un adecuado vínculo con los lectores, quienes buscan un contenido que les permita captar su atención y generar una conexión emocional y una experiencia abundante. Adicionalmente, se suma el diseño de una página de gran formato que contenga gran cantidad de información que sea: legible, leíble y estética.

CONCEPTO

El concepto de diseño es “Un paseo por la felicidad del ayer”; la revista busca cautivar al público adulto a través de la nostalgia de las películas que solían ver de jóvenes o en su niñez. El concepto también alude al paseo de la fama, lugar donde dan homenaje a gente influyente en el mundo del entretenimiento.

BIBLIOGRAFÍA

Goitia, F. (2023, 20 enero). Los traumas de la infancia de Steven Spielberg. El correo. https://www. elcorreo.com/xlsemanal/personajes/steven-spielberg-infancia-trauma-acoso-escolar-autobiografia-los-fabelman-cine.html

Historia del Cine.es. (2021). Género cinematográfico de acción: Historia, características y subgéneros. Historia del cine. https://historiadelcine.es/ generos-cinematograficos/accion-cine-peliculas/#era-genero-cinematografico-accion

Icónica. (2017, 23 junio). Cine estadounidense de los 80 (1/3): Autores. https://revistaiconica.com/cine-estadounidense-de-los-80-autores/

Luxford, V. (s. f.). Por qué a Hollywood le encantan los 80. American express. https://www.amexessentials.com/es/1980s-hollywood-nostalgia/

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Robles, J. M. (2017, 16 enero). Lo que aprendimos (en el cine) de los 80. El mundo. https://www. elmundo.es/papel/pantallas/2017/01/13/58763ca422601d18218b46ad.html

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Tesoro, P. (2021, 11 diciembre). Historia del cine de ciencia ficción (V). cintilatio. https://cintilatio. com/historia-del-cine-de-ciencia-ficcion-v-los-anosochenta/

welab. (2023, 18 enero). El cine década a década. Años 80. https://welabplus.com/el-cine-decada-a-decada-anos-80/

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