Con trenes y otros 50 relatos y microrrelatos de viaje

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VI Concurso de Relatos de Viaje Moleskin 2011

sino de los hombres y mujeres en las selvas y sabanas de América. Serían las 13:30 cuando zarpó finalmente la pequeña lancha desde el embarcadero de Puerto Díaz, rumbo a la otra orilla del lago. Partimos tras largas y arduas negociaciones con el dueño y patrón de la embarcación sobre el precio a pagar por el traslado. El cielo estaba despejado y era un hermoso día, muy caluroso. El bosque tropical nos miraba oscuro desde la orilla, mientras nos alejábamos de la costa de Chontales. El lago, en apariencia tranquilo, lucía vigoroso pero sin ánimo de lucha, con pocas ganas de jugarnos una mala pasada. Tras media hora de viaje, pasamos entre tres islotes volcánicos, tupidos de una selva que formaba un inexpugnable muro vegetal, paraíso de las aves y los monos que felices las habitan, sin presencia humana alguna. El lago es extraño y misterioso, y se abrió de par en par cuando dejamos atrás los tres islotes. Teníamos suerte que era un día calmo, de poco viento y aguas relativamente mansas. Yo me acomodé cerca de la proa, de frente a nuestro objetivo y me sentí como los antiguos navegantes que surcaron estas mismas aguas en busca de fortuna y un prometedor futuro, aunque muchas veces lleno de incertidumbres, peligro y muerte. Mi mente fantasiosa disfrutaba con esta situación inesperada. Quería disfrutar de todo lo que estaba viendo y viviendo pero por momentos me atormentaba el recuerdo de aquel infortunado muchacho y su casi segura muerte por causa del veneno de la serpiente. Me aterraba la impotencia que habíamos sentido todos, sin poder hacer nada para salvarle. Tanta soledad, desprotección y fragilidad para enfrentarnos a las fuerzas de la Madre Naturaleza. Una hora después de haber dejado atrás Puerto Díaz, el joven marinero, que vestía un gastado pantalón corto azul y camiseta amarilla, y estaba encargado de llevar el timón del motor fueraborda, se acercó a pedirme fuego para su cigarrillo. Uno de mis acompañantes había solicitado llevar la lancha y el indio aceptó gustoso. Charlamos un rato bajo el

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