Artículo: Homenaje a Niemeyer

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Domingo 09.12.12 EL COMERCIO

54 CULTURA ADIÓS A OSCAR NIEMEYER

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a vida de Oscar Niemeyer, al igual que Brasil, ese encantador y complejo territorio de la diversidad, la desigualdad y la contradicción, estuvo plagada justo de eso, de extremos y contradicciones. Era un ateo convencido pero proyectó iglesias y catedrales que sacan el suspiro del éxtasis al más incrédulo. Del hormigón –material rígido y frío– sacó sensualidad y poesía, convirtiéndolo en ligero, delicado, adoptando estructuras oníricas. De la vida decía «es un soplo» pero llegó a vivir casi 105 años y extremadamente lúcido. Para más contradicciones, Niemeyer es coautor del proyecto del edificio de la ONU en Nueva York, la ‘casa’ internacional de la paz y los derechos humanos, pero no importó, porque durante décadas aceptó diversas invitaciones para impartir clases en las mejores facultades de arquitectura estadounidenses y no logró atender a esas invitaciones ya que el país norteamericano nunca le concedió el visado debido a su militancia comunista. Niemeyer no daba importancia a los premios y condecoraciones, sin embargo cosechó en vida las más distinguidas medallas y reconocimientos. No se le subieron a la cabeza, continuó humilde. Lo que más le importaba eran sus amigos, y así opinaba: «Un sujeto que se cree importante, para mí, es un débil mental». A los arquitectos les enseñó que la belleza es útil. Le dio la vuelta a la tortilla del funcionalismo y del principio «la forma sigue a la función», pregonó: «belleza es función». La plasticidad de Niemeyer no es añadida a posteriori para «maquillar» los edificios, sino que ya es la propia estructura. Y, además, como declaró el escritor Ferreira Gullar en un poema en homenaje al arquitecto: «Oscar nos enseña que la belleza es ligera». Y para seguir con las contra-

EDUARDO GOMES DISEÑADOR ESTUDIO VAGOOM

CONTRADICTORIO E INMORTAL Oscar Niemeyer es en Brasil algo más que un arquitecto, es toda una institución, una pieza clave en el acervo simbólico de nuestro país

Con una maqueta de Brasilia en los años cincuenta. :: AFP dicciones que marcan su vida, otro ejemplo: Brasilia, la capital del siglo XX, su obra maestra donde proyectó edificios públicos cargados de significado, llenos de ilusión, de ideales inspiradores dedicados al pueblo brasileño. Por desgracia, tuvo que ser testigo de cómo esta ciudadsímbolo y sus obras fueron siendo habitadas por hordas de mez-

quinos, hipócritas y corruptos. En portugués, la expresión ‘ufanismo’ significa jactancia, presunción, orgullo patrio gritado a los cuatro vientos. Para Afonso Celso, cofundador de la Academia Brasileña de las Letras en 1897, significaba la exaltación de las bellezas naturales, riquezas y potenciales del país. Más tarde, en los años de la dictadu-

ra, el gobierno militar utilizó campañas publicitarias ufanistas para conquistar la simpatía de la población. Una de ellas es el inolvidable slogan «Brasil, ámalo o déjalo», que empujó a muchos al exilio. Esta glorificación desmedida del patriotismo por los dictadores provocó la asociación del término a un movimiento retrógrado, de vanidad casposa.

Curadas las heridas, el ufanismo sano sigue presente entre los brasileños. Y Niemeyer era un ufanista de Brasil, con su arquitectura siempre inspirada en la naturaleza y las curvas de las mujeres de nuestro país, comunicaba con el alma brasileña. Parece que hasta en eso nos ayudó a revertir la situación, con el pasar del tiempo volvimos a disfrutar sin complejos de esa dulce enfermedad llamada «amor a la patria». Gilberto Gil, cuando era ministro de Cultura, dijo de él: «Oscar Niemeyer construyó, junto con los brasileños, una infraestructura simbólica que nos dio el rumbo para seguir por la senda de la modernidad, y nos permite encontrar en occidente un lugar diferenciado que podemos llamar Brasileiro». Nos referimos a Niemeyer como una riqueza más, una pieza clave del acervo simbólico de nuestro país que denominamos Cultura. Su persona, su vida y obra son ya una de las mayores aportaciones al patrimonio cultural del país, esta riqueza que genera la identidad de los brasileños y su sentimiento de existir en el mundo, su modo de cultivar las diferencias. Darcy Ribeiro, antropólogo e intelectual, decía que su amigo Niemeyer será el único brasileño mundialmente conocido en el año 3000, y se jactaba: «Nos quedan todavía muchos años para alabar este invento de la vida». Niemeyer, el hombre centenario que se recuperaba de baches de salud con la fuerza de un chaval y nos hacía creer que nunca moriría, ahora ya es inmortal. Vivió muchos años, sí, pero no lo suficiente para ver las desigualdades e injusticias de este mundo mitigadas o extinguidas como siempre soñó el humanista. Niemeyer es Brasil, aunque ya no es de los brasileños, es mundial. Nos ha dejado, pero me consuela que haya dejado un trozo de Brasil también aquí, en Asturias.


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