Letras Lacanianas Nº 6

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y nos dice que la piel de la lengua que tomamos como vestimenta no tiene color, excepto, como diría el poeta, el de “sus vocales” 7? Además, ¿existe la lengua francesa? Singular o plural, sólo nos lo dirán sus propios actores, a condición de que podamos dejarlos gozar de la lengua ambigua, esa que se honra de un territorio sonoro que se burla de las fronteras administrativas de una identidad nacional. Se trata de distinguir la lengua del sentido común y público, tal como nos lo muestra la escuela “desmaternalizante”, de aquella que se habla, y de lalengua que todos nosotros olvidamos, salvo cuando intentamos la experiencia de la asociación libre. “Hay, por lo tanto, muchas ‘lenguas’

“la lengua de los jóvenes,(...) escucharla como un trabajo de la lengua sobre sí misma y como una invención” francesas dentro del francés” 8 , lo cual no impide una relación unificadora de la lengua: una lengua unificada por la enseñanza y los medios de comunicación. Estas conversaciones dan la pauta de que el francés no se sabe nunca, tanto hablado como escrito. Pero lo que hace que nuestra lengua se destaque en la escena del mundo es, sobre todo, “que ésta se sostiene en una de las literaturas más ricas de la era cristiana” 9 . De este modo, ¿qué ganamos al tratar a nuestra lengua como una cosa casi muerta, cuando vemos que, según Lacan, tiene una “materialidad” muy viva en-cuerpo*, tal como lo demuestran nuestros dos autores? Nuestra lengua tiene la piel dura, aun cuando no sea tan antigua, y sigue estando muy viva por el hecho de nutrirse incesantemente de su historia y de su literatura tan rica, pero también de quienes la hablan, cada uno a su manera. Este capital literario está tanto más vivo en la medida en que nuestros estudiantes de enseñanza secundaria acceden a él, lo cual no les impide ser también unos virtuosos de la escritura de textos en el portátil y del chat en internet. Este libro se muestra decididamente optimista acerca de este tema, y llega incluso a alabar la manera de decir de nuestros jóvenes de los suburbios, precisamente donde el jardín a la francesa se reduce a un embaldosado de hormigón, donde las flores de la retórica clásica tienen dificultades para hacer eclosión. Pues bien, nuestros dos autores han elegido, ven allí una lengua que tiene carta de ciudadanía, y además ven que estos jóvenes tienen chances de enriquecerla, y de ese modo la ocasión de poder entrar ellos mismos en nuestra lengua tan bella, a condición de que, precisamente, al no despreciar su forma de hablar, sepamos hablarles. Los dos autores tienen una posición bastante cercana a la de François Bégaudeau cuando dicen: “Sería detestable querer privar a estos jóvenes de la lengua creativa que los identifica a sí mismos durante un corto período de su vida, pero tampoco debemos renunciar a abrir ante ellos el abismo de la lengua literaria que les revela lo desconocido, esa dura experiencia que hace aquí el personaje llamado Krimo” 10. Este libro ha suscitado una polémica intensa, educada y cortés, publicada en la revista Le Débat [El debate], entre nuestros autores que dicen “sí” a esta lengua, a la vez que encuentran una manera elegante de abrirla a otra lengua,

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Letr as | Nº6 2013

y aquellos que, como Alain Bentolila, más bien dicen de entrada “no” a “estos pobres del lenguaje” 11 . En efecto, nuestros dos autores se entregan en su libro a una reflexión interesante sobre la lengua de los jóvenes, indicando que, lejos de tomarla como una destrucción del lenguaje, hay que escucharla como un trabajo de la lengua sobre sí misma y como una invención. Las características de esta lengua son la fonética, que la hace difícilmente comprensible, y el hecho de que es generacional; es la lengua de la más delicada de las transiciones, la de la crisis del adolescente, que es crisis de la lengua articulada 12 , dado que después de los dieciocho o veinte años se la comienza a abandonar para volver al francés aprendido con frecuencia en el colegio, puesto que en el entorno familiar hay toda una parte de la población inmigrante que lo habla poco o mal. Es una lengua prestada, hecha de mezclas de distintas lenguas, pero también surgida de la publicidad, una lengua tratada e incluso maltratada, a menudo reflejo de sus propias condiciones de vida: “ellos no se contentan con tomar prestadas estas palabras, las trituran, las deforman, las transforman, como lo ha hecho casi siempre la lengua hablada, obteniendo una lengua de una gran riqueza, llena de sorpresas y bastante fascinante para un lingüista. Quienes creen que las lenguas se empobrecen en sus usos no tienen ni idea de lo que sucede: ellas constituyen el sitio de un trabajo lingüístico permanente, fonético en primer lugar, según un método clásico que encontramos en las lenguas populares, pero también en todas las variedades de la lengua hablada” 13 . Pues bien, nuestros dos lingüistas están fascinados con esta variedad de la lengua, fascinación que Bentolila no comparte. Esta lengua procede por truncación con el objetivo de excluir al hablante del francés común. Utilizan figuras de la retórica con una preferencia por la aféresis: teur (inspecteur), leur (contrôleur) [tor (inspector), dor (controlador)], vail ( travail) [bajo (trabajo)]. La vernalización es utilizada como tratamiento de las palabras; aquí nos encontramos en el Reverso de la ciudad, lugar del Reverso de la lengua, que también sufre una mutilación efectiva bajo la forma de truncación o de alargamientos reiterados. En lo concerniente al habla de esta lengua, ellos señalan su velocidad, el ritmo particular que indica que algo del orden del cuerpo atraviesa la lengua, algo que no sucedía anteriormente: un movimiento pulsional, una inmediatez, un ímpetu que da cuenta de ese momento particular de la adolescencia que implica estar lo más cerca de la sensación, y de querer que se respete la consistencia de su vida. Si bien nuestros dos autores han dicho “sí” a esta lengua y han hecho valer su riqueza, no se detienen allí, pues contrariamente a lo que les reprocha Bentolila, proponen una solución. “Lo mejor que se puede hacer con esta lengua en la ESO es hacerla trabajar precisamente a quienes la hablan, mostrarles que están haciendo un trabajo lingüístico sobre el francés cuando hablan esta lengua, hacerles tomar conciencia de su amor por la aféresis, hacerles analizar las metáforas, las metonimias y anacolutos, como lo hacían Molière o Marivaux en una variedad escrita y literalizada del francés de su época” 14 . La fascinación de nuestros dos lingüistas encuentra entonces su


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